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Diálogos: Marramao Giacomo y Arroyo Francesc
Diálogos: Marramao Giacomo y Arroyo Francesc
Diálogos: Marramao Giacomo y Arroyo Francesc
Libro electrónico85 páginas1 hora

Diálogos: Marramao Giacomo y Arroyo Francesc

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"La filosofía no es una forma de sabiduría sobre el origen, sino el arte de la pregunta, de preguntarse, el arte de la interrogación". Giacomo Marramao formula así su pasión por comprender, pero desde una disposición en la cual "entender el mundo carece de sentido sin la voluntad de transformarlo ". Se diría que Sócrates da la mano a Marx a través de los siglos.

Cuestiones como la eclosión de la filosofía occidental en la Antigüedad, cómo enfrentar los desafíos de la integración en el siglo XXI sin renunciar a cierto universalismo o la posición de la filosofía frente a los conflictos que hoy atenazan a Occidente se entrelazan en una conversación fructífera que transita desde la filosofía en la antigua Grecia hasta nuestros días. Todo ello de la mano de este gran pensador cuya lúcida reflexión reivindica con fuerza la necesidad de que el pensamiento entronque con la realidad de nuestro presente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2017
ISBN9788416919338
Diálogos: Marramao Giacomo y Arroyo Francesc

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    Diálogos - Giacomo Marramao

    Diálogos

    Después…

    Conversar con Giacomo Marramao (Catanzaro, 1946) es recorrer la historia de la filosofía de Occidente, desde su origen en la Grecia clásica hasta su papel en el siglo XXI, todo ello desde la pasión y la «urgencia por el presente» que caracterizan a este autor. En nuestra conversación destacan tres conceptos y un nombre. Los primeros son asombro, interrogación y política; el nombre es el de Sócrates. Con esos mimbres, Marramao nos introduce en los orígenes de la filosofía. No es que prescinda del pensamiento previo —el de los filósofos presocráticos, como han sido bautizados con acierto—, sino que distingue entre un primer foco del pensar, dirigido hacia la naturaleza, y un segundo enfoque que se centra en el ser humano y su actividad social. Los presocráticos comparten con Sócrates (y con los filósofos posteriores hasta nuestros días) el asombro y la interrogación ante las cosas, pero muestran menos interés por la convivencia, algo que deviene más acuciante en una sociedad urbana como lo fue Atenas, en comparación con las primeras concentraciones predominantemente agrícolas. De ahí también la relación fundamental que Marramao establece entre filosofía y ciudad.

    Coincidiendo en el tiempo con esta conversación triunfa en las librerías (y presumiblemente también entre los lectores) la obra Sapiens, de Yuval Noah Harari,¹ y en su estela otro de sus libros, Homo Deus. En este último plantea una evidencia: hasta un pasado muy reciente, el ser humano temía a tres elementos: el hambre, las epidemias y la guerra. Y lo más importante, los tres eran percibidos como efecto de la voluntad de los dioses o del comportamiento sin control de la naturaleza. En este sentido, esa forma de mirar a las adversidades era heredera del pensamiento físico de los presocráticos. Hoy, en cambio, las cosas no se ven igual. Cualquiera de esos tres factores puede ser asociado a la actividad (o a la pasividad) del ser humano. Podemos pensar en responsabilizar a un gobernante o a un conciudadano de los males que nos puedan afectar, al margen de su procedencia. Una epidemia puede tener un origen natural, pero esperamos que las autoridades (los políticos) se pongan manos a la obra para reducir rápidamente sus efectos y para finalmente vencerla; la sequía es capaz de afectar a una parte de la humanidad, pero debe ser previsible y sus consecuencias, la sed y el hambre, subsanables. No digamos ya las guerras: se mire por donde se mire son consecuencia de la actividad humana, del éxito o del fracaso de la política. Y la política no es sino la organización de la convivencia, vinculada, por tanto, al diálogo. Y en ese vínculo, la figura de Sócrates reaparece porque nos ha llegado sobre todo a través de Platón y sus diálogos. Se podría, incluso, teorizar sobre el diálogo como el discurso propio de la filosofía. Diálogo significa «a través del logos», término griego que incluye el significado tanto de «palabra» como de «razón». Es decir, el diálogo es el discurso que enfatiza que el medio para llegar al otro y al acuerdo con el otro es la razón que se expresa en la palabra. Pero, siendo esto importante, conviene no pasar por alto el hecho del otro. Toda la política es reconocimiento del otro. Incluso si se rechaza la voluntad de diálogo con él y se opta por el enfrentamiento. Sin la existencia del otro, para bien o para mal, el individuo queda, si ha lugar, ensimismado, sin objeto y, por tanto, pierde también su carácter de sujeto.

    Reconocer al otro para el diálogo es reconocerlo como a otro yo: con mis mismas capacidades y derechos. Pero es reconocerlo también, como se verá a lo largo de la charla con Marramao, en lo que difiere de mí. El postulado de la universalidad no puede pasar por alto el derecho a la diferencia. Si se prefiere: la igualdad es un postulado del derecho, no una obligación.

    Marramao pertenece a una generación de filósofos italianos formada en los años 1960. Tiempos convulsos para Italia y para Europa. Al menos, así se vivieron entonces; aunque tal vez todos los presentes son vividos siempre como convulsos. Después de todo, el pasado, por turbulento que resultara, ya ha sido superado. En aquellos años, en Italia en particular y en Europa y el mundo en general, se vivía la guerra fría en todo sus esplendor o, si se prefiere, en toda su crudeza. Y en Europa la cosa era relativamente soportable, pero en África y Asia la guerra se llevaba a cabo con toda su ferocidad: con el máximo empleo de fuerza posible para torcer voluntades. Las élites intelectuales tomaron partido. Literalmente. Los partidos comunistas de Occidente sostenían que el combate ideológico era la respuesta dialéctica frente a la barbarie que se vivía en Vietnam, en Oriente Medio, en casi toda África. Esto no es un libro de historia, aunque tampoco se escriba al margen de la historia, de modo que lo que conviene resaltar es que en aquellos años el pensamiento más vivo era el que derivaba del marxismo. Si se prefiere, de los marxismos. Ni siquiera el cristianismo escapó a esta influencia y aquellos fueron años en los que se generalizaron los debates aproximativos entre cristianos y marxistas. Debates que buscaban hallar coincidencias desde la voluntad en ambos de mejorar las condiciones de vida de la gente. El marxismo (los marxismos) de la Escuela de Frankfurt, de Althusser, de Sartre o de Ernst Mandel tenía como denominador común ser un pensamiento crítico y a la vez esperanzado. El pensamiento volcado en comprender la realidad seguía lo indicado por Marx en la tesis once sobre Feuerbach: entender el mundo carecía de sentido sin la voluntad de transformarlo. Una afirmación basada, probablemente, en Goethe que dejó escrito: «No basta saber, se debe también aplicar. No basta querer, también hay que actuar». Ése fue el caldo de cultivo intelectual en el que se formó Giacomo Marramao, al tiempo que lo hacían también autores contemporáneos suyos como Giorgio Agamben, Gianni Vattimo, Massimo Cacciari, Toni Negri y otros. Aunque la mera enunciación de su origen italiano resulta insuficiente. Marramao bebe también de las fuentes del pensamiento que se dan en el resto de Europa, tanto en su etapa de estudiante como en su fase de profesor. Un repaso a las personas con las que ha intercambiado puntos de vista en diversos encuentros y publicaciones es casi, como se verá más adelante, un repaso de la historia de la filosofía desde las últimas décadas del pasado siglo hasta nuestros días.

    Este nutricio diálogo con Marramao se mantuvo con motivo de uno de sus viajes a Barcelona, donde primero

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