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Crezca en la oración: Una guía definitiva para hablar con Dios
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Libro electrónico523 páginas9 horas

Crezca en la oración: Una guía definitiva para hablar con Dios

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Cómo desarrollar una apasionada VIDA de ORACION

La oración es un alto llamado y un privilegio incríble, y ser una persona de oración es el llamamiento más importante de su vida.  basta con pensar esto por un momento: ¡Podemos hablar con el Dios del universo! Y podemos saber que El no solo escucha atentamente y con mucho amor, sino también responde al revelarnos su corazón, darnos dirección, bendecir nuestras ciscunstancias, manifestar justicia, y más.

Como fundador de la International de House of Prayer (Casa Internacional deOración), Mike Bickle ha dedicado su vida a la comprensión y  práctica de los principios y el poder de la oración. En Crezca en la oración combina su estudio bíblico con su amplia experiencia en el tema para darle  los recursos que usted necesita para que su vida de oración se vuelva activa y gratificante.

¡Comience hoy!  Dios está esperando saber de usted.  El no solamente lo ama: en realidad, a El le gusta y disfruta escucharlo cuando usted ora, incluso cuando está débil.  Usted puede estar seguro de que sus oraciones son valiosas para Dios y harán una diferencia en su mundo.

 


IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 oct 2014
ISBN9781621361985
Crezca en la oración: Una guía definitiva para hablar con Dios

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    Crezca en la oración - Mike Bickle

    ¡comencemos!

    PARTE I

    EL FUNDAMENTO DE LA ORACIÓN

    La principal lección sobre la oración es simplemente esta: ¡Hágala! ¡Hágala! ¡Hágala!¹

    —JOHN LAIDLAW

    Capítulo 1

    El LLAMADO a ORAR

    Así como el trabajo del sastre es confeccionar ropa y el del zapatero es hacer zapatos, el trabajo del cristiano es orar.¹

    —MARTÍN LUTERO

    COMENZAMOS NUESTRO CAMINO de crecimiento en la oración reconociendo que orar no es solo para principiantes, sino también para cristianos maduros. ¡De otra manera no tendría sentido tratar de crecer! El Señor llama a cada creyente a una vida de oración, sin importar cuándo haya sido salvo o cuánta experiencia tenga en esta disciplina. Lo mejor que todos nosotros podemos hacer para superarnos, para mejorar nuestras vidas y nuestras relaciones es crecer en la oración.

    La oración es un medio de conectarnos con el Espíritu Santo que nos estimula a amar a Dios. Nuestro amor por Dios hace que entonces desbordemos amor hacia los demás. Jesús hizo una afirmación absoluta sobre nuestra incapacidad de andar en la plenitud de nuestro destino en Dios si no crecemos en oración. Dijo que a menos que permanezcamos en Él, no podremos llevar ningún fruto ni madurar en nuestra vida espiritual:

    El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.

    —JUAN 15:5

    Como nosotros no somos la fuente de nuestra vida espiritual, no podemos generarla, ni podemos recibirla a menos que permanezcamos en Cristo. Así como nos resulta imposible saltar cien pies por mucho que nos exijamos, nos es imposible generar vida espiritual. No es cuestión de práctica; ¡no fuimos creados para ser capaces de saltar cien pies! Y tampoco fuimos creados para tener una vida en el Espíritu si vivimos independientemente de Él. Debemos permanecer en Cristo y crecer en oración para que nuestras vidas funcionen bien. (Para más información sobre cómo permanecer en Cristo, vea el capítulo 4).

    El Espíritu Santo se moverá de una manera nueva y poderosa en su corazón y en su vida si usted dedica tiempo a crecer en oración. El cambio quizás no sea de la noche a la mañana, pero ciertamente sucederá. La disciplina de oración llegará a ser con el tiempo deleite en la oración. La sequedad en la oración gradualmente será reemplazada por un vibrante diálogo con Dios que cambiará su vida y resultará en muchas oraciones respondidas.

    Lo invito a comenzar en este mismo momento la próxima etapa de su travesía en oración. No hay mejor momento que hoy. No espere a tener una experiencia espiritual especial para comenzar a crecer en oración. Crecemos en oración orando. Los principiantes maduran orando más. Es el mismo principio que adoptamos para aprender a tocar un instrumento musical: mejoramos a medida que practicamos.

    DEL DEBER AL DELEITE

    En mis días juveniles yo amaba a Jesús, pero temía pasar tiempo en oración. La veía como un deber necesario que tenía que soportar si quería recibir más bendición. Jamás soñé que un día sería uno de los líderes de un ministerio de oración 24/7 tal como International House of Prayer (Casa de Oración Internacional) de Kansas City.

    Mi deseo de tener una vida de oración despertó hace unos cuarenta años, cuando tenía alrededor de dieciocho. Mis líderes de jóvenes me dijeron que tenía que desarrollar mi vida de oración y quise experimentar las cosas más profundas de Dios y entrar en la plenitud de mi llamado. Quería vivir radicalmente para Dios, así que los escuché atentamente. Sin embargo, la idea de tomar verdaderamente el tiempo para orar me resultaba terrible.

    También leí algunos libros sobre la oración. Recuerdo especialmente los de Leonard Ravenhill y E. M. Bounds, que escribieron algunos de los clásicos sobre oración y avivamiento. Después de leer sus libros, estuve más convencido de mi necesidad de crecer en esa área, pero el pensamiento era desalentador. Los libros me inspiraron, pero me dejaron un sentimiento de culpa por la falta de oración de mi vida. Me sentí espiritualmente atascado y desesperado por avanzar.

    En el verano de 1974 uno de mis líderes de jóvenes me exhortó a apartar una hora por día para orar, y determiné intentarlo. Era estudiante de primer año de la universidad de Misuri y vivía en un departamento de estudiantes con otros tres creyentes. Les dije: Voy a orar una hora todos los días, aunque me cueste la vida. Mi anuncio me proveyó un elemento de rendición de cuentas, sabiendo que cada noche ellos observarían si en verdad cumplía mi compromiso. Así que establecí mi tiempo para orar de 9 a 10 de la noche. Me refería a él como la hora de la muerte, porque era tan aburrido que sentía que me iba a morir.

    A las 9 p. m. empezaba mi hora de oración mencionándole a Dios todo lo que se me ocurría. Agotaba toda mi lista en unos dos minutos: Gracias, Jesús, por mi salud, por el alimento, por mis amigos. Por favor ayúdame a anotar puntos en el equipo de fútbol de la universidad, ayúdame a encontrar una buena esposa, y ayúdame a obtener buenas notas. Miraba el reloj, ¡y todavía me faltaban cincuenta y cinco minutos para terminar! Algunas de esas oraciones nunca fueron respondidas. Sí logré entrar al equipo de fútbol de la universidad, pero nunca hice una anotación, y solo tenía notas mediocres. Pero ¡eh!, sí obtuve la chica: ¡una realmente muy buena! Diane y yo llevamos casados treinta y siete años. Es una esposa y madre maravillosa y una verdadera mujer de Dios que ha buscado al Señor diligente y consecuentemente todos los años que llevamos juntos.

    Soporté esa terrible hora de oración noche tras noche. No me gustaba para nada. Disfrutaba otras actividades como ir a adorar en los servicios de la iglesia o asistir a estudios bíblicos donde escuchaba enseñanzas. Me gustaba participar en actividades ministeriales y hacer viajes misioneros. Pero cuando estaba solo para orar o leer la Biblia, me encontraba confundido y aburrido. Sin embargo, realmente quería crecer en Dios, así que sabía que tenía que perseverar en este asunto de la oración hasta que desarrollara una verdadera vida de oración. Me había determinado, pero no tenía muchas esperanzas de que eso funcionara para mí.

    UNA NUEVA VISIÓN DE LA ORACIÓN

    Para tener éxito, necesitaba una nueva perspectiva de la oración: Necesitaba aprender qué es la oración y por qué el Señor insiste en ella. A medida que descubría respuestas a esas preguntas, comencé a ver la oración como mucho más que un deber religioso que debía soportar. Aprendí que es un lugar de encuentro, una forma de recibir bendición, un acto de compañerismo con Dios, y mucho más.

    La oración es un lugar de encuentro

    Al principio creía que la oración era un deber necesario mayormente orientado a obtener resultados. Suponía que el Señor quería que yo soportara hablar con Él para probarle mi dedicación. Lo veía como pagar el precio en oración, y si aguantaba lo suficiente, Él seguramente me concedería la bendición que yo le estuviera pidiendo.

    Gracias a Dios que Él nunca pretendió que la oración fuera algo que hiciéramos por obligación ni para obtener resultados específicos. Primero y principal, la oración trata de un encuentro con Dios y de crecer en la relación con Él. Es el medio por el cual percibimos mejor su presencia y recibimos su amor a medida que logramos un mejor entendimiento de cómo es Él. Es el tiempo en que recibimos renovada visión de lo que hay en su corazón y en que en nuestros corazones se forman nuevos deseos para que tengamos una comunión más profunda con Él. La oración nos coloca en posición de ser energizados para amar; amar a Dios y a la gente. Este es el principio fundamental de la oración. Sí, es bíblico orar para obtener respuestas y para ver el poder de Dios. Pero la oración es en primer lugar una oportunidad para tener comunión con Dios.

    El llamado a la oración es un llamado a participar en el amor que siempre ha ardido en el corazón de Dios. Desde la eternidad pasada el Padre ha amado al Hijo con todo su corazón, y el Hijo ha amado al Padre con la misma intensidad. El factor principal en las relaciones del Padre, tanto dentro de la Divinidad como con su pueblo, es el amor incondicional. La dinámica familiar entre el Padre, el Hijo y el Espíritu fluye del amor incondicional y se basa en él. Este amor es la realidad fundamental del Reino de Dios. Esta es la realidad de la que participamos cuando crecemos en oración, y la oración consiste principalmente en eso: participar en la dinámica familiar de la Divinidad. Hacemos esto recibiendo el amor de Dios y respondiendo al Señor y a la gente en su amor.

    Fuimos creados para recibir y expresar el ardiente amor que se origina en el corazón de Dios. Él creó a la raza humana para compartir su amor. ¿Por qué? Simplemente porque Dios es amor (1 Jn. 4:16). No fue falta de comunión entre la Trinidad lo que impulsó a Dios a crear a los seres humanos. El Padre no estaba solo, y no tenía necesidades. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están completamente satisfechos en el gozo del amor que comparten desde la eternidad. Pero el Señor nos creó para compartir el gozo de su amor con nosotros. Nos creó a su imagen, por amor: para que recibamos su amor, lo reflejemos y lo compartamos con otros. El amor está en el centro de nuestra relación con Dios, es la esencia de la salvación, y la base para entender la oración.

    El corazón de Dios arde con amor, y nos llama a experimentarlo, a entrar en lo que denomino la comunión del corazón ardiente. La salvación es una invitación a tener esta comunión, de la cual aprenderemos más en el próximo capítulo.

    La oración es una manera de recibir bendición

    No oramos solo por orar. Sí, oramos para tener comunión con Dios, pero también oramos para que las cosas cambien y para que las bendiciones de Dios sean soltadas sobre nosotros y a través de nosotros. Nuestras oraciones apuntan a algo. En la enseñanza del apóstol Santiago sobre la oración, él escribió sobre el poder de la oración: La oración ferviente de una persona justa tiene mucho poder (Stg. 5:16, NTV). La oración eficaz logra mucho y lleva a grandes resultados. Jesús enseñó a sus discípulos diciéndoles: Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré (Jn. 14:14). Debemos orar con fe en que nuestras oraciones realmente producirán resultados, creyendo que Dios las responderá soltando una medida aún mayor de su bendición y poder. En la lección sobre la higuera estéril en el Evangelio de Marcos, Jesús señaló la importancia de orar con fe y con confianza.

    Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá.

    —MARCOS 11:22–24

    Jesús solía confirmar a las personas que tenían fe para recibir de Él. Un ejemplo es su respuesta al centurión romano, que no se consideraba merecedor de recibir a Jesús bajo tu techo pero sabía que si Él decía solo una palabra, su siervo sería sanado. Las Biblia nos dice: Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe (Mt. 8:10). Otra vez, fue en respuesta a su fe que dos hombres ciegos recibieron la vista. Habiéndoles preguntado si creían que Él podría sanarlos, Jesús les dijo: Conforme a vuestra fe os sea hecho (Mt. 9:29).

    Por otro lado, Jesús reprendió a quienes no podían recibir por su falta de fe en Él. Mateo 17:14-21 relata la historia de un hombre que llevó a su hijo epiléptico a sus discípulos para que lo sanaran pero se decepcionó porque no pudieron sanarlo. Públicamente Jesús expresó su dolor por esa generación incrédula y perversa e instantáneamente sanó al muchacho. Más tarde, en privado, cuando los discípulos le preguntaron por qué ellos no habían podido echar fuera al demonio, Jesús planteó la razón simple y categóricamente: Por su incredulidad. Agregó que nada es imposible para los que oran con fe. Otros relatos muestran que Jesús no fue capaz de hacer obras poderosas donde había gran incredulidad (Mt. 13:58; Mr. 6:5-6).

    Justo antes de ascender al cielo, Jesús les reprochó [a los once discípulos] su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado (Mr. 16:14). Resulta sorprendente que los reprendiera en ese momento porque fue después de que sus discípulos anduvieron con Él durante los tres años enteros que duró su ministerio. Pero con su próximo aliento, inmediatamente después de reprenderlos, Jesús los comisionó para que fueran al mundo y predicaran el evangelio, asegurándoles que los que creyeren echarían fuera demonios en su nombre y verían sanarse a los enfermos cuando pusieran las manos sobre ellos (v. 17-18).

    Somos llamados a ser canales de su bendición y su sanidad para otros. El versículo final de Marcos dice que después de que Jesús se sentó a la derecha de Dios, los once salieron a predicar, y el Señor los ayudaba confirmando la palabra con las señales que la seguían (v. 20). Los discípulos aprendieron mucho de Jesús: cuando oraban con fe y obediencia, las cosas cambiaban.

    Algunas personas ven la oración solamente como un medio de tener comunión con Dios, otras la ven como una forma de obtener más bendiciones para sus circunstancias. Pero no es necesario que escojamos una por sobre la otra; podemos esperar resultados de nuestras oraciones a medida que crecemos en comunión con Dios. La oración con fe es la forma ordenada por Dios para recibir su bendición tanto para nuestra vida interna como para nuestras circunstancias externas.

    Conozco algunos creyentes que tienen una actitud pasiva, indiferente respecto a recibir las bendiciones de Dios. Parece no preocuparles mucho si sus oraciones son de utilidad para sus propias vidas, y creen que su actitud es una expresión de humildad: consideran que sería egoísta pretender recibir respuestas a sus oraciones.

    Jesús nunca confirmó una actitud pasiva de indiferencia sobre recibir de Él. Eso no es verdadera humildad sino falsa humildad que desprecia las bendiciones que Jesús ha ordenado para su pueblo. No necesitamos escoger entre esas dos posturas sobre la oración; podemos tener una gran intimidad con Dios y más bendición en nuestras propias circunstancias por las oraciones respondidas.

    Dios ha elegido otorgar ciertas bendiciones solo cuando su pueblo ora por ellas con confianza. La oración es uno de los principales medios de asegurarse la completa bendición que Dios ha dispuesto darnos. Dios abre puertas de bendición y cierra puertas de opresión en respuesta directa a nuestras oraciones. En efecto, su Palabra declara: Por eso el Señor los espera, para tenerles piedad; por eso se levanta para mostrarles compasión . . . ¡El Dios de piedad se apiadará de ti cuando clames pidiendo ayuda! Tan pronto como te oiga, te responderá (Is. 30:18-19, NVI).

    El Señor desea tener piedad, soltar una medida más grande de su gracia y su bendición sobre nosotros. Sin duda que hará esto al oír nuestro clamor: cuando lo oiga, nos responderá. Recibir más de Dios no es cuestión de convencerlo para que quiera darnos más, sino de que Dios convenza a sus hijos para que oren con más confianza.

    Dios conduce su reino dándole más en respuesta a la oración porque desea tener una relación profunda con nosotros. En oración nos posicionamos para recibir abundante gracia y bendición. Nunca imagino que podamos ganar y merecer bendición por nuestras oraciones. Más bien, la oración es el lugar para recibir la bendición en respuesta a la interacción con Él. Es mediante nuestra oración y su respuesta que Él fortalece nuestro vínculo consigo.

    Algunas de las promesas de mayor bendición de Dios no están garantizadas sino que son invitaciones a asociarnos con Él en oración santa, confiada y perseverante. Si nosotros cumplimos las condiciones—y orar es una de las condiciones—entonces las promesas están garantizadas. Muchas promesas incluyen la palabra condicional si: si clamamos a Él, Dios promete responder de maneras específicas. Estas son solo algunas:

    Mas si desde allí buscares a Jehová tu Dios, lo hallarás, si lo buscares de todo tu corazón y de toda tu alma.

    —DEUTERONOMIO 4:29

    Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.

    —2 CRÓNICAS 7:14

    ¿Cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

    —LUCAS 11:13

    Se promete bendición a los que vienen a Dios y piden. Por lo tanto, si oramos, la calidad de nuestra vida natural y espiritual mejorará. Por ejemplo, aumentará la medida en que recibamos comprensión del Espíritu Santo, y nuestros corazones sedientos encontrarán a Dios de una manera más profunda.

    Al orar, podremos soltar la bendición de Dios en una mayor medida así como cortar las obras del enemigo, que busca destruir nuestras finanzas, quebrantar nuestros cuerpos, arruinar nuestras relaciones, oprimir nuestros corazones y destruir nuestras familias. Por medio de la oración podemos impedir que destruya nuestras vidas. Dios abre puertas de bendición y cierra puertas de opresión en respuesta a la oración. Cuando oramos, las puertas de la opresión demoníaca pueden ser cerradas. Tenemos autoridad en el nombre de Jesús para detener la actividad demoníaca y desatar la actividad de los ángeles en nuestras vidas y las vidas de otros.

    Dios no hará nuestra parte, y nosotros no podemos hacer la suya. Dios requiere que cooperemos con Él de acuerdo con su gracia sobrenatural. Esto es una expresión de su deseo de tener una relación de intimidad con nosotros. Solo mediante un estilo de vida de oración podemos recibir la plenitud de lo que Dios ha prometido.

    La oración es asociarse con Dios

    El Señor quiere de su pueblo mucho más que ser meramente su fuerza de trabajo. Él anhela tener una relación con quienes lo aman y quiere tener un vínculo con ellos mientras cumple sus propósitos.

    Dios gobierna la tierra en asociación con su pueblo que reina con Él mediante la oración. Aprendemos en el libro de Apocalipsis que estamos destinados a reinar con Jesús: Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono (Ap. 3:21). Los veinticuatro ancianos cantan sobre los redimidos que Jesús los hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra (Ap. 5:10, NVI). Nos da un rol dinámico para que determinemos una medida de la calidad de vida que experimentaremos en esta era según como le respondamos en oración, obediencia, fe y mansedumbre.

    Cuando mis hijos eran chicos, Dios utilizó un episodio sencillo de nuestra familia para enseñarme sobre asociarnos en oración con sus propósitos. Un día cuando llegué a casa, mi esposa, Diane, estaba en la cocina con Luke, que tenía unos cinco años. Acababan de lavar los platos juntos. La camiseta de mi hijo estaba empapada con agua. El cabello de mi esposa estaba húmedo y se le levantaba, pegoteado, y había un plato roto en el suelo. Las cosas estaban algo desordenadas. Pregunté: ¿Qué pasó?.

    Luke sonrió y dijo, con orgullo: Eh, Papi, recién lavamos los platos.

    Respondí: Bueno, háblame de eso.

    Diane dijo: Bueno, tomé un plato sucio y se lo di. Él lo lavó más o menos, y luego lo volvió a lavar. Luego le volví a dar el plato para que lo guardara. Se le cayó y se rompió. También salpicó agua por todos lados mientras (me ayudaba).

    Así que Luke hizo un gran lío, rompió un plato, y llenó todo de agua, sin embargo, en su mente él había lavado los platos. Pero estaba feliz, y su enorme sonrisa decía: Papi, mira lo que hice: lavé los platos.

    En ese momento obtuve una nueva perspectiva sobre cómo funciona la oración. Diane podría haber lavado los platos mucho más rápido sin la ayuda de Luke, pero ella quería hacerlo participar. El Señor puede edificar su reino fácilmente sin usarnos a nosotros, pero quiere hacernos participar porque está comprometido en una relación de asociados con nosotros. Jesús no solo es un Rey con poder; es también el Novio que desea una relación. Se goza en nuestra amistad y en el vínculo que tenemos al servir en el reino con Él.

    Como aprenderemos en el capítulo 3, la esencia de la oración eficaz es que hablemos de acuerdo con Dios. Por lo tanto, un aspecto importante de la oración es decirle a Dios lo que Él dice que le digamos. La Palabra nos muestra lo que Dios promete darle a su pueblo, y nosotros simplemente le pedimos esas cosas a Él. Es como si Él nos diera un plato para que lo lavemos, y luego se lo devolvamos. Cumple los propósitos de su reino mientras hablamos con Él.

    LA IMPORTANCIA DE PEDIR

    Un principio fundamental del reino es que Dios suelta más bendición si se la pedimos. Él fácilmente podría liberar sus bendiciones sin que se las pidiéramos, pero quiere que seamos partícipes de ese proceso. La mayoría de nosotros conoce el versículo que enseña que no tenemos porque no pedimos (Stg. 4:2). Dios quiere no nos limitemos a pensar en nuestras necesidades; quiere que le pidamos que las satisfaga. Muchos se quejan de sus vidas o de sus circunstancias e incluso hablan con otros sobre ellas, pero no le cuentan sus necesidades al Señor.

    Es fácil pensar en nuestras necesidades sin verbalizarlas. ¿Por qué Dios insiste en que le pidamos? Es porque el pedir nos lleva a una mayor conexión de nuestro corazón con Él. Por lo tanto, Él se muere de hambre con nuestras vidas carentes de oración, y retiene ciertas bendiciones hasta que se las pidamos, hasta que en efecto le hablemos de ellas. Cuando la presión causada por la falta de su bendición es mayor que nuestro ajetreo, entonces oramos más. Y en ese proceso, establecemos un vínculo en el que nos relacionamos con Él.

    En Filipenses 4:6 Pablo nos explica: Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego. El Señor conoce nuestras necesidades antes que se las pidamos, pero espera darnos muchas cosas recién cuando se las pedimos.

    Jesús nos llamó a orar con perseverancia para que Dios nos ayude y nos bendiga:

    Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.

    —MATEO 7:7–8

    Jesús nos llamó a pedir y seguir pidiendo, a buscar y seguir buscando, a llamar y seguir llamando. Los verbos en griego están en el tiempo presente continuo que indica que debemos hacer esto sistemáticamente, y seguir haciéndolo. Pedir es importante.

    Además de una relación más profunda con Dios y de las bendiciones en nuestras circunstancias, a quienes busquen más al Señor les espera una mayor medida de gracia. Hemos establecido que pedir a Dios por nuestras necesidades es una señal de nuestra humildad y dependencia de Él. Santiago, citando de Proverbios, dice que Dios da gracia a los humildes (Stg. 4:6). A los creyentes nacidos de nuevo se los invita a ir al trono de la gracia a experimentar más de la gracia de Dios, que ya es suya en Cristo. Hebreos 4:16 nos urge: Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro. La gracia de Dios está disponible para todo el que quiera acercarse a Él audaz y continuamente. Parte del avance en nuestra experiencia llega cuando oramos por eso. Recibimos una mayor medida de gracia de Dios, que renueva nuestras mentes y emociones.

    Hay una diferencia entre nuestra posición legal en Cristo—que recibimos libremente en el Espíritu—y nuestra condición de vida, lo que experimentamos realmente en nuestra vida cotidiana. Buscamos más gracia en nuestras vidas cotidianas porque confiamos en que la gracia de Dios nos ha sido dada gratuitamente por nuestra posición legal en Cristo.

    Nuestra posición legal es la forma en que Dios nos ve en Cristo y lo que se ha puesto gratuitamente a nuestra disposición en el Espíritu. Nuestra condición de vida es cuando experimentamos realmente lo que está disponible para nosotros. En nuestra posición legal ante Dios, nosotros, los creyentes, hemos recibido la plenitud de gracia como un don gratuito por lo que Jesús hizo en la cruz. Es gratuito, completo y final.

    Segunda de Corintios 5:21 declara que fuimos hechos justicia de Dios en Cristo. Cuando Dios mira nuestros espíritus nacidos de nuevo, Él ve la propia justicia de Cristo en nosotros. Esta es nuestra posición legal ante Dios. Nunca tendremos disponible más gracia que la que es nuestra el día que nacemos de nuevo. Pero en la condición en que vivimos queremos experimentar más de lo que ya es gratuitamente nuestro. Santiago se refería a la condición en que vivimos cuando enseñó que Dios da mayor gracia a los creyentes (Stg. 4:6).

    NUESTRAS ORACIONES NO TIENEN QUE SER PERFECTAS

    La oración es una de las brillantes estrategias de Dios, la más brillante manera de gobernar el universo. ¿Por qué? Porque cuando le volvemos a decir a Dios la Palabra de Dios, eso nos lleva a la intimidad con su corazón y nos une con otros que oran las mismas cosas. Eso nos humilla y nos transforma al mismo tiempo. En otras palabras, el resultado de la voluntad del Padre que gobierna el universo a través de la oración es que su pueblo se establezca en intimidad, comunidad y humildad gobernando con Jesús para cambiar la tierra.

    La buena noticia es que nuestras oraciones no tienen que ser perfectas para que se puedan cumplir los propósitos de Dios. Son eficaces por la autoridad de Jesús, que se fundamenta en su obra cumplida en la cruz. Por lo tanto, nuestras oraciones funcionan aun cuando son cortas, cuando son débiles, y cuando están mal expresadas.

    El valor de las oraciones de noventa segundos

    Las oraciones cortas son efectivas. Incluso las oraciones de noventa segundos importan y pueden conectar nuestro corazón con el de Dios mientras derrama su bendición sobre nosotros. No posponga la oración hasta que tenga una hora completa para orar. Aún cuando está apurado por un compromiso, esperando en un semáforo, o parado en una fila en un negocio, usted puede hacer oraciones de noventa segundos que marcarán una diferencia en su vida y en las vidas de otros.

    El valor de las oraciones débiles

    Algunas personas suponen que porque no sienten nada cuando oran, Dios tampoco siente nada. Ellos infieren que sus oraciones débiles son ineficaces e incluso pueden despreciarlas. La verdad es que ofrecemos nuestras oraciones en debilidad humana, pero ascienden a Dios en poder por la suficiencia de la sangre de Jesús y porque están de acuerdo con lo que hay en el corazón de Dios. Otros creen que solo crecen en oración si se sienten bien durante su tiempo de oración. Sacan la errónea conclusión de que sus oraciones no tienen valor cuando se sienten secos o distraídos.

    ¿Qué deberíamos hacer cuando nuestras oraciones se sienten débiles o ineficaces? En vez de medir la efectividad de nuestras oraciones según las emociones que tengamos en un particular tiempo de oración, debemos medirlas de acuerdo con lo que Dios dice en su Palabra. Jesús declaró en su Palabra que todo el que pide y sigue pidiendo recibe, y que todo el que busca y sigue buscando halla (Mt. 7:7-8).

    Nuestras oraciones—todas—son oídas, aunque nosotros no sintamos nada cuando las hacemos. No mida sus oraciones por cómo se siente usted cuando las ora sino por cuánto estén de acuerdo con la voluntad y la Palabra de Dios. Amado, nuestros débiles tiempos de oración pueden no movernos, pero mueven el corazón de Dios. El apóstol Juan resaltó que podemos tener confianza en que nuestras oraciones se escuchen independientemente de cómo nos sintamos mientras estemos orando.

    Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.

    —1 JUAN 5:14

    ¿Por qué? Porque Dios ve nuestras débiles oraciones por medio de la sangre de Cristo y las riquezas de su gloria. La frase las riquezas de la gloria es mencionada con frecuencia por el apóstol Pablo en sus epístolas. Efesios 1:18 es un buen ejemplo.²

    Para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos.

    Dios evalúa la actividad de nuestra vida de manera muy diferente a como la evaluamos nosotros con nuestra mente natural. La plenitud de la gloria en nuestra vida en Cristo está escondida a nuestros ojos así como a los ojos de otros en esta edad. Sin embargo, será evidente para todos cuando Jesús aparezca en su Segunda Venida.

    Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.

    —COLOSENSES 3:3–4

    El desafío es que generalmente no sentimos o no vemos la gloria de Dios en nuestras vidas. Debido a que es imperceptible y está oculta a nuestras emociones y a nuestros cinco sentidos, no podemos medirla. Vemos nuestras vidas como si fueran pequeñas, débiles y aburridas, pero Jesús las ve a través del cristal de las riquezas de su gloria. Él ve lo que nosotros no vemos, y eso incluye nuestras oraciones.

    Nuestros pequeños actos de obediencia, que incluyen nuestras oraciones, son gloriosos ante los ojos de Dios. Al comprender el valor de nuestras débiles oraciones, somos empoderados para verlas como relevantes y poderosas. Aunque parezcan débiles de acuerdo a nuestra carne, cada oración hecha en la voluntad de Dios le importa a Él.

    El valor de la oración mal expresada

    Dios valora nuestras oraciones aunque no las digamos de la manera correcta. A veces pensamos que debemos expresarnos perfectamente cuando oramos. Pero nos acercamos confiadamente al trono de la gracia (Heb. 4:16) no al trono de la precisión literaria. El Señor oye el gemido de los presos (Sal. 79:11; 102:20) así como la elocuencia de los eruditos bíblicos y los predicadores formidables. Recuerde, Dios conoce nuestros corazones, y ha entregado su Espíritu para interceder con nosotros y por nosotros.

    TODAS LAS ORACIONES MUEVEN EL CORAZÓN DE DIOS

    En el verano de 1988 tuve un encuentro que cambió mi vida un sábado a la mañana en una reunión de oración. Había estado liderando una reunión de oración cada sábado durante casi cuatro años. Había unas veinte personas que asistían con regularidad.

    Un sábado llegué alrededor de quince minutos antes. Los únicos dos autos en el estacionamiento eran los de los jóvenes que manejaban el sonido.

    Al acercarme a la puerta de entrada del edificio, escuché música increíblemente fuerte. Sonaba como el Coro Aleluya de El Mesías, de Händel. Era glorioso y bellísimo y sonaba muy fuerte. Pensé: Oh, no, los técnicos de sonido están jugando con el sistema y seguramente van a hacer reventar los parlantes por tener el volumen tan alto. Corrí a abrir la puerta para pedirles que bajaran el volumen, pero cuando abrí, todo estaba en silencio. Pensé: ¿Qué está pasando?.

    Me apresuré a entrar al santuario, y solo había dos muchachos que no estaban en la cabina de sonido sino en el frente del santuario, orando juntos. Quedé perplejo y me pregunté: ¿Qué fue lo del (Coro Aleluya) que acabo de oír con el volumen tan alto?. Entonces caí en la cuenta, con asombro, de que literalmente había oído coros angelicales.

    Supuse rápidamente que la reunión sería el encuentro de oración de sábado a la mañana más poderoso que jamás habíamos tenido y que sucedería algo especial. Mi expectativa era muy alta. ¡Seguramente escuchar voces angelicales fue una señal de que estábamos a punto de presenciar un avance espectacular en la presencia de Dios!

    La reunión de oración empezó, y pensé que en cualquier momento la gloria de Dios se manifestaría de manera inusual. Pero no pasó nada de eso. Fue una reunión común y corriente, como muchos otros sábados. Entonces subí a orar con el micrófono, como lo hacía cada sábado por la mañana, pensando que algo poderoso podría ocurrir, pero me sentía muy desanimado mientras oraba. Pensé: ¿Qué pasó con los coros angelicales? ¿Por qué los escuché?. Estaba desconcertado.

    Después que terminó la reunión de oración y cuando todos se habían ido del edificio, me senté en silencio durante unos veinte minutos y pensé: Oír ese coro angelical fue una de las cosas más raras que me han sucedido. ¿Qué significa eso?. Oré: Señor, estoy confundido. ¿Por qué no sucedió algo dinámico en la reunión de oración de hoy?.

    Estaba tratando de entender, pero no podía encontrar la respuesta. Entonces de repente el Señor me dio una palabra muy clara. Vino como una impresión. El Espíritu Santo dijo: Esto es lo que sucede cada vez que algunos de mi pueblo se juntan a orar. En ese momento entendí que los coros angelicales se regocijan cada vez que el pueblo de Dios se reúne a orar, aunque sea en un grupo pequeño, aparentemente sin inspiración o sin unción un sábado a la mañana.

    Amado, nuestros tiempos de oración privada o nuestras reuniones públicas de oración pueden no conmovernos, pero mueven a los ángeles y, lo que es más importante, mueven el corazón de Dios. Nunca mida sus oraciones por lo que siente; cuando oramos de acuerdo con la voluntad de Dios, nuestras oraciones débiles conmueven su corazón aunque no toquen el nuestro.

    La respuesta de Dios al soldado romano Cornelio, como se registra en el libro de los Hechos, prueba que esto es así. Mientras Cornelio estaba orando, un ángel se le apareció de repente con un mensaje de Dios, que le decía que sus oraciones habían sido escuchadas y serían recordadas para siempre (Hch. 10:3-4): Él [el ángel] le dijo: tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios (v. 4).

    Quizás, como la mayoría de nosotros, Cornelio sentía que sus oraciones eran débiles y no eran eficaces. Debe haberle sorprendido escuchar que sus oraciones habían subido para memoria delante del trono divino.

    Me gusta imaginar a Cornelio orando con sus soldados. Puedo ver a tres o cuatro soldados que se juntan a orar, sin música de alabanza y sin Biblias. Como no nacieron de nuevo, no tienen el Espíritu Santo morando en ellos. Por lo tanto, supongo que sus oraciones serían bastante toscas y no creo que me hubiese gustado participar de ellas. Imagine: Sin Biblia, sin que more el Espíritu Santo, ¡y sin la ungida música de alabanza! Aún así, las oraciones de Cornelio movieron tanto el corazón de Dios que le envió a un ángel para que le dijera que las recordaría para siempre.

    Si Dios va a recordar eternamente las oraciones de un hombre que todavía no había nacido de nuevo, ¿cuánto más atesorará las oraciones de los creyentes nacidos de nuevo que declaran la Palabra de Dios a su Padre? De hecho, nuestras oraciones mueven el corazón de Dios y son recordadas por siempre. El Señor ve nuestras oraciones cortas, débiles, mal expresadas a través de la cruz de Jesús. Él ve las cosas de manera muy diferente a como las vemos nosotros desde nuestra perspectiva humana.

    Nuestras oraciones le importan a Dios, sea como fuere que nos sintamos cuando oramos. En nuestro viaje de crecimiento en oración, tengamos en cuenta el valor de las oraciones débiles. Como finalmente aprendí en mi jornada de oración, la clave para experimentar deleite más bien que un sentido del deber en nuestra vida de oración es entender la plenitud de lo que es la oración y descubrir que es el medio por el cual participamos en la comunión del corazón ardiente junto con las tres personas de la Trinidad.

    Capítulo 2

    La COMUNIÓN del CORAZÓN ARDIENTE

    La oración no debe ser tomada como un deber que se debe cumplir, sino como un privilegio que se puede disfrutar, un raro deleite que siempre revela alguna nueva belleza.¹

    —E. M. BOUNDS

    AL CONTRARIO DE lo que creen algunas personas, la salvación es mucho más que un medio de escapar del infierno. Como leemos en 1 Corintios, es una invitación a la comunión con Dios: Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor (1 Co. 1:9). El apóstol Juan se hizo eco de este supremo llamamiento en su primera carta cuando escribió: Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo (1 Jn. 1:3). Las repercusiones de esta verdad son inmensas, van mucho más allá de lo que podríamos imaginar.

    La salvación también va más allá de un medio para ganar la felicidad terrenal al recibir la bendición de Dios en nuestras circunstancias personales. Los que ven la salvación de esta manera solo oran por lo que hará sus vidas más confortables—provisión material, bendición en las relaciones, salud física y un ministerio ungido—pero estos no son los propósitos supremos de la salvación.

    Como mencioné en el capítulo anterior, la salvación es una invitación a entrar en la comunión del corazón ardiente. Es la obra de Dios por medio de su Hijo que abre un camino para que entremos en esa comunión. Dios busca nuestro corazón; Él está buscando a los que van a aceptar y participar del amor compartido con la Trinidad. Este es el glorioso destino de quienes le dicen que sí a su salvación.

    Como Juan señaló en su Evangelio, la esencia de la vida eterna es conocer a Dios; es tener una experiencia personal con Él.

    Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo.

    —JUAN 17:3

    Es mucho más que tener información sobre Dios, sus métodos y sus planes. Él quiere que lo conozcamos íntimamente al hablar con Él y al experimentar su amor en esta edad y en el siglo venidero.

    Jesús buscaba mucho más que facilitar nuestras vidas y hacerlas más confortables cuando se hizo hombre y murió en la cruz por nosotros. Hay algo mucho más importante que está sucediendo, y su plan va mucho más allá de nuestra felicidad temporal y terrenal. Se nos ha ofrecido el gran privilegio de conocer a Dios, y el llamado a crecer en la oración es un llamado a participar en la comunión de su corazón ardiente: participar en parte de la dinámica familiar de la Trinidad.

    CINCO EXPRESIONES DEL AMOR DE DIOS

    Al crecer en la oración experimentamos más del amor

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