Anna y Eva
Por J. Walther
2.5/5
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Anna queda fascinada al ver por primera vez a la austeramente bella Eva y hace todo lo posible para conocerla. Las dos artistas entran en un juego intimo más rápido de lo imaginado, aunque para Eva es la primera experiencia con una mujer. Pero, ¿Eva quiere envolverse con una mujer?
¿Y podrá Anna sobrellevar el pasado que Eva le confía?
Una historia de identidad sexual y autentica feminidad.
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Anna y Eva - J. Walther
Anna y Eva
Solo una cuestión de amor
J. Walther
Traducido por Emmanuel Mondragón Richards
Anna y Eva
Escrito por J. Walther
Copyright © 2020 J. Walther
benjamins.gaerten@gmx.net
www.janas-seiten.de
Traducido por Emmanuel Mondragón Richards
Diseño de portada © 2020 ancutici kommunikationsdesign, www.ancutici.de
Fotografías: Olga Vladimirova/Shutterstock, mathias the dread/Photocase, hellokisdottir/Fotolia
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1
Anna esperaba a Phillip afuera del edificio en el que se llevaría a cabo la inauguración de la exposición. Había mucho movimiento, una pintoresca variedad de gente acudía al evento. Anna llevaba un abrigo rojo hasta la rodilla, pensando que era el adecuado para la ocasión. Relajada, miraba alrededor, pues Phillip llegaría en cualquier momento. Una mujer, quien llevaba un vestido negro largo y encima un corpiño color borgoña, llamó su atención – era muy atractiva.
Ahí venía Phillip; llevaba unos pantalones chinos y un abrigo marinero abierto. Sus rizos castaños, que seguían creciendo cada vez más, se alborotaban descontroladamente sobre su cara. La abrazó y Anna le dio un beso en la mejilla.
—Genial, ¿qué va a decir la gente ahora?
—Es indeleble, no te preocupes. —Ella tenía los labios pintados de un color acorde con su abrigo.
—Mejor besa a… —Él volteó a ver a todos lados— A esa de ahí. —Señaló a la mujer del vestido negro.
—No tienes malos gustos. —Anna le lanzó una sonrisa radiante a la mujer— ¿Y dónde está tu jota de corazones?
—Ya sabes que Seth…
—…nunca viene a Berlín.
—Eso no es verdad —alegó Phillip.
—En realidad, me refería al dueño de la galería.
—No digas tonterías.
—Ya veremos. —Anna se río y se recargó en él. Phillip le había llamado por teléfono en cuanto terminó de hablar con el dueño de la galería, y ambos se murieron de risa porque Phillip intentó ligarse al evidente hombre maduro, para que apoyara la causa de su grupo artístico. Pero por supuesto que lo de jota de corazones solo era una broma. De cualquier manera el dueño de la galería había intercedido para que les dieran un espacio para exhibir sus obras, y por eso estaban ahí.
Entraron al edificio y miraron alrededor. Las paredes del recinto estaban revestidas de distintas capas de pintura y restos de papel pintado. El barniz quebradizo de los marcos de las ventanas se estaba desmoronando. Las habitaciones estaban iluminadas con reflectores y velas, en las paredes había pinturas y fotografías, también había algunas esculturas distribuidas a lo largo de la galería.
Fueron por una copa de champán, y entonces continuaron.
Phillip brindó con Anna y dijo:
—Mira, ahí está.
—Nada mal. —El hombre rondaba los cuarenta, atractivo, esbelto, cabello grisáceo y gafas a la moda.
—Pero lo más importante, quiere negociar lo de nuestra exposición. —Fueron a su encuentro y el dueño de la galería se les acercó.
—Buenas noches. —Phillip le estrechó la mano— Ella es Anna.
—Mucho gusto. Qué bueno que vinieron.
—¿Está disfrutando de la exposición? —preguntó Phillip.
—Podemos hablarnos de «Tú». Soy Christoph —dijo él.
—Encantado, soy Phillip. —Levantó su copa de champán invitando a Christoph a un brindis.
—¿Ya echaron un vistazo?
—No, acabamos de llegar.
—Las fotos que más me han gustado hasta ahora son las de allá. —Christoph señaló en esa dirección y ellos lo siguieron— Son de un fotógrafo brasileño. —Anna contempló las fotos. Mostraban a gente joven en una habitación de hotel, solos, en pareja o de a cuatro. Las imágenes estaban sumergidas en una luz cálida e impregnada de melancolía.
—Sí, muy natural, sin modelos o algo por el estilo. De algún modo me recuerdan a una película sudamericana —dijo Phillip.
—Puede ser. —Christoph dio un sorbo a su champán y observó a Phillip.
—¿Exhibes cosas así en tu galería? —le preguntó Anna.
—No, mi especialidad es la pintura. Artistas contemporáneos. ¿Qué me dices de estos cuadros? —Christoph los siguió guiando a través de la galería y se detuvo frente a unas pinturas grandes con colores luminosos. Una criatura verde similar a un fauno, quien observaba a una mujer por encima del hombro. Una quimera de color azul con pequeños senos y mirada cautivadora. Dos chicas africanas, quienes juntaban y entrelazaban sus trenzas. La vívida pincelada resaltaba el efecto de los motivos.
—Increíble —dijo Anna sin más, y leyó la información acerca de la autora. Phillip contemplaba cada una de las pinturas con Christoph parado cerca de él.
—Disculpen, tengo que hablar con alguien más —dijo Christoph al cabo de un rato—. Sigan viendo, es una fantástica exposición. Más tarde los presento.
—¿Este es el estilo que muestra en su galería? —preguntó Anna cuando se fue.
—No, para nada. Al menos de lo que hay aquí hoy… no me preguntes. Figuras y cosas abstractas.
—Entiendo. —Anna siguió contemplando con fascinación los cuadros y siguió caminando— ¿Crees que la autora esté aquí?
—A lo mejor. Quizá Christoph lo sepa.
—Como sea, es un tipo agradable.
—Ya te lo había dicho. —Continuaron caminando tranquilamente por las habitaciones. Estaban de acuerdo con la mayoría de las pinturas e ilustraciones, sin embargo, su opinión sobre las fotografías discrepaba. Phillip era un fotógrafo hasta la médula, mientras que ella prefería un estilo gráfico, no obstante, también apreciaba la pintura.
Finalmente, se detuvieron frente a una delicada escultura en la cual se asociaba el Metal y los barquitos de madera pulidos a una construcción flotante. Similar a un móvil colgante, los barquitos estaban colocados en barras de metal y se movían suavemente con la corriente del aire.
Christoph se paró junto a ellos.
—La hizo una amiga mía, Eva Wanjak.
—Me gusta mucho —dijo Anna y señalo con el dedo la base de la escultura. Ahí había una tarjeta con información sobre la autora.
—¿Se encuentra aquí esa autora? —Phillip apuntó hacia las pinturas que hace un momento observaron.
—Creo que sí, la buscaremos. Pero primero vengan conmigo.
Siguieron a Christoph, quien les presentó a dos tipos barbudos y con estacas en las orejas. Les mostraron el folleto y el material sobre los trabajos de su grupo.
—Estoy seguro que podríamos tomar algunas cosas de esto para la próxima exposición —dijo uno de ellos. Intercambiaron contactos y acordaron que Phillip le llevaría a Christoph algunas obras.
—Estupendo —dijo Anna