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De empresarios a empleados: Clase media y Estado Docente en Chile, 1810-1920
De empresarios a empleados: Clase media y Estado Docente en Chile, 1810-1920
De empresarios a empleados: Clase media y Estado Docente en Chile, 1810-1920
Libro electrónico663 páginas12 horas

De empresarios a empleados: Clase media y Estado Docente en Chile, 1810-1920

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En De empresarios a empleados Marianne González Le Saux busca romper el mito –muy afincado en la historiografía nacional– que le asigna al Estado Docente decimonónico un rol determinante en la creación y surgimiento de la clase media chilena y cuestiona, de paso, la idea de una temprana movilidad social en Chile promovida por el sistema de educación pública. A partir de una reinterpretación de la historiografía sobre los sectores populares en Chile, la autora visibiliza la existencia de una clase media de rasgos empresariales presente ya a inicios de la República, la que estaba conformada por artesanos, comerciantes, mineros y propietarios rurales. Demuestra que fueron estos sectores, y no las clases populares –como se cree–, los que se insertaron en el sistema educacional público. Estos sectores empresariales de clase media que accedieron al Liceo, y en menor medida a la Universidad, habrían sido los principales integrantes de los grupos de intelectuales, empleados públicos y privados que irrumpieron en la escena política a principios del siglo XX. Así, al preguntarse por los orígenes, las características y la evolución de la clase media chilena, este libro trata de poner en perspectiva histórica un debate actual: el rol de la educación como base de la promoción social y las formas de reproducción de las desigualdades sociales en Chile.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
De empresarios a empleados: Clase media y Estado Docente en Chile, 1810-1920

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    De empresarios a empleados - Marianne Gonzalez Le Saux

    posible.

    Prólogo

    Por Sofía Correa Sutil

    Los estudios de historia social de las últimas décadas nos han mostrado el mundo del bajo pueblo desde inicios de la República con su diversidad de sujetos, hombres, mujeres, niños, en el campo, la ciudad, las minas. No obstante su aporte, nos han dejado la visión de una sociedad partida en dos, escindida entre una élite poderosa y un bajo pueblo miserable, con lo cual se nos hace difícil comprender cabalmente el desenvolvimiento histórico del siglo XIX chileno, particularmente su historia política, y los cambios profundos que se producen en el primer tercio del siglo XX. Hacía falta que se nos mostraran los múltiples matices que caracterizaron a la sociedad decimonónica. Este libro de Marianne González Le Saux constituye un aporte valiosísimo de comprensión histórica al descubrirnos la existencia de una clase media de productores y comerciantes desde los inicios de la República y al dar cuenta de su transformación a finales del siglo desde productores a empleados, en un proceso de movilidad horizontal.

    Marianne González ha acertado con la pregunta que motivó su estudio, pregunta que ha surgido de su disconformidad con la difundida visión de una clase media que habría nacido a fines del siglo XIX y principios del XX de la mano de la expansión del empleo público y que habría sido forjada en el liceo fiscal gratuito. En otras palabras, no la convence que el pueblo –ese peonaje en la miseria que nos ha mostrado la historia social– haya podido acceder a los estudios secundarios para transformarse en clase media empleada en la burocracia estatal. Entre otros motivos porque el sistema escolar chileno desde sus inicios diferenció entre una educación elemental para los pobres, y el liceo que conducía a los estudios universitarios y preparaba para unas labores oficinescas en su defecto, sin que hubiese continuidad entre estos dos niveles segregados. Ciertamente, si la segregación social de la educación chilena ha sido un problema de larga duración, mal podría haber sido el vehículo de movilidad social de unos sectores populares en proceso de proletarización, a la clase media a fines del siglo decimonónico.

    La duda inicial le generó a nuestra autora la pregunta acerca de cuáles serían entonces los sujetos que, accediendo a la educación secundaria fiscal, llenaron los puestos de una burocracia en expansión y respondieron a la demanda por cargos administrativos en el sector privado a fines del siglo. Tendría que haber existido una clase media anterior a dicho proceso y de ella tendrían que haber salido los estudiantes de los liceos, cada vez más numerosos. Para historiar esa clase media de inicios de la república se vio en la necesidad de abordar definiciones previas, lo que implicó recurrir a la teoría sociológica para poder precisar qué se ha de entender por clase media, y cómo se puede establecer que determinados sujetos sean o no parte de ella. De la mano de la obra de Pierre Bourdieu, Marianne González nos propone que no solo la propiedad de los medios de producción que garantiza la independencia económica define la pertenencia de clase, sino también el ingreso, y más allá de la dimensión económica, los vínculos sociales y el capital cultural y simbólico de los sujetos. Tuvo entonces que fijar cuáles eran los rangos de ingreso de los sectores medios del siglo XIX chileno, por sobre lo que pudieran ganar los peones y por debajo de las rentas de los sectores pudientes. También debió buscar las variables que dieran cuenta de su capital social, cultural y simbólico. Una tarea nada de fácil la que tuvo que emprender nuestra autora.

    Provista de este marco conceptual, ella se sumerge en la compleja heterogeneidad de la sociedad chilena decimonónica, buscando allí la existencia de la clase media. En primer lugar, tenemos a los artesanos, los más estudiados por la historiografía social en la medida en que han sido considerados por ésta como sectores populares. Sin embargo, aplicando a los diversos tipos de artesanos del siglo XIX el marco teórico señalado, que pone el acento en las dimensiones económica, social, cultural y simbólica, Marianne González nos muestra convincentemente que una parte muy amplia de los artesanos no formaron parte del mundo popular de peones y gañanes, sino que pueden ser considerados como clase media. En los capítulos siguientes nos hace recorrer el mundo de la mediana minería y del comercio, con sus especificidades y heterogeneidades, así como también nos va mostrando un amplio espacio rural de sectores medios constituido tanto por empleados-inquilinos-de-a-caballo en las haciendas, como por medianos propietarios al sur y al norte del Valle Central y en la costa. Se trata de una clase media empresarial que contrata mano de obra para desenvolverse en su actividad, sea artesanal, comercial, minera o agrícola; y que tiene contactos de diversa índole con los sectores de élite, por de pronto, vinculaciones económicas, pues dependen del crédito que éstos les otorgan.

    Son los hijos de estos diversos sectores que componen la clase media los que pueden acceder al liceo en la medida en que se va expandiendo la educación secundaria, y extendiendo a lo largo del país, en las últimas décadas del siglo XIX. Pero se trata de un sistema educacional que no está diseñado para potenciar la capacidad económica de la clase media, pues desde sus orígenes se pensó al liceo como una instancia de preparación para el ingreso a la universidad. La mayoría de los jóvenes provenientes de hogares de esta clase media productora y comerciante no terminaría los seis años de humanidades que permitían ingresar a la universidad, pero sí pudo recibir en tres años la preparación que le abría las puertas al empleo burocrático.

    La caracterización que nos ofrece Marianne González del complejo caleidoscopio social que componen estas clases medias de inicios de la república y su transformación a finales del siglo, se sustenta en una riquísima información de las más variadas fuentes, en la cual datos cuantitativos, exprimidos para obligarlos a dar cuenta de los mundos que contienen, acompañan a testimonios de época y textos literarios, y se mezclan con brochazos biográficos de figuras de nuestra historia cultural enraizadas en estos mundos de productores de clase media del siglo XIX –como los Parra, Neruda, la Mistral, Jotabeche. En consecuencia, este texto no solo se lee con interés erudito, sino con el gusto que despierta la buena escritura y con curiosidad ciudadana.

    He tenido el raro privilegio de ver surgir este libro desde borradores iniciales que contenían unas ideas muy preliminares, pues esta obra se elaboró primeramente como memoria de licenciatura en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, y tuve la oportunidad de guiarla, es decir, acompañar su escritura como lectora crítica y entusiasta. Vale la pena destacar en este contexto que con su opción por asegurar una formación completa y compleja de los estudiantes, abordando no solo materias disciplinarias estrictas sino también historia y filosofía, la Facultad de Derecho ha permitido que se desarrolle en ellos el pensamiento crítico y autónomo. Este libro comprueba que la Universidad aún puede ser un espacio creativo y dialógico, en la medida en que sea todavía posible apostar por una formación amplia en humanidades y ciencias sociales más que una preparación estrictamente profesional de acuerdo con las demandas del mercado laboral. Los apuros para cumplir metas cuantitativas fijadas en algún lugar del planeta como deber ser ineludible, la profesionalización como desideratum para cumplir con las necesidades del mercado y del bolsillo, han de ser resistidas para darse tiempo, el tiempo que necesita la reflexión, la originalidad, la distancia crítica de lo dado por seguro y por sabido. Marianne González se dio ese tiempo para pensar, para leer, para buscar, para interrogar a un pasado que se le mostraba esquivo. Porque se dio ese tiempo, porque lo hizo con profunda vocación por el estudio, porque quiso saber más, tanto más, nos entrega ahora este libro que constituye un aporte decisivo al conocimiento de la sociedad decimonónica, a la vez que abre otras interrogantes para iniciar nuevas indagaciones históricas.

    Santiago, julio de 2011

    Introducción

    El origen de este libro puede remontarse al año 2005, en el marco de un curso dictado por el profesor Gabriel Salazar en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. En estas clases se hizo notar el vacío historiográfico que existía respecto de la clase media chilena, y ello motivó la pregunta de base que orientaría el resto de mi investigación: ¿qué relación existía entre los orígenes de la clase media chilena y el Estado? Luego tuve la oportunidad de ir profundizando esta pregunta inicial en el marco de distintos seminarios de investigación guiados por la profesora Sofía Correa Sutil, y esta idea recién esbozada se terminó convirtiendo en el tema de mi memoria de grado, no solo guiada, sino estimulada, reconfortada y acogida por la profesora Correa, quien tuvo una generosidad sin límites para apoyar este loco proyecto de hacer investigación en historia social en el marco de una Facultad de Derecho.

    La pregunta inicial se fue restringiendo para abarcar la relación de la clase media con un sector determinado de la actividad estatal: lo que se ha querido llamar el Estado docente. Cuestionando la idea según la cual la clase media se abría forjado en las aulas de los liceos públicos, esto es, que la educación pública tal como fue concebida en el siglo XIX habría permitido una promoción social de sectores populares a sectores medios, me propuse en primer lugar demostrar que, de forma independiente al desarrollo del Estado docente, habría existido en Chile un sector de productores y comerciantes de clase media, conformados principalmente por artesanos, comerciantes, empresarios mineros y agricultores. Luego, un estudio de las lógicas y prácticas del sistema educacional decimonónico me permitirían concluir que no fueron los sectores populares quienes lograron ascender socialmente gracias a la educación pública, sino que fueron los sectores medios de productores y comerciantes quienes lograron insertarse con relativo éxito en dicho sistema. La clase media tradicional de productores y comerciantes que, debido a la modernización capitalista, se encontraba en franco declive desde mediados del siglo XIX, habría encontrado en los liceos una forma de evitar su proletarización, reconvirtiéndose económicamente para devenir en el grupo de empleados asalariados –y en menor medida, profesionales universitarios– que han sido conceptualizados tradicionalmente como la primera y única clase media que ha conocido este país, aquella de tendencias empleomaniacas dependiente de la generosidad estatal, según los clásicos análisis de Francisco Antonio Encina, Nicolás Palacios y Alberto Edwards.

    No se trata de exaltar la idea de un supuesto espíritu de empresa en estos sectores más desconocidos de la clase media chilena del siglo XIX, sino de mostrar la falta de voluntad y por tanto la incapacidad del Estado decimonónico en permitir una cierta democratización en la sociedad a través del sistema educacional. A final de cuentas, los beneficiados por el sistema de educación pública fueron los más privilegiados, la élite en la universidad y la clase media en el liceo. Más aún, según se demuestra en este estudio, la inserción de la clase media en la educación pública se haría sobre las bases de un fundamental malentendido: mientras los productores y comerciantes reclamaban una educación útil que les permitiera fomentar sus actividades empresariales, la educación que recibían en los liceos, originalmente destinada a la élite, los condenaba a la terciarización, a reconvertirse en empleados asalariados. Si bien esta fue su vía de escape a la pauperización, también implicó la renuncia de lo que Salazar ha llamado un proyecto de desarrollo hacia adentro.

    Para desarrollar estas ideas, el libro se estructura en seis capítulos. El primer capítulo plantea el estado de la discusión sobre los orígenes de la clase media en Chile para llegar a la formulación de la hipótesis de trabajo, además de presentar el marco teórico que busca definir un concepto de clase media, orientado específicamente a demostrar las ventajas de esta clase social respecto de los sectores populares en su capacidad para insertarse en el sistema educativo. Uno de los grandes defectos de los estudios sobre la clase media en Chile que pude consultar es que no entregan un concepto de qué se debe entender por clase media, o cuando lo hacen, no lo aplican a su estudio histórico. El marco teórico se basa fundamentalmente en la obra de Pierre Bourdieu, que resulta de particular interés para este análisis, en tanto su definición de clase media adopta no solamente criterios económicos, sino también culturales, sociales y simbólicos, los que otorgan una visión compleja de las clases sociales particularmente provechosa para el análisis histórico.

    En los cuatro capítulos siguientes se adaptan estas herramientas teóricas al estudio social de los grupos de productores y comerciantes independientes existentes a lo largo del siglo XIX en Chile. El trabajo se aboca específicamente a dilucidar qué grupos de entre los artesanos, los comerciantes, los mineros y los agricultores pueden considerarse como pertenecientes a la clase media. En cada uno de estos capítulos se analizan las transformaciones sociales de cada grupo, con el objeto de comprender los mecanismos que los llevaron a modificar su base económica.

    Por último, el capítulo final trata de la estructura del sistema educacional público desde 1840 hasta 1920 en sus diferentes niveles: primario, secundario, universitario, escuelas normales y educación especial (hoy en día conocida como educación técnica). Este capítulo retoma los estudios que han demostrado de qué forma los sectores populares fueron marginados en el sistema educativo, y –cuestión que ha sido mucho menos abordada– por qué los grupos medios que se estudian en los capítulos anteriores sí pudieron integrarse con relativo éxito en dicho sistema, y de qué forma esto los llevó a modificar su orientación económica, pasando de productores independientes a profesionales o empleados asalariados.

    Muchas veces puse en cuestión la validez de esta empresa por no poseer, a lo menos formalmente, una formación histórica y sociológica. Con todo, quisiera creer que las deficiencias que puede tener mi trabajo en esos ámbitos pueden verse compensadas por el intrínseco valor de la multidisciplinariedad en los estudios sociales, por la relativa frescura de una mirada externa, a pesar de lo poco refrescante que puede ser el Derecho, la disciplina en la cual fui formada. Por lo pronto, me conformo con contribuir al debate sobre una clase social que ha sido hasta ahora una preocupación marginal en la historiografía chilena, y cuyos destinos, a mi juicio, pueden contribuir a iluminar grandemente los problemas de desigualdad social, promoción social y políticas públicas en materia de educación en nuestro país.

    * * *

    Lo que más me satisface de ver finalmente esta obra publicada, es tener la oportunidad de dar las gracias a las personas que me acompañaron durante todos estos años, y que hicieron posible que esta empresa llegara a buen puerto.

    Entre ellas, a quien debo sin duda la gratitud más profunda es a Sofía Correa Sutil. A ella le debo no solo el prólogo con el que honra a esta obra, sino la guía intelectual, el ánimo, la comprensión y la confianza que siempre me dio de que este libro sería publicado, incluso antes de que yo comenzara a escribir el primero de sus capítulos. El que este estudio salga hoy a la luz pública habla quizás de la persistencia de su autora, pero mucho más de la generosidad de Sofía Correa, quien me regaló su tiempo para discutir, leer, criticar y corregir una y otra vez las inumerables versiones de los proyectos y capítulos, y luego de apoyar en todas las instancias la publicación de esta obra. Me atrevo a decir que si hubiese más profesores como Sofía Correa, con tanta inteligencia y dedicación para incentivar la labor intelectual de los estudiantes, las universidades chilenas serían un lugar mejor. Con ella tengo el honor de haber contraído una deuda imposible de saldar.

    Al profesor Gabriel Salazar quisiera agradecerle no solo el haberse dado el tiempo de evaluar este largo trabajo en su versión de tesis, de haberlo criticado y desafiado, sino que es su obra, con la que he estado mayormente dialogando durante todos estos años, y la riqueza de su trabajo histórico los que han generado muchas de las preguntas que están en la base de este estudio.

    Al profesor Julio Pinto, que evaluó y apoyó la publicación de la versión más trabajada de esta obra, que generosamente me ha permitido asistir a sus clases en la Universidad de Santiago de Chile, y cuya producción histórica ha sido una fuente de inspiración, va igualmente mi agradecimiento.

    Al profesor Miguel Orellana Benado, con quien descubrí lo que era la labor docente y académica en la Universidad de Chile, le agradezco haberme dado las herramientas para comprender, desde los grandes principios hasta las pequeñas sutilezas, lo que era hacer Universidad.

    Al profesor José Zalaquett y a la profesora Cecilia Medina, quienes me dieron la oportunidad de seguir desarrollando esta vocación docente y académica como mi profesión, gracias. Aunque a primera vista no sea tan obvio, este libro también busca colaborar con el mayor respeto y protección de los derechos humanos en nuestro país, y sus enseñanzas hacen parte de la reflexión que está detrás de esta obra.

    Mi agradecimiento también a las compañeras y compañeros en el Centro de Derechos Humanos, que han llenado las instancias de trabajo con discusiones siempre desafiantes; así como a todos los que durante todos estos años han hecho parte de los diversos seminarios dirigidos por la profesora Correa, en particular el grupo más estable que forma el Seminario de Estudios de la República, en donde he encontrado un espacio académico desinteresado para discutir la historia desde distintas disciplinas y perspectivas.

    A mis familias, de sangre y adoptivas, a las amigas y amigos, que no necesito nombrar pues se reconocerán en estas líneas, gracias. Durante años me han escuchado hablar de este proyecto y siempre creyeron, con más encono que yo, que terminaría por resultar.

    Ignacio, contigo la profundidad de la vida compartida no me deja empezar a vislumbrar qué es lo que podría empezar o terminar de agradecerte. Me has cuidado mientras escribía un capítulo tras otro, me has apoyado en todos los momentos en que me desanimé, me has obligado a explicarte una y otra vez mis ideas, haciéndolas más claras y convincentes, has compartido mis alegrías y les has dado sentido.

    Y finalmente, Maggy Le Saux, brillante intelectual, profesora, escritora, historiadora de formación y psicóloga de deformación, es a ella, mi madre, a quien va dedicado este libro. Desde el primer día has sido la interlocutora más atenta para discutir todos sus aspectos. Has leído en orden y en desorden un capítulo tras otro; me has ayudado a armar y desarmar argumentos durante largas caminatas, en la mesa de la cena o del desayuno. A veces pienso que todas mis buenas ideas, en algún momento las escuché de ti. Contigo las gracias se diluyen en el absurdo, porque has sido, voluntariamente, mi incondicional.

    Capítulo I. 

    ¿Cómo concebir una clase media en Chile en el siglo XIX?

    La pregunta sobre el origen de la clase media en Chile

    Se ha vuelto un lugar común en la historiografía chilena afirmar que la clase media chilena llega al poder con Arturo Alessandri en 1920. Por ejemplo, Alberto Edwards señala que la fuerza real del señor Alessandri no residía […] en esas muchedumbres histéricas […] Era la clase media intelectual rebelde lo que había de sólido en su formidable séquito y lo que iba a darle el triunfo.[1] Mario Góngora también afirma que la mesocracia o democracia chilena pu[do] instalarse en el poder, junto a las capas bajas del pueblo, gracias a poderes caudillescos, a partir de Alessandri.[2] Siguiendo a estos autores, otros historiadores o sociólogos han repetido esta idea hasta la saciedad[3]. Lo que llama la atención en este enunciado es que por primera vez se visibiliza políticamente la presencia de una clase media en Chile. Su existencia anterior es percibida de manera vaga. La pregunta que está en la base de este estudio es justamente sobre el origen de estos sectores medios que cobran relevancia política en los inicios del siglo XX.

    La tesis tradicional sobre la materia liga la existencia de los grupos medios con el desarrollo del Estado docente y burocrático desde finales del siglo XIX. Para Edwards, quien escribe en 1928, la clase media chilena estaba formada por hombres de origen reciente, sin lazos hereditarios […] educados en las ideas librescas, sin otra base espiritual que la instrucción fragmentaria y pedantesca del liceo […] No fue esta clase de formación lenta y tradicional, como la burguesía europea; ha sido en cierto modo improvisada, y a veces por medios artificiales, en los establecimientos de enseñanza, no en la vida.[4]

    Góngora, por su parte, estima que las ‘clases medias’ no son una burguesía asentada en el comercio o la industria, como en Europa sino que provienen en Chile de profesionales universitarios y de burócratas, o de propietarios provincianos.[5] Así lo afirma también Germán Urzúa, para quien la clase media, en parte, es por su origen impuesta por la acción desplegada por el Estado […] y, en todo caso, dependiente en gran medida del presupuesto fiscal.[6] Estas explicaciones consideran que la clase media sería artificial e inconsistente,[7] en tanto no tendría un lazo con el desarrollo económico del país, sino que estaría ligada a ciertas políticas estatales. El Estado, a través de la educación, sería el gran demiurgo de la clase media chilena, capaz de moldear la estructura social del país en un sentido más igualitario y democrático.[8]

    Hernán Ramírez Necochea, desde un análisis marxista clásico, también estima que la clase media chilena está formada por los funcionarios bajos de la administración pública, los profesores de diversas ramas de la enseñanza, los empleados de las casas de comercio, de las instituciones bancarias y de las empresas mineras; son además, los profesionales y los técnicos que prestan sus servicios en las reparticiones públicas o en las empresas privadas. Sin embargo, para este historiador, y a diferencia de los autores de raigambre conservadora como Edwards o Góngora, la afirmación según la cual la clase media es un producto del Liceo […] es solo parcialmente correcta; las clases sociales existen en relación con la estructura económica de un país y pueden ser consideradas como grupos humanos que tienen un determinado papel en el proceso de la producción social, por lo cual la escuela […] es solo un factor concurrente en la generación de la clase media; el factor determinante es la existencia de ciertos tipos de trabajo subordinado que no corresponden a los capitalistas (clase dirigente) ni a los proletarios (clase que vende trabajo físico).[9]

    En este sentido, para Ramírez Necochea solo de forma indirecta el Estado contribuiría a la formación de la clase media, ya que ésta es solo la expresión de la evolución del modo de producción capitalista, el cual necesita de una burocracia pública y privada que debe poseer una cierta educación.

    Asimismo, Carmen Cariola y Osvaldo Sunkel concuerdan con una explicación principalmente económica del origen de la clase media chilena, que ellos asocian a la expansión de la actividad salitrera en la década de 1880. Dicho fenómeno implicó una considerable transformación en la estructura social, en particular porque habría permitido la creación de sectores medios provenientes de la ampliación del sistema educacional, de las ocupaciones técnicas y profesionales, de la inmigración, de la expansión de la administración pública y de los servicios comerciales [y] bancarios en las ciudades.[10]

    Sin perjuicio de sus diferencias, todos estos autores convergen en la importancia del papel jugado por el Estado en la formación de la clase media chilena en relación al desarrollo de su función administrativa, pero en particular en lo que respecta a su función docente, puesto que sin educación no puede existir burocracia, ni pública ni privada.

    Pareciera entonces que sin educación, y más específicamente, sin educación estatal, no habría existido clase media en Chile. El problema es que estas explicaciones no responden a la pregunta sobre cuál es el origen social de los individuos que accedieron a posiciones de clase media relacionadas con el ejercicio de funciones intelectuales y burocráticas. Cuando nos preguntamos por el origen de este grupo, nos referimos a la clase social de la cual emergieron los burócratas y profesionales de principios del siglo XX. Si bien se han dado algunas respuestas, hasta hoy en día los intentos de responder a la pregunta sobre el origen de la clase media chilena no han sido estudios completos,[11] sino que la mayoría de las veces son afirmaciones que los autores hacen al pasar. Tampoco existe claridad de cuáles serían los grupos que podrían considerarse como pertenecientes a la clase media. Para Julio Pinto, se ha vuelto un lugar común afirmar que los grupos medios no se han estudiado lo suficiente, y que el análisis se mueve con frecuencia en el campo de la conjetura.[12] Estas son justamente las debilidades que intentamos remediar en un tema específico: el origen de la clase media en el siglo XIX y su relación con la educación pública. Para ello es necesario resumir brevemente el avance de la discusión en la materia.

    En primer término, se ha estimado que la clase media proviene de sectores de la élite en declive. Por ejemplo, Alfredo Jocelyn Holt ha afirmado que estos nuevos grupos de clase media provendrían de una clase alta socialmente venida a menos.[13] Esto se explica según Fernando Silva por la presencia tanto en provincias como en Santiago […] de viejos linajes coloniales que, corrientemente por estrecheces económicas, van siendo excluidos de la ‘buena sociedad’.[14] Este proceso de movilidad descendente no puede sin embargo explicar la totalidad del fenómeno, pues las clases altas chilenas no fueron nunca tan numerosas como para poder formar –sin desaparecer ellas mismas por completo– un grupo social que en 1946 representaba, según cálculos de Amanda Labarca, un 15% de la población chilena,[15] y según cálculos de Federico Gil para 1949, un 20%.[16]

    A causa de lo anterior, se ha debido encontrar otras fuentes de donde podrían provenir los grupos medios en Chile: los inmigrantes han sido considerados como una de las más importantes. De acuerdo con Julio Heise, los colonos ingleses y norteamericanos, así como los inmigrantes alemanes, italianos, yugoslavos y españoles […] se incorporarán en su totalidad a la clase media, formando "el tipo del self-made man, constituyendo el sector de clase media autónomo (pequeños y medianos comerciantes, agricultores o industriales)".[17] Se ha discutido bastante en qué medida estos grupos de inmigrantes pasaron efectivamente a integrar la clase media, pues otros indicios demuestran que una parte de ellos se habrían incorporado rápidamente a la élite a través de vínculos matrimoniales.[18] Por la escasa inmigración que ha existido en Chile y por el hecho de que muchos de los extranjeros y sus descendientes se incorporaron a las élites, los grupos inmigrantes de clase media serían relativamente pequeños en términos numéricos, sobre todo si comparamos el caso chileno con el caso argentino.[19] Esto no obsta a que en otros aspectos –en especial en términos culturales– hayan tenido un rol gravitante en la determinación del carácter de la clase media chilena.

    En definitiva, ni los grupos de clase alta venidos a menos, ni los inmigrantes explicarían por sí solos el crecimiento de los nuevos grupos de clase media, y sobre todo, ambos parecieran ser relativamente independientes del desarrollo de la educación pública e incluso de la burocratización. Por ello, muchos autores han visto el origen de los sectores de burócratas y profesionales en los sectores populares. Según Ramírez Necochea, algunos miembros de la clase media provendrían de las capas superiores de obreros, de artesanos y aun de campesinos, esto es, de grupos que en su concepto hacen parte de los sectores populares.[20] Fernando Silva también parece ser de esta opinión cuando menciona que en paralelo al descenso de ciertos individuos de la clase alta se produce un hecho […] que probablemente hasta fines del siglo XIX es de poca intensidad: el ascenso de individuos pertenecientes a los estratos inferiores, que junto con el impacto creado por las políticas educacionales gubernamentales y la oferta de empleos que requerían habilidades ejecutivas, caligráficas o contables, constituían buenos estímulos para cumplir anhelos de superación social.[21] También Germán Urzúa, en su estudio sobre la burocracia chilena, estima que el desplazamiento rural significa la formación de los estratos medios, debido a la impulsión de dos vehículos importantes de movilidad social: el liceo y la Universidad, por una parte, y la burocracia fiscal, por la otra.[22] La idea de movilidad social dejaría entender que los grupos que se insertan en estas instituciones son sectores populares. Asimismo, Julio Pinto habla de individuos venidos de los grupos populares que se integran a la burocracia estatal y las familias de origen rural que conforman el nuevo ‘medio pelo’ social urbano, y del hecho que con la resistencia de los sectores populares a proletarizarse en el período 1900-1920, la expectativa de ascenso individual –por la vía de pasar de ‘obrero’ a ‘empleado’– fue más atractiva.[23]

    Así, la clase media de empleados y profesionales podría provenir de los ricos empobrecidos o bien de los descendientes de inmigrantes, pero en particular, pareciera originarse en los grupos de pobres educados. Difícilmente se vislumbran otros grupos sociales en el Chile anterior a 1880. Sin embargo, una idea aún poco difundida en la historiografía nacional es aquella según la cual habría existido en Chile, durante el siglo XIX, lo que Gabriel Salazar ha calificado de clase media empresarial,[24] formada por pequeños productores artesanales, agrícolas, mineros o bien pequeños comerciantes. Para algunos autores, estos grupos se habrían desarrollado, de la misma forma que los empleados y funcionarios, como resultado del crecimiento económico de las últimas décadas del siglo XIX.[25] Para otros, estos sectores tendrían su origen en las primeras décadas de la República,[26] e incluso antes.[27] Esta última corriente de pensamiento es la que nos interesa, puesto que si efectivamente existió una clase media con anterioridad a 1880 en Chile, entonces sería posible evaluar si los grupos de la nueva clase media de profesionales y burócratas de principios de siglo XX acaso se encuentran vinculados con esta vieja clase media de productores y comerciantes.

    Esta idea se encuentra, aunque débilmente enunciada, en un estudio de Amanda Labarca, para quien la extensión de los liceos fiscales gratuitos a partir de 1870 para los hombres y de 1910 para las mujeres permitió que los hijos todos de la pequeña burguesía o del artesanado inteligente, del mínimo terrateniente, o del obrero especializado pudieran continuar sus estudios más allá de la escuela primaria y que ninguno de sus talentos o aptitudes se perdiera por falta de capacidad económica de los padres. Después, la ausencia de capital inicial para comenzar una empresa, la escasísima industrialización del país, las dificultades para quebrar el sólido bastión del latifundio, todo impelió a la mayoría de los muchachos de la clase media [a] las carreras liberales […] la burocracia […] y la política.[28] Como vemos, para Labarca ninguno de los integrantes de la nueva clase media que se incorporó a los liceos y a la burocracia provendría de sectores populares –tal vez con excepción del ‘obrero especializado’– sino de grupos de empresarios independientes.

    En el mismo sentido, César de León sostiene que en el sistema educativo chileno no había […] un plan desde arriba para superar a campesinos, obreros, gañanes, etc., y en las capas populares, debido a su atraso y a su ignorancia, tampoco existe la apetencia cultural como la vemos en nuestros días […] sabemos positivamente que durante el siglo XIX ni obreros ni campesinos acudían –ni podían acudir– a las aulas de los liceos y menos, naturalmente, a las de la Universidad. Afirmar, por consiguiente, que ya desde la década del ’70 al ’90 elementos populares eran elevados socialmente por la educación, es un error.[29]

    Así, si los grupos populares no pudieron ingresar a los liceos y a la enseñanza superior, entonces quienes tuvieron que integrar las filas de la nueva clase media de funcionarios y profesionales fueron los grupos de clase media que ya existían, esto es, la clase media empresarial de la que habla Gabriel Salazar. Obviamente que sectores de la élite en declive, los inmigrantes y sus descendientes también participaron del fenómeno, pero como vimos, no pudieron ser ni la totalidad de él, ni tampoco la mayoría. Esta idea de que existió una movilidad social horizontal entre distintos grupos de clase media ya ha sido enunciada por Jaime García Covarrubias, quien retomando la línea argumentativa de César de León afirma que la movilidad social en el período es entre los mismos elementos de la clase media, generándose un sector más intelectualizado dentro de esta clase.[30] Esta es igualmente nuestra opinión, aunque creemos que esta aseveración no ha sido lo suficientemente respaldada. Este autor no justifica por qué los sectores populares quedan excluidos del sistema educacional, ni por qué razones la clase media sí logra insertarse en él. Tampoco existe un análisis que dé cuenta de los fenómenos económicos y sociales que explican la transformación de un grupo de productores independientes en empleados asalariados y en profesionales. Además, falta un análisis en profundidad de quiénes y cuáles son las características de los grupos sociales que componen esta clase media anterior a 1880. Si bien Gabriel Salazar ha contribuido de forma invaluable al estudio de los estratos de productores y comerciantes independientes, creemos que no todos los sectores de empresarios estudiados por este autor pueden identificarse con la clase media: muchos se confunden con los sectores populares, y así los ha considerado este autor innumerable veces.[31] También hay otros sectores que para nosotros hacen parte de la clase media, pero que no han sido considerados por la historia social, puesto que han sido confundidos con sectores de la élite: nos referimos en especial a los medianos propietarios rurales y medianos comerciantes.

    A nuestro juicio, analizar esta idea de la forma más completa posible es de singular importancia, en tanto se pone en juego la existencia de movilidad social ascendente en Chile, y su relación con la educación: ¿pudo ser la educación pública un instrumento de promoción social para los sectores populares, permitiéndoles acceder a posiciones de clase media? ¿Es posible afirmar que el Estado Docente decimonónico tuvo un rol verdaderamente democratizador en la sociedad chilena?

    Cuando hoy en día, en los albores del siglo XXI, constatamos que el aumento de la matrícula escolar y universitaria se ve acompañado, de forma aparentemente paradójica, de un aumento en los índices de desigualdad,[32] es sorprendente que hasta ahora estos problemas se hayan abordado de forma tan fragmentaria en la historiografía chilena.

    En este estudio proponemos entonces probar que la clase media en Chile se origina en sectores de productores y comerciantes durante las primeras etapas de la República. Estos grupos, que hacia finales del siglo XIX se encontraban económicamente en declive, van a aprovecharse de las fisuras que deja el sistema educacional público para insertarse en él, lo que acarreará una modificación de su base económica. En definitiva, a lo menos hasta 1920, las políticas educacionales del Estado decimonónico no produjeron la movilidad social vertical de sectores populares a sectores medios, sino solamente una movilidad horizontal al interior de los mismos sectores medios.

    Este propósito delimita nuestro campo de trabajo, y define ciertos aspectos que no abordaremos a lo largo de este libro. En primer lugar, este estudio no se concentra en las manifestaciones políticas de la clase media, sino en sus características sociales. Las expresiones políticas de estos sectores solo serán abordadas en tanto nos permitan distinguirlas de otras clases sociales. En segundo término, no vamos a concentrarnos en un análisis del declive de las élites, sino solo en la medida en que estos grupos hayan llegado a constituir parte de la clase media ya en el siglo XIX. Tampoco nos centraremos en el estudio de los sectores de inmigrantes: se trata del grupo mejor estudiado en cuanto a los orígenes de la clase media, pero además su integración social se produce de forma diferente a los sectores nacionales. Solamente serán considerados cuando formen parte de los sectores de productores y comerciantes estudiados, y más bien en términos comparativos con la clase media de origen nacional. Además, respecto del análisis del sistema educacional, no vamos a considerar la enseñanza privada, pues nuestro objetivo busca determinar principalmente el rol de Estado en la modificación de la estructura social.

    Lo que sí resulta imperativo para estudiar la clase media en Chile es contar con cierta claridad conceptual. A nuestro juicio, la historia de la clase media se ha ido dibujando de forma solapada en múltiples estudios de historia social, pero no se ha logrado sacar a la luz por faltar un lente con el cual mirarla. A continuación nos adueñamos del sólido aparataje conceptual de Pierre Bourdieu, que será nuestro marco de análisis a lo largo de todo el estudio, y sin el cual el conjunto de datos, imágenes y reflexiones propias y ajenas no habría bastado para permitirnos iluminar, aunque modestamente, la historia de la transformación social de la clase media a lo largo del siglo XIX.

    ¿Clases o estratos? Estructurando el espacio social

    El estudio de la clase media en Chile exige en primer lugar ciertas elecciones ideológicas y metodológicas sobre la forma de concebir el espacio social. Pero antes que todo, es pertinente aclarar una cuestión epistemológica: las divisiones o clasificaciones teóricas nunca van a poder expresar esencias o realidades sociales. La realidad social excede por definición cualquier diseño intelectual. Y al mismo tiempo, las clasificaciones no son neutras ni independientes de esta realidad: una cierta forma de estructuración social va a permitir ver la sociedad estructurada de cierta manera, privilegiando ciertos criterios de clasificación por sobre otros. Pero al mismo tiempo, las categorías sociales son formas de querer ver la realidad. Los criterios de clasificación son una forma de concebir la realidad en términos de querer modificarla o conservarla tal como está. Es decir, las clasificaciones no pueden abstraerse de la realidad, pero también contribuyen a alterarla o mantenerla.[33] Considerando lo anterior, se plantea el problema de darles un nombre a las categorías en las que vamos a considerar que se divide la sociedad: nombrarlas clases o estratos es una elección que no está desprovista de matices ideológicos. La clase, aunque tiene una infinidad de acepciones, se asocia generalmente a la teoría marxista, y por ende a una concepción antagonista de la estructura social, mientras que los estratos provienen más bien de la literatura norteamericana sobre la materia, y tienden a enfocarse en la movilidad y continuidad social entre los grupos.[34]

    En este trabajo, conceptualizaremos nuestro grupo de estudio como clase media. La elección se justifica en primer lugar porque el concepto de clase en una de sus acepciones designa el lugar que de forma espontánea le corresponde a un sujeto en la estructura social con independencia total de las determinaciones institucionales. En este sentido, la clase se define en contraposición a las jerarquías sociales que se encuentran institucionalizadas, determinadas jurídicamente, por ejemplo, en el caso de las castas, las órdenes o estados.[35] El concepto de clase así entendido permite dar cuenta de los efectos en el espacio social de la transformación de la sociedad colonial en sociedad republicana, de un sistema que institucionalizaba las diferencias sociales (especialmente en atención a la procedencia étnica), a un sistema en donde existe una igualdad formal entre los individuos.[36]

    Un segundo criterio para elegir el concepto de clase por sobre el de estrato es que elegimos mirar la sociedad decimonónica como un mundo de antagonismos (latentes). La concepción de clases sociales denota una explicación más dinámica y global del espacio social que la idea de estratos. Los estratos como capas superpuestas, que han simplemente decantado en sus posiciones respectivas, nos parecen portadores de poca capacidad explicativa. Inclinan hacia una visión menos articulada de los movimientos sociales.

    Ahora bien, respecto del contenido que vamos a asignarle al concepto de clase, nuestra posición se alejará tanto del análisis marxista como del weberiano, adoptando un concepto multidimensional de clase, en la forma expuesta por Pierre Bourdieu.[37] Así, vamos a concebir el espacio social como dividido en campos, que son espacios de relaciones sociales con relativa autonomía de otros tipos (o campos) de relación social. Cada campo tiene su propia lógica de relaciones, y las posiciones de preeminencia o dominación en los campos se determinan por la posesión o carencia de ciertos tipos de capital necesarios para funcionar en dicho campo. Es decir, existen tantos tipos de capital como existen campos. A diferencia de la idea marxista, el espacio social se ve de forma multidimensional. Los sujetos están ubicados en posiciones dentro de estos diferentes campos en función de la cantidad de capital que posean en cada uno de ellos. La clase social es en definitiva la posición global de la persona considerando su volumen total de capital en los diferentes campos.

    Ahora bien, la clase en este sentido se define por la proximidad de posiciones definida por la posesión de un nivel similar de capital, que determina intereses probablemente similares. Este es el concepto de clase objetiva, que Bourdieu define como el conjunto de agentes que se encuentran situados en unas condiciones de existencia homogéneas, que imponen unos condicionamientos homogéneos, apropiadas para engendrar unas prácticas semejantes y que poseen un conjunto de propiedades comunes. La clase objetiva se diferencia de la clase movilizada, grupo en el que se incluye el fenómeno de la conciencia de clase, y la organización con miras a modificar la estructura de distribución de los bienes sociales.[38] Para Bourdieu, la clase social verdadera es la movilizada, aquella que cobra realidad en el discurso y en la praxis política. Sin embargo, la clase objetiva es clase probable porque es seguramente aquella que opondrá menos resistencia a ser movilizada en torno a intereses comunes, pero no es necesario que algún día llegue a estarlo.[39]

    Nuestro estudio se centrará en el concepto de clase objetiva o probable: las lagunas de conocimiento para determinar la simple existencia de clase media en Chile es ya un desafío suficiente, y dejamos a futuros estudios el análisis de la clase media como grupo movilizado.

    Los factores principales para enclasar a un sujeto son sus niveles de capital específico en los diferentes campos sociales. Los campos en cuestión son el campo económico, el campo cultural, el campo social y el campo simbólico. Si bien los campos son esferas de la vida social relativamente autónomas, obviamente están relacionados entre sí: esto quiere decir que hay ciertos campos que tienen preeminencia por sobre otros, y por ende formas de capital que en una sociedad o un tiempo determinado, pueden tener más valor global que otros, porque permiten el acceso a todas las demás formas de capital. Esto se observa claramente en las sociedades capitalistas, en las que el capital económico tiene una fuerte preeminencia por sobre el capital simbólico o social.

    Pero además de estos factores principales o nivel de capital que posee cada individuo en los diferentes campos, existen otros factores determinantes que Bourdieu clasifica como secundarios, que se adicionan a los factores principales, determinando la posición social del individuo en los diferentes campos. Estas propiedades secundarias son por ejemplo el sexo, el origen étnico, la religión o posición política, la orientación sexual, la ubicación geográfica. Si bien el uso del adjetivo secundario puede ser desafortunado para referirse a cuestiones tan definitorias como las diferencias adscritas al sexo o al origen étnico, no se trata de invisibilizar las relaciones de dominación étnica o sexual, sino de comprender que se sitúan en un nivel explicativo distinto a la clase. Estos factores son en muchos casos la causa de una cierta posición de clase, pero no determinan la posición de clase de todos los miembros de la sociedad: existen hombres blancos y pobres (aunque existan muchos más indígenas o afrodescendientes pobres y que su pobreza sea mucho más profunda y difícil de modificar), y existen mujeres de clase alta. Además, estos factores pueden atravesar las distintas clases sociales aunque estableciendo consecuencias diversas en las diferentes clases: las mujeres van a experimentar distintas formas de limitaciones según su posición de clase. La pertenencia a un grupo sistemáticamente discriminado[40] está íntimamente ligada a la posición de clase, pero no explica la totalidad de la estructura de clases, y solo en este sentido debe entenderse su denominación como factores secundarios.

    En definitiva, la posición elegida para la conceptualización de la estructura social, basándonos en la obra de Pierre Bourdieu, lleva a asumir una visión multidimensional del espacio social, organizado en campos, que se estructuran gracias a propiedades primarias (tipos de capital) y secundarias (principalmente, la pertenencia a grupos sistemáticamente discriminados). Las clases son el producto de la lógica interna de los campos y de las relaciones de los campos entre sí, y la posición homogénea que define la clase es un resultado global que puede ser extraído de todas estas interrelaciones.

    ¿Existe la clase media?

    Ahora bien, con todo esto aún no hemos especificado en qué y cuántas clases se divide la sociedad, y cuáles son los criterios para efectuar dichas distinciones.

    El punto de tope de muchas de las conceptualizaciones de clase ha sido justamente el lugar de la clase media. Todos los autores que conciben a la sociedad organizada en clases no tienen problema en reconocer a lo menos dos grupos: clase alta y clase baja, dominantes y dominados, en todas sus formas concretas e históricas: amos y esclavos, señores y siervos, burguesía y proletariado, élites y bajo pueblo. Pero justamente el problema está en asignar una posición –de clase o no– a sujetos que parecen no entrar en ninguna de las lógicas estructurantes de los grupos principales.

    El análisis marxista una vez más marca la pauta de la discusión, siendo los grupos medios sectores rezagados de un modo de producción anterior al capitalismo que tienden a desaparecer, y que no se conforman como clase, pues no tienen las condiciones para unirse políticamente y para enfrentar sus intereses con los de otra clase[41]. Desde fuera del marxismo, la pervivencia de la clase media hasta hoy en día es la demostración de que el análisis clasista basado en el antagonismo o lucha de clases previsto por Marx era una predicción errada, que la sociedad no ha tendido a polarizarse sino a diversificarse. Dentro del marxismo, hay sectores que reivindican la existencia de una clase media distinguiendo en miradas de corto y largo plazo respecto de las transformaciones del modo de producción. En el largo plazo, la estructura de clases tiende hacia la polarización en dos clases descrita por Marx. Pero en plazos más cortos, la estructura social deja espacio para un tercer grupo con intereses propios, aunque su papel se limite a ser una forma de expresión del conflicto entre las clases principales.[42]

    Otro problema es el carácter esencialmente heterogéneo de los grupos medios. Para Maurice Halbwachs, sus caracteres son más bien negativos. […] se la define distinguiéndola de los obreros y de los burgueses como si ocupara un lugar intermedio. O no se hace sino enumerar profesiones que se yuxtaponen sin que se perciba la razón de agruparlas de esta manera.[43] Si hiciéramos la lista de los distintos grupos que a priori se ubican en posiciones intermedias en la sociedad (profesiones liberales, empleados públicos, pequeños industriales y comerciantes, pequeños y medianos propietarios…) parece muy difícil pensar que todos estos grupos puedan situarse en condiciones de existencia homogéneas tal como lo plantea Bourdieu. Las realidades, condicionamientos y prácticas de todos estos grupos parecen ser absolutamente divergentes, así como sus relaciones con las demás clases de la sociedad.

    Entonces, ¿por qué puede decirse que a pesar de su heterogeneidad, hay ciertos grupos que podemos enmarcar en una clase media? Primero, porque ninguna clase social –dominantes o dominados– es efectivamente homogénea. Así, en su análisis sobre las clases sociales en Chile, Julio Pinto "pone el acento sobre la heterogeneidad interna que caracteriza a los grupos definidos como fundamentales, o incluso sobre las contradicciones que a menudo han fracturado su unidad".[44] Entre un peón de fundo y un obrero industrial, la realidad vivida es fuertemente disímil. También entre el dueño de una hacienda y un gran financista. Sin embargo, nadie se negaría a clasificarlos a unos entre las élites o clase dominantes, y a los otros en bajo pueblo o clase dominada. ¿Por qué entonces la negativa de reconocer la misma identidad entre un empleado público y un mediano comerciante? Nuestra impresión es que esta incomodidad deriva en gran parte del mayor desconocimiento que se tiene de este grupo que de los

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