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El museo de los chirimbolos
El museo de los chirimbolos
El museo de los chirimbolos
Libro electrónico61 páginas27 minutos

El museo de los chirimbolos

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Esta es una historia alegre, en la que los animales corretean a sus anchas por las páginas del libro. Guille, su protagonista, con ayuda de su imaginación y la de su familia, juega a crear un zoo imaginario, lleno de todo tipo de animales: cebras, leones, hormigas, grillos...
Cuando un día ve que sus padres y hermana se aburren y que lo consideran ya mayor para juegos infantiles, Guille les demuestra que usar la imaginación no tiene edades, al descubrir junto con su abuelo unos curiosos personajes para sus nuevas y divertidas aventuras. El museo de los chirimbolos y el zoo inventado serán dos caminos encantadores y chispeantes en los que el protagonista se mueve como pez en el agua.
VALORES IMPLÍCITOS:
Esta historia, de por sí divertida, quiere resaltar el afecto y la convivencia entre los miembros de una familia, desde los pequeños a los mayores, aceptando con empatía las diferentes conductas de los mismos. La amistad y el compañerismo están por encima de sus discrepancias. La complicidad entre abuelo y nieto son una parte interesante de esta novela.
El cariño por el mundo animal es el hilo conductor de toda la trama del libro.
IdiomaEspañol
EditorialBabidi-bú
Fecha de lanzamiento13 abr 2020
ISBN9788418017841
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    El museo de los chirimbolos - Carmen Ramos

    1 - EL JUEGO DEL ZOO

    Después de una larga noche, en la que un grillo fugado de la casa vecina había cantado todo su repertorio, con desafinado afán, vino por fin el día. Esto le daba igual a Guille, porque él no se había enterado de nada, ya que siempre dormía como un lirón.

    —Mamá, acabo de ver un guepardo —dijo Guille entrando en el cuarto de su madre, quedándose tan fresco, después de soltar esta afirmación juguetona.

    Su madre, acostumbrada a las visiones y juegos de Guille, no se cortó un pelo:

    —Pues yo he visto un guepardo y tres tigres de Bengala, que al pasar por la lavadora se han quedado sin rayas.

    —¡Sí, claro! —dijo Guille.

    —Si no me crees, asómate a la lavadora, verás como está toda llena de rayas negras —dijo la madre de Guille con voz guasona—, y los tigres van camino de la despensa, rastreando sigilosamente el aroma que dejan los chorizos que trajo el abuelo del pueblo. Y no me distraigas, Guille, que me estoy poniendo una mascarilla antiarrugas y no puedo cambiar el rictus.

    «¿El rictus? ¡Qué barbaridad!», pensó Guille mientras salía corriendo hacia la cocina. Su madre prefería jugar con sus mejunjes antes que jugar con él.

    Así que sin desanimarse y tras haberse dado un atracón de leche con galletas, fue en busca de su padre, pues a él seguro que le apetecía distraerse, porque era sábado y las horas libres chispeaban de contento.

    —Papá, he visto un guepardo y tres tigres sin rayas. Si no te lo crees, ve a la lavadora y mira, ya verás lo que ves.

    —¡Eso es! Como si yo no tuviera nada mejor que hacer. Por cierto —dijo el padre girando en su silla—, yo he visto una manada de elefantes que pasaban por delante de la casa, camino del parque.

    —Papá, así no es, tienes que ir reuniendo el Zoo —dijo Guille pateando el suelo y casi enfadado—. ¿No te acuerdas?

    El padre de Guille reía mientras giraba en su sillón, creyendo que así conseguiría dar la vuelta al mundo en menos que canta un gallo. Luego siguió enfrascado en sus importantes papeles de abogado, mientras comentaba:

    —Anda, Guille, tengo mucho que

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