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Breve historia de la mujer
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Breve historia de la mujer

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Un apasionante recorrido por el protagonismo de la mujer en el ámbito público y privado desde la prehistoria hasta nuestros días. Su papel determinante en diferentes culturas y la historia excepcional de su lucha hasta conseguir el derecho al voto y el control de su propio cuerpo. Una visión de conjunto que rompe estereotipos históricos.

Acérquese a la vida privada de las mujeres, su papel cada vez menos pasivo en la sociedad y los retos a los que se ha tenido que enfrentar como género a lo largo de los siglos y en todos los rincones del planeta. Desde la Antigüedad clásica, en la que sólo podía ser madre y esposa, hasta los feminismos modernos, las sufragistas y la lucha por la emancipación de la mujer y el control de su propio cuerpo.
Breve historia de la mujer le mostrará el papel de las mujeres en la historia siguiendo dos líneas de estudio. Por un lado, avanzando en orden cronológico a lo largo de la historia, lo que ayudará al lector a tener una visión completa de la evolución que siguió el papel de las mujeres en los distintos momentos clave del pasado y en las diferentes civilizaciones.
De la mano de Sandra Ferrer descubrirá, en un relato riguroso y ameno, la apasionante vida de mujeres excepcionales y la lucha de todo un género por hacer oír su voz y sacar a la luz su dignidad y su talento.
IdiomaEspañol
EditorialNowtilus
Fecha de lanzamiento6 mar 2017
ISBN9788499678559
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    Breve historia de la mujer - Sandra Ferrer Valero

    La prehistoria

    El Museo de Historia Natural de Viena acoge en una de sus salas una pequeña figurita de piedra caliza de más de veinte mil años de antigüedad. Protegida por un grueso cristal, su belleza ancestral se muestra tímida, rodeada de fósiles e infinidad de restos de un pasado remoto. Su pequeñez, poco más de diez centímetros de altura, no le resta solemnidad y belleza. La Venus de Willendorf, que así se llama la figurita, permaneció miles de años sepultada en las profundidades de los estratos prehistóricos austriacos, ajena a la evolución de la humanidad hasta que a principios del siglo xx fue desenterrada. Delante de esta imagen de una mujer (¿diosa?, ¿icono?, ¿madre?) que ha sobrevivido miles de años, es sobrecogedor pensar en todos los secretos que esconden sus formas. Y que, a día de hoy, aún nadie ha podido desvelar.

    La época prehistórica ha despertado el interés de las teorías feministas porque fue el momento en el que se habrían forjado las relaciones de sumisión femenina. Pero los restos arqueológicos no son suficientes para concluir de manera contundente cuándo ni cómo las mujeres pasaron de ser consideradas como iguales (¿o superiores?) a los hombres a convertirse en el conocido durante siglos como el «sexo débil» o el «segundo sexo». Las teorías forjadas en uno u otro sentido han estado durante mucho tiempo influenciadas por prejuicios ideológicos que hacen difícil una visión real de la situación de la mujer en la prehistoria.

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    Venus de Willendorf (h. 280000-25000 a. C.). Museo de Historia Natural de Viena. Esta figurilla de poco más de diez centímetros de alto representa una figura femenina de pechos, abdomen, vulva y nalgas marcados de manera exagerada. Sin rostro dibujado, la cabeza está recubierta por una serie de incisiones. La Venus de Willendorf fue descubierta en 1908 en el yacimiento austriaco de Willendorf por el arqueólogo Josef Szombathy. Como todas las Venus prehistóricas, su significado está aún por descubrir.

    L

    AS PRIMERAS POBLACIONES RECOLECTORAS

    En torno a los 40 millones de años, en la era Terciaria, algunos de los primates que poblaban la tierra iniciaron un proceso evolutivo que culminaría en el hombre actual, conocido como Homo sapiens. En esta larga y extraordinaria carrera por la evolución, el cuerpo de los primeros homínidos fue mutando, sus cerebros crecieron, sus mandíbulas se perfeccionaron y sus extremidades se convirtieron en excelentes herramientas humanas que empezaron a controlar el medioambiente que les rodeaba.

    Las primeras culturas que demuestran la presencia de humanos capaces de desarrollar industrias primitivas se sitúan en el Paleolítico. Las primeras evidencias de útiles elaborados por homínidos se encontraron en Etiopía, en Hadar, y fueron elaborados hace dos millones y medio de años.

    Las culturas de cantos trabajados protagonizadas por Homo habilis empiezan a desarrollar los primeros útiles con piedras que fueron utilizados para cortar, machacar y golpear. Tradicionalmente se ha considerado que aquellas primeras herramientas habrían sido elaboradas por los primeros homínidos masculinos por la fuerza necesaria para percutir y moldear las duras piedras. En aquellas primeras sociedades, a las mujeres se les asignaría un papel de recolectoras de frutos y, por supuesto, de garantes de la supervivencia con sus constantes maternidades. Un modelo que se perfecciona en el Achelense, hace un millón de años, momento en el que el Homo erectus empieza a extenderse desde África hacia Asia y Europa.

    El Achelense es el momento en el que se descubre el fuego. En las terrazas junto a los ríos, en los abrigos rocosos, en el hábitat, en fin, del hombre paleolítico, nace el «hogar». Alrededor del fuego, los hombres y mujeres prehistóricos cocinan los alimentos encontrados y manipulados con aquellos primeros útiles de piedra rudimentarios. Los modelos tradicionales pintaron un cuadro en el que los hombres, con sus hachas bifaciales e instrumentos más o menos desarrollados con piedras y huesos, se dedicaban a la caza, mientras que las mujeres utilizaban largos palos para desenterrar raíces del suelo o alcanzar frutos de los árboles, se encargaban de buscar ramas para mantener vivo el fuego y cuidaban de su prole.

    Un modelo que la arqueología feminista denuncia estar influenciado por las estructuras familiares de las sociedades posteriores basadas en su mayor parte por las premisas cristianas. De hecho, muchos de los primeros investigadores de la prehistoria y la protohistoria eran clérigos, como el abate francés Henri Breuil o el sacerdote español José Miguel de Barandiarán. Según las premisas de la arqueología feminista, el modelo de familia cristiana habría sido el utilizado para entender aquellos primeros núcleos de población humana sin ninguna base científica distinta de la mera utilización de modelos modernos en tiempos pasados.

    Por otro lado, si fuera verdad esa división marcada del trabajo, que los hombres se dedicaran a la caza y las mujeres a la recolección, no tendría por qué ser argumento de peso para decidir que las tareas masculinas eran mejores y más importantes que las de las mujeres. La pregunta que cabría hacerse es: ¿los hombres y mujeres prehistóricos se sintieron mejores o peores que los del sexo contrario? Es muy atrevido pensar que ya en aquellos momentos existiera una visión plagada de prejuicios hacia el sexo opuesto.

    Los restos humanos de aquellos milenios, concretamente las mandíbulas, nos indican que la base de su dieta se centraba en alimentos vegetales. La caza, por ahora, era secundaria. Pero los útiles para esta actividad identificada como tarea primordial de los hombres han llegado hasta nuestros días, de modo que podemos estudiar la evolución desde los primeros cantos trabajados hasta las más desarrolladas herramientas. Los aparejos que pudieran usar las mujeres, las recolectoras, elaborados muy probablemente con materiales no perdurables, han desaparecido. La gran cantidad de testimonio material de caza llevó a la conclusión de que la caza era primordial mientras que la recolección era una simple tarea secundaria en la que las mujeres ni se jugaban la vida ni empleaban grandes esfuerzos.

    Las sociedades primitivas construyeron sus primeras herramientas a partir del trabajo de cantos rodados cuyas formas fueron evolucionando y perfeccionándose. No existen pruebas del todo concluyentes que indiquen que ese trabajo del sílex fuera tarea exclusiva de los hombres. O de las mujeres. Por otro lado, los restos de algunos yacimientos apuntan que en aquellos tiempos, en muchas ocasiones, la caza se basaba en lo que se conoce como caza oportunista, aprovechando los cuerpos muertos por causas naturales de animales que encontraban a su paso. Las herramientas servirían para manipular las presas de una caza incipiente pues las primeras sociedades paleolíticas tenían una dieta mayoritariamente vegetal. Alimentos que serían recogidos con rudimentarias herramientas formadas por palos. No existen pruebas definitivas de que fueran solamente las mujeres las que realizaran esta tarea. La única labor que sabemos biológicamente comprobada es que ellas eran las que daban a luz y cuidaban de sus hijos, a los que alimentaban con su leche materna. A partir de ahí, el resto son sólo elucubraciones.

    L

    AS SOCIEDADES CAZADORAS

    Hace unos cuarenta mil años, la Tierra se vio sometida a duras oscilaciones frías correspondientes a la glaciación de Würm. Entramos en la época identificada como el Paleolítico medio y superior, donde primero el hombre de Neandertal y después el Homo sapiens iniciaron su andadura en la tierra. Los fríos del glaciar avanzaron desde el norte hasta zonas meridionales. La vegetación fue desapareciendo y la fauna de zonas frías se movió con los hielos.

    El hábitat al aire libre junto a ríos y mesetas se abandona en aquel momento y predomina la búsqueda de zonas protegidas como profundos abrigos rocosos y cuevas. La caza se convierte en elemento necesario de subsistencia, ante la desaparición de los principales alimentos vegetales. Que durante el Paleolítico Medio y Superior se viviera de la caza no es argumento de peso para afirmar que fueron solamente los hombres los que ejercían dicha actividad de subsistencia. En recientes estudios de las pinturas rupestres que recrean, en distintas partes del mundo, supuestas escenas de caza protagonizadas por hombres se ha planteado la posibilidad de que dichas figuras sean de mujeres cazadoras. Algunas de estas pinturas, a día de hoy, se identifican claramente con recreaciones de cuerpos femeninos, como la cazadora de la cueva del Tío Garroso de Alacón, en Teruel.

    Los neandertales protagonizaron los primeros enterramientos conocidos. La primera fosa que se encontró fue en el yacimiento de La Chapelle aux Saints, donde se hallaron los restos de un neandertal que algunos investigadores identificaron como un hombre mientras que otros aseguraron que era una mujer. Un año después, en la Ferrassie, se encontró una fosa en la que un hombre y una mujer habían sido inhumados uno al lado del otro acompañados de huesos de niños. Estos restos no sólo nos hablan de las primeras inhumaciones voluntarias que indicarían una evolución social de asimilación cultural de la muerte. Que las mujeres fueran enterradas de la misma manera que los hombres en aquellas primeras inhumaciones nos lleva a deducir que su destino se consideraba igual. En la cueva de Tabun, en Israel, se encontró también otro enterramiento de una mujer. Pero una de las más misteriosas inhumaciones femeninas es la que se encontró en el yacimiento de Dolní Věstonice, en Moravia, donde, después de desenterrar decenas de figuritas femeninas datadas de hace aproximadamente unos veinticinco mil años, apareció un enterramiento femenino. Junto al cuerpo de una mujer, se desenterró una cabeza de marfil femenina, dos cuchillos, utensilios de piedra y restos de un zorro. Esta mujer, cuyo cuerpo fue espolvoreado con ocre rojo, una práctica habitual en las inhumaciones prehistóricas, plantea la duda de si fue una mujer excepcional, si fue una matriarca, una sacerdotisa, cazadora quizás. ¿Los cuchillos y los restos de animales serían un indicativo de que la mujer de Dolní Věstonice era cazadora? ¿La figurilla de marfil la asimilaría como una sacerdotisa de una sociedad matriarcal? Todas las hipótesis están abiertas.

    De aquellos primeros restos humanos se pudo determinar también que los hombres tenían una esperanza de vida mayor que la de las mujeres, cuya existencia no superaba, salvo raras excepciones, los cuarenta años.

    L

    AS MISTERIOSAS VENUS PREHISTÓRICAS

    Durante el Paleolítico aparecieron de manera extraordinaria a lo largo y ancho de Eurasia un elevado número de estatuillas femeninas que contrastan con la práctica inexistencia de representaciones masculinas. Fue el marqués de Vibraye quien en 1864 las bautizó con el nombre de «venus». Identificar todas estas estatuillas con la diosa de la fertilidad según la mitología romana nos da una idea de la función que se les asignó.

    Estas figuras femeninas se han encontrado en lugares tan dispares como Siberia y la costa francesa. Fabricadas en distintos materiales, como marfil, piedra, hueso, madera o terracota, sus formas coinciden en destacar los pechos, las caderas, los glúteos y la vulva. El rostro parece carecer de importancia en estas pequeñas representaciones femeninas. Casi todas son de bulto redondo y representan todo el cuerpo, aunque se encuentran también en relieves esculpidos sobre distintos materiales, como la Venus de Laussel. También existen bustos femeninos, como el encontrado en Dolní Věstonice o en Brassempouy. Esta última se considera la primera representación encontrada de un rostro femenino.

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    Venus de Dolní Věstonice (29000-25000 a. C.). Museo de Brno, República Checa. Unos 25.000 años de antigüedad. Estatuilla de terracota de poco más de once centímetros de alto. Tiene los pechos y las caderas muy marcados. En la cabeza, dos incisiones podrían indicar los ojos. Le faltan las extremidades. Fueron centenares las figurillas que recrean el cuerpo de la mujer, correspondientes a culturas distintas, que se encontraron por todo el territorio europeo.

    Diosas madre, símbolos de la fertilidad, representaciones maternales, o simplemente figuritas femeninas. Su significado continúa siendo un misterio del que los estudiosos no se ponen de acuerdo. Con las «venus» se planteó la cuestión del conocimiento por parte de las sociedades prehistóricas del papel del hombre en la reproducción. Algunas teorías apuntan a que en tiempos muy antiguos y durante miles de años, hubo un total desconocimiento de la función procreadora del hombre, haciendo de la mujer la única garante de la supervivencia de la especie. Una idea que no todos los prehistoriadores aceptan. Conocedores o no de su papel reproductor, los hombres podrían haber participado en el culto a la mujer. Lo que nos lleva a plantear la pregunta de si en aquellos milenios existieron sociedades matriarcales. La pervivencia de las «venus» no es, sin embargo, una prueba concluyente.

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    Venus de Lespugue (h. 25000 a. C.). Museo del Hombre, París. Estatua de marfil de casi quince centímetros de altura. Resaltan los pechos y el vientre de la mujer mientras que otras partes como la cabeza, los brazos o los pies, prácticamente no están trabajados. Fue hallada en 1922 en la localidad francesa de Lespugue, en la cueva de Rideaux. A pesar de que no queda clara la función de estas figuritas, la gran cantidad de ellas hace pensar en la importancia del cuerpo femenino y su función reproductora en las sociedades prehistóricas.

    Que existieran o no matriarcados no es óbice para plantear unas sociedades en las que los primeros indicios de rituales religiosos tuvieran a la diosa-madre como su deidad principal, si nos fijamos en la práctica inexistencia de representaciones masculinas, mientras que las femeninas son constantes en todas las sociedades prehistóricas. Cada vez son más los estudiosos que defienden ese culto ancestral a un ser femenino primogénito o a la función primordial de la mujer, la fertilidad y fecundidad.

    Si esto fuera así, habría que preguntarse cuándo ese dominio de lo femenino en el panteón religioso paleolítico fue destruido y sustituido por uno o varios dioses masculinos.

    L

    A REVOLUCIÓN DEL

    N

    EOLÍTICO

    El Neolítico, hacia el 7000 a. C., trajo consigo un cambio de las sociedades cazadoras-recolectoras a las sociedades campesinas. El hombre y la mujer salen de las cavernas y consiguen domesticar algunos animales y cultivar alimentos, dando paso a la ganadería y la agricultura. Y de nuevo se plantea la pregunta acerca de la existencia de una supuesta división del trabajo. Mientras que las teorías tradicionales identifican al hombre como el ganadero y a la mujer como la segadora, no existen pruebas objetivas que así lo corroboren. Estas teorías serían una evolución del modelo paleolítico del hombre cazador y la mujer recolectora. El hombre dominaba a los animales, mientras que las mujeres controlaban la tierra y el fruto que salía de ella.

    Según el modelo tradicional, la mujer sería, desde los tiempos neolíticos, la encargada de arar la tierra, sembrar y recoger la cosecha. A la vez que sería la encargada de proveer de agua, mantener vivo el hogar para poder cocinar y, por supuesto, cuidar de los hijos. Modelo que aún en la actualidad sigue siendo válido en algunas tribus primitivas africanas.

    La mujer del Neolítico es también la encargada de la fabricación de la vestimenta familiar, de los cestos con cañas y de la producción alfarera. ¿Qué hacían entonces los hombres? En el Neolítico, las mejoras en la producción de alimentos y las más adecuadas condiciones climatológicas trajeron como consecuencia un importante aumento de la población. La presión demográfica provocó la necesidad de emigrar a otros lugares, lo que puso en conflicto a los distintos grupos humanos. La lucha por la propiedad de la tierra daba inicio a las primeras guerras de la humanidad. Y sería precisamente en este momento cuando la subordinación de las mujeres se vio, en palabras de Anderson y Zinsser, «racionalizada y justificada». La protección necesaria de las mujeres y los niños se haría en ese momento argumento más que suficiente para que el sexo femenino empezara su larga historia de sometimiento.

    La mujer en la prehistoria pudo haber vivido en igualdad de condiciones con los hombres. De manera progresiva se habría dado una especialización del trabajo según el sexo aunque, como hemos visto, no lo podemos saber a ciencia cierta. Porque, si es cierto que los hombres eran los que cazaban, ¿por qué existen testimonios de arte rupestre en los que se ven cuerpos claramente femeninos cazando animales? Tampoco sabemos qué significan las hermosas figuras paleolíticas que, por cierto, continuaron fabricándose durante el Neolítico. ¿Por manos femeninas o masculinas?

    De los tiempos neolíticos nos han llegado imágenes femeninas más desarrolladas, como la mujer entronizada del yacimiento turco de Çatal Hüyük. Realizada en el VI milenio a. C., esta pequeña estatua de veinte centímetros de altura es una impresionante representación de una mujer gruesa que está dando a luz sentada en un trono flanqueado por leopardos. Fue encontrada en el nivel II del poblado neolítico de Çatal Hüyük, en Turquía, el conjunto urbano más grande y mejor preservado de aquel período del Oriente Próximo. La figura muestra a una mujer sentada con los brazos apoyados sobre las cabezas de los leopardos. Entre sus piernas aparece la cabeza de un niño, representando claramente un parto. En este caso, la supuesta diosa-madre aparece detentando un marcado símbolo de poder, el trono, que, además, está flanqueado por dos felinos. Algo que demuestra una evolución de la religiosidad centrada en la mujer en tanto que poseedora de la capacidad de dar la vida. Una evolución intrigante, porque parece evidente que la simbología femenina estaba en la cúspide de las creencias de unos pueblos que tenían que ver en el sexo femenino la esencia de algo poderoso.

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    Estatua femenina de Çatal Hüyük (VI milenio a. C.). Museo de las civilizaciones de Anatolia, Turquía. Figura de arcilla cocida de unos quince centímetros de alto. Esta impactante representación femenina nos da una idea de la importancia que tendría la mujer y su capacidad procreadora.

    Los tiempos prehistóricos se encuentran aún en un silencio inquietante acerca del papel real de los hombres y las mujeres. Las teorías relativas al posible inicio de la sumisión femenina paralela al nacimiento de las sociedades campesinas neolíticas parecen bastante lógicas. Lo que sucedió en los milenios anteriores está aún hoy sometido a distintas corrientes ideológicas.

    2

    Las primeras civilizaciones en el Próximo Oriente asiático

    El Creciente Fértil, zona regada por los ríos Éufrates y Tigris, que darían lugar a las llamadas civilizaciones hidráulicas, vio nacer hacia el III milenio a. C. lo que conocemos como historia, a partir de la invención de la escritura. En aquel vasto territorio aparecieron y desaparecieron diferentes culturas y pueblos de los que hasta tiempos modernos se desconocía su existencia. La falta de datos arqueológicos y documentales de muchos de ellos los hace permanecer aún hoy en un largo silencio histórico. De todas ellas, conocemos nombres que evocan culturas legendarias como los sumerios, los acadios, Babilonia o Asiria. Las culturas mesopotámicas tuvieron en común algunos de los aspectos relacionados con las mujeres, como la existencia de distintas versiones de una diosa-madre, en el plano religioso, o las estructuras sociales basadas en el matrimonio patriarcal. Un modelo que veremos repetirse una y otra vez en los casos de Israel, el Imperio hitita, Egipto, Grecia, Roma… Pero existieron pequeñas variaciones como veremos en el caso de los pueblos hititas en los que, al parecer, la mujer tenía ciertos derechos igualitarios en el plano legal. O en el polo opuesto, las leyes israelitas que anularon a la mujer convertida en una posesión más del hombre.

    M

    ESOPOTAMIA

    Con el desarrollo de las primeras civilizaciones históricas empezaremos a observar la relación directa entre la construcción mitológica del universo y la visión de la mujer en la tierra. Los primeros relatos que intentan dar una explicación mítica al origen de todo nos mostrarán también cómo se construía la sociedad. Así, veremos cómo en Egipto la cosmogonía dibujaba un mundo en el que la naturaleza femenina y masculina eran iguales, mientras que Grecia mostrará unos dioses violentos con afán de sometimiento a las diosas del Olimpo… En el caso de la mitología mesopotámica nos encontramos ante una amalgama de dioses y diosas y diferentes relatos originarios. Uno de los más antiguos pertenece a la civilización sumeria y nos habla del matrimonio entre un dios y una diosa que daban origen a la vida. Unión que justificará las relaciones entre los sacerdotes y las prostitutas sagradas que presentaremos más adelante.

    En las culturas mesopotámicas también descubrimos la existencia de una supuesta diosa-madre que, según la cultura, adoptará distintos nombres como Mami o Aruru. La teología mesopotámica incluía una larga lista de dioses y diosas emparejados entre sí que formaban matrimonios divinos en los que los dioses prevalecían por encima de las diosas, de la misma manera que la realeza masculina vetaría el ascenso al trono a las reinas o las mujeres de las sociedades mesopotámicas que vivirían sometidas a la figura del varón.

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    Reina de la noche. Representación de una diosa mesopotámica, muy probablemente la diosa Istar (1800-1700 a. C.). Museo Británico, Londres. Este relieve de terracota nos muestra a una diosa a la que se asimila con una divinidad babilónica. En un proceso de sincretismo, numerosas divinidades femeninas habrían sido unificadas en la imagen de Istar.

    El amplio panteón de diosas experimentó una simplificación en la figura de Istar, la diosa babilónica que terminó asimilando al resto de deidades femeninas. Divinidad de la fertilidad, el amor, la vida pero también la guerra, Istar había nacido como fusión de una antigua diosa sumeria de la feminidad y del amor, conocida como Inana, y una diosa semítica de la guerra.

    Como hemos visto en el plano religioso, la realeza y el poder estaban, al menos a priori, reservados a los hombres. El rey era el propietario de todos los bienes del país y ejercía como un padre de todos sus súbditos. Pero de aquel lejano pasado nos han llegado nombres propios, algunos legendarios, otros más asentados en la realidad, que demuestran que hubo importantes y destacadas excepciones.

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    Relieve de la reina sumeria Kubaba. Esta habría reinado a mediados del III milenio. Es una de las pocas reinas de las civilizaciones mesopotámicas cuya existencia ha llegado hasta nuestros días. Tuvo un papel determinante en la historia de la monarquía sumeria.

    Kubaba de Kish fue una reina que habría consolidado la monarquía en Sumeria a mediados del III milenio. Aunque no se conoce casi nada de ella, es el único nombre de reina que aparece en la Lista Real Sumeria. Baranamtara, esposa del rey sumerio de Lagash Lugalanda, también de mediados del III milenio, tuvo un intenso papel en la actividad diplomática de Lagash además de gestionar sus propios bienes, algo que también hizo Shasha, esposa de Urukagina. Semíramis, esposa del rey Sammuramat de Babilonia, hacia el siglo IX a. C. pasó a la historia por haber gobernado como regente de su hijo y haber influido en su reinado. La esposa de Senaquerib, en el siglo VII a. C., llamada Naqi’a, tuvo un importante poder en la vida de su esposo y de su hijo e incluso a la muerte de este, demostrando tener

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