El ladrón de almas
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¿Nunca leyó la traición en sus ojos?, ¿o negó leerla?
Amor, pasión, tragedia, sexualidad y perversión dentro de cuatro almas que convergen en una trama de traición, odio, amor y muerte; siendo la locura la que desde una de esas almas rige y determina el destino trágico de las otras.
Cuatro vidas y cada una lucha por su objetivo: poder huir del lugar en el que está atrapada. Hasta el momento en que el amor decide sobre las vidas de dos de ellos y se produce un giro absurdo y delirante que entrecruza lo imaginario con lo simbólico. Sexualidad y muerte de la mano de la perversión van dando forma a partir de lo que se descubre en el curso de una terapia, lo siniestro que se oculta detrás de las palabras y deja a cielo abierto la identidad del ladrón de almas.
Jorge Alberto Valle Gualtieri
Jorge Alberto Valle Gualtieri es un psicoanalista licenciado en Psicología por la Universidad Argentina John F. Kennedy. Máster en Psicología de la Salud. Experto en psiquiatría, psicopatología, neuroanatomía y bioquímica de los trastornos mentales. Periodista. Nació en Buenos Aires, Argentina. Ejerció de docente, en las cátedras de Neurobiología y Psicofisiología, fue director de Psicodrama en el Hospital Neuropsiquiátrico Teodoro Borda. Actualmente vive en Madrid, donde ejerce como psicoanalista en consulta privada y como profesor en cursos de psicoanálisis lacaniano. Ha dado conferencias para diferentes organizaciones. Presenta El ladrón de almas, su ópera prima, y en este momento trabaja en su segunda novela: Es verdad, ¡¡¡te amo!!!
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El ladrón de almas - Jorge Alberto Valle Gualtieri
El ladrón de almas
Primera edición: 2019
ISBN: 9788417813277
ISBN eBook: 9788417915964
© del texto:
Jorge Alberto Valle Gualtieri
© de esta edición:
CALIGRAMA, 2019
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España – Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
A mi Madre que me hizo ver,
que algo de lo que no es, está en lo que es.
A quienes sienten emociones y sentimientos
que se transforman y se querellan entre si,
mostrando la vida, como un constante aprendizaje
de libertad, amor y locura.
Jorge Alberto Valle Gualtieri
Prólogo
Me satisface estar frente a la primera obra de Jorge Alberto Valle Gualtieri, reconocido psicoanalista a quien me une una profunda, larga y sólida amistad por su encumbrada actividad profesional y su carisma humano. Por ello, como escritora de ficción, destaco su versatilidad literaria, la que desarrolla en este texto con profunda solvencia y penetra en una temática en la que se mueve, con dureza discursiva, por los meandros de una fuerte sexualidad. Construye así un puente entre el enigma del amor, la traición, la muerte, el delirio y la locura.
Escribo este breve prólogo convencida de que esta novela obtendrá el impacto que crea el desconcierto.
Celia Curatella. Febrero de 2019
Para pasear por Madrid, con el calor que hace, llego a la conclusión de que hay que tener mucho valor, y mucho más, si estás caminando por el paseo de la Castellana, a la 13:00 de un mes de julio.
Todavía tengo que resolver algunos temas para internar a un paciente con intento de suicidio.
Y esto no podía esperar. Voy a tomar un refresco y sigo para los juzgados de plaza Castilla. Camino por Castellana y, como a cada rato, suena el móvil, pero esta vez me sorprendo. Charly desde Londres:
—Hola, Charly, cabrón, cuánto tiempo que no hablamos.
—Giorgiño, dime, ¿cómo estás?
—Trabajando, ¿y vos? ¿Cómo va esa vida? Cinco años que no hablamos, por favor.
—Sí, es verdad, Giorgio, pero falta poco, y nos vemos. Te comento por qué te llamo. Quiero que vengás a Londres a tratar a una paciente. Te elegí porque sos un experto en estas patologías. Es un cuadro depresivo, pero no descarto las drogas. De ser así, es una patología dual.
—Charly, os agradezco la confianza, pero tengo que ver cómo me ordeno con mis pacientes. Me encantaría ir, verte y charlar contigo de tantas cosas. Pregunto: ¿la depresión es endógena?
—No, no, es reactiva.
—Bueno, dejame ver y te digo.
—Por favor, Giorgio.
—Tranquilo, Charly. Te llamo, igual sé que vas a llamarme todos los días hasta que esté sentado en un bar de Londres, esperándote.
—Un abrazo, te espero. Chao.
—Charly, nos vemos.
A partir de aquí, todos los días, durante una semana, recibo una llamada de Charly; una semana, el tiempo que tardo en derivar a mis pacientes a otros profesionales.
Llamo a Charly para darle el OK de mi visita, y encontrarnos en Londres. Hace años que no veo a Charly. Lo conocí cuando terminé la Licenciatura en Psicología, en el grupo de estudios de psicoanálisis.
Fueron buenos tiempos. Pasábamos tardes charlando y descifrando conceptos de Freud y Lacan. Cuando empezamos a tener pacientes, nos enrollábamos en eternas discusiones con relación a los diagnósticos clínicos. Las formaciones eran diferentes. Él hizo Medicina y yo Psicología. Yo solía decirle, cuando comenzaba a hablar: «Parece el discurso del amo, el discurso médico», y Charly, que tenía, y tiene, un humor de mierda, se ponía loco. Charly es un buen tío, muy poco empático, por lo tanto, muy poco afectivo. No te daba un abrazo ni el día de tu cumpleaños. El tiempo nos llevó de la mano en los estudios. Terminamos el grupo de estudio de psicoanálisis, que en realidad nunca se termina, y comenzamos el curso de Antropología Filosófica. La raíz psicoanalítica tiene una base en toda la filosofía.
Juntos, comenzamos las guardias hospitalarias. En la primera nos enviaron al Hospital Neuropsiquiátrico Teodoro Borda, un psiquiátrico de hombres, donde podía haber entre mil y mil doscientos pacientes internados.
Charly fue en calidad de psiquiatra y yo de psicólogo. Estábamos tomando un café en la guardia, charlando, y nos llamaron del servicio diecinueve, que estaba un tanto alejado. Nos dijeron que un paciente, que solía delirar por las noches con el diablo, había encendido los mecheros de la cocina y se había prendido fuego. Salimos disparados para el servicio.
Al llegar, entre los pacientes, vimos a un señor bien arreglado. Pensamos que podía ser un enfermero. Nos acercamos a él y le preguntamos. Nos contó lo sucedido, y que él lo apagó y lo acostó.
Fuimos a sacar de la cama al paciente. Ni Charly ni yo hablábamos. Cuando comenzamos a sacarle el jersey, se venía con la piel. No podíamos creer lo que veíamos, increíble cómo opera la anestesia en el cuerpo del psicótico. No tenía dolor. Llamamos a urgencia para trasladarlo al hospital del quemado.
El psicótico no tiene cuerpo. Creo que Charly y yo no olvidaríamos jamás ese episodio y esa guardia porque es evidente que distinta formación profesional ante la misma situación despierta emociones diferentes.
Mañana salgo para Londres. Llamo a Charly para comentarle. Quedamos en la noria, pero lo llamaré desde aeropuerto cuando llegue. Ya estoy volando a Londres. Llego y hace una buena tarde, aunque venir para tratar a una paciente no es lo más grato que podía pasarme para redescubrir el lugar. Aun así, nunca viene mal tomar un poco de distancia del agobiante sol de Madrid.
Tendré que encontrarme con el causante de este viaje, mi difícil y querido amigo Charly, el psiquiatra que, como siempre, llegará tarde a la cita.
Con Charly hablábamos de la alegría. Cuando estábamos tristes, hablábamos de la tristeza. Cuando estábamos alegres, hablábamos de sexo. Cuando no follábamos, hablábamos. Charly solía decir: «Buenos Aires, te hace hablar». Difícil Charly, inteligente, muy inteligente. Esquivó la muerte cuando la tuvo a centímetros y se fue, se fue oscuro, con dolor, y Buenos Aires se calló, se calló para mí.
—Charly, estás llegando tarde, joder. ¿Cómo estás, amigo? Qué gusto verte.
—Giorgiño, ¿cómo andás? Tanto tiempo.
—Todo bien, Charly. Qué alegría, amigo, sentémonos y tomemos un café que seguro que seguís adicto. Te terminará matando.
—Sí, hermano, no puedo. Necesito la cafeína.
—Dime, ¿y cómo va el trabajo aquí?
—Estos meses para nosotros son malos.
—Sí, el verano es nuestro enemigo.
—¿Sabés? Siempre odié el verano.
—Te digo algo: cuando estemos tranquilos, me hablarás del odio. Sé que lo llevás mal, pero más tarde, ahora contame algo de tu paciente, que sea breve.
—Se llama Sara, tiene cuarenta y ocho años. Es una mujer bonita, con una infancia normal hasta que decide casarse.
—Charly, ¿a ti cómo te llega?
—Me la envía un colega con un cuadro de depresión y drogas. El diagnóstico: una patología dual. Lo de la droga no lo tengo claro. Los análisis siempre dieron negativo.
—Charly, ¿tú la medicas?
—Sí, con antidepresivos y benzodiacepinas. Sara es psicoanalista y tiene su consulta en propiedad en el mismo gabinete de mi colega.
—Charly, dejémoslo, que ella me cuente su historia mejor. Tenés que dejarme el móvil de Sara.
—Giorgio, te alojas en mi piso. Te doy las llaves de mi consulta para atender allí y, por supuesto, el móvil de Sara.
—Gracias, Charly.
Salimos a tomar el metro para ir hacia el piso de Charly, que está en Temple, y