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Contra la indiferencia
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Contra la indiferencia

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El individuo capaz de pensar y decidir por sí mismo es el sujeto adulto que no acepta las ideas recibidas como verdades inexorables y que sabe perfectamente que compartir un prejuicio sólo puede ser una opción provisional y con conciencia de ello.

Frente a la sociedad de los creyentes, de los que aceptan acríticamente los relatos que se los ofrecen, la sociedad de los espíritus libres que discuten y construyen proyectos y que saben que la forma más persistente del mal es el abuso de poder.

La tradición ilustrada encalló precisamente en sus desvaríos utópicos, cuando quiso convertir sus propuestas en ideales y creencias y empezó a mitificarlas. De esta aventura surgió la democracía liberal, pero también los grandes totalitarismos fruto de la sacralización de lo que nunca puede ser sagrado: la razón. Después de la tempestad dse hizo una calma aparente que algunos llamaron posmodernidad. Pero pronto se vio que la tranquilidad era pasajera, que la historia no se detenía como algunos habían augurado.

Después vino el estallido del miedo, con el 11-S y los tambores de guerra que surgieron como respuesta. En nombre de la seguridad se fue imponiendo una cierta anestesia de las libertades, de asfixia de las pulsiones de cambio. Las democracias occidentales en pérdida de calidad parecen ir directas al totalitarismo de la indiferencia. Contra este destino se rebela la razón crítica. Y las cuatro verdades que se desarrollan en este libro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2011
ISBN9788481099836
Contra la indiferencia
Autor

Josep Ramoneda Molins

Josep Ramoneda (Cervera, 1949), periodista, filósofo y escritor y colaborador habitual del diario El País y de la Cadena Ser en los programas Hoy por Hoy y Hora 25. Preside el Institut de la Recherche et de l'Innovation (IRI) de París y dirige varias colecciones de ensayo. Fue director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y director del Instituto de Humanidades (1986-1989), colaborador de La Vanguardia (1980-1996) y profesor de filosofía contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona (1975-1990). Ha publicado numerosos libros, entre los cuales destacan Apología del presente (1986), Después de la pasión política (1999) y Del tiempo condensado (2005).

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    Contra la indiferencia - Josep Ramoneda Molins

    Para mi madre que se fue,

    para Alice que llegó mientras tanto

    Aviso

    Dice Emil Cioran que «no hay nada más peligroso que la voluntad de no ser engañado». Que una civilización inicia su decadencia «cuando los individuos empiezan a tomar conciencia; cuando no quieren ser víctimas de los ideales, de las creencias, de la colectividad. Una vez que el individuo se despierta, la nación pierde su sustancia, y cuando todos están despiertos, se descompone». Este libro pretende defender exactamente lo contrario. Formado en la cultura de la sospecha, sustento que el único ideal digno del hombre es la emancipación individual: la capacidad de pensar y decidir por sí mismo, según la formulación de Immanuel Kant. Y si algún sentido tiene hablar de civilización occidental es en lo que tenga de portadora de este programa emancipatorio. Un programa, por otra parte, universal, que nadie tiene derecho a apropiarse, y que ha sido asumido en todas partes por pensadores de todos los continentes –‍de Amartya Sen a Arjun Appadurai, de Darius Shayegan a Achille Mbembe, de Dipesh Chakrabarty a Nilüfer Göle, que, reconociéndose herederos del patrimonio de las Luces, sólo reclaman el derecho a aportar su particular lectura.

    El individuo capaz de pensar y decidir por sí mismo es el sujeto adulto que no acepta las ideas recibidas como verdades inexorables y que sabe perfectamente que compartir un prejuicio sólo puede ser una opción provisional y con conciencia de ello. Frente a la sociedad de los creyentes, de los que aceptan acríticamente los relatos que se les ofrecen, la sociedad de los espíritus libres que discuten y construyen proyectos y que saben que la forma más persistente del mal es el abuso de poder.

    La tradición ilustrada encalló precisamente en sus desvaríos utópicos, cuando quiso convertir sus propuestas en ideales y creencias y empezó a mitificarlas. De esta aventura surgió la democracia liberal, pero también los grandes totalitarismos fruto de la sacralización de lo que nunca puede ser sagrado: la razón. Después de la tempestad se hizo una calma aparente que algunos llamaron posmodernidad. Pero pronto se vio que la tranquilidad era pasajera, que la historia no se detenía como algunos habían augurado. Al caerse el telón del totalitarismo, de sus cenizas surgió inesperadamente el sujeto étnico, abriéndose un proceso de construcción de naciones sobre la base de la limpieza y exclusión de una parte de los conciudadanos convertidos en extraños, que en Yugoslavia, por ejemplo, fue una guerra cuyas heridas siguen abiertas. Nada que pueda sorprender en un país como España en que la nación se construyó sobre sucesivas oleadas de limpieza étnica de moros, de moriscos, de judíos y de herejes. Y ha sido siempre una nación demediada.

    Después vino el estallido del miedo, con el 11-S y los tambores de guerra que surgieron como respuesta. En nombre de la seguridad se fue imponiendo una cierta anestesia de las libertades, de asfixia de las pulsiones de cambio. Las democracias occidentales en pérdida de calidad parecen ir directas al totalitarismo de la indiferencia. Contra este destino se revela la razón crítica. Y las cuatro verdades que se desarrollan en este libro.

    Proemio

    AFORISMOS DEL TIEMPO

    1. «Sólo Dios sabe cómo quiero a mis hijos», dijo una terrorista palestina antes de inmolarse en la frontera de Gaza. Entre la justicia y los hijos, escogió la justicia divina: odio, obnubilación, fanatismo.

    2. Dios me libre de las buenas personas que de las malas personas ya me libro yo. Lo dice Amos Oz: «Hay demasiada gente que desea al prójimo su bien, con toda su fuerza».

    3. Desde el momento en que los derechos humanos han sido utilizados como ideología de guerra han dejado de ser derechos para convertirse en música militar. Música para camaleones. Sinfonía de ocupación.

    4. Vivimos un tiempo en que la explotación del miedo es el punto de coincidencia entre el poder y la subversión. El lugar común se llama terrorismo.

    5. El instinto de conservación no es natural, es cultural. El terrorista suicida es la demostración.

    6. Cuando los conceptos y las categorías se convierten en valores ganan en atractivo pero se alejan de la verdad.

    7. Todo es interpretación. Pero no todas las interpretaciones son iguales, como desearían los relativistas.

    8. Los sentimientos no son ajenos a la política, pero la política democrática ha de ser racional, susceptible de crítica y de deliberación, no sentimental.

    9. La ausencia de proyectos emancipatorios tiene como consecuencia que en la escena pública los instrumentos se conviertan en fines. Por eso la productividad es el horizonte ideológico insuperable de nuestro tiempo.

    10. La fragilidad del hombre se pone de manifiesto en su obsesión por la propiedad, por la herencia y por la identidad.

    11. ¡Cuántos ataques de vanidad se ahorrarían si todo el mundo fuera consciente de que todo podía haber sido de otra manera!

    12. Dice John Maxwell Coetzee: «Al escogernos para la muerte los dioses nos han dado una ventaja sobre ellos: vivimos más urgentemente y sentimos más intensamente». La eternidad es aburrida. Carece de incentivos.

    13. La historia demuestra que la paz no se establece sobre la confianza sino sobre el principio de desconfianza. Europa hizo la paz cuando comprendió que no sobreviviría a la III Guerra Mundial.

    14. Dice Zygmunt Bauman: «Estamos pasando del estado social al estado de seguridad». La seguridad física como terapia contra la inseguridad existencial.

    15. En tiempos de terrorismo global es difícil actuar con prudencia sin caer en la paranoia. Sin embargo, sin riesgo no hay libertad. La libertad es para aquellos que la desean por encima de todas las cosas.

    16. La paz sólo es un instrumento, el fin es la libertad.

    17. La perfección es incompatible con la verdad y el bien.

    18. La violencia es el castigo que los dioses nos han impuesto por la osadía de ser libres.

    19. Donde hay dos personas hay dos voluntades: dos maneras de elegir. El poder es la capacidad de conseguir que el otro elija como yo quiero. La violencia aguarda.

    20. El mal es el abuso de poder.

    21. El libro de Job es el primer gran tratado sobre el poder. ¿Cuál es el secreto? La arbitrariedad que es la esencia del poder. Dios da todo un recital a costa del pobre Job.

    22. Paradoja de las sociedades democráticas: casi todo se puede decir pero la inmensa mayoría de las cosas que se dicen queda a beneficio de inventario. El espacio de lo posible se estrecha. La transgresión no computa.

    23. ¿Por qué en los conflictos internacionales se habla tanto de paz y tan poco de justicia? Porque la paz puede imponerse manu militari, pero la justicia no.

    24. Entre el choque de civilizaciones y la alianza de civilizaciones sólo hay diferencias de intenciones. El error conceptual de base es el mismo: otorgar a las religiones capacidad determinante para definir nuestras identidades.

    25. «Nosotros no somos diferentes de nadie», dice un arquitecto iraní. Me lo temía: hemos decretado que eran diferentes sin contar con su opinión.

    26. No basta con reconocer al otro, hay que acordarle también el derecho a reconocernos a nosotros.

    27. Tanto entusiasmo con la diversidad resulta sospechoso. ¿Por qué nos obsesionamos en ver diferente al otro? Para controlarlo mejor. Identificarle como diferente es la manera de guardar las distancias.

    28. La política no la pueden decidir las víctimas, pero tampoco podemos permitir que la decidan los verdugos.

    29. Ayer se llamaba explotación, hoy atiende por el eufemístico nombre de competitividad. Los tiempos cambian, pero las estructuras básicas permanecen. Es la extraordinaria capacidad de mutación del capitalismo.

    30. Paz, diversidad, sostenibilidad. Me pregunto si estos discursos bienintencionados, sobre los que se construye la corrección política, ayudan a cambiar las cosas o sirven, simplemente, para reconciliar a los ciudadanos del primer mundo con su propia conciencia.

    31. ¿Cuál es el destino de la humanidad, perdurar por los siglos de los siglos o consumir la Tierra en una grande bouffe colectiva? A mí no me importaría la segunda opción si todos los comensales se sentaran a la mesa en igualdad de condiciones.

    32. ¿Por qué Dios es el principal argumento a la hora de entrar en combate? ¿Por qué hay tanta gente dispuesta a matar en nombre de Dios? Bienaventurados los que antes de escuchar a Dios escuchan a los hombres.

    33. ¿Qué tiene la ciudad que genera tanto odio? ¿Por qué, cíclicamente, hay poderes que buscan su destrucción? ¿Por qué tiene fama de ingobernable? La respuesta está en un proverbio griego: «Dios hizo el campo y el hombre la ciudad».

    I

    POLÍTICA

    El color de los sueños

    «Durante dos años, casi todos los jueves por la mañana, lloviera o hiciera sol, venían a mi casa, y casi nunca dejaban de asombrarme cuando las veía despojarse de los velos y de los mantos obligatorios y estallar en colores.» Lo escribe Azar Nafisi en un relato fascinante: Leer Lolita en Teherán. «Estallar en colores»: la libertad como una explosión que ilumina un mundo concreto, un territorio de experiencias compartidas.

    Azar Nafisi, apasionada profesora de literatura, hoy residente en Estados Unidos, reunía todas las semanas en su casa de Teherán a un grupo de mujeres –‍sólo mujeres, para no despertar las sospechas de la policía– para hablar de literatura. Era un tiempo libre, es decir, unas horas en que el régimen de autoridad quedaba suspendido, en que la complicidad les permitía gozar de un punto de libertad, aunque fuera temporal y enclaustrada, suficiente para ayudar a los espíritus a sobrevivir gracias a la lectura pero también al despliegue de la ironía sobre las limitaciones y dificultades de su vida como mujeres. Hace unos meses visité Teherán. En ningún otro país del mundo me había fijado tanto en las mujeres, en ningún otro país del mundo había tenido la sensación de que no había hombres. Si lo que los señores clérigos pretendían era esconder a las mujeres, han conseguido todo lo contrario: darles absoluta visibilidad. Y no olvidemos que en el trasfondo de muchos conflictos actuales está la lucha por la visibilidad. Quien tiene la capacidad de decidir qué y quién es visible y qué y quién es invisible tiene poder. Todo el paisaje urbano gira en torno a ellas. Los opresores quedan ridiculizados por su propia intransigencia. Es la estupidez del fanatismo. Su respuesta a la arbitrariedad de la autoridad político-religiosa es paralela a la respuesta trágica de Antígona a Creonte.

    Las mujeres han sabido convertir las humillaciones de los clérigos y de los hombres en un verdadero lenguaje de resistencia. Las calles de Teherán son un espectáculo gracias a las mujeres: me pasaba el tiempo tratando de descifrar las claves de su código: el color del velo, la longitud de la túnica, el recorte –‍velo hasta el flequillo, velo tres centímetros más arriba, velo a media cabeza–, lo que sale por debajo del chador, los zapatos, la coloración del rostro, todo adquiere o parece adquirir significación. Y, efectivamente, cuando te invitaban a una casa, las mujeres que llegaban iban quitándose las capas exteriores –‍las oscuras ropas, en gamas de marrón y negro, visado obligatorio ante los guardianes de la moral– y estallaban los colores de los vestidos libremente elegidos. «La realidad se ha vuelto tan insoportable, tan sombría, que lo único que puedo pintar ahora son los colores de mis sueños», le decía una artista amiga a Azar Nafisi. Y ésta concluía: «Aquella clase era el color de mis sueños».

    Claudio Magris, en Las fronteras del diálogo, describe las dudas que le provocó el paseo por una fiesta de la diversidad en La Haya: ¿es posible que todo sea digno del mismo reconocimiento por el solo hecho de ser diferente? ¿Es la indiferencia entre lo diferente un motor de libertad o una forma de desactivarla? En el seminario de Nafisi o en las casas de mis amigos iraníes la explosión del color era la respuesta de las ansias de libertad al paisaje monocromo de la verdad impuesta por una superestructura política cada vez más alejada de la realidad. La paleta de los colores de la vida contra los tonos de la muerte. Por sus colores les conoceremos. La libertad será el día en que los colores que ahora sólo tienen sitio en el espacio privado estallen en el espacio público. Antígona y Sherezade: las mujeres iraníes representan el desafío trágico a la injusticia del poder (¿qué es el mal sino el abuso de poder?), pero también, con sus ropas y con sus complicidades, tejen como Sherezade unos relatos que quizás algún día sean la tela de araña en que quede atrapado el poder masculino.

    La tolerancia es el gran anhelo en tiempos de intolerancia. La tolerancia fue una conquista tan grande –‍en el tardofranquismo, cuando ya circulaban Marx y Lenin en las librerías de España, la Carta sobre la tolerancia de John Locke seguía prohibida– que a mí se me hace incómodo someterla a crítica. Sin embargo, es innegable que la tolerancia tiene siempre algo de concesión: la generosidad del poderoso –‍depositario de la verdad económica, política, militar o eclesiástica– que nos perdona la vida y deja que nos expresemos libremente siempre y cuando no pongamos en cuestión nada esencial. Y ¿qué es lo esencial? Que en el fondo, de verdad sólo hay una: la que gestionan ellos. No es extraño que sea así: la conquista de la libertad es un largo proceso de emancipación –‍muy lejos de ser completado todavía– en el que el hombre se ha ido liberando de los vínculos orgánicos y las servidumbres más o menos voluntarias que limitaban estrechamente su papel en el mundo. Inicialmente esta naturalidad no creaba problema: el hombre estaba muy cerca del fatalismo de la vida animal; después, cuando el hombre empezó a demostrar capacidad de producir ideas y decisiones propias se inventó a Dios y todo se puso bajo la admonición de su autoridad. Deshacer este enorme entuerto, reconocer que Dios es un invento de los hombres y que, por tanto, la disputa por la verdad es entre hombres y no con los dioses, sigue costando enormes esfuerzos y muchos muertos. La paradoja de este mundo es que, a pesar de que se nos ha hecho pequeño, cada vez somos todos más vecinos, los unos de los otros: en él coexisten la edad antigua, la edad

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