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Salvador Dalí: La Alquimia De Un Genio
Salvador Dalí: La Alquimia De Un Genio
Salvador Dalí: La Alquimia De Un Genio
Libro electrónico262 páginas5 horas

Salvador Dalí: La Alquimia De Un Genio

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Tenía miedo de los saltamontes y sin embargo pintó cientos de ellos. Temía a las mujeres, pero se casó con la misteriosa Gala. Mentiroso y temeroso de todo, con el tiempo Salvador Dalí se convirtió en una obra maestra surrealista, alguien que construyó una máscara y la llevó hasta el final de su vida. Pero, ¿quién era Salvador Dalí, genio indiscutible del arte, escritor talentoso, apasionado de la experimentación? Esta biografía revela el hombre detrás del personaje público, sus dramas, sus miedos, sus pesadillas, pero también su amor secreto.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jun 2020
ISBN9781071534045
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    Descubrir a Dalí en toda su extensión y humanidad hace disfrutar conocer más sobre su obra y genialidad. Bien documentado, fluye la lectura porque es una charla entre amigos como si Dalí estuviera presente y alguien esta contando sobre él.

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Salvador Dalí - Serena Montesarchio y Pina Varriale

Internet

Serena Montesarchio

Pina Varriale

Salvador Dalí

La alquimia de un genio

E n s a y o

SALVADOR Dalí

La alquimia de un genio

Autores: Serena Montesarchio y Pina Varriale

Traducido por Jorge Ledezma Millán

© CIESSE Edizioni

www.ciessedizioni.it

info@ciessedizioni.it - ciessedizioni@pec.it

Concepción gráfica y diseño de portada: © CIESSE Edizioni

Imagen de portada: Licenza Creative Commons CC0

(uso comercial gratuito, asignación no solicitada)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

Todos los derechos reservados. Cualquier reproducción de la obra, incluso parcial, está prohibida, por lo tanto, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio sin que el editor haya dado su consentimiento de manera previa.

¿Te querré como entonces

Alguna vez?

¿Qué culpa

Tiene mi corazón?

Federico Garcia Lorca

Introducción

Salvador Dalí no sólo fue un genio de la pintura, sino que también exploró todos los campos de la expresión artística, anticipándose a estilos y movimientos que sólo se manifestarían después de un tiempo. Basta pensar en el pop-art, que tiene en Andy Warhol su máximo exponente, pero que ya había sido ampliamente anticipado por Dalí en 1943 con algunas de sus obras.

Curioso por naturaleza, extravagante y ecléctico, Dalí asumió deliberadamente actitudes provocativas que, al final, lo convirtieron en un personaje que a veces rozaba el límite del buen gusto.

Casi treinta años después de su muerte, su figura como artista sigue suscitando críticas y controversias, pero a pesar de su fama en América y España, todavía le falta debido reconocimiento en el resto de Europa.

Esta biografía no pretende llenar un vacío que sin duda está presente en la bibliografía italiana, más bien pretende ser un homenaje a un hombre que, más que ninguno de sus contemporáneos, supo revolucionar la historia del arte. Un hombre de mil contradicciones y afligido por temores infinitos que fueron, sin embargo, el humus que lo impulsó en la creación de obras magníficas y profanadoras.

Durante nuestra investigación encaminada a profundizar y comprender al ser humano que hay detrás del artista, no pudimos evitar la intensa fascinación que Dalí sigue ejerciendo hoy en día sobre quienes se acercan a él con la humildad que siempre se adopta cuando se está frente a un gigante. Nos ha impresionado, sobre todo, su historia humana, que nos brinda una imagen suya sin adornos ni lentejuelas y que, precisamente por eso, lo hace más auténtico.

Orwell alguna vez dijo respecto a Dalí que era un gran artista, pero un pésimo hombre. Lejos de pretender hacer juicios fáciles de carácter moral, leer sus escritos, sonreír ante sus declaraciones y reflexionar sobre los acontecimientos de su existencia, nos pareció que Dalí hizo una elección muy concreta: hacer de sí mismo una obra de arte. ¡Y en el arte todo juicio es relativo!

Dejemos a quienes deseen leer estas páginas la tarea de entender al artista pero sobre todo al hombre temeroso y melancólico que toda su vida se escondió detrás de una máscara excéntrica.

––––––––

Los Autores

AMO A GALA MÁS QUE A MI MADRE, MÁS QUE A MI PADRE, MÁS QUE A PICASSO E INCLUSO MÁS QUE AL DINERO.

LOS DOS MAYORES GOLPES DE SUERTE QUE PUEDE TENER UN PINTOR SON: PRIMERO SER ESPAÑOL, SEGUNDO, LLAMARSE DALÍ.

Salvador Dalí

1.

Soy ateo (tal vez)

––––––––

Salvador Dalí nació el 11 de mayo de 1904 en Figueres, un pueblo de la provincia de Gerona, España.

Su nombre completo, elegido por su padre, fue Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí Domènech, Marqués de Púbol.

Más tarde, Dalí afirmó haber sido nombrado Salvador en memoria de su hermano pequeño, quien murió a la edad de veintidós meses. En realidad, su nombre fue elegido para honrar a su padre y abuelo materno. Sin embargo, la im-palpable `presencia' de aquel hermano pequeño que murió antes de que él naciera nunca dejó de producir efectos en la mente y la sensibilidad del artista, suspendido a lo largo de su vida entre la realidad y la alucinación, la búsqueda de la normalidad y el deseo de romper las reglas.

Dalí hablará a menudo de su hermano pequeño, espe-cialmente en las páginas de `Mi vida secreta', expresando lo mucho que sufrió por el hecho de que su padre, el notario público Dalí y Cusí, haya expuesto en su habitación una fotografía de su hijo perdido. Un niño con rostro de ángel en el cual el pequeño Salvador ya deja entrever la inconfundi-ble morfología facial del genio' y una 'alarmante precocidad'.

Deseando hacerse pasar por la reencarnación del niño muerto, es obvio que Dalí habla de su hermanito en estos términos, pero es muy difícil creer que un niño pequeño po-seyera las características que el artista entonces le atribuyó.

Cuidadoso observador de las rarezas que encontraba, Dalí también consideraba su nombre como una señal, una especie de presagio de un espíritu que, aunque perteneciente a esta realidad, era capaz, sin embargo, de flotar por encima de la objetividad y el sentimiento común, de inventar y construir dimensiones en las que todo es posible. No es casualidad que dijera de sí mismo: 'El surrealismo soy yo', resumiendo en esta frase no sólo la esencia de su propia vida, marcada por la extravagancia hasta el punto de acercarse a lo grotesco, sino especificando -mejor que cualquier crítico de arte- el sentido más auténtico de su propia obra.

Ya en 1918, a la tierna edad de catorce años, Dalí expuso sus primeros lienzos en el teatro municipal de Figueres y en 1919 publicó una colección de poemas titulada: `Cuando los ruidos duermen'.

Dueño de un espíritu rebelde de temperamento ecléctico, el joven Salvador busca ansiosamente respuestas a sus mil preguntas en la biblioteca de su padre, donde abundan los textos relativos al ateísmo, que afirmaban la inexisten-cia de Dios, concepto en el que cree firmemente su propio padre, el notario Dalí y Cusí. Por otro lado, ¿no son sólo las mujeres -demasiado alejadas del estricto razonamiento de la filosofía- las que van a la iglesia? Mujeres que, precisamente porque no tienen grandes capacidades críticas, se dejan embrujar por los discursos humeantes. Pero, ¿cómo podría el joven Dalí creer en un Dios que gobierna la vida de los hombres cuando la existencia está plagada de impre-vistos y desventuras? Si hay una divinidad allí, pensaba, ciertamente no le importa el bien de los hombres.

La pérdida de su amada madre el 6 de febrero de 1921, debido a un cáncer de útero, dejó a Dalí en un estado de profunda postración. Aquel drama que nunca pudo ser su-perado también le dio la certeza de que ninguna mujer po-dría consolarlo respecto a ese terrible dolor.

Pero las desgracias no terminaron ahí. Mientras sus ojos están todavía húmedos de lágrimas por la muerte de su madre, Pepín Pichot, un gran amigo de Salvador desde la infancia, desaparece. Era julio de 1921 y Dalí estaba en el punto más álgido de su desesperación. La amargura de la grave pérdida estaba acompañada por el temor de ser afli-gido por una enfermedad psiquiátrica, la misma que afligió a su madre y, antes que ella, a un tío y a su abuelo, Galo, quien se suicidó a la edad de treinta y seis años.

El miedo a volverse loco acompañaba al artista desde la adolescencia y aquel temor nunca lo abandonará.

Como rememora Antonio Pitxot, pintor y amigo de la familia Dalí, Salvador solía preguntar a otros, especialmente a los miembros de la familia Pitxot con quienes pasaba el verano, si no se estaba volviendo loco. El miedo a perder el control de su propia mente alimentará en él no sólo el miedo a la locura sino también el deseo de analizar su propio comportamiento.

Más tarde, después de repasar el dolor, Salvador escribiría: Tuve que alcanzar la gloria para vengar la afrenta que la muerte de mi madre, adorada religiosamente, había significado para mí.

No es de extrañar que el artista, al recordar la pérdida materna, se refiera a una religiosidad largamente negada pero siempre buscada. Su padre, un hombre rígido e introvertido, le enseñó que Dios no existe, pero cuando Salvador se encuentra con los textos de Nietzsche y lee que la misma divinidad está muerta, llega a una conclusión muy diferente.

"Si Nietzsche, en lugar de fortalecerme en el ateísmo, planteó por primera vez en mi espíritu las preguntas y dudas relativas inspiración mística que encontraron su coronación más gloriosa en 1951 cuando escribí mi Manifiesto, por otra parte su personalidad, su filosofía y su actitud inflexible contra las virtudes lacrimógenas y esterilizadoras del cristianismo, contribuyeron a desarrollar mis instintos antisociales y anti-familiares, y externamente a dibujar mi silueta. Después de leer Zaratustra,[1] me dejé crecer las patillas hasta que cubrieron mis mejillas y llegaron hasta la comisura de los labios, mientras mi cabello color ébano era tan largo como el de una mujer. Nietzsche despertó en mí la idea de Dios. Pero el arquetipo que propuso para mi admiración e imitación ocasionó mi expulsión de la familia. Me desterraron por haber estudiado con demasiado cuidado y por haber seguido al pie de la letra las enseñanzas ateas y anarquistas de los libros de mi padre, quien no pudo tolerar durante mucho tiempo que lo superara en todo y, en particular, que mis blasfemias fueran aún más virulentas que las suyas".[2]

Varios años más tarde, pensando en la influencia que el pensamiento de Nietzsche había ejercido sobre su persona, Dalí escribiría vinculando el pasado y el presente:

En tres días pude asimilar y digerir a Nietzsche. Después de la comilona salvaje, sólo me quedaba un detalle de la personalidad del filósofo, un hueso que roer: ¡el bigote! Más tarde, Federico García Lorca, fascinado por el bigote de Hitler, declaró que el bigote es la trágica constante del rostro del hombre. También en términos de bigote habría superado a Nietzsche! El mío no sería deprimente, catastrófico, lleno de música wagneriana y niebla. ¡No! Sería agudos, imperialista, ultranacionalista y apuntando hacia el cielo, como el misticismo vertical, como las uniones verticales españolas.[3]

La pasión o más bien la búsqueda obstinada de la inconformismo empuja a Dalí a construir a lo largo del tiempo una imagen de sí mismo que es también, en todas sus obras, una obra maestra surrealista.

El propio Dalí habla varias veces del uniforme Dalí que lleva cuando recibe en su casa a críticos de arte o potenciales compradores. El bigote también forma parte del disfraz que sólo se suelta por la noche, cuando está lejos de las miradas indiscretas. En las páginas de su 'diario', Dalí narra el nacimiento de ese particular 'pelo' que le caracterizará  desde aquí y para siempre.

El joven me miraba con dos ojos de pez redondos.

¿Ocurre algo?, le pregunté.

Tus bigotes. No son los mismos que tenías la primera vez que te vi.

Oscilan constantemente y nunca son los mismos durante dos días seguidos. Ahora están un poco caídos porque había confundido el tiempo de tu llegada en una hora. Aún no están funcionando. En ralidad están saliendo del sueño, de la vida onírica.

Reflexionando, estas palabras me parecieron triviales para Dalí, y produjeron en mí una insatisfacción que me obligó a realizar un invento único. Se lo dije:

¡Espera!

Y corrí a atar dos fibras vegetales a la punta de mi bigote. Estas fibras tienen la rara propiedad de enrollarse y desenrollarse constantemente. En el camino de regreso, le señalé el fenómeno al joven. Acababa de inventar el bigote del radar".[4]

A Dalí le encantaba sorprender al prójimo y en la búsqueda constante y ansiosa de la extravagancia se ocultaba una señal de la fragilidad psicológica y emocional del hombre que sólo encontrará refugio y certeza en su amor por Gala, la mujer que representará a su amiga, su madre perdida, su cómplice y, sobre todo, a quien le dará la posibilidad de mostrarse como un hombre normal en la esfera sexual.

El hacer referencia a Dios, una entidad impalpable negada durante mucho tiempo, lo llevará a revisar sus posiciones y el ateo convencido será reemplazado por una religiosidad que no estará exenta del estilo daliniano de la exageración, del deseo exasperado de mostrar, incluso en su sentimiento más íntimo y privado, la necesidad de llevar lo intangible de vuelta a lo surrealista sin descuidar las notas grotescas.

(...) en períodos de ascetismo y de intensa vida espiritual debo hacer notar que casi no me tiro pedos.[5]

Según Dalí, la concepción de lo divino pasaba por la boca y salía por todos los orificios del cuerpo. Extático -o al menos eso decía- por la observación de sus propias heces, cuyo aspecto, olor y textura describía con precisión, deslumbrado por las escamas de una corteza que se formaba en la comisura de la boca debido a una salivación intensa y continua, Dalí afirma haberse convertido en pescado porque, durante este extraño éxtasis, sintió claramente que se había cubierto de escamas brillantes.

Preso de una especie de frenesí invencible, Dalí pinta rodeado de una nube de moscas que no puede ahuyentar y así, agotado por el cansancio, con los ojos brillando a causa de las lágrimas y las mejillas encendidas, es encontrado por la camarera, quien se maravilla de que pudiese pintar a pesar de la presencia de tantos insectos molestos. Y aquí el tormento de las moscas se convierte, a los ojos del artista, en una forma de martirio apasionante.

¡Oh, Salvador, tu metamorfosis en pez, símbolo del cristianismo, no era más que, gracias a la tortura de las moscas, una forma típicamente daliniana y desequilibrada de identificarte con tu Cristo mientras lo estabas pintando![6]

Sin embargo, no basta con que el ateo de Dalí compruebe simplemente que, durante unas horas, se ha transmutado en su Cristo, aunque de forma simbólica, sino que todo debe remontarse a su cuerpo y a sus necesidades que, si se explican, asumen un significado diferente del simple instinto de supervivencia.

Uno se traga a sí mismo para identificarse totalmente de la manera más absoluta con el ser amado. Así que nos tragamos al huésped sin masticarlo. De ahí el antagonismo entre masticar y tragar. El santo ermitaño tiende a separar las dos cosas. Para consagrarse enteramente al papel terrenal y rumiante (de cierta manera filosófica), quiere utilizar sólo las dos mandíbulas para sobrevivir, reservando así exclusivamente para Dios el acto de tragar.[7]

En su entusiasta giro y luego volviendo a caer en sus viejos temores infantiles, Dalí encontrará en la esposa de Paul Éluard, una de las principales exponentes de la poesía surrealista francesa, no sólo su musa inspiradora, sino también la encarnación de esa divinidad impregnada de misterio que siempre le ha fascinado y aterrorizado.

La Virgen no sube al cielo con la oración. Sube gracias a la fuerza de sus antiprotones. El dogma de la Asunción es un dogma de Nietzsche. (...) Mientras que Cristo no es el superhombre en el que la gente cree, la Virgen, ella, es enteramente la supermujer que, según el sueño de las cinco bolsas de garbanzos, ascenderá al cielo. Y esto significa que la madre de Dios permanece en cuerpo y alma en el cielo gracias a su peso igual al de Dios padre en persona. ¡Igual que Gala debería haber regresado a la casa de mi padre![8]

Gala no descenderá al cielo, sino que ciertamente caerá como un rayo en la vida del artista, perturbándolo y dirigiéndolo por caminos que tal vez Dalí nunca habría recorrido. Él mismo, refiriéndose a un sueño suyo, admitía, no sin temor, haber visto a dos caballeros: un bello y victorioso a caballo. El otro, era la pobre imagen de lo que habría sido Salvador si no se hubiera topado con la mujer con quien vivió durante más de cincuenta años.

¿Entonces fue una señal del destino que hubiera conocido a Gala? En este sentido, Dalí, que desde hace tiempo -gracias también a su asociación con el grupo surrealista de breton- había asumido la idea de dar espacio a lo irracional y a lo no probado, reconoce en Gala a la criatura que representa todas sus fantasías. La había dibujado mil veces antes de conocerla. La había imaginado, soñado con ella, la había deseado y ahora estaba ahí, ante sus ojos: la mujer por excelencia, la modelo, la Musa.

En realidad la primera modelo de Salvador fue su hermana Ana María, con una cintura estrecha y caderas anchas -un detalle que le exalta y fascina-, por lo que es obvio que el artista no tenía ningún conocimiento previo de las características físicas de Gala que le atraían por su cuerpo andrógino tan similar al de Ana María. Un gran trasero y pechos casi inexistentes! Un buen compromiso entre la figura masculina y la de la mujer cuya presencia Salvador dirá que soñó, esperó, predijo.

Su cuerpo tenía una estructura infantil, sus omóplatos y músculos lumbares poseían la tensión algo abrupta de los adolescentes. Por otro lado, el hueco de su espalda era extremadamente femenino y sujetaba con gracia el enérgico y orgulloso torso a las elegantísimas nalgas que la cintura de avispa hacía aún más deseable[9]

Era el verano de 1929 y Dalí pintaba como un loco, pocos días antes de la llegada del mercader Camille Goemans. quien prometió exponer algunas de sus obras en una pequeña galería de arte parisina. Goemans cumplió su palabra y se presentó en Salvador, acompañado del pintor Magritte y su esposa Georgette, del melancólico poeta Paul Éluard, ex esposo de Gala y de su pequeña hija Cecilia, de apenas diez años.

¿Qué hace Salvador cuando conoce a Gala por primera vez? Fiel a su locura razonada, estalló con una risa irrefrenable. Se ríe sin poder detenerse y continúa haciéndolo incluso cuando la mujer, disgustada, se aleja.

Extravagante, por decirlo de alguna manera, es el sistema que concibe cuando quiere presentarse a Gala, quien, pensativa, observa las olas del mar desde la playa.

La ropa cara que ha comprado no le basta para causar una buena impresión en la sociedad, ni tampoco puede estar satisfecho con la colonia que usa todos los días. Para asombrar, para llamar la atención de esa mujer que parece haber salido de un sueño suyo, Salvador reduce a jirones su mejor camisa, se pone los pantalones dándoles la vuelta y, aún no satisfecho, piensa en el perfume más apropiado para ese encuentro.

Y aquí está la simple e ingeniosa idea: ¿por qué no preparar una esencia particular en el momento? En un instante Salvador Dalí se convierte en un químico:

"Me apresuré a buscar unas cerillas. Encendí una estufa que estaba usando para mis grabados, herví agua y disolví

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