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Ahora o nunca... ¡Bésame!
Ahora o nunca... ¡Bésame!
Ahora o nunca... ¡Bésame!
Libro electrónico371 páginas6 horas

Ahora o nunca... ¡Bésame!

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Información de este libro electrónico

El primer beso siempre suele ser especial, menos para Aitana, ya que cometió el error de besar a Logan, el arrogante hermano de su mejor amiga. Menuda manera de despedirse de Australia…
Trece años después, Aitana se ha convertido en la mujer que todos quieren que sea: profesional, delicada, contenida, amable, risueña… Pero su vida es un fiasco, y tras escuchar una conversación a escondidas que le anuncia que todo su mundo se va a derrumbar en breve, decide alejarse del glamur que la rodea y buscar un sitio donde poder ser ella misma. Por eso, en un impulso tomado en un segundo, compra un billete para viajar a Australia. ¡Está deseando volver a ver a su mejor amiga!
Sin embargo, Aitana no cae en que esa decisión también le hará reencontrarse con Logan, que se ha convertido en un hombre todavía más atractivo, arrogante, canalla y obstinado, y que cuyo único fin al verla aparecer por la granja será hacerle la vida imposible.
Aitana está decidida a demostrarle a ese indómito hombre que ya no es una tímida adolescente que esconde la mirada cuando él está cerca, ahora tiene suficiente carácter para enfrentarse a él. ¡En peores situaciones ha estado!
IdiomaEspañol
EditorialZafiro eBooks
Fecha de lanzamiento4 ago 2020
ISBN9788408232599
Ahora o nunca... ¡Bésame!
Autor

Loles López

Loles López nació un día primaveral de 1981 en Valencia. Pasó su infancia y juventud en un pequeño pueblo cercano a la capital del Turia. Con catorce años se apuntó a clases de teatro para desprenderse de su timidez, y descubrió un mundo que le encantó y que la ayudó a crecer como persona. Su actividad laboral ha estado relacionada con el sector de la óptica, en el que encontró al amor de su vida. Actualmente reside en un pueblo costero al sur de Alicante, con su marido y sus dos hijos. Desde muy pequeña, sus pasiones han sido la lectura y la escritura, pero hasta el año 2013 no se publicó su primera novela romántica. Desde entonces no ha parado de crear nuevas historias y espera seguir muchos años más escribiendo novelas con todo lo necesario para enamorar al lector. Encontrarás más información sobre la autora y sus obras en: Blog: https://loleslopez.wordpress.com/ Facebook: @Loles López Instagram: @loles_lopez

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    Ahora o nunca... ¡Bésame! - Loles López

    Prólogo

    Aitana

    —Jo… Entonces ¿no vas a volver? —me pregunta Caitlin mientras llegamos a la playa después de haber cenado cada una en su casa y que su padre nos acercara hasta aquí con el coche.

    —Eso dice mi madre —susurro con pesar—. Según ella, ya soy mayor para comenzar a aprovechar mis vacaciones para abrirme un hueco en la sociedad y dejar de corretear con los canguros.

    —Pero si sólo tienes quince años —me recuerda, y la miro mientras asiento con la cabeza, ya que esa misma fue mi respuesta cuando mi madre me lo comentó—. Y no correteamos con los canguros —añade mientras hace un mohín de burla, lo que me hace sonreír.

    —«Querida, Aitana —imito con elegancia el tono de voz de mi madre—, ya es hora de ser una mujer sensata y de encauzar tu porvenir. Eres una Pérez de Lara y eso significa que estás predestinada a ser alguien importante en la sociedad. Cuando seas mayor te harás cargo del imperio familiar, y debes empezar a comportarte como la mujer que estás destinada a ser…»

    —Menuda gilipollez —suelta Caitlin, haciendo que me ría a carcajadas mientras nos acercamos al grupo de amigos que se encuentran sentados sobre la arena.

    —Pues sí, pero si mis padres no me pagan el billete de avión, poco puedo hacer al respecto…

    —Ya… —susurra entendiendo mi difícil situación—. Pero, Aitana, prométeme que seguiremos siendo amigas.

    —Lo hemos sido a pesar de Logan, ¡que menudo martirio de hermano tienes! Unos cuantos kilómetros no serán nada para nosotras. Siempre seremos amigas —digo totalmente convencida, y nos abrazamos sellando esa promesa. Al separarnos, vuelvo la mirada y lo veo, al chico por el que suspiro desde hace dos veranos—. He tomado una decisión y tengo que aprovechar que es mi última noche en Berry para llevarla a cabo.

    —¿Qué tienes en mente?

    —Quiero que Cody me dé mi primer beso —susurro, y Caitlin asiente con conformidad a mi idea.

    Estoy tan colgada de él que mi mejor amiga sabe que para mí sería el mejor recuerdo de ese país, lo llevaría guardado por siempre en mi corazón y sabría que una parte de mí se quedaría eternamente en Australia, en esa playa, en ese momento, como si permaneciera congelado a través del tiempo, donde pudiera asomarme tantas veces como quisiera… ¡Ay, estoy loca por él!

    —¿Qué tienes pensado hacer? Él es de los mayores y sabes de sobra que nos miran como si fuéramos todavía unas crías… —confiesa, y tengo que darle la razón, pues es un escollo que llevo asumiendo desde hace dos años, pero he tomado una decisión y haré lo necesario para llevarme ese dulce recuerdo a España. ¡Aunque sea lo último que haga!

    —Atraer su atención —digo mientras me quito la blusa y me quedo con un top blanco que deja poco a la imaginación.

    A grandes problemas, medidas desesperadas, y es cierto que no tengo una pechonalidad muy desbordante, pero ya comienza a despuntar, y me he dado cuenta de que, si quiero llamar su atención, me tiene que ver como una mujer y no como la niña que todo el mundo cree que sigo siendo. Por tanto, esta noche me toca tragarme mi vergüenza y esos modales que mi madre no para de inculcarme a fuego, con esas aburridísimas clases de protocolo… Esta noche seré como mi amiga: decidida y atrevida. ¡Mañana ya me arrepentiré si eso!

    —Estás loca, como te vea mi hermano así te obligará a ponerte una manta por encima y él te pondrá otra sobre ésa, sólo por si se te cae la primera —añade nerviosa.

    Ambas sabemos que Logan es capaz de hacer eso y mucho más. De verdad…, ¡no puedo con él! Y cada año que pasa, ¡le tengo más tirria! ¡¡Menudo plomo de tío!!

    —Esta noche ni tu hermano me va a amargar la despedida —indico convencida de mis palabras mientras sonrío y nos unimos a nuestros amigos.

    Rodeada de toda esa gente, riéndome con las tonterías de uno y las conversaciones de otro, bebiendo cerveza —que, por cierto, es lo más asqueroso que he probado en mi vida—, observando cómo Caitlin comienza a bailar alrededor de nosotros e intenta que nos unamos a ella —algo que comienza a surtir efecto—, me doy cuenta de que voy a echarlo todo de menos. Esta vida relajada, pasar las Navidades aquí con mi abuelo y poder bañarme en la playa o en la piscina —ya que es verano en Australia—, reírme sin medir las formas, vestirme como me apetezca, correr, saltar, gritar, ser como soy sin pedir disculpas y poder hacer lo que me venga en gana es tan fantástico y alucinante que creo que mi «vida en sociedad» será gris, contenida y terriblemente aburrida, y me temo que ser «la mujer que estoy predestinada a ser» no será mucho mejor… Sin embargo, debo dejar de pensar y centrarme en el momento, en mi plan, en mi última noche pudiendo ser sólo Aitana, la nieta de Lachlan Corbyn… Giro la mirada y busco a Cody y a sus amigos, entre los que también se encuentra el insufrible, arrogante y sobreprotector Logan, el hermano de Caitlin. Están riéndose a carcajadas y un par se han metido en el agua para surfear con la luna llena, una práctica un poco loca que les encanta hacer, supongo que para demostrar lo valientes o lo hombres que son, no lo sé muy bien… Me quedo mirando al chico que me gusta y me embebo de su imagen para poder recordarlo cuando ya no esté ahí.

    Cody tiene el cabello rubio y lo lleva largo y ondulado hasta los hombros, tiene el típico aspecto de surfero que siempre aparece en las películas, imagen que potencia utilizando pantalones cortos y camisetas de colores vivos que favorecen su bronceado. Sus ojos verdes oscuro son los más bonitos que he visto, del mismo tono que los bosques que bordean esta maravillosa playa. Como no puede ser de otra forma, pues es un amante del surf, su complexión es atlética, y cuando sonríe… Ay, cuando sonríe me desarma y poco me falta para que me caiga baba de la comisura de los labios, pues unos hoyuelos irresistibles aparecen dejándome boqueando como un pececito, ya que me gustaría poder acariciarlo o, ¡mucho mejor!, poder incluso darle un beso en esa hendidura gamberra que se le forma en la cara. Es tan guapo e inalcanzable —pues para una quinceañera como yo que un chico de diecisiete años se fije en ella es casi una proeza— que comienzo a ponerme nerviosa al imaginarme cómo será sentir sus labios pegados a los míos y empiezo a replantearme si es buena idea llevar a cabo ese plan. ¿Y si la fastidio y no sé cómo responderle al beso? ¿Y si lo lleno de baba en plan caracol? Niego con la cabeza desechando la negatividad y el derrotismo. ¡¡Los Pérez de Lara somos capaces de todo!! Le quito la cerveza de la mano a Caitlin y me la bebo entera, pensando que no está tan mala después del segundo e incluso tercer trago. Me levanto decidida y siento cómo el suelo se mece con esa sencilla acción. ¡Madre mía, qué mareo! ¿Es esto lo que siente una cuando bebe alcohol? ¡¡Menuda mierda!! Parece que haya pasado horas encima de una montaña rusa…

    —¿Estás bien? —me pregunta Caitlin al ver la oscilación de mi cuerpo.

    —Sí, sí… —añado con una valentía que no tengo, pero a lo mejor el líquido amargo que he ingerido sin ganas hace que me suelte el pelo y consiga mi loco propósito.

    Me enderezo mientras enfoco la mirada en Cody. Está de pie, con una cerveza en la mano mientras habla con sus amigos, ni siquiera se ha percatado de que voy hacia él, algo que me ayuda a armarme de valor y a pensar en qué le voy a decir, aunque, cuando lo tengo cerca, todo lo que tenía planeado se evapora al instante, haciendo que titubee y comience a replantarme de verdad si seré capaz de tragarme mi timidez para hacer algo así.

    ¡¡Estoy como una cabra!!

    ¡¡Sólo tengo quince años y él es el chico más guapo que he visto en mi vida!!

    Suspiro intentando tranquilizarme. Al final voy a soltar alguna chorrada y se acordarán de mí por haber hecho el ridículo más grande del universo.

    —Hola, Cody —le digo, y de repente, cuatro pares de ojos me enfocan perplejos y con un atisbo malhumorado, como si les molestase que me hubiese acercado hasta ahí y hubiese osado dirigirme a ellos.

    —Ehm…, hola —contesta para después volverse y seguir charlando como si nada con sus amigos.

    —¿Puedo hablar contigo un segundo… a solas? —le pregunto fiel a mi idea descabellada, y su mirada otra vez vuelve a sorprenderme, haciendo que me muerda el labio inferior, frenando el temblor que siento de la cabeza a los pies.

    «Pero ¡¿por qué estoy haciendo esto?! Ah, sí, porque quiero llevarme el mejor recuerdo del mundo a España.»

    —¿Para qué? —me suelta, y la brusquedad de su tono me hace mover inconscientemente el cuerpo de un lado a otro. ¡Esto es terriblemente difícil! ¡¡Que sólo quiero un beso, no rellenar una encuesta!!

    —¿Has salido así vestida de casa, Aitana? —me pregunta Logan con soberbia antes de llevarse la cerveza a los labios.

    Me vuelvo para mirarlo y lo veo aguantándose la risa. ¡Uf, menudo imbécil! Porque es el hermano de mi mejor amiga, si no, ¡acabaríamos tirándonos de los pelos! Es un hecho: no lo soporto, y creo que el sentimiento es mutuo…

    —Déjala, Logan, la niña se cree que ya es una mujer —añade Nate, otro de sus amigos, que es todavía más imbécil que él—, y la verdad es que me ha sorprendido que, debajo de esas camisetas de pija que siempre lleva, haya un buen par de tetas.

    —Cierra el pico, Nate —suelta Logan mirándolo con fiereza, lo que hace que su amigo niegue con la cabeza y se calle—. Aitana, ve con mi hermana a haceros trencitas y deja que los mayores nos divirtamos —añade con arrogancia mientras señala a unas chicas de su edad que acaban de llegar a la playa y están bajando por la pasarela de madera para reunirse con ellos.

    —No me iré hasta que hable con Cody —suelto con tozudez enfrentándome a sus ojos del color de las avellanas que me miran desaprobando mi conducta, algo a lo que estoy más que acostumbrada. Logan siempre me mira así, de manera despectiva, como si tuviera que darle las gracias por ser el hermano mayor de mi mejor amiga y, además, agradecerle su existencia… ¡¡Menudo flipao!!

    —¿Qué quieres decirme? —pregunta Cody dando un paso hacia mí y recorriendo mi escaso atuendo (unos shorts blancos y el top del mismo color), que deja ver mi bronceado abdomen y mis piernas.

    —Es privado y no me apetece que todo el mundo lo oiga —digo señalando con desdén a sus amigos, que siguen más pendientes de nuestra conversación que de las chicas que se acercan a ellos.

    —Entre nosotros no hay secretos —explica Logan jocoso, haciendo que los otros dos asientan conformes a sus palabras. «¡El líder de la manada en acción, señores!», pienso con resignación, mucha, demasiada para una chica de mi edad—. Lo que le tengas que decir puedes hacerlo aquí —añade señalando el trozo de playa donde se encuentran ellos.

    —¡Ni hablar! —exclamo horrorizada. Sólo pensar en esa posibilidad se me quitan las ganas de llevar a cabo mi plan. ¡¡Qué vergüenza!!

    —Logan tiene razón. Lo que quieras decirme dímelo ahora o lárgate de una vez —me suelta Cody con rotundidad.

    Y no sé si es la cerveza, el sonido de las olas al romper en la orilla, la proximidad de Cody, su ultimátum o la certeza de que no volveré nunca más a Berry, pero de repente los miro uno a uno, doy un paso hacia él y le sostengo la mirada, todo un logro viniendo de mí, que soy una experta en bajar la cabeza cuando me siento intimidada y ponerme más colorada que un tomate maduro.

    —Quiero que me des mi primer beso —suelto a bocajarro, enfrentándome a esos ojos verdes que pasan de mirarme socarrones a hacerlo como si hubiese perdido un tornillo por el camino.

    El silencio me envuelve, observo a Cody, que parece reconsiderar mi petición, o por lo menos espero que sea así, se mueve hacia un lado y hacia el otro, mira a Logan, que se encuentra apretando tanto la mandíbula que temo que se le rompa algún diente en cualquier momento, para después volver a mirarme, con un matiz distinto en sus ojos que no logro reconocer y mucho menos ponerle nombre.

    —No soy una ONG, anda, lárgate de aquí, niña —me espeta mordaz, y camina en dirección a las chicas que han ido a pasar el rato con ellos.

    Me quedo mirando mis manos temblorosas sin tener fuerzas para dar media vuelta y marcharme. ¿Tan difícil es que me bese el chico que me gusta? ¿Tan demencial es que acceda a algo así para poder llevarme el mejor de los recuerdos? ¡Tampoco le he pedido que sea mi novio ni nada por el estilo! Sólo quería eso, un beso, para recordarlo en la distancia. Levanto la mirada y me encuentro con los ojos de Logan, que me observan ceñudo. Me acerco a él, le quito la cerveza de las manos y me la bebo entera oyendo cómo Nate se ríe al ver mi osadía, para después tirar la lata a sus pies con un coraje que nunca he sacado y mucho menos con él. A continuación, empiezo a desabrocharme los pantalones —aún no sé qué me ha llevado a hacerlo, pero no paro—, él me sigue mirando y se vuelve por si sus amigos también están pendientes, algo que sí hacen, pero me da igual. Me quito los pantalones bajo sus miradas, se los tiro a la cara a Cody, que se ha quedado congelado a pocos pasos de ahí y no deja de observar mi cuerpo, y comienzo a adentrarme en el agua. Me sorprendo al sentir que no está tan fresca como por la mañana, supongo que se ha ido calentando durante todo el día gracias al sol. Es la primera vez que me meto de noche en el mar, estoy loca, lo sé, pero necesito… ¡No tengo ni idea de lo que necesito! Pero espero que esto le haga recapacitar, que llame su atención, es mi última noche y no me iré sin mi beso.

    —Sal del agua, Aitana —oigo al poco muy cerca de mí, y me sobresalto. No es la voz que esperaba, sino la del hermano de Caitlin que se encuentra dentro del agua conmigo.

    —No me da la gana, Logan. Es más, ¡hasta que venga Cody y me dé un beso, no voy a salir! —añado mientras me sumerjo sintiéndome libre al estar en el agua de noche, sólo alumbrada con la luz de la luna llena. Esto es tan bonito que no entiendo cómo no lo he hecho antes. ¡¡Qué gusto!!

    —¡Te estás comportando como una cría mimada! —suelta él con dureza cuando vuelvo a emerger del agua, sintiendo cómo las olas nos balancean mientras hablamos, con la oscuridad parcial de esa tranquila noche de verano, del último verano de mi vida en ese precioso pueblo—. Escúchame, Cody me ha pedido que te diga que te espera debajo de la pasarela de madera —me dice con voz pausada, y reprimo un grito de júbilo. ¡¡No me lo puedo creer!!

    —¿En serio? —balbuceo sintiendo cómo la cerveza dificulta mi pronunciación, ¿o tal vez son los nervios al ver mi deseo a punto de cumplirse? ¡Qué más da!

    —Sí, pero tienes que salir ya y vestirte —dice con calma, y, aunque es difícil ver su expresión, pues la escasa luz dificulta esa sencilla tarea, sé que me está mirando fijamente.

    —Claro, claro… —susurro entusiasmada. ¡Al final lo he logrado!

    Salgo del agua y cojo mi ropa, que sostiene Nate. Éste me sonríe mientras niega con la cabeza y de paso me echa un buen vistazo, pero ahora estoy tan feliz que, simplemente, me da igual lo que haga ese tipo. Me visto ignorándolos tanto a él como a Logan, el mensajero, que también acaba de salir del agua, y busco con la mirada al dueño de mis sueños y mi corazón, pero no lo encuentro. ¡A lo mejor me está esperando ya!

    Sonrió sintiendo cómo la ropa se me pega gracias a que la interior está empapada, algo que no me hace detenerme, y comienzo a caminar en dirección a la pasarela de madera. ¡Estoy deseando llegar al lugar de encuentro!

    «Por favor, no dejes que meta la pata, por favooorrr», ruego mirando al cielo estrellado mientras intento relajarme. ¡Cómo siga así, me va a dar un patatús antes de llegar! Todo mi cuerpo tiembla de expectación, la boca la siento seca y el corazón me late tan deprisa que parece que tengo un grupo de heavy en mi interior.

    ¿Me gustará? Ay, espero que sí, espero que me haga sentir mil mariposas en el estómago, que mi cuerpo levite y que oiga una música celestial cuando sienta sus labios sobre los míos. ¡Con lo que me ha costado armarme de valor y pedirlo, para que no me guste! Al llegar, me percato de que no hay nadie. Lo bueno de ese lugar es que está prácticamente a oscuras; sólo se filtra a través de las tablas la luz de la luna llena, creando un lugar tan romántico como especial, con el sonido de las olas a pocos pasos y la intimidad que ofrece esa zona lejos de las miradas de nuestros respectivos amigos… ¡¡Es el lugar perfecto para mi primer beso!!

    Mierda, creo que se está acercando. Reprimo un grito, estoy tan nerviosa que no sé qué se supone que tengo que hacer. ¿Le hablo? ¿Le hago reír? ¿O vamos directos al grano? ¡¡Que esto no se aprende en el instituto, y mucho menos en clase de protocolo, y no tengo ni idea de lo que se supone que debo hacer!! Oigo su respiración, no dice nada, sólo se aproxima despacio hacia mí, entreveo su silueta, parece más alto de lo que recuerdo, pero serán figuraciones mías, o los nervios, o la cerveza, ¡qué sé yo!, y se detiene cerca de donde estoy. Aguardo pacientemente a que haga algo, ¡no sé!, lo que sea. Tiene más experiencia que yo en estos temas, ¿no? Debería ser él quien diese el paso y yo sólo responder… Pero los minutos transcurren lentos y mi desesperación roza la locura. Es cierto que tengo un gran defecto, y es que no tengo paciencia. Cuando quiero algo, ¡lo quiero ya! Y eso que, en este tema, he sido increíblemente sosegada, más que nada porque temía que se riera en mi cara cuando supiera que estoy loca por él. Sin embargo, aquí estamos, uno frente al otro, pero Cody se está haciendo mucho de rogar. ¡Ay, esto puede considerarse una tortura con todas sus letras!

    Harta de esperar, decido ser yo la que dé el paso, ¡ya que he empezado lo termino!, dispuesta a todo por salirme con la mía y llevarme este recuerdo a mi país. Levanto la mano y palpo sus brazos fibrosos; son cálidos, tersos y suaves… Uf, nunca me había imaginado que Cody tuviera unos brazos tan fuertes al tacto, a simple vista se ven atléticos, pero no tan musculosos… Comienzo a ascender lentamente hasta alcanzar sus hombros. ¡Vaya tela, es superalto! Sé que tengo que alzar la cara e incluso ponerme de puntillas, soy mucho más bajita que él; para ser sincera, soy mucho más bajita que cualquier chica de mi edad, ¿qué le voy a hacer?, he salido de estatura menuda como mi madre. Me aproximo a él y siento su aliento cálido en mi cara, ¡es tan excitante como maravilloso! Pero él sigue inmóvil, algo que no entiendo… Entonces decido dar yo el paso, ¡es ahora o nunca!, por eso recorro con timidez su rostro y deslizo los dedos por sus mejillas hasta encontrar sus labios. Me humedezco los míos, sintiendo cómo el corazón se me sale del pecho, me alzo un poco más de puntillas y estampo mis labios en su boca.

    Jo… der… Sus labios están calientes, tersos, suaves, salados, y tienen un suave sabor a cerveza… Sentirlos hace que me recorra una corriente eléctrica de la cabeza a los pies. Gimo contra ellos y pego los míos todavía más, anhelando que me responda a este beso, algo que no hace en ningún momento. De pronto oigo un gruñido que sale de lo más profundo de su pecho y se separa de mí, algo que no entiendo. ¡Me ha sabido a poquísimo! A pocos pasos de nosotros oigo risas y jaleo, y entre todas las voces reconozco una a la perfección que me hace ahogar un grito porque no debería estar ahí, sino aquí conmigo…

    —¡Tú no eres Cody! —balbuceo dando un paso atrás mientras siento cómo toda la magia se evapora rápidamente. «Pero… ¡¿a quién leches acabo de besar?!»

    —No, pero parece que no te ha importado que no lo sea para darme tu primer beso. Ahora vuelve a casa, Aitana —susurra, y su voz me hace reprimir un chillido de frustración y rabia mientras aprieto los puños contra mis costados.

    ¡No puede ser!

    No puedo haberle dado mi primer beso a él.

    ¡¡No, no y no!!

    Me niegooooo.

    —¿Por qué has hecho eso? —pregunto en un susurro sintiendo cómo la rabia comienza a llenar mi cuerpo. ¡Estoy tan enfadada, tan frustrada, que no sé qué voy a hacer a partir de ahora!

    —Yo no he hecho nada, Aitana —dice Logan con tranquilidad, como si estuviera hablando de surf y no del hecho de que… ¡Es que no lo puedo ni repetir en mi cabeza!—. Has sido tú quien me ha buscado, quien ha dado el primer paso… Ni siquiera te has percatado de que no era Cody.

    —¿Y cómo querías que te reconociera? ¡Está casi a oscuras!

    —Pero me has tocado —me dice, y tengo que morderme la lengua. Es cierto que he sido yo la que lo ha tocado, y también es cierto que, aunque me han extrañado ciertas cosas, como por ejemplo no encontrar su cabello largo con mis caricias, he seguido adelante. ¡Pero estaba demasiado nerviosa como para prestar atención a esos detalles!—. Conozco demasiado bien a Cody para asegurarte que él no se habría conformado con un inocente besito a la luz de la luna —añade con resquemor, haciendo que se me olvide por un segundo respirar. «¡¿Qué me estás contando?! ¿Habría querido más que un beso?»—. ¡Ya has conseguido tu propósito de esta noche, Aitana! Ahora idos a casa las dos.

    —¡Eres un imbécil, Logan Walsh! —exclamo sintiendo cómo las lágrimas se desbordan de mis ojos por la rabia que siento en mi interior.

    —No te enfades tanto, Aitana. Ha sido un piquito de nada —me dice con desdén, como si hubiese sido poca cosa. «¡Yo me lo cargo!»

    —¡¡Me has fastidiado mi primer beso!! —replico con rabia enfrentándome a él—. Ahora ya no me va a dar tanta pena no volver a Berry nunca más, porque sólo de pensar en volver a verte, sólo imaginarme volver a tenerte delante… ¡me entran náuseas! Te odio, Logan. ¡¡Te odio!!

    Él ni siquiera hace el amago de mirarme, simplemente se da media vuelta y se acerca a su grupo de amigos, para después comenzar a reírse con las tonterías que hacen. Echo a andar en dirección a Caitlin, que, al verme, se levanta y me mira con ternura. Sabe que estoy mal, tenemos ese tipo de relación en la que no hace falta hablar para saber lo que le ocurre a la otra, aunque… ¿cómo le voy a decir que mi primer beso me lo ha dado el bruto y arrogante de su hermano? ¿Cómo le voy a explicar que me ha encantado sentir sus labios en mi boca? ¿Cómo le voy a confesar que, si antes lo odiaba, ahora lo odio todavía más porque nunca imaginé que me gustaría besarlo y recorrer con mis yemas su cuerpo?

    Menos mal que no volveré nunca más a Berry.

    Menos mal que mañana me marcharé de aquí para siempre y no volveré a ver a Logan Walsh jamás.

    1

    Aitana

    Trece años después

    No reacciono.

    No siento dolor, ni frustración, ni rabia, ni asombro, ni nada, y no se debe a que poseo una gran capacidad de controlar mis emociones, sino simplemente a que no siento nada, como si estuviera delante de una televisión viendo una película que no me interesa, vacía, despistada, inerte… Tener esa certeza hace que me cuestione cuánto tiempo llevo subsistiendo así, sin sentir, simplemente viviendo en modo automático, como un robot. Sé que no debería haber estado aquí, y mucho menos haberme quedado cuando han empezado a hablar, pero… lo he hecho porque he oído mi nombre y ahora, ahora sé que debería irme, porque si ellos me ven, si se dan cuenta de que he sido testigo de esto, no sé qué pasará. Al final decido quitarme mis maravillosos stilettos con cuidado —una hazaña dadas las circunstancias: entre la escasez de espacio y darme cuenta de mis inexistentes emociones, soy capaz de que se me caigan al suelo y el ruido alerte de mi presencia—, para después salir de ahí y caminar apresuradamente concentrándome en mi objetivo: alejarme de ese despacho en tiempo récord y sin llamar la atención de nadie.

    Miro a ambos lados, agradeciendo que no haya ningún trabajador a la vista y, sin ser vista, abandono ese lugar donde no debería haber estado, para así cruzar el pasillo dándome cuenta de que ha llegado el momento. Debo salir de una vez, y no sólo del edificio, sino de todo lo que me rodea. Llevo retrasando este momento demasiado con estúpidas excusas que sé que no son ciertas, simplemente alargando algo que lleva palpitando en mi ser desde hace demasiados años, como una alarma persistente que intentara avisarme, pero que, simplemente, ignoraba creyendo que serían imaginaciones mías, autoconvenciéndome de que debía persistir y no rendirme. Mi vida se ha convertido en una sucesión de momentos estratégicamente posicionados: levantarme, desayunar, acudir a la oficina, trabajar, almorzar, seguir trabajando, llegar a casa, hacer algo de ejercicio, cenar, dormir y vuelta a empezar. Con la única tónica de que había días que tenía reuniones o fiestas de las cuales no podía escapar aunque quisiera, y siempre quería… Sin embargo, ahora tengo pruebas, aunque sean sólo visuales. ¡En mala hora me he dejado el teléfono móvil en mi despacho! Si es que no puedo ser tan despistada y estar permanentemente en la luna de Valencia, mirándome el ombligo o, simplemente, intentando que nadie se percate de lo que de verdad pasa por mi mente… Sin embargo, ahora sé que no me equivocaba y ya no puedo permitirme el lujo de mirar hacia otro lado. Si lo hiciera, si me atreviera a agachar la cabeza y aceptar tal obstinación y despropósito, ya no habría vuelta atrás y estaría condenada a vivir por siempre una vida que no he elegido, sino que me han impuesto, sin importar mi opinión, ni mi bienestar, ni mi persona…

    Es una cuestión de supervivencia: existir o vivir. Una cuestión de lealtad hacia mí misma y de amor propio, ese que llevo enterrando con acciones repetidas y palabras huecas. Ese que necesito sentir de nuevo en mi piel para desprenderme de todo esto…

    Sentir… Llevo tanto tiempo sin sentir de verdad, tantos años siendo una mera espectadora de todo lo que me sucede, que creo que estoy condenada a permanecer fría el resto de mi vida, por mis malas elecciones, por haber hecho caso omiso de mi conciencia, que gritaba que no siguiera por ese camino, que me traería problemas, que me haría cambiar tanto que ni siquiera me reconocería… Aunque ahora eso no puede cambiarse, me he convertido en lo que soy por todo lo que me ha tocado vivir, por todo lo que he tenido que aguantar, por todo lo que he callado…

    —Buenos días, señorita Pérez de Lara —me saluda uno de los arquitectos que trabaja ahí al verme corretear por el lustroso pasillo.

    Sin detenerme y sin decir ninguna palabra —pues no quieren salir de la garganta, aunque he dado la orden a mi cerebro de que salude—, sonrío de manera mecánica sin ni siquiera mirarlo

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