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De aquí y de allá: diásporas, inclusión y derechos sociales más allá de las fronteras
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Libro electrónico444 páginas6 horas

De aquí y de allá: diásporas, inclusión y derechos sociales más allá de las fronteras

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Esta obra estudia cómo la política consular mexicana se ha transformado en años recientes hacia el objetivo de promover la inclusión de las comunidades mexicanas en Estados Unidos, giro que puede considerarse un cambio de paradigma frente al discurso tradicional de la integración como una política que compete únicamente a los gobiernos de los paíse
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 nov 2020
ISBN9786075641973
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    De aquí y de allá - Alexandra Délano Alonso 

    autora

    PREFACIO

    Entre 2015 y 2016 coincidí con Alexandra Délano en varios foros en torno a la nueva situación migratoria y, en particular, sobre los retos de los jóvenes mexicanos indocumentados que habían vivido y estudiado en Estados Unidos la mayor parte de su vida y que experimentaban una situación de creciente incertidumbre por el aumento en las deportaciones, o que, en otros casos, habían sido deportados o habían regresado a México con sus familias entre 2009 y 2015. La situación de estos jóvenes y los obstáculos para integrarse plenamente al mundo educativo o laboral en cualquier lado de la frontera parecía crítica, aun a pesar del diseño y la implantación del programa DACA (Deferred Action for Childhood Arrival) en 2012, durante la presidencia de Obama. ¡Quién diría que el panorama se volvería aún más complicado, polarizado y lleno de incertidumbres para los jóvenes y para la amplísima comunidad mexicana vinculada a la migración en ambos lados de la frontera a partir de la elección de Trump!

    ¿Cómo llegamos a esta situación de incertidumbre y vulnerabilidad? ¿Cuáles son las perspectivas o qué podemos anticipar en torno a la migración entre México y Estados Unidos? Ya ha sido ampliamente documentado el cambio en el patrón de movilidad entre ambos países después de la gran recesión económica de 2008, y en respuesta a la política de deportaciones durante el gobierno de Obama. En lo que nos hemos quedado más rezagados es en la construcción de una narrativa que corresponda a los nuevos patrones y los retos —algunos viejos y otros emergentes— para la comunidad migrante, en especial la más vulnerable, la que Alexandra Délano ubica como aquélla a la que pertenecen los migrantes indocumentados y sus familias. La investigación de la que se deriva este libro inicia justamente en esta nueva etapa de la migración entre los dos países (2008), y llega hasta 2016. Con maestría, la autora reconstruye el escenario de nuevas y viejas vulnerabilidades, recupera la experiencia de diplomacia consular y protección de los migrantes, la cuestiona y analiza de manera detallada la participación de diversos actores: el gobierno mexicano a través de los consulados, el gobierno estadunidense, organizaciones de la sociedad civil y organizaciones de migrantes; además, incluye la voz de diversos actores. Este corte de caja explica cómo llegamos a estas situaciones de persistentes y emergentes vulnerabilidades e incertidumbres, el camino aprendido en algunas prácticas de los consulados y de las organizaciones que apoyan a los migrantes, y la necesidad de evaluar las acciones realizadas. En paralelo, ofrece un análisis que sistematiza lo ocurrido desde 2008 hasta hoy, los vacíos, los límites de las acciones impulsadas por los diversos actores y los espacios de oportunidad para trabajar en ambos lados de la frontera.

    Uno de los aspectos que se derivan con claridad de su análisis es la paradoja entre la gran cantidad de acciones realizadas y los impactos atomizados y diluidos en muchos casos dada la magnitud del problema: el desfase con los nuevos retos, y el tamaño de la población mexicana vinculada a la migración indocumentada directamente o a través de familiares. Sin demeritar los esfuerzos realizados y los ejemplos exitosos de acercamiento con la diáspora mexicana, una de las preguntas que queda abierta de la lectura de este libro es qué podemos hacer para tener un alcance mayor, un impacto de mediano y largo plazos, para modificar, de manera estructural, las actuales condiciones de desventaja e incertidumbre que enfrentan los migrantes y sus familias tanto en México como en Estados Unidos. Note el lector que intencionalmente no restrinjo la pregunta a los migrantes mexicanos y sus familias, porque de esta reflexión se pueden derivar acciones para atender a la población migrante que se mueve en ambos países, independientemente de su origen nacional.

    Otro aspecto a destacar que considero relevante para la construcción de una nueva narrativa es la incorporación del enfoque trasnacional cuando hablamos del problema migratorio. Desde mediados de los noventa, el enfoque trasnacional como un marco conceptual de alcance medio llevó al centro de la discusión y de la agenda de investigación el vínculo que se mantiene entre los de aquí y de allá y sus efectos en los procesos migratorios y de integración a los lugares de llegada. Los avances en la discusión teórica, metodológica y en los resultados de investigación en este campo son vastos y no sólo se restringen al caso de la migración hacia Estados Unidos, sino que también incluyen otras partes del mundo. Este libro que se publica ahora en español bajo el sello editorial de El Colegio de México presenta una narrativa en donde lo trasnacional aparece ya como algo natural y dado. Las prácticas trasnacionales no son un objeto de estudio per se de Alexandra Délano. Son parte del contexto y de la cotidianidad en la que se tejen las dinámicas que la autora presenta. La emigración, la llegada a Estados Unidos y el retorno a México aparecen como un continuum, parte de un mismo proceso. Esta mirada permite ubicar algunos de los vacíos en la práctica de la diplomacia consular y de los programas de atención a la diáspora. Por ejemplo, se marcan como ausencias por parte del gobierno mexicano la falta de atención a las causas de la emigración y la carencia de una red de apoyo institucional —similar a la desarrollada para la diáspora mexicana en Estados Unidos— que enfrente los obstáculos de los mexicanos que regresan al país después de una larga ausencia, en algunas ocasiones de manera voluntaria y en otras por haber sido deportados ellos mismos o algún miembro de su familia.

    En la premisa fundamental de la nueva narrativa que se deriva de la construcción de Alexandra Délano está el tema de la integración de los migrantes a los contextos de llegada y, en algunos casos, de retorno. Como bien señala la autora, el debate sobre si la participación en prácticas trasnacionales compite con la integración está razonablemente superado. En diversas investigaciones se ha mostrado que la conexión con el origen no tiene un efecto negativo sobre la integración en varias dimensiones, comenzando por la socioeconómica. En cambio, después de tres décadas de una diplomacia mexicana consular asertiva y de un trabajo coordinado con la sociedad civil, hemos aprendido que acciones como los programas de aprendizaje de idiomas; las becas y los apoyos para obtener la certificación de educación media superior; los programas de alfabetización y los de promoción de la salud; la información sobre derechos laborales, y el acceso a servicios sociales y financieros sí tienen un efecto positivo en el proceso de integración de la diáspora mexicana, visible al menos a niveles local (de la comunidad o el barrio) e individual. Como se señala en el libro, tenemos una deuda con la evaluación global de las acciones, la estimación de sus efectos a largo plazo y la definición de esquemas más claros de rendición de cuentas. En el escenario más amplio de la globalización y de las redefiniciones de la ciudadanía y de los Estados, es de resaltar el papel activo que toman los gobiernos —en este caso el mexicano— para influir en los procesos de integración de sus diásporas. La autora nos deja como interrogantes la motivación de los gobiernos de origen para mantener estos vínculos con la diáspora —más allá del interés en las aportaciones a través de las remesas— y si esta participación podría implicar una intromisión de unos gobiernos sobre otros. Sin duda, se trata de un proceso de cambio lleno de paradojas, pero con una constante que es la definición de nuevas formas de entender el concepto de ciudadanía, aspecto que seguramente permanecerá en la discusión de los efectos globales de la migración conforme aumente también la población con múltiples ciudadanías. En el caso mexicano, fue hace justamente 20 años que se modificó la legislación para aceptar la doble ciudadanía, modificación motivada en gran parte para fomentar la naturalización de los mexicanos en el norte. No sabemos a la fecha cuántos mexicanos tienen dobles o múltiples ciudadanías; sí sabemos, en cambio, que hay cerca de 22 millones de personas nacidas en Estados Unidos, hijos de mexicanos, que son por derecho de nacimiento ciudadanos de ambos países. ¿Qué implicará compartir una población de varias decenas de millones con ciudadanía estadunidense y mexicana? ¿Qué nuevos procesos observaremos asociados a la movilidad de esta población y a su participación en ambos países?

    La versión en español del libro de Alexandra Délano representa, sin duda alguna, un aporte necesario en la coyuntura y en la discusión actual. Para México, marca los pendientes y los retos a enfrentar en la atención de la población mexicana indocumentada que reside en Estados Unidos. A partir de la experiencia acumulada, señala la importancia de mantener una política que fomente el acceso a servicios en Estados Unidos para permitir el empoderamiento y reducir las incertidumbres de los mexicanos en el norte, así como para promover la organización comunitaria y el ejercicio de derechos sociales. La autora marca también las tensiones y contradicciones en aspectos como la ausencia de una discusión similar en torno a la integración de los migrantes retornados y la falta de una política que atienda las causas estructurales de la emigración. Sobre esta última, en el discurso actual parece verse como un tema superado; sin embargo, a niveles notablemente inferiores a los del pasado, el flujo hacia Estados Unidos se mantiene por arriba de los 120 000 mexicanos. Las cifras en los flujos entre ambos países y la amplísima comunidad que compartimos (casi 12 millones de mexicanos en Estados Unidos, más de dos millones que llegaron a México desde el norte en los últimos diez años, y sus familiares a ambos lados de la frontera) nos dicen que la interacción en torno a la migración se mantendrá y que se requiere todavía de reflexión para entender la complejidad del nuevo escenario y definir una política con objetivos claros e, idealmente, compartidos entre los dos países para la gobernanza de los flujos migratorios y la atención de las comunidades vinculadas a los mismos.

    Por el enfoque del libro, se justifica tener una versión en español accesible a la academia, las organizaciones de la sociedad civil vinculadas a la migración internacional en diversos países hispanohablantes y los gobiernos latinoamericanos. Como bien lo señala la autora, existen ya prácticas compartidas y, en algunos casos, iniciativas comunes entre los cuerpos diplomáticos y consulados de varios de los países de América Latina para la protección de migrantes en situación de indocumentación y de vulnerabilidad. Quisiera sumarme al optimismo de la autora y de uno de sus entrevistados de la casa ecuatoriana en cuanto a la construcción de una visión regional y, sobre todo, de una solidaridad latinoamericana extrafronteriza que se expresa en los objetivos comunes de las políticas de atención a las diásporas. Sin embargo, la persistencia de leyes y políticas restrictivas, la mayor frecuencia de discursos xenófobos y el fracaso de la reforma migratoria en Estados Unidos obligan a matizar el optimismo, al menos cuando pensamos en el futuro cercano. Una línea que deja abierta la lectura de este libro es la replicabilidad de la experiencia consular de México y algunos países en América Latina en otros países de destino e incluso con otros flujos migratorios, así como la sostenibilidad de los esfuerzos ya existentes dados los rezagos institucionales, legales y en recursos humanos y presupuestarios que enfrentan los actores involucrados —en particular los consulados—.

    En fin, como el mismo lector tendrá la oportunidad de descubrir, el libro no es un análisis cerrado, sino que muestra con elocuencia el camino por recorrer para entender el cambiante contexto migratorio y los retos que enfrentan los migrantes en los países de origen y de destino —ya sea en su condición de migrantes en tránsito, inmigrantes o retornados—. Una de las características de las políticas dirigidas a atender los retos de la migración es que normalmente éstas son reactivas a los momentos coyunturales. Como bien lo señala Alexandra Délano, lo coyuntural es reflejo de diversos factores contextuales en los lugares de origen y destino, de las condiciones en las que se da el movimiento de las personas, del perfil de los migrantes y de los momentos políticos. Una de las grandes interrogantes en la definición de una estrategia efectiva es cómo canalizar lo que hemos aprendido en más de 100 años de migración entre México y Estados Unidos y en casi 30 años de experiencia de una diplomacia consular activa para responder de manera anticipada, planeada y con objetivos claros (entre ellos, como señala la autora en las conclusiones, fomentar una visión de solidaridad, responsabilidad y rendición de cuentas). El objetivo final de una política pública en este sentido es la definición de acciones y estrategias que permitan reducir las incertidumbres y que resulten en mejoras en las condiciones de vida de los migrantes y sus familias, independientemente de si residen en el país de origen o en el de destino.

    Felicito la iniciativa conjunta del Centro de Estudios Internacionales y del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales para que la publicación apareciera en esta nueva versión bajo el sello editorial de El Colegio de México. Agradezco también a Alexandra Délano la generosidad para compartir su obra, ahora disponible en español, y las gestiones para la traducción y la cesión de derechos con los impresores de la versión en inglés.

    Silvia E. Giorguli Saucedo

    Presidenta de El Colegio de México

    Ciudad de México, agosto de 2019

    PRÓLOGO

    Como jóvenes indocumentados mexicanos que vivimos en Estados Unidos, enfrentamos día a día muchas batallas. En esas luchas hay un sinfín de emociones encontradas que no se expresan, ya sea porque no son entendidas o porque no hay espacios en los cuales puedan entablarse esos diálogos. En De aquí y de allá: diásporas, inclusión y derechos sociales más allá de las fronteras Alexandra Délano realiza un magnífico trabajo al hablar sobre muchos de los retos que enfrentamos los Dreamers.

    Éste, sin duda, es uno de los libros con más contexto de las experiencias de los jóvenes indocumentados mexicanos que radicamos en Estados Unidos. Durante las últimas décadas millones de personas indocumentadas han luchado por los derechos constitucionales que se merecen, pero los Dreamers llevamos este movimiento a otro nivel. Por medio de nuestra lucha, hemos enfrentado un sistema que nos criminaliza por el hecho de no haber nacido en Estados Unidos, por ser bilingües y por la diversidad que representamos. Muchos de nosotros fuimos forzados a ser intérpretes de nuestras familias en escuelas, hospitales y espacios públicos, porque las instituciones no les proveían servicios de traducción; también fuimos empujados a aprender la política de Estados Unidos, y no por gusto, sino por supervivencia, tenemos que enfrentarnos a políticos que nos llaman criminales, violadores, traficantes de drogas, entre otras muchas cosas.

    En De aquí y de allá la profesora Délano habla de nosotros como parte de la generación 1.5: aquéllos nacidos en México, pero con la mayor parte de nuestra niñez y juventud vivida en Estados Unidos. Muchos hemos tenido un debate interno acerca de en cuál generación encajamos. Por un lado, tenemos muchas similitudes con nuestros padres, quienes migraron a Estados Unidos a una edad mayor; al mismo tiempo, compartimos experiencias con nuestros hermanos, sobrinos o amigos nacidos en Estados Unidos. El libro explica cómo haber nacido en México, pero crecido en Estados Unidos con estatus de indocumentado, crea un reto de identidad particular, ya que no hay un solo lugar que pueda identificarse como hogar. Este tema es muy común entre los jóvenes indocumentados, especialmente en los que tuvieron la oportunidad de regresar a México por medio de un permiso otorgado por las autoridades de inmigración como haber sido beneficiarios de la Acción Diferida para Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés), el cual nos dio la oportunidad de residir y trabajar en Estados Unidos temporalmente.

    Como menciona el libro, para muchos de nosotros DACA ha sido una parte fundamental en nuestras vidas, y aunque no es una solución permanente, sí nos ha provisto de un número de seguridad social que nos ha cambiado la vida de muchas maneras. DACA no sólo nos dio la oportunidad de vivir sin el miedo a la deportación o de obtener mejores puestos de trabajo, también nos abrió la posibilidad de viajar fuera de Estados Unidos en ciertas ocasiones. Esta oportunidad nos hizo tener otra perspectiva de nuestro país, México, de la vida diaria de su gente y de su sistema político. Sin embargo, para muchos de los que pudimos viajar a México también representó un shock cultural. Con el simple hecho de caminar por las calles de la Ciudad de México te dabas cuenta de que tu propia gente te veía como extranjero: extranjero en tu propio país. Como lo menciona Nancy Landa, citada en el libro, a veces me siento que soy más aceptada en los Estados Unidos aun siendo indocumentada, que como me han hecho sentir en mi propio país, México; la de Nancy fue la experiencia de cientos de jóvenes mexicanos que pudimos salir y visitar nuestro país.

    Cuando regresamos a México, llegamos con la falsa idea de que volvíamos a nuestro hogar, de que por fin llegaríamos a un lugar en donde sí encajaríamos, pero para la mayoría de nosotros esto estuvo en el punto más lejano de la realidad. Llegamos a un lugar en donde todos te voltean a ver pensando que eres extranjera. Cuando caminábamos por las calles y queríamos comprar algo, nuestros primos nos decían que no habláramos porque nos cobrarían más caro, pues los comerciantes pensarían que somos turistas. También nos dimos cuenta de que, aunque en casa no habláramos inglés, nuestro español era mucho más espanglish de lo que pensábamos. De alguna manera, cuando salimos de México y regresamos de nuevo a Estados Unidos, sentimos que regresábamos a casa más que cuando lo hicimos al país en donde habíamos nacido. La idea de una generación 1.5, que está entre los migrantes recién llegados y entre los nacidos en Estados Unidos hijos de padre o madre migrante, es una perfecta descripción de quienes tenemos tan impregnadas nuestras raíces mexicanas por medio de la cultura de nuestros padres, al igual que la cultura estadunidense que aprendimos con los años que llevamos viviendo en ese país desde niños.

    En uno de los viajes a México, una de nosotros, Marlen, tuvo la oportunidad de asistir a una conferencia en El Colegio de México, una de las instituciones más prestigiosas de México, en la cual los académicos debatían sobre qué era y qué no era la generación 1.5. Marlen cuenta que sentarse allí y escuchar todo eso la enojaba con el mundo y la hacía preguntarse: ¿quién soy yo? ¿A dónde pertenezco? ¿Cuál es mi país?

    Me senté allí, reuniendo el valor para levantar la mano para exponer la idea del sentimiento de no tener país al que llamar hogar. Sabía que no era la única que poseía estos sentimientos entre el congreso de jóvenes. ¿Cómo podría aceptar con orgullo ser estadunidense cuando Estados Unidos continuamente una y otra vez mediante sus muchas políticas me ha negado la plena integración en la sociedad a través de la ciudadanía? Por otro lado, ¿cómo podría aceptar plenamente mi ciudadanía mexicana y llamar a México mi hogar cuando hay una disonancia con un país que no reconoce que ha estado ausente por más de 20 años y no sabe qué hacer con uno? Aun así, fue un privilegio poder estar en esa sala. Mis padres no han podido visitar México desde que se fueron en los años noventa. Mis abuelos y otros seres queridos han fallecido sin ellos poderse despedir. Permanecemos aquí, en Estados Unidos, sin posibilidad en este momento de acceder a un camino hacia la ciudadanía. No hay fecha de retorno. Viendo a mis padres envejecer y conforme pasan los años, me pregunto qué nos depara nuestro futuro, todavía atrapados en un estado de limbo entre dos países.

    Irónicamente, en la misma sala, también fue la primera vez que escuché a la profesora Délano exponer su idea de una generación que puede reclamar un sentido de pertenencia en ambos países, aquí y allá. Esta idea desafía la ideología tradicional de no pertenecer a ninguna parte. Délano avanza el argumento de cómo la generación 1.5 de soñadores o Dreamers, dentro de su capacidad limitada, ha podido desafiar lo que significa la ciudadanía y está cambiando la definición de lo que significa ser estadunidense y mexicano.

    En este contexto, la profesora Ale plantea preguntas críticas sobre el enfoque del gobierno mexicano para trabajar con esta población. Ella es especialmente crítica acerca de cómo y cuándo se desarrollan las políticas y los intereses que las impulsan. Es hábilmente capaz de desentrañar la complicada relación que el gobierno mexicano tiene con esta diáspora mexicana, de la cual los Dreamers son una pequeña porción.

    Del lado de México, el libro detalla cómo a partir del anuncio de DACA en 2012 el gobierno mexicano, después de mucho tiempo de olvido, aprovechó la oportunidad para acercarse a nosotros y hacerse pasar como salvador de una comunidad que por muchos años se había enfrentado sola al sistema. Después de la aprobación de DACA, la generación 1.5 se ha vuelto más valiosa que nunca para el gobierno mexicano. Los funcionarios mexicanos ven a los Dreamers como posibles embajadores de México. Con la nueva oportunidad de trabajar, estudiar y convertirse en parte de una creciente clase de profesionistas, los jóvenes a menudo son más valiosos a los ojos del gobierno mexicano en comparación con sus padres. El gobierno mexicano ha visto esto como una oportunidad para reconectarse con una población perdida y aprovechar los beneficios de un futuro potencial.

    De hecho, como Délano lo menciona, el gobierno del entonces presidente Enrique Peña Nieto, a través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, llevó a un grupo de jóvenes Dreamers para que se reconectaran con el país que los vio nacer. Sin embargo, no esperaban que estos Dreamers les echaran sus verdades a la cara sobre los muchos años de negligencia mostrada. Ejemplo de ello es la falta de dinero invertido en educación. Durante muchos años el gobierno ha apoyado el programa de IME Becas, del cual los tres firmantes de este prólogo nos beneficiamos, pero los beneficiarios son limitados, y año tras año son menos. Aunque el gobierno mexicano ha tratado de ayudar, todavía no ha entendido que los Dreamers no queremos sus ideas clasistas y antiguas: queremos los recursos y las oportunidades para crear un mejor futuro, fuera y dentro de México. Queremos que se creen oportunidades para los jóvenes mexicanos indocumentados que vivimos en Estados Unidos, y las mismas oportunidades para los que son deportados y para los que regresan a México por voluntad propia, porque, al final del día, todos somos mexicanos.

    Délano plantea preguntas acerca de cómo la nueva generación 1.5 no es complaciente, sino que es por completo consciente de sus derechos y capaz de hacer demandas al gobierno de México. Esta nueva actitud y enfoque de los Dreamers de exigir o criticar al gobierno mexicano a menudo causa un shock en los funcionarios, que esperan que los jóvenes estén ansiosos de trabajar junto a ellos. Hemos visto de primera mano las protestas y el rechazo de los Dreamers a reunirse con funcionarios electos de México, porque se solidarizan con las protestas que se están produciendo en México contra las muchas injusticias. Los Dreamers no son fáciles de persuadir con pequeños subsidios o con la oportunidad de reunirse con funcionarios de alto rango. Muchos de ellos, como nosotros, han sido activistas en nuestras comunidades, y saben que no puede confiarse en los políticos. El gobierno mexicano, como expresa Délano, ha subestimado continuamente el potencial de colaboración con esta población.

    De aquí y de allá destaca que la división continua que el gobierno mexicano ha hecho de la diáspora en grupos de interés selectos no ha sido efectiva. Una y otra vez el gobierno ha fracasado en crear políticas adecuadas a las necesidades de las diferentes poblaciones que conforman la diáspora mexicana. Délano sugiere que el gobierno mexicano no reconoce el valor de la generación 1.5 para crear programas innovadores que realmente se enfoquen en las necesidades actuales de la población. En este libro la autora ha documentado magistralmente el impacto real que tienen las políticas y programas de los gobiernos extranjeros y, con base en ello, ha elaborado una crítica muy necesaria. El detallado informe de Délano sobre la diáspora demuestra que existe una gran diferencia entre quienes vinieron de adultos y los que vinieron de pequeños y fueron criados en Estados Unidos. Aun así, las promesas vacías del gobierno mexicano, los conflictos internos de México y la falta de cambios continúan desilusionando a la diáspora mexicana.

    Algo importante que ha surgido recientemente es una red nacional de soñadores mexicanos. El gobierno mexicano nos dio la oportunidad, por medio de los Foros de Dreamers, de conectarnos con otros jóvenes muy activos en movimientos estudiantiles y que tenían DACA, oportunidad que aprovechamos los tres firmantes. El libro habla sobre algunos de los conflictos que se hicieron patentes en estos espacios. Algunos soñadores sentían que el gobierno mexicano finalmente empezaba a preocuparse por nuestra educación después de que Trump se volviera presidente, pero otros percibían que esto ocurría simplemente porque se nos quería convencer de regresar a México con nuestros talentos. Otros más pensaban que regresar y apoyar en el desarrollo era nuestro deber, y estaban agradecidos con el gobierno por darnos la oportunidad de crear programas que nos ayudarían a volver para ayudar con proyectos o incluso a vivir. Éste es un debate que aún años después de la conferencia sigue en pie, pero, sea cual sea el resultado, como señala reiteradamente este libro, al final la lucha tiene que ser transnacional, ya que somos de aquí y de allá.

    Antonio Alarcón

    Marlen Fernández

    Isabel Mendoza

    Nueva York, mayo de 2019.

    AGRADECIMIENTOS

    Con frecuencia resulta difícil saber cuándo comienza y cuándo termina un proyecto, pero en algún punto las ediciones interminables deben parar, las páginas deben imprimirse, y queda esperar que el resultado material —el libro que ahora tienes entre manos— sea el mejor reflejo de un proceso que tomó años, desde su concepción —las solicitudes de becas, los incontables cuadernos, las intimidantes presentaciones del trabajo en proceso en conferencias y talleres, la retroalimentación exigente, las ideas maduradas a través de las horas de clase y las conversaciones constantes con muchas personas— hasta el ir y venir entre distintos títulos posibles y la corrección de aquella errata de último minuto.

    No lo sabía entonces, pero ahora puedo decir que los orígenes de este proyecto se remontan a 1990, cuando mi abuelo Manuel Alonso Muñoz fue nombrado cónsul general en Nueva York, cargo en el que se desempeñó durante tres años. Para mí, una niña, ese momento despertó toda una serie de fantasías en torno a esa ciudad (un lugar en el que terminé viviendo 15 años más tarde), y fue una introducción muy personal al mundo del servicio exterior y las comunidades de mexicanos en el extranjero. Vivir con mis abuelos en Nueva York largos periodos de tiempo durante las vacaciones de verano me llevó a reconocer los espacios del consulado como un sitio familiar en el que jugaba, comía dulces y hacía travesuras, y no como una aburrida oficina gubernamental. Mi abuelo nutrió mi curiosidad acerca de lo que sucedía dentro y fuera de la oficina consular a diario; me llevaba con él a sus viajes y sus juntas, me presentó a personas interesantes y me enseñó mucho acerca de la diplomacia y el servicio público. También me regaló mi primera máquina de escribir; me compró suscripciones a periódicos y revistas sobre historia y política, y llenó mi habitación con libros, además de impulsarme a hacer una carrera en este ámbito.

    Regresé al consulado en Nueva York en 2005 trabajando como becaria, y más tarde conseguí un puesto como agregada de asuntos políticos. Durante esa época me di cuenta de muchas cosas. Primero, de que tendía a transformar inefablemente los memorandos gubernamentales que tenía que redactar (esos famosos notice cuyo texto se escribe sólo en mayúsculas) en largos ensayos con argumentos y referencias, así que ése no era el trabajo para mí. En segundo lugar, y mucho más importante, gracias a mi experiencia diaria me di cuenta de que las labores en la oficina consular estaban cambiando de manera fundamental. El consulado había crecido desde la última vez que estuve ahí —en gran medida, como respuesta al crecimiento exponencial de la migración mexicana hacia Estados Unidos después de la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC)—, y sus servicios y proyectos se habían expandido más allá de trabajos de documentación y apoyo consular de emergencia hacia áreas como educación, salud pública, liderazgo y educación financiera. Conocí a Carlos González Gutiérrez, el director ejecutivo fundador del Instituto para los Mexicanos en el Exterior (IME) unos años antes en Washington, D. C., por sugerencia de Carlos Rico —a quien entrevistaba para mi tesis de licenciatura—, justo cuando realizaban las labores iniciales para crear el IME. Esto derivó en una pasantía en ese Instituto durante el verano de 2004 en la que aprendí detalladamente de qué se trataban los programas enfocados a la provisión de servicios sociales y el empoderamiento comunitario, así como el modo en el que se diseñaban y se ponían en práctica. En el consulado pude ver la labor del IME en acción y experimentar de primera mano las realidades a las que respondía. Como parte de mi trabajo en el consulado, algunas veces sustituía a mis colegas en la oficina de pasaportes, donde pude ver las dificultades que algunas personas pasaban para llenar los papeles porque no sabían leer o escribir, o los desafíos que enfrentaban al comunicarse con el personal consular, porque sólo hablaban alguna lengua indígena y no había traductores. Vi a los empleados locales y a los miembros del servicio exterior esforzarse por ayudar, pero también presencié algunos de esos episodios de actos despóticos o discriminatorios de los que muchas personas se quejan cuando visitan las oficinas consulares en Estados Unidos. También trabajé en proyectos conjuntos con la oficina de protección consular en los que conocí casos dolorosos de violencia doméstica, encarcelamiento y violaciones de derechos laborales con los que se enfrentaban a diario. Escuché la desesperación de las personas que lidiaban con la burocracia consular cuando lo que necesitaban eran recursos y respuestas urgentes sin recibirlas; de igual manera,

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