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Mentir: La elección moral en la vida pública y privada
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Libro electrónico529 páginas7 horas

Mentir: La elección moral en la vida pública y privada

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Mediante la presentación de distintas referencias, escenarios y contrastes que presentan problemas morales de diversa complejidad, la autora pretende que el lector considere los efectos que tiene la mentira en los individuos, las relaciones humanas y la sociedad en general, analizando desde mentiras piadosas hasta las mentiras que se requieren para sobrevivir en un Estado totalitario. La obra conduce así al lector a reflexionar sobre si podría (y en qué casos) justificarse la mentira.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2023
ISBN9786071677273
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    Mentir - Sissela Bok

    Portada
    SECCIÓN DE OBRAS DE FILOSOFÍA

    MENTIR

    SISSELA BOK

    MENTIR

    La elección moral

    en la vida pública y privada

    TRADUCCIÓN:

    LAURA E. MANRÍQUEZ

    Fondo de Cultura Económica

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

    INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS

    PROGRAMA DE MAESTRÍA Y DOCTORADO EN FILOSOFÍA

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    Catalogación en la publicación UNAM. Dirección General de Bibliotecas y Servicios Digitales de Información

    NOMBRES: Bok, Sissela, autor. | Manríquez Miranda, Laura Evelia, traductor.

    TÍTULO: Mentir : la elección moral en la vida pública y privada / Sissela Bok ; traducción Laura E. Manríquez.

    OTRO TÍTULOS: Lying. Español.

    Descripción: Primera edición. | Ciudad de México : Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas, Programa de Maestría y Doctorado en Filosofía : Fondo de Cultura Económica, 2010 | Serie: Sección de obras de filosofía. | Serie: Problemas de ética práctica. | Reimpresiones: (1a, 2022).

    IDENTIFICADORES: LIBRUNAM 1272501 | ISBN 9786070213526.

    TEMAS: Verdad y mentira.

    CLASIFICACIÓN: LCC BJ1421.B6518 2010 | DDC 177.3-dc23

    Primera edición en español, 2010

    Primera reimpresión, junio de 2022

    [Primera edición en libro electrónico, 2023]

    Distribución mundial

    Título original: Lying. Moral Choice in Public and Private Life

    Copyright © 2010 by Sissela Bok

    Esta obra forma parte del programa de ediciones del INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILOSÓFICAS

    D. R. © 2010, Universidad Nacional Autónoma de México

    Ciudad Universitaria, Coyoacán, C. P. 04510, Ciudad de México

    Instituto de Investigaciones Filosóficas

    Tels.: 55-5622 7437 y 55-5622 7504

    www.filosoficas.unam.mx

    promocion@filosoficas.unam.mx

    Programa de Maestría y Doctorado en Filosofía

    Ciudad Universitaria, Coyoacán, C. P. 04510, Ciudad de México

    D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. 55-5227-4672

    www.fondodeculturaeconomica.com

    Cuidado de la edición: Laura E. Manríquez

    Composición y formación tipográfica: Claudia Chávez Aguilar

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    ISBN 978-607-02-1352-6 (rústico)

    ISBN 978-607-16-7727-3 (ePub)

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Todos los derechos reservados.

    Impreso en México • Printed in Mexico

    Para Derek

    AGRADECIMIENTOS

    ME DA GUSTO poder expresar mi agradecimiento a los muchos amigos que compartieron conmigo los pensamientos que el tema de la mentira inevitablemente despierta en la mente; y agradezco en especial a quienes leyeron todo el manuscrito o parte de él: Graham Allison, Barbara Barss, John Blum, Hilary Bok, Harold Bursztajn, Ann Cohen, Burton Dreben, Neva y Walter Kaiser, Margaret Kiskadden, Melvin Levine, Alva Myrdal, Bertha Neustadt, John Noonan, Jr., Brita Stendahl, Judith Thomson y Ruth y Lloyd Weinreb. Sus críticas fueron muy importantes en todas las etapas de redacción de este libro; soy la única responsable de no siempre haber seguido sus consejos.

    Mi gratitud también va para John Coakley y Deborah Narcini por localizar y traducir los textos teológicos; y a Deborah Lipman por su ayuda tan experta en la preparación del manuscrito. Agradezco a James Peck, además, por su inapreciable ayuda en el cuidado editorial de la obra.

    Por último, quiero dedicar este libro a mi esposo, como un reconocimiento a todo lo que su interés, sus críticas y su apoyo han significado para mí.

    PREFACIO

    A LA EDICIÓN EN INGLÉS DE 1989

    MÁS DE DIEZ AÑOS han pasado desde que se publicó este libro por primera vez, en 1978. Durante este lapso, los temas de la veracidad y el engaño han sido tema de múltiples debates. Por este motivo ya no puedo seguir suscribiendo la afirmación que hice entonces en la Introducción, en cuanto a que esos temas habían sido objeto de un muy escaso análisis contemporáneo. Hoy día, los problemas de la veracidad y el engaño se abordan tanto en las aulas, como en los medios de comunicación y en la literatura especializada. Los códigos de ética, como los Principios de Ética Médica, de la Asociación Médica de Estados Unidos, de 1980, han incorporado cláusulas que ponen el énfasis en la honestidad.

    Más que debate, sin embargo, lo que haría falta sería presionar para que se produjeran cambios en las prácticas reales de mentir, en especial cuando a quienes sienten la mayor tentación de emprender tales prácticas les parece que lo más sencillo es ignorar todas las cuestiones espinosas acerca de lo que están haciendo. Han surgido nuevos ejemplos para complementar los de Watergate y Vietnam, así como otros mencionados en este libro. En las firmas de inversiones de Wall Street, así como entre los que predican por televisión, en las campañas políticas y en las tramas del escándalo Irán-Contra, hemos visto cuán penetrante puede ser el daño resultante para quienes mienten, hablan con evasivas y recurren a insinuaciones, así como para sus víctimas. También hemos visto el desgaste de la confianza pública a medida que las mentiras se acumulan y se constituyen en muy extensas prácticas institucionales.

    En lugar de actualizar Mentir, para tomar en cuenta estos nuevos acontecimientos, he optado por examinar muchos de ellos en dos libros publicados en el ínterin: Secrets: On the Ethics of Concealment and Revelation (1982) y A Strategy for Peace: Human Values and the Threat of War (1989). En el primero logré hacerlo retomando cuestiones como el autoengaño y el secreto, que explícitamente había hecho a un lado cuando escribí Mentir, a fin de poder concentrarme en lo que nítidamente son mentiras. Y en el segundo he incorporado restricciones a la mentira y al secreto excesivo, en un marco moral que puede ser compartido por las tradiciones religiosas y seculares por igual, y que se puede aplicar dentro de cada nación, así como entre ellas.

    Sissela Bok

    Junio de 1989

    PREFACIO

    A LA SEGUNDA EDICIÓN DE 1999

    AL PREPARAR una nueva edición de este libro, he tenido motivos para reflexionar en la advertencia de que cuando somos jóvenes deberíamos tener cuidado al elegir aquellas cosas a las que aspiramos, pues en los años posteriores de nuestra vida podemos hacerlas realidad. La introducción que escribí para este libro en 1978 concluía con la esperanza de que pudiera yo exhortar a otros a retomar el debate sobre aquellas elecciones morales prácticas a las que todos nos enfrentamos y que se relacionan con mentir y decir la verdad. Dos décadas después, en la radio se escuchan constantemente acusaciones de mentiras y polémicas en torno a cada variante de evasivas, estratagemas, mentira descarada y perjurio. En años recientes, por las pantallas de televisión han desfilado funcionarios públicos, banqueros, abogados, líderes sindicales y ejecutivos de empresas a los que se ha atrapado mintiendo sobre cuestiones relacionadas con sobornos, uso de información privilegiada, lavado de dinero y extensas tramas de corrupción. Han proliferado las revelaciones sobre fraude en la investigación científica y en sistemas de salud como Medicare, trampas puestas por agentes secretos y reporteros encubiertos, y engaños en la publicación de libros y en la psicoterapia.

    El debate acerca de los problemas morales relacionados con mentir y decir la verdad llegaron a un punto culminante en 1998, cuando las acusaciones y las reconvenciones en torno a la Casa Blanca en tiempos de Clinton fueron televisadas a todo el mundo con tal lujo de detalle que nos dejaron pasmados. Para muchos televidentes, el discurso del presidente Clinton, pronunciado el 17 de agosto, en el cual admitió haber engañado a su familia, a colegas y al público, encendió lo que los psicólogos llaman un recuerdo fotográfico —una imagen en la mente de las personas que se graba y perdura mucho después de que otras ya se han desvanecido—. Las pantallas divididas mostraban al Presidente admitiendo, en agosto, lo que había negado en su primer discurso inculpatorio, el 26 de enero; en ambas ocasiones dirigiéndose al público con lo que parecía ser absoluta sinceridad. Juntas, las dos declaraciones contradictorias pusieron una cara humana y una voz humana en el centro del debate sobre lo que constituye mentir y cuándo puede estar justificado, si acaso puede estarlo alguna vez.

    Las consecuentes discusiones públicas y el proceso de destitución o impeachment desencadenado contra el Presidente en el Congreso arrojaron cierta luz sobre la mayoría de los temas que aborda este libro. ¿Es la mentira más disculpable en el contexto de una investigación lasciva y humillante de asuntos íntimos? ¿Cuáles son los argumentos en favor y en contra de mentir a los miembros de la familia, mentir para proteger a colegas y clientes, mentir a presuntos mentirosos, y mentir a los enemigos? ¿En qué circunstancias daña esto la confianza con mayor gravedad?

    En una polémica tan candente a la que los observadores se referían como si fuera una guerra, los adversarios recurrieron incesantemente a los medios de comunicación en campañas orquestadas para destruir la credibilidad de sus rivales. Los problemas entrelazados de mentir y decir la verdad y de esconder o revelar secretos acabaron uniéndose como nunca antes en las esferas más elevadas. A su vez, esos problemas fueron explorados, a veces hasta el cansancio, en todas partes, desde el comedor familiar hasta las escuelas, los tribunales, el Congreso y los medios de comunicación de todo el mundo.

    A medida que las controversias se intensificaron, algunos argumentaron que no podía haber ningún tipo de problema moral cuando se trata de mentiras que protegen la vida privada y, en especial, la vida sexual, mucho menos ante la ferocidad de la investigación Starr. Pero cuando se les presionaba, pocos sostenían que los derechos de privacidad automáticamente justificaran no sólo el silencio, sino también la falsedad; mucho menos que los funcionarios que, al tomar posesión de un cargo, han jurado respetar y defender la Constitución sin ninguna reserva mental ni propósito de evasiva se atrevieran a presentar intencionalmente un testimonio engañoso en los tribunales. Ahora bien, aun cuando los estadounidenses en su mayoría consideraron que el Presidente había procedido de manera equivocada en este aspecto, también rechazaron el proceso de destitución por parecerles un remedio muy severo y contaminado políticamente.

    El 12 de abril de 1999, un fallo de la juez federal Susan Webber Wright, en Little Rock, Arkansas, ayudó a producir una medida para cerrar estas controversias. Haciendo referencia al discurso televisado que, en agosto de 1998, Clinton dirigió a la nación, y el testimonio presentado bajo juramento en enero anterior, la juez Wright declaró al presidente Clinton culpable de haber cometido desacato civil al tribunal, por haber dado respuestas falsas y engañosas con el objetivo de obstaculizar el proceso judicial:

    Simplemente no se puede aceptar el uso de engaños y falsedades en un intento por obstaculizar el proceso judicial, por comprensible que haya sido su molestia por la demanda interpuesta por el demandante […]. Es necesario imponer sanciones, no sólo para reparar la mala conducta del Presidente, sino también para disuadir a otros que pudieran considerar ellos mismos emular al Presidente de los Estados Unidos incurriendo en alguna mala conducta que mine la integridad del sistema judicial.¹

    Con mentiras, chanchullos y maniobras ocupando un nivel tan prominente de las noticias en los años recientes, resulta natural preguntarnos si acaso la mentira no se está intensificando en toda la sociedad, y volver la mirada hacia periodos previos en los que la honestidad predominaba más. No obstante, habiendo escrito la primera edición en inglés de este libro en los años que siguieron a la guerra de Vietnam y al caso Watergate, me resisto a admitir, a falta de pruebas claras al respecto, que hoy día hayan quedado superadas las intricadas redes de engaños y secretos de ese periodo. Y soy escéptica en cuanto a los intentos dirigidos a medir las prácticas de mentir que nos rodean, dada la proporción de mentiras que nunca se descubren, las sombrías regiones de las verdades a medias, el autoengaño y la hipocresía, y los motivos de aquellos más liados en mentiras para contrarrestar todos los intentos por explorar sus actitudes. Estimar los niveles actuales de las mentiras es algo muy diferente de, digamos, estimar los promedios de pesos y estaturas.

    En retrospectiva, desde luego, es más sencillo detectar cambios en los niveles de engaño: las sociedades pasan por periodos de mayor o menor corrupción política, evasión fiscal y otras formas de mentiras consideradas aceptables por médicos y otros profesionales, así como por los individuos en su vida privada. Pero, independientemente de cómo se llegue a juzgar nuestra época en este sentido, lo que ya es cierto es que todos nosotros somos el blanco de una gran cantidad de mentiras, muchas más que en el pasado. Haya o no más mentiras per cápita, por decirlo así, de parte de políticos o abogados, el hecho es que estamos al tanto de muchas más mentiras de este tipo. Por mentirosos que puedan haber sido algunos en estas profesiones en etapas previas, el público no podía observarlos realmente en el acto de mentir, como es posible hacerlo ahora. Gracias al alcance global de los medios de comunicación, hoy día las audiencias de todo el orbe tienen acceso instantáneo a noticias acerca de fraudes, corrupción y estafas de muchos rincones del mundo —cuanto más sórdida o espectacular sea la historia, más vale como noticia—.

    Aun cuando muchos en los medios de comunicación dedican una atención desproporcionada a los rumores, los escándalos y las prácticas de engaño, hay otros que son una guía al dar cobertura también a cambios de la sociedad hacia una mayor honestidad y rendición de cuentas. Por ejemplo, en décadas recientes hemos visto un rotundo cambio en prácticas tradicionales de muchas sociedades sobre mentir a los enfermos graves y a los moribundos. El derecho de los pacientes a rechazar la cirugía y medidas que prolonguen su vida cuando no lo desean evidentemente carece de valor a menos que también se les conceda el derecho a tener información adecuada acerca de su condición. Existen movimientos similares que luchan por una mayor apertura sobre la adopción, el nacimiento fuera de matrimonio, las creencias religiosas y la orientación sexual. La idea común de que las mentiras en torno al sexo son más naturales y por lo tanto más justificables que otras está siendo cada vez más cuestionada por las víctimas de abuso sexual, y ante los estragos provocados por el sida y otras enfermedades de transmisión sexual. En las campañas políticas, la aversión pública hacia la propaganda a base de ataques engañosos y las tácticas de calumnia ha contribuido a que en varios estados se haya intentado repetidamente invitar a los candidatos a cargos públicos a firmar acuerdos para no recurrir a insinuaciones o acusaciones falsas. Y las comisiones de la verdad en países como Sudáfrica, El Salvador y Guatemala han trabajado para poner fin a décadas de información reservada y engaños en el ámbito de las prácticas de tortura, las masacres, las desapariciones y otros tipos de abusos.

    Siempre habrá tensiones entre fuerzas que presionen por una mayor honestidad o que defiendan una legitimidad más amplia del engaño. El enfoque sesgado de los medios de comunicación en las prácticas de engaño, sean impugnadas por un bando o defendidas por el otro, seguramente ha contribuido a la creencia de que van en aumento. Pero esa creencia, por extendida que esté, no debería disuadir a quienes luchan por generar un movimiento en la dirección opuesta.

    Mucho menos debe tal creencia influir en la posición que los individuos toman con respecto al papel de la mentira en su propia vida. Se vea o no una expansión de las prácticas de engaño en cualquier sociedad, los perpetuos conflictos morales acerca de decir la verdad y mentir no han cambiado; tampoco ha cambiado el reto que nos plantean, individual y colectivamente. El papel que asignamos a decir la verdad seguirá ocupando siempre un lugar central al considerar qué tipo de persona queremos ser —no sólo qué trato deseamos dar a otras personas, sino también qué trato deseamos darnos a nosotros mismos—.

    Gradualmente aprendemos, desde la infancia, lo que es mentir y que nos mientan. Llegamos a saber cuál es el poder que las mentiras pueden otorgar, y tomamos conciencia de cuánto más fácil es caer en una mentira que deshacer sus efectos. Todos cometemos errores de este tipo; pero elegir ser alguien que en su trato con los demás recurre al engaño es un asunto por completo diferente. El error de cálculo más serio que las personas cometen cuando sopesan las mentiras es evaluar los costos y los beneficios de una mentira específica en un caso aislado, y luego inclinarse por las mentiras si los beneficios parecen ser superiores a los costos. Al hacer esto, se arriesgan a no ver el efecto que esa mentira puede tener sobre su integridad y sobre el respeto por sí mismos, y a no ver el peligro en el cual ponen a otros.

    Para llegar a respuestas personales acerca de la elección moral en tales circunstancias, mucho dependerá de las lecciones aprendidas a partir de los ejemplos de engaño que salen a la luz pública en cualquier momento. ¿Servirán de modelos o de ejemplos aleccionadores?: ¿serán considerados emocionantes y dignos de imitación o emblemáticos del daño que los mentirosos pueden hacerse a sí mismos, a aquellos a quienes les mienten o en nombre de quienes lo hacen, y a la frágil capa de confianza social? Sea como sea, el ejemplo que ponen puede tener una fuerza totalmente propia. La Rochefoucauld sostuvo que nada es tan contagioso como un ejemplo, y nunca hacemos ni grandes bienes ni grandes males que no produzcan otros iguales de parte de los demás.

    Para cualquiera que pregunte qué se puede aprender de los ejemplos contemporáneos de mentiras, la atención y la claridad de los debates públicos en las cuestiones éticas que plantea el engaño o decir la verdad tendrán una importancia crucial. Desde este punto de vista, no tengo motivo para lamentar la esperanza que expresé en la primera edición de este libro de que hubiera más debates, pues aunque haya una plétora de rumores y acusaciones de casos de mentiras y mucha retórica chapucera, han surgido nuevos recursos y escenarios para la deliberación seria desde que empecé a escribir sobre este tema.

    Hace dos décadas, aunque pude recurrir a muchos siglos de estudios dedicados a la ética de mentir y decir la verdad realizados por filósofos, teólogos y otros, me pareció que estos asuntos muy rara vez eran abordados por pensadores contemporáneos. Si tuviera que escribir este libro hoy, podría tomar en cuenta una gran cantidad de análisis recientes, a menudo muy meticulosos.² Los cursos de teoría moral han vuelto a abordar estos temas, como ocurría en siglos anteriores, usando textos y materiales de casos de alta calidad. Hoy día, los programas de enseñanza en los diferentes ámbitos de la ética práctica o aplicada, la mayoría de los cuales no existían cuando empecé a escribir, exploran prácticas de engaño en todas las profesiones y condiciones sociales. Los economistas y los politólogos han examinado los costos institucionales de las prácticas de engaño y traición. Los psicólogos han estudiado las variantes del engaño y la dificultad de decir si la gente está mintiendo o no por su voz o sus expresiones faciales. Y los avances en neurología han contribuido a que se entienda cada vez mejor el papel del autoengaño, la distorsión y las fallas de la memoria.

    Estoy agradecida por haber podido tomar en cuenta esta discusión contemporánea ampliada, a menudo profundizada, sobre decir la verdad y engañar en mis propios escritos de las décadas pasadas.³ Mis conclusiones siguen siendo las expresadas en las últimas oraciones de esta obra: La confianza y la integridad son recursos preciosos que fácilmente se dilapidan y son difíciles de recuperar. Sólo pueden prosperar sobre un cimiento de veracidad.

    Si estuviese escribiendo el libro hoy, de todos modos desearía retomar varios temas que ayudan a arrojar luz sobre la motivación humana cuando se trata de mentir, así como sobre argumentos y definiciones conocidos.⁴ El primero de estos temas es el de la confabulación [confabulation] —un término psiquiátrico que se ha vuelto de uso común apenas tan recientemente que todavía no ha sido registrado como tal en algunos de los diccionarios más importantes en la materia—. El término una vez tuvo el significado de un grupo de gente que se reúne para hablar o charlar, pero actualmente se usa para referirse a las historias contadas por personas con daño cerebral que sufren de la enfermedad de Alzheimer y de otros diversos trastornos psiquiátricos y neurológicos. Estas personas pueden relatar historias falsas acerca de su vida con gran aplomo y con la plena confianza de que están en lo correcto. Por consiguiente, no se puede pensar que se han propuesto mentir o que están recurriendo a alguna forma de engaño; al mismo tiempo, como sus afirmaciones se apartan con tanta claridad de la verdad, es igualmente difícil hablar de veracidad al caracterizar sus relatos. Tales casos muestran que las dimensiones morales de las elecciones concernientes a decir la verdad y engañar no se agotan haciendo referencia a las intenciones de aquellos que afirman algo. Existe una amplia categoría de enunciados cuya intención no es engañar, pero en los cuales la comunicación veraz está lejos de ser alcanzada. Al considerar esta categoría, es importante tomar en cuenta todo aquello que puede contribuir a que se distorsione la comunicación, muy aparte de la intención de engañar. Cuando una persona transmite información falsa creyendo que es verdadera, puede estar cansada, equivocada, mal informada, con dificultad para expresarse, ebria o engañada por otros; pero en la medida en que no pretenda engañar a nadie, no está actuando de una manera que sea de algún modo engañosa. Sus afirmaciones pueden ser falsas, pero no ha pronunciado falsedades a sabiendas. Si la información se transmite a través de intermediarios, como en el chismorreo o por los medios de comunicación, es probable que se produzca mayor distorsión por tales causas. De manera similar, en el extremo receptor de tal información pueden operar factores similares y otros como la sordera, de modo que la gente termine engañada sin que sea la culpa de la persona que originó el mensaje o de aquellos que lo transmitieron.

    Un segundo concepto es el de mentira patológica o compulsiva. La mentira patológica es a todos los demás tipos de mentira lo que la cleptomanía es a robar. La forma más extrema de mentira patológica ha sido llamada pseudologia fantastica: en ella, el pseudólogo (el mentiroso) cuenta historias enrevesadas sobre circunstancias de la vida, tanto presentes como pasadas.⁵ Cualquier consideración de elección moral con respecto a mentir o no mentir tiene que tomar en cuenta casos que involucren esas compulsiones y la manera en que pueden dominar la vida de la persona. Con este propósito, deseo extender ahora mi primera discusión de cómo una mentira a menudo conduce a más mentiras y de la idea de que la primera mentira debe entretejerse con otra para evitar que haga agua (p. 25).

    Un tercer concepto, el gusto de engañar, arroja la luz necesaria sobre un repertorio de motivos placenteros para el engaño. Evoca el entusiasmo, el atractivo y el reto que mentir puede suponer. Para el psicólogo Paul Ekman, el término remite a cualquiera o a todos los sentimientos positivos que la mentira puede generar, y que abarcan desde el placer por engañar a un amigo crédulo hasta asumir lo que para las personas ajenas a la situación parecen los riesgos inexplicablemente imprudentes de ser descubiertos:

    El mentiroso puede sentir un gran entusiasmo, cuando anticipa el reto de mentir o durante el momento mismo de la mentira, cuando el éxito todavía no está asegurado. Después, puede venir el placer que llega con el alivio, el orgullo por el logro, o los sentimientos de petulante desdén para con la persona objeto de la burla.

    Un cuarto concepto ayuda a contrarrestar el razonamiento simplista acerca de decir la verdad y mentir: es el de soltar la verdad a bocajarro. Acuñado por el psiquiatra Will Gaylin, este término expresa el daño que decir la verdad cruda, innecesaria o sin pensarlo puede causar.⁷ Los padres que bombardean a sus hijos con críticas, las esposas que con una actitud muy negativa subrayan los peores rasgos del otro, los profesionales de la salud indiferentes que sacuden a un paciente no preparado con noticias muy desalentadoras —todos estos casos pueden ser ejemplos de decir la verdad aun cuando vulneren las normas fundamentales del respeto y la consideración—. Los defensores de una mayor tolerancia para la mentira a veces se preguntan cómo sería el mundo si nos limitáramos a decir la verdad incesantemente. ¿Seguramente, preguntan, la mentira sensata tiene que ser vista como algo preferible? Plantear la pregunta es entonces asumir que, en este mundo, operamos sólo con dos alternativas: mentir o decir la verdad una y otra vez sin ningún tipo de restricciones. No obstante, hay algo particularmente marchito y forzado en tal suposición. No deja espacio para aplicar el criterio, para la capacidad de discernir lo que es y lo que no es impertinente y perjudicial mientras se navega en y entre los mundos de la experiencia personal y compartida.⁸ Aprender a tratar respetuosamente a los niños y a los adultos consiste, en parte, en tomar conciencia de todas las formas en que se puede hacer esto honestamente y sin soltar la verdad a bocajarro.

    Al proceder de esta forma, sin embargo, surge inevitablemente la cuestión de cómo definimos las mentiras; y éste es otro tema que ahora me parece que requiere más análisis del que ofrecí hace dos décadas.⁹ A menudo las personas parecen hablar sin prestar demasiada atención acerca de si alguien ha mentido o no en un caso específico. Una razón es que pueden estar operando con definiciones bastante diferentes, a menudo tácitas, y por lo tanto no sujetas a comparación y examen crítico. Yo había definido una mentira como "cualquier mensaje intencionalmente engañoso que se enuncia, viéndola como parte de la categoría más extensa de engaño que incluye todo lo que hacemos o no hacemos, decimos o no decimos, con la intención de confundir a otros (p. 13). Había comparado la definición que usé con otras, más amplias, con otras más reducidas; y argumenté que no hay nada incorrecto en ninguna de ellas, siempre y cuando conservemos la prerrogativa de evaluar moralmente los enunciados intencionalmente engañosos, sin importar si caen dentro de la categoría de mentir o fuera de ella" (p. 15). Pero sólo había mencionado en una nota a pie de página lo que resulta ser una definición común —tan amplia como para que todas las formas de engaño se consideren mentiras, independientemente de que involucren o no afirmaciones de algún tipo—. Como resultado, varias veces me sobresalté al toparme con afirmaciones en los medios de comunicación de que la persona común y corriente miente diez, veinte, cien veces al día. ¿Cómo era esto posible, me pregunté, considerando que mucha gente dice poco o nada en el curso de una jornada, mucho menos con la intención de engañar a alguien más? Sólo al verificar lo que los autores consideraban que constituía una mentira en tales explicaciones, me di cuenta de que incluían mucho más que afirmaciones; a saber, cualquier gesto engañoso o expresión facial o incluso el silencio.

    En su relato Was It Heaven? Or Hell? [¿Era el cielo o el infierno?], Mark Twain sube la apuesta inicial. En la historia hay un doctor que, usando una definición así de amplia, se jacta no de decir diez ni cien, sino un millón de mentiras al día. El doctor castiga a dos hermanas para quienes decir la verdad es una regla inquebrantable que no admite excepción, y quienes ven la mentira como el peor de los pecados. Él las ha sorprendido en el acto de lo que ahora podríamos llamar soltar la verdad a bocajarro, pues han insistido en llevar al lecho donde su sobrina se encuentra postrada, muy grave, a su joven hija para forzarla a confesar que ha hecho realmente lo impensable: ha dicho una mentira. Para el doctor, coaccionar a la jovencita así, en nombre de la verdad, no sólo era algo cruel, sino una absoluta necedad aun con respecto a lo que es propiamente decir la verdad:

    ¡Dijo una mentira! ¿De verdad? ¡Dios me perdone! ¡Yo digo un millón de mentiras al día! Y lo mismo hacen todos los médicos. Y lo mismo hacen todos los demás —incluidas ustedes— si a ésas vamos… ¿Por qué se engañan ustedes con esa tonta idea de que ninguna mentira es una mentira excepto cuando se dice? ¿Cuál es la diferencia entre mentir con los ojos y mentir con la boca? No hay ninguna diferencia.¹⁰

    Seguramente el doctor tenía razón al reprender a las hermanas por mortificar a su sobrina de una manera tan despiadada, pues el silencio habría bastado si lo que deseaban era no hacerle daño. El problema con aceptar el criterio amplio del doctor en cuanto a lo que se considera una mentira es que nubla importantes distinciones morales. Le hablen o no le hablen las hermanas a su sobrina, estarían mintiendo, según la definición del médico. Todo político que saluda alegremente a las multitudes cuando lo que desea es estar en casa sería, de igual modo, un mentiroso miles y miles de veces. Lo mismo valdría para nosotros cada vez que sonreímos al prójimo aun en días de preocupación y abatimiento. Y la conclusión expresada por el doctor de Twain está cerca de acallar cualquier duda sobre mentir: como todos mentimos todo el tiempo, la cuestión moral importante no es si mentimos o no, sino si pensamos que nuestras mentiras tiene buenos propósitos o no: ¿No tienen el suficiente criterio para distinguir una mentira de otra? ¿Conocen la diferencia entre una mentira que ayuda y una mentira que hiere?¹¹

    Otro tipo de definición que no había yo considerado con suficiente atención cae en el extremo opuesto del espectro. Esa definición sostiene que, para que exista una mentira, la persona no debe sólo estar haciendo una afirmación cuyo objetivo sea engañar a quienes la escuchan, sino también debe creer que la afirmación es de suyo falsa. El problema para aquellos que se basan en una definición tan estrecha es que ésta puede conducirlos a soslayar todas las dudas morales acerca de engañar a otros en la medida en que puedan pretender no haber hecho ninguna afirmación que además de ser engañosa sea realmente falsa. De esta manera se pueden sentir libres de engañar a otros a voluntad, considerándose todo el tiempo escrupulosamente veraces.

    Como ejemplo de alguien que actuó tomando como base tales afirmaciones, considérese el caso de Razumov, el estudiante de filosofía en la Rusia zarista, cuyo descubrimiento gradual de la naturaleza del engaño y la traición transmite Joseph Conrad en Under Western Eyes [Bajo la mirada de Occidente]. Razumov había decidido conducir su vida tomando como base principios sensatos, uno de los cuales era el de decir la verdad. Se enorgullece de nunca haber dicho una mentira explícita; sin embargo, engañó y traicionó a todos aquellos con quienes tuvo contacto, incluida la mujer a quien amaba. Hacia el final de la novela, reflexionando sobre su responsabilidad por entregar a un compañero de estudios a la policía secreta y a la tortura, concluye que en el proceso de traicionar a otros, fue a mí, después de todo, a quien he traicionado de la manera más abyecta.¹²

    La estrecha definición de mentir de Razumov no es de ninguna manera desconocida, no más que la definición amplia usada por Twain. The American Heritage Dictionary se vale de ambas para delimitar las fronteras externas del terreno de la mentira, y se traduciría más o menos así: 1. Declaración o información falsa que deliberadamente se presenta como verdadera; falsedad. 2. Algo cuyo objetivo es engañar o dar una falsa impresión. Entre ambas caracterizaciones radica todo el ámbito de lo que es el engaño.

    Sigo dando por hecho que la gente debe ser libre de usar cualquier definición de mentira que quiera, siempre y cuando aclare cuál tiene en mente y siempre y cuando no la use para evitar ver las dimensiones morales de lo que dice y hace. Pero ahora me gustaría prestar mayor atención a las diversas formas de sesgo y deseos de no ver en estos aspectos y las formas en las cuales ayudan a que el engaño y el autoengaño interactúen y se refuercen.

    No se me ocurre mejor guía para tal empresa que la desaparecida Iris Murdoch, en especial cuando leemos sus novelas junto con sus obras de filosofía. Si pudiera añadir una sola voz a las de aquellos cuyas palabras cité en la primera edición de este libro, sería la suya.

    [Buena parte de la vida] se nos va en buscar la verdad, imaginar, cuestionar. Relacionamos los hechos a través de la verdad y la veracidad, y llegamos a reconocer y a descubrir que hay diferentes modos y niveles de captación y entendimiento.

    Una descripción de la reflexión moral y el cambio moral (degeneración, mejoramiento) es lo más importante de todo sistema ético. Los poetas, los dramaturgos y los novelistas llevan a cabo de un modo más revelador (aunque, desde luego, de una manera menos sistemática) la explicación de nuestra flexibilidad en cuestiones como ver lo peor como lo mejor.

    Un gran artista ve sus objetos (y esto es cierto sean tristes, absurdos, repulsivos o incluso maléficos) bajo una luz de justicia y piedad. La dirección de la atención es, contrario a la naturaleza, exterior, alejada del yo que todo lo reduce a una falsa unidad, hacia la gran y sorprendente diversidad del mundo, y la capacidad para dirigir la atención de esta manera es amor.¹³

    ¹ Juez Federal de Distrito Susan Webber Wright, Excerpts from the Judge’s Ruling, The New York Times, 13 de abril de 1999, p. A20.

    ² Véanse, entre los trabajos recientes, J.A. Barnes A Part of Lies: Toward a Sociology of Lying; Stephen L. Carter, Integrity; Marcel Detienne, The Masters of Truth in Ancient Greece; Paul Ekman, Telling Lies: Clues to Deceit in the Marketplace, Politics, and Marriage; Charles V. Ford, Lies! Lies!! Lies!!!: The Psychology of Deceit; Diego Gambetta (comp.), Trust: Making and Breaking Cooperative Relations; Daniel Goleman, Vital Lies, Simple Truths: The Psychology of Self-Deception; Christine M. Korsgaard, Creating the Kingdom of Ends, caps. 5, 12; Michael Lewis y Carolyn Saarni (comps.), Lying and Deception in Everyday Life; Mike W. Martin, Self-Deception and Morality; Brian P. McLaughlin y Amélie Oksenberg Rorty (comps.), Perspectives on Self-Deception; Iris Murdoch, Metaphysics as a Guide to Morals; Onora O’Neill, Constructions of Reason: Explorations of Kant’s Practical Philosophy, cap. II; M. Scott Peck, People of the Lie: The Hope for Healing Human Evil; Daniel Schacter, Searching for Memory: The Brain, the Mind and the Past; Perez Zagorin, Ways of Lying: Dissimulation, Persecution, and Conformity.

    ³ Secrets: On the Ethics of Concealment and Revelation, 1983; A Strategy for Peace: Human Values and the Threat of War, 1989; Common Values, 1996; Kant on the Maxim `Do What Is Right Though the World Should Perish?’, 1988; Can Lawyers Be Trusted?; Deceit, 1992; Impaired Physicians: What Should Patients Know?, 1993; Shading the Truth in Seeking Informed Consent for Research Purposes, 1995; Truthfulness, 1998.

    ⁴ En lugar de intentar incorporar este material en la presente edición, me he limitado a hacer cambios menores en el texto, añadiendo una cuantas fechas o cambiando el tiempo de los verbos cuando me pareció necesario para evitar confusiones, y eliminando errores que otros me han hecho notar.

    ⁵ Ford, Lies!, pp. 31, 133-137.

    ⁶ Ekman, Telling Lies, p. 76.

    ⁷ Willard Gaylin, comunicación personal.

    ⁸ Para una discusión del criterio y el juicio moral, véase Secrets, pp. 40-44.

    ⁹ Para un análisis cuidadoso de definición de mentira y engaño, véase Roderick M. Chisholm y Thomas D. Feehan, The Intent to Deceive.

    ¹⁰ Mark Twain, Was It Heaven? Or Hell?, p. 479.

    ¹¹ Ibid.

    ¹² J. Conrad, Under Western Eyes, p. 298.

    ¹³ Iris Murdoch, Metaphysics as a Guide to Morals, p. 26; The Fire and the Sun, p. 81. The Sovereignity of Good, p. 66.

    INTRODUCCIÓN

    Cuando se ha roto el respeto por la verdad o incluso cuando éste se ha visto ligeramente vulnerado, todas las cosas se vuelven dudosas.

    —San Agustín, Sobre la mentira

    ¿Acaso duda alguien de que si se sacaran de la mente humana las opiniones vanas, las esperanzas halagüeñas, las valoraciones falsas, las más caras fantasías, y similares, no dejaría esto las mentes de varios hombres como cosas muy empequeñecidas, llenas de melancolía e indisposición y desagradables para ellos mismos?

    —Francis Bacon, De la verdad

    Después de una prolongada indagación en mi interior, hice salir la duplicidad fundamental del ser humano. Luego me di cuenta de que la modestia me ayudaba a brillar, la humildad a conquistar y la virtud a oprimir.

    —Albert Camus, La caída

    ¿Deben los médicos mentir a los pacientes moribundos para postergar el miedo y la ansiedad que la verdad pudiera provocarles? ¿Deben los profesores exagerar la excelencia de sus alumnos en sus cartas de recomendación a fin de brindarles una mejor oportunidad en un mercado de trabajo competido? ¿Deben los padres esconderles a sus hijos el hecho de que son adoptados? ¿Deben los científicos del área social enviar a investigadores disfrazados de pacientes con los médicos para enterarse de los prejuicios raciales y sexuales que se manifiestan en el diagnóstico y el tratamiento? ¿Deben los abogados que trabajan para el gobierno mentir a los miembros del Congreso que, en otras circunstancias, podrían oponerse a un proyecto de ley de asistencia social muy necesario? ¿Deben los periodistas mentir a aquellos de quienes buscan obtener información para poner al descubierto la corrupción?

    Intuimos que hay diferencias al elegir entre los casos anteriores; pero suele ser difícil decidir si hay que mentir, hablar con evasivas, quedarse callados o decir la verdad en cualquier situación dada. Es una decisión difícil porque la duplicidad puede adoptar múltiples formas, estar presente en grados muy diferentes, y tener propósitos y resultados notablemente distintos. Es difícil también porque sabemos cómo las cuestiones relacionadas con la verdad y la mentira inevitablemente invaden todo lo que se dice o se deja sin decir en nuestras familias, nuestras comunidades, nuestras relaciones laborales. Trazar las líneas divisorias parece extremadamente difícil; y definir una política

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