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Bamiyán
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Libro electrónico700 páginas11 horas

Bamiyán

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Un curioso estudiante español de medicina de 23 años visita Afganistán interesado en la filosofía y la poesía sufí. El miedo y la curiosidad al mundo oriental invaden su corazón de occidental hasta volverse en un extranjero aceptado y valorado en la comunidad de Bamiyán: una valle increíble, centro budista impregnado de la cultura musulmana. Juan empieza a tomar clases de farsi y hacer visitas médicas gratuitas y se enamora de Fathma. La mujer afgana conocerá una manera nueva y diferente de ser amada, tratada y respetada por parte de un hombre. Sin embargo, cuando Juan le propone volver a España con él y al huir de la guerra ruso–afgana que está por estallar, ella lo rechaza. Desde aquel momento, los dos conducen separadamente sus vidas y ella, muy temprano, se arrepentirá por su elección.
La historia de Colom Mestre es tanto un relato de guerra, como una novela psicológica y emocional y un viaje a través de la vida afgana, bulliciosa y apasionante, entre su arqueología diversa, sus valles con panorámicas intensas y verdes praderas, entre tejidos y bazares de mil colores y sabores.

Bartomeu Colom Mestre nace en Sóller Mallorca. Estudió medicina en la UB de Barcelona. Ha trabajado de Guardia Urbano, camarero, incluso de basurero, y al final de médico hasta su jubilación. Actualmente está jubilado. Su nuevo trabajo consiste en cuidar de su nieta y enseñarle francés. Habla además de catalán y castellano, francés, inglés, y un poco de italiano, alemán y árabe. Sus hobbies son todos, el último la forja de cuchillos y espadas de acero de damasco. Es un gran viajero, ha viajado un poco por todo el mundo. Actualmente vive en el Prat del Llobregat, Barcelona.
 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 abr 2020
ISBN9788855089661
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    Bamiyán - Bartomeu Colom Mestre

    Bartomeu Colom Mestre

    Bamiyán

    EDIFICARE

    UNIVERSI

    © 2020 Europa Edizioni s.r.l. | Roma

    www.europaedizioni.it

    I edizione elettronica aprile 2020

    ISBN 978-88-5508-966-1

    Distributore per le librerie Messaggerie Libri

    BAMIYÁN

    País de los Budas Gigantes, situado al noroeste de Kabul, en Afghanistán, y destruido una y otra vez por la estupidez humana.

    Sóller de diciembre de 2010 a junio de 2016.

    A mi esposa que me aguanta

    A mi hija con la que me peleo

    A mi nieta que me ha rejuvenecido

    "LLENA TU CORAZON CON DIOS

    Y TUS MANOS CON TU TRABAJO."

    (El-Shah Bahauddin Naqshbandi, maestro sufí)

    Gracias a Giorgia Grasso y a Elisa Giuliani,

    su trabajo ha permitido mi nacimiento.

    Introducción

    El convoy compuesto por dos vehículos BMR españoles y tres camiones italianos, rodaba lentamente por el árido y polvoriento terreno, salpicado de onduladas colinas, y más peladas que la cabeza de un calvo recién afeitado.

    El paisaje era desolado, y un frío y molesto viento lo barría todo. Era un paisaje lunar que nada se asemejaba al de esta tierra.

    Las colinas estaban salpicadas con rocas y piedras y alguna mata de tomillo que se había despistado y que solo crecían a sotavento. Porque en aquel despiadado desierto el viento del oeste o rouz soplaba ininterrumpidamente unos ciento veinte días al año, dificultando toda forma de vida.

    Daba la impresión de que nada podía esconderse allí, un vehículo sería visto a muchos kilómetros de distancia, pero unos pocos hombres podían enterrarse en cualquier rincón y pasarían fácilmente desapercibidos como una pequeña arruga del terreno, y con aquel frío indetectables hasta para los visores infrarrojos modernos y de última generación.

    Y precisamente aquel lugar era el preferido por los guerrilleros, que primero habían luchado contra los británicos, luego los muyahidines contra los rusos, y ahora los talibanes contra todo el mundo.

    Y estos guerrilleros además, lo consideraban su hogar.

    Como actuaban en pequeños grupitos o células y con un material siempre precario, su modus operandi se basaba en sembrar los caminos de artefactos explosivos y esperar, días, incluso a veces semanas, a que pasara un vehículo del enemigo para hacerlo estallar, luego disparar unas ráfagas con sus fusiles kalashnikovs, para seguidamente diluirse en el terreno, dejando detrás de ellos una estela de destrucción, sangre y muerte.

    Madonna! ¿Qué mierda le pasa al español este del primer BMR? Si sigue así nos cogerá la noche en esta mísera y maldita colina.

    – ¡Cállate y abre bien los ojos! Le espetó el conductor del camión.

    Ya he hecho otros servicios con este español, y el maldito tiene un Occhio del diavolo para las trampas explosivas, o IEDS como las llaman los americani. Hace un mes ya nos sacó de una maldita trampa, así que yo me fío de su instinto, y no pienso desviarme ni un centímetro de sus rodadas. Si él se para yo me paro, y si dice que piano piano yo toco a Chopin. Y si no te gusta puedes bajarte y se lo dices a él personalmente, o mejor, pásale andando y camina delante de él, vediamo quale sarà la tua fortuna.

    Fortuna puttana! No hace falta que te pongas de esta manera, yo solo estoy cansado de este camino, de este traqueteo y de toda esta lentitud. Añoro una ducha caliente y un buen plato de pasta cubierta de un buen parmiggiano reggiano y regada con un estupendo Chianti.

    – Haberte quedado en Roma. Así que abre bien los ojos, que este tío tiene un maldito olfato, y si huele problemas, hay problemas.

    – ¡Vale, vale! Pero me gustaría sapere a que viene este olfato tan especial.

    – Circula entre el contingente español que este tío es medio afgano, y por eso aquí se encuentra como en su casa, huele a estos Figli di puttana a kilómetros, sin verlos. Yo me siento particularmente más seguro cuando sé que es él que manda el BMR de cabeza, y pienso dejar que haga su trabajo tranquilamente, sin ponerlo nervioso y sin empujarle.

    Normale. Le dejaremos hacer su trabajo a ver que pasa.

    Doscientos metros más adelante el BMR de cabeza se detuvo nuevamente y el mismo soldado español salió de la cabina y se acuclilló a un lado de la carretera.

    Adesso, cosa fai?

    Vai. Vai vedere.

    El ayudante del conductor italiano iba a salir del camión cuando el soldado acuclillado al lado de la carretera se levantó e indicó a los vehículos que le seguían que dieran marcha atrás. Mientras él se dirigía a su BMR y de su interior sacaba un fusil Barrett del calibre 50, mientras que los soldados que venían sentados detrás, salían por el portón y se desplegaban en abanico tumbándose al suelo y aprestando sus armas.

    Questo si scalda.

    Repuso el conductor del camión italiano, mientras retrocedía marcha atrás rápidamente y procurando no colisionar con el camión que le seguía.

    El español del primer BMR se acurrucó detrás del blindaje de su vehículo, cargó su fusil con una enorme bala de tungsteno y apuntó cuidadosamente hacia un lugar del camino donde nadie veía nada anormal. Movió la torreta de la mira telescópica, apuntó de nuevo , comprobó la posición de todos los que le seguían, y cuando estuvo satisfecho, retuvo el aliento y disparó.

    Una súbita explosión de polvo y tierra se elevó en el aire, al tiempo que dos individuos que habían permanecido ocultos debajo de una lona semi enterrada en l a l o m a abrían fuego, siendo respondidos rápidamente por los soldados posicionados en el suelo y que ya esperaban una reacción similar.

    Los dos hombres , guerrilleros talibanes ellos, dejaron de disparar al tiempo que desaparecían a la carrera, para perderse en la nada de polvo y viento.

    Cuando se hubieron asegurado de que todo estaba en calma, todos los soldados volvieron a su vehículo y reanudaron la marcha del convoy, sorteando el agujero hecho por la explosión de la bomba trampa, confeccionada con antiguas balas de cañón abandonadas por los rusos en su humillante huida de hacía unos años.

    El mejor ejército del mundo puesto en fuga por unos guerrilleros mal vestidos y mal armados.

    Visto?

    Le espetó el conductor italiano a su ayudante.

    Questo non è un soldato normale, è un diavolo.

    Ecco! Giuro di non dire più niente.

    El BMR volvió a su suave y regular ronroneo mientras avanzaba lentamente por la accidentada carretera, y su conductor se sumía de nuevo en su concienzudo escrutinio de todos y cada uno de los detalles de aquel difícil camino.

    Los vehículos que componían el convoy seguían de nuevo al líder, manteniendo una prudente distancia entre ellos, como tenían ordenado, y sin volver a hacer comentarios respecto al primer vehículo que abría la marcha ni a su conductor ni respecto a su velocidad o su conducta.

    Cuando el vehículo líder juzgó que habían pasado la zona de peligro fue aumentando paulatinamente la velocidad, a medida que aumentaba también el polvo. Parecían querer recuperar el tiempo perdido.

    El conductor del BMR ya libres de peligro relajó su vigilancia y dejó divagar su mente.

    Afghanistán, aquel extraño y violento país… También su patria... su segunda patria.

    – 1 –

    Se dice que a los veintitantos años todo suele ser culpa de las hormonas, pero también de la curiosidad. En este caso la curiosidad empezó con un libro:

    Relatos de Belcebú a su nieto

    Libro extraño como ninguno, parte de una obra aún más amplia que se titulaba: Del todo y de todo, obra de un autor ruso oriental, raro raro, diría mi abuelo, como ninguno. En el año 1919 el ruso había llegado a Paris, después de innumerables vicisitudes y problemas a causa de la revolución en su país de origen, para inaugurar su: Academia para el desarrollo Armónico del Hombre.

    Resultando una academia muy peculiar con un extraño nombre, y mucho más extrañas sus enseñanzas, y también las prácticas a las que sometía a sus alumnos, por cierto cada vez más numerosos.

    Aún así la Academia registró un éxito inesperado, sobre todo entre las clases de intelectualillos y progres, deseosos de novedades, siempre dispuestos a aceptar como muy interesantes todas aquellas ideas y cosas nuevas, sobre todo si procedían de Asia o mejor del lejano Oriente.

    Con su poblado mostacho, sus ojos profundos, negros e inquisitoriales, su cabeza rapada, cuando nadie las llevaba rapadas, y sus enseñanzas poco ortodoxas.

    Puede que incluso alguien llegara a tildarlas como: de locos.

    El ruso Gurjieff sembró de todo a su alrededor, menos indiferencia.

    Y para un curioso estudiante español de medicina de 23 años, aquello resultaba ser como una bomba en plena línea de flotación de la curiosidad.

    El primer paso consistía en encontrar las obras de este enigmático autor, y ello en la España de 1975, ya de por si muy convulsionada por la inminente muerte del dictador, que la había dirigido durante los últimos cuarenta años con mano férrea, ya resultaba una hazaña casi imposible.

    Uno se veía abocado a buscar ediciones extranjeras, principalmente de Argentina, país que en aquellos momentos era puntero en estos temas, y también, por supuesto, por aquello de la lengua. Los afortunados que por entonces podían viajar a Londres y por supuesto sabían el inglés, podían acudir a beber en estas fuentes.

    Otros en último extremo se veían obligados a recurrir a fotocopias, o a pequeñas emisiones que se hacían entre los universitarios picadas con un papel especial de cera, y tiradas con una ciclostil manual a la que se llamaba vietnamita, a base de dar vueltas, vueltas, y todavía más vueltas.

    De esta peregrina manera, Juan consiguió otro libro que se titulaba: Los maestros de Gurjieff, y situaba a parte de sus personajes, y de la acción en un olvidado país, por aquellas fechas, que se llamaba Afghanistán , y que por cierto casi nadie conocía, nadie sabía donde estaba, y a nadie le importaba saberlo.

    – ¿Tiene equipos de futbol este país?. No tiene, ¿Entonces qué importa?

    A partir de aquel momento este lejano y extraño país, de nombre e historia desconocidos, estuvo apuntado el primero en la lista de Juan. Ahora lo único necesario era la parte pecuniaria, y para ello se imponía una hucha y algunos trabajitos raros.

    Aún tendrían que pasar unos años, pero el momento llegó, todo llega si se sabe esperar con paciencia, aunque a veces con tanta paciencia uno puede morirse antes, pero si se pone un algo o mejor un mucho de su parte, se resuelve .

    Por entonces una de las rutas hippies partía de Barcelona, se podía ir a bordo de algunos cargueros que aceptaban un número de pasaje limitado, desde la Ciudad Condal a Estambul. El precio podía oscilar entre ochocientas a mil doscientas pesetas según el barco. De la ciudad del Bósforo, la antigua Constantinopla de los griegos o bizantinos, se iba en tren hasta Ankara por unas doscientas cincuenta pesetas, y hasta Teherán en autobús, por otras doscientas pesetas.

    A partir de este punto empezaba la verdadera aventura, ya que líneas de autobuses y precios no eran fijos y estaban sujetos a múltiples circunstancias y discusiones, pero hasta la ciudad de Mashad en la frontera, no había problemas de seguridad.

    A partir de aquí la cosa cambiaba totalmente. La verdad es que los precios eran todavía más baratos, pero por supuesto menos seguros. Había que pedir visados, los afganos solían darlos, pero la rapidez aquí iba ligada al bakchís que puede interpretarse como, o soborno, como suele llamarse en roman paladino a este tipo de cosas. De Mashad hasta Kabul había dos rutas. La del norte que discurría por Herat, Maymana, Mazar i Sharif, por el paso de Salang y hasta la capital Kabul, esta ruta era más verde más agreste y más bonita, pero también la más peligrosa, por la proliferación de bandidos.

    La ruta del sur pasaba por Herat bajaba hasta Kandahar, para luego volver a subir hasta Kabul. Esta carretera había sido construida con ayudas recibidas del extranjero, principalmente de los norteamericanos.

    La carretera del sur era entonces americana, luego llegaron los comunistas rusos y construyeron la del norte , el paso de Salang y el puente de la libertad consiguiendo la circunvalación del país, así cerraron un anillo que comunicaba todo el territorio. Con la entrada por el famoso puente.

    Lo próximo, entre los rusos claro está, consistiría en elaborar un plan para poder invadir y ocupar el país en menos de cuarenta y ocho horas. Dos columnas entrarían por el puente, una seguiría el camino hacia occidente y la otra hacia oriente, darían la vuelta convergiendo en Kandahar y listos, el país sería suyo.

    En diciembre de 1979 lo llevarían a cabo con la colaboración del golpista comunista y pro ruso Babrak Karmal, aquí empezaría una guerra que acabaría lanzando este país al estrellato mundial, por durar diez años y convertirse en el Vietnam de los rusos, y su posterior derrota.

    Los hippies preferían el paso del sur por Kandahar, era rápido, y más barato, y los acercaba al valle del Helmand, donde se cultivaba tanto el famoso hashish afgano, según muchos el mejor del mundo, y también la adormidera, de donde se sacaba el opio y también la heroína y la morfina, una de las armas más efectivas usada contra los rusos, entre otras cosas porque causaba muchas bajas al enemigo, sin necesidad de disparar ni un solo tiro.

    Y luego Kabul, la mágica. La capital era un destino exótico, interesante, barato y con la mejor mierda, si uno disponía de buenos dólares para el bakshis que requería la policía afgana.

    Quedaban dos puntos calientes, el paso de Sarobi, de una belleza agreste y salvaje y clásico lugar de pillerías y bandidaje, y el paso del Khyber, donde los británicos de antaño dejaron más de una suela de zapatos, en sus huidas claro, ante el empuje de los aguerridos pashtunes o patanes, residentes del lugar, según se prefiera.

    Sir Richard Francis Burton, el gran explorador victoriano, pateó todos estos territorios disfrazado de derviche naga, realizando mapas para el ejército inglés de la época. El hombre descubrió que un camello siempre daba los pasos iguales , es decir con la misma distancia cada vez, procedió a medir los de su camello y lo fue siguiendo y contando pasos, lo que le permitió determinar distancias con absoluta precisión. Adquirió fama porque sus mapas eran extremadamente precisos y contaban con multitud de detalles que solo uno que hubiera estado in situ podía haber observado, y saber, relatándolos posteriormente.

    Y Burton era uno de sus ídolos, en muchos aspectos, otro de ellos el de maestro sufí.

    Salidos del paso del Khyber se entraba en el gran valle del Indo ahora Pakistán y posteriormente la India o meta final. Luego se popularizaría llegar hasta Katmandú, la capital del Nepal, país también muy tolerante, y donde la mierda era barata, buena, y fácil de adquirir.

    Pero Juan no quería invertir todo su tiempo en el camino, así que optaría por volar de Londres a Delhi que era un vuelo barato, negociar los visados allí, al parecer así sería fácil y más barato también, para luego, invirtiendo los trayectos, ir en autobuses locales, primero hasta Amritsar capital actual del mundo sik. Antes de la gran partición de la India lo había sido Lahore, pero ahora estaba en el otro lado de la verja. Pensaba atravesar la frontera con Pakistán en esta ciudad, seguir hasta la capital Karachi que luego pasaría a llamarse Islamabad.

    Peshawar la increíble, capital del pashtunistán, donde todo parecía posible, y desde donde extendiendo el brazo ya se tocaba el Khyber Pass, y la frontera.

    Este era el plan original, pero al llegar a Amritsar las cosas empezaron a torcerse. El monzón se había adelantado y había estado lloviendo con abundancia en todo el norte del país y la zona estaba inundada por completo.

    Había visto inundaciones antes, y en la televisión, pero nada como aquello. Aquello parecía más un lago que tierra firme, si no hubiera sido por algún árbol enorme que recordaba la tierra seca, y también algún tejado de alguna casa que aún no se había disuelto con el agua.

    El autobús avanzaba lentamente con el líquido elemento por encima de los ejes, y procurando no salirse de la carretera y volcar. De vez en cuando algún bache salpicaba y removía las aguas lo que hacía aparecer cadáveres flotando, la mayoría eran de animales, pero aquí y acullá aparecía algún cadáver humano, mujeres, niños y algún viejo principalmente.

    Cuando llegaron a la zona seca cerca del templo de oro, ombligo del mundo sik actual, no se atrevió a seguir. Dejó su mochila, se arremangó y empezó a ayudar a la gente. Curando heridas, suturando, vendando brazos y piernas, visitando a todos los que podía. Su botiquín de viaje, y la mitad de la ropa de su mochila fue desapareciendo.

    – Bueno. Pensó. Al menos ahora pesa mucho menos y es más llevadera.

    Estuvo una semana en aquel lugar ayudando en todo lo que pudo, trabajo no le faltó. Cuando las aguas empezaron a bajar y la gente a retornar a sus casas, él decidió seguir su camino. No fue fácil, hasta la frontera con Pakistán todo estaba encharcado y embarrado, le convenía ahorrar la poca agua embotellada que había conseguido, curiosamente se trataba de la marca Font Vella, en aquel apartado rincón del mundo, y cuando esta se terminó, procurar sólo beber té para estar seguro que el agua , o la leche, al menos había sido hervida.

    Desde la frontera hasta Lahore y luego Rawalpindi el viaje fue muy rápido, allí había llovido bastante menos y no se presentó ningún problema.

    Para viajar a Peshawar que ya era considerada como zona tribal tampoco tuvo ningún problema añadido. Solo que allí los coches no tenían ninguna clase de horarios, esperaban en la estación de autobuses y solo cuando estaban llenos salían, así que había que sentarse en el autobús indicado, confirmar varias veces que estaba uno en el vehículo deseado y esperar a que estuviera completo. Una vez aquí, uno de los pasajeros sonaba el claxon y aparecían el chófer y su ayudante y el autobús se ponía en marcha.

    La ciudad era ya la frontera y además lo parecía, toda clase de gentes circulaban en todas las direcciones, hindopakistaníes, pashtos, ouzbecos, turcomanos, tadjicos y algún europeo despistado, deambulaban arriba y abajo por la zona.

    El bazar resultó ser el más bullicioso y variopinto que jamás ojos humanos contemplaran. Las tiendecitas una al lado de la otra, donde todo se compraba y todo se vendía, y aún entre los puestos y las tiendas circulaban múltiples niños de no más de diez años de edad, ofreciendo a diestro y siniestro todo tipo de drogas, balas de pistola o rifle y hasta alguna granada, que llevaban en pequeñas bolsas de plástico atadas a la cintura.

    Un poco más alejados se vendían animales de todo tipo, tanto vivos como muertos, todavía un poco más lejos se vendían vetustos vehículos que parecían sacados de un cementerio de coches, pero que incomprensiblemente todavía funcionaban.

    Alfombras hechas a mano, comestibles, todo tipo de cachivaches, bicicletas nuevas y viejas, medicinas, todo estaba allí amontonado y además en grandes cantidades. Todo se vendía, todo se compraba. Entre esta barahúnda, barberos, dentistas, limpiadores de orejas, miradores de la tensión arterial, y puede que algún verdadero médico, ofrecían sus servicios en plena calle.

    Se trataba de un verdadero bazar oriental.

    Juan hubiera deseado quedarse unos días para explorar aquella increíble ciudad, su bazar, sus colores, sus olores, pero ya había perdido más tiempo del que hubiera deseado en las inundaciones de Armritsar, así que ahora se imponía seguir hacia delante.

    Darra y LandiKhotal eran dos aldeas de solamente una única calle, pero altamente especializadas, en armas la primera , y en drogas la segunda. En Darra los tiroteos eran constantes porque la gente tenía la costumbre de probar sus armas en plena calle, disparaban hacia arriba, pero por la ley del que sube tiene que volver a bajar, había que procurar estar bajo techado cuando esto sucedía, si uno no quería que le apareciera un feo boquete en la cabeza.

    Era cosa curiosa porque muchas de las armas a pesar de que llevaban el Made in Usa, o China, o incluso España, estaban fabricadas a mano allí mismo, por eso solían tener una cierta deriva en la trayectoria del disparo, que solo conocía su propietario a fuerza de usarla. Curioso ¿No?.

    LandiKhotal, la otra, toda ella olía de una manera muy curiosa, y desde luego, característica. Eran los montones de hachís, situados en plena calle junto a los puestos de melones, se vendía en forma de grandes tarugos que desde lejos parecían ladrillos de argamasa y no otra cosa, al acercarse y sobre todo al olerlos se notaba mejor la diferencia. Era un hashish diferente al afgano, que a fuerza de amasarlo a mano se oscurecía hasta el negro, más concentrado, fuerte, y según los entendidos mucho mejor. Superior. Pero allí era más barato.

    El Khyber era como se dice que es, un paso entre montañas flanqueado por altos barrancos y desfiladeros, salpicados aquí y acullá por ruinas de fuertes y guarniciones británicas, ahora derruidas por el paso del tiempo, y sobre todo por la mano de los guerrilleros pashtunes.

    Este último trozo del camino antes de la frontera, era recorrido por viejos Land Roveres, o cuatro por cuatro Tatas de la india, o por viejas y desvencijadas picas Toyota japonesas. Por supuesto no había ni horarios ni precios, eran sus conductores que cobraban por personas, por cargas, por horas, o por cantidad de caladas que le habían dado a su narguilé, cargado con producto local del bueno.

    La carretera, o mejor deberíamos decir el camino, porque eso era la realidad, trepaba y bajaba por las márgenes del famoso desfiladero, después de haber cruzado una especie de puerta monumento.

    En el fondo del torrente, entre las piedras y rocas arrastradas por antiguas tormentas, que esporádicamente habían dejado oír su rabia, transcurrían caravanas de camellos, ovejas y otros animales.

    Según los conductores de los jeeps se trataba de contrabandistas, aunque a nadie parecía importar demasiado. En el Khyber cada uno va a lo suyo, o se arriesga a que se pierda una bala….

    La frontera resultó de lo más curioso, nada que ver con la frontera Indo Pakistaní siempre reluciente y llena de soldados enormes que parecen cortados todos por el mismo patrón, con brillantes uniformes, altos turbantes y tocados en abanico, que cada día montan un gran teatro durante los cambios de guardia, que los lugareños y turistas que se hallan cerca acuden a contemplar, jalean con fervor los pasos de unos, también con odio contra el que está en el otro lado.

    En el Khyber era todo lo contrario. Un cierto orden, no demasiado, en el lado pakistaní, y un desorden total en el otro lado de la frontera.

    Cachondeo diría un castizo.

    Entre los afganos uno era incapaz de distinguir quién podía ser un policía, o quién solo un curioso entre otros, ya que curiosos siempre había muchos, sobre todo alrededor de los pocos extranjeros que se aventuraban por aquellos lares.

    Los afganos portaban todo tipo de armas, que iban desde armas de avancarga y pólvora negra, antiguos Lee Enfield de las guerras británicas, viejos Mausers alemanes llegados a la frontera por oscuros caminos, y hasta modernos Kalashnikovs puede que fabricados en Darra. Y sobre todo, cosa que llamó poderosamente la atención de Juan, muchas pistolas marca Astra de puro, de origen español.

    Los policías afganos le registraron a conciencia y lo sometieron a todo tipo de preguntas, por pura curiosidad y no por otras causas :

    – Así que usted dice ser estudiante y quiere visitar a nuestro país.

    – Bueno no es exactamente así...

    – ¿Cómo? ¿Qué significa esto?

    – No, yo trabajo. Y quiero visitar vuestro país porque estoy interesado en la filosofía islámica y vuestro país es la cuna de grandes maestros, y esto es lo que me ha traído aquí.

    – Bueno. Bueno. Usted es el primer occidental que dice que trabaja en muchos meses. Y de que trabaja.

    – Bueno ahora soy Guardia Urbano.

    – Bueno. ¿ Entonces usted es un policía como yo?.

    Creyó oportuno decir que sí para simplificar las cosas. Pero no pensó que terminarían invitándole a tomar té, y luego a cenar cordero pilaw, sin excusas, pero que todo terminaría convirtiéndose en un interrogatorio sobre su trabajo, sobre todo su sueldo, sus vacaciones, su modus vivendi, y lo que se podía hacer en su país con aquel sueldo, lo que podía comprar y lo que no podía comprar.

    Vamos, unos verdaderos cotillas.

    Juan lo justificó porque allí no había televisión y él se había convertido en un buen entretenimiento, el entretenimiento de aquel día.

    – Y además dice que le interesan nuestros maestros. ¿Y diga qué maestros le interesan?.

    Pensó que lo justo y aséptico era hablar de los más antiguos, y por supuesto los muertos, era sencillamente practico y preventivo.

    – Hakim Sanai de Ghazna, o el ghaznavi, por ejemplo, el escribió un libro solo superado una vez, que se llamaba El emparedado jardín de la Verdad.

    – ¿Superado dices?, ¿Y por quién?

    – Por supuesto solo hay un libro, El Libro, el Sagrado Corán.

    – Ahhhh. Claro. Este es El Libro.

    Les encantó conocer a un occidental que sabía algo de ellos y algo interesante por demás. Que hablaba con cierta admiración de sus maestros, y esto los llenó de orgullo. La contrapartida negativa era que no le dejaban marchar, querían más. Al final tuvo que convencerlos que no podía perder días, y además se lo compensó con dos cartones de tabaco celtas, que eran la llave mágica que siempre le habían abierto todas las puertas, sobre todo entre los grandes fumadores de oriente, y por supuesto la promesa de que al llegar a España les mandaría unos cartones por correo.

    – Pero ¡ojo! –Le dijo el policía– procure que los paquetes no huelan mucho a tabaco, de ser así se lo fumarían por el camino.

    – No se preocupe, así lo haré.

    Apenas pudo coger el último autobús para Jalalabad, gracias que el policía le acompañó, de lo contrario el vehículo, que parecía un transporte de ganado y no otra cosa, por la cantidad de bichos que acarreaba, tanto el propio coche como los pasajeros, ya estaba completo y por nada hubieran aceptado a un europeo descreído y pagano.

    Los afganos eran un pueblo muy orgulloso y raramente molestan a los demás con preguntas como hacen los hindúes, pero entre toda aquella gente un niño, quizás inducido por alguno de los mayores le soltó la pregunta en inglés.

    – ¿Are you muslim?

    Siempre esperaba aquella pregunta , y siempre tenía la respuesta preparada:

    – No existe divinidad sino Allah.

    Lo dijo en árabe y aquello satisfizo a la parroquia que se quedó muy impresionada ganándose su respeto y admiración.

    Nadie volvió a molestarlo con preguntas hasta que llegaron al centro de la ciudad, allí todos querían ayudarle. Optó por aceptar que le acompañaran hasta un hotelito modesto, y de muy buen precio y se instaló allí.

    Estaba en AFGHANISTÁN.

    Pero se había perdido el paisaje de todo el camino, porque con tanta persona , tanto bicho y tanto fardo, no había quien pudiera ver nada por la ventana. ¡Ah! Y la propia ventana que de tanto mugre, parecía que tuviera un papel de periódico pegado al cristal.

    El siguiente día fue un día turístico, visitó mezquitas, el pequeño museo municipal, o la biblioteca, aprovechó para investigar nombres y dejar caer unas preguntas. ¡No! Muchas preguntas.

    Se extrañó, pocos de entre todos los preguntados, sabían a que se refería, o que les preguntaba, menos habían oído hablar de sufíes, desde luego menos todavía, los habían leído.

    Empezaba a decepcionarse, cuando estando sentado en un chaijané esperando un plato de pilaw con cordero, llegó un viejecito y le pidió permiso para sentarse a su lado.

    – Por supuesto que puede sentarse, y si me lo permite le invitaré a tomar el té.

    – Claro que se lo permito, pero yo estoy aquí para hablar con usted de otros asuntos.

    Quedó un poco traspuesto, ¿Qué clase de asuntos podía tener a medias con un anciano afgano, al que no había visto nunca?. Y no solo esto, una vez que se marchara probablemente no volvería a ver nunca jamás. Era extraño, pero aquel anciano destilaba aplomo, seguridad, y sobre todo interés . Y no parecía para nada haberse equivocado de persona. Esta era precisamente el arma que pensaba usar. ¿Arma?, ¿Usar?. Por supuesto él nunca había conocido a un verdadero maestro sufí, pero si que había conocido a grandes maestros en la facultad de medicina, hombres que destilaban, sabiduría, e incluso humildad, pero estos hombres cuando su boca se abría, miles de alumnos callaban de golpe y se extasiaban escuchando, porque aquello era ciencia, saber, conocimiento puro del que no podía perderse ni un ápice.

    En definitiva eran como profundos pozos de sabiduría de los que uno desea, y necesita beber. De los que uno siempre está sediento.

    Juan había pensado que al encontrarse al lado de uno de aquellos hombres, él lo reconocería intuitivamente. No harían falta muchas preguntas, tampoco comprobaciones, y ahora aquel anciano que se había sentado a su lado en aquel polvoriento rincón del mundo olía a este perfume.

    – ¿Otros asuntos, maestro?

    – Usted nos ha mencionado al jeque Sheik Uld Mashaick en sus preguntas. Le ruego que no haga muchos aspavientos porque en estos sitios siempre hay ojos inconvenientes. El caso es que se me ha encargado que le diga que El maestro murió hace varios años.

    Ahora su hijo ha heredado su tarea , que las casas de conocimiento se encuentran no muy lejos de aquí, pero usted ante todo deberá ser totalmente discreto. Este país se mueve muy rápido hacia la izquierda, y nosotros sin movernos nos estamos quedando a la derecha , esto puede llegar a ser muy peligroso. Muy peligroso.

    Sus palabras impactaron a Juan muy profundamente, aquel era un hermoso país, pero uno se daba cuenta de que la vida de las personas allí, era algo frágil como un vaso de cristal al borde de una mesa, no tenía mucho valor, y eso creaba situaciones muy peligrosas.

    – ¿Qué debo hacer entonces?

    – Esté preparado esta noche después del último rezo en su hotel, vendrán a buscarle. Y por favor no haga preguntas, solo parezca un turista cualquiera.

    El anciano se levantó y se marchó después de dar unos cuantos sorbos a su té.

    ¿Qué había pasado?. Se quedó pensativo analizando todo lo que acababa de suceder, e intentando recordar todo lo que había dicho desde su llegada al país.

    Recordaba perfectamente que solo había mencionado el nombre del Sheik una sola vez y había sido en la biblioteca, las otras veces solo había hablado del Islam, y de poesía mística.

    Bueno, al parecer había bastado, lo que le encendió una bombilla roja en el cerebro.

    ¡Joder! Como corrían las cosas, y eso que todavía no se había inventado el WhatsApp, era como si las hubiera dicho ante de mil altavoces.

    Estaba preparado, la curiosidad le invadía, y ahora de una vez comprobaría si todo lo que había leído, tenía una base real.

    Pero a la vez estaba preocupado, más que asustado, porque en aquel país se sentía solo, no conocía a aquella gente, y tanto misterio le desarmaba. Le daba un poco de miedo, la verdad.

    Aquel era un país que si uno desaparecía nadie se tomaría la molestia en buscarlo, y eso era malo. Además España no mantenía relaciones ni tenía embajada con un país tan lejano y tan insignificante.

    Bueno el resto del día no tenía nada mejor que hacer de turista, y eso hizo.

    Jalalabad era una ciudad de paredes de argamasa, no había nada más, ni aceras, ni árboles, nada, por no haber no había ni coches y es raro ver hoy una ciudad sin coches. Pero ¡Ah! Si uno tenía la oportunidad de mirar por encima de los altos muros, allí estaba todo. Naranjos, limoneros de aterciopelado olor, avocados, algún mango repleto de perfumados frutos, granados de Persia, nísperos y por supuesto… rosas. Todas las rosas del mundo. Aterciopeladas, de Nishapur, blancas, perfumadas, o rojas de satén, en definitiva todas. También había fuentes, estanques con peces de colores y también nenúfares de sedosas flores.

    Consiguió encaramarse sobre un montón de runas y mirar por encima de la pared de un espacio que parecía muy grande, era un gran huerto, quizás el m a y o r de la ciudad, tenía incluso una noria tirada por dos burros que daban vueltas con los ojos tapados, y una serie de hombres que con azada en mano, dirigían el agua de la noria por surcos, hasta los troncos de los naranjos que estaban cargados de perfumados frutos de diferentes colores todavía.

    Y todos los bordes del huerto estaban forrados de rosales, todo tipo de rosales.

    Saltó del montón de escombros al suelo polvoriento fregándose los ojos por los contrastes casi increíbles que se daban en aquella ciudad de paredes, de polvo… Y rosas.

    Y pasó el tiempo para el turismo, así que se dirigió a su hotel para esperar como le había indicado el viejecito.

    Llevaba un rato allí cuando aparecieron dos hombres y el anciano en un viejo Toyota y después de saludarle arrancaron el vehículo dando unas vueltas por la ciudad, probablemente para cerciorarse de que nadie les siguiera , y una vez comprobado que no había ojos hostiles vigilando, enfilaron la carretera de Kabul, pero al rato se desviaron por un camino de tierra en bastante mal estado hacia los montes cercanos.

    – Verá que damos algunas vueltas, es por seguridad, aunque nosotros no hacemos nada malo siempre hay gente que si piensa mal, y así mejor ojos que no ven...

    Habló el anciano, siempre con voz suave y convincente, que tenía la particularidad de tranquilizarle y transfundir confianza.

    Después de dar unas cuantas vueltas enfilaron hacia una antigua fortificación británica, que estaba situada sobre una loma dominando todo el valle. Pensó que era un lugar verdaderamente discreto, pero apenas había desgranado estos pensamientos, el coche giró hacia la izquierda entrando en una especie de aldea recogida entre las lomas, y solo visible cuando ya uno estaba dentro de su única calle, o quizás no era ni una calle sino una especie de placeta con las casas dispuestas a su alrededor.

    – El fuerte inglés solo es la atalaya de observación, aquí estamos más recogidos y es mucho más discreto.

    De nuevo el anciano parecía recoger sus pensamientos y los contestaba sin siquiera darle opción para abrir su boca.

    Entre dos de aquellas casas había un corro de personas sentadas en el suelo sobre cojines, y sobre un diván a otro nivel superior el que parecía el maestro les estaba hablando, quizás dando una especie de clase.

    Con la falta de luz del atardecer se deshizo el corro y todos entraron en la mayor de las casas a donde se dirigieron ellos también, después de haber aparcado, dejando el coche recogido en uno de los laterales, disimulado junto a una pared.

    – Ahora cenará con nosotros, después haremos un poco de sobremesa y a dormir. Mañana por la mañana le enseñaremos todo esto y lo que hacemos, después de comer le dejaremos cerca del paso de Sarobi donde cogerá el autobús para Kabul. Y no se preocupe su mochila estará allí y el hotel pagado. Una vez en Kabul se olvidará de nosotros, de lo que ha visto, y de que ha estado aquí. Esto será lo mejor para nosotros y también para usted. Si la policía le preguntase, usted no ha visto nada, solo es un turista.

    Bueno, en la mochila llevaba una guía azul del país, así que lo de turista en parte, o totalmente era verdad.

    En el fondo todos somos turistas de la vida. Pensó.

    La cena fue sencilla pero muy sabrosa, un pincho de kebab de camello acompañado de un arroz especiado fantástico. Aunque posteriormente comería otros arroces especiados, nunca ninguno sería como aquel.

    Después de la cena todos se reunieron entorno a un fuego en el patio y se contaron cuentos del Mullah Nasruddin, pero siempre aplicados a historias sacadas de periódicos , o hechos reales que habían pasado a uno u otro de los diferentes conferenciantes o contadores de los cuentos. Como deferencia al recién llegado, todos hablaban en inglés, que parecían dominar y Juan se sorprendió que todos lo hablaran y encima entre aquellas montañas de un rincón abandonado del mundo, sobre todo cuando en Cataluña o Mallorca que eran zonas que vivían exclusivamente del turismo no podían ponerse de acuerdo para enseñarlo a sus hijos. Cosas de políticos.

    Después presentaron al recién llegado a la concurrencia y empezó una ronda de preguntas en las que todos estaban interesados, en quién era, de que trabajaba, que ganaba, porqué estaba allí, como había llegado, y sus razones personales para estar entre ellos.

    En sus respuestas el recién llegado procuró ser lo más sincero, breve y directo que pudo y ello pareció satisfacer a la audiencia.

    Terminada la velada tocó dormir sobre un camastro de cuerdas y un colchón de hojas de panocha de maíz. Diana a las cinco de la mañana. A pesar de lo temprano, el sol ya apuntaba en el horizonte, y contemplando aquel paisaje comprendió o mejor sintió los primeros versos del poema Kashidah de Hadji Abdu que se decía que no era otra cosa que el pseudónimo del gran explorador Sir Richard Burton, y entonces supo que el hombre había estado efectivamente allí.

    El desayuno fue sencillo pero muy nutritivo, té afgano, pan plano recién horneado en un agujero del suelo, y Dhal o especie de sopa de lentejas.

    Todos comían en absoluto silencio mientras uno de los estudiantes , si se les podía llamar como tales , tocaba una larga flauta de caña con la nariz.

    La mañana empezaba con ejercicios físicos, una especie de baile ritual donde todos se detenían en seco con un golpe de tambor, manteniendo la postura en que estaban el aquel momento, lo que daba lugar a posturas y situaciones la mar de extrañas, y al parecer aquella era precisamente la finalidad. El alumno debía mantener y meditar en aquella postura todo el tiempo que pudiera o que el director del ejercicio considerara oportuno.

    Otros pequeños grupos hacían ejercicios parecidos a las luchas que aparecen en los filmes de Hong Kong, mientras otros sencillamente se sentaban en el suelo y meditaban o entonaban cánticos como si fueran mantras a Allah el Misericordioso, o al Profeta. Otro grupito leía y comentaba pasajes del Sagrado Coran, para repetirlos después en forma de cánticos.

    A Juan la mañana le pasó volando, el guía que no era otro que el anciano de la primera vez y que se reveló como el hijo del Sheik . Después de la comida se despidió de él.

    – Hijo ahora debes marcharte, el coche te llevará a la carretera de Kabul y allí podrás coger el autobús, solo un consejo: APRENDE DE LAS CAÍDAS DE LOS DEMÁS, Y ASÍ LOS DEMÁS NO TENDRÁN QUE APRENDER DE TUS CAÍDAS, ahora ve con Allah el Misericordioso y que El te proteja. Salam Aleikum.

    Se despidieron.

    Se marchó de allí con la cabeza saturada por todo lo que acababa de ver, y que tendría que digerir, por la cantidad de preguntas sin respuesta que rondaban a su alrededor, y por las explicaciones que hubiera querido que le dieran, y que se quedaron enredadas por las colinas de los alrededores, y probablemente entre las torretas del fuerte inglés. Pero profundamente satisfecho a la vez, había visto, había conocido, y tocado. Ahora atesoraba gran cantidad de conocimientos y experiencias que debería meditar, razonar y atesorar en su memoria.

    La subida a Kabul fue un martirio desde el punto de vista del viaje, pero a la vez increíble por sus paisajes, la grandeza y dureza a la vez de sus montañas y su soledad, no había nadie y si lo había no se le veía y pasaban kilómetros y kilómetros sin cruzarse ni siquiera con otros vehículos. Le dio la sensación de que si el autobús se averiaba tendrían que dormir allí , porque sencillamente nadie se daría cuenta. De vez en cuando algún agujero en la montaña dejaba entrever que allí había existido una mina de lapislázuli o esmeraldas, ahora también abandonada, como una vieja cicatriz de un tiempo, que quizás fue mejor.

    El altiplano permitió que el vehículo ganara un poco más de velocidad lo que produjo una sensación de llegada, al fin entre la bruma de la lejanía las primeras luces y sombras, que apuntaban a la capital del país: Kabul.

    Parece ser que la ciudad ya fue habitada en el 2000 antes de Cristo, los persas en el siglo III la llamaban Kabura capital de los antiguos kushitas, ha sido conquistada y reconquistada por los heftalitas (hunos blancos), después hizo su aparición en el horizonte las invasiones islámicas en el siglo VII y en el IX se funda la dinastía Safarida seguida de los Samanidas y los Gaznavidas hasta el siglo XIII que aparecen los primeros mogoles , en el próximo siglo será regida por los Timuridas, hasta que en 1504 la conquista el gran emperador Babur.

    En 1738 aparece el Napoleón Persa Nadir Sha que será asesinado nueve años más tarde por uno de sus propios generales. En 1826 sube al poder Dost Muhammad, y unos pocos años después empezarán las guerras con los británicos que también fueron a hurgar en aquellos remotos parajes, que llegaron a ser tres las guerras anglo–afganas, por falta de una.

    En 1929 Amanullah en el poder abandona por el alzamiento de su hermano Nadir que también será asesinado, subiendo al poder su hijo de 19 años Zahir Sha que modernizará y será el último rey del país.

    Medio depuesto por una serie de dictadorzuelos aparecerán en el horizonte los rusos de la mano de Babrak Karmal y ello dará lugar a la guerra con los rusos que durará diez años, y que terminará con la vergonzosa retirada de éstos.

    Vamos que si alguien quiere emociones fuertes debería trasladarse a vivir en un pisito de Kabul.

    El renqueante autobús llegó al anochecer a la ciudad, aún así siempre había gente esperándolo, vendedores, el botones del único Gran Hotel Intercontinental para redirigir a los turistas extranjeros, también dueños de algunas pensiones kabulíes para pescar algún cliente nacional, también algunos policías vigilando, y algún curioso para redondear la cuenta.

    Estaba más muerto de hambre que otra cosa y dudaba entre si debía encontrar una pensión o un restaurante y comer primero, cuando parecía que esta opción iba a ser la ganadora...

    – Salaam, quizás podría ayudarle si me dice lo que busca.

    El hombre tenía un aspecto sencillo pero bueno, vestido a la europea, bien aseado, y no iba armado, aunque en la ciudad poca gente iba armada en contraste con las zonas fronterizas. Hablaba un inglés perfecto, con una voz suave que irradiaba seguridad, educación y confianza.

    Bueno la verdad es que busco un restaurante para comer, este ha resultado un largo día y no he comido nada desde el amanecer. Después el hotel Lodhi.

    Anteriormente amigos suyos habían estado en este hotelito recomendándolo, así como también sus precios, por eso conocía su existencia y era donde había pensado estar.

    – Verá, yo soy el director del Lodhi hotel, le estaba esperando. Si le parece le guiaré hasta allí, dejaremos sus cosas, se aseará un poco, y si lo desea después le guiaré hasta un restaurante donde podrá comer el mejor arroz pilaw del país.

    – Bueno parece una buena proposición, veámosla.

    Había dicho que estaba esperándole y aquello le había intrigado un poco, pero no demasiado. Empezaba a acostumbrarse a las sorpresas de este tipo en Afghanistán.

    Kabul resultó ser una ciudad apasionante, con una vida bulliciosa y orgullosa de si misma, un increíble bazar, donde todo podía ser hallado y comprado. Le impresionó la calle principal que iba desde Char e Now hasta el bazar, estaba toda alfombrada con grandes alfombras rojas, y la gente, las bicicletas, los camellos y hasta algún coche o moto circulaban sobre ellas pisándolas, aunque parecían alfombras nuevas. Y resultó que lo eran, pero lo valorado eran las alfombras con un color rojo ocre, y esto se conseguía con el uso, por eso los comerciantes de alfombras las tendían en medio de las calles para ser pisadas, y cuando habían conseguido la tonalidad deseada las llevaban al río Kabul, se lavaban con jabones vegetales y abundante agua se secaban en sus márgenes, con el clima seco del altiplano, no había problemas, para finalmente exponerse para su venta.

    En el bazar había verduras del Helmand, frutas de Kost, frutas tropicales de Jalalabad y Pakistán, todo tipo de arroces de la India, y por supuesto armas de Darra, bicicletas chinas, motocicletas japonesas, telas y tejidos de Birmania, y sedas o piedras semipreciosas de Ceylan, lapis y esmeraldas de las montañas circundantes, en fin todo estaba allí. La calle de los sastres, la de los alfareros, la calle de los herreros, la de los panaderos, la de los curanderos y farmacias, la de los comerciantes de grano, por supuesto la de las alfombras, la de antigüedades, y un sin fin de cosas más , por supuesto también librerías aunque menos. Y desde que salía el sol todo el mundo se echaba a la calle y excepto los barberos, los vendedores, y los aguadores que acarreaban el preciado líquido a sus espaldas, nadie mas parecía trabajar, todo el mundo vagaba de un lugar a otro sin otro fin que el de curiosear, saludarse, besarse, –los hombres entre ellos–, las mujeres estaban desaparecidas en sus casa o escondidas bajo sus burcas arrugados que incluso llevaban una rejilla ante los ojos para que nadie pudiera verlos.

    Además era Ramadán, y solo se podía comer durante la noche, antes del amanecer, y al anochecer cuando sonaba un cañonazo avisando de la finalización del ayuno para los kabulíes, y autorizaba a restaurantes y chaijanas a abrir y servir comidas .

    Suele decirse que el mejor condimento de toda comida es una buena hambre, allí en aquel país y durante aquella época las comidas, casi todas a base de arroces especiados , kebabs de cordero y similares eran fantásticas, y los melones probablemente los mejores del mundo conocido.

    Las noches en el hotel resultaron muy curiosas, prácticamente no había televisiones en la ciudad, una por supuesto en el Gran Hotel Intercontinental y algunas más en las casas particulares de algunos políticos y algún adinerado hombre de negocios, que solo podían ver cadenas pakistaníes, y alguna hindú en las que se pasaban una tras otra películas de las mejores épocas de bollywood .

    Por supuesto el hotel Lodhi no la tenía, pero tampoco la necesitaba, por las noches, después de la cena, todos los clientes y personal del hotel se reunían en el patio central , después de rezar unas suras del Sagrado Corán y comentarlas un poco, se pasaba a la parte más interesante en que cada uno de los clientes contaba alguna historia o anécdota, que más o menos le hubiera pasado, o que conocía, para luego pasar a comentarla, la mayoría eran historias de la vida cotidiana que ellos conocían y que referían a historias del Mullah Nasruddin, todas ellas altamente instructivas, a veces cómicas, todas con su correspondiente comentario y a veces moraleja.

    Como extranjero y como novedad Juan tuvo que contar algunas cosas, pero sobre todo someterse al correspondiente interrogatorio orientado a saber quien era, como se vivía en su país, qué sueldo ganaba, y que se podía hacer con una cantidad como aquella, o con un sueldo corriente. También querían saber como eran los servicios sanitarios en su lugar de origen, como las escuelas y otras cosas similares que les permitían sopesar ambos mundos, y conocer mejor el suyo y compararlo con el del extranjero.

    Entre las historias que había oído contar, casi todas del Mullah Nasruddín, Juan optó por otra cosa, contar cuentos de las Rondallas de Mallorca que recordaba haber oído una y otra vez en boca de su padre y de su abuelo. Aquello asombró un poco a los asistentes que preguntaron insistentemente por el origen de aquellos cuentos, y por si podían tener raíces sufíes en sus orígenes.

    La segunda noche en aquel lugar, dormía como un tronco cuando lo despertó una fuerte explosión seguida de una fuerte sacudida. Lo primero que pensó es que aquello podía ser un nuevo golpe de estado o similar, había visto tanques de origen soviético quemados y abandonados en algunas calles, que los niños usaban para jugar subiendo y encaramándose sobre ellos, y aquello podría tratarse de las mismas cucharadas.

    Como además no podía hacer nada, tenía dificultades de comunicación con la gente, lógicamente, y además por la noche todos los gatos son pardos, y podía ser confundido por quien no debiera, optó por quedarse en la cama y esperar al día siguiente.

    Cuando se levantó lo primero que hizo fue preguntar a uno de los empleados que cosa había pasado por la noche.

    El empleado afgano señaló el suelo detrás de él, en el patio y atravesándolo de parte a parte había una raja en la tierra de u n o s dos palmos de ancho y tres o cuatro de profundidad.

    Todo aquel ruido había sido un terremoto. El primero en su vida, pero al suceder de noche, estando dormido, no haber habido réplicas al menos detectables y en aquel país, fue precisamente en lo que no pensó.

    Bueno, mejor un terremoto que ya había pasado que no un enfrentamiento civil, de resultados imprevisibles y que hubiera desbaratado todo su viaje.

    Pero no quería quedarse solo en Kabul, aquel país le parecía fascinante y deseaba ver todo lo posible .

    Pensó en visitar Mazar i Sharif atravesando el paso de Salang construido por los rusos, para comunicar el norte del país con el valle de Kabul y el camino hacia el valle del Indo y el mar.

    Quería ver primero un Bushkadi, deporte de los caballeros afganos que consiste en recoger un carnero muerto desde un caballo para llevarlo a un círculo en mitad del campo, mientras los otros caballeros intentan impedirlo. Después el famoso puente llamado de la amistad y el río Oxus de los griegos de Alejandro el Magno. A la vuelta quería ver los Grandes Budas de Bamiyán y los lagos turquesa de Band i Amir únicos en el mundo, para luego regresar sobre sus pasos.

    Mazar resultó un lugar increíble casi digno de las mil y una noche, allí conoció a Jabor Khan un personaje increíble y cachondo como se diría en España. Marido de cuatro mujeres que pasaba por la vida como si fuera un constante juego de azar, al que era extremadamente aficionado, o una constante juerga que también reverenciaba como a su propia vida.

    Presenció su primer Bushkadi, el juego a caballo más definitorio del carácter indómito de aquella gente, juego más increíblemente rudo que nunca llegara a presenciar en su vida.

    Volvió de nuevo por Salang, pero pasado el túnel torció hacia occidente entrando de lleno en el corazón del Hazarajat o país de los hazaras, dirigiéndose hacia el valle encantado de Bamiyán la capital de los Budas Gigantes, los más antiguos y grandes del mundo.

    Se trataba de un valle increíble, antaño gran centro budista y lugar donde aparecería el arte Gandara, como resultado de la colisión entre el arte más agresivo y en movimiento de los griegos, que llegaron a estas zonas con el Gran Alejandro el Magno, o Iskandar como lo llamaban los kafires del valle de Rumbur y Bumburet, o sea tribus descreídas que vivían en las fronteras con Pakistan, destruido completamente por los mongoles de Atila, que a la vuelta de sus incursiones en el sur descubrieron que aún quedaban supervivientes, y decidieron terminar el trabajo matando a todos los que habían quedado vivos a su primer raid.

    El autocar, si aquello podía ser nombrado con este nombre, que mas parecía un híbrido entre camión pakistaní, autocar ruso y tractor chino, llegaba solamente una vez por semana, después de arrastrarse, y la palabra es exacta, por caminos polvorientos y llenos de baches, de los que alguno de ellos es primo hermano de Gran Cañón del Colorado, donde uno tenía la perenne sensación de que si el autocar se metía allí no volverían a salir nunca jamás. Pero el motor del tractor después de mucho refunfuñar, siempre acababa sacando el destartalado vehículo de la trampa para elefantes donde se había caído.

    Cuando coronaron la última colina el vehículo se detuvo, se diría que había entregado el alma, todos los pasajeros se agolparon en las ventanillas como si aquella fuera la primera vez que contemplaban el valle, ahora cubierto de verde y salpicado de enormes moreras, que se extendía suavemente hacia la lejanía. Su color verde contrastaba con el ocre de las montañas que lo rodeaban y hacían que desde el aire pareciera una esmeralda recién descubierta entre el ocre de la tierra excavada a su alrededor.

    Largas avenidas de estos árboles flanqueaban los caminos que se iban concentrando todos en la pequeña población, que se levantaba excéntrica no lejos de la pared rocosa de la zona norte donde se excavaban dos Grandes nichos con los Budas más altos del mundo, levantados, o mejor debería decirse tallados, en las paredes del farallón.

    Medían unos 55 metros el mayor y unos 37 metros el menor de ellos y databan del siglo IV antes de Jesucristo.

    La pared norte alrededor de los Budas estaba agujereada semejando una especie de gran termitero por las cuevas de los anacoretas budistas que allí habían residido en el pasado, incluso habían otros nichos de estatuas budistas menores, ahora desaparecidas .

    Un grupo de jinetes se acercó corriendo hacia el autobús, festejando su llegada con disparos de pólvora negra al aire, y dando vueltas al vehículo entre vítores de los pasajeros y campesinos que encontraban en su camino, hasta la plaza central del pequeño pueblo.

    Los jinetes cabalgaban sus pequeñas monturas con una destreza inusitada, dirigiendo sus caballos con las rodillas y cargando sus escopetas de avancarga y disparando sin detener la cabalgada. Cuando llegaban a la plaza del pequeño, pero pintoresco pueblecito, sonó el cañonazo que avisaba del final del día y final también del ayuno, y precisamente justo en medio de la plaza había un hombre con un pequeño fuego de brasas, las mantenía vivas agitando constantemente un abanico con la mano izquierda, mientras con la derecha preparaba unos pinchos de carne especiada, también pichones y kebabs.

    Hacia allí se encaminó directo y muerto de hambre, nuestro viajero español, andar todo un larguísimo día dando tumbos por aquellas montañas sin nada que llevarse a la boca en todo el camino, y solo unos sorbos de agua azucarada a escondidas, despertaba el apetito hasta a los muertos, y como el hambre es sin lugar a dudas el mejor condimento de todas las comidas, aquella fue la mejor carne asada que había comido y comería, en toda su vida.

    Cuando había saciado el hambre y pagado, el cocinero que se había mostrado impasible en todo momento rompió su silencio, para preguntar si la comida había sido de su agrado.

    Como pudo, el español le dio a entender que aquella había sido la mejor comida de su vida. Entonces el hombre le preguntó en un inglés macarrónico si sabía lo que había comido.

    – No, no. Por supuesto que

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