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Empresas honorables: Un marco teórico y práctico para los negocios en una sociedad justa y humana
Empresas honorables: Un marco teórico y práctico para los negocios en una sociedad justa y humana
Empresas honorables: Un marco teórico y práctico para los negocios en una sociedad justa y humana
Libro electrónico472 páginas16 horas

Empresas honorables: Un marco teórico y práctico para los negocios en una sociedad justa y humana

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Información de este libro electrónico

La lectura filosófica y ética de Otteson conecta negocios honorables con las instituciones políticas, económicas y culturales que contribuyen a una sociedad justa y humana.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 nov 2022
ISBN9786074179316
Empresas honorables: Un marco teórico y práctico para los negocios en una sociedad justa y humana
Autor

James R. Otteson 1

Filósofo estadounidense, director de la Facultad de Rex y Alice A. Martin del Centro de Liderazgo Ético de Notre Dame Deloitte, y director de la Facultad del Business Honors Program de la Universidad de Notre Dame. Imparte conferencias sobre Adam Smith, el liberalismo clásico, Economía Política, Ética Empresarial y temas relacionados, para el Fondo de Estudios Estadounidenses, la Sociedad Adam Smith, el Instituto Acton, el Instituto Fraser y el Fondo Tikvah. Su trabajo filosófico se ha centrado en temas de Filosofía Moral y la Ilustración escocesa, destacando sus obras como The Essential David Hume, Adam Smith’s Marketplace of Life (2002), Adam Smith: Selected Philosophical Writings (2004), Actual Ethics (2006), The End of Socialism (2014), What Adam Smith Knew (2014), y más recientemente, Seven Deadly Economic Sins (2021).

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    Empresas honorables - James R. Otteson 1

    Imagen de portada

    EMPRESAS HONORABLES

    EMPRESAS HONORABLES

    UN MARCO TEÓRICO Y PRÁCTICO PARA LOS NEGOCIOS EN UNA SOCIEDAD JUSTA Y HUMANA

    James R. Otteson

    Traducción de Mariano Chávez Martínez

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    © Oxford University Press 2019

    D.R. © 2022 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: noviembre 2022

    ISBN: 978-607-417-931-6

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales. Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice

    Portada

    Portadilla

    Legales

    PRÓLOGO

    AGRADECIMIENTOS

    INTRODUCCIÓN

    1. EL PROPÓSITO DE LA EMPRESA

    2. EL CONTEXTO ADECUADO DE LAS EMPRESAS

    3. UN CÓDIGO DE ÉTICA EMPRESARIAL

    4. LOS MERCADOS Y LA MORAL

    5. DE LAS EMPRESAS A UNA SOCIEDAD JUSTA Y HUMANA

    6. OBSTÁCULOS PARA EL CUMPLIMIENTO DEL PROPÓSITO DE LAS EMPRESAS

    7. LAS EMPRESAS HONORABLES Y EL TRATO CORRECTO HACIA LAS PERSONAS

    8. LA EMPRESA HONORABLE Y LA VALORACIÓN DE NUESTRO DEBER

    9. ¿POR QUÉ PARTICIPAR EN LOS NEGOCIOS?

    BIBLIOGRAFÍA

    Para Katie

    PRÓLOGO

    Muchas grandes empresas se anuncian como socialmente comprometidas. Esta última expresión es vecina de otras: conciencia social, sensibilidad social, etcétera. Wittgenstein sostenía que el método correcto de la filosofía consiste en adherirse a las proposiciones de la ciencia […] y entonces, cuántas veces alguien quisiera decir algo metafísico, probarle que en sus proposiciones hay algunos signos a los cuales no les ha dado significado. (1) Sin embargo, lo cierto es que muchos filósofos prefieren trillar otro método: sacar al lenguaje de fiesta, [P]ues los problemas filosóficos surgen cuando el lenguaje se va de fiesta. (2) ¿Qué tiene que ver la filosofía con los negocios y las empresas? Tiene que ver en la medida en que desde 1848, a casi toda la academia en general, pero en casi todos los filósofos en particular, les ha dado por alimentar una profunda desconfianza hacia los negocios, bajo la premisa de que hacer negocios es una actividad socialmente deletérea. Además de la cuestión de si esta premisa es cierta o no, cosa que concierne más a las ciencias empíricas que a la filosofía, hay otra aún más profunda. En estos contextos, ¿tiene sentido la expresión social? ¿Se trata de una expresión a la cual se le ha dotado en efecto de un significado claro o se trata más bien algo parecido al intento de decir algo metafísico?

    Consideremos los usos de las expresiones compromiso social, empresa socialmente responsable y otras más de la misma índole. Muchos quisieran creer que la razón por la cual decimos de cierta persona que tiene conciencia social es porque se trata de alguien generoso, preocupado por el bienestar de los demás. Pero esto no es suficientemente preciso. Hay un montón de personas generosas en grado supremo, a quienes ni por asomo se las calificaría como socialmente conscientes si nunca en su vida han salido a la calle a marchar o a expresar su indignación en alguna red social electrónica. En cambio, hay personas a las que inmediatamente se las asocia con causas sociales, aunque sean prepotentes y narcisistas, con tal de que proclamen ser de izquierdas o se aficionen a cierta estética. Una empresa querrá que se la identifique como socialmente responsable, quizá, mediante anuncios publicitarios protagonizados por Colin Kaepernick, mediante las imágenes de Nelson Mandela o Gandhi asociados al logo de su marca o mediante el uso de alguna insulsa canción de protesta parecida a Imagine.

    Algunos psicólogos reconocen la existencia de alguna clase de síndromes de carácter cognitivo: el efecto Dunning-Kruger, por ejemplo. Pero ¿no será que la afición por el uso de ciertas expresiones por parte de los autopercibidos críticos sociales no es justamente la manifestación de algún síndrome? El profesor José Alberto Mora escribe en su cuenta de Facebook: cuando alguien introduce en su análisis palabras como ‘fascismo’, ‘neoliberalismo’ o ‘justicia social’ se trata a menudo de síntomas de ese efecto que consiste en que alguien, con escasa información, sienta la seguridad de saber a detalle lo que está diciendo. Los psicoanalistas llaman a estos síntomas cognitivos significantes vacíos. Parece que sí, que, en efecto, el uso de social, en ciertos contextos, no es más que un síntoma, que oculta, pero que simultáneamente delata. El uso de social no parece ser otra cosa que un eufemismo para ocultar una obsesiva, obscena, hueca e inconfesable fascinación por la moda o por eso que el sacerdote jesuita Pedro de Mercado (1620-1701) llamaba el ídolo del ‘¿qué dirán?’: El qué dirán es un monstruo compuesto de los dichos mundanos que se burlan de la virtud, es un ídolo fabricado de malos juicios que escarnecen la santidad […] Es un señor tirano que quita a los suyos el salario de la virtud, y fuerza a que paguen pecho al vicio o dejando la virtud y amando la vanidad. Es un monstruo de muchas cabezas, compuesto accidental, que no tiene unión en sus opiniones. Es un enemigo que no tiene más que voces. Él es la escuela de la murmuración, la plaza de los escarnios, el teatro de las fisgas […] Por ese ídolo se enciende la cólera, rompe en impaciencia la ira, cobra fuerzas la maldad, y se debilita la virtud. (3)

    Friedrich Hayek, uno de los más brillantes científicos sociales del siglo XX, pero también uno de los peor comprendidos y quizá el más difamado, sostenía que la justicia es un atributo de las acciones humanas y que cualquier otro uso que no se ciñese a esto no sería más que el fruto de una confusión (Hayek, 197). (4) En la expresión justicia social, social no solo no añade nada bien determinado a justicia, sino que además enturbia el contenido de justicia. Es que social es el nombre de un embajador de aquel señor Tirano.

    Este libro de James R. Otteson es, por una parte, un muy útil libro de texto para cursos de ética empresarial, pero, ante todo, es un trabajo que puede contribuir magníficamente a disolver la neblinosa mitología que habita en la cabeza de quienes siguen mirando con oscurantista suspicacia el mundo de los negocios. Resulta paradójico el famoso texto de Marx sobre el fetichismo de las mercancías, pues suele ocurrir que no son las personas de negocios quienes se aproximan al mundo de los negocios con temor y temblor sagrados, sino precisamente los filósofos y humanistas. Son justamente estos últimos quienes suelen concebir el mundo económico como un mysterium tremendum et fascinans. Pero no ha sido Marx precisamente, sino más bien Tomás de Mercado, Adam Smith, Carl Menger, León Walras, Alfred Marshal, Kenneth Arrow, Gerard Debreu, Frank Knight, Deirdre McCloskey y muchísimos otros más, quienes han contribuido a rasgar el velo del sancta sanctorum del valor y de la mercancía, para mostrar que detrás de él solo hay una hornacina vacía. Las reflexiones de Otteson reposan sobre la obra de todos ellos.

    ¿Cuál es el problema de los negocios y las empresas? Quizá la clave está en un elemento que para ellas es fundamental: el lucro. Debido a que, mayoritariamente, las empresas se consolidan a partir de actividades con fines de lucro, su reputación se ha visto afectada y se les ha colocado bajo sospecha moral, considerándolas como lugares de vicios y no de virtud. A pesar de esta mala etiqueta con la que cualquier pequeña o mediana empresa naciente debe cargar desde su inicio, la propuesta de James R. Otteson presenta una lectura distinta y única a partir de la cual se argumenta que la actividad empresarial y comercial es valiosa en sí misma, y que un negocio o empresa de cualquier índole requiere de la participación de la ética desde su nacimiento hasta su término.

    ¿Cuál es el deber moral de la empresa? Una visión oscurecida por las nieblas de lo social, de la cual se puede ser dueño desde la izquierda como desde la derecha, postularía que la moral no tendría cabida dentro del quehacer de la empresa y que, en todo caso, la aparición de la moral en este campo respondería a la voluntad del individuo a cargo de ella, la cual se constituiría como una forma de responsabilidad social. En este sentido, Otteson dialoga con la idea que sostiene que toda empresa debería regresar algo a cambio de las actividades que ejecuta en una sociedad, como si se tratara de ofrecer una suerte de compensación. Esta idea de regreso de algo a cambio constituye el punto de partida de esta obra, la cual representa un esfuerzo por reconocer que lo moral no es ajeno a los negocios, ni es aquélla tan solo algo que se manifiesta en actividades que dependan en exclusiva de la buena voluntad individual o de tener algo tiempo libre, sino algo que forma parte del corazón del ser y quehacer de las empresas, y que además no riñe con el legítimo afán de lucro. Regresar algo a cambio, como ya se mencionó, sugiere que hay un deber de compensarse a la sociedad por algo que las empresas le han hecho a ella, lo cual supone de antemano que la actividad empresarial es sospechosa de actos inmorales por sí misma. Es decir, implica una compensación porque previamente a dicha compensación tuvo lugar un acto de injusticia social.

    Una de las tesis principales de esta obra es que el deber moral de la empresa es la creación de valor y no maximización de ganancias a solas. Pero además, al dar cuenta de la esencia del valor, queda esclarecido por qué social no solo no le añade nada a valor, sino que a su vez contribuye a no poder ver con claridad qué cosa es el valor. Al mostrar de manera perspicua la naturaleza del valor, se advierte de inmediato que la actividad empresarial no es ajena esencialmente a lo ético, pero tampoco algo esencialmente deletéreo, sino exactamente lo opuesto. La actividad empresarial, de suyo, no es un mal necesario que habría que resarcir constantemente de forma cíclica, sino que es una condición sin la cual no es posible el desarrollo de una sociedad, en la medida en que de la existencia de los negocios y de la actividad empresarial depende la existencia del valor y, por ende, de la sociedad misma.

    Resulta imposible negar todas aquellas actividades empresariales en las que se presentan un conjunto de conductas y antivalores como el engaño, el fraude, la explotación de recursos naturales y de personas, la contaminación, el dumping, entre otras tantas. Sin embargo, ¿son suficientes estas malas prácticas específicas para dudar en todas las circunstancias de la actividad empresarial? ¿Son motivos suficientes para incluso reducir o en algunos casos radicales prohibir la actividad empresarial por sí misma? Es claro que, en la medida en que los negocios son un asunto humano, es imposible emanciparse por completo del vicio. Pero ¿acaso los negocios y la actividad empresarial ofrecen más incentivos para el vicio que, digamos, la política, el arte, la academia, etcétera?

    Algunas voces sugieren que sí, que, en efecto, los negocios exacerban y prohíjan los peores vicios humanos, pero además de manera especialmente aguda, mucho más que la política, el activismo social o la grilla académica. Pero ¿es esto verdad? Insistimos que es imposible y ridículo negar que hay corrupción, vicio e injusticia en el mundo de los negocios, incluso a niveles escandalosos. Pero ¿es esto una razón suficiente para inhibir o inclusive hacer desaparecer toda actividad empresarial? Es claro que hay miles de voces que claman por el fortalecimiento de las instituciones políticas y gubernamentales para así poner a raya o de plano prohibir de tajo cualquier actividad empresarial, pues se presume que así se inhibirán los horribles vicios de la clase empresarial. Pero suele ocurrir que el costo de inhibir estos horribles vicios es el incremento de los vicios de la clase política y de una nueva clase empresarial, o bien asociada a o confundida con la clase política, o bien señora del mercado negro y, por ende, mucho menos escrupulosa, mucho más viciosa y corrosiva.

    De la misma manera en que no serían motivos suficientes las conductas erráticas de actores e instituciones políticas para hacer desaparecer la política y sus formas de expresión, así también pensaríamos, a partir de esta obra de Otteson, que las conductas viciosas de los actores empresariales, económicos y financieros no son razón suficiente como para rechazar las empresas y defender un control excesivo o su prohibición.

    ¿Hay empresas siniestras? Sí. ¿Hay negocios cuya existencia atrae consecuencias deletéreas? Sin duda. Pero también hay empresas honorables, las cuales son tales no en virtud de que sean dueñas de alguna oficina de relaciones públicas que difunda mensajes de inclusión o en favor de la causa social que esté de moda en el momento, o por absorber el costo de alguna fundación de carácter no lucrativa, sino en virtud de ser buenas empresas, es decir, en virtud de que hacen lo que una empresa debe hacer para florecer de manera honesta: buscar y propiciar transacciones mutuamente voluntarias y beneficiosas, lo cual lleva a una mayor prosperidad simultánea para todos los involucrados, y no solo para determinados grupos que pretenden prosperar a expensas de otros. Ejecutada adecuadamente, una empresa honorable se constituye como una actividad de suma positiva, que puede permitir el florecimiento y la prosperidad de los individuos y de la sociedad.

    La ética dentro de las empresas solo sería posible si en su base se pone una de las virtudes fundamentales dentro de la ética aristotélica: la prudencia. Así, el fundamento de la denominada empresa honorable apela a las virtudes aristotélicas que, de acuerdo con Deirdre McCloskey, serán las que actualicen una nueva clase social surgida a partir de la Modernidad y de las revoluciones industriales: la burguesía. De esta manera, Otteson enlaza el concepto de empresas honorables con las instituciones políticas, económicas y culturales que contribuyen a la creación de una sociedad justa y humana. Para ello, se basa y realiza un análisis filosófico de la concepción de Aristóteles en torno a los seres humanos como criaturas intencionales que son capaces de construir un plan para sus vidas que les brinde la oportunidad de lograr el mayor bien para la sociedad, centrándose en la autonomía y la responsabilidad, así como en el buen juicio moral. Este buen juicio puede permitirnos responder el porqué de lo que hacemos y no solo el cómo.

    En este análisis filosófico que ofrece Otteson, el concepto fundamental a partir del cual construye su obra es el de felicidad. Otteson prefiere usar la expresión griega en vez de su traducción, pues felicidad evoca un carácter subjetivo que el propio Aristóteles se empeña en extirpar de la noción de eudaimonía. Es un asunto de fundamental importancia esclarecer si hay alguna diferencia entre ser feliz y sentirse feliz. La apuesta de Aristóteles es demostrar que es posible o que tiene sentido afirmar que alguien cree ser feliz sin serlo en realidad. Parece ser absolutamente evidente que no tiene sentido ser realmente feliz y no creer o no sentir que se es feliz, pero no lo es tanto poder creerse o sentirse feliz y sin embargo no serlo en realidad. ¿En verdad tiene algún sentido defender la posibilidad de un engaño en relación con la felicidad propia? Robert Nozick propone un experimento mental para averiguarlo. Supóngase la existencia de una máquina que, conectada a tu cerebro, es capaz de estimularlo de modo que te haga lograr experimentar lo que se te venga en gana, de modo que podrías pensar y sentir que estás escribiendo una gran novela, o haciendo migas con alguien, o leyendo un libro interesantísimo [o teniendo coito con el amor de tu vida, o resolviendo la conjetura de Goldbach, o resolviendo el problema del hambre en el mundo]. Pero todo el tiempo tienes que estar flotando en un tanque de agua con electrodos pegados en tu cerebro […] ¿Te conectarías?. (5)

    Otteson, pues, haciendo a un lado el prejuicio de quienes confunden a quienes defienden el libre mercado con quienes creen que el ser humano es un mero maximizador de utilidad, se apoya en Aristóteles y se atreve a llamar a su propuesta eudemonismo. Algo que caracteriza esencialmente a los seres humanos, pues es que son capaces de vivir una vida con propósitos, siendo el caso que el fin último de la vida es la felicidad objetiva. La tesis crucial de la obra se va construyendo alrededor de esta idea de felicidad. Lejos de que las empresas sean instituciones cuyo fin último sea el lucro, la extracción, la explotación o cualquier otra conducta detestable, serán buenas empresas solo en la medida en que respondan a este fin último, es decir, en la medida en que contribuyan a la felicidad de los individuos que integran la empresa, pero también de los individuos que integran la sociedad.

    La obra que se presenta aquí es, pues, un conjunto de reflexiones en cuya base se encuentra un análisis filosófico conceptual: ¿Qué significa felicidad o eudemonía? Para tal análisis Otteson se apoya desde luego que en Aristóteles, pero también en Adam Smith, a quien Deirdre McCloskey considera el último gran representante clásico de la ética de la virtud, desarrollada por Aristóteles, Juan de Damasco, Tomás de Aquino, etcétera, y revivida en el siglo XX por Elizabeth Anscombe.

    En contra de ciertos prejuicios y lugares comunes, de acuerdo con el profesor Otteson, la obra de Adam Smith "La riqueza de las naciones" debe ser leída no como un panfleto a favor de los ricos y de la avaricia, sino como un símbolo a favor de la causa de los pobres y oprimidos, mucho más, desde luego, que El capital de Marx, independientemente de cuáles sean las virtudes teóricas de esta última obra. Adam Smith debería ser leído, pues, como el economista de los pobres.

    Otteson retoma a Adam Smith para reforzar su argumento, pero también para hacerle justicia a un pensador profundo y extraordinario, que, a pesar de que no suele ser leído, es igualmente difamado de múltiples maneras. Es enorme lo que hemos perdido por abstenernos de leer la obra misma de Adam Smith, y en su lugar habernos dedicado a hacer mofa de la metáfora de la mano invisible, sin tomarnos la molestia de intentar entenderla. Quien crea que la tesis que defiende Smith es la que aparece en el texto sobre la (falta de) benevolencia del carnicero, no sabe nada de este gran pensador. Lo que aparece en ese pasaje no es lo que propone Smith, sino justamente lo que quiere explicar (¡explicar, no justificar!) en toda su obra. Adam Smith no pretende demostrar ni justificar el hecho de que en una sociedad comercial los intereses de sus miembros se coordinen sin necesidad de presuponer benevolencia, interés explícito en que tenga lugar esa coordinación o conocimiento, por parte de cada uno de esos miembros, de los intereses y necesidades de los demás. Ese hecho es inconcuso y perfectamente visible, por lo que sería una completa necedad negarlo. Lo que pretende Smith es explicar cómo es posible ese hecho inconcuso. Marx mismo no discute este hecho, aunque sí defiende que esta coordinación sorprendente implica la explotación de los trabajadores. Otros economistas, no necesariamente marxistas, pero sí defensores de la planificación centralizada, sostienen que la coordinación tiene lugar, pero postulan, como explicación de la misma, la existencia de cierta planificación que la ha hecho posible. No una planificación llevada a cabo estrictamente por los actores económicos, pero sí por burócratas y legisladores. Smith explica lo anterior describiendo un complejo sistema de incentivos, división de trabajo y transmisión de información mediante precios, lo que Otteson llama el argumento economizador, el argumento del conocimiento local y el mecanismo de la mano invisible, mecanismo que, dicho sea de paso, no es lo que Arrow y Debrau describieron en sus modelos de equilibrio.

    A Smith le preocupan especialmente las sociedades pobres y, por ende, se compromete de manera muy seria en una investigación teórica cuya finalidad es entender cómo esas sociedades pueden dejar de ser pobres. Así, se embarca en un proyecto de investigación, de recopilación de información y modelación (no matemática, pero sí formal) para identificar las causas por las que unas naciones prosperan mientras que otras no lo hacen. De ahí que el nombre completo y original de esta obra sea Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Esta investigación arroja una tesis fundamental: la causa principal por la que una nación o sociedad prospera más que otra es porque sus instituciones incentivan la división del trabajo, la transmisión eficiente de información (reducción de costos de transacción) y la previsibilidad de las acciones (certeza jurídica, sí, pero también honestidad, honra a la palabra, puntualidad, etcétera).

    Así, pues, el lector encontrará en la obra de James R. Otteson la articulación entre el eudemonismo de Aristóteles, la ética de las virtudes de Adam Smith y, también de Adam Smith, las investigaciones empíricas acerca de la coordinación del conocimiento disperso y alineación de incentivos en las sociedades comerciales. Para ello, será clave entender lo que Otteson llama las tres P de Adam Smith: "la protección de la persona, propiedad y promesa". Del cumplimiento de estas tres dependen los incentivos de que se habló arriba.

    Ahora bien, ¿cómo puede la división del trabajo contribuir a la articulación de una sociedad justa? En el esfuerzo por dar respuesta a esta pregunta va quedando claro cómo la naturaleza de la empresa va cobrando sentido y cómo la existencia de negocios contribuye eficazmente en la tarea de alcanzar la mediante la cooperación colectiva.

    Resultaría erróneo considerar, tal como hemos mencionado desde el comienzo, que con esta obra Otteson esté apelando a una empresa moral entendida no como un negocio con fines de lucro que, además, ejerce actividades identificadas como de responsabilidad social, para regresar algo a cambio a la sociedad. Se trata más bien de considerar a los negocios en sí mismos como una fuente de prosperidad, pero no solo de prosperidad económica en el sentido restringido y además confuso del término económico, sino de bienestar alimentario, cultural e incluso espiritual.

    Es evidente que Otteson no va sugerir abolir el capitalismo. Pero ¿defiende acaso un capitalismo salvaje? La expresión capitalismo es confusa y desorienta mucho. Además de lo que comenta Otteson en su texto sobre lo confuso de dicha expresión, se debe advertir la existencia de otras confusiones aún más profundas que no son señaladas. Los textos de ciencias sociales en los que aparece la expresión capitalismo no suelen tener claro si la usan como nombre o como concepto, es decir, si la usan para identificar un sistema o para expresar algún conjunto de atributos. Al confundir un uso con el otro, es frecuente que los argumentos terminen degenerando hasta convertirse en el poco edificante espectáculo de la discusión sobre palabras, discusiones que solo sirven para nutrir malentendidos y disimular la falta de racionalidad. Si se comienza nombrando a un sistema como capitalismo, pero enseguida se confunden las cosas usando capitalismo como un atributo cuya definición tiene que ver con voluntad de lucro, explotación del trabajo, poner los factores de producción al servicio del capital, etcétera, entonces es verdad a priori que el capitalismo es despreciable. Pero, si es verdad a priori que el capitalismo es tal o cual, entonces no se está afirmando nada sustantivo acerca de la realidad. Tan solo se está estipulando cómo se usa la expresión capitalismo, sin que ello implique que dicha expresión sea aplicable en un caso o no. Debido a esta clase de confusión, que Frege llama categorial, es posible encontrar autores que sostienen, por ejemplo, que defender los libres mercados implica rechazar el capitalismo, o que el capitalismo no existe. Tales tesis suelen ser defendidas por escritores anarcocapitalistas como Gary Chartier, pero también desde la izquierda hay algunos economistas, como Franz Hinkelammert, que afirman que el capitalismo es una utopía. Según Hinkelammert, el capitalismo es tan utópico como el comunismo o el anarquismo, pero a diferencia de estos dos últimos, que tienen un sentido humanista, la utopía capitalista estaría animada por un espíritu necrófilo. Tesis como el capitalismo es una utopía, el capitalismo no existe, hay que abolir el capitalismo para liberar los mercados, etcétera, no son más que un montón de sinsentidos. Las confusiones categoriales que subyacen a estas tesis también aparecen entre quienes hacen juicios morales sobre el capitalismo.

    Otteson, pues, con razón se abstiene de hacer uso de una palabra de significado tan confuso como capitalismo. No obstante, está claro que, lejos de contraponerse a lo que comúnmente se conoce como economía de mercado, Otteson argumenta que esta última es la condición de posibilidad no solo de una empresa honorable y moral, sino también de todas las instituciones que la acompañan, la protegen y que promueven la prosperidad de una sociedad. Economía de mercado, en este caso, no es un nombre, sino la expresión es un atributo cuya definición incluye las tres P de Adam Smith. Esa, pues, es la tesis sustantiva de Otteson: no que el capitalismo es condición de posibilidad de las empresas honorables, lo cual es una afirmación que carece de sentido claro, sino que una sociedad, cuyas instituciones y eticidad garantizan el respeto de las tres P de Adam Smith, es una sociedad con mucho mayores probabilidades de prosperidad gracias a las empresas honorables que aquella sociedad en la cual no se respeten esas tres P. Esta es una tesis cuyo sentido es perfectamente claro y además empíricamente contrastable, aunque llevar a cabo esta contrastación no sea cosa sencilla en absoluto. Comenta Otteson: La predicción de Smith es que una sociedad así constituida, con las instituciones adecuadas y con miembros que posean los caracteres apropiados, verá una creciente riqueza. (6) Aunque es verdad que hay controversias al respecto entre especialistas, sí parece haber un acuerdo casi unánime en que las evidencias empíricas apuntan a que Adam Smith tiene razón. En la medida en que una sociedad se adhiera más a las recomendaciones de Smith, será más probable que dicha sociedad sea más próspera.

    A pesar de lo que viene repitiendo la prensa y una cantidad ingente de profesores y académicos desde hace años, toda esa historia de que a partir de los años setenta del siglo pasado se han ido desmantelando en el mundo los estados benefactores, siguiendo en ello las recomendaciones de Smith, no es más que una leyenda. El estado benefactor es mucho más robusto hoy que hace 50 o 70 años: gasta muchísimo más, se encarga de muchísimas más cosas y no se ha desregulado en absoluto, pues no es lo mismo regular que cambiar las reglas, como no es lo mismo liberar el comercio entre dos países mediante la eliminación de aranceles, prohibiciones, licencias, etcétera, que firmar un tratado de libre comercio con más de mil folios.

    Con todo, también es verdad que hay muchísimos menos pobres en el mundo (miles de millones) que hace 50 o 70 años, aunque sea cierto que la desigualdad entre naciones ha aumentado. Esto, a juicio de Otteson, no tendría que preocupar mucho. En primer lugar, porque este incremento de la desigualdad ha tenido lugar solo dentro de ciertos países; a nivel global, entre países, la desigualdad ha disminuido. (7) El propio Otteson aclara: Existe alguna evidencia de que la desigualdad global, en realidad, ha estado disminuyendo a medida que la riqueza global ha ido en aumento, siguiendo una U invertida o una curva de ‘Kuznets’, especialmente en lugares como China e India. (8) En segundo lugar, porque si el precio que debe pagarse por disminuir la pobreza de los peor situados implica necesariamente aumentar la desigualdad, entonces lo razonable es pagar el precio. Consideremos el dilema planteado por Otteson: Podemos combatir la pobreza aumentando la prosperidad general o podemos combatir la desigualdad, pero mediante la extracción y la coacción, las cuales conducen a la pobreza. Si usted pudiera erradicar la pobreza o la desigualdad, pero no ambas, ¿cuál elegiría? Sugiero que la pobreza merece más nuestra preocupación. (9)

    Pues bien, esta impresionante y admirable reducción de la pobreza que ha tenido lugar durante las últimas décadas se debe justamente a la proliferación de negocios y empresas honorables.

    Visto desde otra perspectiva, el proyecto que nos presenta el autor es el de un diálogo entre la filosofía antigua y la moderna, protagonizado por Aristóteles y Adam Smith, a partir del cual se construyen las bases teóricas y filosóficas para que, así como los médicos tienen un código de ética a partir del cual se ejercen su loable profesión, así también los empresarios y hombres de negocios puedan recurrir a un piso firme para la toma de decisiones éticas y morales con las que se enfrentan a diario. Pero hay algo más. Deirdre McCloskey postula una explicación del gran florecimiento humano que ha tenido lugar desde hace 200 años y que se ha intensificado los últimos 70, según la cual esto se debe a la buena reputación y respeto que comenzaron a ganar las personas de negocios en algunos lugares del mundo como los Países Bajos, y que progresivamente se fue extendiendo hacia Inglaterra, EEUU y el resto del mundo. (10) Dicha explicación, a juicio de Otteson, aunque es parcial, no deja por ello de ser cierta y, por lo tanto, complementable con la explicación smithiana que él recomienda. De modo, pues, que una conciencia explícita de las virtudes asociadas al quehacer empresarial puede contribuir eficazmente a que el quehacer empresarial se revalorice como una fuente de prosperidad y de bienestar para las sociedades actuales, en especial las más oprimidas y rezagadas, lo cual, a juicio de McCloskey, contribuiría a que dicha fuente sea aún más copiosa.

    Para concluir, resta insistir nuevamente en que una de las grandes enseñanzas de esta obra es que, para lograr el desarrollo, bienestar y prosperidad de una sociedad, una condición necesaria es la revalorización de trabajo empresarial como una actividad digna, loable y necesaria, que requiere de mujeres y hombres valientes, prudentes, atemperados, justos y que deseen una mejor sociedad para ellos y las futuras generaciones. La argumentación, al estar sustentada por este diálogo filosófico a partir de conceptos concretos como interés propio y división del trabajo, abre una interesante discusión y diálogo entre filosofía y empresa, así como entre filosofía y economía, contribuyendo con ello a desarrollar una visión actual de la filosofía y sus aplicaciones concretas.

    Mariano Chávez Martínez

    Antonio Pardo Oláguez

    1. Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, (Madrid: Alianza Editorial, 2017) § 6.53,215.

    2. Wittgenstein, Investigaciones Filosóficas, (Madrid: Trotta, 2017) § 38,327.

    3. De Mercado, Destrucción del ídolo ¿Qué dirán?, 37.

    4. Hayek, Fundamentos de la libertad, 197.

    5. Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, 42-43.

    6. Otteson, Empresas honorables, 185.

    7. Ver, Xavier Sala-i-Martin, La desigualdad global desaparece a medida que crece la economía global, (Índice de Libertad Económica, 2007), 15-25. file:///C:/Users/Ram%C3%B3n/Downloads/index2007_chapter1_spanish.pdf

    8. Otteson, Empresas honorables, 183.

    9. Otteson, Empresas honorables, 182.

    10. Ver McCloskey, Bourgeois Equality, 2016.

    AGRADECIMIENTOS

    Este libro tuvo sus orígenes hace una década cuando enseñé por primera vez un curso llamado Capitalismo y moralidad en la Universidad Yeshiva, en Nueva York. Pensar en cómo enmarcar tal curso, especialmente para estudiantes tan excepcionales como los que tuve en Yeshivá, me llevó a un proceso de pensamiento serio sobre las instituciones políticas, económicas, morales y de otro tipo que podrían permitir una vida eudaimónica o genuinamente floreciente. Desarrollé varios otros cursos sobre temas relacionados en Yeshivá y mis estudiantes me brindaron pacientemente un entorno excepcional para explorar y afinar mis ideas. Expreso mi profunda gratitud a esos estudiantes, a quienes nunca olvidaré.

    Cuando llegué a la Escuela de Negocios de la Universidad de Wake Forest, en 2013, adapté mi curso Capitalismo y moralidad a los estudiantes y objetivos de una escuela de negocios, lo que finalmente resultó en un nuevo curso llamado ¿Por qué los negocios?, con el subtítulo Explorando el papel de las empresas en una sociedad justa y humana. Reuní una colección editada de las principales lecturas que utilicé en el curso, que Encounter Books publicó bajo el título What Adam Smith Knew (2014), por lo que extiendo un agradecimiento a Encounter. Durante varias iteraciones de ¿Por qué los negocios? y a través de muchas discusiones y conversaciones con mis colegas y estudiantes de Wake Forest, desarrollé aún más las ideas que finalmente se materializaron en este libro. (11) Agradezco a mis alumnos y colegas de la Escuela de Negocios de Wake Forest por darme la oportunidad de trabajar en estas ideas, así como al Instituto de Wake Forest por su espacio sereno y alentador para trabajar. Agradezco a Page West, que me convenció de venir a Wake Forest; a Adam Hyde y Matthew Phillips, quienes generosamente impartieron el curso ¿Por qué los negocios? conmigo y, a través de discusiones demasiado numerosas para contar, me ayudaron a desarrollar y refinar mis ideas; y a John Allison, quien no solo me ha brindado asesoramiento y consejo durante mi tiempo en Wake Forest, sino que su carrera ha sido un ejemplo de negocios honorables.

    También me he beneficiado de muchas otras personas con las que he discutido varias ideas en este libro. Entre ellos se incluyen Rajshree Agarwal, Jonathan Anomaly, Neera Badhwar, Cecil Bohanan, Jason Brennan, Art Carden, Adina Dabu, Douglas J. Den Uyl, Benjamin Graves, Noah Greenfield, Keith Hankins, John Hasnas, Max Hocutt, Rashid Janjua, Jason Jewell, Cathleen Johnson, Ori Kanefsky, Mark LeBar, Deirdre McCloskey, Phillip Muñoz, Andrew Naman, Rob Nash, Maria Pia Paganelli, Douglas B. Rasmussen, Richard Richards, Gregory Robson, William Ruger, Daniel Russell, David Schmidtz, Michelle Steward, Chris Surprenant , Andrew Taylor, John Thrasher, Michelle Vachris, Bas van der Vossen, Page West, Daniel Winchester y Matthew Wols. Les extiendo mi más sincero agradecimiento a todos ellos. Agradezco en particular a David Rose, tanto por las muchas discusiones como por animarme a pensar que valdría la pena convertir estas ideas en un libro.

    También agradezco a David Pervin, de Oxford University Press, por su paciencia y sus consejos, y por hacer posible este libro. También agradecemos a los dos excelentes revisores anónimos de OUP del borrador anterior del manuscrito. He incorporado silenciosamente muchas de sus sugerencias, ¡incluso con respecto al título del libro! -y el manuscrito ha mejorado enormemente gracias a sus esfuerzos. También agradezco a Richard Isomaki por su excelente corrección de estilo del manuscrito. Por supuesto, ni ellos ni ninguna de las otras personas que he mencionado son responsables de los errores restantes en este libro; solo yo.

    También me gustaría agradecer a mi difunto padre, James R. Otteson padre, y a mi difunto suegro, Dennis E. LeJeune, quienes me dieron el aliento y el consejo que tanto necesitaba, y quienes me mostraron lo que era una empresa honorable. Los extraño mucho.

    Finalmente, agradezco a mi familia por su amor, apoyo e inspiración en todo momento. Para mis amados Katharine, Victoria, James, Joseph y George, quienes han estado presentes en este proyecto, como en todas las cosas. Ellos son mi sine qua non.

    11. Mi curso ¿Por qué los negocios? fue galardonado con el Premio Nacional del Instituto Aspen Ideas que vale la pena enseñar, en 2017. Agradezco al Instituto Aspen por este honor.

    INTRODUCCIÓN

    Muchos han creído que la actividad empresarial se encuentra, moralmente, bajo sospecha. Este punto de vista se refleja en la idea común de que las empresas, e incluso los empresarios, tienen el deber moral de regresar algo a cambio a la sociedad. Nótese que

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