Santa: Patrulla de la Pasión, #5
Por Emma Calin
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Para los despiadados traficantes de personas…
… no existe la Navidad.
La madura policía comunitaria,Paula, tiene un corazón de oro, un corazón que fue roto por el amor.
Cuando los mafiosos obligan al rudo empresario Max Muswell para que contrate trabajadores esclavos, Paula interviene para luchar a su lado.
El amor se abre camino como una nevada mientras se encienden las luces de Navidad.
Los pobres e indefensos trabajadores enfrentan un futuro frío y triste. Los delincuentes luchan mientras Max y Paula los enfrentan.
¿Podrá un improbable Santa traer esperanza y alegría?
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Otro libro independiente de la Serie Patrulla de la Pasión que combina un crimen misterioso con un romance ardiente y con un giro de Navidad.
Si disfrutas a James Patterson, Catherine Coulter, Nora Roberts y Kendra Elliot, te encantará una serie que combina lo mejor de ellos en una aventura rápida, pulsante, como una montaña rusa, llena de romance apasionado, traición, peligro y amor.
Emma Calin
Novelist, philosopher, blogger, poet and would be master chef. A woman eternally pedaling between Peckham and Pigalle, in search of passion and enduring romance.
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Santa - Emma Calin
SERIE PATRULLA DE LA PASIÓN
SANTA
POLICÍAS ARDIENTES
CRÍMENES ARDIENTES
ROMANCE ARDIENTE
Por
Emma Calin
Dedicatoria
A los hombres y mujeres de la Policía Metropolitana en Navidad.
Tabla de Contenido
Santa
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SANTA
Por Emma Calin
CAPÍTULO 1
¿Navidad? ¿Quién necesita la Navidad, por todos los Cielos? ¿No era ya la vida suficientemente difícil?
La Oficial de Policía 866L, Paula Middleton, circulaba en las tempranas horas de la noche por las calles de Brixton, Sur de Londres, observando las casas con luces de fantasía y renos en brillante neón frente a las ventanas. La enorme maquinaria comercial de comprar, comprar, comprar había estado trabajando a máxima capacidad desde la Noche de Brujas. Este año no había podido dejarse absorber por el espíritu festivo.
Dirigió el Ford Focus hacia el sombreado patio de Meadowchef Foods, un gran proveedor para cafés y restaurantes. Los camiones hacían fila para cargar y descargar frente a las puertas del almacén. Mezcladas con el humo del diesel, se veían salpicaduras de aguanieve frente a las luces delanteras. Eso era todo lo que le hacía falta. Su asignación era de rutina. El gerente quería discutir un incremento en los robos. Estacionó el auto y trató de poner su rostro profesional, preocupado e interesado. Sabía por experiencia que con frecuencia los empleados eran los principales sospechosos. Los salarios aquí eran bajos, el personal era cambiante y generalmente sin documentos de inmigración. Verían que se presentaba una policía y tal vez lo pensarían dos veces antes de robar de nuevo. Nadie le agradecería por levantar demasiadas piedras.
Se escuchó un grito, y zigzagueando entre los camiones iba corriendo una figura masculina, sosteniendo algo debajo de su chaqueta. Suspiró en lo profundo de su alma. Tenía cuarenta y un años, trece de servicio, y todavía tenía un rango inferior. ¿Tenía todavía el dinamismo para perseguir a este tipo sola, en las oscuras calles? Era una policía. Tenía que ser algo genuina.
Le costaba respirar, pero lo estaba alcanzando. El tipo todavía se aferraba a su premio dentro de la chaqueta, dificultándole correr. No había mirado hacia atrás y quizás no sabía que ella iba detrás entre las sombras. Como oficial comunitario conocía a muchos de los ciudadanos locales, criminales y otros. Había algo familiar en el tipo que iba delante de ella. Continuaba avanzando y se acercó lo suficiente para observar que él estaba cojeando. En pocos segundos podría agarrarlo por el cuello.
—Leroy, Leroy Prentice. Estoy demasiado vieja para eso.
El sospechoso dio unos pasos más y luego hizo una pausa mientras ella se detenía a su lado.
—Leroy, estás bajo arresto, está bien. Tu pobre madre se pondrá furiosa.
Él dejó caer la cabeza, respirando con esfuerzo.
—Le dije que llevaría algo para comer.
—¿Y saliste a robar?
Él asintió.
—Tengo sentencia suspendida. Por favor. Por favor. Si me detiene me encerrarán.
—¿Por qué no tienes nada de dinero?
—La renta, el...
—La coca, el crack, ¿o qué?
Leroy miraba hacia el piso. Hasta donde ella podía recordar, él tenía diecinueve. Paula conocía bien a la familia. Su mamá, Melissa, estaba sola y lo había estado desde que Leroy era un bebé. Tenía un hijo menor, Benny, con problemas de aprendizaje.
—¿Qué tienes en el abrigo?
—Nada.
—Muéstrame.
Sacó un paquete de carne para hamburguesas, dos pizzas congeladas y un paquete de carne de pollo procesada.
—¿Valió la pena arriesgarte a volver a la cárcel por ese montón de basura?
El joven miraba sus desgastadas zapatillas.
—¿Cómo están tu mamá y Benny?
—Bien.
—Sólo vete, Leroy. Ve a casa y no digas nada. No te atraparon. Esto nunca sucedió. Está bien. No te acerques a Meadowchef. ¿Me comprendes?
—¿Qué?
—Quédate con la comida y sólo vete. Ahora mismo.
Él no necesitó que se lo repitiera. Acababa de llegar a la siguiente intersección cuando escuchó pisadas detrás de ella. Era un hombre pequeño con un desaliñado traje y un oficial de seguridad con sobrepeso.
—Ese era él. Se está escapando, —dijo el guardia.
—Lo detuve pero no era su hombre.
—Sí, ese era él. Jefa, ese era él.
Paula se mantuvo serena. Estaba en problemas, pero no sería la primera vez.
—Mira, era un joven negro. Esto es Brixton, ¿a quién más veras?
—No, yo lo vi todo. No pude salir de la zona de carga lo bastante rápido para alcanzarla.
—Eso es porque eres un gordo inútil, —dijo el hombre pequeño.
Ella le sonrió. Era un hombre pálido de edad media con dientes manchados por el humo y cabello ralo salpicado de caspa. Para este momento podría ser George Clooney.
—Encantada de conocerlo, señor. Soy Paula, su oficial comunitario.
—Soy Nigel, gerente de logística. ¿Regresamos a mi oficina?
—Sólo si me consigue una buena taza de té, Nigel. Una oficial siempre necesita un lugar donde pueda conseguir una agradable compañía.
Nigel sonrió, pero el guardia todavía estaba agitado.
—Jefe, ese era el tipo. Ella lo dejó ir.
—La oficial te ha dicho que no era él así que eso es todo. Regresa a la ronda.
Caminaron en silencio de regreso al almacén. El oficial de seguridad se alejó murmurando.
—Él sólo estaba tratando de hacer su trabajo, Nigel. Fue un error lógico en la oscuridad.
—Paula, yo soy el jefe aquí. Muchos de estos idiotas son unos inútiles, incluyendo a ese holgazán. Este lugar no serviría para nada sin mí. Si alguna vez puedo ayudarte, ¿o si te gustarían algunas salchichas, o un buen trozo de carne? La próxima semana recibiremos los pavos, así que sólo ven a mí.
Su expresión se había tornado casi lasciva mientras observaba su cuerpo. Definitivamente podría resistir su carne y sus salchichas. Pero por ahora le seguiría el juego. Caminaron por el almacén, evadiendo montacargas y mugrosos trabajadores que transportaban bandejas de carne y pollo goteando sangre. Él abrió la puerta hacia una desordenada oficina sin ventanas con olor a humedad y tomó asiento detrás de un escritorio gris de metal. Ella se sentó frente a él.
—Entonces, Nigel, tienes un problema con los robos.
—Sí. Todos ellos allá afuera son ladrones, un montón de gusanos y basura. Los revisamos todo el tiempo. Tenemos cámaras ocultas en los baños para verlos ocultar bolsas de gambas congeladas y salchichas en su apestosa ropa interior. Lanzan cosas por encima de los muros, esconden cosas debajo de los camiones. Atrapamos a algunos comiendo donas congeladas que habían ocultado pegada a su piel para que se descongelaran. Son unos idiotas, Paula. Las personas como tú y yo, ya sabes, de una clase ejecutiva educada, sabemos lo que son estas personas.
Ella quería tenerlo de su lado, pero no encontraba las palabras adecuadas.
—¿Su departamento de recursos humanos se ocupa de estos asuntos?
Nigel dejó escapar un resoplido metálico.
—¿Qué? ¿Recursos humanos para ese lote? El jefe contrata y despide. Confía en mí para que mantenga operativo esta pocilga.
—¿Y quién es el jefe?
—Max Muswell.
—¿Por qué conozco ese nombre?
El gerente rió disimuladamente.
—Muchas personas conocen al Sr. Muswell, incluyendo a muchos de tus altos jefes. Dirige establos de entrenamiento para caballos de carrera. Apareció en la TV cuando su caballo venció al de la Reina en el Derby el año pasado.
—¿Por qué quiere este negocio?
—Dinero, Paula, dinero. Lo compró por nada. En la actualidad está en todo el país. Ha eliminado a todos los demás y los ha llevado al fondo y más abajo. Impuso la mano de obra barata con contratos de hora cero, desechó el plan de pensiones, utiliza conductores independientes. Ya sabe, los tipos que presionan los límites y no son muy complicados, si sabes a qué me refiero.
Sabía muy bien a qué se refería. Este tipo era increíble. Estaba tan ansioso por engrandecerse frente a una mujer que había expuesto toda la turbia operación de Meadowchef Foods a cambio de una onza de prestigio. Tal vez su imagen y encantos talla 16 todavía tenían atractivo.
—Parece como alguien muy enfocado y progresivo.
—Es un hombre difícil de vencer. ¿Debes haber leído sobre su divorcio?
—Las historias sobre divorcios jugosos no son mi idea de entretenimiento. Fue suficientemente malo atravesar el mío propio.
—Su esposa era la actriz Azzura Vermillion. Santo Dios, ella era una vieja arpía, le quito todo y le dejó a su hijo, un chico que había tenido con Romano Poxato, el director de cine.
—Sí, creo que recuerdo eso. En realidad debería salir más.
—Sólo imagina, la señora lo engaña, queda embarazada y le deja al bebé.
Por un momento reflexionó sobre lo que debió ser una tragedia personal. De seguro googlearía el asunto en busca de los escandalosos detalles. El tipo frente a ella no parecía molesto por el incidente con Leroy Prentice. Quería mantenerse profesional.
—Consideras que el problema con los robos es principalmente por el personal. ¿Dónde los contrata?
—Bueno, Paula, tú y yo somos personas prácticas. Hay un par de hombres de negocios que se especializan en proporcionar soluciones flexibles de trabajo para nuestro tipo de compañía. El Sr. Muswell se enorgullece de sí mismo por proporcionar empleo a muchos que de otra forma no encontrarían trabajo.
—¿Entonces tiene que aceptar las personas que le suministren?
Nigel le ofreció una delgada sonrisa.
—Veo que comprendes, —dijo.
Ciertamente lo comprendía. Los traficantes presentaban inmigrantes ilegales a las compañías y recibían una buena tajada de los salarios como un antiguo sistema de protección. Los trabajadores en efecto eran esclavos y no tenían opción. Sin documentos difícilmente podrían escapar y acudir a la policía. La escasez de viviendas y los elevados alquileres implicaban que los trabajadores no especializados no podrían vivir en Londres.
—¿Supongo que no quieren que la policía interrogue a ninguno de sus trabajadores?
—No, diablos, no. Mira, Paula, la mayoría de ellos no hablan Inglés. Podemos lidiar con estas criaturas por nuestra cuenta. El Sr. Muswell quiere mantener a los ladrones fuera de la propiedad en Loughborough. En Navidad este lugar está abarrotado con cosas y todos los mequetrefes de Londres tienen a este tipo de lugar en su lista. Si la policía pudiera encerrar algunos, espantaría a los demás. Entre tú y yo, está amenazando con dejar sueltos en el patio algunos perros Doberman.
—Nigel, yo no podría apoyar eso. Los perros guardianes sueltos van contra la ley. Un chico podría resultar hecho pedazos.
—Sí, bueno, sólo digo, ya sabes. Vamos, Paula, estamos de tu lado contra esa basura.
Ella respondió asintiendo débilmente con la cabeza. Este tipo estaba en su lista de los diez primeros lugares de hombres repulsivos. Él continuó.
—¿Ahora qué tal ese té? ¿Supongo que tienes lindos sitios para tomar té en tus rondas, Paula? Si alguna vez necesitas descansar los pies, tengo un pequeño nido arriba para cuando estoy aquí en la noche. ¿Tal vez tú trabajas durante la noche algunas veces?
Observó cómo su lasciva mirada recorría su cuerpo. Su boca estaba levantada de un lado dejando