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Levántate, sacúdete y vuela
Levántate, sacúdete y vuela
Levántate, sacúdete y vuela
Libro electrónico237 páginas5 horas

Levántate, sacúdete y vuela

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Información de este libro electrónico

En la vida, a veces se gana y a veces se pierde. Cuando nos toca perder, se vale sentir la tristeza y llorar, se vale sentir el enojo, se vale frustrarnos by vivir el duelo, pero a pesar de la pérdida, a pesar del dolor, a pesar del hueco que queda cuando perdemos algo que amamos, todos podemos decidir levantarnos, sacudirnos, transformarnos y segu
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2022
ISBN9786078738083
Levántate, sacúdete y vuela
Autor

Denise Ramos

Es Licenciada en Ciencias de la Educación, cuenta con la Maestría en Terapia Integral Familiar por la Universidad del Valle de México. Cuenta con un Diplomado en Psicología Bariátrica avalado por el Instituto de Investigación y Educación en Ciencias de la Salud y un diplomado en Formación Estratégica para Gerentes de Altos Desempeño por el Tecnológico de Monterrey. Cursó el seminario académico “Women’s Empowerment in the 21st Century” en el Washington Center en Washington D.C. Se certificó como Master Coach en Neuroventas con Jugren Klaric y también se certificó como conferencista con el Dr. Cesar Lozano. Formó parte de un equipo multidisciplinario de atención a personas con obesidad en la Clínica de Cirugía, Obesidad y Diabetes del Hospital Cima Hermosillo. Ha dado varias conferencias de inteligencia emocional y de superación personal para empresas, escuelas y en eventos masivos en México y en Estados Unidos. Es conferencista en “Letras en Tacones” un evento que se hace en CDMX por seis escritoras en apoyo a una fundación que ayuda a víctimas del cáncer de mama. Trabajó como capacitador externo del Centro de Capacitación del Gobierno del Estado de Sonora dando cursos y talleres.

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    Levántate, sacúdete y vuela - Denise Ramos

    PRÓLOGO

    Levántate, sacúdete y vuela es toda una filosofía, una manera de enfrentar el día a día, una forma de seguir adelante en esta maravillosa aventura que es la vida

    Todos, absolutamente todos los seres humanos, nos encontramos en un proceso, en un camino de evolución cuya meta es convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Durante este camino experimentamos momentos de inmensa dicha y felicidad, pero también hay experiencias difíciles y dolorosas que nos sacan de nuestra zona de confort y de la inercia con la que estamos viviendo. Cuando esto sucede, nos estremecemos, nos desequilibramos y no sabemos qué hacer. En ocasiones nuestro mundo colapsa y la crisis se instala en nuestra existencia. Entramos a esas oscuras noches del alma de las que solo nosotros podemos salir… ¿Cómo? Levantándonos, sacudiéndonos y volando.

    Denise Ramos en este libro, se ha dado a la tarea de encontrar diversas historias que nos hacen reflexionar, aprender y entender que aún después de un punto de quiebre, de un revés, de un giro inesperado, sigue habiendo más vida por vivir, porque solo de nosotros depende convertirnos en una especie de bambú (que a pesar de estar en la peor de las tormentas se dobla pero no se rompe), obtener la enseñanza que dejó la experiencia, y con lo aprendido, salir fortalecidos.

    Con su experiencia como psicoteraputa, a través de los relatos, Denise logra darnos distintas herramientas, que al aplicarlas, nos permitirán convertirnos en personas resilientes, en individuos que deciden asumir la responsabilidad de sus actos y circunstancias, y en verdaderos héroes dispuestos a emprender el vuelo.

    Así que primero entrégate a la lectura, para después más allá de lo que estés viviendo, tener la fuerza para levantarte, sacudirte y volar, como los protagonistas de estas historias.

    Martha Carrillo.

    Periodista, conductora de espectáculos y escritora tanto de telenovelas para la televisión mexicana como autora de libros.

    Mi amiga Denise Ramos, a través de esta obra, Levántate, sacúdete y vuela, te llevará a tocar fibras sensibles y reconocer el gran poder que tenemos de superar cualquier circunstancia, cualquier prueba por más compleja que esta sea. Te recomiendo que leas este libro con tu mente y tu corazón abiertos para que estas historias detonen en ti el gran potencial de vivir desde tu fortaleza, tu alegría y tu capacidad de sobresalir. La lectura de este libro a mí me ha hecho reactivar mi poder interno y recordar que estoy hecho con todo lo que necesito para superar cualquier prueba y atreverme a vivir una vida más plena y con sentido.

    Gracias Denise Ramos por ayudar a tantas personas con estos mensajes tan poderosos.

    Iván Martz - Conferencista y escritor

    INTRODUCCIÓN

    —S i me caigo, me levanto. No seré ni el primero ni el último que se cae. —Me respondió un jovencito que estaba a punto de entrar a una competencia de equitación cuando yo le había advertido:

    —Ten cuidado, no te vayas a caer.

    Por mucho tiempo he asistido a las competencias de equitación, ya que mi hija es Amazona. He visto cómo los niños y jóvenes que compiten de pronto se caen, se revuelcan en la tierra, a veces se quedan unos minutos tirados, algunos lloran por el dolor o se enojan por la frustración. Después se levantan, se sacuden la ropa blanca y se vuelven a subir al caballo. He visto a más de uno, incluyendo a mi hija, que después de una caída, se levanta, se vuelve a subir al caballo, se inscribe en otra prueba, y hace una pista perfecta, donde casi sin hacer esfuerzo, vuela las barras junto con el caballo, llevándose el primer lugar.

    Hace algunos años, conocí a una señora que había perdido un hijo hacía 15 años. Ella me decía: Yo no he vivido todos estos años, yo he sobrevivido. Ella se había quedado estancada en el dolor por su pérdida, y dejó de existir para el resto de su familia. Ella decidió vivir sin sentirse viva, ya que el dolor era demasiado intenso, y no había podido ni querido levantarse y salir adelante.

    —Solo estoy esperando a que la muerte venga por mí y me lleve con él —decía la señora.

    Semanas más tarde, me enteré de que ella había fallecido. Me da tristeza que nunca volvió a disfrutar de sus otros hijos que sí estaban vivos ni de sus nietos, porque decidió seguir sufriendo.

    Los golpes y las caídas son parte de la vida, mientras estemos vivos, los seguiremos experimentando. La vida no perdona a nadie, a todos nos da golpes, golpes de tristeza y golpes de dolor. Y se vale llorar, se vale enojarnos, frustrarnos y vivir el duelo. Pero a pesar de la pérdida, a pesar del dolor, todos tenemos la capacidad de levantarnos, sacudirnos, aprender del dolor, transformarnos, y seguir adelante.

    Tú decides si permites que los golpes de la vida maten tu esencia, tus ganas de vivir y tus sueños, o si te levantas y te fortaleces, porque sabes qué, si pudiste soportar un golpe, podrás soportar lo que venga.

    Levántate, sacúdete y vuela más alto. Tú puedes hacerlo.

    Denise Ramos

    Autora, conferencista

    internacional y psicoterapeuta.

    MI ARBOLITO RESILIENTE

    Tenía siete años cuando mis papás nos llevaron a pasar unos días de campo a la sierra de Los Ajos, Sonora. Cuando llegamos al lugar, yo sentí que estaba en el paraíso. El lugar estaba decorado de hermosos árboles con hojas rojas, anaranjadas y amarillas. Se respiraba paz, y tranquilidad, lo que en ese momento yo llamé plenitud, felicidad, alegría. No me quería perder ni un momento de ese lugar. Caminamos entre árboles y pinos, y pasamos por un hermoso río con aguas cristalinas. Jugué muchísimo ahí, bebí un poco de su agua, pues me pareció perfectamente purificada. Viví esos días extasiada. Llegó el domingo y teníamos que desarmar las tiendas de campaña, ya se estaba acabando la experiencia, ¡no me quería ir! Tenía que llevarme algo de ese lugar. Junté unas piñas que se habían caído de los pinos, pero no era suficiente. Necesitaba algo vivo. Yo quería un árbol con hojas rojas. Busqué un arbolito pequeño, pero cuando intentaba sacar uno, no podía, pues las raíces estaban muy fuertes. Seguí buscando sin suerte, pues todos estaban grandes. Ya nos teníamos que ir, mis papás y mis hermanas ya estaban arriba del carro y yo no había tenido suerte.

    De pronto lo vi. Justo enfrente de mí estaba un pequeño arbolito con las hojas más rojas que jamás había visto. Ahí estaba, pequeñito y frágil. No medía ni treinta centímetros. Lo jalé y salió fácilmente de la tierra. Me lo llevé y lo puse en la caja del pickup. Cuando llegamos a Cananea se lo enseñé a mi papá, y él me dijo que estaba muy pequeñito, y que le había arrancado algunas de sus raíces. —No sobrevivirá —me dijo. Yo me quedé desilusionada y lo dejé en la cajuela del carro. Ahí duró una semana, sin tierra y sin agua, muriéndose poco a poco. A la semana, mi mamá le dijo a mi papá: —Ese arbolito que trajo la Denise sigue vivo, deberías de plantarlo. Lo plantamos y el arbolito sobrevivió; creció enorme y cada otoño sus hojas se vuelven rojas. Lo llamé mi arbolito resiliente, pues a pesar de parecer frágil, de haber permanecido sin agua ni nutrientes, creció grande y hermoso.

    Así, los seres humanos tenemos la capacidad de sobrevivir a pesar de los golpes de la vida. Estamos dotados de la decisión de ser resilientes y enfrentar con coraje las pérdidas, traiciones, enfermedades y pruebas que nos pone la vida.

    Cuando nadie piensa que podemos superar un duelo, está en nosotros decidir si quedarnos estancados o levantarnos, sacudirnos y seguir disfrutando de la vida.

    DENISE

    Creo que es un buen momento para contar mi historia personal, la que llevo orgullosamente sobre mis hombros y en mis entrañas. Nací en la Clínica Obrera en Cananea, Sonora, un pueblo minero ubicado en la serranía del estado. En mayo de 1977, llegué entre llantos y una humilde frazada a casa de mis padres. Jesús Ramos Castillón, mi papá, un hombre que fue forjado a la antigua, de un molde muy especial. Desde niño se enseñó a ser fuerte y trabajador, se hizo un experto para cortar y cargar los maderos y troncos para subsistir, esa era la materia prima que se usaba en muchas casas para prender las chimeneas y las estufas de leña. Mi papá andaba con su burrito llevando leña a donde se necesitaba. De origen muy humilde, pero con un corte elegante como un juego de té inglés, güero de ojo azul, un verdadero tipazo. No le gustaba mucho la educación formal, no terminó la secundaria, pero eso no le impedía destacar en todo lo que hacía. Llevaba la música en el corazón, aprendió a tocar la guitarra sin que le tuvieran que enseñar, solo de oído. Fue el primero de seis hermanos, lamentablemente, quedó huérfano de padre a los diecisiete años, y se dedicó a su pasión: la música.

    Mi madre se llama María Bertha Murrieta, también de origen humilde, la tercera de seis hermanos. Ella fue siempre una niña muy estudiosa y disciplinada, sacaba las mejores calificaciones para no dar problemas, pues mi abuela ya bastante batallaba con mi abuelo, quien era alcohólico. Gracias al abuelo de mi madre, quien trabajaba en la mina de Cananea, ella pudo aprender inglés en la única escuela bilingüe en la ciudad, la cual solamente aceptaba a los hijos de los directivos, que eran americanos, y a unos pocos de mexicanos que eran hijos de empleados de la mina. Su abuelo era empleado de confianza, y le permitieron inscribir ahí a una nieta. A mi mamá le tocó esa suerte. Conoció a mi padre en un baile del pueblo. Ahí estaba tocando y cantando con su grupo cuando se conocieron y ya no quisieron separarse. Decidieron casarse, pero antes, mi madre le pidió a mi padre, quien solo vivía de la música, que tuviera un trabajo estable en la mina de Cananea. Ella fue maestra de inglés por muchos años en el Instituto Minerva, la misma escuela bilingüe a la que asistió. Ahí también estudiamos mis hermanos y yo. Las reglas eran muy estrictas, siempre nos llenaron de tareas y exámenes. La jornada era larga, entrabamos a las ocho de la mañana, salíamos a comer a la una, y al terminar, regresábamos para seguir estudiando hasta las cuatro de la tarde. Un sistema poco convencional, más apegado a la usanza de Estados Unidos.

    La verdad, no se me daba la escuela, eso de estudiar no era para mí. Prefería vivir de mis fantasías, de los sueños aletargados en mi cabeza y en mi corazón. Imaginaba mil cosas que, ahora cuando las recuerdo, sonrío tiernamente para mis adentros. Tenía amigos imaginarios del tamaño de mis dedos con los cuales conversaba efusivamente, me gustaba topármelos observando mis movimientos debajo del pupitre; se escondían del resto de los alumnos para que no se asuntaran. Fabriqué muchos cuentos, cada detalle me transportaba a lugares hermosos, me llené de historias a tierras lejanas, me encantaba la sensación de viajar, de volar.

    —Denise Ramos, ponga atención, ¿de qué tema estamos hablando, dígame? —rezongaba la maestra, enojada, apuntándome con el gis.

    —De Abraham Lincoln, maestra.

    —No, eso fue la semana pasada. Si sigue así, va a reprobar, ¿eso quiere? —jaló aire para seguir con la letanía —¿Me escuchó? Aquí no queremos gente que no estudie.

    —Ok, maestra.

    Me hice fama de ser muy burrita. Lo que sucedía en realidad es que tenía déficit de atención, pero en aquellos años no se diagnosticaba, ni siquiera se conocía. Me hice a la idea de que realmente no servía para leer, ni para las matemáticas, ni para escribir. Me tomaba mucho tiempo, y ni así lograba llegar a las respuestas correctas. Lo que sí conseguía era hacer reír a mis compañeros, eso sí sabía hacer: ser una especie de payasito que les alegraba el día a mis amigos, y a mí me gustaba hacerlo. Andaba para arriba y para abajo visitando a todos en sus lugares, y una vez más la maestra me castigaba. Yo pecaba de indiferente ante ella para hacerme la importante, fingía que no me importaba, pero en realidad sí me dolía bastante no poder dar el ancho. Sentía que era burra, y eso me afectaba. Mi mamá siempre me regañaba y me castigaba, porque cada boleta era igual, siempre había algunas notas marcadas de color rojo para que no se les fueran a pasar. Así era como llegaban los regaños, los castigos, las palabras, los consejos y las promesas de mi parte.

    Yo y mis hermanas, Melissa, la mayor y Suzzette, quien me llevaba un año, vivíamos lo mismo, pues a ninguna nos gustaba mucho estudiar. Melissa casi no jugaba con nosotras, más bien nos mandaba; era la autoridad y nosotras le hacíamos caso. Queríamos quedar bien con ella porque la admirábamos, era la más bonita, tenía la piel blanca y estaba muy alta. Con quien más pasaba el tiempo era con Suzzette, tenía que ser así, nos vestían igual, peinaban igual, ambas estábamos del mismo tamaño y dormíamos en el mismo cuarto.

    Ambas jugábamos mucho, andábamos juntas de un lado para otro; quizás por su edad me identificaba plenamente con ella. Quizás por eso platicábamos siempre de todo, inventábamos historias de fantasía juntas sin importar la hora, la noche se nos podía caer encima, y nosotras seguíamos hablando. ¡Éramos inseparables!

    Tomamos clases de danza juntas, mamá nos inscribió desde los tres años a practicar ballet. En el pueblo teníamos que caminar mucho; era bastante normal que nos desplazáramos solas hasta la casa. Eran otros tiempos, los peligros eran muy diferentes a los de hoy en día. Saliendo de la escuela de danza, recorríamos las calles platicando despreocupadamente, y si un perro aparecía en nuestro camino, yo siempre me ponía al frente para defenderla. Aunque ella era un año mayor que yo, su forma de ser era más débil, más introvertida; no tenía muchos amigos, a ella eso no le interesaba. Ocho años después de mí, nació mi hermana, Pamela, y cinco años más tarde, nació Jesús Iván, mi hermanito. En total fuimos cinco hijos, no teníamos lujos, ni nos preocupábamos por tenerlos. Tampoco nos vestíamos con ropa cara, más bien lo que conseguíamos en las baratas de Douglas, Arizona, que está a 45 minutos de Cananea. Ahí, mi mamá era experta en encontrar especiales. También teníamos primas de Guadalajara que nos regalaban cosas que iban desechando, pero para nosotras estaban bien. Por supuesto que casi no íbamos a restaurantes a comer, y si alguna vez íbamos a uno, pedíamos lo más barato del menú. Se compraba lo básico, pero a pesar de que no había tanto dinero, no nos hacía falta nada, ya que la mina pagaba los servicios de los trabajadores y sus familias. Como los dos trabajaban, mi papá en la mina y mi mamá en la escuela que pertenecía a la mina, podíamos disfrutar de los beneficios que esta les otorgaba. Uno de ellos era el club campestre, el cual contaba con una gran alberca, campo de golf y canchas de tenis. Ahí aprendí a nadar y a jugar tenis. También fuimos a Disneyland varias veces gracias a mi tía Neta, quien nos regalaba las entradas, y nos invitaba a quedarnos en su casa en Los Angeles.

    Mi papá tocaba y cantaba. Interpretaba las canciones de forma preciosa, con un tono de voz elegante, y con mucha fuerza y sentimiento. El Ave María lo interpretó muchas veces en las bodas de mis tías, yo soñaba que algún día lo pudiera cantar en mi boda.

    —Papá, ¿también cantarás el Ave María en mi boda?

    —Claro que sí, mi güerita

    Papá se dio a la tarea de

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