Los dragones de hierro
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Los dragones de hierro - Joan Antoni Martín Piñol
Los dragones de hierro
Copyright © 2010, 2023 Martín Piñol and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728426005
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Para mi amigo Jaume Esquius, que la quería leer
Para William Goldman, por La princesa prometida
Y, sobre todo, para Natalia, la princesa de mi universo
Ésta es la historia de amor más extraña que leeréis jamás.
Pero no una de esas historias de amor que hacen que las niñas pijas suspiren esperando encontrar un príncipe azul y que los niños crueles vomiten de asco hasta quedarse deshidratados.
Ésta es una historia de princesas con carácter, de viajeros siderales, de héroes sin reposo, de dragones vencidos que vuelven a brillar, de invasiones planetarias, de misterios más allá de la magia, de aventuras sin salida y de besos antes de morir.
Ésta es una historia del tiempo en que la Sombra quiso eclipsar a las estrellas.
Ésta es una historia que merece la pena ser contada.
O sea que dejémonos de tráilers y empecemos por el principio.
1
Como cada noche desde hacía tres años, Kristy salió con la mirada triste al balcón de la torre del castillo.
A sus pies, amontonados como cereales en un bol, a pocos metros del puente levadizo, centenares de caballeros esperaban a que saliera el sol y se abrieran las puertas.
Porque cada mañana, desde hacía tres años, Kristy y su padre, el rey Rokus, recibían a todos los caballeros que lo pedían. La idea era encontrar entre ellos al valiente que se casaría con Kristy.
Pero los días pasaban y pasaban.
Y pasaban.
Y seguían pasando.
Y cada mañana, príncipes, guerreros y mercenarios venidos de todos los países esperaban que Kristy decidiera casarse con ellos.
Algunos habían vendido sus tierras y sus castillos para poder afrontar los gastos del viaje.
Otros habían caminado durante meses por desiertos y tierras congeladas.
Y los menos afortunados incluso se habían tenido que enfrentar a las peligrosas bestias que se escondían por los caminos.
Pero hasta el pretendiente con menos posibilidades lo habría dejado todo para ir a ver a Kristy.
Quizá no era la princesa más alta ni más delgada ni más blanca del mundo. De hecho, no era ni rubia, como acostumbran a ser todas las princesas de cuento. Pero desde que el mundo es mundo, nadie, ni los viejos más viejos ni los sabios más sabios ni los viajeros más viajados, recordaba haber visto unos ojos como los de Kristy.
Porque cuando Kristy te miraba, sus verdes ojos congelaban el tiempo. Y en ese momento sentías que en la Tierra sólo existíais tú, ella y esos dos fuegos.
Y como cada noche, después de comprobar que todos los pretendientes esperaban a los pies del castillo llenos de ilusiones (y de ronquidos, claro, que también tenían que dormir, los pobres), los verdes ojos de Kristy se pusieron a llorar.
Porque ella no quería casarse.
Bueno, a ver si me explico: en el fondo sí que quería casarse.
Pero con alguien a quien amara de verdad.
No con un desconocido cualquiera, por muy apuesto y valiente que pareciera.
Kristy miró a la luna y, quizá por nervios, le pareció que a miles de pasos en el cielo, ella le guiñaba un ojo.
Como cada noche, la princesa se puso a cantar a la luna. Y todos los caballeros, que estaban dormidos despertaron de golpe, frotándose los ojos y las orejas, porque nunca en su vida habían escuchado nada semejante.
Ni las sirenas del Mar Olvidado, ni las ninfas del Río Sin Retorno, ni siquiera el Coro de Hadas Nevadas de la Estepa llegarían nunca a cantar igual de bien.
Los expertos en música, que aún no existían cuando ocurrió esta historia, habrían dicho que Kristy tenía una voz encantadoramente triste. Que oírla cantar era como presenciar un combate de boxeo entre vasos de cristal: algo delicioso y a la vez lleno de angustia.
Era un lamento triste por no saber qué hacer con su futuro, por sentirse como un simple peón en un tablero de ajedrez donde ella casi ni podía decidir sus movimientos.
Pero aun así, cuando las notas salían de su garganta, asombraban al universo.
Cuando calló, agotada y desahogada, como cada noche, la princesa miró la luna, cerca de donde imaginaba que estaría su madre, y le pidió un deseo.
—Envíame a alguien a quien pueda amar de verdad.
Y por primera vez en tres años, una chispa de fuego arañó la noche y desapareció entre los árboles del Bosque Sin Sombra.
Si a la mañana siguiente ella hubiera tenido que levantarse con la salida del sol para cultivar los campos hasta que las manos se le quedaran heridas y deformes como el culo de un troll con diarrea, seguramente Kristy se habría olvidado de la chispa de fuego y se habría ido a dormir.
Pero como era una princesa, lo único que incluía su agenda de cada día era mirar a los pretendientes con cara de aburrimiento y suspirar esperando encontrar el amor de su vida.
Así que en vez de encerrarse en su habitación real y sentirse sola e incomprendida como un hámster en una cloaca llena de ratas rabiosas, Kristy se tapó con una capa apestosa que guardaba para caminar entre sus súbditos sin que la reconocieran, sacó su caballo del establo y salió a escondidas hacia el Bosque Sin Sombra.
2
Cuando Kristy llegó al Bosque Sin Sombra, detuvo en seco a su caballo delante de un cartel que tenía clavado un gato muerto. Con la sangre del gato y una caligrafía nada elegante, alguien había escrito: «No pasar. Peligro de muerte y de sufrimiento infinito».
En esos momentos, a Kristy le vino a la cabeza el consejo que siempre le daba su tutora de protocolo: «Nunca aceptes pasteles envenenados de desconocidos ni entres en bosques tenebrosos».
Kristy dudó. El caballo no, porque no sabía leer. Aunque si hubiera conocido mínimamente el alfabeto, habría tirado al suelo a la princesa y habría huido a otro país cortándose la crin y haciéndose pasar por una vaca fea y algo mutante.
Pero quien leía y decidía era Kristy, que miró primero el poco hospitalario cartel y después su castillo, iluminado en la lejanía. Allí la esperaban todas las formas imaginables de aburrimiento, que para ella eran mucho peor que la muerte y el sufrimiento infinito.
Así que Kristy y su caballo se adentraron en el Bosque Sin Sombra sin saber si alguna vez saldrían de allí.
3
Príncipe Gulman —dijo el rey Rokus a un joven con aspecto de ser la encarnación de todas las virtudes imaginables—, ¿no puedes esperar hasta mañana y hacer cola como los demás pretendientes? Te he recibido en privado porque aprecio a tu padre y te aprecio a ti. Eres joven, eres apuesto, eres valiente, eres inteligente, eres ambicioso, eres mi preferido de entre todos los pretendientes, y por encima de todo, amas a mi hija. Todo irá bien. Pero un buen rey debe guardar las formas y no dudo de que tú serás un gran rey. Sé prudente y vuelve con el sol al salón de audiencias, igual que los otros.
—¡Pero Kristy no quiere casarse conmigo! —gruñó, herido en su orgullo, el príncipe Gulman—. Cada vez que se lo pregunto, me dice que soy cruel y que por nada del mundo querría pasar su existencia conmigo.
—Sí, eso es un pequeño problema. Para vuestro amor y… para unir los dos reinos más importantes que hay en todo el territorio conocido.
Gulman tuvo que contener