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El arte del Zapato
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El arte del Zapato

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¿Qué podría resultarnos más cotidiano que un par de zapatos? Hoy en día, se han transformado en un objeto de consumo masivo y aparecen despojados de todo significado. Sin embargo, estos accesorios funcionan como relatos y cuentan verdaderas historias de quienes los llevan.
Antiguamente, no todos podían llevar zapatos, y quienes lo hacían, escogían sus modelos de acuerdo a su posición y situación. A lo largo de la historia, significaron la fuerza de la legión romana, el poder de la aristocracia en la Edad Media, la opresión de las mujeres chinas, la seducción de las estrellas del cine y el objeto fetiche por excelencia de muchos artistas y escritores.
Marie-Josèphe Bossan explora en este libro la singular evolución de estos objetos… que se han ido cargando de simbolismo. La autora acompaña el análisis con destacadas fotografías y les otorga esa cualidad universal que ilumina la historia y al mismo tiempo los eleva a la categoría de obra de arte.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 dic 2019
ISBN9781644617854
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    El arte del Zapato - Marie-Josèphe Bossan

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    2. Botas de aviador, c. 1914, Francia.

    Introducción

    El zapato: objeto de civilización y objeto de arte

    Aparte de observar el calzado por su comodidad o elegancia, los contemporáneos rara vez se interesan en este objeto tan necesario para la vida cotidiana. Sin embargo, el calzado tiene considerable importancia en la historia de la civilización y del arte.

    Al perder el contacto con la naturaleza, perdimos de vista el significado profundo del calzado. Al renovar este contacto, particularmente a través de los deportes, empezamos a redescubrir este significado. El calzado para esquiar, hacer excursiones, cazar, para jugar fútbol, tenis o equitación es una herramienta indispensable que se elige cuidadosamente y que siempre es revelador de la actividad y el buen gusto de su dueño.

    Siglos atrás, cuando el clima, la vegetación y la condición del suelo determinaban de una manera más directa la actividad humana, cuando casi todas las tareas implicaban un esfuerzo físico, el calzado tenía, para todos, una importancia que hoy solo tiene para unos pocos. No utilizamos el mismo calzado en la nieve que en el trópico, en el bosque que en la estepa, en los pantanos que en las montañas, cuando trabajamos, cazamos o pescamos. Por este motivo, el calzado da indicios valiosos sobre los hábitat y estilos de vida.

    Antes, en sociedades muy jerárquicas, organizadas por castas u órdenes, la vestimenta era determinante. Princesas, burgueses, soldados, clero y servidumbre se diferenciaban por su atuendo. El calzado revelaba, de una manera menos explicita pero con mayor exactitud que el sombrero, el origen social de quién lo llevaba; era un signo de identidad, al igual que el anillo que se desliza suavemente en el dedo más fino, la «zapatilla de cristal» sólo le vendrá a la bella más exquisita.

    El calzado nos transmite su mensaje por medio de las tradiciones que se le imponen y le condicionan. Nos enseña las deformaciones que se hacían a los pies de las mujeres chinas y nos muestra cómo, en la India, mediante la conservación de sus descomunales botas, los jinetes nómadas del Norte buscaban gobernar su región; nos damos cuenta de que las sandalias evocan los baños turcos, mientras que las babuchas recuerdan el precepto islámico de no entrar a lugares sagrados con los pies cubiertos.

    En ocasiones el calzado adquiere un valor simbólico en algún ritual o esta ligado a un acontecimiento crucial de la existencia. Se dice que el propósito de los tacones altos era hacer más alta a la mujer el día de su boda como un recordatorio de que era la única ocasión en que dominaría a su cónyuge.

    Las botas del chamán se decoraban con pieles y huesos de animales para emular al venado, ya que bajo este carácter podía recorrer el mundo de los espíritus. Somos lo que portamos. Si para ascender a una vida superior es necesario decorar la testa, tratándose de la libertad de movimiento son los pies los que merecen adorno. Atenea usaba calzado de oro; Hermes usaba sandalias aladas. Perseo, queriendo volar, acudió a las ninfas en busca de sandalias con alas.

    Los cuentos hacen eco a la mitología. Las botas de siete leguas que se expandían o se encogían para así ajustarse al ogro o a Pulgarcito, permitiéndoles a ambos recorrer todo el Universo. «Sólo tiene que fabricarme un par de botas», dijo el Gato con Botas a su dueño, «y verá que no esta tan mal dotado como piensa».

    ¿Sirve el calzado, entonces, para dar trascendencia a los pies, a menudo considerados la parte más modesta y la menos favorecida del cuerpo humano? En ocasiones, sin duda, pero no siempre. El pie descalzo no siempre está lejos de lo sagrado, que es capaz de transferir al calzado. Quienes suplican o veneran están constantemente arrojándose a los pies de los otros; son los pies de los hombres los que dejan un rastro en suelos húmedos o polvorientos, a menudo el único testigo de su paso. Accesorio específico, el calzado puede servir en ocasiones para representar a quien lo portó, quien ya no está, de quien no osamos dibujar los rasgos; el ejemplo más característico es el ofrecido por el budismo primitivo evocando la imagen de su fundador por un asiento o huella del pie.

    Construidos en los materiales más diversos, de piel, madera, tela o paja, con adornos o sin ellos, el calzado por su forma y decorado se convierte en una obra de arte. Aunque con frecuencia es cierto que la forma obedece más a criterios funcionales que estéticos, el diseño de la tela, el bordado, las incrustaciones, la selección de colores, todo revela siempre las especificidades artísticas de su país de origen.

    El interés esencial radica en lo que el calzado no es, pues armas o instrumentos musicales se reservan para una casta o para determinado grupo social, las alfombras son producto de sólo una o dos civilizaciones. El calzado, en cambio no aparece como objeto exclusivo de los ricos ni como mera manifestación folclórica, y ha sido usado desde lo más bajo hasta lo más alto de la escala social, por todos los individuos de cualquier grupo, en todo el mundo.

    Jean-Paul Roux,

    director honorario de investigación en la C. N. R. S.

    Profesor titular honorario de artes islámicas

    en la Escuela del Louvre.

    3. Zapato de arcilla con la punta curvada hacia arriba, encontrado en una tumba en Azerbaiján, siglos XIII-XII a. C. Museo Bally-Schuhmuseum, Schönenwerd, Suiza.

    4. Zapato de hierro. Siria, 800 a. C. Museo Bally-Schuhmuseum, Schönenwerd, Suiza.

    De la antigüedad a nuestros días

    Prehistoria

    El hombre prehistórico evidentemente no estaba familiarizado con los zapatos: las marcas que se han encontrado de la Edad de Piedra nos indican que andaban descalzos. Pero en las pinturas rupestres descubiertas en España que datan del período paleolítico superior (alrededor de 14000 a. C.) muestran al hombre de esa época vestido con botas de piel. Según el Padre Breuil, paleontólogo y prehistoriador francés (1877-1961), el hombre del neolítico cubría sus pies con pieles de animales como protección contra las inclemencias del medio ambiente. Pareciera que el hombre siempre ha cubierto instintivamente sus pies, aunque no queda evidencia concreta del calzado en sí. El calzado prehistórico debe haber sido de diseño tosco y ciertamente utilitario. Las botas que llevaba Ötzi el hombre de la Era del Hielo descubierto en un glaciar alpino son un ejemplo excelente de lo anterior. La cubierta de piel de ciervo y las suelas de piel de oso le permitían viajar largas distancias para comerciar. Estos materiales se seleccionaban principalmente por su capacidad para proteger el pie en un terreno agresivo. Sólo en la antigüedad adquiriría el calzado una dimensión estética y decorativa convirtiéndose así en un indicador eficaz de la condición social.

    5. Sello cilíndrico y su estampa. Dinastía acadia, Mesopotamia, alrededor de 2340-2200 a. C., alt. 3,6 cm. Museo del Louvre, París.

    Antigüedad

    El calzado en las civilizaciones del antiguo Oriente

    Simultáneamente al florecimento de las primeras grandes civilizaciones en Mesopotamia y Egipto en el IV milenio a. C. surgieron los tres tipos básicos de calzado: el zapato, la bota y la sandalia. En la excavación de un templo en la ciudad de Brak (Siria) en 1938, un equipo arqueológico desenterró un zapato de arcilla, con la punta curvada de antes de 3000 a. C. Esto demuestra que la ciudad compartió algunas características con la civilización sumeria de Ur en Mesopotamia: en los sellos mesopotámicos de la era de los acadios, alrededor de 2600 a. C., también aparecen zapatos con puntas levantadas. Este tipo de zapato mesopotámico, que se distingue de los modelos sirios por tener una punta mucho más grande y adornada con un pompón, se convirtió en el calzado exclusivo del rey. La punta curvada hacia arriba se atribuye al terreno agreste de las montañas de los conquistadores que la introdujeron. Después de que los acadios la adoptaran, la forma se extendió al Asia Menor, donde los hititas la convirtieron en parte de su atuendo nacional. A menudo está representada en bajo relieves, como los del santuario de Yazilikaya en 1275 a. C. Los navegantes fenicios ayudaron a llevar el zapato puntiagudo a Chipre, Micenas y Creta, donde aparece en frescos de palacios, en juegos y ceremonias reales. A los cretenses también se les representa en las decoraciones de la tumba de Rekhmire (Egipto, 18.ª dinastía, 1580-1558 a. C.) usando botas al tobillo de puntas curvadas, lo que indica el contacto entre Creta y Egipto durante esta era. El imperio mesopotámico de Asiria dominó el antiguo oriente desde el siglo IX al VII a. C. y erigió monumentos en cuyas esculturas se representan sandalias y botas. Sus sandalias son una suerte de zapato simplificado compuesto de suela y correas. Sus botas eran altas y cubrían la pierna, el tipo de calzado que usan los jinetes. Desde mediados del siglo VI a finales del siglo IV a. C., la dinastía persa fundada por Ciro II el Grande, aproximadamente en 550 a. C., gradualmente estableció una cultura homogénea en el antiguo oriente. Los bajo relieves procesionales labrados por escultores de los reyes aqueménidas son un registro documental de la vestimenta y calzado de la época.

    Además de imágenes de botas, las hay de zapatos elaborados con materiales flexibles y cuero que aparecen cubriendo totalmente el pie y con cintas entrelazadas que rodean el tobillo. Para comprender cabalmente cómo evolucionó el zapato desde sus orígenes hasta hoy es importante estudiar las civilizaciones antiguas dentro de un contexto histórico. Además, un análisis de los textos bíblicos primarios arroja nuevas luces sobre el tema y da una mayor relevancia a la historia del calzado.

    6. «León que muere a manos del Rey», bajo-relieve del Palacio de Asurbanipal en Nínive, 638-630 a. C., Museo Británico, Londres.

    Antiguo Egipto

    Fue en el antiguo Egipto donde nacieron las primeras sandalias. Esta forma de zapato plano con cintas surgió en respuesta al clima y a la geografía del lugar.

    La paleta del rey Narmer, alrededor del año 3100 a. C., muestra a uno de sus sirvientes, caminando detrás del soberano y llevando en los brazos las sandalias reales, lo que indica la importancia que se concedía a los zapatos en el atuendo ceremonial.

    Aunque en los murales egipcios a hombres y mujeres solía representarseles descalzos, también usaban sandalias. Las sandalias egipcias se hacían de cuero, paja tejida, tiras de palma u hojas de papiro, juncos y carrizos que crecían en los pantanos. El calzado del faraón y de los personajes prominentes de la sociedad estaba hecho de oro, aunque las sandalias eran en general un artículo de lujo. Las excavaciones de las tumbas han revelado que este objeto, originalmente utilitario, tenía una función social. La forma de la sandalia se mantuvo a través de la civilización faraónica y duró hasta la era cóptica del Egipto cristiano. Cuando el faraón entraba en el templo, o cuando sus súbditos rendían culto a los muertos en las capillas funerarias, solían quitarse las sandalias en la entrada del santuario, una costumbre que más tarde adoptarían los musulmanes. El ritual demuestra el fuerte vínculo que existe entre el zapato y lo sagrado, una relación que también se establece a través de pasajes bíblicos específicos, que mencionaremos más adelante. La llegada a Egipto de la sandalia de punta curvada, en el II milenio a. C., fue probablemente de influencia hitita. Este tipo de calzado es precursor de la polaina, o zapato de punta, una excéntrica moda medieval que llegó a Europa desde el Oriente, durante las Cruzadas. Las sandalias que encontramos entre los artículos empacados para la vida de la momia en el Más Allá, se colocaban en cofres o se ilustraban en bandas horizontales que decoraban el interior de los sarcófagos de madera. Evidentemente, su función era profiláctica.

    Los textos de la época de las pirámides aluden y reflejan el deseo de los muertos de «caminar con sandalias blancas por los hermosos caminos del cielo, donde andan los benditos».

    7. Fabricante de sandalias, relieve con fresco, 18.ª dinastía, 1567-1320 a. C. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.

    8. Sandalia de madera con incrustaciones de oro, tesoro de Tutankamon. 18.ª dinastía, Tebas. Museo del Cairo, Cairo.

    9. Sandalia egipcia hecha de fibras vegetales. Museo Bally-Schuhmuseum, Schönenwerd, Suiza.

    La Biblia: el calzado en el Antiguo Testamento

    Los documentos más antiguos relacionados con el calzado pueden encontrarse en la Biblia, aunque también debemos tener en cuenta algunos textos chinos, egipcios y mesopotámicos. Generalmente, sin importar si se trata de los elegidos de Dios (los hebreos), de sus aliados, o de sus enemigos, los personajes bíblicos llevan sandalias, lo que confirma, desde la antigüedad más temprana, el origen de este tipo de calzado en el Cercano Oriente. El Antiguo Testamento rara vez menciona el diseño o la decoración de las sandalias. Aparte de ser una ayuda inapreciable para andar, lo que concierne especialmente a los santos, las sandalias desempeñan un papel simbólico importante. El simbolismo bíblico de los zapatos puede analizarse en diferentes contextos, como su relación con los lugares santos, el calzado en las expediciones militares, las acciones legales y los rituales cotidianos, así como el calzado como accesorio de seducción femenino.

    En el ejemplo más famoso relacionado con la costumbre de descalzarse en un lugar sagrado, la visión de la zarza ardiente, Dios ordena a Moisés de quitarse los zapatos: «No te llegues acá: quita tus zapatos de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es» (Éxodo, III, 5).

    La situación se repite cuando los hebreos llegan a la Tierra Prometida, tal como se registra en el Libro de Josué: «Y estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos, y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desnuda en su mano. Y Josué yéndose hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? Y él respondió: No; más Príncipe del ejército de JEHOVÁ, ahora he venido. Entonces Josué postrándose sobre su rostro en tierra le adoró; y díjole: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército de Jehová respondió á Josué: Quita tus zapatos de tus pies; porque el lugar donde estás es santo. Y Josué lo hizo así». (Josué, 5:13-15).

    La orden que se le da a Josué es idéntica a la que recibe Moisés. Los zapatos figuran en otra historia de Josué. Los reyes, que se encontraban más allá del río Jordán, formaron una coalición para luchar contra Josué e Israel. Como los gabonitas querían aliarse con Israel a cualquier precio, planearon una estratagema que haría pensar a los israelitas que venían de una tierra lejana:

    «y tomaron sacos viejos sobre sus asnos, y cueros viejos de vino, rotos y remendados, y zapatos viejos y recosidos en sus pies, con vestidos viejos sobre sí» (Josué 9:4-5). Vestidos de esta manera, fueron a buscar a Josué, quien les preguntó «¿Quiénes son y de dónde vienen?» Y ellos le respondieron: «Tus siervos han venido de muy lejanas tierras… Estos cueros de vino también los henchimos nuevos; helos aquí ya rotos: también estos nuestros vestidos y nuestros zapatos están ya viejos a causa de lo muy largo del camino». (Josué, 9:5, 8, 13).

    Estas sandalias viejas contrastan con las que se mencionan en el último sermón de Moisés cuando le dice a su pueblo: «Y yo os he traído cuarenta años por el desierto: vuestros vestidos no se han envejecido sobre vosotros, ni vuestros zapatos se han envejecido sobre vuestros pies». (Deuteronomio, 29:5).

    El Antiguo Testamento menciona el calzado en varios contextos militares. Las guerras contra los filisteos son el escenario para los Libros de Samuel. La rica iconografía de la famosa batalla entre David y Goliat, que corresponde a una fecha mucho más tardía que el evento mismo, sucedido entre los años 1010 y 970 a. C., muestra generalmente al gigante filisteo usando sandalias y armadura para las piernas, pero en la Biblia sólo se menciona la armadura: «Y traía un almete de acero en su cabeza, e iba vestido con corazas de planchas: y era el peso de la coraza cinco mil siclos de bronce. Y sobre sus piernas traía grebas de hierro, y escudo de acero en sus hombros». (Samuel, 17:5-6).

    La sandalia forma parte de las imágenes de guerra evocadas en las exhortaciones de David a Salomón, cuando el rey recuerda a su hijo que su sirviente Joab había asesinado a dos de los comandantes del ejército de Israel: «...los mató, vengando en tiempo de paz la sangre derramada en la guerra, y manchando con sangre de guerra el cinturón que ceñía su cintura y las sandalias que calzaban sus pies» (Reyes, 2:5). Y el profeta mesiánico Isaías evoca las sandalias cuando se refiere a la amenaza militar de una nación lejana: «No habrá entre ellos nadie cansado, ni quien tropiece; ninguno se dormirá ni dormitará; a ninguno se le desatará el cinturón de su cintura, ni se le romperá la correa de sus sandalias. Sus saetas estarán afiladas y todos sus arcos entesados» (Isaías, 5:27-28). El calzado y la falta del mismo también figuran de manera prominente en la profecía de Isaías acerca de la derrota de Egipto en contra de Asiria, su antigua rival por el dominio del Cercano Oriente: «En el año en que vino el jefe de los ejércitos a Asdod, cuando lo envió Sargón, rey de Asiria, y peleó contra Asdod y la tomó, en aquel tiempo habló Jehová por medio de Isaías hijo de Amoz, diciendo: Ve, quita la ropa áspera de tus caderas y descalza las sandalias de tus pies. Y lo hizo así, andando desnudo y descalzo. Y dijo Jehová: De la manera que anduvo mi siervo Isaías desnudo y descalzo tres años, como señal y pronóstico sobre Egipto y sobre Etiopía, así llevará el rey de Asiria a los cautivos de Egipto y a los deportados de Etiopía; a jóvenes y a ancianos, desnudos, descalzos y descubiertas las nalgas para vergüenza de Egipto. Y se turbarán y avergonzarán de Etiopía, su esperanza, y de Egipto, su gloria» (Isaías, 20:1-5).

    Lanzar o poner el zapato en un lugar significaba ocupación. En una imagen del faraón Tutankhamen pisoteando a sus enemigos, los salmos 60 y 108 celebran las preparaciones para una expedición militar contra Edom: «Moab, vasija para lavarme; sobre Edom echaré mi calzado; me regocijaré sobre Filistea Philistia». «Con Dios haremos proezas, y él hollará a nuestros enemigos» (Salmo, 60:8:12; Salmo, 108:9:13). En el reino de Israel, marcar un campo con el pie o dejar una sandalia era símbolo de propiedad legal. El texto fundamental en esta tradición está en el Libro de Ruth: «Desde hacía tiempo existía esta costumbre en Israel, referente a la redención y al contrato, que para la confirmación de cualquier negocio, uno se quitaba el calzado y lo daba a su compañero; y esto servía de testimonio en Israel. Entonces el pariente dijo a Booz: Tómalo tú. Y se quitó la sandalia. Dirigiéndose a los ancianos y a todo el pueblo, Booz dijo: Vosotros sois testigos hoy de que he adquirido de manos de Noemí todo lo que fue de Elimelec, y todo lo que fue de Quelión y de Mahlón. Y que también tomo por mi mujer a Ruth la moabita, mujer de Mahlón, para restaurar el nombre del difunto sobre su heredad, para que el nombre del muerto no se borre de entre sus hermanos, ni de entre su pueblo. Vosotros sois testigos hoy». (Ruth, 4:7-10). El simbolismo legal de la sandalia es también evidente en la ley hebrea que requiere que un hombre se case con la viuda de su hermano si el hermano no ha dejado un heredero varón. El Deuteronomio proporciona un comentario explícito: «Pero si el hombre no quiere tomarla por mujer, irá entonces su cuñada a la puerta donde están los ancianos, y dirá: Mi cuñado no quiere perpetuar el nombre de su hermano en Israel, no quiere emparentar conmigo. Entonces los ancianos de aquella ciudad lo harán venir, y hablarán con él. Y si él se levanta y dice: No quiero tomarla, se acercará entonces su cuñada a él delante de los ancianos, le quitará el calzado del pie, le escupirá en el rostro y dirá estas palabras: Así se hace con el hombre que no quiere edificar la casa de su hermano. Y se le dará a su casa este nombre en Israel: La casa del descalzado"». (Deuteronomio, 25:7-10). Caminar descalzo también simbolizaba duelo. En un ritual, los parientes del difunto se descubrían la cabeza y se descalzaban e iban con los rostros parcialmente cubiertos por un tipo de bufanda y sus vecinos les ofrecían pan. Ezekiel menciona la práctica con respecto al luto del profeta: «Hijo de hombre, he aquí que yo te quito de golpe la delicia de tus ojos; no hagas lamentación ni llores ni corran tus lágrimas. Reprime el suspirar, no hagas luto por los muertos, cíñete el turbante, ponte los zapatos

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