Quédate conmigo
Por Lourdes Kossak
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Lourdes Kossak
Lourdes Kossak, nacida en Buenos Aires (Argentina), vive en Viterbo (Italia) desde el 2005. En esa ciudad se recibió de Licenciada en Lenguas y Culturas para la Comunicación Internacional (Orientación Lingüística-Literaria) en la Università degli Studi della Tuscia (2012). Está casada y es madre de dos niños. Quédate conmigo es su primera novela.
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Quédate conmigo - Lourdes Kossak
Lourdes Kossak
Quédate conmigo
Quédate conmigo
Lourdes Kossak
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© Lourdes Kossak, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodeletras.com
Primera edición: junio, 2018
ISBN: 9788417435158
ISBN eBook: 9788417435820
A mi papá, el flaco, donde quiera que esté.
"Haber sido amado tan profundamente,
aunque esa persona que nos amó no esté,
nos deja para siempre una protección."
J.K.Rowling
I
Era viernes y Lucrecia estaba nerviosa porque había llegado el momento de hacer su primer recorrido en el Cementerio de La Recoleta. Desde pequeña siempre le había interesado la historia del arte y estaba segura de que trabajar allí, por un tiempo, le permitiría conocer mejor esa parte fascinante y misteriosa de Buenos Aires, considerada un museo a cielo abierto por la importancia artística y cultural de los mausoleos y tumbas que en ella se encuentran.
El día era soleado y la temperatura, a pesar de estar en pleno julio, daba ganas de estar al aire libre. Desde el pórtico de ingreso Lucrecia observaba a la gente pasar y repasaba mentalmente el itinerario, abrazada a su carpeta. Cada tanto controlaba su reloj y balanceaba su cuerpo de un lado a otro, porque le resultaba casi imposible quedarse quieta. Era alta y delgada; llevaba puesto un pullover de lana con cuello volcado, y una pollera larga que le llegaba hasta tocar sus botas preferidas de cuero marrón. Como no hacía tanto frío se había puesto una campera de jeans liviana y sobre uno de sus hombros colgaba una mochila tejida a mano, color chocolate, que según ella siempre le había traído suerte. Esa mañana se había hecho una trenza cocida para domar su larga cabellera rojiza, pero algunos mechones se habían resistido, y cada tanto rozaban sus mejillas haciéndole cosquillas.
Sabía que una parte del grupo serían turistas brasileños y eso la tranquilizaba porque de niña había vivido algunos años en el sur de Brasil y conocía muy bien el idioma. De esa época guardaba hermosos recuerdos: paseos en barco, caminatas en la playa, el sabor fresco del ananá recién cortado que todas las tardes su madre preparaba y la vista de los atardeceres desde el balcón del departamento que alquilaban. Había tenido una infancia feliz y recordar ese periodo de su vida la ponía de buen humor.
El recorrido duraba aproximadamente dos horas y el tour variaba según el interés del público: a veces el paseo se centraba en los personajes más destacados de la historia argentina desde un punto de vista político, social y cultural; otras el hilo conductor era el arte y la belleza arquitectónica de los mausoleos, reflejados a través de las estatuas de ángeles y los espléndidos vitrales de algunas bóvedas; y a veces, como ese día, hacían itinerarios a partir de las leyendas urbanas y curiosidades de esa gran necrópolis, un tiempo conocida como el Cementerio del Norte.
La capilla situada a unos pocos pasos del pórtico de entrada era uno de los puntos de referencia que no cambiaban, y valía la pena mostrarla a los turistas por la belleza del crucifijo en mármol de Carrara que, con los rasgos de Jesús, conmovía por su veracidad. Al salir del oratorio, el recorrido continuaba con la visita a la bóveda de una joven aristocrática nacida a fines del ochocientos, que hoy se la conocía como La Bella Durmiente
del Cementerio de La Recoleta porque su tumba la representaba acostada en un lecho repleto de flores. Su nombre, en realidad, era Luz María y era la hija del gran dramaturgo argentino Enrique García Velloso.
—Se dice que la madre de Luz María, desesperada por tanto dolor, pidió un permiso especial para poder dormir junto a la tumba de su hija, y que lo hacía sentada en una silla, en este pequeño espacio que hay entre el sepulcro y las rejas negras que cierran el mausoleo— afirmó Lucrecia mientras lo señalaba con su mano delicada. Hay quienes también atribuyen a este personaje la famosa leyenda urbana de la Dama de Blanco que cuenta la historia del fantasma de una joven muy hermosa, vestida precisamente de ese color, que ronda el cementerio todas las noches. Dicen que una vez un muchacho la encontró sentada cerca del pórtico de entrada, llorando, y que se le acercó para saber si necesitaba ayuda. Inclusive le prestó su chaqueta, para que no tuviera frío y se sentó a su lado. Los dos conversaron por un largo rato y caminaron por los alrededores del camposanto hasta las primeras horas del alba. Apenas la muchacha se dio cuenta de que estaba amaneciendo se escapó, nerviosa, sin dar ninguna explicación. El joven la siguió y, al llegar al ingreso del cementerio, encontró las rejas entreabiertas y decidió entrar para buscarla. La llamó a los gritos, pero nadie le respondió. Desconsolado se dirigió hacia el pórtico nuevamente y en el camino se topó con un mausoleo particular. Era una hornacina con una escultura de una muchacha en su lecho, lleno de flores, que parecía dormir el sueño eterno, y sobre sus piernas estaba apoyada la chaqueta que él mismo había prestado a Luz María, pocas horas antes. Confundido, y asustado por lo que estaba pasando, dio un paso hacia atrás para ver a quién pertenecía ese sepulcro, y el corazón le dio un vuelco cuando leyó lo que estaba escrito en la parte más alta de la bóveda: Luz María García Velloso
. A partir de ese día, volvió todas las noches con la esperanza de volver a encontrarla, pero ella jamás regresó. Muchos afirman que él enloqueció de amor y otros que se quitó la vida justamente por esa razón. Todos los guardianes que han trabajado aquí, al menos una vez, han visto rondar a una mujer vestida de blanco— afirmó Lucrecia mirando la escultura — Quizás todavía piensa en ese joven que quiso amarla y no pudo, y ahora lo busca para poder estar a su lado.
El grupo, entusiasmado por la historia que había escuchado, siguió a Lucrecia hasta llegar a la rotonda central del cementerio. Allí se encontraba una estatua de bronce llamada Redentor
, del artista argentino Pedro Zonza Briano, que representaba a un Jesús anciano y calvo, después de la resurrección.
—El historiador Omar López Mato, en su libro Ciudad de ángeles: Historia del Cementerio de La Recoleta afirma que este Cristo no es el Jesús de la libertad, ni el Jesús doliente muriendo en una cruz. Es el maestro sombrío, el juez imparcial de nuestra vida, que nos abrirá las puertas del cielo o los abismos de las tinieblas
.— leyó Lucrecia de sus apuntes y luego siguió su relato con una anécdota relacionada a esa estatua— Hace algunos años, inexplicablemente, comenzó a brotar agua desde la base del Cristo y muchos pensaron que se trataba de un milagro, pero el enigma se resolvió cuando se encontraron mapas antiguos del cementerio que constataron la presencia de un pozo en el punto exacto donde hoy está el pedestal de la escultura— concluyó Lucrecia mientras algunos turistas sacaban fotos.
Era invierno, pero definitivamente no lo parecía; el sol resplandecía y el cielo estaba completamente despejado, hacía calor, y