El fruto del Espíritu Santo: Una vida diferente es posible
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A partir del texto de Gálatas 5, 22-23, recorre e interpreta distintos pasajes bíblicos que nos ayudan a entender y ahondar en el obrar del Espíritu y en los frutos que produce en nuestro interior. La lectura de estas páginas nos revela que una vida diferente es posible, dejándonos transformar internamente e impulsados con la fuerza del Espíritu Santo allí donde la vida clame.
Bajo esta inspiración, Mons. Fernández nos ofrece un material bíblico teológico kerigmático, desde los propios estudios que realizara para abordar el tema. Se sirve de las cartas de san Pablo, los Hechos de los Apóstoles, libros del Antiguo Testamento y también de las enseñanzas de los santos como san Buenaventura, Juliana de Norwich, san Francisco de Sales, entre otros. Como él mismo aclara: "El libro se detiene en la acción del Espíritu Santo en nosotros. Porque él realmente tiene poder divino y es capaz de hacer una obra transformadora en nuestras vidas. Cuando las propias fuerzas nos dicen que ya no es posible crecer, madurar y liberarnos, la fe nos grita que sí es posible, porque el Espíritu Santo puede actuar siempre: el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad (Rom. 8, 26)".
La obra está dividida por temas, según cada fruto del Espíritu. De este modo, el lector tendrá diferentes posibilidades de relacionarse con el texto, según lo desee y crea más fecundo. También es un material apto para hacer retiros, talleres, encuentros o jornadas espirituales en las distintas comunidades y/o movimientos.
Una inmejorable oportunidad para profundizar sobre la vida en el Espíritu y la transformación que hace en nosotros.
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El fruto del Espíritu Santo - Víctor Manuel Fernández
978-987-762-073-3
Presentación
Muchas personas han utilizado el libro Los cinco minutos del Espíritu Santo. Dado que contiene solo una breve motivación para cada día, algunos me consultaron qué más podrían leer sobre el Espíritu Santo para alcanzar un mayor conocimiento. Otros me preguntaron, más precisamente, sobre el fruto del Espíritu Santo, del cual habla san Pablo en Gálatas 5, 22-23. Motivado por estas consultas, yo mismo necesité comprender mejor el sentido de ese fruto
, y me dediqué a investigar. Eso me exigió actualizar mis estudios bíblicos, me requirió mucho tiempo de lectura y de reflexión, y me permitió descubrir que este tema tiene una enorme riqueza. Al mismo tiempo, es una motivación muy atractiva para crecer en la vida cristiana.
Así nació este libro, que es un texto de estudio para profundizar la propia formación bíblica y teológica. Puede leerse también como motivación espiritual, tomando uno o dos párrafos cada día. Es útil, especialmente para estudiar, solos o en grupo, leyendo los textos bíblicos que se citan y reflexionando sobre ellos. Esto requerirá tiempo y voluntad pero, si realmente queremos formarnos, nos brindará una gran satisfacción interior.
El libro se detiene en la acción del Espíritu Santo en nosotros. Porque él realmente tiene poder divino y es capaz de hacer una obra transformadora en nuestras vidas. Cuando las propias fuerzas nos dicen que ya no es posible crecer, madurar y liberarnos, la fe nos grita que sí es posible, porque el Espíritu Santo puede actuar siempre: el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad (Rom 8, 26).
El fruto del Espíritu Santo en tu vida
La acción del Espíritu Santo en nosotros es tan real que con el paso del tiempo podemos percibir una especie de fruto (karpós), como si fuéramos un árbol que, si no le falta el agua, florece y fructifica. ¿Cuál es el fruto que el Espíritu Santo puede producir en nuestras vidas? Leamos lo que dice la Palabra de Dios:
El fruto del Espíritu es:
amor, alegría, paz,
paciencia, gentileza, benevolencia,
fidelidad, mansedumbre
y dominio propio
(Gál 5, 22-23). (1)
Este texto bíblico será el eje que nos guiará. Es importante que analicemos las palabras que usa san Pablo allí para describir el fruto del Espíritu porque, si entendemos su sentido preciso, sabremos discernir mejor si ese fruto está realmente presente en nuestras vidas y descubriremos cómo desarrollarlo.
¿Te interesa discernir si estás realmente en el camino del Espíritu, si tu vida está bien orientada, si vives como agrada a Dios? Entonces no basta mirar si cumples los mandamientos y los preceptos. Tampoco es suficiente que no cometas acciones gravemente malas. Eso podría ser una serena mediocridad, un cementerio muy limpio y adornado, un vacío disfrazado de corrección.
Si realmente quieres reconocer cómo está tu vida ante Dios, entonces lo que cuenta es ver si estás permitiendo que el Espíritu derrame su fruto en ti. Él mismo nos ayuda para que reconozcamos los dones gratuitos que Dios nos ha dado (1 Cor 2, 12). Sería bueno que el examen de conciencia de cada uno consista sobre todo en preguntarse de qué manera el fruto del Espíritu está presente en su vida.
El contexto
Esta enseñanza sobre el fruto
está dentro de un texto más amplio, que es Gálatas 5, 13-26. En ese texto encontramos una palabra que se repite: carne
(sarx). El fruto del Espíritu se opone a las inclinaciones de la carne. Pero no pensemos que la carne
es el cuerpo con sus deseos, los músculos, los órganos físicos. Si fuera así, entonces sus inclinaciones serían solo la gula, el deseo sexual o las necesidades físicas. No es así. En realidad, para san Pablo, la palabra sarx (que traducimos como carne
) se refiere a otra cosa: es el ser humano encerrado en sí mismo, y por lo tanto cerrado a la gracia de Dios y a los hermanos.
Los deseos de la carne son todas las inclinaciones que nos llevan a pensar solo en nosotros mismos, en nuestro propio bien y en nuestros propios intereses. Entonces, las necesidades de los hermanos no cuentan, y ellos se convierten en competidores molestos. Peor todavía, terminan siendo usados para satisfacer las propias necesidades, y hasta los afectos se convierten en un modo de dominarlos y aprovecharse de ellos. Encerrados en nuestros propios límites, tampoco nos interesa Dios, que se convierte en un fastidio. Lo sentimos como un peligro para nuestra vida cómoda y egoísta; o lo aceptamos solo como un adorno espiritual, pero no le permitimos actuar de verdad en nosotros ni dejamos que nos impulse al amor.
Cuando nos dejamos llevar por nuestras inclinaciones naturales, llegamos a mordernos y devorarnos unos a otros (Gál 5, 15). Por el contrario, si nos dejamos llevar por el Espíritu ya no necesitamos dañarnos, maltratarnos o utilizarnos unos a otros. El Espíritu produce un fruto de amor que nos permite mirarnos entre nosotros de otra manera, reconocer a Jesús en el hermano y tratarnos mutuamente con otras actitudes.
Queda claro que lo carnal y lo espiritual se definen en relación con el amor fraterno, y hay un texto bíblico que lo confirma. Cuando san Pablo quería mostrarles a los corintios que seguían siendo personas carnales
, la prueba que les daba era la siguiente: Los celos y las discordias que hay entre ustedes, ¿no prueban acaso que todavía son carnales…? (1 Cor 3, 3). Así se constata que ser carnal
no tiene que ver con las inclinaciones del cuerpo, sino con un corazón cerrado en sus intereses egoístas, incapaz de amar y de convivir.
Otro dato nos confirma esta interpretación: el texto de Gálatas 5, 13-26 empieza y termina hablando del amor fraterno. Comienza explicando que lo contrario de las inclinaciones carnales es hacerse servidores los unos de los otros por el amor (5, 13), e inmediatamente recuerda el gran (y único
) mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (5, 14). Es decir, lo contrario al egoísmo de la carne no es la pureza, o la sobriedad, sino el servicio generoso del amor entre hermanos. Y después de hablar del fruto del Espíritu, el texto termina afirmando que si vivimos animados por el Espíritu (5, 25) ya no caben las actitudes de estar provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente (5, 26). No hay dudas entonces: el fruto del Espíritu, contrario a las inclinaciones carnales, es ante todo el amor fraterno. Es el amor de hermanos que se hace posible cuando dejamos que el Espíritu Santo derrame en nosotros el amor divino.
Pero san Pablo, en Gálatas 5, 22-23, no quiso hablar solo del amor fraterno en forma general. Se preocupó por detallarnos un poco más cómo son las relaciones de una persona transformada por el Espíritu. Entonces, nos presenta los distintos frutos de amor que se manifiestan en la vida comunitaria de alguien que ya no se deja llevar por sus impulsos naturales o carnales, sino por el dinamismo del amor que viene del Espíritu.
El fruto
Los profetas se referían a la fecundidad de la persona fiel a Dios, al fruto de sus acciones (Jr 17, 10). A los sobrevivientes de la opresión extranjera, el Señor no solo les anunciaba que su tierra daría fruto, sino que ellos mismos echarán raíces por abajo y producirán frutos por arriba (Is 37, 31). Esto no depende de las solas fuerzas humanas sino de la acción divina. El Señor dice: Soy como un ciprés siempre verde y de mí procede tu fruto (Os 14, 9). Si una persona confía en el Señor, nunca deja de dar fruto (Jr 17, 8) y en la vejez seguirá dando frutos (Sal 92, 15).
Un fruto es algo deseable, sabroso, apetecible. Nadie cuida un árbol frutal sin desear sus frutos: ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? (1 Cor 9, 7). Del árbol se espera que produzca frutos gustosos. Para san Pablo, lo que produce el Espíritu Santo en nosotros es deseable como un fruto.
En Gálatas 5, 22 se habla del fruto
, en singular, porque cuando el Espíritu Santo actúa en nosotros, no produce solo efectos aislados, distintos frutos desconectados entre sí, sino que todo está relacionado y