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La lucha continúa
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La lucha continúa

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Las elecciones del primero de julio de 2018 fueron históricas. Después de dos intentos fallidos por ganar la presidencia de la república, Andrés Manuel López Obrador, arrasó en las elecciones presidenciales obteniendo más de la mitad de la votación. Un fraude o cualquier intento de deslegitimizar las elecciones por parte del gobierno en turno provocaría un gran descontento social. La victoria fue clara.
La gente se decidió por Andrés Manuel. ¿Cómo fue que López Obrador ganó las elecciones presidenciales con tal ventaja? ¿Cómo fue que el político tabasqueño resistió la guerra sucia en su contra? ¿Cómo fue que la gente lo apoyó a tal grado? En La lucha continúa, Jorge Gómez Naredo hace un recuento de la vida política de AMLO desde el fraude electoral de 2006, los comicios de 2012 hasta la estrategia seguida para las elecciones de 2018.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 feb 2020
ISBN9788417893262
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    La lucha continúa - Jorge Gómez Naredo

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    A Jaime Avilés,

    quien debió escribir esta crónica

    prólogo

    Entre las lágrimas de la rabia y de la victoria

    John M. Ackerman

    ¿Cómo logró Andrés Manuel López Obrador llegar a la presidencia de la República? ¿Qué es el «obradorismo» y cuáles son sus elementos centrales? ¿Cuál es la relevancia histórica de lo que estamos viviendo hoy en México? En el magnífico texto que el lector tiene en sus manos, el académico, periodista, escritor y activista Jorge Gómez Naredo nos ofrece un relato elocuente, riguroso y esclarecedor de los acontecimientos políticos recientes para entender mejor de dónde viene y hacia dónde camina el sistema político mexicano.

    ¿Es López Obrador un «mesías» autoritario y populista? ¿Ganó Morena en 2018 por su astuto control de las «benditas redes sociales» y el marketing político? Nada de eso. Gómez Naredo nos invita a contemplar la victoria del 1° de julio de 2018 desde un punto de vista integral y complejo. «Sí, el triunfo de AMLO en 2018 fue fuerte, vigoroso y contundente, pero nadie puede decir que se dio por un solo motivo. Nadie puede establecer que fue algo aislado lo que lo permitió. La victoria del tabasqueño se debe observar como una victoria colectiva, donde distintos procesos sociales, políticos, culturales y hasta tecnológicos intervinieron.»

    El relato que podemos gozar en estas páginas sería una crónica periodística si no incluyera tantas reflexiones profundas inspiradas por la filosofía y la historia, sería un ensayo académico si no fuera tan elocuente, humano y conmovedor, y sería un testimonio personal si no fuera tan autocrítico y reflexivo. Uno de los valores más importantes de este texto es precisamente que rebasa, sintetiza y une diferentes géneros de análisis y de creación literaria. El lector se emociona con las crónicas de los actos públicos y la incesante actividad política de López Obrador, se detiene a pensar en lo que realmente implica el obradorismo como fenómeno histórico y se le llenan los ojos de lágrimas tanto frente a la enorme frustración ciudadana de 2006 como a causa de la esplendorosa victoria popular de 2018.

    El relato inicia precisamente con el fraude electoral de 2006. El autor está en el Zócalo, fungiendo simultáneamente como periodista y activista. Nos comparte la sensación generalizada de rabia y la necesidad de hacer algo en desagravio por la burla de las instituciones electorales hacia la sociedad: «Al lado mío estaba un chico con unos kilos de más y lentes superviejos. No lo conocía, pero estábamos juntos ahí en ese mar de gente. Él decía, como repitiéndose para sí mismo, pero dejando escuchar el murmullo: Revolución, revolución, revolución. Estoy seguro de que si AMLO hubiera pedido tomar el aeropuerto, ese joven hubiera ido. Si AMLO hubiera dicho organícense con armas, ese chico pasado de peso y lentes viejos lo hubiera hecho. La gente estaba dispuesta a todo. A todo. Yo incluido».

    «Yo incluido.» Ese remate tan característico del autor, transgresor de los viejos esquemas «objetivistas» del periodismo del viejo régimen y del «academicismo» de la universidad neoliberal, inspira y libera el lector al colocarlo ahí junto al escritor, en el Zócalo, escuchando las palabras de López Obrador, ahí donde también estaba quien escribe estas mismas líneas. El coraje era tan profundo y completo que todos estábamos dispuestos a hacer casi cualquier cosa, a sacrificar lo que fuera necesario, con tal de rescatar a la democracia mexicana y alcanzar un gobierno decente, probo y cercano a la gente.

    La gran hazaña de López Obrador precisamente fue saber cómo canalizar toda esa rabia e indignación en un sentido positivo y constructivo durante los oscuros sexenios de Felipe Calderón Hinojosa y Enrique Peña Nieto. El libro que tiene en sus manos relata con gran detalle los diferentes pasos en esa larga marcha del actual presidente de la República por las veredas, los pueblos, las plazas y las montañas de México, dialogando y escuchando las necesidades y las demandas de los ciudadanos en cada uno de los 2 473 municipios de la nación.

    Ésa fue «la receta» de López Obrador, o «el método», de acuerdo con Jaime Áviles. Romper el cerco mediático y la guerra sucia a partir del contacto directo, constante y auténtico con la población mexicana.

    El auge de la presencia y la importancia de las redes sociales durante los últimos años facilitaron la comunicación de López Obrador con la población, desde luego. Permitieron que cada una de sus pláticas en pequeñas plazas también fuera escuchada por la gran plaza pública de internet. Pero no fueron las redes las que permitieron su victoria, sino el mensaje auténtico que pudo transmitir por medio de ellas, así como su verdadera cercanía con la sociedad mexicana. Hay cientos de periodistas, políticos, músicos y figuras públicas que cuentan con más seguidores y presencia en las redes sociales que López Obrador, pero jamás podrían ganar elección popular alguna porque tienen muy poco que ofrecer por ese medio.

    Gómez Naredo señala un detalle muy importante con respecto a la manera en que López Obrador se relaciona con su público en general. Cuando le tocó cubrir una de las giras del tabasqueño por los pueblos de Jalisco, que muchas veces tuvieron lugar en «municipios muy pequeños, donde los actos públicos se llevaban a cabo con 50 a 100 personas». Sin embargo, relata Gómez Naredo, «pero incluso en esos municipios, con tan escasa concurrencia, AMLO pronunciaba su discurso completo. No hacía diferencia si había muchas o pocas personas. Eso me impresionó. Me parecía un acto de justicia, de tratar a la gente por igual, fueran muchos, fueran miles o fueran pocos, apenas decenas, Andrés Manuel les daba su mensaje completo. No le quitaba nada. No lo recortaba».

    Gómez Naredo confiesa que el ejemplo de López Obrador incluso llegó a transformarlo personal y profesionalmente. «Eso, trasladado al periodismo, me enseñó a no quedarme en una oficina, a no estancarme en un salón de un ayuntamiento. A no permanecer en un corralito de prensa durante los actos de campaña. A ir con la gente, con el pueblo; a contar sus historias, lo que ven, cómo lo ven, la forma como lo ve. Ésa era una lección desde la política que, al menos para el periodismo, yo capté.»

    Este libro no sólo contiene una crónica de las luchas de López Obrador sino también un análisis de las coyunturas políticas que se han ido transformando desde 2006 hasta la fecha y que finalmente permitieron la llegada del tabasqueño a Palacio Nacional. Gómez Naredo nos ofrece un importante resumen y análisis de las graves irregularidades que marcaron la elección de 2012, así como de los trascendentes movimientos sociales #YoSoy132 y a favor de la aparición con vida de los estudiantes de Ayotzinapa.

    Igualmente relata los contornos de la alianza histórica entre el pri y el pan y la incorporación del prd a esa alianza con base en el Pacto por México de Enrique Peña Nieto en 2012. Comparte la importancia histórica y las enormes dificultades que tuvo Morena para llegar a consolidarse como un partido nuevo. También vemos cómo en el último tramo de la lucha por la presidencia de la República en 2018 López Obrador logró romper con la unidad de la «mafia del poder», así como conquistar a los votantes del norte, algo que antes parecía simplemente imposible.

    Y el 1° de julio de 2018 finalmente llegó el día. «Colgué, y abracé a Alejandra, que me había acompañado toda la jornada electoral. Y comencé a llorar como un niño. Tantos años de derrotas. Tantos años de impotencia. Tantas luchas. Tantos textos criticando a gobiernos corruptos y cínicos. Tantos reportajes sobre las barbaridades de un régimen que había hecho de este país una tragedia. Tantas palabras. Tantas reuniones. Tantas ganas de cambiar todo y tantas derrotas.»

    Las lágrimas de la rabia finalmente fueron reemplazadas por las lágrimas de la victoria. Pero la verdadera lucha por la transformación del régimen apenas inicia. La lectura de este libro es esencial para cualquier ciudadano mexicano comprometido con poner su granito de arena para cambiar a México. Nos explica cómo llegamos adonde estamos y nos proporciona luces claras con respecto de hacia dónde caminar en el futuro.

    Introducción

    El Zócalo está lleno de gente a la expectativa. Hoy es un día de esos que parecían imposibles.

    Es 1º de diciembre de 2018 y en un momento más Andrés Manuel López Obrador será presidente y estará frente a la multitud que aguarda en esa emblemática plancha de concreto, centro político y simbólico del país.

    La agenda de Andrés Manuel es muy intensa: primero, el traslado de su casa a la Cámara de Diputados todavía en su calidad de «presidente electo». Después viene el «sí, protesto» con el brazo al frente, el largo discurso, la gran salida triunfal, los abrazos de los legisladores y el ambiente de fiesta. Más tarde, la llegada a Palacio Nacional, una espléndida comida oficial y, por fin, el arribo, ya como nuevo presidente, al Zócalo, donde lo esperan miles personas.

    El Zócalo está lleno, a la espera de la llegada de López Obrador. Una señora de ochenta años derrama de vez en cuando una lágrima cuando mira en unas pantallas gigantescas un auto blanco que circula por la calzada de Tlalpan. Sabe que ahí, en el asiento delantero, va quien pronto será formalmente el mandatario del país.

    Hay mucha gente en el Zócalo. Muchos arribaron desde muy temprano, sacaron unas sillas plegables y una sombrilla y se sentaron en la plancha como si estuvieran en la playa.

    El auto blanco llega a la Cámara de Diputados. La multitud se emociona. En dos pantallas sigue atentamente el discurso de AMLO. Y aunque aún está lejos, a unos kilómetros de ahí, la gente siente que lo tiene cerca, enfrente. Cada frase que pronuncia el tabasqueño, cada gesto, cada alusión a los regímenes pasados, es vitoreado por la gente. Hay aplausos y también abucheos cuando se refiere a los expresidentes. Y hay lágrimas. Sí, muchas lágrimas.

    Poco después, el auto blanco sale de la Cámara de Diputados y se dirige al centro de la capital. Las personas se arremolinan sobre la avenida Pino Suárez para captar una imagen de la llegada del nuevo presidente.

    Hay muchas porras, muchas consignas, pero son dos las que ganan en intensidad y en constancia: «Sí se pudo, sí se pudo» y «Pre-si-dente, pre-si-dente».

    El auto en el que se traslada Andrés Manuel llega a la puerta de Palacio Nacional. El tabasqueño se baja. Saluda unos minutitos e ingresa al edificio donde se ofrece una comida a mandatarios extranjeros e invitados especiales.

    Es extraño ver a Andrés Manuel portando la banda presidencial; pero hoy es uno de esos días que parecían imposibles.

    Dos o tres horas después, el nuevo jefe del gobierno federal sale de Palacio Nacional rumbo al Zócalo. Recorre un pasillo formado por vallas, tras las cuales mucha gente se arremolina y saca sus celulares intentando captar una imagen del presidente. Hay quienes, en lugar de eso, se hacen de un apretón de manos, de una sonrisa o de una mirada de quien hoy es el nuevo mandatario de México.

    Todo está lleno alegría: hay un júbilo difícil de explicar y de narrar. ¡Han sido tantos años de espera! Tantos.

    Y ahí está López Obrador, el hombre que en dos ocasiones perdió los comicios presidenciales del país y que en su tercer intento ganó con tantos votos que los analistas aún no entienden qué sucedió.

    Hay regocijo. Entusiasmo. Retumban los gritos de «sí se pudo, sí se pudo» y «pre-si-dente, pre-si-dente». Y también aparece el famoso, el miles y miles de veces repetido: «Es un honor estar con Obrador, es un honor estar con Obrador».

    Quien sólo haya seguido la campaña electoral de 2018 podría pensar que todo fue fácil para AMLO: nunca dejó de ser el candidato puntero y el 1º de julio se transformó en el candidato triunfador en un proceso electoral con poca competencia.

    Pero la historia de esa victoria de AMLO es mucho más compleja de lo que ocurrió en unas cuantas semanas de intensa, agobiante y agotadora campaña. Los fundamentos de su triunfo se remontan muchos años atrás.

    En 2006 la gente estaba emocionada. Pensaba que ahora sí habría un cambio verdadero. Y es que hacía seis años se había producido una «transición democrática», pero no representó una transformación verdadera.

    Incluso para quienes confiaron y votaron por él, Vicente Fox había resultado un fracaso, una gran decepción. Nada de cambio: más de lo mismo. Encabezó una administración que muchos creían que iba a transformar al país. Y no fue así. El guanajuatense surgió de un partido que durante muchos años había estado marginado por una clase política hegemónica representada por el pri. Por eso se pensaba que las cosas serían distintas.

    El pan era un partido conservador y, sin duda, retrógrado. Sin embargo, la gente en 2000 lo observaba como una vía para transformar el país, como una esperanza a décadas de represión, inestabilidad económica y autoritarismo que representaba el pri. Sí, el pan aparecía en el horizonte político como un cambio verdadero.

    Pero al poco tiempo Fox se mostró como lo que era, como lo que siempre había sido (y como lo que siempre será): parte del mismo sistema que supuestamente había combatido. Eso sí, con distintas siglas. Ése resultó ser el cambio: lo mismo con la simple transformación de unas letras y de unos colores.

    Hubo, más que enojo, desilusión. Como lo describió Lorenzo Meyer en su libro Nuestra tragedia persistente, «el camino iniciado con entusiasmo en 2000 dejó de ser la vía hacia un futuro de calidad para convertirse en un mero atajo de vuelta al pasado o a algo muy parecido, al pantano político y moral del que, se suponía, ya habíamos salido».¹

    Vicente Fox pactó con los intereses del pasado que decía combatir. En poco tiempo (en realidad, en un tiempo récord) se convirtió en el líder de un gobierno trivial y venal. Se empeñó en ser un mandatario brutalmente limitado y dispuesto a todo para impedir la transformación de las estructuras que había prometido cambiar.

    Pero a pesar de todo, o tal vez por todo lo anterior, 2006 olía a transformación radical. Y eso emocionaba.

    La figura de Andrés Manuel López Obrador surgió con fuerza en el escenario nacional. Al exjefe de gobierno de la Ciudad de México muchos lo veían como el político que transformaría al país. Su frase de campaña resumía su propuesta de nación: «Por el bien de todos, primero los pobres».

    El año 2006 olía a cambio. A cambio de verdad. Muchos pensaban que, esta vez sí, la izquierda mexicana, con todos sus problemas y sus divisiones, por fin conquistaría la presidencia. Parecía que iba a ser uno de esos momentos que los académicos y medios de comunicación suelen calificar con el rimbombante nombre de parteaguas.

    Pero se robaron ese cambio. Las elecciones de 2006 fueron unas de las más sucias en la historia del país. Habrá quien diga que no hubo fraude, quienes aseguren que lo que ocurrió «no supieron explicarlo, no lo probaron, y, por lo tanto, no existió trampa».

    Para millones de personas lo que aconteció en 2006 fue un duro golpe, pues se robaron una esperanza de transformación inmediata y, en su lugar, dejaron una gran expectativa completamente rota.

    Ese año también significó un aprendizaje que costó mucho asimilar: en este país los cambios no se basan sólo en el voto. Se necesita persistencia y tenacidad; no dejar de luchar ni claudicar.

    Seis años después, Andrés Manuel volvió a presentarse en las elecciones, pero en circunstancias distintas. El pri había decidido ganar la presidencia a como diera lugar. Para conseguirlo, estableció acuerdos con televisoras, empresarios y casas encuestadoras.

    Los del tricolor invirtieron muchísimo dinero, durante varios años, para convencer a la gente de que conformaban un partido distinto, moderno, distante del pasado: un «nuevo pri». Fabricaron, también, con un alto costo económico, un candidato que parecía, más que un político con intenciones de ganar la presidencia, un producto comercial.

    El pri vendió a su candidato como un hombre honrado, ambicioso, moderno y, especialmente, invencible, a quien nada ni nadie podía superar.

    Para lograr que ese discurso triunfalista fuera realidad, el pri y sus aliados llevaron a cabo uno de los operativos más sucios en cuanto a compra de votos.

    Así ganaron.

    La victoria de Enrique Peña Nieto no era inevitable, pero así lo hicieron creer. Y, al final, con todas las argucias legales e ilegales posibles, triunfaron: el pri retomaba el poder.

    Digamos que la victoria de Andrés Manuel López Orador se pospuso 12 años. Doce años que resultaron una tragedia para México. El hecho de que Andrés Manuel López Obrador haya ganado en julio de 2018 de manera tan abrumadora como lo hizo no se puede explicar sin el proceso que inició en 2006.

    La victoria de 2018 viene de tiempo atrás. De muchas luchas populares. Viene de la experiencia de los fraudes de 2006 y 2012, de la organización, de la experiencia y de no permitir que se perdiera la esperanza.

    Por eso, el triunfo electoral de julio de 2018 hay que explicarlo con base en el presente y en el pasado. Con toda su complejidad.

    La victoria de López Obrador fue contundente, aplastante y abrumadora: dejó al pri, partido que gobernaba, como una oposición disminuida, casi inexistente; colocó al pan en una situación de reestructuración, de la que aún no se sabe si saldrá bien o no; casi hizo desaparecer al prd (que ya mostraba signos de agotamiento y decadencia desde hacía algunos años) y prácticamente sepultó a la «chiquillada», a esos partidos que no suelen sobrepasar el 5% de la votación nacional.

    Sí, el triunfo de AMLO en 2018 fue fuerte, vigoroso y contundente, pero nadie puede decir que se dio por un solo motivo. Nadie puede establecer que fue algo aislado lo que lo permitió. La victoria del tabasqueño se debe observar como una victoria colectiva, donde distintos procesos sociales, políticos, culturales y hasta tecnológicos intervinieron.

    Para explicar qué sucedió realmente en las elecciones del 1º de julio de 2018 se requiere analizar distintas variables, abrir los ojos y mirar el pasado; particularmente, el proceso que ha tenido lugar desde 2004, cuando el presidente Vicente Fox intentó impedir que el jefe de gobierno del Distrito Federal participara en el proceso electoral de 2006.

    Los historiadores sostienen que para comprender el presente es preciso entender el pasado. Por eso, si queremos comprender al AMLO presidente, es necesario entender los fenómenos sociales y políticos que se suscitaron en torno del tabasqueño. No se puede entender por qué ganó si no sabemos cómo consiguió recuperarse de dos derrotas (con fraudes incluidos), fundar un partido y generar un movimiento nacional.

    Ha habido algunos intentos débiles por explicar el triunfo de López Obrador: que ganó porque logró «jalar» para su causa a gente del pan y el pri; que ganó gracias a las «benditas redes sociales»; que ganó porque hizo una buena campaña; que ganó porque había mucha gente inconforme con el pri.

    Este libro va más allá de esas explicaciones y se remonta al pasado, para intentar comprender a cabalidad el triunfo de Andrés Manuel y el liderazgo que representa.

    Y es que si no se entiende lo anterior, ni la lucha de AMLO, ni el movimiento social que lo ha acompañado durante los últimos 14 años, no se comprenderá el presente de México.

    PRIMERA PARTE

    El liderazgo

    Hay victorias que le pertenecen a mucha gente. Hay hazañas que son colectivas, que las logra un conjunto de personas que actúa por un objetivo común. El triunfo en julio de 2018 fue de todos los que votamos por Andrés Manuel López Obrador, de todos los que lo apoyamos de una u otra forma. Desde quien repartió periódicos y volantes, y quien organizó cuadrillas de personas para que nadie se atreviera a robar la elección ni a comprar votos, hasta quien escribió un tuit a favor de él.

    Hubo muchas formas de contribuir a la victoria de Andrés Manuel. Muchas posibilidades. Por eso la suya es una victoria colectiva.

    Sin embargo, la victoria de Andrés Manuel también es la victoria de un líder. De una persona que suele salir del molde común y que influye en amplios sectores sociales, ya sea porque organiza o porque inspira o porque atrae.

    Andrés Manuel López Obrador es un político que se sale del paradigma del político tradicional mexicano. De ahí proviene su éxito y también el odio que despierta en mucha gente.

    La biografía de Andrés Manuel (que puede conocerse a profundidad en el magnífico libro del tristemente fallecido Jaime Avilés (AMLO: Vida privada de un hombre público)² es la de un hombre que, por un lado, es un líder social y, por otro, un político exitoso y un administrador público eficiente. Esta mezcla es rara en el panorama mexicano.

    López Obrador se ha diferenciado de los políticos tradicionales porque durante toda su vida ha pregonado con la austeridad y la congruencia. Algo que lo ha hecho fuerte es que, durante sus años como funcionario público, no se ha enriquecido. Vive en una digna casa, que no tiene nada que ver con el lujo ostentoso de los políticos de casi todos los partidos. No tiene autos supercaros.

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