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Grunewald en Oriente: La Jerusalén germanojudía
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Libro electrónico210 páginas2 horas

Grunewald en Oriente: La Jerusalén germanojudía

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A partir de 1933, el barrio de Rehavia, en Jerusalén, establecido como ciudad jardín a principios de la década de 1920, se convirtió en el epicentro de la comunidad judeoalemana de Israel. Allí llegaron entre otros los escritores Else Lasker-Schüler, Gershom Scholem y Martin Buber huyendo de la persecución nazi y, junto a muchos de sus compatriotas, crearon un auténtico microcosmos germanojudío en la capital del país. Aunque el barrio, que contaba con una ubicación idílica, pronto se convirtió en el punto de mira de una ciudad largamente dividida, también representó un importante lugar de encuentro que promovió el espíritu de fraternidad y concordia entre diferentes pueblos. Thomas Sparr nos brinda un brillante y vívido fresco de la singular comunidad de apátridas que encontraron refugio en Jerusalén cuando más lo necesitaban, así como de las tensiones sociales y políticas a las que debieron enfrentarse en su búsqueda de un nuevo hogar.

«La clarividente prosa de Sparr devuelve la vida a una singularísima comunidad de intelectuales cuya historia merece ser leída una y otra vez».
Evelyn Adunka, «Illustrierte Neue Welt»
IdiomaEspañol
EditorialAcantilado
Fecha de lanzamiento25 ene 2023
ISBN9788419036315
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    Grunewald en Oriente - Thomas Sparr

    THOMAS SPARR

    GRUNEWALD

    EN ORIENTE

    LA JERUSALÉN

    GERMANOJUDÍA

    TRADUCCIÓN DEL ALEMÁN

    DE CARLOS FORTEA

    ACAN

    ACANTILADO

    BARCELONA 2023

    CONTENIDO

    Prefacio

    Noche en Jerusalén

    Rehavia como forma de vida espiritual

    Curricula en un barrio

    Rehavia revisited

    Agradecimientos

    Sobre la grafía

    Bibliografía

    Procedencia de las ilustraciones

    1. PLANO DE REHAVIA EN UN DIRECTORIO DE 1936

    1. Calle King George; 2. Calle Gaza; 3. Calle Keren-ha-Kayemet; 4. Calle Alharisi; 5. Calle Don Yizchak Abarbanel; 6. Calle Rambán; 7. Calle Shlomo ibn Gabirol; 8. Avenida Yehuda ha-Levi; 9. Calle Menachem Ussishkin; 10. Calle Abraham ibn Ezra; 11. Calle Aharon; 12. Calle Ibn Shaprut; 13. Calle Sa’adia Gaon; 14. Avenida Ben Maimón; 15. Calle Rashba; 16. Calle Alfasi; 17. Calle Radak; 18. Calle Binyamin Mitudela; 19. Calle Haim Arlozoroff.

    a. Instituto Hebreo; b. Sede del Fondo Nacional Judío y otras instituciones judías; c. Pista de tenis; d. y e. Viviendas para obreros y empleados.

    PREFACIO

    Cuando llegué a Jerusalén, en otoño de 1986, para vivir y trabajar en la ciudad, me encontré con un mundo nuevo, hasta entonces por entero desconocido para mí, que no obstante me resultaba extrañamente familiar, y en el que me sumergí enseguida. Como transportado por una máquina del tiempo, reconocí en el mundo de los yekkes, los judíos venidos de Alemania con traje y corbata, las damas con sus vestidos y trajes de chaqueta, las Weimar, Fráncfort, Berlín, Múnich o Königsberg de las décadas de 1920 y 1930, la presencia desplazada en el tiempo de un pasado que yo tan sólo conocía de oídas, por libros, por congresos.

    Hace treinta años, ese pasado ya había quedado atrás; ahora está todavía más lejos. Casi ninguno de los yekkes que llegaron al Estado de Israel desde la República de Weimar o la Alemania nacionalsocialista sigue con vida. Pero esa distancia permite, paradójicamente, la descripción, como si lo ya desaparecido se pudiera aprehender y comprender mejor que lo que aún está desapareciendo.

    El mundo que quiero describir en este libro se congregaba en un barrio de Jerusalén: Rehavia, la Llanura de Dios. En un espacio comparativamente angosto, se concentra un largo período, que va desde la década y media de la República de Weimar y el período comprendido entre 1933 y 1945 hasta la postguerra. El espacio en el que se desarrolla esta historia se extiende a un puñado de calles, plazas, algunas tiendas y cafés, a viviendas apenas amuebladas con pianos de cola, atriles, algunas fotos y, sobre todo, paredes cubiertas de libros. Décadas después estas últimas fueron retiradas, y en los arcenes quedaron, hechos trizas, viejos volúmenes de clásicos, de Goethe y Schiller, Kleist, Conrad Ferdinand Meyer, de Gottfried Keller, junto a Des Teufels General [‘El general del diablo’] de Zuckmayer, ejemplares de la revista Neue Rundschau, una primera edición del Tonio Kröger de Thomas Mann, obras de Martin Buber o Billar a las nueve y media de Heinrich Böll y El gato y el ratón de Günter Grass. Algunos restos de bibliotecas reunidas y seleccionadas durante largos años fueron a parar a la basura. En la gran mayoría de los casos, los nombres y los títulos de los libros decían a los nietos, sobrinos y sobrinas israelitas—la segunda generación aún entendía al menos algo de alemán—tan poco como el viejo mobiliario, los pesados arcones, mesas y sillas. En aquella ocasión, me llevé algún que otro ejemplar de los libros tirados en la calle.

    Rehavia fue la Jerusalén «alemana», la Jerusalén germanojudía. Se convirtió en la capital de los yekkes, que llegaron al país por muy distintas vías: huyendo, emigrando, de visita, internados temporalmente por la potencia colonial británica, por autoafirmación sionista o escapando del antisemitismo, de la persecución nacionalsocialista, que dejaron atrás traumatizados, lo que significa tanto como decir «llevándola consigo». También eso lo demuestran los testimonios que figuran a continuación.

    Muchos de los yekkes emigrados procedían de Berlín o habían pasado allí una parte importante de su vida. Rehavia asumió en su «Llanura de Dios» algo del esquema interior de la gran ciudad. Tanto sus habitantes como sus visitantes llamaban a Rehavia el «Grunewald de Oriente» por el distinguido barrio de la zona oeste de Berlín que revivía a su manera al oeste de Jerusalén.

    La geografía interior de estos pocos kilómetros cuadrados nos ha llegado a través de libros, cartas, cuadros, fotografías, en el Das Hebräerland [‘Viaje al país de los hebreos’] de Else Lasker-Schüler, en la autobiografía Von Berlin nach Jerusalem [‘De Berlín a Jerusalén’] de Gershom Scholem, en los poemas de Mascha Kaléko, en las muchas cartas que envió desde Jerusalén, en los escritos de Werner Kraft y otros.

    Todo empieza con la reunión más bien casual de los protagonistas de este libro en un café de nuestro barrio. Seis personas se encuentran una tarde en Jerusalén a principios de la década de 1960. Que se encontraran es un mero deseo… y al mismo tiempo algo más. Porque, de hecho, sus caminos se habían cruzado en Rehavia. En los capítulos siguientes mostraremos esos caminos y encrucijadas, los lugares, la eclosión en Berlín—la ciudad seguía siendo un polo magnético—de cada uno de ellos y, sobre todo, los puntos de intersección de las vidas de Else Lasker-Schüler, Gershom Scholem, Werner Kraft, Mascha Kaléko, Anna Maria Jokl y otros, que muestran, cada uno por sí mismo, un aspecto distinto del barrio.

    Rehavia se convirtió desde finales de la década de 1920 en una forma de vida espiritual. Algo de esto, alguna afinidad electiva, se podía encontrar también en Tel Aviv, en el monte Carmelo de Haifa o en otros lugares del Estado de Israel, pero no con esa densidad especial y con el sello de un solo barrio.

    Formaba parte de Rehavia la Universidad Hebrea, situada en el monte Scopus, un tanto apartado, y más tarde en el vecino Givat Ram; muchos estudiantes tenían alquilado un cuarto allí. De ese barrio de Jerusalén de cuño marcadamente berlinés también formaban parte el pequeño comercio minorista, la ferretería, la sombrerería, la tienda de electricidad de Meisler, tiendas de moda, quioscos de prensa, librerías, un cine, el café Atara o el café Sichel o Rehavia, la pensión de Käthe Dan, así como la lectura diaria del Blumenthals Neueste Nachrichten, que más tarde se convertiría en Jedioth Chadaschoth (con el nombre en caracteres latinos en la primera página), luego el Israel Nachrichten, Chadaschoth Israel (ahora también en hebreo) y el MB, que más tarde sería el medio de comunicación, también en alemán, de los emigrantes de Alemania y que se publicaba en Tel Aviv.

    Rehavia había surgido en el tablero de dibujo de un arquitecto venido de Alemania, Richard Kauffmann, que había emigrado en 1920 para desarrollar los planes de la Hachscharat ha-Jischuw, la Israel (antes Palestina) Land Development Company, que urbanizaba zonas residenciales y asentamientos para el movimiento sionista.

    La historia de un barrio se puede escribir desde un punto de vista geográfico, arquitectónico, urbanístico o cronológico, aunque lo decisivo son las biografías de sus habitantes, que han marcado la historia del lugar durante décadas, como la propia Rehavia determinó sus vidas. En las distintas biografías hay—como no podría ser de otra manera—solapamientos, simultaneidades y desfases, pero sobre todo una red local de coordenadas que las vincula.

    Rehavia es, por su disposición, un barrio ordenado simétricamente, con calles en cuadrícula que sin embargo no se pueden delimitar con exactitud con una regla, sino que parecen dibujadas por la mano insegura de un niño. «No había límites claramente trazados entre Talbiya, un barrio mixto, Rehavia, que era judío por completo, y Katamon, predominantemente árabe», escribe Walter Laqueur en su retrato de la ciudad.

    De ese modo, cabe imaginar varias denominaciones para caracterizarlo, y sin embargo todas se aproximan de manera asintótica al barrio y su historia. Tomado al pie de la letra, Rehavia induciría a la confusión. Los ingenieros de tráfico redujeron la amplitud pensada por los urbanistas. La delicada caracterización que se expresa con «Grunewald en Oriente» hace pensar en una ciudad jardín; la hermosa descripción que David Kroyanker hace de Rehavia como «isla prusiana en el mar de Oriente» es cierta para el momento de la delimitación, pero no separa por entero la isla de la tierra firme de la Jerusalén «alemana», el mundo de los templarios y colonos, el del emperador Guillermo II en Jerusalén.

    La «ciudad soñada» de Else Lasker-Schüler es en realidad Tebas, una ciudad lejana que no puede encontrarse en la Tierra, apenas una silueta. Pero en su obra lo soñado lleva siempre la huella de lo real. Todas las ciudades de su vida, ya se trate de Wuppertal, Berlín, Zúrich o Jerusalén, contienen en su recuerdo elementos de las demás. «Mis sueños invaden el mundo»: la ciudad soñada es una manifestación de la real, del mismo modo que la literatura—de Lasker-Schüler, pero también de Agnón, Amos Oz o Yehuda Amijai—evoca con precisión la ciudad imaginada en su sólida estructura y en su carácter onírico, a menudo terriblemente inquietante.

    NOCHE EN JERUSALÉN

    Había anochecido, y toda la ciudad cambiaba de aspecto. Las calles parecían serenarse; algunas se volvían blancas, otras grises. El aire era negro a la altura del suelo y rosa en lo alto del cielo, mientras que a media altura permanecía indescriptible, casi incoloro. Los árboles de la avenida, así como los hombres y las mujeres en la calle estaban envueltos en un halo de misterio del que no eran conscientes. Es más, ambos parecían decir: no sabéis quiénes somos.

    S. Y. AGNÓN, Shira

    Rehavia, al caer de una tarde de sábado de principios de la década de 1960. El silencio del sabbat reina en el prado, la Llanura de Dios. La noche del sabbat, las silenciosas calles son aún más silenciosas. Sólo por la noche, en el moza’e sabbat, la ciudad recobra el pulso y se hace más enérgica, más ruidosa, también en Rehavia. Circulan autobuses y coches, se oye música y noticias en la radio, cines y teatros abren sus puertas, los conciertos empiezan a las ocho y media de la noche. Con su estilo Bauhaus, la inconfundible piedra arenisca de Jerusalén, las calles pequeñas, el sonido del piano, que se oye a menudo, con sus eucaliptos, pinos, palmeras y jacarandás, con sus setos meticulosamente recortados, Rehavia parece un barrio de las afueras.

    A sus habitantes de Berlín les recuerda a Dahlem, y sin embargo Rehavia no es un barrio de las afueras, sino que está cerca del centro de Jerusalén Oeste, no lejos de las calles de Jaffa y Ben Yehuda, la plaza de Sion, el Machane Yehuda, el mercado judío. Se halla a pocos kilómetros del casco antiguo, pero a principios de la década de 1960 aún está separado por vallas, muros y alambre de espino. La ciudad histórica de Jerusalén pertenece a Jordania. Desde 1948, una frontera separa Jerusalén Este y Jerusalén Oeste; en ella hay constantes tiroteos. Al borde de Rehavia se pueden oír los disparos y ver los focos.

    El periódico en lengua alemana Jedioth Chadaschoth ha anunciado un concierto de piano «al final del sabbat, a las 8:30»: Daniel Barenboim interpreta las sonatas de Mozart. Se ofrecen «excursiones populares desde Tel Aviv, Haifa y Jerusalén a Ejlath», la nueva ciudad a orillas del mar Rojo, «dos días: miércoles y viernes», o una «excursión de día a Sodoma el jueves», y promete «precios populares» y que «la actividad se llevará a cabo en las lenguas habituales». Sin duda, eso significa también en alemán. En otro anuncio, se dirige a los «perceptores de restitución»: «Les suministramos, por su 33 por ciento de fondos de indemnización, artículos de marca de primera clase y fama mundial, entre ellos radiocasetes Grundig […] cámaras de fotos Zeiss Ikon. No se deje engañar. Fíjese en nuestras marcas». El 16 de febrero de 1961 se calcula la cantidad de agua recogida «en la temporada de lluvias de este año» en 335,66 milímetros cúbicos. «En la capital reinó ayer un frío bastante notable durante las primeras horas de la mañana». Y a principios de la década de 1960 el maestro Robert Stolz, de más de ochenta años, dirige, no lejos de nuestro barrio, en la gran Casa del Pueblo de Binjanej ha’uma, Una noche en Viena, con la Orquesta Filarmónica de Israel.

    Esa tarde de sabbat, Gershom Scholem sale de su casa en la calle Abarbanel y va hasta la esquina de King George para, una vez allí, doblar a la izquierda. Va sumido en sus pensamientos, no es un habitual de los cafés; los cafés y todo lo que los rodea—prolongadas lecturas de prensa, conversaciones casuales, tiempo perdido—repelen a su temperamento prusiano. Hoy hace una excepción para ir a reunirse con Martin Buber, que nació en Austria-Hungría y ha pasado en Viena años de su vida y de su formación. Normalmente el anciano caballero, de ochenta y tres años, recibe las visitas en su casa. Pero esa casa de Talbiya, el barrio vecino a Rehavia, no era un buen lugar para encontrarse ese sábado en concreto. Allí, pocas semanas antes, algunos amigos y compañeros de viaje, profesores y editores habían hecho entrega a Martin Buber del último volumen de su traducción de la Biblia, que había empezado junto con Franz Rosenzweig casi cuarenta años antes. Gershom Scholem había dicho: «Querido señor Buber, si hoy nos hemos reunido en su casa es para celebrar la memorable fecha de la conclusión de su traducción de la Biblia al alemán, un poco a la manera de un viejo siyum judío cuando termina sus estudios; para nosotros es una importante oportunidad de volver la vista atrás hacia su obra, su propósito y sus logros».

    Y precisamente esas palabras, que pretendían ser elogiosas, habían causado una desavenencia entre Gershom Scholem y Martin Buber que, si bien no era nueva, había rebrotado con fuerza. Estaban en desacuerdo en casi todo: la tradición judía, la forma de interpretarla, las conclusiones que ambos extraían de ella. A primera vista, podía parecer una pequeña disputa entre dos eruditos, pero no lo era. En el fondo, atañía a la relación entre alemanes y judíos, su peso histórico, la manera de abordar un posible acercamiento entre ambos pueblos, la relación entre dos Estados: Alemania e Israel. Que se inflamara esa controversia con motivo de una traducción de la Biblia no era fruto del azar, sino el testimonio de un contexto histórico. Y, a principios de la década de 1960, eso tiene un lugar en el mundo: Rehavia.

    Esa tarde, en el café Atara, Anna Maria Jokl, que ha venido de Berlín a visitar Jerusalén, se sienta junto a Buber. Está dándole vueltas a la idea de emigrar a Israel, de arriesgarse a cambiar de vida con más de cincuenta años, de cambiar de casa, de trabajo, aprender un nuevo idioma, acostumbrarse a un nuevo entorno que la atrajo ya en su primer viaje a Israel, en 1957, y que, sin embargo, representa un cambio profundo en todos los sentidos, el desafío de una sexta vida: después de su lugar de nacimiento, Viena, su ciudad, Berlín, la Praga de la emigración, Londres, donde había llegado en barco desde Danzig en 1939, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Berlín Este y Berlín Oeste, donde aún vivía en ese momento, en la Sächsische Strasse. Fue a visitar a Martin Buber durante su primer viaje a Jerusalén, y están en contacto desde entonces. Él la ha familiarizado, como a tantos otros, con el mundo del yasidismo, sus

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