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Socioestadísticas para miembras
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Socioestadísticas para miembras

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Socioestadísticas para miembras es un compendio resumido de cuatro de las últimas investigaciones de este sociólogo madrileño que ha desarrollado su profesión en la Administración Local y la Universidad durante más de treinta años. Los resultados de estas cuatro investigaciones fueron publicados en sendas revistas científicas del campo de las ciencias sociales entre 2018 y 2021, pero en este libro se presentan de modo sintético con un contenido y un formato adaptado al público en general, dejando a un lado en gran parte la exposición de las técnicas analíticas empleadas y el lenguaje especializado de esta clase de trabajos.
El hilo conductor de estas "Socioestadísticas" es un ejercicio fundamentado de refutación de la llamada "hipótesis del género", proposición teórica que pretende explicar la realidad social de las mujeres en términos de una discriminación general por razón de sexo, sin la concurrencia de otros factores que pudiesen proporcionar una mejor explicación, o una explicación complementaria, de algunos de los fenómenos que aquellas protagonizan o en los que están involucradas.
Aspectos de manifiesta actualidad social y política como la discriminación salarial, el "techo de cristal" o los feminicidios son analizados en esta obra desde una óptica diferente del relato de género dominante, aportando una nueva perspectiva que, sin menoscabo del mayor rigor científico, ofrece una comprensión alternativa de estos asuntos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 sept 2022
ISBN9788411441629
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    Socioestadísticas para miembras - José Luis Palacios Gómez

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © José Luis Palacios Gómez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de cubierta: Andrea Tomasov

    Ilustración de Fernando Cabezas

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-162-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A las feministas de todos los partidos (y a Hayek, claro)

    A Bibiana Aído, por su impagable creatividad lingüística, inspiradora del título de este libro.

    Agradecimientos:

    A María Blanco, Sergio Candanedo, Pablo de Lora, Daniel Jiménez, Alex Kaiser, Roxana Kreimer, Agustín Laje, Ryszard Legutko, Douglas Murray, Almudena Negro, Antonio Pérez «Chani», Jordan B. Peterson, Susan Pinker, Javier de la Puerta, Alicia Rubio, Gad Saad, Guadalupe Sánchez, Diego de los Santos, Cristina Seguí, Edurne Uriarte, Jorge Vilches, y un no muy largo pero igualmente apreciable etcétera, que me permitieron constatar que hay bastante gente que no solo se ha percatado de que existe una ofensiva totalitaria basada en el género que pone en grave riesgo la libertad, la igualdad y la democracia, sino que es posible denunciarla con argumentos y datos.

    A todas las mujeres íntegras y compasivas que no admiten que los hombres puedan ser discriminados por el mero hecho de serlo.

    PREFACIO

    Cuando el 10 de junio de 2008, en una comparecencia en la Comisión de Igualdad en el Congreso, la recién nombrada ministra de Igualdad, Bibiana Aído, usó la palabra «miembras» para referirse a las mujeres que formaban parte de esa comisión, pocos advirtieron el regalo argumental que esta señora estaba haciendo a quienes trabajosamente se ufanaban en caracterizar críticamente la naturaleza y el alcance de ese complejo entramado ideológico que es el discurso del «género».

    El «miembras» de Bibiana se hizo pronto célebre, convirtiéndose rápidamente en trending topic en las redes y plataformas audiovisuales, provocando las chuflas de cientos de miles de divertidos ciudadanos y, naturalmente, la reprobación de la Real Academia Española, que señaló con severa dignidad que el término era inexistente en español y no debía emplearse para designar a las miembros de nada (o sea, como «audazas» para referirse a las mujeres audaces, por ejemplo).

    Bibiana afirmó poco después que el uso de la palabra «miembras» fue un lapsus linguae (bueno, al parecer, ella solo dijo lapsus a secas) en el curso de una alocución en la que la continua duplicación de los géneros gramaticales para aludir a las personas de distinto sexo que hacían o dejaban de hacer esto o lo otro (ciudadanos y ciudadanas, diputados y diputadas, etc.) habría producido una especie de inercia verbal de género (gramatical), arrastrándola, digamos, al involuntario error miembril. A continuación añadió que, en todo caso, el error no lo era tanto, porque tampoco se decían antes otras palabras y ahora sí, independientemente de lo que en ese momento determinase la RAE al respecto (que además estaba llena de personas masculinas, vaya). Y señalaba que anglicismos como «fistro» no habían tenido tantas pegas para aceptarse y ser incluidos en el Diccionario de la RAE.

    En verdad, «fistro» no está admitido en el DRAE y además no es un «anglicismo», pero Bibiana no era precisamente una brillante lingüista, y sus estudios de Empresariales no tenían por qué haberla capacitado para aportar nada especialmente relevante al uso del español, aunque haber dirigido la Agencia Andaluza para el Desarrollo del Flamenco, con 29 años, quizás podría haberle procurado cierta expansión de su acervo cultural. Tampoco debía tener tanto tiempo para profundas inmersiones en el proceloso piélago de la lengua española y sus complicados tecnicismos, ocupada como parecía estarlo en sus graves responsabilidades políticas en el partido y en fundamentar sus sólidos argumentos en el ámbito de la nueva perspectiva de género. Y si te nombran ministra del Reino de España con 31 años, lo normal es que tengas la cabeza en otras cosas importantes y no te distraigas con nimiedades como hablar bien el español en las Cortes cuando lo haces en calidad de miembro del Gobierno.

    Y lo cierto es que la ministra erraba el tiro, pero sabía adónde disparaba. Es evidente que hablar como lo hizo, y como ahora hacen habitualmente sus correligionarios, es un disparate lingüístico, no solo porque lo diga la Academia (en la que también hay unas cuantas mujeres, por cierto, que seguramente están ahí porque conocen bien el español), por eso de la economía del lenguaje y por elegancia estilística, sino porque oír discursos con el tic del desdoblamiento de género (gramatical, digo) se convierte en algo decididamente cansino en cuanto duran más de un minuto. Pero la ministra desatendía la lengua porque quería atender al mensaje, que no era otro que la «visibilización» de la mujer en la vida pública, según su espesa concepción del feminismo militante. Cualquiera habría dicho que pocas cosas hacían más visible a «la mujer» que su propia persona fungiendo de ministra ante los diputados, los medios y las cámaras, dijera lo que dijese, precisamente porque ponía de manifiesto que una mujer, aun con el parco bagaje profesional que ella entonces atesoraba, había podido alcanzar aquella alta magistratura, en un estado de la Unión Europea, sin mayores dificultades.

    Sin embargo, Bibiana probablemente obraba con modestia y no debía pensar que su mera presencia en tan conspicua circunstancia era prueba suficiente de protagonismo femenino, sino que era preciso exhibir una reivindicación abierta de la «causa» de la visibilidad. Toda una metáfora del contemporáneo relato del género enunciado «por medios oblicuos», podríamos decir. Su reclamación de atención a «la mujer», para evitar su presunta elusión en la esfera pública, mediante un término entre absurdo y divertido, trascendía el cargante procedimiento de duplicación del género (gramatical, repito) y se adentraba en el promisorio campo de la transformación del idioma y, por tanto, del pensamiento, idea con la que posiblemente estaría de acuerdo Noam Chomsky (que, además, también es socialista, como Bibiana, aunque à la americaine).

    Nadie sabe si Bibiana había oído hablar alguna vez de Miroslaw A. Miernik («The message is the massage»), ni siquiera de Marshall McLuhan, pero actuaba como si así fuera, porque la lógica de su propuesta redefinitoria de la manera de hablar nuestro idioma encierra en cierto modo una especie de enmienda a la totalidad del significado de las cosas y la forma de concebirlas. Si terminásemos hablando como Bibiana en última instancia proponía, probablemente nos entenderíamos peor, pero sin duda todo quedaría impregnado de género (del otro, no del gramatical). Que es de lo que se trata, obviamente. Algo así como que si hablas de una determinada manera, terminas pensando de esa manera. Un poco elemental, sí, pero tampoco la hipótesis del género es, como veremos en las páginas siguientes, un exponente paradigmático de robusta teoría científica y ahí está, vigorosa y rutilante.

    En definitiva, que la ocurrencia de Bibiana tal vez podría pasar como algo meramente anecdótico, propicio para echar unas risas y, los más creativos, hacer unos «memes». Pero no es solo eso. Es una verdadera exhibición discursiva, un tanto elíptica si se quiere, pero llena de significado, indicativa de una forma de discurrir, de pensar el mundo social y las relaciones personales, insólita pero real. Y ya nos advirtió sabiamente William I. Thomas que lo que la gente define como real es real en sus consecuencias, teorema sociológico brillante y veraz como ninguno. Si se admite (si «se compra», se dice actualmente) que nos indiquen cómo hablar, al margen del obviamente necesario código lingüístico que todo idioma prescribe, lo siguiente es que nos definan no ya lo que hay que decir, sino lo que tenemos que pensar. En eso están, sin duda, los acólitos del género (del no gramatical, digo). Antes de que eso suceda, he querido aprovechar para reunir en un breve texto el testimonio de mi oposición intelectual a esa «redefinición de la situación», empleando para ello la única herramienta que sé manejar con alguna soltura: la argumentación basada en el análisis de datos sociológicos. El fruto de ello es este compendio de socioestadísticas de mi cosecha. Ya rompí una lanza por la libertad cuando nos la negaban en el régimen anterior. Ahora no puedo sino romper otra cuando nos la quieren volver a negar con un nuevo régimen. Quiero pensar que tal vez resulte de alguna utilidad (para que el mal triunfe basta con que los buenos no hagan nada, sentenció Burke).

    Desde aquel junio de 2008 ha llovido mucho, y Bibiana Aído hace tiempo que dejó de amenizar las sesiones del Congreso e inquietarnos con sus extravagancias sociolingüísticas, aunque ha seguido trabajando infatigable por la causa de «la mujer». Por lo que sabemos, está empleada desde 2011 en una organización de Naciones Unidas llamada ONU mujeres, que tiene como misión «promover la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres», un objetivo proteico e inagotable, y un destino (el de Bibiana) perfectamente adecuado para alguien que dejó una huella indeleble en el imaginario colectivo de la política española, aunque fuese en el con frecuencia ambiguo y algo vaporoso dominio de lo intangible. Su aportación al universo simbólico del género sociosexual tal vez se haya infravalorado y no estaría de más reconocérsela sin ambages, al menos en el ámbito en el que cosechó mayor éxito: el humorístico. Su contribución al universo del otro género (el gramatical) es más dudosa, todo sea dicho, pero ya nos señaló Paul Johnson que raramente una persona destaca de forma sobresaliente en más de un campo del saber.

    Yo, por mi parte, me reconozco reacio a usar cualquier especie de neolengua para expresar lo que seriamente quiero decir, así que el lector suspicaz no ha de extrañarse por no encontrar en las páginas que siguen convenientes desdoblamientos de género (gramatical) para aludir a las personas involucradas en los fenómenos tratados en estas socioestadísticas, ni mixtificaciones léxicas fuera de las normas que prescribe la Academia, pues me he ceñido al principio de escribir, o intentarlo, en un buen español. Es más aburrido, naturalmente, pero a cambio ahorro al lector una buena porción de palabras innecesarias, que en un texto de carácter marcadamente técnico-científico no es poco.

    No dejo de apreciar, sin embargo, como se ha visto más arriba, el ingenio terminológico de aquella Bibiana cuando era nuestra ministra y he querido rendirle con el título de este libro el tributo que su desparpajo merece. Espero que si, inopinadamente, algún ejemplar llega a sus manos, sepa apreciarlo en lo que vale, dicho sea con toda modestia, por supuesto después de leerlo, y no lo despache, como buena gaditana, haciéndose con él un tirabuzón, cual si fuera un proyectil lanzado por fanfarrones. Después de todo, estamos entre intelectuales. Digo.

    Introducción: sobre la hipótesis del género y el propósito y función de las socioestadísticas

    En 2018 publiqué los resultados de una investigación de carácter sociolaboral, sobre la discriminación salarial por razón de sexo, en la conocida revista Sociología del Trabajo, dirigida, como sucedía desde que recordara, por el catedrático de nuestra facultad de Ciencias Políticas y Sociología Juan José Castillo. Tengo que decir que la aceptación del artículo enviado a la revista para su revisión y posible publicación en cierto modo me sorprendió, porque la cuestión a la que aludía y la información que contenía podían resultar políticamente incómodos en los tiempos que corren, y una revista universitaria, aun del prestigio de la mencionada, podía evitarse riesgos y problemas desdeñando mi paper. Es cierto que aquí todavía no estamos en el abominable nivel de censura ideológica que parecen haber alcanzado las universidades norteamericanas, con casos auténticamente espeluznantes como los de Theodore Hill, Lawrence Summers o Lazar Greenfield, pero tengo la impresión de que andamos a la zaga.

    Aunque las cuestiones sociolaborales no formaban habitualmente parte de las propias de mi especialidad académica y profesional (la metodología de la investigación social y los fenómenos socioculturales y socioeconómicos), había hecho ya previamente alguna incursión sobre el tema abordado en este trabajo (que posteriormente también vio la luz, como artículo, en el libro homenaje al profesor Octavio Uña Intellectum valde ama, con el título «¿Cobrar menos por el mismo trabajo? Teoría social y económica y evidencia empírica sobre la discriminación salarial por género»), de manera que la investigación sobre la discriminación salarial de las mujeres era un ejercicio de profundización en un fenómeno que había ya despertado mi curiosidad sociológica. El caso es que el artículo era la expresión de mi interés por la improbable veracidad de un lema de agitación política frecuentemente voceado en medios muy diversos: «las mujeres cobran menos que los hombres por hacer el mismo trabajo».

    Comoquiera que se me antojaba decididamente inverosímil que tal afirmación respondiese a un hecho cierto en la España de nuestros días, uno de los países más igualitarios del mundo y con uno de los mercados de trabajo más rigurosamente sujeto al escrutinio de socialistas y feministas de toda condición, me puse a investigar el asunto con mayor detenimiento, acudiendo a las abundantes bases de datos laborales disponibles y a la lectura detenida de la todavía más abundante bibliografía, teórica y empírica, que existe sobre esta materia.

    El estudio cuyos resultados publicó Sociología del Trabajo en otoño del 2018 llevaba por título «Cuando los números hablan. Análisis y valoración de la estadística oficial de discriminación salarial por razón de sexo en España (2005-2016)», se había elaborado con datos oficiales de la Inspección del Ministerio de Trabajo y concluía que las diferencias salariales promedio entre trabajadores de ambos sexos, menores, pero ciertamente existentes, en escasísima medida podían deberse a alguna clase de discriminación sistemática que sufrieran las mujeres asalariadas.

    El que los datos estuvieran disponibles, fuesen fiables, la metodología de análisis la adecuada y las evidencias tan consistentes, y que pudiesen publicarse, me animaron a abundar en la investigación científica de otros mantras y dogmas de eso que podríamos llamar, formalísticamente, «estudios del género», y que, más técnicamente, no es otra cosa que la segmentación por sexo de los datos relativos a comportamientos, opiniones y actitudes de la gente, pero filtrada con Judith Butler.

    Y así fue que abordé otros dos asuntos de este ámbito temático que también me interesaban considerablemente: el llamado «techo de cristal», o impedimento estructural para que las mujeres alcancen las máximas posiciones en las organizaciones sociales, y los denominados «feminicidios», es decir, los asesinatos de mujeres por sus parejas o exparejas, en España. Del último de ellos hice una extensión de carácter más marcadamente estadístico, usando la metodología de regresión con series temporales y la

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