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Antonio de Nebrija y su origen judeoconverso
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Antonio de Nebrija y su origen judeoconverso
Libro electrónico198 páginas2 horas

Antonio de Nebrija y su origen judeoconverso

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El legado del ilustre humanista hispánico Antonio de Nebrija no sólo sigue vivo, sino que sigue generando investigaciones en torno a sus orígenes. En este ensayo cultural, Diego Moldes ofrece fundados argumentos sobre el origen judío del padre de la lingüística española. La probable condición judeoconversa condicionó la larga vida e ingente obra del autor de la Gramática sobre la lengua castellana (1492), la primera en una lengua moderna.
El vínculo nebrisense con el Pueblo Judío y el hebraísmo ya lo había apuntado Moldes en uno de sus anteriores libros, Cuando Einstein encontró a Kafka, y lo retoma ahora para desarrollarlo. El autor brinda aquí algunas pruebas que destacan circunstancias biográficas del célebre intelectual dignas de ser tenidas en cuenta: la cultura de sus padres, impensable en unos labriegos cristianos; la imprecisión deliberada con que Lebrija encubrió su linaje y la fecha de su nacimiento; su conocimiento del hebreo; su concepción mesiánica de la realeza; la estrechísima relación del sabio y sus hijos con la imprenta; su temeraria arrogancia, equiparada a la característica chutzpah judía, y sus contactos con otros conversos.
Un libro que aporta una lectura inédita a la biografía de Antonio de Nebrija y que abre nuevos interrogantes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ene 2023
ISBN9788419406200
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    Antonio de Nebrija y su origen judeoconverso - Diego Moldes

    311106.jpg

    Diego Moldes

    Antonio de Nebrija

    y su origen

    judeoconverso

    Prólogo de Juan Gil

    Antonio de Nebrija

    y su origen judeoconverso

    Diego Moldes

    Prólogo de Juan Gil

    Libro dedicado a mis amigos judíos y a todos los hispanoblantes

    © Diego Moldes González, 2023

    www.diegomoldes.com

    © De la imagen de cubierta: Página manuscrita de la Gramática sobre la lengua

    castellana de Antonio de Nebrija. Salamanca: Juan de Porras, 1492 (Biblioteca Nacional de España).

    © Prólogo: Juan Gil Fernández

    Corrección: Marta Beltrán Bahón

    Primera edición: enero de 2023, Barcelona

    Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

    © Editorial Gedisa, S.A.

    http://www.gedisa.com

    www.fundacionnebrija.org

    eISBN: 978-84-19406-20-0

    Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

    «La tradición es la transmisión del fuego,

    no la adoración de las cenizas».

    Jean Jaurès

    Índice

    Prólogo de Juan Gil

    I. El origen judeoconverso de Antonio de Nebrija

    I.1. Factores demográficos, sociológicos y de alfabetización

    I.2. La genealogía oculta o inventada: Lebrija

    I.3. Educación y hebraísmo

    I.4. La relación con la imprenta

    I.5. La Inquisición

    I.6. Factores psicológicos y culturales de la personalidad

    I.7. Relaciones con judeoconversos y con judíos

    Conclusión

    Post scriptum, agosto de 2022

    II. Anexo primero. ¿Quién fue Antonio de Nebrija?

    Los ¿nueve? hijos de Nebrija

    III. Anexo segundo. Lecturas esenciales sobre Nebrija

    IV. Anexo tercero. Primeras ediciones conocidas de obras de Antonio de Nebrija

    V. Anexo cuarto. Nebrija en Salamanca

    VI. Bibliografía consultada

    VII. Webgrafía

    Agradecimientos del autor

    Prólogo de Juan Gil

    Diego Moldes, escritor prolífico y versátil, tiene muchas pasiones (entre ellas, el cine), pero se ha sentido atraído sobre todo por las vicisitudes de los sefardíes y su fundamental aportación a la cultura española. Así lo demuestran dos hechos: que, sin ser judío, haya sido Director de la Fundación Hispanojudía y que, con un propósito más general, haya escrito un libro con el título de Cuando Einstein encontró a Kafka, para poner de manifiesto las Contribuciones de los judíos al mundo moderno: el subtítulo del mismo (2019). Por otra parte, su cargo de Director de Relaciones Institucionales de la Fundación Nebrija y coordinador del Comité de Actividades del Quinto Centenario de la muerte de Antonio de Lebrija, que conmemoramos este año, lo han llevado a interesarse de lleno por la figura del gran sabio andaluz.

    Éste fue el lazo que nos unió. Permítaseme que, para explicar los motivos, cuente una historia personal. Husmean­do en los protocolos hispalenses, descubrí que una hija del buen maestro Antonio, Sabina de Solís, se había casado con un converso conspicuo, el bachiller Juan Romero, perteneciente a una familia en la que había de todo: un rico jurado sevillano, el licenciado Rodrigo Romero (el padre), y hasta un obispo, el dominico fray Reginaldo (el tío), que ocupó la sede de Tiberia. Este hallazgo, unido a la endogamia de los cristianos nuevos, me llevó a concluir, basándome por primera vez en documentos y no en suposiciones más o menos fundadas, que también hubo de correr sangre judía por las venas del ilustre latinista, hipótesis que he tratado de apoyar con nuevos argumentos en un ensayo reciente.

    Sabedor de mi postura, Diego Moldes me escribió hace algún tiempo para comunicarme que, convencido como también él estaba de las raíces conversas de Lebrija, estaba escribiendo una monografía para demostrarlo. Yo no lo conocía entonces personalmente, de suerte que no concedí mucha importancia a aquellas palabras, tomándolas por uno de tantos piadosos deseos que se habría de llevar el viento. Los fastos del aniversario, que nos han puesto después en contacto en numerosas ocasiones, me han permitido comprobar la seriedad, la cultura y el entusiasmo desbordante de Moldes en todos los proyectos que emprende. Huelga decir que la promesa se cumplió: el libro que me anunciaba entonces es el que ahora tiene el lector en sus manos.

    Parte Moldes de una premisa interesante: que «probar que Nebrija era hijo y nieto de cristianos viejos es casi imposible y, documentalmente, imposible del todo». Algunas de las razones que aduce son, por tanto, argumentos a contrariis: el bajísimo nivel de alfabetización de los cristianos viejos frente a la educación generalizada de los judíos; la escasa demografía de Lebrija comparada a la concentración de familias judías en el valle del Guadalquivir. Otras pruebas, por el contrario, destacan circunstancias de la vida del sabio dignas de ser tenidas en cuenta: la cultura de sus padres, impensable en unos labriegos cristianos; la imprecisión deliberada con que Lebrija encubrió su linaje y la fecha de su nacimiento; su conocimiento del hebreo; su concepción mesiánica de la realeza; la estrechísima relación del sabio y sus hijos con la imprenta; su temeraria arrogancia, equiparada a la característica chutzpah judía, y sus contactos con otros conversos.

    Diego Moldes, humilde —rasgo que lo honra—, se excluye en una ocasión de la nómina de expertos en la figura de Lebrija. Puede haber quizá alguna ingenuidad, alguna digresión innecesaria en este libro; tal vez algunos de sus argumentos parezcan débiles o no del todo convincentes. Pero, en general, su contenido desdice tal afirmación, pues el lector encontrará en estas páginas muchas sugerencias interesantes; y el mismo tono de la obra, polémico, pero cortés y moderado, anima al diálogo, no a la confrontación; algo raro en estos tiempos.

    Quienes piensan que el maestro Antonio fue un cristiano viejo aducirán que salió ileso de un encontronazo con el Santo Oficio; alegarán una y otra vez que su hijo, Sancho de Lebrija, presentó pruebas de su alcurnia inmaculada al ingresar en el Colegio de Bolonia. Pero ¿no era el tío de su yerno, el marido de Sabina, tan dominico y tan obispo como el Gran Inquisidor, fray Diego de Deza? ¿Acaso no hubo de acudir toda la familia en defensa del encausado, cuyo único crimen fue escribir un libro de filología neotestamentaria y que acabó triunfando en toda la regla sobre sus acusadores: tanto, que Lebrija celebró su victoria publicando orgulloso la Apologia, un baldón oprobioso para quienes habían secuestrado su obra? ¿No se han falsificado nunca certificados de pureza de sangre? ¿No concedieron algunos diplomáticos del régimen de Franco —un apellido que no brilla precisamente por su alcurnia de cristiano viejo— la ciudadanía española a los judíos perseguidos por Hitler? Pero no bastan estos argumentos para convencer a los incrédulos. Hacen falta documentos. Ya saldrán.

    12 de octubre de 2022

    Juan Gil Fernández

    ,

    Real Academia Española (RAE)

    Presidente de la Comisión Científica

    «V Centenario del fallecimiento

    de Antonio de Nebrija»

    I.

    El origen judeoconverso

    de Antonio de Nebrija

    ¿Antonio de Nebrija judeoconverso? Apoyándome en varios conocidos trabajos del insigne historiador Américo Castro, especialmente en La realidad histórica de España (desde la edición de 1962 hasta la más reciente de 2021), ya señalé en 2019 en mi libro Cuando Einstein encontró a Kafka. Contribuciones de los judíos al mundo moderno la condición judeoconversa de la familia de Antonio de Nebrija. Basándome en mis lecturas de historiadores e hispanistas de reconocido prestigio académico internacional, como el citado Américo Castro (1885-1972), José Belmonte Díaz (1922-2015), Aron David Kossoff (1924-1995) Francisco Márquez Villanueva (1931-2013), Juan Gil Fernández (Madrid, 1939) o Daniel Eisenberg (Nueva York, 1946), entre otros, escribí en mi libro lo siguiente: «La nómina de grandes escritores españoles judeoconversos o de ascendencia judía, llamados cristianos nuevos, de los siglos

    xv

    y

    xvi

    , es extensa, comenzando por el autor de nuestra primera gramática, Antonio de Nebrija (1441-1522) y siguiendo con Fernando del Pulgar (1436-1493), el autor de La celestina Fernando de Rojas (1470-1541), Luis Vives (1492-1540), Alfonso de Valdés (1490-1532), San Juan de Ávila (1500-1569), Santa Teresa de Jesús (1515-1582), el historiador Álvar Gómez de Castro (1515-1580), San Juan de la Cruz (1542-1591), Fray Luis de León (1527-1591), y un largo etcétera. Caso célebre, posterior, fue el de Góngora (1561-1627), nacido Luis de Argote y Góngora, hijo de Francisco de Argote, juez de bienes confiscados por el Santo Oficio de Córdoba, a su vez hijo de judíos conversos, y de doña Leonor de Góngora, de la nobleza cordobesa y muy vinculada a la Iglesia Católica de Córdoba. Góngora firmaba al revés, como Luis de Góngora y Argote, anteponiendo el apellido materno, cristiano viejo, por el paterno, cristiano nuevo. Pese a ello, y a su alto prestigio en aquel tiempo, Góngora sufrió mofa y burla ya en vida, siendo ridiculizado por el joven Quevedo, furibundo antijudío». Por supuesto, me quedé corto. Mi libro no trataba de eso, se enfocaba a las contribuciones culturales de los judíos en los siglos

    xix

    y

    xx.

    Sí hablé del origen judeoconverso de los abuelos de Cervantes.

    Para acercarse a la gigantesca contribución de los judeoconversos hispánicos a nuestro Renacimiento y primer Barroco, es decir al Humanismo en español, un buen punto de partida es el libro del historiador Dr. José Belmonte Díaz (1922-2015), Judeoconversos hispanos. La cultura (2010), entre los que incluye, sin temor a equivocarse, a Antonio de Nebrija. La nómina es extensísima, de más de un centenar, es decir, bastante más de la mitad de los autores y humanistas en español de primer nivel de los siglos

    xiv

    a

    xvii

    .¹ En el caso de los siglos de Nebrija,

    xv

    y

    xvi

    , se ha llegado a afirmar que el ochenta por ciento de los escritores de nivel medio eran cristianos nuevos —es decir, hijos, nietos o bisnietos de judíos, de judeoconversos o conversos, de anusim (forzados), de marranos o criptojudíos (cristianos conversos que practicaban el judaísmo en secreto)—. (Son términos que no son lo mismo y que a veces se suelen mezclar o confundir alegremente. No es el lugar éste para explicarlos). Escribe Eisenberg:

    Mi antiguo profesor A. David Kossoff, influido por la Institución Libre de Enseñanza por conducto distinto al de Américo Castro, llegó a la cifra del 80% de los escritores de clase media —y en gran parte los escritores eran de la clase media— eran cristianos nuevos (Kossoff, 1979). Es como el judaísmo convertido a otra clave. Estas figuras no eran judías, ni querían volver a la religión de sus ascendientes, ni meditaron mucho en ello pues faltaban libros, faltaba quién se la explicara y las prácticas judaicas fácilmente llevarían a la horca o a la hoguera. Sólo los que manejaban el hebreo, como Fray Luis y Arias Montano, o salieron de España, como Cervantes, tenían un posible acceso directo a textos o individuos sefardíes. Pero si el 80% de los escritores de clase media es cristiano nuevo, como el 80% del Israel actual es judío, se llega a una conclusión: la cultura española del Siglo de Oro es en su mayor parte —no toda, pero sí en su mayor parte— un reflejo, un descendiente, un producto de la cultura hispanojudía. Y cabe preguntar qué tenía en común toda esta gente. Tenían en común que estudiaban, que leían mucho, que escribían mucho, que valoraban la comunicación escrita, la educación y los libros. No podían tener una educación judía y libros judíos, pero leían y estudiaban todo lo que estaba a su alcance. Era gente que meditaba, que miraba lo que tenía delante de los ojos, y que tenía un compromiso para mejorar el mundo en cuanto pudiera y de la manera que pudiera. La vida la tomaron en serio. Si ésta no es una cultura judía vestida de cristiana, no sé lo que es. ¿Cómo podrían portarse de una manera más judaica en un país en el cual el culto y las costumbres judías llevaron a la hoguera? Se trata también de un grupo que sufría discriminación, cada vez más exagerada, una discriminación contra la cual no hubo otra protesta o apelación que confeccionar documentación para demonstrar que no descendían de quienes descendían. El confesar públicamente y con orgullo que eran cristianos nuevos, descendientes de judíos, y protestar por la discriminación, hubiera sido un suicidio y nadie lo hizo. Vivían, si no manejaban el hebreo o salían de España, sin contacto con la cultura sefardí, sin saber lo que había sido y hasta dónde había llegado. También vivieron en aislamiento los unos de los otros, porque no sabían lo que acabo de mantener: que constituían los cristianos nuevos una buena parte o una mayoría de los intelectuales del país. Y vivían también en un ambiente de hostilidad oficial y rutinaria contra los judíos, quienes, según se recordaba a menudo, habían matado a Cristo y no le aceptaban como el Mesías (Eisenberg, 2008: 5-6).

    Frente a los investigadores de Nebrija antes citados, hay otros que no hallaron origen converso en la genealogía nebrisense. Por supuesto ninguno durante los largos y oscuros tiempos de la Inquisición Española (1478-1834), ni durante la España nacional-católica moderna, cuyo componente antisemita ha sido estudiado en profundidad. Durante la dictadura de Franco (1939-1975), tampoco nadie se atrevió a rebuscar en la posible ascendencia hebraica de Nebrija, ni el sacerdote Félix G. Olmedo en su otrora conocido libro Nebrija (1441-1522), Debelador de la barbarie comentador eclesiástico pedagogo-poeta, escrito en plena posguerra, entre 1940 y

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