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Fusilados
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Fusilados
Libro electrónico69 páginas42 minutos

Fusilados

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Información de este libro electrónico

"Fusilados", segundo capítulo de Cartucho, está compuesto por veintiocho relatos breves en los que una niña cuenta los enfrentamientos y las muertes que ve pasar en Parral, Chihuahua. Los continuos combates, fusilamientos y ejecuciones provocan en la pequeña narradora cierta insensibilidad a la violencia y cierta fascinación por la muerte. El estilo ágil y directo de Nellie Campobello, cierto carácter autobiográfico y el tratamiento del tema revolucionario hacen de "Fusilados" una lectura indispensable.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 jul 2020
ISBN9786071665423
Fusilados

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    Fusilados - Nellie Campobello

    NELLIE CAMPOBELLO

    Ilustraciones

    JESSICA OCAMPO

    Primera edición, 2019

    [Primera edición en libro electrónico, 2020]

    Coordinador de la colección: Luis Arturo Salmerón Sanginés

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel.: 55-5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-6542-3 (ePub)

    ISBN 978-607-16-6437-2 (rústico)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Cuatro soldados sin 30-30

    El fusilado sin balas

    Epifanio

    Zafiro y Zequiel

    José Antonio tenía trece años

    Nacha Ceniceros

    Las cinco de la tarde

    Los 30-30

    Por un beso

    El corazón del coronel Bufanda

    La sentencia de Babis

    El muerto

    Mugre

    El centinela del mesón del Águila

    El general Rueda

    Las tripas del general Sobarzo

    El ahorcado

    Desde una ventana

    Los hombres de Urbina

    Las tristezas del Peet

    La muerte de Felipe Ángeles

    La muleta de Pablo López

    La camisa gris

    La sonrisa de José

    Tomás Urbina

    El Jefe de las Armas los mandó fusilar

    Las águilas verdes

    Las tarjetas de Martín López

    CUATRO SOLDADOS SIN 30-30

    Y pasaba todos los días, flaco, mal vestido, era un soldado. Se hizo mi amigo porque un día nuestras sonrisas fueron iguales. Le enseñé mis muñecas, él sonreía, había hambre en su risa, yo pensé que si le regalaba unas gorditas de harina haría muy bien. Al otro día, cuando él pasaba al cerro, le ofrecí las gordas; su cuerpo flaco sonrió y sus labios pálidos se elasticaron con un yo me llamo Rafael, soy trompeta del cerro de La Iguana. Apretó la servilleta contra su estómago helado y se fue; parecía por detrás un espantapájaros; me dio risa y pensé que llevaba los pantalones de un muerto.

    Hubo un combate de tres días en Parral; se combatía mucho. Traen un muerto —dijeron—, el único que hubo en el cerro de La Iguana. En una camilla de ramas de álamo pasó frente a mi casa; lo llevaban cuatro soldados. Me quedé sin voz, con los ojos abiertos abiertos, sufrí tanto, se lo llevaban, tenía unos balazos, vi su pantalón, hoy sí era el de un muerto.

    EL FUSILADO SIN BALAS

    Catarino Acosta se vestía de negro y el tejano echado para atrás; todas las tardes pasaba por la casa, saludaba a Mamá ladeándose el sombrero con la mano izquierda y siempre hacía una sonrisita que, debajo de su bigote negro, parecía tímida. Había sido coronel de Tomás Urbina allá en Las Nieves. Hoy estaba retirado y tenía siete hijos, su esposa era Josefita Rubio de Villa Ocampo.

    Gudelio Uribe, enemigo personal de Catarino, lo hizo su prisionero, lo montó en una mula y lo paseó en las calles de Parral. Traía las orejas cortadas y, prendidas de un pedacito, le colgaban; Gudelio era especialista en cortar orejas a las gentes. Por muchas heridas en las costillas le chorreaba sangre. En medio de cuatro militares, a caballo, lo llevaban. Cuando querían que corriera la mula, nada más le picaban a Catarino las costillas con el marrazo. Él no decía nada, su cara borrada de gestos era lejana; Mamá lo bendijo y lloró de pena al verlo pasar.

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