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El cuerpo hendido, poéticas de la m/p/aternidad
El cuerpo hendido, poéticas de la m/p/aternidad
El cuerpo hendido, poéticas de la m/p/aternidad
Libro electrónico493 páginas7 horas

El cuerpo hendido, poéticas de la m/p/aternidad

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Este volumen de ensayos y muestras creativas, coordinado por dos grandes creadores, investigadores y estudiosos de la literatura hispana y latinoamericana, ofrece un acercamiento alternativo a la escritura usual
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 nov 2021
El cuerpo hendido, poéticas de la m/p/aternidad
Autor

Rei Berroa

Rei Berroa nació en la República Dominicana en 1949. Ha publicado más de 40 libros de poesía, crítica literaria y antologías poéticas. Entre sus libros de poesía, cabe destacar: Libro de los dones y los bienes (2013, 2010), Otridades (2010) y Libro de los fragmentos y otros poemas (2007). María Ángeles Pérez López. Poeta y profesora de la Universidad de Salamanca. Ha publicado varios libros de poemas y obtenido diversos premios. Antologías de su obra han sido publicadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey y Bogotá.

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    El cuerpo hendido, poéticas de la m/p/aternidad - Rei Berroa

    A modo de preámbulo

    Este proyecto se inició hace tiempo en la Universidad de Virginia, en donde el poeta Fernando Operé, profesor de literatura latinoamericana contemporánea y director del programa de Estudios Latinoamericanos de esa universidad, convocó un congreso de poesía para las fechas del 8 al 10 de noviembre de 2007. En la última sesión del mismo, coincidimos María Ángeles Pérez López y Rei Berroa presentando nuestros trabajos: Poesía y maternidad: revisión de tópicos en la literatura venezolana contemporánea (María Ángeles) y Por una poética de la angustia: somatografía, simulacro y representación autobiográfica en el discurso de Frida Kahlo (Rei). Normalmente estos congresos dejan un margen de unos diez minutos por presentación para un diálogo entre el público y los presentadores. Luego de más de una hora de estar enfrascados en una discusión abierta sobre las virtudes o los vicios relacionados con un discurso alterno de la maternidad en la escritura contemporánea, nos interrumpió el bedel para informarnos que hacía tiempo habíamos sobrepasado el tiempo reglamentario y que, al estar la sala Byrd/Morris, donde progresaba nuestra discusión, en la Biblioteca de Colecciones Especiales de la universidad, le correspondía cerrar la sala, pues era sábado y tenía que irse a su casa. Nos ofrecía otro espacio dentro de la biblioteca general para continuar si no podíamos terminar allí mismo. Fue entonces cuando alguien –no recordamos quién– propuso que si nos interesaba tanto el tema, por qué no coordinábamos la publicación de un volumen con estos y otros trabajos relacionados.

    Nos llevó largo tiempo gestionar el diseño del proyecto que bautizamos originalmente como Cuerpo que crece y nos fractura: Poéticas de ma[pa]ternidades otras. María Ángeles suplió una lista de colegas que estaban trabajando en temas aledaños y Rei se dedicó a contactar colegas en las universidades del continente americano proyectando también una primera parte del libro que tocara el tema desde el punto de vista de los escritores, no tanto desde el lente de la crítica literaria. Obligaciones de índole administrativa en la Universidad de Salamanca obligaron a María Ángeles a abandonar el proyecto que Rei continuó por su cuenta, preparando un volumen de unas 180 páginas enviado a Monte Ávila de Caracas, a mediados de 2011. En febrero de 2012, María Ángeles organizó en la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca un excepcional seminario sobre poesía y maternidad bajo el título: El cuerpo hendido: Poéticas de la maternidad en España e Hispanoamérica en el cual participaríamos los dos junto a un nutrido grupo de poetas e investigadores sobre el tema. Presintiendo las posibilidades de darle mayor solidez al cuerpo del proyecto, Rei le pidió a Carlos Noguera, director en aquel momento de Monte Ávila, que frenara el proceso de preparación del libro para invitar a todas las personas que habían participado en el simposio de Salamanca a someter sus trabajos para su posible inclusión en el volumen de Monte Ávila. El último día del seminario en el Aula Magna de la Facultad, Rei hizo partícipes a todos del visto bueno de la editorial e informó a los ponentes que disponían de cinco meses para entregar los resultados de su investigación a una evaluación por pares, señalando que los trabajos seleccionados serían incluidos en el volumen antes citado. Al mismo tiempo, invitó a María Ángeles a reincorporarse al proyecto como co-editora del mismo. Aunque ambos habíamos leído en Salamanca trabajos diferentes a los que aquí aparecen, decidimos presentar en este libro los trabajos originales que ya teníamos incluidos en el volumen inicial, pues fueron los que aportaron la semilla para este alumbramiento.

    Como podrán colegir quienes lean la introducción que sigue a estos párrafos, nuestro interés se centró desde el principio en estudiar la maternidad partiendo de la convicción de que, como hace la lengua inglesa al distinguir entre motherhood (maternidad, capacidad biológica para dar a luz) y mothering (hacer de madre, capacidad psicológica, emocional, histórico-cultural para la crianza de los hijos), la maternidad le corresponde biológicamente a la mujer si es que ella quiere y elige seguir ese camino. Ahora bien, la crianza de los hijos o mothering, ese ejercicio que, a través de la historia le hemos querido cargar también a la mujer y del que muchas veces se desentiende completamente el varón (es más fácil escurrir el bulto que arrimar el hombro), es una necesidad y obligación, un derecho y un deber que le pertenece tanto al hombre como a la mujer. De ahí el nos de nuestro primer título, pues pensábamos (y seguimos pensando) que si se quiebra la madre nos quebramos todos con ella, ya que, como nos recordó a su debido tiempo Adrienne Rich: de mujer hemos nacido (1976). Ahora bien, después de acostumbrarnos a aquel título y leer y releer con cuidado tantas veces el producto final, empezó a inquietarnos ese nos fractura y sus dolorosas y angustiantes implicaciones en nuestra experiencia cultural. Frente a la denotación de la fractura a que nos incitaba la idea original, empezó a anidar en nosotros la connotación de la hendidura con que el simposio de Salamanca nos había convocado en febrero de 2012. El cuerpo hendido también podía implicar fractura, pero resultaba menos directo y más amplio y creativo en sus configuraciones poéticas, abriendo el tema hacia otro tipo de posibilidades contenidas en casi todos los trabajos tanto críticos como creativos del libro. Creemos que nuestro nuevo nombre tiene más fuerza expresiva y capacidad simbólica sin dejar de lado la dolorosa realidad de la fractura que implica cualquier hendidura en la materia humana. A nuestro cuerpo hendido añadimos un subtítulo que también difiere del original haciendo nuestra idea más fluida conceptual y enunciativamente: El cuerpo hendido: Poéticas de la m/p/aternidad.

    Nuestro libro está dividido en tres secciones: una primera parte titulada Poéticas testimoniales de la m/p/aternidad que reúne textos poéticos o narrativos referentes a diferentes formulaciones de la maternidad desde su función oblicua o alterna hasta la mnemónica o social; una tercera, que reúne catorce investigaciones sobre el tema que nos ocupa; entre ambas, sirviendo como de puente que conecta las dos orillas del mundo literario –la creación o producción y la lectura o su crítica– hemos situado los trabajos de las poetas Noni Benegas y Rita Martin. El primero cruza el testimonio personal con la investigación crítico-literaria y el segundo lee desde dentro de su obra, como a través de un espejo, el sueño de una maternidad que no es. Todos estos trabajos practican y proyectan un fondo crítico, cultural y literario, pero se encuentran complementados con otras diferentes perspectivas: filosóficas, pictóricas, psicológicas, antropológicas o de cultura popular (y hubiésemos querido añadir también musicales, legales y médicas, entre otras [que sí propusimos a diversos investigadores, pero no llegó a nuestras manos la versión final de esas perspectivas]).

    Hemos de agradecer a nuestros primeros colaboradores (tanto desde el prisma crítico como desde la poesía, el cuento o el teatro: Vanessa, Jill, Philippe, Ivonne, Rita, Noni, Noël, Luisa, Hugo, Tina, Gladys, Kary) la paciencia que han tenido que cultivar al enviar los trabajos y tener que esperar indefinidamente, pues una nueva entrega de textos iba a ser añadida al volumen original. Gracias también a nuestras colaboradoras desde el simposio de Salamanca (Rike, María Caballero, Amelia, Alba, Paqui, Margara y María Inés) pues también ellas tuvieron que armarse de insospechada paciencia. Al terminar de rearmar el volumen, que enviamos a la editorial el 14 de junio de 2014, el silencio de Monte Ávila empezó a inquietarnos, pues después de más de medio año del envío todavía no habíamos escuchado nada al respecto. No fue sino hasta el 4 de febrero de 2015 que el poeta Enrique Hernández d’Jesús, El Catire, en una nota de su blog Unión Libre, anunciaba el fallecimiento de Carlos Noguera el 3 de febrero de ese mismo año después de una prolongada lucha contra el cáncer. La noticia nos golpeó duramente y por un tiempo seguimos a la espera de buenas nuevas desde Caracas, pero, al enterarnos de que la situación editorial en Venezuela había empezado a deteriorarse a partir de la muerte de Chávez en marzo de 2013, por la ausencia de papel, decidimos retirar nuestro proyecto de Monte Ávila y, luego de una larga pesquisa en busca de nueva casa, el poeta Margarito Cuéllar, que en aquel momento coordinaba las Publicaciones de la UANL (Universidad Autónoma de Nuevo León) en Monterrey, México, pero estaba a punto de embarcarse en un nuevo proyecto como director de la revista Armas y Letras de la misma Universidad, se interesó por nuestro texto y lo encaminó hasta el escritorio de Antonio Ramos Revillas, nuevo director editorial, quien se mostró entusiasta con el tema y las aproximaciones que ofrecíamos en el volumen. Nuestro más profundo agradecimiento a Margarito, Antonio y los evaluadores de la Universidad, pues todos creyeron en esta aventura intelectual de apuntalamiento de otras versiones de la maternidad y de enfoque en los problemas que conlleva su expresión crítica y creativa dentro de nuestra cultura. Gracias también a Jessica Nieto Puente, coordinadora de la Editorial Universitaria de la UANL, quien nos ha insistido en el interés que nuestro proyecto ha suscitado en la editorial y en la necesidad de llevarlo a buen puerto.

    Es nuestro deseo que el volumen que tienen ahora en sus manos los lectores, tanto hombres como mujeres, les ayude a aproximarse a un tema imprescindible a la experiencia humana, pero al que, malgré nous, se le dedica un reducido espacio tanto en los medios de comunicación como en las investigaciones académicas.

    Introducción

    Mais se femmes eussent les livres fait Je sçay de vray qu’autrement fust de fait, Car bien scevent qu’a tort sont encoulpées.¹

    Christine de Pisane, Épistre au Dieu d’Amours (1399), vv. 417-419

    On ne naît pas femme: on le deviant.²

    Simone de Beauvoir, Le deuxième sexe, II, 13

    La maternidad es función temporal. No puede someterse a ella entera la vida. La protección a que tiene derecho el niño no ha de prolongarse más allá de la niñez. Además de temporal, la función es adventicia: todas las mujeres conciben ideas, pero no todas conciben hijos. El ser humano no es un árbol frutal que solo se cultive por la cosecha.

    Emilia Pardo Bazán, La mujer española, 89

    En el poema Se habla de Gabriel, del libro En la tierra de en medio (1972), Rosario Castellanos plasma su experiencia de la maternidad en términos poco comunes a como se había hablado hasta entonces de la misma. Ya no es la relación de la madre con el hijo en términos de generosa entrega o de regalo del don de la vida, sino como una ruptura en el ser físico y psíquico de la madre, ruptura que no tiene posibilidad de ajuste o conciliación. En el acto de entrega de la vida, muere algo de la madre que no es posible recuperar: la experiencia de la soledad generadora de otro tipo de existir:

    Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso;

    darle un sitio en el mundo,

    la provisión de tiempo necesaria a su historia.

    Consentí. Y por la herida en que partió, por esa

    hemorragia de su desprendimiento

    se fue también lo último que tuve

    de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.³

    También en Frida Kahlo y en García Lorca encontramos tratamientos semejantes de la obsesión de la maternidad en las pinturas de la primera y en los dramas del segundo. En la historia de la representación artística, no había habido nada como la pintura que hace Kahlo del aborto, del cuerpo roto mantenido en pie por piernas de madera o corsés de yeso o de acero. Sus chocantes imágenes del dolor individual (sea el suyo propio o el de cualquier otra mujer), pero especialmente aquellas relacionadas con el acto de dar a luz,⁴ han forzado al mundo patriarcal a reconsiderar el lugar que debe ocupar en la vida la realidad que buscan representar estas pinturas.

    De igual modo, ningún hombre se había aventurado a pintar, como hizo Lorca, un cuadro de personajes decididamente des-generados (La Luna de Bodas de sangre o la Julieta y las Figuras de Pámpano de El público) logrando así dejar borrosas las divisiones entre ser hombre o mujer y poniendo en entredicho el concepto de una identidad personal y social fija y estable que debe verse a través del género de la persona que escribe un texto o de los personajes que crea.

    En estos tres autores, desde la experiencia del teatro, el poema o la pintura, se intenta entender la experiencia del cuerpo roto de la mujer física, psíquica, moralmente (Rosalía, Pardo Bazán, Mistral, Gloria Fuertes, Blanca Varela, entre otras mujeres), pero también en el complicado deseo del metafórico dar a luz de algunos hombres (además de García Lorca, cabría mencionar entre algunos otros escritores, al Clarín de Su único hijo, la miso-paternidad de López Velarde,⁵ la maestría paternal de Lezama Lima y las problemáticas relaciones de los personajes de Reinaldo Arenas con sus madres). Algunos de estos hombres y sobre todo las mujeres manifiestan a través de sus personajes, pero también en su propia realidad, un deseo obsesivo por transformar sus cuerpos para forzarlos a sucumbir a las presiones sociales de expresar su maternidad (o su homosexualidad en algunos casos). Su respuesta llega a nosotros y se hace tangible no precisamente desde el punto de vista sentimental y pseudo-romántico que hemos recibido a través de los siglos de la mayor parte de los poetas y los pintores, los músicos, abogados y médicos, tanto hombres como mujeres, sino de la ruptura inicial del cuerpo, del paradigma maternal del labor latino (con su doble manifestación de agonía (del griego ἀγωνία [pronunciado exactamente igual que en español]: lucha, combate) y castigo (del griego ποινή [poiné] penalidad, sanción) lo cual podría llevar al descarrilamiento del cuerpo a través de la hemorragia (otra vez del griego αιμορραγία [aimorraguía] que significa literalmente raíl de sangre]). Si todas las connotaciones de este paradigma nos conducen hacia los conceptos de peligro y sufrimiento, no es de extrañar que el sintagma utilizado por estos poetas, pintores o músicos, sea la secuencia del cuerpo fragmentado, de su extraña y próxima relación con la muerte, con el acto de deshacerse de lo abyecto.

    La acción de deshacerse de lo abyecto, ha indicado Kristeva en su libro Powers of Horror: An Essay on Abjection, refiriéndose a la reacción humana ante el horror (vómito, diarrea, herida, colapso), acontece cuando, al intentar la ruptura de la significación, perdemos la posibilidad de establecer una distinción entre sujeto y objeto, entre el yo y el otro. Al acceder al orden simbólico, lo abyecto se separa del sujeto o del objeto porque no es ninguna de las dos cosas. Lo abyecto, dice Kristeva, me arrastra a ese lugar en que la significación se hace añicos,⁶ y añade que las sociedades primitivas separan con precisión una zona o momento de su cultura en donde se puedan sentir ‘protegidas’ del mundo amenazante de los animales o del animalismo: el lugar sagrado de una imaginada memoria arcaica (12-13), un paraíso de la protección que, salvadas sus diferencias, no es otro que la χώρας [joras] platónica, un espacio (este es el significado específico del vocablo en griego) en donde confluyen tierra, aire, fuego y agua, un lugar que es no-lugar, en donde lo que no era puede llegar a ser y luego dejar de ser⁷ con todos los tonos e imágenes que lo relacionan directa e indirectamente con el vientre de la madre y la matriz. De hecho, a través del diálogo, entre las diferentes figuras retóricas que Platón escoge para nombrar ese concepto o condición, el primer grupo revela la idea de contención con el sentido de albergar o incluir algo, y los vocablos específicos son, entre otros: receptáculo (ύποδοχήν [hipodogén]), en dos ocasiones (49a6 y 51a5) y modelo (ἐκμαγεῖον [hekmagueion][50c2]); pero hay también un segundo grupo que nos interesa a nosotros particularmente por contener en sí la idea metafórica de nutrir o criar y estos son: nodriza (τιθήνην [tizenen]), que aparece curiosamente en tres ocasiones (49a6, 52d5, 88d6); madre (μητρί [metrí]), dos veces (50d3 y 51a5); y madre adoptiva (τροφόν [trofón] [88d6]). La otra formulación: χώρας (52a8, 52d3 y 53a6) tiene que ver con la idea de lugar o situación y es la forma más citada de este concepto desde que Derrida publicara su famoso estudio Khôra en 1993⁸ con el cual desplazaba a los demás. Nos resulta curioso, sin embargo, que uno de los términos que consideramos más a propósito para esta definición, οἶκος [oikos] (casa, espacio de la intimidad nuclear opuesto y complementario a πόλις [polis], espacio público de la colectividad) se encuentre totalmente ausente en este texto fundamental de los inicios de nuestra experiencia libresca. La mujer estaba realmente identificada con el οἶκος, que era el único espacio del Estado que se consideraba realmente suyo, pues, aunque las mujeres fueran de facto ciudadanas, no se les reconocían derechos de ninguna índole en la πόλις. Por ello, la doble acción que propone Lisístrata en la comedia de Aristófanes: negarle al varón el acceso a la πόλις, asiento del poder político, y cerrarle el οἶκος de su cuerpo, asiento del poder de la intimidad.⁹

    Lo cierto es que todas las atribuciones arriba mencionadas se relacionan explícita o implícitamente con la maternidad como la conocemos. En este sentido, ese nivel de ‘protección’ o ‘refugio’ o ‘matriz’ en que todo nos era dado y carecíamos de todo tipo de responsabilidad, se corresponde en el imaginario de los pueblos con la imagen del paraíso, el cual se llega a perder precisamente por el deseo de conocer, del cual Eva, la primera madre, es también la generadora. De no haber sido por ella, estaríamos todos sin tener noción del gozo del cuerpo de la otra persona, como embobados en aquel paraíso que nos habían inventado los primeros mitógrafos. Es decir, al momento de redactar el mito de la expulsión del estado del no-conocer, de la no-pregunta, y su consecuente doble maldición de la muerte y del dolor en el trabajo (para el varón) y en la maternidad (para la hembra),¹⁰ los sacerdotes, que se habían arrogado el derecho de decidir por su comunidad, tramaron hacer recaer toda la culpa de la caída sobre Eva. Mal les salió el plan, pues hoy día celebramos la capacidad inquisitiva de la primera madre, gracias a la cual es el ser humano dueño de sí mismo y de sus acciones. La postura tiránica de la divinidad que quiere que su criatura se mantenga sumisa y desinformada establece la patriarcal represión primera: no desear conocer bajo ninguna circunstancia, leyes que hay que seguir, fronteras que hay que respetar. Para poder llegar a su estado de adultez, uno de los dos tenía que salir de su infantilismo y dar al traste con el sistema ordenado y represivo, aunque tuviera que pagar su atrevimiento con las maldiciones señaladas más arriba, de las cuales la más pesada es, sin lugar a dudas, la que le corresponde a la mujer. A nivel de nuestro desarrollo psicosexual, vuelve a recordarnos Kristeva, lo abyecto tiene que ver precisamente con ese enfrentamiento al sistema, pues su función es no respetar las fronteras, las posiciones intransigentes, la ley establecida (Powers, 4). Lo abyecto primigenio es el momento en que nos separamos de la madre, pues fue entonces que empezamos a reconocer la frontera entre el yo (el ojo) y el otro (el espejo/la madre) (Powers, 13). El ejemplo elemental de lo abyecto es la enfermedad y aquello en lo que termina: la muerte, así como la forma en que queda el cuerpo tras el paso de esta: rígido, frío, inmóvil; es decir, convertido en cadáver. Pero el cadáver no es el único estadio de la abyección; antes del estado cadavérico, el cuerpo puede pasar por otras etapas que obtienen de nosotros reacciones diversas: una herida abierta, la menstruación, los excrementos, nuestros fluidos desechados. Así, Frida Kahlo no tiene reparos en poner ante nuestros propios ojos las múltiples variedades de su apetencia maternal diezmada, reducida y vapuleada, y de revelar, tanto en su diario como en sus pinturas y cartas, las diferentes transformaciones que sufre su humanidad y su arte por el accidente o la enfermedad.

    Los hombres no iban a escribir sobre estas cosas y mucho menos las mujeres. Hubo un tiempo, sin embargo, en que las mujeres rindieron minuciosa cuenta de sus embarazos, abortos involuntarios, partos, etc., sin pretender en ningún momento hacer públicas sus revelaciones. Se dieron a la escritura como una forma personal de curarse de sus dolores y sufrimientos. Quizás pensaron que lo que escribían no tenía valor alguno o que era algo que querían mantener en secreto entre ellas, a resguardo de las aves de rapiña del discurso patriarcal. ¿Podría ser que sentían vergüenza de su cuerpo fracturado y mientras menos hablaban de él más dueñas de su propia condición se sentían? ¿Pensaban que eran víctimas? Hoy día sabemos que las víctimas no cuentan la verdad de su condición para no sentirse doblemente humilladas. Cualquiera que fuera la razón, este era un tema tabú.

    En 1405, indignada por la misoginia que los varones ilustres de la historia literaria, política o filosófica habían desplegado contra la mujer en sus tratados o en su actitud hacia ella, Christine de Pizan, escribiendo en la lengua vernácula que conocía,¹¹ publica Le livre de la cité des dames (Libro de la ciudad de las damas),¹² texto fundamental del movimiento de la defensa de la mujer y de sus derechos a exigir igualdad en la educación y en la sociedad.¹³ A los cuatro años de nacer en Venecia en 1364,¹⁴ su padre es nombrado astrólogo, mago y médico de la corte por el rey Carlos V de Francia y allá marcha la niña recibiendo la educación cortesana que, contra los deseos de su madre, su padre Tommaso quería para ella. Casada desde los 15 años, da a luz a tres hijos,muere su marido, y la joven escritora con 25 años de edad queda con una familia a la que mantener (la cual incluía a su madre y su sobrina). Al ser rechazados sus pedidos de salarios atrasados que se le debían a su marido, para sobrevivir,decide dedicarse totalmente a la escritura,¹⁵ convirtiéndose así en la primera escritora profesional del mundo europeo y probablemente de la Historia. Con una sutil ironía que revela un conocimiento a fondo de los autores de su tiempo, este libro es el primer tratado de la defensa moral de las mujeres desde la perspectiva de una mujer, pues, dice ella misma en son de burla intelectual, que después de leer a tantos varones inteligentes vituperar a la mujer, empezó a sentir vergüenza de ser ella misma mujer (I.1.1), por lo que la Razón, la Rectitud y la Justicia se le aparecen incitándola a escribir para cambiar las actitudes de la Historia con respecto a las mujeres:

    Si fuera costumbre mandar a las niñas a las escuelas e hiciéranles luego aprender las ciencias, cual se hace con los niños, ellas aprenderían a la perfección y entenderían las sutilezas de todas las artes y ciencias por igual que ellos pues aunque en tanto que mujeres tienen un cuerpo más delicado que los hombres, más débil y menos hábil para hacer algunas cosas, tanto más agudo y libre tienen el entendimiento cuando lo aplican. Ha llegado el momento de que las severas leyes de los hombres dejen de impedirles a las mujeres el estudio de las ciencias y otras disciplinas. Me parece que aquellas de nosotras que puedan valerse de esta libertad, codiciada durante tanto tiempo, deben estudiar para demostrarles a los hombres lo equivocados que estaban al privarnos de este honor y beneficio. Y si alguna mujer aprende tanto como para escribir sus pensamientos, que lo haga y que no desprecie el honor sino más bien que lo exhiba, en vez de exhibir ropas finas, collares o anillos. Estas joyas son nuestras porque las usamos, pero el honor de la educación es completamente nuestro. (I.27.1)

    Todo esto confiere a Christine de Pizan una maternidad literaria sin precedente en la historia del desarrollo del pensamiento en el mundo,¹⁶ pues, además de producir una obra literaria subversiva desde su condición de mujer, cuando la norma de la lectura del mundo era la perspectiva patriarcal, ella lee el mundo como mujer y subvierte los campos de acción de la escritura, pisando incluso (valga el juego de palabras a que nos lleva su nombre) los terrenos que el sentido común le tenía asignado al varón –la guerra–pues escribe su Libro de los hechos de armas y de caballería en 1410, del cual le será arrebatada su autoría. Cuando, ya establecida la imprenta en París, el editor Antoine Vérard decide imprimir el volumen en 1488, no solo transforma el título del mismo (L’art de chevalerie selon Vegece),¹⁷ sino que decide también borrar el nombre de la autora y apropiarse el texto, pues temía que, al enterarse los lectores de que había sido una mujer la madre del tratado, dejarían de interesarse por él.¹⁸

    Sabemos, por otro lado, que algunas mujeres que querían entregarse a la tarea de la escritura, sobre todo narrativa, fuera por decisión propia o por recomendación de sus editores, no iban a ser tomadas en serio por los lectores (tanto hombres como mujeres) si su nombre aparecía en el libro. Así tenemos los pseudónimos J.K. Rollings, George Sand y Fernán Caballero, entre otros. Es decir, mujeres que, para poder reclamar su lugar, su cuarto propio en la cultura de la lectura, tuvieron que recurrir a renunciar a su maternidad pública, sucumbiendo al juego del patriarcado, sea en el mundo de la escritura, como en el de la pintura, la música o cualquier otra manifestación artística. Nada de esto pasa con Frida Kahlo o Anne Sexton, mujeres que, en su genialidad, tienen que enfrentar otros tipos de obstáculos, a pesar de su determinación ejemplar de llegar a ser lo que se habían trazado.

    La irrupción de Frida Kahlo en la experiencia pictórica de nuestro mundo rompe el tabú de que la obra de la mujer tenía que dejar a un lado la representación de su cuerpo o de su condición de mujer para poder ser apreciada. Esto quiere decir que, para recibir el visto bueno de su sociedad, la mujer tenía que pintar lo que pintaba el varón o, como en el caso inusitado de la pintora española Remedios Varo,¹⁹ contemporánea de Kahlo, buscar una originalidad propia dentro del surrealismo que define su obra, pero sin hacer que el espectador identifique de inmediato la obra a partir del género de quien la había producido. Contrariando este sentir, Kahlo decide poner a la vista de todo el mundo su cuerpo roto en el momento en que está abortando en el Hospital Henry Ford de Detroit en 1932. La obra lleva el mismo nombre del hospital, pero se le añade un subtítulo para subrayar aún más el drama de lo contado: La cama volando.²⁰

    Al mundo literario, por otro lado, le llevó más tiempo romper con ese tabú y no fue sino hasta 1960, en que una poeta que nadie conocía en aquel momento, animada por las recomendaciones de su psicoanalista, quien la había exhortado a poner en versos sus problemáticas incidencias mentales e inspirada en la obra fundamental Heart’s Needle [Aguja del corazón] (1959) del poeta norteamericano W. D. Snodgrass sobre el dolor de un padre ante la imposibilidad de ver crecer día a día a su hija por la separación que el divorcio produce, publica To Bedlam and Part Way Back [A Bedlam y casi de regreso].²¹ Este poemario relata con un lenguaje crudo y descarnado sus tratamientos terapéuticos, sus encierros psiquiátricos por crisis mentales, sus depresiones postparto e intentos de suicidio y su determinación de intentar buscar equilibrio en la familia.²² Ahora bien, no fue sino hasta la aparición del poemario Live or Die (Vivir o morir) en 1966 con el cual obtiene el Premio Pulitzer de poesía en 1967, que Anne Sexton se convierte en la femme fatale de la poesía de su tiempo. Uno de los poemas de esa colección, Menstruación a los cuarenta, inauguraba en la poesía una temática totalmente ausente de ella hasta aquel momento. El poema arranca de esta manera:

    Yo estaba pensando en un hijo.

    El vientre no es un reloj

    ni el doblar de una campana,

    pero en el undécimo mes de su vivir

    siento que es también noviembre

    en mi cuerpo como en el calendario.

    Dentro de dos días será mi cumpleaños

    y como siempre la tierra ha terminado su cosecha.

    Esta vez voy en busca de la muerte,

    la noche a la que me inclino,

    la noche que deseo.²³

    A este poema le siguieron, entre otros muchos hitos de la poesía del cuerpo hendido, En celebración de mi útero (181-183), Balada de la masturbadora solitaria,²⁴ Pena por una hija (163-165), Nota suicida (156-159), Querer morirse (142-143), Imitaciones del ahogo (107-109), La adicta (165-167) y el poema que le dedicó a su amiga, Sylvia Plath: La muerte de Sylvia (126-128), cuyo suicidio por inhalación de gas y píldoras para dormir en 1963, sola en un apartamentillo de Londres en donde no había podido superar la depresión y con dos infantes a su cargo (una niña de dos años y un bebé de nueve meses), pues se había separado de su marido, el poeta Ted Hughes, por las infidelidades de este (no que ella fuera un modelo de fidelidad tampoco). Todo esto conmovió profundamente a Anne Sexton y preparó al mismo tiempo su propio suicidio once años más tarde sofocándose con monóxido de carbono en su cougar rojo. Desde que las dos se conocieron en el seminario de escritura creativa de Robert Lowell en 1958 en Boston University, sufriendo las dos de depresiones que no podían controlar, desorientadas por una maternidad a la que se había entregado Anne (se entregaría más tarde Sylvia) sin saber adónde las iba a llevar con tantas ansiedades a cuestas, se encontraban para hablar de la muerte y planificarla a su placer. De ahí los versos punzantemente dolorosos de Anne ante la muerte de la amiga que se le había adelantado al plan trazado:

    ¡Ladrona!

    –¿Cómo fue que te metiste dentro,

    que a rastras penetraste sola en la muerte a la que tanto he deseado desde hace tanto tiempo,

    la muerte a la que dijimos las dos habíamos burlado y llevábamos inscrita en nuestros pechos descarnados? (126)

    Lo inquietante para muchos de sus críticos y, sobre todo, su familia que veía en ella, no a la gran escritora que había llegado a ser, sino a la madre y esposa irresponsable que experimentaba con drogas, no cesaba de fumar y pasaba tanto tiempo en el psiquiátrico como en la casa, no era tanto que escribiera estos poemas, sino que se presentara a leerlos frente a audiencias de todo tipo y escandalizando a todo el mundo. El escándalo se transformó en un terremoto a la conciencia púdica de la sociedad cuando leyó el poema El aborto con su constante golpe terrible e insistente: Somebody who should have been born / is gone [Alguien que debió haber nacido / no nació]. Desde entonces, el mundo patriarcal ha perdido su equilibrio y las mujeres han estallado en celebraciones o maldiciones de su preñez o su maternidad: desde la idílica, hasta aquella que antes había sido considerada deshonrosa o depravada; desde la divina mater admirabilis, hasta la maligna o abiecta mater demonica. Ningún aspecto de la maternidad era ya engorroso o trivial para muchas mujeres, y si alguno o alguna se inquietaba por ello, tenía que tragarse su inquietud o incomodidad, pues el cuerpo se presentaba ahora como una hiperrealidad poética en todas sus anchuras y estrecheces, sobre todo en sus abyecciones a través de un lenguaje en el que predominaban aspectos confesionales. La publicación a principios de 2013 de la Poesía completa de Anne Sexton en España en un volumen de casi mil páginas fue celebrada como algo que hacía tiempo el mundo hispano se debía a sí mismo y las reseñas entusiastas a la misma no se hicieron esperar.²⁵ Mis admiradores –decía la poeta– piensan que me he curado, pero no; solo me he hecho poeta.²⁶

    A pesar de que este lenguaje directo y brutalmente incisivo había llegado antes al mundo hispano en la obra pictórica de Frida Kahlo, la celebración de la hiperrealidad del cuerpo como lenguaje poético a través de la escritura llegó algo más tarde, como se podrá ver en los trabajos que aquí se presentan. A raíz de ello, muchas mujeres (y también algunos hombres con ellas) se lanzaron a nombrar lo abyecto de su cuerpo logrando recuperar su libertad para mostrar sus fracturabilidades sin timideces o vergüenzas. Incontables son los ejemplos de maternidades o paternidades hendidas por problemas mentales, religiosos, culturales, económicos o por accidentes varios relatados tanto en narraciones ficticias como mitológicas, o en informaciones tanto históricas como noticiosas.²⁷

    Sean personas, personajes o nodrizas del llegar-a-ser, como le había explicado Timeo a Sócrates (52d6), sean hombres o mujeres reales o virtuales, no todo el mundo se quiebra ante situaciones límite. Por otro lado, muchas de estas rupturas acontecen porque la mujer se siente agobiada por el sinnúmero de tareas que adopta por imposiciones culturales o históricas como madre y esposa. Si el padre no está consciente de ello (o no se da por enterado) es casi seguro que ella no va a tomar la iniciativa de informarle que está a punto de quebrarse física, mental, emocionalmente por miedo a que él no entienda sus dilemas o los rechace como quejas innecesarias. Si a esto se suma que, en muchas circunstancias, la situación financiera de la familia obliga a la mujer a ausentarse de su mothering y el hombre no puede substituirla por las mismas razones, nos encontramos con una suma de ingredientes que puede ser desastrosa para la familia y la sociedad. Esta circunstancia es también posible en parejas del mismo sexo, aunque, quizás precisamente por estar ambos miembros más conscientes de su igualdad en cada aspecto de la responsabilidad ante el cuidado de los hijos, sea menos frecuente. En última instancia, los que más van a sufrir las incidencias de las Erinias en el estado de la maternidad van a ser los niños. Para muestra basta un botón: de los dos niños que dejó huérfanos Sylvia Plath, Nicholas y Frieda, esta decidió no tener hijos y él terminó ahorcándose. Frieda reveló, después de la muerte de su hermano, que este sufría de depresiones ocasionales.

    Por ello, junto a las acciones de las Erinias, prosopopeyas femeninas de la venganza y la persecución (ἐρίνειν [erínein] perseguir), los griegos proponían otras prosopopeyas femeninas, las Euménides (Ευμενίδες, las benévolas o portadoras de bien), que creaban equilibrio en los humanos que eran poseídos por las primeras. El mejor ejemplo de esta maternidad creativa por su acción en la conciencia social lo tenemos en las Madres de Plaza de Mayo que toman cartas en el asunto de la desaparición de sus hijos para ofrecer al mundo una nueva construcción de la maternidad perfeccionada, utópica, si se quiere: las madres enfrentadas al poder del Estado asesino exigiendo la reinserción de sus hijos en la carrera de la vida. Como las mujeres de Atenas en la Lisístrata de Aristófanes²⁸ que presentaron un boicot sexual a sus maridos y, más importante aún (aunque esto no se dice con la frecuencia de la otra acción de privación sexual), ocuparon la Acrópolis, con lo cual le negaban acceso al masculino Estado griego a las finanzas necesarias para mantener su absurda guerra del Peloponeso (ver nota 9 más arriba), las Madres de Plaza de Mayo ocupan el asiento público fundacional de la nación y se convierten en la espina dolorosa que denuncia, desde la función primaria de la maternidad biológica, una nueva maternidad en la cual, desde una matrifocalidad bien definida, se transforma el producto privado de la maternidad (desarrollado en el hogar), en un estado ético público (desarrollado ahora en la plaza abierta), que va mucho más allá de los términos de motherhood y mothering. Las madres están conscientes, además, de que el desvalor desaparecidos (muerte), las ha arrojado hacia el exterior, hacia la luz pública, de la misma manera que 20, 30, 40 años antes habían hecho ellas con los hijos que ahora daban a luz a sus madres como figuras públicas enfocadas

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