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Donde Una Vez Bailaron los Hijos del Viento: Las Crónicas Cordysianas, #1
Donde Una Vez Bailaron los Hijos del Viento: Las Crónicas Cordysianas, #1
Donde Una Vez Bailaron los Hijos del Viento: Las Crónicas Cordysianas, #1
Libro electrónico489 páginas7 horas

Donde Una Vez Bailaron los Hijos del Viento: Las Crónicas Cordysianas, #1

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El primer libro de la serie de las Crónicas Cordysianas

El reino de Nueva Sylestia disfrutó de la paz durante mil años protegida por un poderoso hechizo de Reclusión. No obstante, la armonía que una vez hubo entre la sociedad elfa y la humana se ve ahora amenazada desde dentro, y Lorewyn, una arquera elfa y heroína de guerra atormentada por su propio pasado, está atrapada entre su ascendencia y la lealtad a su amada amiga… y la lucha por sus vecinos humanos y una causa mayor. Se han tomado decisiones dolorosas y Lorewyn se da cuenta de que es la última de su raza, pero ahora, con sus nuevos aliados, tiene que intentar desesperadamente defender su desprotegido hogar de un enemigo oscuro que ha regresado recientemente y proteger el futuro de las personas de una raza distinta a la suya. Y así empiezan las Crónicas Cordysianas, que introducen una trilogía llena de fantasía épica, pasión, triunfo y pérdida. La aventura continúa en Dos volaron a la medianoche (Libro II) y Los caballeros de la hoja feérica (Libro III).

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 may 2021
ISBN9781667400341
Donde Una Vez Bailaron los Hijos del Viento: Las Crónicas Cordysianas, #1

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    Donde Una Vez Bailaron los Hijos del Viento - C.J. Pearson

    DONDE UNA VEZ BAILARON LOS HIJOS DEL VIENTO

    de C.J. Pearson

    * * *

    Libro 1 de la trilogía de las Crónicas Cordysianas

    PREFACIO

    Mientras estoy aquí sentado en el Starbucks que he frecuentado durante los últimos meses terminando el capítulo final de mi primera novela, no puedo evitar reflexionar no solo en el viaje a lo largo del texto de Lorewyn, mi protagonista, sino también en mi propio viaje al llevar a buen término su historia, pues imita en muchos sentidos mi propio camino en la vida.

    La ventura de Lorewyn no es nueva. Para mí, Lorewyn es más que un simple personaje en mi historia. Ha sido una compañera de viaje durante mucho tiempo y hemos compartido juntos algunas aventuras fascinantes.

    Hace tiempo que me fascinan las guerreras de fantasía, supongo que no es raro para un estadounidense de mi generación habiendo visto a Lynda Carter menear el lazo de la verdad y reflejar balas con los brazaletes como Wonder Woman. Siempre me han atraído las mujeres fuertes, tanto en la fantasía como en la realidad. Cuando leí por primera vez la trilogía épica de Tolkien El señor de los anillos con trece años, me cautivaron personajes como Galadriel y Arwen. De adulto, vi con deleite las adaptaciones al cine que hizo Peter Jackson sobre la Tierra Media. La interpretación no canónica que hizo Evangeline Lilly de Tauriel, la elfa del bosque arquera de la trilogía de películas de El Hobbit, añadió más leña al fuego en mi interés por las guerreras elfas.

    El concepto de Lorewyn como personaje empezó en el instituto. Como jugador entusiasta de Dragones y mazmorras, me interesé por las guerreras elfas de la literatura de fantasía y les di vida en el papel utilizando tiradas de dados y estadísticas. Algunos de mis personajes favoritos de juegos de rol (RPG) son guardabosques y arqueras elfas con habilidades de combate especiales. Cuando juego hoy en día, todavía prefiero este tipo de personajes. Lorewyn se moldeó físicamente según la descripción de Tolkien sobre Galadriel con algunos detalles adicionales de una cierta jovencita rubia y alta de mi juventud con la que tuve un flechazo.

    Lorewyn se quedó como personaje arquetipo de Dragones y mazmorras durante mis años en la universidad, pero no fue hasta casi los treinta cuando se coló en mi obra. Mi matrimonio y mi trayectoria profesional eran difíciles en ese momento, así que empecé a escribir para escapar, sobre todo fanfics. ¿Y en qué me basaba? En un programa oscuro, extravagante y satírico de ciencia ficción de Alemania y Canadá llamado Lexx. Solía participar a menudo en grupos de charla en línea y empleaba mucho tiempo y energías escribiendo mis propias historias basadas en Lexx. Ahí mis personajes empezaron a desarrollar profundidad y me permitieron explorar temáticas como la pérdida, las relaciones, el sacrificio y la redención que estaban tomando lugar en mi propia vida. Sufrí en mi primera andadura como pastor ordenado de una confesión cristiana fundamentalista, pero mis dificultades me ayudaron a impulsar mi escritura. Mis personajes se convirtieron en una forma de tener aventureros vicarios mientras aprendía el oficio. Lexx me dio un buen entorno, pero justamente ya existía uno. Mis historias anhelaban un contexto original.

    Mi trabajo con los fanfics decayó a comienzos de mis treinta. Estaba divorciado y tenía una nueva trayectoria profesional como profesor de inglés en un instituto. La escritura y la lectura por placer se reemplazaron con unidades lectivas y calificaciones de los trabajos de mis alumnos. Sin embargo, Lorewyn no desapareció por completo, ni la idea de escribir una novela original de fantasía que contase su historia para unir las facetas que había explorado, y continuaba explorando, en mi vida.

    Supongo que es justo preguntar por qué no escribí la historia de Lorewyn de esta forma hace años. Las ideas estaban ahí: los conceptos, las temáticas, los personajes, etc., pero faltaba algo. Necesitaba algo que me motivara y pusiera el cuento en marcha y lo uniera todo. Algo que no solo fuera relevante para mí, sino también para mis lectores. Sí, escribí la historia de Lorewyn principalmente para mí. No obstante, quería asegurarme de que se compactara de tal manera que otros pudieran apreciarla.

    Según parece, el momento lo es todo. Mi madre, una mujer fuerte cuya influencia se puede sentir con fuerza en el personaje de Velyxi, murió tras una lucha larga de cuatro años contra el cáncer de páncreas. Dejé mi puesto de profesor en Oakland no mucho tiempo después y me trasladé al Valle Central de California, donde enseñé dos años en un pequeño pueblo agrícola. Fue mis Cataratas de la Dedalera. Me encantaba el colegio, los niños y la comunidad. Dos años después, al final de mi periodo de prueba, recibí uno de los golpes más devastadores de mi vida. Me despidieron.

    No tuvo nada que ver con mi rendimiento en el trabajo, sino que fue puramente político. Una extensión desafortunada de la división política del país en ese momento. Me encontré a mí mismo combatiendo una guerra ideológica. Abogo por los trabajadores sin papeles, los derechos LGTB y la igualdad de género, quería utilizar mi privilegio como estadounidense blanco, cristiano y heterosexual para ayudar a los necesitados. Este fue el contexto que necesitaba para que la historia de Lorewyn tuviera sentido y creo que muchos de estos elementos son visibles en el texto.

    Siempre he insistido a mis estudiantes como profesor de inglés que un escritor nunca escribe de la nada. Siempre hay un contexto, ya sea histórico, biográfico, cultural u otra cosa que cree una base no ficticia para contar la ficción o fantasía. La influencia de mi obra no se limita al clima político actual ni a mi pasado personal o a mis experiencias profesionales. Verás la marca de muchos libros y películas populares en mis libros, como Tolkien y C.S. Lewis. También hay una gran influencia de películas como El cristal oscuro, Dentro del laberinto, Orejas largas, Dragonheart y la saga de La guerra de las galaxias, por nombrar algunas. Sería negligente por mi parte no dar debido crédito a la influencia de los RPG.

    Por último, siento que es apropiado decir algo sobre el papel del feminismo en esta obra. Lorewyn es la heroína de la novela, pero también es mi heroína y espero que también se convierta en la tuya. Me siento bendecido por haber conocido a tantas mujeres fuertes e increíbles en mi vida, las cuales son heroínas de pleno derecho. Aunque no cabalguen hacia la batalla en un fiel unicornio llevando un arco y defendiendo a los niños y hombres a costa de sus vidas (quizás algunas lo hagan, nunca se sabe), en la misma esencia de Lorewyn y en los otros personajes femeninos fuertes que habitan en esta obra yace la inspiración que me han mostrado mujeres a las que he conocido y amado, y que continúan inspirándome día a día.

    Este prólogo termina con una especie de dedicatoria. Una dedicatoria a los héroes y heroínas, jóvenes y mayores, a los niños de todos los elementos, a aquellos que luchan y se esfuerzan por la verdad y la justicia en reinos cercanos y lejanos y a aquellos que aman con todo su corazón a los que son como ellos y, sobre todo, a los que son diferentes.

    Para Tiffany,

    que, como Lorewyn, vela por sus hijos, sabe lo que es la tristeza y las grandes pérdidas, siente el amor desde lo más profundo de su alma, baila en los bosques y colinas de su casa, es la heroína más poderosa y una amiga de verdad.

    * * *

    Y en memoria de mi madre, Ann Pearson.

    «Cuando se tornen oscuros los cielos y el sol de otoño venga

    Cuando el agarre del Fuego se deshaga

    Entonces, los Cuatro como uno se alzarán

    La contienda acabará pronto y la paz empezará».

    PARTE I: EL FIN DE LA RECLUSIÓN

    * * * *

    CAPÍTULO 1

    Por alguna razón, a Lorewyn le apetecía bailar esa mañana. No el tipo de baile en un festival o boda, donde la gente se reúne y baila en grupos al son de la música animada o de los trovadores y bardos alegres. Ni los bailes ceremoniales solemnes de los druidas, que rinden homenaje en sus arboledas y santuarios a las Madres Aire, Tierra o Agua. El baile era el suyo, para nadie más que ella, y quizás para algún animal cercano que la viera o un árbol que se despertase lentamente del sueño profundo de Arborrheus. La tierra bajo sus pies le daba el ritmo. Era un baile antiguo, tan antiguo como la misma Hija del Viento.

    Lorewyn había salido de casa de su padre en las Cataratas de la Dedalera esa mañana poco después del amanecer. El arco y el carcaj todavía reposaban al lado de su cama. No tenía intención de practicar ni esperaba problemas, pues no había surgido ninguno en Nueva Sylestia desde hacía mil años. Pasó en silencio frente a la Raposa de Terciopelo, donde solía parar y comer o beber algo. Enseguida se puso rumbo hacia el Puente del Norte, que cruzaba el Río de las Hadas. Lorewyn lo cruzó y dejó el pueblo atrás, luego esprintó y corrió hacia los bosques cercanos y los familiares claros.

    Se adentró en los bosques, sabía que no estaba sola. Un unicornio la había estado observando desde detrás de un grupo de árboles cuando Lorewyn cruzó el puente y empezó a galopar voluntariamente hacia ella. Lorewyn corrió entre los árboles, adentrándose cada vez más en los bosques. El unicornio salió enseguida y empezó a seguirla, su forma grácil y blanca contrastaba con la corteza oscura de los árboles y las copas verdes frondosas de arriba.

    ¡Date prisa, Blythe! dijo con alegría Lorewyn telepáticamente a su amiga equina. ¡Píllame!

    Blythe la escuchó en su mente mientras aumentaba la velocidad para alcanzar a la veloz joven.

    Los elfos, a los que Lorewyn prefería llamar más formalmente Hijos del Viento, eran rápidos, ágiles y podían correr como el viento, del que deriva su ascendencia. No obstante, los unicornios eran más rápidos, y aunque su tamaño y forma fueran más pesados en comparación, solo le llevó a Blythe unos instantes para igualar la velocidad de su compañera. Blythe se acercó a Lorewyn desde atrás a paso diestro, como si quisiera resaltar que la joven no había podido eludir a la bestia mágica. Mordió con suavidad las puntas del pelo rubio plateado de Lorewyn, que sonrió y rio cuando sintió que Blythe estaba detrás de ella.

    —Ahí estás —dijo en alto con voz suave y cantarina. Lorewyn dio un paso atrás sin perder el ritmo y saltó sobre el lomo de Blythe en pleno galope. Rodeó rápidamente el cuello del unicornio con los brazos y se quedó abrazada a su amiga mientras corrían juntas.

    La velocidad de Blythe aumentó y en pocos segundos las dos se liberaron de los bosques. Llegaron enseguida a un prado verde abierto donde unas colinas boscosas tenuemente iluminadas bordeaban el horizonte. Blythe conocía el camino y Lorewyn seguía montada cómodamente como había hecho tantas veces antes.

    Atravesaron el prado y empezaron a adentrarse en las colinas. Los árboles no estaban muy juntos ni eran muy frondosos como los bosques que acababan de dejar atrás. Blythe ralentizó a medio galope y sus pasos se volvieron prácticamente silenciosos. Alcanzaron pronto la cima de una de las bajas colinas redondeadas. Blythe se paró y junto a Lorewyn miró hacia abajo al otro lado. El descenso se inclinaba gradualmente hacia un valle poco profundo rodeado de colinas boscosas bajas parecidas entre sí. Rodeando la mayor parte del pequeño valle con un perímetro fino de prado y algunas arboledas sombrías había un lago azur apacible, el Lago Sagrado.

    Mi lugar favorito, susurró Lorewyn a Blythe en su mente. Bueno, nuestro lugar favorito. No soy la única, ¿no?

    El unicornio pareció asentir en respuesta. Los dos descendieron tranquilamente hacia el agua en calma. Llegaron a la línea de prado cubierta de hierba a lo largo de la orilla sudoeste, donde Lorewyn desmontó y Blythe se acercó a un árbol no muy lejano para rascarse un costado con la corteza.

    Lorewyn empezó a desvestirse. Colocó la túnica, el jubón y las botas sobre el césped de la orilla del río. Era alta para los estándares de su gente, en parte sin duda debido a su herencia feérica por parte de madre. Aunque no tenía alas, tenía la típica silueta esbelta y elegante de su raza. Tenía los músculos de un guerrero experimentado, pero también la suavidad y el contorno de una cortesana bien cuidada. Había vivido más de un milenio en años cordysianos. Si fuera humana, se podría decir que no tenía más de treinta, pues los Hijos del Viento envejecen muy despacio al llegar a la edad adulta. Tenía la tez clara, más color crema que pálida, y bastante uniforme a pesar de que solo exponía el torso en las esporádicas veces que se aventuraba en el lago. Tan solo los ojos castaños y verdes, los ojos de su madre, traicionaban su longevidad. Al mirar en ellos se podían ver pasar los siglos de Nueva Sylestia y los tiempos de guerra y paz.

    Se adentró con elegancia en el agua fría. Se sumergió por completo unos segundos, luego emergió y se fue adentrando despacio, aunque con determinación, hacia el centro del lago. De vez en cuando giraba a media brazada o alternaba poniéndose bocarriba. El sol estaba ahora lo bastante alto como para ver por encima de las colinas circundantes y los árboles. Los rayos se reflejaban en la suave superficie del agua y dejaban ondas brillantes tras el paso a nado de Lorewyn.

    —Espero que tengas otros planes para hacer ejercicio, porque es la excusa más triste que he visto para el régimen diario de una capitana de la milicia —dijo la voz de una mujer.

    La voz no había venido de Blythe, aunque el unicornio podía hablar cuando quisiera y si estaba en presencia de alguien con el que mereciera la pena hablar. Blythe estaba cerca de un grupo de árboles masticando un poco de hierba. Hasta un unicornio sabe que no es de buena educación hablar con la boca llena.

    La voz había venido del otro lado del lago desde una posición algo elevada. Lorewyn habría reaccionado rápidamente y a la defensiva al sonido de alguien cercano que hubiera invadido su tiempo de soledad y descanso en el Lago Sagrado. Sin embargo, reconoció la voz al instante y sonrió mientras seguía nadando.

    —Estoy bailando —respondió Lorewyn hablándole al aire, consciente de que la voz la escucharía claramente—. Ya sabrás cuando esté haciendo ejercicio.

    La voz se rio a modo de respuesta.

    —¿De verdad? No me parece que estés bailando.

    Lorewyn se movió en el agua. Levantó la cabeza para mirar en dirección a la voz y luego hacia las ramas más altas de un árbol que crecía junto a la orilla del lago.

    —Vente al agua, Mirlo, y te demostraré lo que quiero decir —gritó mientras se reía.

    El árbol crujió repentinamente. Una figura emergió de entre las hojas y las ramas, colocándose cuidadosamente en una de las ramas más grandes. Era una elfa, como Lorewyn, llamada Rhianyn. Era esbelta y bella, con una larga cabellera oscura y ondulada que le caía hasta la mitad de la espalda.

    —Que comience la clase —respondió. Con un rápido movimiento, se quitó la túnica. La prenda, de color marrón claro, bajó flotando de las altas ramas y aterrizó en el suelo a pocos centímetros del agua. Rhianyn dio un paso adelante en la rama y se colocó en posición para lanzarse. Saltó dándose impulso con sus largas piernas. Se arqueó sobre la superficie del lago durante un momento y luego se sumergió hacia las profundidades a varios metros de la orilla. Rhianyn entró en el agua en ángulo sin provocar ondas. En pocos segundos había atravesado una longitud insólita del lago y rompió la superficie desde abajo, a pocos metros de Lorewyn.

    —Lúcete —murmuró Lorewyn. Salpicó juguetonamente la cara de su amiga.

    Rhianyn escupió el agua que le había salpicado en la boca mientras se reía.

    —Solo te quiero enseñar mi nuevo movimiento de baile —dijo mientras caminaba por el agua. Con un repentino impulso, pasó corriendo junto a Lorewyn hacia la orilla opuesta—. Se ha acabado el baile, ¡es hora de hacer ejercicio! —El rápido movimiento de sus patadas salpicó a Lorewyn al pasar—. ¡Te reto a una carrera!

    Lorewyn giró rápidamente en el agua y empezó a nadar tras su veja amiga, que era una gran nadadora. Lorewyn era arquera de formación y había servido durante mucho tiempo en el grupo de arqueros de Nueva Sylestia. Rhianyn era jinete y antigua capitana de caballería. Hace siglos, antes de la Segunda Guerra y la Reclusión, Rhianyn había servido en el cuerpo de combate aéreo. Montó grandes bestias voladoras como águilas gigantes, grifos y pegasos bajo el mando de la madre de Lorewyn, pero esos días habían quedado atrás. Las majestuosas bestias que antes volaban sobre los cielos de Nueva Sylestia ya habían fallecido y la milicia se había disuelto. Desde la Reclusión, Rhianyn había servido con su amiga en la Constabularía.

    Lorewyn solo tardó unos segundos en alcanzarla. Las dos estaban pronto codo con codo, corriendo en el agua hacia la orilla. Sus esbeltos y fuertes cuerpos desnudos se movían como tiburones sobre la superficie del lago. A pocos metros de la orilla cubierta de hierba, Lorewyn obtuvo una ligera ventaja e instantes después tocó tierra con la mano, saltando instantáneamente a la orilla, y arrodillándose hundió la cara de Rhianyn en el barro justo cuando terminó una fracción de segundo después. Lorewyn se rio victoriosa cuando la cabeza de Rhianyn se levantó con la cara llena de barro. Escupió y salpicó todo lo que pudo a Lorewyn.

    —Buen final, condestable —se rio Rhianyn mientras se enjuagaba la cara, luego salió del agua. Lorewyn no estaba acostumbrada a que la llamaran condestable, sobre todo que lo hiciera Rhianyn.

    —Deberías saber que todavía puedo correr más que tú, disparar mejor que tú y nadar más rápido que tú, Mirlo —respondió Lorewyn ofreciéndole la mano para ayudar a su amiga a levantarse.

    Rhianyn aceptó la mano que le tendía Lorewyn. Se limpió un poco de agua de la cara con la otra mano, en parte para que no le viera su astuta sonrisa mientras tiraba rápidamente de su amiga al agua con ella. Las dos mujeres se rieron mientras se salpicaban alegremente. Finalmente, ambas salieron fuera del lago juntas.

    Se tumbaron una al lado de la otra en la orilla cubierta de hierba durante un rato, disfrutando del sol del final de la mañana en una especie de ensueño mutuo y silencioso. El apodo de Lorewyn para Rhianyn, Mirlo, se lo puso hace tiempo y era en referencia al pelo color cuervo de su amiga, así como a su antigua carrera en el combate aéreo. Lorewyn era la única que la llamaba así. Rhianyn también tenía un apodo para ella, Pluma Amarilla, que, para el observador casual, podría tomarse como un mero homenaje a su larga melena rubia. Sin embargo, también se refería a la elección de las flechas de Lorewyn, una pluma del raro faisán dorado. Era la única arquera que Rhianyn conocía que utilizaba este tipo de plumas. Lorewyn juraba que constituían el mejor emplumado. Mientras que la mayoría de los arqueros, tanto elfos como humanos, solían utilizar plumas del pavo común, que solían ser grises o marrones, las plumas amarillas eran una especie de marca registrada de la condestable.

    —Supongo que he arruinado tu momento de tranquilidad privada, ¿no es así? —preguntó finalmente Rhianyn rompiendo el silencio.

    Lorewyn se giró un poco hacia un lado, pero mantuvo los ojos cerrados tranquilamente.

    —Sabía que estarías aquí —respondió sonriendo—. A veces es mejor bailar con un amigo.

    Rhianyn sacudió ligeramente la cabeza con humor.

    —Sí —afirmó en un tono un poco condescendiente—, montar a Blythe, nadar en el lago y divertirse desnuda en la hierba no se puede considerar exactamente como un baile —Blythe seguía de pie a la sombra de un árbol. El unicornio levantó la cabeza al oír su nombre, pero rápidamente retomó su silenciosa relajación.

    Lorewyn se rio.

    —Para mí es un baile, Mirlo —explicó sabiendo que Rhianyn ya lo entendía—. ¿Qué es un baile sino un movimiento deliberado que celebra los momentos de la vida? El sol brillaba maravillosamente esta mañana. El aire era fresco y me llamaba, quería celebrarlo —Lorewyn se detuvo un momento. Abrió los ojos y se acercó para tocar la mano de su amiga—. Y siempre me gusta celebrar mi amistad contigo, así que...

    Se detuvo bruscamente y se sentó mirando rápidamente hacia Blythe, que había modificado ligeramente su postura y se movía silenciosamente detrás del árbol. Viene alguien. Es humano. Lorewyn se levantó sin soltar la mano de Rhianyn y tirando de su amiga hacia arriba con ella.

    —No estamos solas —susurró.

    Rhianyn respondió con una rápida inclinación de cabeza y las dos se dirigieron en silencio hacia donde yacía la ropa de Lorewyn junto al lago. Había dejado el arco en casa de su padre. La ropa de Rhianyn estaba al otro lado del lago, ya que la habían dejado caer desde la copa del árbol. Era bastante raro que los elfos vinieran al Lago Sagrado, pero los humanos nunca lo hacían. No había ninguna ley, pero sí una especie de acuerdo. Era una restricción tácita: los vástagos de Arborrheus no debían invadir esta zona.

    Lorewyn arrojó su túnica a Rhianyn. No sabía con qué iba a cubrirse en ese momento, pero ese fue su primer impulso. Rhianyn resolvió el problema sacudiendo la cabeza y lanzando la túnica de vuelta hacia ella. Luego, volviéndose hacia el lago, se zambulló silenciosamente y se sumergió. Lorewyn la observó mientras se ponía la túnica, esperando que subiera rápidamente, pero no lo hizo. Al cabo de lo que le parecieron minutos, aunque fueron unos segundos, vio por fin la cabeza de Rhianyn asomar a unos metros de la orilla y empezar a moverse rápidamente hacia la orilla opuesta con el equipo puesto.

    Lorewyn se volvió hacia donde Blythe se había retirado a un grupo de árboles que la ocultaban. Estaba a punto de seguirla en previsión de quien pudiera acercarse cuando el origen de la intrusión se dio a conocer. Dos niños humanos, un niño y una niña de no más de once o doce años, salieron de la ladera al oeste. Se movían lentamente, inseguros o indecisos, e intentaban ser sutiles, pero no fue suficiente para burlar el sentido de detección de Blythe, ya que el unicornio era capaz de percibir su presencia con bastante antelación. Lorewyn los reconoció de la aldea. Eran hermanos, hijos de Aurin Rashyle, el propietario de la Raposa de Terciopelo. Lorewyn se preguntó qué hacían aquí.

    Por la expresión de los niños estaba claro que no esperaban ver el lago. Se habían detenido para observar el entorno. Parecían perdidos. Blythe también lo percibió, aunque no salió de su escondite. Siempre fue cautelosa con los humanos y normalmente no dejaba que la vieran, y mucho menos que se acercaran a ella. Sin embargo, tenía menos ansiedad con los niños humanos.

    Lorewyn bajó la guardia cuando se acercó a ellos, que todavía estaban a cierta distancia del lago.

    —¿Taryk? ¿Selyne? —les llamó con calma mientras se acercaba a ellos—. ¿Qué estáis haciendo aquí? —La última pregunta la hizo en un tono más inquisitivo para no parecer acusadora.

    Los niños se asustaron, pero conocían a Lorewyn como la condestable local, además de su vecina y amiga. La niña, Selyne, era la mayor de los dos. Sonrió y caminó hacia Lorewyn. Taryk la siguió mientras su hermana aceleraba el paso.

    —¡Lady Lorewyn! —exclamó Selyne. Era algo habitual. Lorewyn solía decirle a la gente que conocía bien que no usara el título de Lady, pero la mayoría de los humanos seguían utilizándolo como muestra de respeto. Selyne llegó hasta ella y le dio un inesperado abrazo. Su hermano se acercó a ella. Parecía aliviado, sin embargo, no abrazó a Lorewyn.

    —No pasa nada, cariño —dijo Lorewyn aceptando el abrazo de la niña con una mano en el hombro. Selyne se retiró después de un momento—. ¿Qué os trae por aquí? —volvió a preguntar—. ¿Os habéis perdido?

    Selyne asintió.

    —Padre nos envió esta mañana a buscar especias —explicó—. No estábamos muy lejos del puente cuando Taryk vio un ciervo de los árboles y fue tras él —Selyne miró a su hermano y frunció el ceño. Lorewyn también se dio cuenta de que Taryk traía su arco corto. Era fácilmente reconocible, ya que la propia Lorewyn le había ayudado a encordarlo unos días antes.

    —De todos modos —continuó Selyne—, el ciervo se escapó, pero nos habíamos desviado mucho del camino y nos desorientamos. Intenté recordar lo que me habías dicho una vez sobre la orientación, pero creo que lo he olvidado.

    —Te dije que íbamos por el camino equivocado —dijo finalmente Taryk. Se volvió hacia Lorewyn—. Casi me hago con el ciervo, Lady Lorewyn, de verdad que sí.

    Lorewyn sonrió.

    —No me cabe duda de que lo hiciste —dijo—. Ahora, en cuanto a llevaros a casa, es un asunto fácil de resolver. Voy a buscar el jubón y las botas y podremos...

    Se detuvo bruscamente al oír un leve murmullo detrás de ella. Se volvió y vio a Rhianyn. Ahora estaba vestida y se acercaba a ellos desde la orilla. No sonreía y tenía la espada desenvainada. Selyne se acercó a Lorewyn.

    —¿Qué hacéis aquí, niños humanos? —exigió Rhianyn en un tono frío.

    Taryk respiró entrecortadamente al ver a Rhianyn. Selyne se había puesto completamente del lado de Lorewyn. Ambos miraron con ansiedad a Rhianyn. Esta no había tratado con niños durante mucho tiempo y no estaba acostumbrada a ellos. Vivía en Olvenshire, un pueblo dominantemente élfico, y tenía poca interacción con los humanos.

    Lorewyn se adelantó, alejándose de Selyne.

    —Son niños, Mirlo —dijo con calma con la mano extendida—. Por favor, guarda la espada. Solo están perdidos, podemos...

    Los ojos de Rhianyn se encendieron con resentimiento al ver que Lorewyn utilizaba su apodo en un entorno menos íntimo, y nada menos que en presencia de humanos. No envainó la espada.

    —No deben estar aquí, Pluma Amarilla. —Habló despacio y con firmeza, claramente resaltando Pluma Amarilla—. Sus ojos se fijaron en los de Lorewyn.

    Lorewyn asintió disculpándose mientras daba un paso más hacia su amiga.

    —No querían molestarnos. Ha sido sin querer, sin duda —continuó manteniendo la compostura—. Los llevaré de vuelta a las Cataratas de la Dedalera, no han hecho nada malo.

    —Buena idea —afirmó Rhianyn con una sinceridad alterada—. Iremos las dos, así podré hablar con sus padres. —Para enfatizar la idea, dio un paso hacia los niños mientras ajustaba la espada en la mano.

    Lorewyn no se había dado cuenta de que Taryk se había movido detrás de ella y estaba preparando una flecha para su arco corto. Selyne tampoco lo vio, ya que seguía intentando mantenerse al lado de Lorewyn. Justo cuando Rhianyn avanzaba, Taryk salió de detrás de la alta estructura de Lorewyn y apuntó con su arco y flecha a Rhianyn.

    —¡Déjanos en paz! —dijo con determinación.

    Lorewyn giró inmediatamente hacia él y con un brazo desplazó a Selyne, que estaba de pie, hacia su otro lado, de modo que Lorewyn se interpuso entre los dos hermanos. Rhianyn vio a Taryk al instante. Levantó la espada a la defensiva justo cuando Lorewyn puso el otro brazo contra el hombro de Rhianyn como advertencia de que no avanzara.

    —¡Taryk, no! —gritó Selyne.

    El arrebato de su hermana aumentó la ansiedad de Taryk, haciendo que disparara accidentalmente a corta distancia. La flecha se detuvo a escasos centímetros de la hoja de la espada cuidadosamente colocada de Rhianyn. La asombrosa y rápida mano de Lorewyn había atrapado el astil de la flecha en pleno vuelo, a no más de un dedo de la puntiaguda punta.

    Rhianyn se quedó mirando la flecha en la mano de Lorewyn durante un momento. Levantó la vista y se cruzó con su amiga. Los penetrantes ojos grises de Rhianyn se estrecharon mientras exhalaba lentamente por la nariz. Sus labios permanecieron rígidos, sin separarse ni un poco, sin mostrar ni siquiera una expresión. Bajó lentamente la espada, colocándola de nuevo en la vaina que colgaba del cinturón. Volvió su mirada por un momento hacia Taryk. El joven arquero estaba rígido de aprensión, con el arco levantado y el rostro blanco como un lirio.

    —Ha sido sin querer, sin duda —se burló Rhianyn. Se apartó de Lorewyn, pero mantuvo la mirada fija en el muchacho.

    Lorewyn bajó la mano dejando que la flecha cayera inofensivamente en la hierba. Abrió la boca como si quisiera decir algo, pero decidió inclinar la cabeza hoscamente. No volvió a levantar la vista hasta que sintió que una ligera brisa le rozaba y le movía el pelo en una suave caricia por las puntas de las orejas.

    Rhianyn volvió a mirar a Lorewyn. Su mirada podría haberse interpretado fácilmente como adversa o incluso de odio, pero Lorewyn conocía a su amiga morena desde hacía mucho tiempo y podía ver el amor y el respeto en su rostro. Sin lugar a dudas, Rhianyn estaba herida.

    —Hablaremos pronto, J'threll —dijo Rhianyn, y luego se dio la vuelta y caminó por la orilla del lago alejándose de Lorewyn y los niños. Por último, desapareció en una arboleda cercana a metros de donde Blythe la observaba.

    Lorewyn sintió que una lágrima acudía a sus ojos al escuchar el uso que Rhianyn hacía de J'threll, una palabra élfica de complicado significado connotativo. Lorewyn se quitó discretamente la lágrima de la mejilla. Luego se volvió hacia los dos niños, que seguían de pie cerca. Con una sola zancada se colocó directamente frente a Taryk. Le quitó el arco.

    —Lo que has hecho ha sido insensato —dijo suavemente en señal de reproche—. No ha sido una acción valiente, sino insensata. Aunque no hubiera intervenido, habría desviado el disparo y te habría cortado el brazo del arco con un solo golpe de espada.

    Taryk seguía conmocionado.

    —¿C-cómo... cómo has...?

    Lorewyn desencordó rápidamente el arco. Su agilidad era al menos el doble de la de un humano. Colocó la mano con firmeza, aunque con cuidado, en el hombro de Taryk.

    —La sabiduría es la primera y más importante habilidad marcial —explicó—. El cómo y el qué se dispara es secundario al porqué. Nunca lo olvides, mi joven arquero —Le devolvió el arco corto sin encordar con una sonrisa sincera.

    Selyne no había emitido ningún sonido desde que gritó a su hermano. Seguía acurrucada junto a Lorewyn sin apenas moverse. Se arrastró lentamente hacia el frente de Lorewyn, todavía algo conmocionada. Nueva Sylestia había estado en paz durante siglos desde la Reclusión. Ningún humano vivo en el reino había conocido la guerra o el combate militar. A pesar de que se consideraba un poderoso cazador y tirador a la tierna edad de diez años, y era bastante hábil para un niño de su edad, Taryk nunca había disparado a un ser vivo.

    —¡Nos habría matado! —exclamó Selyne mirando a su hermano en busca de confirmación.

    —No —Lorewyn negó con la cabeza—. Rhianyn no os habría matado, ni me habría matado a mí.

    —Pero ella estaba armada, y tú no —intervino Taryk. En algún lugar de su mente seguía intentando justificar su intento con el arco.

    Lorewyn atrajo a Taryk junto a ella y su hermana. Se arrodilló frente a ellos, de modo que quedó a la altura de los dos niños. Tomó las manos de cada uno de ellos con una de las suyas.

    —Los dos sois muy jóvenes —dijo intentando no parecer condescendiente. Incluso a los elfos más afines a los humanos, como Lorewyn, les resultaba difícil no hablar con desprecio de sus supuestos primos «inferiores»—. No habéis conocido la verdadera maldad, el odio auténtico, ni la pura malicia. Yo sí. Y aunque Rhianyn estaba enfadada por razones que pueden o no ser sensatas, no es malvada, ni alberga odio o mala voluntad contra vosotros. Si ese fuera el caso, no estaríamos teniendo esta conversación ahora. Porque tienes razón, Taryk, ella estaba armada y yo no. No habría sido capaz de detenerla si de verdad hubiera deseado hacerte daño. Y tú tampoco habrías podido.

    Los ojos de Selyne se abrieron de par en par.

    —¿No podrías haberla detenido? —Se quedó mirando con incredulidad—. Pero he visto cómo atrapaste la flecha... ¡con tu propia mano!

    Taryk asintió con la cabeza.

    —Sí, Lady Lorewyn —añadió—. Debes ser mucho más poderosa que ella, ¡más poderosa que cualquier elfo!

    Lorewyn se rio y se puso en pie hasta alcanzar su máxima altura. Medía casi dos metros. Iba vestida solo con una túnica y no llevaba su arco ni su espada. Parecía una diosa guerrera de épocas pasadas para los niños humanos.

    —Llamadme Lorewyn —respondió dándoles a ambos niños un rápido y afectuoso abrazo. Se acercó adonde todavía estaban su jubón y sus botas—. Podéis reservar lo de Lady para mi amiga Rhianyn, si alguna vez os da la oportunidad de volver a verla. —Se puso el resto del traje e hizo un sutil gesto a Blythe, que seguía observando sin que los niños se dieran cuenta. Vigila a Mirlo por mí, por favor. Te veré esta noche. Blythe asintió con un movimiento de cabeza y luego se escabulló silenciosamente entre los árboles siguiendo el camino que se alejaba del Lago Sagrado, el mismo que había tomado Rhianyn.

    La tradición de que los humanos se dirigieran a los elfos como Lord y Lady era antigua en Nueva Sylestia. Se remontaba a mucho antes de la Reclusión. Se remontaba incluso a antes de que Sylesteus tuviera su corte en la Antigua Sylestia entre las nubes. Muchos de los Hijos del Viento vivían allí y visitaban tanto a los humanos como a los enanos en las tierras de abajo. A los elfos se les llamaba Lord del Cielo y Lady del Cielo, pero con la caída de Sylestia en la Primera Guerra se acortó a simplemente Lord y Lady. Esto fue hace mucho tiempo, incluso antes de que Lorewyn naciera. Pero algunas tradiciones se mantienen firmes, aunque a menudo se olvidan las bases de las mismas.

    —Padre nos dijo que te llamáramos Lady Lorewyn —explicó Selyne sin captar claramente la sutil insinuación de Lorewyn.

    —Bueno, vuestro padre es un hombre de sólida educación y respeto por la gente, por toda la gente —respondió Lorewyn mientras terminaba de ponerse las botas. Volvió a acercarse a los niños—. Necesitamos más de eso hoy en día, y me alegro de que haya enseñado bien a sus hijos. —Le guiñó un ojo a Selyne y le dio una palmadita en el hombro a Taryk—. ¿Vamos?

    Los tres empezaron a caminar por la ladera ligeramente arbolada que se alejaba del lago y se dirigía hacia el sur.

    —Hablando de vuestro padre —dijo Lorewyn—, no habéis cogido la especia que os envió a buscar en un principio, ¿verdad?

    Ambos niños se miraron tímidamente.

    —No —suspiró Taryk—. El ciervo de los árboles nos distrajo... quiero decir... me distrajo.

    —Asumes la responsabilidad, bien —asintió Lorewyn en respuesta sonriendo—. Un poco de sabiduría por fin, por lo que veo. La recogeremos de camino a casa.

    Llegaron a la cima del montículo bajo de la colina y empezaron a descender por el otro lado, dirigiéndose hacia el gran claro de hierba y la espesa zona boscosa que había más allá. Lorewyn aminoró su natural paso rápido para asegurarse de que los niños pudieran seguir su ritmo. Aun así, tanto Taryk como Selyne tuvieron que caminar a paso ligero.

    No pasó mucho tiempo antes de que Lorewyn viera la especia en un matorral cercano adonde caminaban. Estaba en el lado más alejado del claro, cuando estaban a punto de cruzar el espacio abierto. Se desviaron y se pusieron a trabajar recogiendo algunas de las hierbas de olor dulce, aunque ligeramente picante.

    El sol de la tarde descendía por encima de los árboles que se encontraban al oeste. Lorewyn se sentó durante un rato, encontrando sombra bajo un olmo cerca de la espesura. Taryk y Selyne habían reunido todas las especias que pudieron encontrar. Se sentaron con Lorewyn.

    —Lad... quiero decir, ¿Lorewyn? —preguntó Taryk poniendo a prueba lo aprendido—. Dijiste que conocías el mal. ¿Te referías a la guerra que ocurrió hace mucho tiempo?

    Lorewyn asintió, jugando despreocupadamente con una ramita de olmo que tenía a su lado.

    —¿Cuál? —preguntó ella a su vez—. En realidad, hubo dos grandes guerras que ocurrieron hace mucho tiempo. Yo luché en la Segunda Guerra, al igual que Rhianyn, al igual que... bueno, al igual que los elfos y los humanos. —La última parte de su respuesta no era la que se había formado inicialmente en su mente ni en su lengua, pero los niños no captaron su vacilación. Lorewyn no hablaba de su madre abiertamente y con facilidad.

    Selyne se animó. La larga caminata de regreso a las Cataratas de la Dedalera empezaba a aburrirla un poco. Pero hacía tiempo que sentía curiosidad por la historia antigua de Nueva Sylestia y vio una oportunidad.

    —¡He oído que había unos monstruos horribles! —exclamó—. Y un terrible hechicero que podía controlar el fuego. Ah, y dragones. —Al igual que muchos humanos, Selyne había escuchado historias que tendían a dramatizarse o distorsionarse en el transcurso de los siglos.

    —Eso es verdad hasta cierto punto —intervino Lorewyn levantando una

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