Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La comunidad de Blithedale
La comunidad de Blithedale
La comunidad de Blithedale
Libro electrónico356 páginas12 horas

La comunidad de Blithedale

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

La búsqueda por modos de vida en donde impere la armonía llevaron a Nathaniel Hawthorne, cuya Letra escarlata lo consagró como uno de los autores literarios más importantes de su época, a escribir la presente novela. Inspirada en su estancia en la Graja Brook, el autor nos introduce a la vida en la comunidad de Bliethdale, en la cual, los principios de fraternidad y amor buscan crear una vida solidaria. Sin embargo, la tensión entre lo individual y lo comunitario, entra lo real y lo ficticio, nos presentan problemas que persisten en los imaginarios utópicos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 dic 2019
ISBN9786071665089
La comunidad de Blithedale
Autor

Nathaniel Hawthorne

Nathaniel Hawthorne (1804-1864) was an American writer whose work was aligned with the Romantic movement. Much of his output, primarily set in New England, was based on his anti-puritan views. He is a highly regarded writer of short stories, yet his best-known works are his novels, including The Scarlet Letter (1850), The House of Seven Gables (1851), and The Marble Faun (1860). Much of his work features complex and strong female characters and offers deep psychological insights into human morality and social constraints.

Relacionado con La comunidad de Blithedale

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para La comunidad de Blithedale

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La comunidad de Blithedale - Nathaniel Hawthorne

    NATHANIEL HAWTHORNE

    LA COMUNIDAD DE

    BLITHEDALE

    TEZONTLE

    Primera edición, 2019

    [Primera edición el libro electrónico, 2020]

    Título original: The Blithedale Romance

    Coordinación, curaduría editorial y edición: Roger Bartra y Gerardo Villadelángel

    Diseño editorial: Joseph Estavillo / La Jaula Abierta

    D. R. © 2019, Ainhoa Suárez Gómez, Hernán Bravo Varela y Patricia Soriano

    D. R. © 2019, La Jaula Abierta

    Consejo editorial: Roger Bartra y Gerardo Villadelángel

    Tonalá, 319-5; 06760 Ciudad de México

    Tel. 55-5264-8808

    D. R. © 2019, Centro de Investigación y Docencia Económicas, A. C.

    Carretera México-Toluca, 3655; 01210 Ciudad de México

    www.cide.edu

    Tel. 55-5727-9800

    D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com"

    Tel. 55-5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-6508-9 (ePub)

    ISBN 978-607-16-6391-7 (rústico)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    PRÓLOGO. De Brook a Blithedale y de regreso,

    Ainhoa Suárez Gómez

    LA COMUNIDAD DE BLITHEDALE

    PREFACIO

    El viejo Moodie

    Blithedale

    Un círculo de soñadores

    La mesa de la cena

    Hasta la horade dormir

    El cuarto de enfermo de Coverdale

    El convaleciente

    Una Arcadia moderna

    Hollingsworth, Zenobia, Priscilla

    Un visitantede la ciudad

    El sendero del bosque

    La ermita de Coverdale

    La leyenda de Zenobia

    El púlpito de Eliot

    Una crisis

    Despedidas

    El hotel

    La casa de huéspedes

    La sala de Zenobia

    Desaparecen

    Una vieja amistad

    Fauntleroy

    Un salón comunal

    El baile de máscaras

    Los tres juntos

    Zenobia y Coverdale

    Medianoche

    El pastizalde Blithedale

    La confesión de Miles Coverdale

    EPÍLOGO. La utopía de la imperfección,

    Hernán Bravo Varela

    ACERCA DEL AUTOR Y LOS COLABORADORES

    PRÓLOGO

    DE BROOK A BLITHEDALE Y DE REGRESO

    Ainhoa Suárez Gómez

    LAS DÉCADAS previas a la Guerra de Secesión estadunidense (1861-1865) atestiguaron una significativa proliferación de comunidades experimentales que, siguiendo distintos principios idealistas de armonía social, laboral y económica, buscaron establecer modos de vida alternativos. Querían revertir las instituciones basadas en la opresión y el trabajo forzoso. En una época en la que la creación y el reconocimiento de los derechos humanos y la radicalización de movimientos como el esclavismo y las políticas anexionistas —las cuales justificaron, por ejemplo, la expropiación de las tierras pertenecientes a grupos nativos e indígenas— convivían en el mismo escenario, estas comunidades se concibieron como contrapeso a los males políticos, sociales y culturales del momento. La Granja Brook, localizada en West Roxbury, a las afueras de Boston, y fundada por George Ripley de acuerdo con los principios del movimiento trascendentalista, llegó a convertirse en uno de los enclaves más famosos de la época.¹ En 1841 el escritor estadunidense Nathaniel Hawthorne (1804-1864) se unió a este proyecto afín a las ideas de Ralph Waldo Emerson y Charles Fourier. Inspirada en su corta estancia en la comunidad, y luego de la publicación de su obra maestra, La letra escarlata (1850), que le valió el reconocimiento como uno de los grandes escritores de su momento, en 1852 salió a la luz su novela titulada La comunidad de Blithedale.

    Hawthorne le da la bienvenida a sus lectores con una advertencia. Consciente del componente autobiográfico que nutre su trabajo, menciona que se ha tomado libertades en el tratamiento tanto del lugar como de los personajes y añade que su intención no es la de ilustrar una teoría como, por ejemplo, el socialismo, sino explorar el género literario de la ficción, todavía en ciernes en los Estados Unidos. Leída de manera literal, la nota pretende prevenir de malentendidos derivados del grado de fidelidad con el que se quiera interpretar la narración. Sin embargo, es también la introducción de un gesto constante en el texto: la tensión entre la realidad y la ficción. Una liga que opera en diversos niveles como el que refiere la oposición entre el mundo existente y el relato fantasioso, pero también aquel que se forma de la tensión entre lo verdadero y el fingimiento y el disimulo, y que hace de La comunidad de Blithedale una obra prolija en cuestionamientos políticos y dilemas morales —casi nunca resueltos, cabe destacar— con una significativa resonancia en el horizonte contemporáneo.

    La novela narra a través de los ojos de Miles Coverdale, considerado a sí mismo un poeta menor, su experiencia en la comunidad experimental de Blithedale al lado de personajes como el filántropo Hollingsworth, Zenobia, una imponente mujer con anhelos feministas, y Priscilla, una vulnerable y nerviosa joven. La motivación principal que une al grupo es la de hacerle frente al codicioso, egoísta y beligerante mundo que ha terminado por convertirse en un desierto moral. Para lograrlo, parten de principios generales como la fraternidad, el amor y la aspiración a un estilo de vida noble y desinteresado. A esta misión compartida se suman sus planes personales. Hollingsworth, por ejemplo, busca sentar los fundamentos de un sistema que permita la reformación de delincuentes; Coverdale, por su parte, fantasea con escribir algunos versos tras las extenuantes jornadas laborales. No pasará demasiado tiempo antes de que este último atisbe indicios, como él los llama, de las funestas complicaciones del choque entre el proyecto comunitario guiado por el desinterés individual y las ambiciones personales de sus miembros.²

    En cada uno de los personajes principales del relato Hawthorne trata distintas minucias del conflicto entre el individuo y la colectividad. Uno de los casos más relevantes es el del filántropo Hollingsworth. Desde el punto de vista histórico, la elección de esta profesión revela mucho del contexto en el que se fragua la novela pues, como Frank Christianson comenta, a mediados del siglo XIX la filantropía se había institucionalizado como una profesión moderna en prácticamente todo el territorio estadunidense. Las organizaciones de beneficencia y las sociedades de ayuda surgieron de la mano de diversos movimientos abolicionistas, así como de otros preocupados por la pobreza originada por el avance industrial en las ciudades.³ En la obra, la crítica no se entretiene en los obstáculos prácticos que supone la labor altruista de Hollingsworth, enfocada en la reforma de los criminales —labor que Coverdale juzga irrealizable—, sino en su fundamento. La obsesiva simpatía de Hollingsworth por su causa social no le permite ver que ésta, supuestamente guiada por un bien superior, es producida en gran medida por una búsqueda irracional de beneficios emocionales individuales. Cuando Hollingsworth comenta su plan altruista por primera vez, Coverdale y otros miembros de la comunidad dudan del grado de compromiso del filántropo con Blithedale. Conforme avanza el relato no sólo los intereses explícitos de Hollingsworth, sino también sus deseos inconscientes y no reconocidos ponen en peligro el nuevo sistema. En el conflicto entre lo asumido y lo involuntario, el mayor problema que se descubre es el del egoísmo disfrazado de asistencia.⁴ Hawthorne se resiste a resolver el asunto, pero lo sintetiza en una de las frases mejor logradas del texto en la que, en la voz de Coverdale, asegura: El mayor obstáculo para un acto heroico es la duda frente a la posibilidad de hacer el ridículo. El verdadero heroísmo consiste en oponerse a la duda; la sabiduría suprema, en saber cuándo resistirla y cuándo obedecerla. Para Robert Elliott, la figura que mejor encarna este dilema es la de la Dama Velada, una pitonisa con el rostro siempre cubierto con un velo, a la que Coverdale visita antes de su salida a Blithedale preguntándole sobre el futuro de la comunidad, y que más tarde descubre que no es sino la actuación de una de las mujeres con las que ha compartido el sueño del paraíso terrenal. Ella representa esa naturaleza humana que se tensa entre lo conocido y lo oculto, lo evidente y lo irreflexivo, y que se halla bajo un velo de cara a los espectadores, pero en ocasiones también de cara a sí misma.⁵

    De las escenas descritas por Coverdale, una en particular llama la atención. Se trata de aquella en la que, durante sus primeras reuniones, los miembros discuten el nombre que deberá llevar su proyecto, pues Blithedale les parece demasiado simple. Movida por la idea de que es necesario comunicar a los foráneos que la granja eventualmente logrará vislumbrar un sistema de sociedad más justo, Zenobia propone Atisbo de Sol. Por su parte, Coverdale, un poco titubeante ofrece el nombre de Utopía. Éste es desechado al instante de manera unánime porque detrás de él, dice el narrador, se puede dar a entender que se encubre una sátira. El acontecimiento no es casualidad —y de hecho la novela está plagada de señas que adelantan el desenlace de la historia—, pues deja ver el escepticismo con el que se juzga tanto el desarrollo particular de Blithedale, como la fuerte sospecha en torno al impulso idealista detrás de cualquier proyecto reformista. Richard Francis asegura que al escribir una ficción sobre una comunidad real, que existió en un tiempo y espacio determinados, Hawthorne sugiere la idea de que, desde su concepción, había en ella algo intrínsecamente ficticio.⁶ No en vano el propio Coverdale, después de una intensa fiebre que lo postra en cama por varios días, estará constantemente aludiendo a un estado de transición entre la realidad y la ficción, un estado alucinatorio, en ocasiones casi onírico, que vive durante su enfermedad, pero al que continúa aludiendo durante el resto de su experiencia en la granja. De esta extraña posición se desprenderá, por ejemplo, que después de la crisis que lo lleva a tomarse unos días en la ciudad para luego emprender el camino de vuelta a Blithedale, se pregunte si esa granja a la que ahora regresa verdaderamente existió o si en realidad todo había sido producto de un sueño o un encantamiento.

    La comunidad de Blithedale no es una utopía literaria canónica. No presenta la naturaleza humana movida por designios claros de la razón, ni tampoco coincide en la creencia de que las personas, en su conjunto, son buenas.⁷ Tampoco ofrece una descripción detallada de una sociedad imaginaria, inexistente y perfecta, donde la justicia, la colaboración y la ayuda mutua permiten el desarrollo de una vida armoniosa. En su inextricable relación con la experiencia de Hawthorne, la novela no se puede desprender del intento fallido de un grupo de mujeres y hombres movidos por el deseo de implementar una teoría social utópica basada en los principios del movimiento trascendentalista. Sin embargo, La comunidad de Blithedale tampoco se puede juzgar como una novela distópica. No hay en ella la imagen de una sociedad futurista en la que la gente vive en un estado represivo, ni tematiza la inhumanidad de algún régimen basado en la tecnología o la destrucción del ecosistema, como sí lo hacen H. G. Wells, Aldous Huxley y George Orwell, o versiones más contemporáneas del género como la película Blade Runner o la serie Black Mirror. La propuesta del texto es más modesta, pero por ello mismo más real. Naomi Jacobs usa el término meta-utopía para describir la historia de Hawthorne como una exploración acerca del anhelo de un mundo mejor, un proceso presente tanto en los proyectos idealistas como en la vida ordinaria. Para Jacobs, en estos términos es posible pensar en la utopía como una aspiración cotidiana que busca dar con ese lugar ideal donde se pueda alcanzar la felicidad. Algunos, dice la autora, en su afán de extender ese edén imaginario, realizan planes de grandes dimensiones destinados a beneficiar a un mayor número de personas o, en sus versiones más elevadas, a la humanidad. Los personajes de Blithedale responden a esa doble naturaleza de la utopía, la individual y la colectiva. La tragedia mediante la cual se articula la novela radicará en la imposibilidad de subsumir ese rico muestrario de paraísos terrenales personales a aquel imaginado conjuntamente por el grupo.⁸

    A pesar de los más de ciento cincuenta años que nos separan de la obra de Hawthorne, los dilemas que plantea tienen resonancia en el contexto contemporáneo. A primera vista se puede señalar el hecho, un tanto obvio e incluso absurdo, que permite afirmar que la utopía de una persona no necesariamente significa el paraíso terrenal. Pero si el comentario se radicaliza, cabe acercarse a un posible trasfondo autoritario común a las visiones idealistas sobre un mundo mejor que buscan imponer un modelo sobre otro ya existente.⁹ Desde una mirada histórica y global, basta con sugerir que la idea no es distante del arquetipo de los líderes y dictadores que durante buena parte del siglo XX y el actual han tratado de reformar el mundo imponiendo su versión utópica privada. En el contexto nacional de efervescente crecimiento y reconstitución de la ciudadanía es menester no perder esto de vista y trabajar en el ejercicio de la democracia, razonada y participativa, como un contrapeso a esa fuerza que, como en la novela, puede tener consecuencias funestas.

    Tras el fracaso, Coverdale regresa a la ciudad. Renuncia a la poesía y como él mismo lo narra, vive sin un propósito demasiado firme. Luego de la publicación de La comunidad de Blithedale Hawthorne escribirá un par de obras pero ninguna con la favorable recepción de La letra escarlata y otras que publicaría en los años cincuenta del siglo XIX. Morirá dejando inconclusos al menos cuatro trabajos. Todo parece indicar que la historia del poeta menor y aquella relativa a uno de los escritores más leídos en los Estados Unidos, incluso ahora, no dista demasiado.


    ¹ Sterling F. Delano, Brook Farm. The Dark Side of Utopia, Cambridge, Harvard University Press, 2004, pp. 43-46.

    ² Robert Emmet Long, "The Society and the Masks: The Blithedale Romance and The Bostonians", Nineteenth-Century Fiction, 19:2, 1964, pp. 115-116.

    ³ Frank Christianson, "Trading Places in Fancy: Hawthorne’s Critique of Sympathetic Identification in The Blithedale Romance", Novel: A Forum on Fiction, 36:2, 2003, 25-24.

    ⁴ Elena Ilina, Romancing Utopia: The Blithedale Romance in Utopian Thought, tesis de maestría, Ontario, McMaster University, 2000, p. 60.

    ⁵ Robert C. Elliott, The Shape of Utopia: Studies in a Literary Genre, Chicago, The University of Chicago Press, 1970, p. 79.

    ⁶ Richard Francis, Transcendental Utopias: Individual and Community at Brook Farm, Fruitlands, and Walden, Nueva York, Cornell University Press, 1997, pp. 54-55.

    ⁷ Northrop Frye, Varieties of Literary Utopias, en Utopias and Utopian Thought, Boston, Houghton Mifflin Company, 1966, p. 26.

    ⁸ Naomi Jacobs, Substance and Reality in Hawthorne’s Meta-Utopia, Utopian Studies 1, 1987, 174-176.

    ⁹ Ruth Levitas, The Concept of Utopia, Nueva York, Philip Allan, 1990, p. 21.

    LA COMUNIDAD DE

    BLITHEDALE

    PREFACIO

    ES PROBABLE que el nombre de Blithedale del presente volumen suscite en no pocos lectores ciertas reminiscencias, aunque sólo sean pálidas e imprecisas, de la Granja Brook, sita en Roxbury, la misma que hace poco más de una década fue habitada y cultivada por un grupo de socialistas. No es la intención del autor negar que dicha comunidad estuvo siempre presente en sus pensamientos, y que habiendo tenido la buena fortuna de verse implicado en ella durante una temporada, tampoco desaprovechó la ocasión para echar mano de ciertos recuerdos concretos con la esperanza de insuflar un poco de color y realismo al fantasioso bosquejo que viene a continuación. Ruega, sin embargo, se tenga en cuenta que no considera que la institución en sí deba ser sometida a una manipulación ficticia en mayor medida que los personajes imaginarios que pueblan estas páginas. Su tratamiento del asunto tan sólo ha sido incidental para el propósito de esta novela, y no existe por tanto la más mínima pretensión de ilustrar una teoría, ni de forzar conclusiones, ya sean favorables o desfavorables, en lo referente al socialismo.

    Para decirlo en breve: si en estos momentos el autor se ocupa de la comunidad socialista, es solamente con el fin de disponer de un escenario teatral, alejado de las rutas del viajero ordinario, en donde las criaturas nacidas de su intelecto puedan entregarse a sus fantasmagóricos desvaríos sin exponerse a una comparación demasiado severa con los acontecimientos concretos de una vida real. Entre los países de mayor edad, conocedores de la ficción por una larga experiencia, al parecer existe la convención de otorgar al novelista cierto privilegio: no sólo no se compara su obra punto por punto con el mundo natural, sino que se le concede al autor una cierta licencia en relación con las probabilidades del devenir cotidiano, entendiéndose que de este modo el efecto no hará sino mejorar. Entre nosotros, por el contrario, no existe aún ese reino de hadas que, si se contempla desde la lejanía adecuada, guarda tal semejanza con el mundo real que resulta muy difícil distinguirlo, como no sea por esa extraña atmósfera de encantamiento que nos hace ver en sus habitantes peculiaridades distintivas. Esta atmósfera no está al alcance del novelista americano. A falta de ella, los seres de su imaginación no tienen más remedio que desenvolverse en el mismo plano que los mortales vivos de carne y hueso, una carencia que suele traslucirse de forma penosa en el lienzo y los pigmentos de que están compuestos. Para paliar en parte esta dificultad (que ha pesado y pesa siempre sobre él), el autor se ha permitido amplias libertades a la hora de evocar su vieja y añorada Granja Brook, pues sin duda se trata del episodio más romántico de su propia vida (un sueño despierto, esencialmente, pero al fin y al cabo un hecho real), y que por lo mismo constituye un excelente punto de contacto entre la realidad y la ficción. Añádase a esto que la escena me pareció idónea para los personajes que tenía intención de dar a conocer.

    El autor juzga conveniente advertir que dichos personajes son del todo ficticios. Siendo tan pocos los atributos benignos que el autor ha repartido entre su progenie imaginaria, haría un enorme agravio a sus antiguos y excelentes consocios si se le ocurriese insinuar que su pretensión era la de retratarlos. De haberlo intentado, al menos hubieran reconocido los trazos de una pluma amigable; pero no ha obrado en absoluto de este modo. El filántropo que se repliega sobre sí mismo, la mujer fogosa que se hace daño luchando contra las estrecheces impuestas a su sexo, la frágil doncella cuyos nervios temblorosos le otorgan una cualidad sibilina, el poeta de segunda que comienza la vida con aspiraciones fervorosas y las va perdiendo conforme decae su ardor juvenil; cabría toparse con cualquiera de éstos en la Granja Brook, mas lo cierto es que, quizás por puro accidente, semejantes personajes nunca se llegaron a ver en ese lugar.

    No puede el autor dar por concluida su referencia al tema sin antes expresar su más sincero anhelo de que algunos de los espíritus filosóficos y cultivados que en un momento dado se interesaron por esa gran empresa, tengan a bien ofrecer al mundo su propia versión de la historia. Ripley, en quien recae la honorable paternidad de la institución, Dana, Dwight, Channing, Burton, Parker,¹⁰ por poner unos cuantos ejemplos —además de otras personas que no osaría nombrar, pues prefieren sustraerse a la mirada del público—, tan sólo ellos serían capaces de transmitir la narración y el devenir exteriores y la verdad y el espíritu interiores del asunto, amén de impartir las enseñanzas que sin duda han acumulado en tantos años de reflexiones y trabajos, para que sirvan de provecho a los futuros experimentalistas. Hasta el brillante howadji¹¹ podría encontrar en sus recuerdos juveniles de la Granja Brook un tema no sólo más rico sino hasta más novedoso —puesto que es más próximo— que aquellos que desde entonces han salido a buscar en su largo peregrinaje por Siria y el curso del Nilo.

    Concord, Massachusetts, mayo de 1852


    ¹⁰ La comunidad de utopistas de la Granja Brook fue fundada en 1841 por George Ripley, a la sazón un clérigo y pensador disidente que pertenecía a la corriente religiosa de los trascendentalistas. El resto de los nombres citados corresponden a intelectuales o sacerdotes que se unieron al proyecto desde sus comienzos. [De aquí en adelante todas las notas a pie son del traductor.]

    ¹¹ En su libro de viajes Notas del Nilo de un howadji (1851), el prestigioso escritor y orador republicano George Curtis se concebía a sí mismo como un howadji, que en árabe significa viajero o comerciante.

    I

    EL VIEJO MOODIE

    LA TARDE anterior a mi partida a Blithedale, me dirigía yo de vuelta a mis aposentos de soltero, tras haber asistido a una de las magníficas sesiones de la Dama del Velo, cuando un hombre entrado en años y de aspecto más bien desaliñado salió a mi encuentro al pasar por un tramo de la calle sumido en las tinieblas.

    —Señor Coverdale —me espetó con voz queda—, ¿me permite un par de palabras?

    Puesto que acabo de mencionar de pasada a la Dama del Velo, no estará de más que glose un poco (en beneficio de los lectores que desconozcan a esa figura otrora celebérrima) acerca de esa gran dama que representó un auténtico fenómeno en el ámbito del mesmerismo.¹² Fue una de las primeras personas en augurar el surgimiento de una nueva ciencia, o el renacer de una vieja farsa. Desde entonces, el número de sus correligionarias ha proliferado tanto que muy pocas han conseguido llamar la atención individualmente; y, sin duda, ninguna de ellas se ha presentado ante el público en unas condiciones teatrales tan elaboradas como las que colmaban de luz y misterio las memorables veladas de la dama en cuestión. En nuestros días, el expositor, al referirse al sujeto, clarividente o médium, hace gala de una sencillez y transparencia más acordes con un experimento científico; y aun cuando proclame haberse internado uno o dos pasos en el umbral del mundo espiritual, lo cierto es que siempre lleva consigo las leyes de nuestra vida material, y no puede sino medir con ellas sus conquistas preternaturales. Hace doce o quince años, en cambio, se echaba mano de toda suerte de arreglos misteriosos, disposiciones pintorescas y contrastes artísticos de luz y sombra, con tal de ofrecer una imagen del supuesto milagro lo más alejada posible de los hechos de la vida cotidiana. En lo que concierne a la Dama del Velo, el interés del espectador se veía fustigado no sólo por el enigma de su identidad, sino también por el rumor absurdo, seguramente propalado por el propio empresario y muy difundido durante cierto tiempo, de que una señorita bella, acaudalada y de buena familia, se arropaba bajo las brumas del velo. Blanca como la nieve, con relumbres de plata como el filo de una nube iluminada por el sol, la indumentaria cubría su figura entera, de la cabeza a los pies, quizás para cumplir la función de aislarla del mundo material, del tiempo y del espacio, y prodigándole una buena porción de los privilegios reservados a los espíritus incorpóreos.

    Milagrosas o no, las pretensiones de la mujer apenas tendrían nada que ver con este relato si no fuera por la circunstancia de que yo mismo, en busca de un remedio profético, dirigí a la Dama del Velo una pregunta en lo tocante al éxito de nuestro proyecto en Blithedale. Cabe decir que su respuesta fue auténticamente sibilina: a primera vista carecía de significado, pero tras analizarla con detenimiento se abría un abanico de interpretaciones, una de las cuales ciertamente coincidió con los hechos que se produjeron posteriormente. Fue mientras rumiaba este acertijo, al que no hallaba ni pies ni cabeza, cuando el anciano del que hablé al principio interrumpió mis pensamientos:

    —¡Señor Coverdale! ¡Señor Coverdale! —repitió un par de veces, como para compensar la vocecita titubeante con que pronunciaba mi nombre—. Le ruego me disculpe, pero me he enterado de que mañana parte rumbo a Blithedale.

    Su cara vieja y pálida, con la nariz roja y un parche sobre uno de sus ojos, me pareció vagamente familiar. También la peculiar manera que tenía el viejo de pararse bajo el alero del portón, mostrándose a medias como si yo debiera reconocerlo de inmediato. Era una persona extremadamente tímida este señor Moodie, un rasgo que resultaba tanto más singular habida cuenta de que su medio de ganarse el sustento lo obligaba, más que al común de los mortales, a sumergirse en el trasiego y el bullicio del mundo.

    —En efecto, señor Moodie —respondí, preguntándome qué interés podía tener en hacerme esa pregunta—, mi intención es salir mañana hacia Blithedale. ¿En qué puedo ayudarlo antes de mi partida?

    —Si tuviera usted la bondad, señor Coverdale —replicó—, en sus manos está el hacerme un favor muy grande.

    —¿Muy grande? —le devolví sus palabras en un tono que debió expresar muy poco fervor caritativo, a pesar de que me hallaba dispuesto a favorecer al viejo con cualquier cosa que no supusiera un gran inconveniente para mí—. ¿Un favor muy grande, dice usted? El tiempo apremia

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1