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Ciudad, sociedad y acción gremial: Los arquitectos de Chile en el siglo XX
Ciudad, sociedad y acción gremial: Los arquitectos de Chile en el siglo XX
Ciudad, sociedad y acción gremial: Los arquitectos de Chile en el siglo XX
Libro electrónico382 páginas5 horas

Ciudad, sociedad y acción gremial: Los arquitectos de Chile en el siglo XX

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Cristian Jara relata la historia de los arquitectos de Chile durante el siglo XX, desde la etapa inmediatamente previa a la fundación del Colegio de la orden hasta la actualidad. El autor sostiene que desde el comienzo del periodo, los arquitectos nacionales alcanzaron una identidad profesional y gremial ligada a las necesidades que la sociedad iba planteando y estrechamente conectada con las ideas de la Arquitectura Moderna: "Los arquitectos llegaron a coincidir en que su rol social debía ser contribuir a la construcción de la ciudad moderna, y para lograr dicho objetivo debían obtener el reconocimiento de dicho rol por parte del Estado", afirma Jara.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento2 feb 2015
ISBN9789560005892
Ciudad, sociedad y acción gremial: Los arquitectos de Chile en el siglo XX

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    Ciudad, sociedad y acción gremial - Cristian Jara Jara

    Chile

    Prólogo

    Prologar un libro sobre los principales aspectos de la vida del Colegio de Arquitectos de Chile, que a la fecha suma más de setenta años de existencia institucional, constituye sin duda un gran honor y legítimo orgullo. Resultado de una larga y acuciosa investigación, este estudio devela e interpreta hechos muy significativos de la vida de esta institución gremial y su notable aporte al acontecer nacional, especialmente en los ámbitos de la ciudad, la vivienda social y el desarrollo del país. Esta idea comenzamos a fraguarla hace ya muchos años con el valioso apoyo del historiador Armando de Ramón, Premio Nacional de Historia 1998, y ha logrado realizarse gracias al esfuerzo y dedicación de un ex alumno suyo, Cristian Jara, candidato a Doctor en Historia, y a quien me correspondió guiar en la última parte de su postgrado, enormemente entusiasmado con la trayectoria de los arquitectos y su Colegio.

    La historia del Colegio de Arquitectos de Chile y de sus organizaciones precedentes, como la Sociedad Central de Arquitectos y la Asociación de Arquitectos, demuestra el valor público que tiene la idoneidad profesional de los arquitectos y urbanistas en la construcción de la ciudad. Una tarea que no debe ser confiada únicamente a las regulaciones legales o al mercado, sino que requiere de la colaboración de instituciones profesionales, como fue el propósito original de la ley Nº 7.211 del 4 agosto de 1942 que, al crear el Colegio de Arquitectos, le concede el carácter de institución de derecho público.

    Acertadamente, se pensaba que la ciudad y la política pública que ordena su crecimiento y desarrollo requerían de la participación ineludible del Colegio de Arquitectos, con el mandato ético de velar por el interés general en su área de formación y especialización. En consecuencia, la ley solicitaba que las recomendaciones emanadas por dicho organismo fueran analizadas por la autoridad y no solo sometidas a consideraciones financieras o de cálculo político. Esta función pública no fue entregada a cada arquitecto en particular, regido por su propio parecer y acción individual, sino que al conjunto de los arquitectos colegiados, los cuales al dirigirse a la autoridad estaban representando una opinión institucional.

    En la actualidad los colegios profesionales son organizaciones gremiales regidas por el derecho privado. La alteración de su naturaleza pública fue producto de una legislación autoritaria que resentía este tipo de instituciones y que restringió cualquier modificación al supeditarla al principio constitucional de libertad del trabajo. No obstante, la reforma constitucional de 2005 dio un paso importante para cambiar el panorama precedente, al modificar el artículo 19, N° 16 de la Constitución Política, y facultar a los colegios profesionales para conocer de las reclamaciones que se interpongan contra la conducta ética de sus miembros. Esta reforma posibilitó la presentación, en junio de 2009, de un proyecto de ley que consigna que los colegios profesionales dejan de ser asociaciones gremiales y se convierten en personas jurídicas de derecho público, lo cual es concordante con las funciones jurisdiccionales que se les otorgan. Lamentablemente este proyecto no ha sido aún aprobado y los colegios profesionales siguen sin recuperar aquello que les fue indebidamente arrebatado.

    A pesar de las dificultades, el Colegio de Arquitectos de Chile A.G. ha logrado en su trayectoria salvar los obstáculos que intentaron alejarlo de la vida pública, explorando nuevas formas de comunicación con la sociedad, como ha sido la proyección que han tenido las Bienales de Arquitectura, constituidas en eventos culturales masivos de gran convocatoria y propuesta, iniciadas a partir de 1977. Solo por mencionar sus últimas versiones, la del año 2010, bajo el título «8.8 Re-Construcción», estuvo dedicada a recoger e idear proposiciones para la reconstrucción de las zonas afectadas y del patrimonio urbano y arquitectónico dañado por el terremoto de ese año; la correspondiente al año 2012, bajo la convocatoria, «Ciudad para sus ciudadanos» buscó ser un llamado de atención a los profesionales, autoridades y ciudadanía para trabajar en forma integrada por la construcción de ciudades de calidad, que respondan verdaderamente a las necesidades y aspiraciones de sus habitantes; la de 2015, con el lema «Arquitectura + Educación: el país que queremos», desarrollada por primera vez en su historia fuera de Santiago, en el Parque Cultural de Valparaíso, como un evento nacional y ciudadano, con foros ciudadanos físicos y virtuales para la captación de ideas sobre el país que se quiere, y con muestras paralelas en Antofagasta, La Serena, Concepción, Puerto Montt y Punta Arenas.

    El desarrollo de la ciudad, las formas de ocupación territorial, el patrimonio urbano y la sostenibilidad ambiental del territorio son materias que con dificultad se han logrado posicionar en Chile en el primer plano de las preocupaciones públicas. Frecuentemente se vuelven noticia a causa de situaciones infortunadas como las ocasionadas por el terremoto y posterior tsunami del año 2010, o más recientemente derivadas de la catástrofe ocurrida por el incendio del 12 de abril de 2014 en Valparaíso. El libro que presentamos plantea, acertadamente a mi juicio, que han sido estas preocupaciones las que han forjado la identidad profesional de generaciones de arquitectos colegiados, pero al mismo tiempo nos advierte de la necesidad de renovar la vocación gremial y social en las nuevas generaciones, en la que parte de sus integrantes están volcados a consolidar sus trayectorias profesionales personales, y se muestran desinteresados o escépticos de la acción gremial. El estado de ánimo en el país exige, en cambio, un mayor compromiso y generosidad de parte de todos aquellos que pueden contribuir a elevar la calidad de vida y sostenibilidad ambiental de nuestras ciudades y territorios. El momento obliga a pensar el futuro, pero también nos ha parecido pertinente revisar el pasado, y esta publicación busca colaborar en este sentido, ofreciéndonos una mirada desde la historia.

    El autor del libro no es un arquitecto sino que un historiador; estamos poco habituados a que nuestros aportes sean revisados por otros profesionales y espero que esta iniciativa nos ayude a superar el viejo adagio que sostiene que «solo los arquitectos pueden comprender a los arquitectos». Es muy relevante recalcar que no presentamos un texto conmemorativo, sino que un estudio histórico que ha sido elaborado como parte de la investigación de doctorado del autor; por lo tanto, es una oportunidad para indagar e interpretar el pasado, admitiendo los aciertos y errores que integran nuestra trayectoria institucional. Cabe señalar que una primera edición de este estudio, el año 2012, obtuvo el acuerdo y respaldo del Directorio Nacional del Colegio de Arquitectos para su publicación, teniendo presente que su contenido no necesariamente iba a representar la opinión institucional, por lo que la posibilidad de que LOM ediciones lo incluya entre sus colecciones nos parece que corrobora el acierto de dicha decisión. Finalmente, espero que este libro motive el diálogo fraternal e inspire nuevas investigaciones que nos permitan como sociedad diversificar y fortalecer los enfoques sobre estos temas, que consideramos parte indisoluble de nuestra vocación profesional.

    Patricio Gross Fuentes

    Arquitecto

    Ex Presidente del Colegio de Arquitectos de Chile

    1998-2000, 2009-2011.

    Introducción

    Los arquitectos de Chile lograron construir en el siglo pasado una identidad vinculada a su profesión y a los imperativos que el tiempo les demandaba en el plano de las ideas y de la acción práctica. Esta identidad se formó desde las primeras décadas del siglo xx y estuvo muy estrechamente relacionada a la corriente de la Arquitectura Moderna. Los arquitectos llegaron a coincidir en que su rol social debía ser contribuir a la construcción de la «ciudad moderna» y para lograr dicho objetivo debían conseguir el reconocimiento por parte del Estado de este rol como una función pública, ya que estaba orientado al interés general. La consistencia en su acción colectiva rindió frutos, ya que –luego de ensayar varias modalidades de organización gremial– en 1942 la ley Nº 7.211, que crea el Colegio de Arquitectos, le concedió el carácter de institución de derecho público.

    Una auténtica conquista, considerando que un reconocimiento similar solo lo habían obtenido a esa fecha los abogados, que obviamente conocían los beneficios que podría brindarles una ley de esta naturaleza: ni médicos, ingenieros o profesores gozaban aún de tal distinción. Constituía una sorpresa también para aquella parte de la sociedad que normalmente creía ver en los arquitectos a un grupo de soñadores, artistas e intelectuales dedicados a adornar las ciudades y construir mansiones. Firmemente unidos en una lucha frontal contra estos resabios principescos de su profesión, los arquitectos estaban convencidos de que representaban una vanguardia capaz de transformar las aldeas coloniales de Chile en ciudades modernas mediante la ciencia del urbanismo. Ya habían dado el primer paso y se preparaban a dar el siguiente, que consistía en incorporar la planificación urbana en la legislación nacional, convirtiéndose también en pioneros en esta materia al convencer a las autoridades de que la naturaleza sísmica del país no perdonaba descuidos y negligencias, como ocurría en otras latitudes.

    Emergía así, gracias a la influencia de un puñado de líderes, uno de los grupos de interés gremial mejor organizados del país, que incidió en el diseño y planificación de las ciudades mucho más allá de lo que sus recursos humanos y materiales hubieran previsto. Todo esto ocurría justo en el momento en que la población urbana del país supera a la rural, desencadenando un vertiginoso proceso de concentración demográfica en Santiago.

    Sus ideas de progreso y conducción estatal de los procesos sociales y económicos coincidirán con las de los gobiernos de la época, y la estética modernista se impondrá en las obras públicas como una señal de los tiempos. De la misma manera, la imagen futurista de las ciudades que proyectaban sus planos –y que parecía estar al alcance de la ciencia– daba una esperanza de cambio para una gran parte de la población que no contaba siquiera con los servicios básicos. La vivienda social y las políticas habitacionales se constituirán en uno de los temas fundamentales de los arquitectos en la creación de la ciudad moderna.

    Durante la década de los sesenta, el arquitecto «urbanista» alcanza su mayor reconocimiento al institucionalizarse la problemática de la Vivienda y el Urbanismo en un Ministerio dedicado exclusivamente a estos objetivos. Sin embargo, a partir de los setenta se inicia un proceso de declinación debido a varios factores, entre ellos el surgimiento de posiciones críticas al programa modernista, que diversificaron los puntos de vista incluso en el mismo gremio; las críticas a la eficacia de la planificación urbana practicada hasta entonces por el sector público; y la creciente politización del acceso a la vivienda, que lleva al Estado a ser el principal transgresor de sus propias disposiciones urbanas en beneficio de determinados grupos de presión.

    En 1973, el giro ideológico del gobierno militar dejó sin respaldo alguno a la planificación urbana e instaló al mercado como principal instrumento de decisión sobre la ciudad. El Colegio de Arquitectos es desvinculado de las decisiones sectoriales prácticamente por completo y sus órganos directivos son intervenidos por el Ministerio del Interior, para luego ser obligado a constituirse en una organización gremial de derecho privado, lo que erosiona profundamente su legitimidad y genera una enorme incertidumbre sobre su futuro.

    Al iniciarse la década de los ochenta, el Colegio admite la creciente desvinculación con el tema urbano, tanto desde el punto de vista de las preocupaciones profesionales como de su influencia en las políticas públicas. No obstante, a partir de la recuperación de su democracia interna, en 1982, se produce un fuerte llamado de atención a sus colegiados para recuperar los valores que inspiraron la fundación de la Orden. Lo anterior coincide con eventos contingentes, como la ocurrencia de fuertes temporales en el invierno de 1982; el terremoto de la zona central en 1985; y la movilización social de oposición a la dictadura, que vuelve a producir una enorme esperanza en la acción social. Paralelamente, desde 1977, los arquitectos intentaban recuperar una agenda urbana a través de la organización de las Bienales de Arquitectura; eventos que cada dos años convocaban a la sociedad a reflexionar sobre el «hacer ciudad», producir una arquitectura propia consciente de su entorno, comprometerse con la vivienda social, el rescate del patrimonio y mejorar la calidad de vida. Si bien la receptividad a estas ideas fue casi nula por parte del gobierno militar, representaban mensajes muy valiosos para la sociedad, generando la esperanza de que el retorno a la democracia pudiera llevarlas a cabo.

    La década de los noventa vuelve a plantear enormes paradojas a los arquitectos: se inicia con una enorme confianza en recuperar rápidamente lo perdido, tanto desde el punto de vista del estatus legal de la institución como de su influencia política y social. No obstante, encuentra al gobierno volcado en aliviar la enorme presión social generada por el movimiento poblacional, convirtiendo de nuevo al «viviendismo» en el dogma para responder a las demandas sociales. Paralelamente, las autoridades intentaban demostrar que el crecimiento económico se avenía más con la democracia que con la dictadura, lo que es aprovechado por los grupos de interés como un argumento para mantener invariable la gravitación del mercado sobre las decisiones urbanas. No es de extrañar entonces que las Bienales de Arquitectura en los noventa se centren en descifrar cuál es el urbanismo posible de emprender bajo estas condiciones y cuáles son las herramientas que la sociedad urbana posee para sobrevivir a la globalización, la contaminación del ambiente, la pérdida de los espacios públicos y el descuido del patrimonio.

    La crisis de la vivienda social en 1997 y la crisis económica internacional del año siguiente replantean las prioridades políticas, abriendo espacios para una agenda urbana que apunte al bienestar social y la sustentabilidad ambiental. No obstante, estos episodios críticos remueven también los modelos teóricos y sirven para evidenciar que la ciudad soñada por los arquitectos sigue estando lejana de la realidad que viven cotidianamente los habitantes de las urbes, quienes día a día padecen la tensión y vulnerabilidad derivada de un desarrollo social y económico desequilibrado. Se concluye que es necesario acercar el saber científico a la experiencia local, pero también añadir al análisis el rol que juegan los aspectos éticos y la voluntad política. Es decir, se requiere una convergencia de conocimientos, intereses y valores éticos que solo puede producirse mediante la construcción de una política pública de nuevo cuño. Acertadamente, la Bienal del año 2000 convoca a reinventar el futuro. Pese a esto, las fuerzas políticas no están alineadas aún en pro de este objetivo, pues el sistema político partidista premia la continuidad y no la renovación.

    El trabajo que se presenta a continuación se propone examinar el rol que ha tenido el Colegio de Arquitectos en organizar, representar y desarrollar la organización gremial de la profesión durante más de sesenta años de existencia; y en particular su contribución a temáticas específicas a través de las cuales ha asumido su preocupación por el desarrollo urbano y social del país, las posturas internas y su evolución en relación a los momentos históricos más intensos.

    El libro se organiza en tres capítulos:

    En el primero se explora el desarrollo de la organización gremial desde sus experiencias iniciales a la constitución del Colegio de Arquitectos y su trayectoria en el siglo xx. Especial atención tiene el examen de sus declaraciones públicas y propuestas a la autoridad gubernamental.

    En el segundo capítulo se aborda la descripción de sus ideas frente a los problemas urbanos y de vivienda. Para este fin, se han utilizado como fuentes principales sus órganos oficiales de expresión y el desarrollo de sus convenciones nacionales.

    Finalmente, en el tercer capítulo se examina la reconstrucción de su identidad gremial tras perder su calidad de institución de derecho público y volver a plantearse el sentido de su acción social. Se destaca el valor de las Bienales de Arquitectura para recuperar la comunicación con la sociedad en el plano de la cultura urbana, así como la perseverancia del Colegio de Arquitectos para seguir luchando por recuperar el rol institucional que se le otorgó en el pasado.

    El vínculo entre cada uno de estos capítulos está en el esfuerzo por comprender y explicar la relación que los arquitectos han querido establecer entre su acción gremial, la dinámica de la sociedad como conjunto de actores y la Ciudad como producto de la acción social o colectiva. Se postula que esta relación está definida por tres momentos:

    Un primer momento «modernista», que se inicia a principios del siglo xx y que termina abruptamente en 1973, en el cual los arquitectos coinciden en fundamentar el sentido de su acción gremial en la necesidad de transformar la ciudad de acuerdo con los principios del urbanismo. La noción que comparten es que la ciudad moderna debía construirse apuntando a una imagen objetivo, diseñada mediante un ejercicio de planificación. Se trata de un proceso que debía estar guiado por una ética del progreso y del rigor científico, encarnado en los profesionales, cuya formación disciplinar y ética es cautelada por la Orden. Se pensaba que la sociedad y sus autoridades adherirían a él en vista de sus beneficios colectivos.

    Un segundo momento «posmodernista», que se inicia en 1973 y que declina parcialmente al retornar la democracia, en el cual los arquitectos diversifican sus posturas ideológicas y asumen una actitud escéptica frente a los poderes públicos y a su propia organización gremial, reivindicando la espontaneidad del fenómeno urbano y debatiéndose entre diversas posturas, que incluyen el laissez faire económico, la reivindicación de valores clásicos premodernos, el cuestionamiento a las certezas científicas y también a las utopías dogmáticas. Adhieren a la búsqueda de una arquitectura regional y a la definición de una modernidad apropiada. Todas estas ideas comienzan a contrastar profundamente con la angustiante realidad política, social y económica de los ochenta y la conducta contradictoria de algunos arquitectos notables que no practican en su ejercicio profesional las ideas que defienden en el plano intelectual. El desapego con su organización gremial termina casi por disolverlos. La ciudad y la sociedad se diluyen como preocupación y lo que se observa, más bien, es una opción preferente por sus proyectos personales.

    Un tercer momento se caracteriza por el esfuerzo en «reinventar su organización gremial» y tiene su origen en el impacto que causó la transformación del Colegio en una asociación gremial en los ochenta. Está cruzado por episodios de creciente tensión, derivados de la ansiedad por recuperar la democracia interna en la Orden y retornar a la democracia política en el país. Se presta mayor atención a la reflexión sobre el «valor público» de la profesión y del espacio urbano. Se trata de dar existencia a una visión en la que los ciudadanos interactúan libremente en los espacios públicos y valoran la vida urbana. No obstante, rápidamente los arquitectos eluden plantearse nuevas utopías. En los noventa, la apertura económica y los fenómenos de globalización son un llamado de atención a no olvidar la complejidad del fenómeno urbano y a cuidarse de reeditar la arrogancia modernista o el desapego posmodernista. Se busca privilegiar el desarrollo de los conceptos de responsabilidad social e instalar la contribución del arquitecto en el campo del trabajo interdisciplinario. Sin embargo, a lo largo de este momento histórico –que ciertamente aún no concluye– los arquitectos están inquietos por algo que parece estar fuera de su alcance: la enorme fragilidad y vulnerabilidad de la sociedad urbana que está incubando el modelo de desarrollo vigente.

    Al terminar esta introducción es un deber de gratitud reconocer a quienes han hecho posible la realización de este estudio. Al Colegio de Arquitectos de Chile, que ha reconocido la importancia de un estudio histórico, brindando su mayor apoyo institucional, y de un modo especial a su ex presidente Patricio Gross, que ha acompañado esta iniciativa, incansablemente, abriendo todas las puertas posibles hasta lograr darle curso. A Mariana Ballacey, por su profundo conocimiento del gremio y las facilidades otorgadas en el acceso a la documentación oficial. A Pamela Arroyo por su siempre atenta y eficaz colaboración en la Biblioteca del Colegio. A Carolina Valck por facilitarnos la búsqueda de fotografías en el archivo del departamento de Prensa del Colegio de Arquitectos. A Leonardo Cortés, por su interés y eficaz auxilio en la selección de fotografías. A Alejandro del Río, por su generoso tiempo, siempre escaso. También a los distinguidos arquitectos Víctor Gubbins y Jaime Márquez, que leyeron este estudio y aportaron sus valiosos comentarios. Al arquitecto y profesor René Martínez por su generosidad y buena voluntad. El respaldo de LOM ediciones a esta publicación es un capítulo adicional, ya que sin la confianza brindada esta edición no hubiera sido posible. Mi reconocimiento a Braulio Olavarría por su cuidadosa revisión del texto y sus comentarios. Finalmente a mi esposa Marcela y nuestros hijos, Francisca y Felipe, por regalarme su tiempo y comprensión, y a quienes amorosamente dedico este libro. 

    Capítulo 1

    El desarrollo de la acción gremial

    (1907-2000)

    Capítulo 1

    El desarrollo de la acción gremial (1907-2000)

    1.1. Los primeros ensayos de organización gremial (1907-1942)

    Desde las primeras décadas del siglo xx, los arquitectos desarrollan distintas formas para reunirse y expresarse como gremio profesional: la Sociedad Central de Arquitectos de Chile, en 1907, y la Asociación de Arquitectos de Chile, en 1923, constituyeron las organizaciones antecesoras más relevantes del Colegio de Arquitectos de Chile.

    La Sociedad Central de Arquitectos fue fundada el 7 de julio de 1907 y su personería jurídica fue concedida por el Decreto Supremo Nº 2.393 de 16 de noviembre de 1909¹. En 1922, al publicarse el primer número de la Revista de Arquitectura, órgano oficial de la Sociedad, estaba presidida por Alberto Schade y contaba con una lista de 40 socios². Los arquitectos de la Sociedad Central entendieron que la expansión urbana constituía un fenómeno propio de la modernidad y que, si se planificaba sobre la base de los principios urbanísticos practicados en Europa, conduciría a la prosperidad. De esta forma, se empeñaron en difundir estos principios a través de una campaña a favor de la «transformación de Santiago», que propusieron iniciar sobre la base de la apertura de avenidas diagonales y grandes vías destinadas a dar mayor accesibilidad y perspectiva a la ciudad, cambiando el tradicional trazado cuadricular y estrecho de la ciudad, que concentraba las actividades en determinadas calles en perjuicio de las restantes.

    La principal vía diagonal arrancaría de la esquina que formaba la Iglesia del Carmen, en la Alameda frente al cerro Santa Lucía, para terminar en la esquina de las avenidas Vicuña Mackenna y Diez de Julio, en la estación de Ñuñoa. Esta vía vendría a valorizar un sector caracterizado por «viejos patios o conventillos o huertos de antiguas residencias suburbanas» y además facilitaría la conexión del centro de Santiago con las poblaciones de Ñuñoa y Macul³. Toda la obra se financiaría producto de los terrenos y edificaciones modernas que se venderían con acceso a ella: los cálculos de los arquitectos estimaban el costo de la obra en 23,5 millones de pesos y las ventas, en 27 millones. De esta manera, se modernizaba la ciudad sin gravar el erario fiscal o municipal. Una segunda diagonal iría desde la estación Mapocho a la Plaza Brasil, de manera que los vehículos que llevaran pasajeros al barrio poniente de la ciudad, tomaran la avenida sin sufrir la congestión del centro de Santiago. Otro proyecto relevante consistía en abrir una avenida monumental entre las calles Gálvez y Nataniel, desde la Alameda hasta Avenida Matta, que debía enfrentar a un futuro Palacio Presidencial.

    Con el objeto de difundir estas ideas, la Sociedad organizó una serie de conferencias. La más solemne fue la sesión realizada el 15 de diciembre de 1921, en el Salón de Honor de la Universidad de Chile, en la que expusieron Ismael Valdés Valdés, ingeniero y uno de los principales promotores de las vías diagonales; Alberto Schade, presidente de la Sociedad Central de Arquitectos; y Alberto Mackenna, intendente de la Provincia de Santiago. La sesión, publicada por el diario El Mercurio, se dedicó a explicar los proyectos a autoridades, académicos y distinguidos invitados de la Sociedad santiaguina. Alberto Schade aprovechó la oportunidad para recalcar que la transformación debía hacerse en el marco de un plano regulador y de expansión de la ciudad, que «ha de encerrar, prever y organizar su futuro desarrollo»⁴. Concluyó señalando que los principios científicos y artísticos del urbanismo debían ser parte de los planes de estudio de la Universidad, convicción que llevó a la práctica ya que por iniciativa suya se inauguró, en 1929, el primer curso de urbanismo de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile⁵.

    La Sociedad sugiere al Intendente de Santiago organizar un comité de acción, que funcione bajo su auspicio, para llevar adelante estas ideas, empezando por estudiar un plano regulador y un reglamento de edificación urbana⁶. Argumenta que Chile había adherido a la resolución del Primer Congreso Panamericano de Arquitectos reunido en Montevideo, en marzo de 1920, en el sentido de que los países asistentes se comprometieron a elaborar un plan de difusión del urbanismo y preparar un plan de reforma para sus principales ciudades. Dado que el Gobierno de Chile había aceptado que el Segundo Congreso Panamericano de Arquitectos se realizara en Santiago en 1923, debía honrar su palabra llevando adelante iniciativas como las presentadas.

    La existencia de la Sociedad Central se desarrolla paralela a la celebración del Centenario de la República, hito que añade la ansiedad colectiva de superar una época

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