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Releer lo vivido: Selección de reflexiones de Felipe Berríos
Releer lo vivido: Selección de reflexiones de Felipe Berríos
Releer lo vivido: Selección de reflexiones de Felipe Berríos
Libro electrónico438 páginas5 horas

Releer lo vivido: Selección de reflexiones de Felipe Berríos

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Información de este libro electrónico

Felipe Berríos sabe qué decir y cómo hacerlo. Sus palabras generalmente provocan controversia e incluso incomodan porque
denuncian las debilidades que tenemos como sociedad. Sin embargo, funcionan también como un llamado a la atención, a la acción, a descubrir cuál es nuestro real aporte a la comunidad y cómo se puede construir un Chile más humano y más justo. Por eso, para dar mayor permanencia a su mensaje, publicamos este libro como una manera de repasar sus reflexiones, las que —para sorpresa de algunos— se leen más vigentes que nunca. Un libro sencillo y honesto, una invitación a dejar la apatía y preguntarnos ¿qué no estamos haciendo y deberíamos hacer?
'Releer lo vivido' reúne las mejores columnas de Felipe Berríos publicadas por casi diez años en revista 'Sábado'. Tras varios libros —'Lo mínimo indispensable' (2002), 'Puntadas con hilo' (2004), 'En todo amar y servir' (2008) y 'Digerir lo vivido' (2010)— Ediciones El Mercurio lo reedita en una versión única y actualizada.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 oct 2016
ISBN9789567402687
Releer lo vivido: Selección de reflexiones de Felipe Berríos

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    Releer lo vivido - Felipe Berríos

    Releer lo vivido

    Selección de reflexiones de Felipe Berríos, S.J.

    © 2016, Felipe Berríos S.J.

    © De esta edición:

    2016, Empresa El Mercurio S.A.P.

    Avda. Santa María 5542, Vitacura,

    Santiago de Chile.

    ISBN Edición Impresa: 976-956-7402-67-0

    Inscripción N° A-270.719

    Primera edición: octubre 2016

    ISBN Edición Digital: 978-956-7402-68-7

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Edición general: Consuelo Montoya

    Diseño y producción: Paula Montero W.

    Fotografía portada: Glenn Arcos

    Todos los derechos reservados.

    Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Empresa El Mercurio S.A.P.

    Índice

    Capítulo 1. Hacia una sociedad más humana

    «Quien está preparado para morir está preparado para vivir»

    La mosca y el tiempo

    La vida es un viaje

    El preciso ángulo de los problemas de la vida

    Descubrir lo que está a la vista

    La alegría de vivir

    Le habría bastado soltar la fruta para liberarse

    Cuando cuatro es igual a uno

    La incoherencia que nos hace cojear

    Lo mínimo indispensable

    Afectivamente políglota

    Aún no necesito ir a Tierra Santa

    Normar la norma

    Sobre el fin de las cosas

    ¿Quién nos recordará lo importante?

    Leyes para humanizar

    Los edificios de vidrios de espejos

    Una globalización asfixiante

    Un macho de fuerza

    La triste historia del teléfono

    Actitud venenosa

    El espiral del rumor

    Qué hacemos cuando «pelamos» a alguien

    Cultura cívica en pañales

    Secos de tanta indiferencia

    La indiferencia culpable

    La irresponsabilidad que nos inunda

    Las paralizantes generalizaciones

    La honradez que se nos desinfla

    Frenos para correr libremente

    Poner las cosas en su lugar

    Entre dos estaciones de metro

    La verdadera cultura se basa en el respeto

    El verdadero poder

    ¿Cómo se puede exigir a otros lo que uno no ha hecho?

    Restringiendo nuestras posibilidades de gozo y belleza

    Sin justificar el maltrato infantil, pero…

    Le regalé los diez bolones

    Menos show, más pudor

    Un doble terremoto

    Cambio de ángulo

    La productiva gratuidad

    Algún día nos tocará a nosotros

    Un faro de esperanza

    «Reiniciemos» lo humano

    Presentes, pero ausentes

    Solo cuelgue

    Lo último del recado

    Avanzando en edad

    Donde está tu corazón está tu tesoro

    Un Año Nuevo sin papas con mayonesa

    Masticando la vida

    Digerir lo vivido

    La hermana muerte

    Solo unos humildes gusanos

    Pequeños y grandes partos que nos obligan a vivir

    Capítulo 2. La Iglesia, los sacramentos y la fe

    Las nuevas catedrales

    Todos músicos de la música

    No todo lo que brilla es oro

    La riqueza de la diversidad

    Riqueza de espíritu

    La real necesidad de la confesión

    Padre Hurtado, sacerdotes como él

    Un sacerdote de verdad

    ¿Qué haría Cristo en mi lugar?

    «Una sociedad que no hace sitio a la familia es inmoral»

    Hijos de un mismo vientre

    Don Julio Jiménez Berguecio, S. J.

    El otro terremoto

    ¿Dónde estamos los chilenos?

    La espiritualidad del regateo

    El celibato, una pasión

    «Hemos de soñar sobre la misma almohada»

    El sepulcro

    El ser humano es el sagrario más digno que existe

    Pedir lo imposible

    Los accesorios de la fe

    La muerte de un hijo

    El sentido de la Navidad

    Los fenicios

    Capítulo 3. La miseria social

    Un desafío pendiente

    Nadie alimenta directamente a las culebras

    La pulga sorda

    «La caridad comienza donde termina la justicia»

    Cuento de Nochebuena

    ¿La justicia es igual para todos?

    La otra guerra

    Cuando la realidad supera el cuento

    Escalas métricas

    Menos grasa y más oportunidades

    Antes del próximo domingo

    Sin buena educación, sin cenicientas

    La pobreza vestida de seda

    Tensiones de un crecimiento desigual

    Extranjero en su país

    Gente como uno

    Cárceles virtuales

    El clasismo huele mal

    Seleccionadora de frutas

    Resistencia a la diferencia

    Un espejo social

    La Cota

    ¿Qué mide la PSU?

    Educación: La ley Moraga

    La historia será nuestro sumario

    Jennifer López

    «No me quite lo único a color que tengo en mi vida»

    Hacer el amor

    La puerta giratoria

    La parábola del limpiador de parabrisas

    Uso y abuso

    Pobreza es el no tener contactos ni «pitutos»

    «La honra es la única riqueza del pobre»

    ¿Qué corresponde a nuestros méritos?

    Una hazaña espacial y los niños pobres

    Si habláramos el mismo idioma

    Capítulo 4. Exhortación a los jóvenes

    Jóvenes protagonistas

    Nuestra misericordia no basta

    Lo poco que tienen lo ponen al servicio de los demás

    La vida es para gastarla y gastarse en ella

    Nuestra capacidad de amar nos despertará

    Cada órgano quería tomarse el poder

    Los nudos de la vida

    Necesitamos «éxtasis»

    «Es así como andamos los punks»

    El viaje de Colón a América

    Ser prisioneros de nosotros mismos

    Vender la leche de vaca para comprar leche en polvo

    Lo que mata a los matrimonios es vivir de allegados

    ¿Te fue mal en la PSU?

    El viaje a la universidad

    Rebotando antes de comenzar

    Libertad de consumo

    Una juventud sin pañales

    Qué amorosa la visita

    El pololo Barbie

    Distintas trancas les impiden decir lo que sienten

    ¡Mi pololo me quiere con espinillas y todo!

    El avión del matrimonio

    Cuántos jóvenes hay que viven como las garrapatas

    Jóvenes que son como los patos

    Sumergidos en su propio yo

    Si hubiera comenzado a vivir antes la vida

    La juventud en cautiverio

    Solidaridad

    Capítulo 5. La responsabilidad de los padres. Educar con el ejemplo

    Ni premio ni castigo

    La pista del placer

    La sensación de que todo está hecho y bien ensamblado

    Las «mamás-tag»

    Una mamá es un verdadero oasis

    Mamás acogedoras

    Las nuevas nodrizas

    Una sonrisa natural

    Zapato chino

    Deshielo generacional

    Una moral reversible

    Qué ofrecerles a los jóvenes

    Tatuajes en el alma

    ¿Leer las instrucciones?

    Analfabetismo manual

    Un candado en la puerta del desarrollo

    Vivir dentro de una ampolleta

    Juventud con mochila

    No le temamos a la vejez

    Capítulo 6. Los desafíos como país

    Potencialidades atrofiadas por falta de oportunidades

    La amargura es como la tina del pulpo

    El estereotipo del turista japonés

    Cuántas veces acusamos para no acusarnos

    «Yo les pido que no sean corruptos»

    Un país dispensador

    La pieza de la empleada

    Lo que significan las oportunidades en la vida

    La bonita de la fiesta

    Hay que segar y pulir la guadaña

    Solo la solidaridad nos salva

    En ese abrazo recién había comenzado la misión

    Algo está mal aquí

    Habría tenido un doble parto

    Me dijeron «señor» y me trataron con respeto

    Educación es darle valor agregado al más pobre

    Qué importante es enderezar al doblado

    «No se me ha olvidado mi compromiso»

    En tiempos de la esclavitud

    Dependiendo de dónde se haga la fuerza

    La tentación de cambiar el rumbo

    El caballo de Troya

    Las termitas fácticas

    ¿Crisis?

    Ojalá se nos aparezca marzo

    El conflicto del Estado de Chile

    Un hormigueo en nuestra conciencia

    El Museo de la Memoria

    Qué triste es ser chileno y no conocer Chile

    Chilenos y vinos con carácter

    La tercera generación

    Capítulo 7. Rascando la herida (Temas controversiales)

    Definir lo indefinible

    El desalojo de la inteligencia

    La vida después del día de nacer

    Lo humano pierde peso

    Eluana nos pertenecía a todos

    La forma, tan importante como el fondo

    Nuevos tiempos de misericordia y clemencia

    El mal menor

    Un siniestro prejuicio cultural

    Un acto cívico

    Estamos en la vida para involucrarnos en ella

    «Problemas» de las nuevas tecnologías

    Amar y ser amado

    Capítulo 1

    Hacia una sociedad más humana

    «Quien está preparado para morir está preparado para vivir»

    No hay nada igual a quedarse hipnotizado contemplando el fuego en una chimenea. Una vez, mientras estaba absorto contemplando cómo se quemaban los troncos, vi a una hormiga en la cara del leño opuesta al fuego. Aunque el madero ardía por uno de sus lados, la cara que quedaba al frente mío estaba a la temperatura normal. La hormiga, indiferente a lo que pasaba al otro lado del mismo tronco en que ella se movía, circulaba tranquilamente. En su ignorancia de hormiga, no podía saber que su tranquilidad y la vida le durarían lo que demoraría el fuego en consumir el tronco.

    Compadeciéndome de la hormiga caí en la cuenta de que los seres humanos estamos en una situación parecida. Somos creados y eso significa que nuestra existencia se consume día a día como el tronco en el fuego. Pero a diferencia de la hormiga, los seres humanos sí que estamos conscientes de nuestra finitud; es decir, sabemos que nos vamos a morir.

    Si sabiendo esto no le buscamos un sentido a nuestra existencia, se nos hará insoportable saber que, al igual que nuestra pobre hormiga, no tenemos escapatoria. Ahora bien, otra posibilidad es la de autoengañarnos y por tanto vivir despreocupados y superficialmente, como lo hace la hormiga.

    No podemos apagar el fuego que consume el tronco. En otras palabras, no podemos detener el paso del tiempo. Pero sí que podemos darle sentido a nuestra vida de tal manera que traspase los límites del tronco. Si nos entregamos por entero a los demás, al final ya no quedará mucho de nuestra vida que pueda ser quemada pues nosotros mismos ya les habremos dado todo a otros.

    Tal vez por esto se dice: «Quien está preparado para morir es quien está preparado para vivir».

    La mosca y el tiempo

    Siempre me ha llamado la atención cuando en un funeral las personas hablan para despedirse de quien ha muerto. Se suele expresar el cariño al difunto diciendo frases como «nunca te olvidaremos» o «siempre te tendremos presente». Dejando aparte el noble sentimiento de cariño que expresan estas frases, quisiera que nos fijáramos en la idea de temporalidad que en ellas se contiene, a partir de la siguiente anécdota.

    Una vez, mientras escribía un texto importante que deseaba terminar pronto, una mosca me molestaba una y otra vez. Traté de matarla, pero era más rápida que yo. Así es que para desquitarme hice uso de mi conocimiento sobre moscas. Esperé a que se quedara quieta, entonces la quedé mirando y le dije solemnemente: «A lo más, en quince días no existirás...». No creo que esto incomodara a la mosca, pero me regaló un profundo sentimiento de alivio. Y también me dejó pensando en nuestra propia existencia como humanos. Cuando decimos «nunca te olvidaremos» o «siempre te tendremos presente», lo cierto es que nuestro «siempre» y «nunca» son muy efímeros. A lo más, durarán ochenta, noventa o, en el mejor de los casos, cien años, pero nada más. Es como si una mosca le dijera a otra «nunca te olvidaré». Ese «nunca» de la mosca durará a lo sumo entre catorce y quince días. Este ‘‘nunca’’ de la mosca, que nos parece tan poco comparado con nuestros noventa o cien años, es tan ridículo como nuestro humano «nunca» o «siempre» al lado de la historia del universo. Frente a ella, no es nada.

    Nos cuesta aceptar que somos efímeros, que nuestra

    existencia es solo un chispazo de vida. Que la mayoría de las cosas que nos rodean existían antes de nosotros y seguirán existiendo cuando nosotros ya seamos historia. Este sentimiento de criatura, más que amargarnos, nos debería animar a gozar la vida intensamente. A ser humildes y aceptar que la vida es un regalo o más bien un préstamo que no está para ser «ahorrado» o malgastado, porque, al final, igual tendremos que devolverlo.

    Estoy seguro de que si fuéramos más conscientes de que somos criaturas y que estamos «en préstamo» en la vida, lejos de vivir asustados por la muerte viviríamos mucho más intensamente. Aprovecharíamos más cada instante, seríamos más agradecidos de todo, gozaríamos mucho más las cosas. Visto así, paradójicamente, todo lo que nos hace sentir importantes, todo lo que nos hace creernos imprescindibles, es lo que nos debilita, lo que nos hace vivir atemorizados de la muerte. Les propongo que la cotidiana y sencilla mosca sea un sabio recordatorio. Aprendamos de ella a ser humildes y a aprovechar el regalo de la vida.

    La vida es un viaje

    Cada verano visitan Chile espectaculares cruceros de lujo. Algunos de más de setenta mil toneladas, con una capacidad cercana a los tres mil pasajeros. Uno de estos cruceros poseía doce cubiertas y estaba equipado con seis restaurantes, bares, heladería, teatro estilo Broadway, dos piscinas, centro juvenil, sala de videojuegos, casino, zona de práctica de golf, gimnasio, spa, muro de escalada en rocas y patio de deportes. Los otros cruceros también estaban equipados con similares comodidades y lujos. Todos ellos difieren bastante de los otros barcos. Uno corriente tiene lo mínimo necesario para un viaje cómodo, pero sencillo, pues lo importante es llegar a salvo y pronto a su destino. Sin embargo, para quien se embarca en un crucero de lujo lo importante no es el destino, sino el barco mismo. El destino del viaje le da un poco lo mismo. Lo importante es entretenerse, pasarlo lo más bien que se pueda mientras dure el crucero. Así se explica la necesidad de tanto lujo.

    Todo esto me hace pensar en la sencillez que hemos ido perdiendo en Chile, en especial en ciertos sectores de la sociedad. La austeridad y la sencillez van íntimamente unidas al sentido de mi vida, al destino de mi viaje. Si voy perdiendo el sentido de mi vida o nunca lo tuve claro, se me desordenan las prioridades. Los valores de mi vida se me desvalorizan, y confundo medios con fines. Así como el barco deja de ser un vehículo de transporte para un destino y se transforma en el destino mismo, así también todo lo que tengo y soy deja de estar en función de lo importante y se transforma ello en lo vital. Entonces, cuando no tengo claro mi destino, mi fin, necesito imperiosamente llenarme de cosas que me den seguridad y me entretengan, de tal manera, que no me quede tiempo para detenerme y pensar el para qué de todo. Necesito del lujo para sentirme importante, para que éste me convenza constantemente de que el destino de mi vida soy yo mismo. ¡Qué vacío más grande vivir la vida como si se estuviera en un crucero de lujo!, continuamente mejorando el barco, agregándole más cubiertas, más instalaciones, para mantener en mi vida la falsa sensación de desafío y novedad. El Titanic fue una gran parábola para quienes viven su vida como en un crucero de lujo, el saber que tarde o temprano este viaje termina. Volver a una vida de más austeridad y sencillez es haber entendido el mensaje de la parábola del Titanic.

    Cuando uno es consciente del fin de su vida no necesita cosas especiales para entretenerse. Cuando sé que soy un simple pasajero al que se invitó gratuitamente al viaje de la vida, no necesito del lujo para creerme otro cuento. Que san Alberto Hurtado, con su entrega incondicional a los demás y su contagiosa alegría, nos ayude a cuestionarnos nuestro estilo de vida. Que nos ayude a descubrir el fin de nuestra vida. Así, vestidos en la sencillez y austeridad, podamos caminar más ligeros y contentos hacia nuestro destino.

    El preciso ángulo de los problemas de la vida

    El transbordador espacial estadounidense es la nave más moderna de su tipo. Es el único vehículo espacial que, llevando al espacio tripulación humana y varias toneladas de carga adicional, puede regresar a la Tierra y ser reutilizado varias veces para nuevas misiones.

    La nave es lanzada al espacio adherida a un cohete mayor el cual al alcanzar cierta altura se desprende del transbordador, el que deberá utilizar sus propios motores para ponerse en órbita en el espacio.

    Pero el regreso a la Tierra es lo llamativo y más novedoso. Una vez que el trasbordador impulsado nuevamente por sus motores deja su órbita, es atraído inmediatamente por la gravedad de la Tierra. Entonces, apaga sus motores, que ya no le serán útiles, y movido solo por la fuerza de gravedad y la resistencia del aire de la Tierra planea hasta su aterrizaje.

    Es impresionante que una nave de ese tamaño y peso regrese a la Tierra solo planeando. Pero tan impresionante como eso es la precisión de su reingreso a la atmósfera: lo hace con la parte de atrás usando los motores como escudo, luego gira y sigue de punta, donde la cobertura de placas térmicas absorberá el calor del roce. Su reingreso tiene que ser en un ángulo preciso que no admite error, pues si entra muy clavado se incrustaría en la tierra, y si lo hace muy tangencialmente rebotaría en la atmósfera y se perdería en el espacio.

    Este preciso ángulo de reingreso en la atmósfera me hace pensar que ante los problemas de la vida uno tiene que ingresar a ellos en un ángulo semejante. Si uno afronta los problemas en un ángulo cerrado, se clava en ellos, pierde la visión de conjunto y se entierra. Si uno los afronta tangencialmente, corre el peligro de quedarse en la teoría o en lo planificado y se hace incapaz de concretar los detalles, perdiéndose en ellos.

    Como en el transbordador, es clave el ángulo exacto, es decir, preocuparse de los detalles del problema sin perder la visión de conjunto.

    Descubrir lo que está a la vista

    Viajando en bus a La Serena iba también conmigo una señora con cuatro niños; uno se sentó a mi lado, dos adelante y el menor con ella atrás. Apenas salió el bus de Santiago se pusieron a molestar y a pelear entre ellos. Para distraerlos y que no molestaran tanto, la señora les propuso que quien viera más señales camineras tenía un premio.

    Todos los niños empezaron a indicar señalizaciones a ambos lados de la carretera. Poco a poco, y sin quererlo, me encontré también buscando atento, pero con disimulo, las señales camineras. Nunca imaginé que había tantas de ellas desde Santiago a La Serena. Me di cuenta de que bastaba con poner atención para descubrir aquello en lo que uno nunca se había fijado.

    Me recordó cuando un día una persona que había sido recogido por el Padre Hurtado me dijo: «Los niños vagos, los pobres, siempre existíamos, pero fue él quien se fijó en nosotros, vio a Cristo pobre en esos niños e hizo que toda la sociedad chilena nos viera, y con otros ojos».

    Qué importante es que, así como la señora hizo que sus hijos se fijaran en las señales camineras, nosotros hagamos que la sociedad se fije en el dolor, la soledad, la miseria y la injusticia en que viven los pobres. Para que así, viéndola, se tome conciencia de ella y se haga algo por quienes no tienen oportunidades.

    La alegría de vivir

    Estando en México viví una experiencia que me marcó. Yo solía visitar un pequeño asilo que cobijaba gente deforme, el cual era atendido por tres religiosas. Un día me esperaban para pedirme que me quedara mientras ellas iban a buscar al aeropuerto a una monja que venía de visita. Me dijeron que no me preocupara, que estaban todos los enfermos listos, que no había nada que hacerles y que ellas antes de dos horas estarían de vuelta. Les dije que ningún problema, sabía que no salían nunca y que esto podría ser un buen y merecido paseo para ellas.

    El problema fue que mi reemplazo no duró dos horas, sino que más de cuatro. Se atrasó el vuelo y luego les tocó la hora del taco, que en México es tremendo.

    En la sala había una joven que era la alegría del lugar. Tenía unos veinticinco años, había nacido ciega, sin piernas ni brazos. Al nacer su madre la abandonó en un basural donde fue recogida por la policía y desde entonces vivía en este asilo.

    Por el estado y postración usaba pañales y el problema que se me presentaba era que había que mudarla sin demora, pues de lo contrario hacía heridas. Por más que prolongué la espera tuve que mudarla, pues ella misma llegó a pedirlo con insistencia.

    Es difícil mudar a un adulto que tiene más peso y más aún cuando no tiene extremidades para sujetarlo. Estaba en plena faena cuando ella, interrumpiendo el silencio de ambos, me preguntó: «¿Se siente mal?» Le respondí que sí y ella agregó: «Yo me siento peor».

    Luego me comenzó a decir todas las cosas que había que hacerle a cada enfermo de la sala. En su cama, y a pesar de su ceguera, estaba pendiente de todo lo que pasaba en el lugar y de la necesidad de cada uno.

    Haber sido abandonada al nacer, ser ciega, no tener brazos ni piernas y depender en todo de los otros habría sido motivo suficiente para que cualquiera se amargara. Sin embargo, pocas veces he visto a alguien tan alegre.

    Estoy seguro de que el preocuparse de los demás más que centrarse en sí misma era el secreto de su alegría.

    Le habría bastado soltar la fruta para liberarse

    En toda la historia de la humanidad son más los seres que estamos vivos que los que han muerto.

    He conocido este dato y he pensado mucho en ello. Llama la atención sobre todo cuando constatamos que cada vez se alarga más y más el promedio de la vida de la humanidad. Hacemos de todo para no envejecer, para seguir siendo jóvenes y postergar las pequeñas muertes de la vejez que nos preparan a la muerte definitiva. Da la sensación de que no queremos dejarles nuestro espacio a otros y no nos queremos ir, nos aferramos a la vida.

    Recuerdo a una tribu en África que cazaba a los chimpancés amarrando un coco a un árbol. Le abrían un orificio al coco donde apenas podía entrar la mano estirada de un chimpancé. Luego depositaban un plátano al interior del coco y esperaban. El chimpancé metía la mano, agarraba el plátano y con la mano empuñada le era imposible sacarla del coco. Le habría bastado soltar la fruta para liberarse, pero rara vez eran capaces de hacerlo.

    Así nos pasa a nosotros, por aferrarnos a la vida quedamos tan cazados al deseo de vivir que no vivimos plenamente. Por huir de la muerte, huimos de la vida. Por esto agradezco a aquellos viejos que supieron dejarnos su lugar, a los que sabiendo morir nos enseñaron a vivir.

    Cuando cuatro es igual a uno

    Una vez un niño, viendo unas barras de chocolate que vendían en un local, se tentó por una y le pidió a su papá que se la comprara. Las barras costaban mil pesos. El papá le dio un billete de cinco mil pesos. Feliz, el niño partió con su billete a comprar. Su alegría aumentó todavía más cuando, junto con recibir la barra de chocolate, recibió también como vuelto cuatro billetes de mil pesos. El niño, sin saber el valor de los billetes, estaba fascinado de que él había entregado solo un billete y le habían pasado la barra de chocolate más cuatro billetes. Volvió contento donde su papá mostrando los billetes y le dijo: «Les di uno y me dieron cuatro...».

    Algún día ese niño comprenderá que el valor de los billetes es distinto según su denominación; que el de cinco mil equivalía a cuatro billetes de mil más la barra de chocolate. A los adultos nos causa risa la ingenuidad de un pequeño que no comprende todavía el valor de cada billete y solo se fija en la cantidad de ellos. Pero los adultos, de alguna manera, caemos en lo mismo cada vez que entendemos la plenitud de la vida de una persona como la cantidad de años que ha vivido, la cantidad de cosas que hace, la cantidad de estudios que tiene o que produce y la traducción en plata de ese esfuerzo. Eso es tan absurdo como valorar los billetes solo por la cantidad de ellos.

    La vida de una persona será plena no por la cantidad de años que viva, ni por lo mucho que haga o que gane. La vida de una persona será plena solo cuando su vida le dé sentido a la vida de los demás. Por eso es que la vida de una guagua que muere puede ser tan plena como la de un anciano, pues la vida de esa guagua le puede dar mucho sentido a mucha gente. La vida de un niño con síndrome de Down puede ser tan plena o más que la vida de un exitoso científico, pues ese niño ciertamente le da sentido y felicidad a la existencia de sus padres y hermanos. Así, también, la vida de una persona en estado vegetal en la cama de un hospital puede valer tanto como la del ejecutivo de una gran empresa. Más aún la vida de tantos pobres que sufren o el sufrimiento de tanta gente que padece una enfermedad, o vive en la soledad, o sufre la injusticia y la desesperanza, adquiere su sentido en la pasión del Señor y, por lo tanto, tiene sentido para toda la humanidad.

    Tenemos que ser cuidadosos, pues los parámetros de plenitud o de éxito que nos presenta la cultura actual no siempre son los de una vida de verdadera plenitud. Así, como solo los adultos reconocemos las denominaciones de los billetes y no un niño, así también solo el Señor conoce la nominación, el valor de cada uno de nosotros.

    La incoherencia que nos hace cojear

    Quién no ha padecido alguna vez el molesto tambaleo de una mesa que cojea. Es tan típico eso de tener que ponerle una tapita de bebida o algún papel plegado a la pata mala para que la mesa deje de moverse. El tambaleo, producto de la cojera de la mesa, se puede deber a las patas no parejas o a lo irregular del piso. Es tan incómoda la sensación de inestabilidad que produce el asunto que hay mesas que traen en el extremo de cada pata un tope con hilo que permite alargarlas o acortarlas, adecuándolas al piso. Una mesa cuyas patas no están parejas cojea y se tambalea.

    De la misma manera que la mesa, nosotros cojeamos y tambaleamos en la vida si ciertas cosas las tenemos disparejas. Si hay una disparidad, si no hay una coherencia entre el gesto, la palabra, el compromiso y nuestros ideales, entonces cojearemos. Tal como hay patas de mesas que no corresponden al largo de las otras, hay gestos que no corresponden a nuestros compromisos, y compromisos que tampoco corresponden a nuestros ideales, como a su vez nuestras palabras a veces no corresponden a nuestros compromisos.

    Si no somos seres coherentes, integrados, nos convertiremos en mesas o seres que cojean. Es importante irnos educando hacia una correspondencia entre nuestros gestos, palabras, compromisos e ideales. Si no es así, nos transformamos en personas desintegradas. Tal vez una de las causas de tantos tropiezos que tenemos en nuestras vidas, de proyectos que fracasan, de tanta soledad y depresión, es que no hemos sabido tener una vida coherente. Nos desarrollamos en forma desintegrada, y cuando cada cosa va por su lado nos ponemos a cojear, todo se nos tambalea y se nos puede venir abajo.

    Una persona correcta es una persona íntegra, cuyos gestos, palabras, compromisos e ideales son coherentes entre sí. El oportunismo y el atractivo de lo fácil, entre otras cosas, hacen que nos desintegremos y perdamos coherencia. La vida se nos presentará llena de obstáculos, dispareja, si no somos íntegros. Entonces buscaremos cosas parecidas a los papeles y tapas de bebidas en las patas de las mesas para suplir lo faltante.

    La inestabilidad de una vida que cojea por la desintegración, por la incoherencia, produce miedo, provocando que necesitemos suplementos que nos quiten los temores y nos den sensación de estabilidad. Cuántas cosas en nuestra vida no son sino tristes «suples» para el tremendo vacío que produce en nosotros no ser íntegros. Recuperemos el arte de hacer mesas que no cojeen, de formar hombres y mujeres que sean íntegros, que sean coherentes y

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