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Conversaciones con Mario Levrero
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Libro electrónico165 páginas3 horas

Conversaciones con Mario Levrero

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Información de este libro electrónico

La nutrida correspondencia electrónica que Pablo Silva Olazábal mantuvo con Mario Levrero entre 2000 y 2004 es la materia prima a partir de la cual este libro entreteje una poética levreriana, abre una ventana indiscreta para espiar en las claves de la concepción literaria y artística de Levrero, en sus gustos, sus manías, sus formas de ver el mundo y la vida. Mucho antes de que sus libros empezaran a reeditarse compulsivamente y de que los estudios críticos en torno a su obra se multiplicaran hasta el infinito, este libro —publicado por primera vez en 2008— fue pionero en la construcción de una mitología personal que había comenzado a gestarse en la intimidad de los talleres literarios y que terminó por fascinar a una enorme cantidad de lectores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2018
ISBN9789974876965
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    Conversaciones con Mario Levrero - Pablo Silva Olazábal

    Contratapa

    Es mucho más honesto engañar al lector con la complicidad del lector; darles ensoñaciones que puedan incorporar a su experiencia de vida, ensancharles el universo en lugar de reducírselo y cuadriculárselo. Que por otra parte no es engañar; es dar la verdad de uno mismo, de una experiencia interior para la que no hay signos establecidos. Debemos hablar de lo que no se puede hablar, crear la mentira que diga la verdad.

    MARIO LEVRERO, 29 de julio de 2002

    Prehistoria de una entrevista

    Conocí a Mario Levrero a través de un cuento suyo que leí en España, en Cuadernos de Marcha. Se llamaba «La casa de pensión» y me impresionó vivamente, pero por sobre todo me cayó muy simpático. Quince años más tarde me integré al primer taller virtual que Jorge Mario Varlotta Levrero coordinó vía correo electrónico. Allí entablamos una relación epistolar que duró hasta su muerte y que es la base del presente trabajo.

    Importa aclarar que no pertenecí a su círculo de amigos íntimos, ni integré sus talleres presenciales, donde algunos alumnos lo acompañaron durante años, y que nos vimos cara a cara menos de una docena de veces. La nuestra fue una relación basada en el interés por escribir y aprender literatura (si es que se aprende). Por sobre todas las cosas, fue una relación escrita.

    Entre los años 2000 y 2004 lo asedié con preguntas que buscaban conocer las claves de su concepción literaria y artística, sus gustos, disgustos, manías, las formas de ver el mundo y la vida, y un etcétera largo y frondoso. Lo que sigue es un compendio de una correspondencia que en su totalidad abarca más de trescientas páginas en archivo Word y que, en aras de excluir comentarios circunstanciales, reduje a menos de la tercera parte. El criterio para seleccionar los fragmentos fue el de incluir todo aquello que aportara a la expresión del pensamiento y las concepciones estéticas de Levrero. Si un comentario generaba una respuesta relevante, entonces merecía ser incluido. Digo esto para justificar la presencia de comentarios y opiniones demasiado personales: para comprender cabalmente una respuesta es necesario conocer todo lo que la motivó. El diálogo se presenta en forma de entrevista, siguiendo el método empleado en el 2000, cuando publiqué en el suplemento cultural del diario El País (Montevideo, 27/10/2000: 10-11) el resumen de las conversaciones mantenidas hasta ese entonces. Levrero se refirió a aquel trabajo con tres palabras: «me satisface plenamente».

    Es posible que la experiencia de esa entrevista, en alguien tan sensible e inteligente como él, haya condicionado las conversaciones posteriores que mantuvimos en los años subsiguientes. Seguramente percibió que tarde o temprano las cartas que intercambiábamos integrarían otra entrevista, más amplia y general, que abarcaría sus puntos de vista no solo sobre la escritura, sino sobre el arte y la vida. Como sea, baste consignar que algunas veces tuve la impresión de que había «una tercera persona» en nuestro diálogo, un tercero ausente.

    Para su mejor comprensión, he dividido el trabajo en diez capítulos mencionando los temas que se tratan al comienzo de cada uno de ellos.

    Por último, una aclaración innecesaria: no hay en el presente trabajo aspiración alguna a la exclusividad de tener «la justa» de un pensamiento tan rico y complejo como el de Levrero. Es posible que en la extensísima red de correos que escribió en sus últimos años haya material (conceptual, artístico, vivencial) distinto de este, entre otras cosas porque nadie se dirige del mismo modo a todas las personas.

    Las palabras de Mario en el presente libro surgen del contexto de una correspondencia personal; esto quiere decir que el tono usado por él no es exactamente el de sus apariciones en la prensa escrita. En la mencionada experiencia de El País Cultural, Mario me exigió que especificara el contexto epistolar en que se había desarrollado la entrevista, eso explicaba el tono informal —según él, «guarango»— usado en las respuestas.

    Como prueba de todo lo anterior —es decir, de que este libro no es la «voz» exclusiva de Mario— y porque me parece excelente, incluyo antes de empezar un fragmento de un correo que envió a otra alumna de su taller virtual, la escritora Cristina Vázquez, y que funciona como una lúcida declaración de principios de sus concepciones estéticas:

    ¿Es razonable un perro? ¿Es razonable un niño? ¿Es razonable un ser humano?

    ¿Es razonable la vida? ¿Por qué un autor debe explicar un texto, si no tenemos respuestas para las preguntas más sencillas?

    El que mira un cuadro y que cree que lo entiende porque reconoce un zapato si el pintor pintó un zapato, tal vez diga que no entiende el arte abstracto. Pero no hay ningún cuadro, ninguna manifestación artística que sea para ser entendida. El arte es para que lo integres a tu vida como una experiencia más.

    No quiero decir que un texto deba ser incoherente (a pesar de que escribir un texto incoherente es una consigna avanzada de mis talleres; tenés que ver cómo gozan los alumnos cuando vencen las resistencias y aceptan ser alógicos, y cuánto les sirve eso para abrirse camino en su estilo y aun en otras cosas). Pero ¿es razonable Kafka, es razonable Joyce, hay algún autor no mediocre que sea razonable? Claro, los profesores pueden explicar muchas cosas de esos textos no razonables, pero eso no explica al texto mismo, ese milagro, y además por tratar de explicarlo no disfrutan, ni lo integran como experiencia personal, ni les sirve de nada —aparte de ganarse algún sueldo deformando alumnos—.

    Las preguntas existenciales no tienen respuesta racional (véase Del sentimiento trágico de la vida, por Unamuno) que no sea engañosa. La gracia está en crear a partir de esa tragedia.¹

    Bien, y concluido el preámbulo, pasemos a la acción.

    PABLO SILVA OLAZÁBAL

    ¹ Mario Levrero, correo enviado el 29/07/2002.

    1

    «Se escribe a partir de vivencias»

    Técnicas de escritura

    Arte poética

    ¿Qué papel les adjudicás en la escritura literaria a las técnicas? ¿Y al argumento?

    En mi opinión, lo principal, casi diría lo único que importa en literatura, es escribir con la mayor libertad posible. En todo caso podés usar técnicas para corregir, pero jamás para escribir. Aunque en realidad siempre se usan técnicas, pero son técnicas propias que uno va descubriendo, o creando mientras escribe. Si usás técnicas aprendidas, son aprendidas de otros; así nunca escribirás con tu estilo personal, es decir, no se te reconocerá, por mejor escrito que esté el texto.

    Cuando el autor sabe demasiado sobre el argumento, a veces se apura a contarlo, y la literatura va quedando por el camino. La literatura propiamente dicha es imagen. No quiero decir que haya que evitar cavilaciones y filosofías y etcétera, pero eso no es lo esencial de la literatura. Una novela, o cualquier texto, puede conciliar varios usos de la palabra. Pero si vamos a la esencia, aquello que encanta y engancha al lector y lo mantiene leyendo es el argumento contado a través de imágenes. Desde luego, con estilo, pero siempre conectado con tu imaginación.

    En ese énfasis por la imagen, ¿no hay riesgo de caer en una suerte de «descripcionismo», de que solo prime la imagen?

    Yo no creo haber hablado de descripciones; suelen aburrirme mortalmente. Hablé de imágenes, y las imágenes no se contraponen a la acción, sino que la cuentan de la mejor manera. No es lo mismo decir «le dio tremenda trompada», que decir «el puño chocó contra la carne blanda y la aplastó hasta que se oyó el crujir del hueso».

    Tampoco dije que un relato deba consistir exclusivamente en imágenes, sino que eso es la esencia; pero a menudo la esencia pura es desagradable, como por ejemplo la vainilla. Si la mezclás en un refresco pasa mucho mejor. Hago hincapié en las imágenes porque es la gran falla de nuestra literatura; todos somos retóricos, todos cantamos la justa, todos sabemos cómo arreglar los males del país, todos estamos deseosos de mostrar nuestra visión del mundo, todos queremos volcar nuestros sentimientos (oh, las mujeres que escriben poemas llenos de abstracciones: estoy triste, qué mal me siento, el mundo es terrible). Desde el punto de vista literario no dicen nada, pero nada; el lector simplemente se paspa. Mientras tanto, la literatura queda por el camino; el lector se distrae, y la literatura nacional adelgaza y muere.

    Si agarrás a los grandes, por ejemplo a Felisberto, recordarás sin duda cuando les levantaba las polleras a los muebles, o a la vieja que tomaba mate metiendo la bombilla por un agujero del tul. Son imágenes. Andá al capítulo cuarto de La vida breve de Onetti, se llama «Naturaleza muerta», es cien por ciento descriptivo y uno de los fragmentos más notables de nuestra literatura. Sin acción ni personajes ni invención; solo imágenes.

    ¿Cómo lograr el balance adecuado entre imágenes y descripciones para que no entorpezcan el desarrollo de la trama?

    Es fácil, tenés que pensar —al corregir, no al escribir; cuando se escribe hay que soltarse, sin nada que inhiba la escritura— si tal descripción es necesaria para la acción que estás narrando. Eso te dará el lugar adecuado. Luego pensá si no han pasado demasiadas descripciones sin nada de acción y ahí tenés la proporción acertada. Al leer un texto tuyo después de un tiempo (nunca antes de, digamos, un mes), si hay excesos de descripción lo notás enseguida porque te aburrís.

    ¿Cuándo considerás que un relato no es verosímil?

    Cuando no está bien resuelto. Ambas expresiones —verosímil y «bien resuelto»— son casi sinónimas. Cuando digo que algo no es verosímil, quiero decir que como lector no lo creo. Y te aseguro que soy muy crédulo cuando la realización me encanta (me hipnotiza, quiero decir). El texto ideal sería aquel en el cual el lector pierde de vista el hecho de que está leyendo, y cree que esas cosas que se transmiten a su cerebro están sucediendo realmente. En ese sentido, puede haber extraterrestres y fantasmas y enanos multicolores, siempre que el lector crea en ellos en ese momento porque el autor lo engatusó. La verosimilitud, entonces, significa en este contexto engatusamiento.

    Mi taller apunta a poner la imaginación no en inventar, que eso no es esencial en la literatura, sino en expresar por medio de palabras, imágenes vividas interiormente, «vistas» en la mente.

    ¿Cómo elaborás el inicio de los textos? A veces parece difícil lograr un buen principio que «enganche» al lector y que sea coherente con la obra…

    No sé por qué, pero casi siempre tengo que rehacer los comienzos de mis cuentos. Es posible que, al comenzar algo, uno arrastre de cosas anteriores el estilo o el modo de decir, y resulta que cada relato tiene su propio estilo; es un bloque, va junto con el argumento y todo lo demás. Pero uno trata de hacer lo que sabe, o lo que le salió bien la vez anterior, y arranca con eso. Después uno va chocando contra el cuento existente, a medida que lo va descubriendo y sacando a luz, y ahí empieza a ajustarse, a escuchar mejor lo que tiene adentro.

    ¿Qué es eso de que «cada relato es un bloque, tiene su propio estilo»? Me hace acordar de aquello que decía Miguel Ángel de que él se limitaba a sacar el mármol que le sobraba al bloque.

    Vos sabés que la percepción no es objetiva ni mecánica; cuando yo miro algo, estoy proyectando mucho de mí, o todo, sobre el objeto. Al mismo bloque de mármol Miguel Ángel le sacaría ciertas cosas, yo otras, vos otras distintas. El diálogo que uno entabla con el objeto no es diálogo, sino monólogo narcisista. Creo que si lo pensás es muy fácil de entender. Cualquier cosa que vayas a narrar la estás rescatando de esa forma de percibir(se). Y ahí es donde aparece el estilo personal; por eso insisto en encarar a los alumnos de mi taller con ellos mismos, a que experimenten con la percepción.

    ¿Querés decir que alguien puede en un texto ser barroco y en el siguiente clásico? (esta pregunta, algo retórica, puede reformularse sustituyendo la palabra clásico por panfleto, literatura «comprometida»,

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