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Conversaciones con José Vicente Anaya: Nieto de guerrillero villista, aguerrido poeta
Conversaciones con José Vicente Anaya: Nieto de guerrillero villista, aguerrido poeta
Conversaciones con José Vicente Anaya: Nieto de guerrillero villista, aguerrido poeta
Libro electrónico290 páginas4 horas

Conversaciones con José Vicente Anaya: Nieto de guerrillero villista, aguerrido poeta

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Información de este libro electrónico

Conversaciones con José Vicente Anaya es un libro de entrevistas al escritor José Vicente Anaya Leal, poeta visionario que fue fundador del movimiento literario Infrarrealsita, junto a Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro. En estas conversaciones, además de encontrarnos con el poeta hablamos también de su faceta como editor de la revista de poesía Alforja, nos encontramos con el periodista de rock, el ensayista, el traductor de la generación Beat. Nos platica además de su participación como activista en el movimiento estudiantil de 1968, recupera memorias de ese entonces que son importantes para la generación de ahora. Pero, sobre todo vemos al José Vicente Anaya cuyo caminar empezó en Villa Coronado Chihuahua y que fue un viajero incansable, al joven idealista y después al maestro de muchas generaciones de poetas. Estas conversaciones son un documento invaluable de la vida y obra de uno de los escritores más importantes de México.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 may 2021
ISBN9786073044103
Conversaciones con José Vicente Anaya: Nieto de guerrillero villista, aguerrido poeta

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    Vista previa del libro

    Conversaciones con José Vicente Anaya - Daniel Terrones

    portada_vicente.jpg

    Conversaciones con

    José Vicente Anaya

    Nieto de guerrillero villista, aguerrido poeta

    Contenido

    ¿Quién es José Vicente Anaya?

    I. Los orígenes

    Villa Coronado, Chihuahua

    Abuelo villista

    Familia nómada

    Lecturas primeras

    II. Poéticas de la poesía

    Lo poético necesario

    Encuentro con la poesía beat

    El oficio de poeta

    III. El movimiento estudiantil de 1968 y la brigada Marilyn Monroe

    Caminos de una generación

    México en 1968

    El movimiento que comienza

    La brigada Marilyn Monroe

    Guerrilleros o hippies

    Dos de octubre 1968

    Después de la matanza de Tlatelolco

    Experiencia que nos pervive

    IV. Obra poética

    Primeros libros: Aludel trizado y Morgue

    Música, poesía y Híkuri

    Los contextos de Híkuri

    Trilogía poética

    V. El viaje

    Norteño nómada

    Fin de ciclo infrarrealista

    En la carretera. Reconstruir un mapa viajero

    Un viaje interior

    En la sierra tarahumara

    Viviendo el poema Híkuri

    En el otro Estados Unidos

    El viaje que queda

    VI. El ensayo

    ¿Para qué escribir ensayos?

    Pequeña luz en la oscuridad del mundo

    El caso Padilla y Octavio Paz

    VII. La traducción

    Poeta bilingüe

    Traducir poetas beats

    Antonin Artaud

    Asomarse a China y Japón

    La traducción hecha en México

    VIII. Cultura alternativa

    Lúdica disidencia de la contracultura

    Estela histórica de la contracultura 1960

    San Francisco

    Momentos de la contracultura

    ¿Qué pasaba en México?

    La contracultura después de 1968

    Contracultura y altermundismo / crear mundos posibles

    IX. El poeta editor

    Editar en México

    Aventura de Alforja Revista de Poesía

    X. Periodista rockero y la literatura en Chihuahua

    El Liverpool de México

    Los Rolling en Tijuana

    Artículos de rock

    Bob Dylan y la protesta social en el rock

    El poeta Jim Morrison

    ¿Escritores de la división del norte o el Grupo Chihuahua o los bárbaros ilustrados?

    Selección de poemas de José Vicente Anaya

    De Aludel trizado (1974)

    De Morgue (1975-1976)

    Híkuri (1978, fragmentos)

    De Peregrino (2002)

    De Paria (1978)

    Notas en el camino

    De Diótima, diosa viva del amor (2019)

    Fotografías

    AVISO LEGAL

    ¿Quién es José Vicente Anaya?

    ¿Quién era ese poeta que para mayores datos solo sabíamos que era de Villa Coronado, Chihuahua? Ese paisano desconocido cuya poesía leía yo con emoción y disidencia rockera precisamente desde la ciudad de Chihuahua, en la década de 1990. ¿Dónde estaba José Vicente? Los datos contenidos en una antología desde la cual se podían leer algunos de sus poemas eran escasos. ¿Cómo es qué traducía a los poetas Beat? ¿Había estado en el concierto de rock de Avándaro como sugería el título de alguno de sus libros? ¿Andaría de viaje como lo indicaba esa palabra que más aparecía en su poesía? Sin embargo la ausencia física del poeta no hacía más que darle una presencia legendaria. ¿Por qué su poesía, como pocas en México, estaba tan ligada a experiencias trascendentales tan varias como el jazz, el rock y la ceremonia rarámuri del hikurí?

    Encuentros con el poeta Oso-Venado

    Al poco tiempo pude conocer a José Vicente Anaya, de quien sabía estaba de paso en la ciudad dando una lectura, me parece. Su presencia, efectivamente era fuerte, a la vez que cordial y amable. Oso-venado. El acercamiento con él se dio de manera natural y desde el primer momento me di cuenta de que el poeta también era un gran conversador. No fue el único encuentro que tuvimos. Yo también dejaría Chihuahua y volveríamos a reunirnos en otra ciudad, en otro ámbito, años después. Y era ahí, frente a una taza de café, cuando esa conversación electrizante comenzaba y de pronto, después de saludarnos y compartir nuestra cotidianidad, José Vicente contaba cosas sorprendentes, significativas, sobre su vida: en un viaje de regreso de San Francisco a Tijuana, se detiene en Los Ángeles a escuchar a The Doors en el Whisky A Go-Go; participa en el Movimiento estudiantil de 1968 en la UNAM y su brigada se llama Marilyn Monroe; un año después, en California, trabaja en una fábrica donde conoce a tres miembros de los Black Panthers y junto con ellos se lanza a organizar un sindicato; viaja a la Sierra de Chihuahua, donde tiene un encuentro muy especial con una comunidad rarámuri. Todas estas vivencias fundamentales se verán reflejadas de distintas maneras en su poesía, en esa trilogía poética que forman sus libros Hikurí, Peregrino y Paria.

    Las conversaciones de José Vicente Anaya

    Este libro nace de la amistad y de compartir experiencias con ese poeta visionario que es José Vicente Anaya. Un hombre que concentra en su vida todas las búsquedas y hallazgos de su generación, la de 1968, y que tiene una manera singular de ser poeta en el México contemporáneo.

    En estas conversaciones, además de encontrarnos con el poeta, hablamos también con el José Vicente editor de la revista Alforja, con el activista político y presencia vital de la contracultura, el periodista rockero, el ensayista, el traductor de la generación beat y el incansable viajero, cuyo caminar empezó en Villa Coronado, Chihuahua.

    Daniel Terrones Zapata

    Marzo 2019

    Daniel Terrones Zapata: nació en la Ciudad de Chihuahua en la década de 1970. Realizó estudios de literatura en la Facultad de Filosofía y letras de la unam. Fue reportero de sucesos culturales en Op. Cit., el periódico de la cdmx especializado en el Mundo Editorial. Al poco tiempo inició sus labores de escritor saltimbanqui y nómada viviendo en diferentes ciudades de México como Tijuana, San Cristóbal de las Casas, Querétaro y Ciudad Juárez, donde ha colaborado en infinidad de proyectos colectivos. Ha publicado la plaqueta de relatos: No es Kuartel editada en el 2010 por Offline Books, la editorial itinerante de Barrio Nómada y Amanece Mañana libro de relatos publicado por La Tinta del Silencio en 2018.

    Mi domicilio exacto son los sueños  
    José Vicente Anaya

    i. Los orígenes

    Villa Coronado, Chihuahua

    Daniel Terrones. Quisiera empezar preguntándote por algún recuerdo del lugar donde naciste, Villa Coronado, Chihuahua.

    José Vicente Anaya. Salí muy chico de Villa Coronado. Soy el menor de mi familia, el que nació al último. Por cierto mi padre siempre decía que yo era el zocoyote, palabra de origen náhuatl y que se traduce como coyotito. Yo no sé cómo mi padre captó esta palabra. Seguramente por tradición oral. Cómo puede llegar hasta Chihuahua, hasta el extremo norte un vocablo náhuatl. Para mi padre Ignacio Anaya Portillo yo siempre fui el zocoyote. Cuando de niño supe lo que quería decir, me gustó, ya que fue muy agradable que mi padre usara esa manera de llamarme.

    Cuando salimos de Villa Coronado yo tendría tres años de edad. Sin embargo, sí tengo recuerdos. Se podría pensar que eso es una exageración, pero en algunos momentos de mi vida he tratado de recordar lo más lejano, como tener visiones de colores en el vientre de mi madre (es decir, antes de nacer), eso que de inmediato se vería como inverosímil, pero creo que los que hemos vivido algo así nos negamos a reconocer la interpretación racional. Yo he tenido la seguridad de haber escuchado sonidos y hasta haber visto imágenes, formas y colores como pinturas abstractas y geométricas. Ahora ya está demostrado que en la edad fetal los bebés lo primero que identifican al nacer es la voz de la madre, y lo mismo se ha identificado en los cachorros de los animales mamíferos. El tiempo nos ha enseñado más cosas. Yo decidí leerle poemas a mi hija cuando se encontraba en el vientre de su mamá, Doris… nos dábamos cuenta de que ponía atención porque la bebé respondía con movimientos, creo que expresando alegría o mostrando que estaba participando en la conversación.

    De mis primeros años tengo imágenes de Villa Coronado. En ese momento de mi niñez en mi pueblo todavía se usaban las carretas de caballos. Por cierto, mi padre tenía una fragua, y él se dedicaba hacer las llantas para las carretas que, como se sabe, en los rayos de madera se montaba un anillo circular de acero que se pone al rojo vivo y cuando entra se reduce y estrecha los rayos de la rueda. Ese era uno de los trabajos de mi padre en Villa Coronado. Teníamos una carreta. También una vaca que mi papá ordeñaba todos los días. Un panal en el patio, del cual mi padre sacaba miel periódicamente.

    En una ocasión toda la familia hicimos una excursión con la carreta, que mi padre manejaba, hasta la Zona del Silencio. Villa Coronado está muy cercana de ese lugar. Hay ahí una parte abrupta, desértica y de rocas monumentales, a donde la gente de las poblaciones cercanas solía excursionar (todavía hoy es un lugar muy visitado, incluso por personas que llegan de muy lejos, como los que gustan de hacer rapel sobre grandes paredes de rocas). Peñoles se llama ese lugar. Tengo muy claro el recuerdo de toda la familia preparándose, con alegría subiendo a la carreta, yendo hacia ese lugar. Hay una foto donde mi madre me tiene en brazos envuelto en un rebozo, lo cual denota que yo tendría menos de un año, pero es muy vivido el recuerdo del alboroto de mis hermanas y hermano, al alistar la comida que íbamos a comer allá.

    Igualmente recuerdo la salida de Villa Coronado, cuando mi padre ya había decidido que nos íbamos a Ciudad Juárez y yo tenía algo menos de tres años.

    Me voy a alejar por un momento de mi infancia, y voy a platicar la de mi padre. Mi abuelo paterno, Miguel Anaya, estaba casado, vivía y trabajaba en una mina de Parral, Chihuahua (aunque él era de Villa Coronado). Mi padre y sus hermanas habían nacido en Villa Coronado pero la vida matrimonial de mi abuelo y su trabajo hacían que estuviera en Parral. Cuando mi abuela, María Portillo iba a dar a luz por cuarta ocasión (mi padre, Ignacio, era el primogénito, luego nacieron tres niñas: Consuelo, Urbana y Luz). En el cuarto embarazo de mi abuela, el día del parto ella muere, pero la niña vivió. Mi abuelo quedó viudo con un niño y tres niñas en escalera, con un año de diferencia cada uno. En ese tiempo mi abuelo tenía una hermana en San Diego, California. Estoy hablando del tiempo de la Revolución Mexicana. No sé con exactitud el año, mi padre posiblemente nació en 1920. La hermana del abuelo le escribió diciéndole: ¿Qué haces en ese lugar, viudo y con cuatro hijitos, donde hay guerra, hambre y enfermedades? Salva a tus hijos. Vente a San Diego y mientras tú trabajas yo te cuido a tus niños. Y esa es la razón por la cual mi padre y sus hermanas crecieron en los Estados Unidos. Dicho sea de paso que mi padre y sus hermanas fueron chicanos. Ha de ser por eso que me opongo a esa opinión racista de Octavio Paz, que escribió en su libro El laberinto de la soledad, donde denigra a los hijos de mexicanos que nacen en los Estados Unidos, dice que son pochos, que quiere decir mochos, porque no son ni mexicanos ni estadounidenses y no hablan bien el español ni el inglés. Después de mi primera lectura de ese libro de Paz, en 1968, me negué a aceptar su juicio equivocado, falso e ignorante que expresa en su Laberinto.

    Bueno, esa es parte de la historia por el lado de mi padre. Él vivió allá hasta los veinte años, lo que quiere decir que estudió hasta el nivel de preparatoria. Allá hizo una carrera corta de carpintero. En ese tiempo en los Estados Unidos había ese tipo de enseñanza de tipo técnico, de profesiones pequeñas. De estos carpinteros que son expertos en diferentes maderas, las clasifican, las trabajan y conocen todas sus propiedades porque no es lo mismo trabajar una caoba que un pino y cosas por el estilo. Se les llamaba carpinteros en ebanistería.

    Para terminar con esta etapa de la vida de mi padre, cuando él tenía 21 años de edad, era propietario de una troca pick up, y un día un amigo se la pidió prestada. Iba a hacer un traslado de muebles. Cuando le regresa la troca, ésta iba con llantas nuevas. Días después llegó la policía a casa reclamando que la troca tenía llantas robadas y que por eso mi padre tiene que ir a la cárcel. Mi padre nunca aceptó que él se robó las llantas, pero tampoco denunció a su amigo. No lo sacaron del argumento de que él no sabía nada de la misteriosa aparición de llantas nuevas en su troca. Esas llantas habían llegado ahí sin que él se diera cuenta. La policial harta y prepotente, como suele ser, le puso como condición que tenía que aceptar que él las había robado y aceptar que iba a ser enjuiciado y condenado a unos años de prisión, si es que quería optar por la nacionalidad estadounidense, y si no aceptaba haber cometido el delito, lo expulsarían del país. Mi padre optó por la segunda opción, cuando platicaba el suceso siempre repetía: Gringos hijos de la chingada, yo no les debo nada. Decidió volver a Villa Coronado, su pueblo de nacimiento.

    Abuelo villista

    JVA. A mi madre, Julia Soledad Leal Bueno, vivió una experiencia semejante a la de mi padre de vivir unos años en los Estados Unidos. Aunque ella llegó adolescente llevada por su hermana mayor, Candelario, quien ya tenía años, casado y con hijos en los Estados Unidos. De ahí se deriva otra historia realmente larga, porque el papá de mi mamá, mi abuelo Jesús Leal, fue guerrillero villista. Hay un corrido que se canta de él. Si ustedes en YouTube buscan el Corrido de Jesús Leal lo pueden escuchar, está grabado por más de cinco conjuntos norteños, menos por los Tigres del Norte (risas) porque son muy nuevos. A mi madre le tocan los trastornos de la Revolución Mexicana siendo niña y queda huérfana como a los ocho años de edad, siendo la más chica y con tres sus hermanos (Candelario, Jesús y Juan). A ella le toca ser la zocoyota de la familia. El hermano mayor, Candelario, desde los doce años de edad entró a combatir en la División del Norte, el ejército regular de Pancho Villa. Tal vez con la anuencia de su padre quien ya llevaba una doble vida (normal y clandestina) con su trabajo de caporal en Villa Coronado y su clandestinidad de colaborador en tanto guerrillero para la División del Norte. En su vida regular, mi abuelo trabajaba como caporal que se encargaba del ganado de un hacendado. Como caporal era el jefe de los vaqueros pero clandestinamente también era el jefe de la guerrilla de la que formaban parte él y los vaqueros que simpatizaban con la revolución. Mi madre me platicaba que ella intuía la inclinación de su padre por la revolución y que por eso ella simpatizaba jugando, agitaba una vara y brincando a la vez que gritaba: ¡Yo soy pura maderista, hasta la tierra que piso!, y de su padre me decía: Yo no entendía bien por qué mi papá se ausentaba muchos días de la casa pero me ponía muy contenta cuando regresaba. A veces se ausentaba cuando por su trabajo de caporal llevaban al ganado a las zonas de pastizales para que se alimentaran; pero en otras, entre sus acciones de guerrillas él y sus cómplices mataban una vaca del hacendado y destazada la llevaban alimentar al ejército de Villa o participaban en algún combate (como se supone que sucedió en la única foto que guardo de mi abuelo, donde con sus carrilleras y su fusil hace guardia militar frente a una puerta, que ha de ser el palacio municipal del lugar donde los villistas tuvieron una victoria. Villa combinaba la guerra regular (de un ejército con miles de soldados) con la guerra de guerrillas a partir de grupos pequeños que hacían labor de sabotaje al enemigo.

    En una de las ocasiones en que mi abuelo se ausentó de casa muchos días, la abuela entró en trabajo de parto, al final del cual ella falleció junto con su bebé. Cuando el abuelo regresó se encontró con la noticia de la muerte de su esposa y de quien sería su última hija, a partir de entonces, decía mi mamá, que su padre se puso muy triste, casi no comía ni salía de casa… después de un corto tiempo murió. ¿Cuántas veces él se arriesgó de morir en una batalla, en medio de una balacera? Pero su destino fue el de ser un guerrero que no murió en el campo de batalla, sino que murió de amor. Es un caso muy especial, insólito de verdad… Ojala escuchen su corrido porque también cuenta un suceso muy especial, pues narra que se escapa de la persecución de un militar que andaba en su búsqueda, es decir que su final no es el típico de los corridos en que muere el protagonista. Algún día platicaremos más de ese corrido.

    Mi madre y su hermano Jesús me contaron que siendo niños vieron a Pancho Villa en Villa Coronado, que llegó con pocos hombres, herido de una pierna (tal vez fue cuando la persecución en que lo buscaba Pershing). Que se sentó en el un lugar del centro del pueblo y durante varias horas todos los habitantes literalmente desfilaron para ir a ver al ya entonces famoso y legendario Pacho Villa, con mucha simpatía. En el caso de lo narrado por mi tío Jesús, él me dijo que un día cuando tendría 12 años, jugando con otro amiguito a que eran cazadores, se alejaron mucho del pueblo y se les hizo noche cuando decidieron regresar. En el camino de regreso los detuvieron dos hombres armado con fusiles y los condujeron a un sitio donde había más hombres armados y uno frente a una hoguera, quien los interrogó. Le preguntó su nombre a mi tío y cuando lo dijo le preguntó ¿Y qué es tuyo Jesús Leal? Al responder que mi papá, aquel hombre lo separó del grupo y le dijo: Fíjate bien en mí… cuando llegues a Villa Coronado le cuentas a tu padre que me viste, me describes, y le comentas que espero verlo tal día en tal lugar a tal hora… Concluyó mi tío diciéndose asombrado porque aquel hombre que le dio el recado para su padre sería el mismo que veía herido en Villa Coronado, el mismísimo Pancho Villa. Esta anécdota hace ver el conocimiento personal mutuo que tuvieron Villa y su padre.

    Como antes ya había dicho, también Candelario, el hermano mayor de mi madre, andaba en el ejército de Villa, y cuando se decretó la paz y el desarme, mi tío decía que al ver que era mentira lo del reparto de tierra para los campesino, él decidió emigrar a los Estados Unidos en busca de trabajo. Contaba con veinte años de edad. Los otros dos hijos de mi abuelo también se decepcionaron, el más chico, Juan, vagó por el sur del país y así desapareció; el otro, Jesús, vagó por los Estados Unidos donde se convirtió en trabajador agrícola. Candelario se estableció en Lamar, Colorado, cuando se casó decidió ir por mi madre a Villa Coronado, ella tenía 16 años, y llevarla a vivir en su casa. Después de algunos años la migra descubre que Julia Soledad no reside legalmente y la expulsan del país. Será el destino, pero igual que hizo mi padre, ella decidió volver a su pueblo, Villa Coronado. Esta es la historia de un chicano y una chicana (ellos siempre se consideraron de nacionalidad mexicana) se enamoraron, se casaron y tuvieron cinco hijos (María, Socorro, Miguel, Ramona y Vicente).

    Otra vez el destino acomoda las cosas de manera mágica, pues mi padre vivió un episodio semejante, aunque en un contexto histórico muy diferente, al de su papá. En San Diego, California, siguió viviendo su hermana Consuelo quien seguido le escribía cartas sugiriéndole que emigrara a los Estados Unidos con toda la familia. Los argumentos de mi tía eran que de esta manera mi padre les proporcionaría algún día a sus hijos educación, la posibilidad de ir a la universidad, cosas por el estilo que no íbamos a tener en un pueblo pequeño como Villa Coronado. Por fin un día mi padre aceptó la sugerencia de su hermana y salimos de Villa Coronado. Aunque ese viaje se dio por etapas, primero nos establecimos en Ciudad Juárez donde mi papá trabajó de obrero y mi hermana mayor, María, trabajó en la taquilla de un cine. Mi abuelo paterno, Miguel, vivía con nosotros.

    Mi madre decía que cuando salimos de Villa Coronado el pueblo tenía como cien habitantes (tal vez no sea exacto, pero sí da cuenta de lo pequeño que era, a pesar de que fue fundado desde el tiempo novohispano). Todo mundo se conocía entre sí comentaba mi mamá. He regresado dos veces a Villa Coronado: en

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