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Ventanas y otros relatos
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Libro electrónico151 páginas2 horas

Ventanas y otros relatos

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Esta nueva colección de cuentos suma a Calles y otros relatos once historias inéditas en español de uno de los escritores estadounidenses más originales de la actualidad. Con una prosa precisa, próxima a la oralidad pero a la vez llena de juegos y efectos, Dixon puede resultar desconcertante para el lector. Sin embargo, como señala Eduardo Berti en su prólogo, es su singularidad formal junto con su intensidad de emociones y sentimientos lo que lo convierte en innovador y accesible al mismo tiempo.
En estos relatos, Dixon lleva sus tópicos, como la discusión o ruptura de pareja, la pérdida o el miedo de que algo malo le suceda a un ser querido, la inevitable circunstancia de que los hijos echan a volar −a veces mezclados con algo de sueño, pesadilla o fantasía, además de un humor casi corrosivo−, hasta límites que rozan con lo inverosímil, pero siempre de manera convincente, ampliando las fronteras del realismo.
Simples y al mismo tiempo complejos, como se podría decir de la escritura de John Cheever o de Richard Yates, estos relatos son una muestra más de un talento incalculable.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 mar 2015
ISBN9789877120943
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    Ventanas y otros relatos - Stephen Dixon

    Calles…

    HOMBRE, MUJER Y NIÑO

    Están sentados. Esto está mal, dice ella. Él dice: Lo sé. Ella se para, él se para enseguida después de ella. Está todo mal, dice ella. Lo sé, dice él, ¿pero qué vamos a hacer al respecto?. Ella entra en la cocina, él la sigue. Casi no podría estar peor, dice ella. Entre nosotros… ¿cómo podría? No veo cómo. Estoy de acuerdo, dice él, y me gustaría cambiarlo, que las cosas estén mejor, pero no sé qué hacer. Ella les sirve café. Pone agua para café. Llena la caldera con agua. Saca la caldera de la hornalla, la sacude, mira adentro y ve que hay solo un poco de agua en su interior, abre la canilla y llena la caldera hasta la mitad y luego. ¿Y luego? ¿Quieres leche, azúcar?, dice. Esto después de que el agua goteó a través de la borra en la cafetera, mucho después de que ella dijera: Me estoy preparando café, ¿quieres un poco también?. Él asintió. Ahora dice: ¿Ahora no sabes cómo me gusta?. Negro, dice ella. Negro como el hollín, negro como el hielo. Negro como el as de espadas, como el cielo, una perla, negro como los diamantes. Lo que sea, dijo él, de lo que sea que estés hablando. Solo repito algo que una vez dijiste. Cómo te gusta el café. ¿Yo dije eso? Esas… quiero decir… ¿Dije alguna de esas cosas? Nunca. Tú me conoces. Yo no digo cosas estúpidas o locas, trato de no hablar con clichés, me disgustan particularmente esas sonrisitas en mi discurso, y si voy a hacer un chiste, sé de antemano que obtendrá una carcajada. Pero volviendo al problema. El problema es este, dijo ella. Somos dos personas, en una casa, con un solo hijo, y yo no estoy embarazada de un segundo. Tenemos un dormitorio principal y otro dormitorio, así que uno para nosotros y otro para el niño. No tenemos lugar para invitados. No tenemos habitación de huéspedes. El sofá no es lo bastante cómodo como para dormir en él y no se convierte en cama. No tenemos bolsa de dormir para que uno de nosotros duerma en el suelo. No quiero que nuestro hijo duerma en la cama principal con uno de nosotros mientras el otro duerme en la cama de él. Uno de nosotros tiene que irse, eso es lo que estoy diciendo. Te entiendo, dice él. Probablemente el problema sea el que tú dijiste. Lo es, afrontémoslo. Uno de los dos tiene que irse porque los dos no podemos quedarnos, y tradicionalmente ha sido el hombre. Pero yo no quiero irme, odio tener que irme. No tanto dejarte a ti sino a él. Dejarte a ti para nada. Estoy siendo honesto. No pelees conmigo por eso, ya que no es algo que estoy diciendo solamente para herirte. No lo haré, dice ella. Me gusta la honestidad. Y el sentimiento es mutuo, cosa que tampoco estoy diciendo para devolverte lo que tú dijiste. Pero yo no voy a dejar al chico y tradicionalmente es el hombre el que, en situaciones como esta, se supone que lo hace, o simplemente tiene que hacerlo. Lo hemos visto. Nuestros amigos, y amigos de amigos de los que hemos oído, que se han separado. El hijo tradicionalmente se queda con la mujer. Y es más fácil irse, ¿verdad?, para el que no se queda con el chico que para el que se queda con él, y además termina por resultar mucho más fácil para el chico. De manera que espero que sea así como resulte. Creo que los dos estamos de acuerdo en eso o al menos estuvimos de acuerdo, ahora mismo, en nuestra conversación. Nuestra conversación, que continúa, dice él. Nuestra conversación, que debería concluir. No te llevaría demasiado tiempo empacar, ¿o sí?. Ya me conoces, dice él, nunca me he comprado muchas cosas. Un par de camisas, dos remeras, tres pares de medias, sin contar el par que tengo puesto, tres o cuatro pañuelos, una corbata. Dos calzoncillos, incluyendo el que llevo, un par de pantalones de trabajo además del pantalón bueno que tengo puesto. Saco sport para combinar con el pantalón bueno, campera de trabajo y abrigo, sombrero, bufanda, botas, zapatillas, los zapatos que tengo puestos, y eso debería ser todo. Cinturón, por supuesto. Traje de baño y shorts de correr. Cualquier cosa que deje atrás –algunos libros, excepto el que estoy leyendo y que me llevaré conmigo– puedo recogerla en alguna otra ocasión. La corbata, de hecho, probablemente puedo dejarla aquí; nunca la uso. Podrías, dice ella. De todos modos, es lo bastante pequeña como para llevarla y no usarla. Llévate todo así terminas con el asunto. ¿Entonces te vas? ¿Necesitas ayuda para empacar?. ¿Para esa cantidad de cosas? Nooo. ¿Pero una última vez?. ¿Qué cosa, una última vez?, dice ella. Un beso, una caricia, un toqueteo, un abrazo, ceñir un poco la vieja carne familiar, ¿sí?. ¿Quieres hacerme reír? Me río. ¿Llorar? Eso también lo haré. ¿Cuál de las dos cosas prefieres que haga?. Oki-doki, capto el mensaje, solo estaba bromeando. Oh sí, seguro, solo estabas bromeando. Y eso, ¿qué se supone que quiere decir?, dice él. Oh, no lo sabes, seguro, oh sí, puedes apostar. Si te estás refiriendo a eso del beso, lo que quise decir fue que me gustaría estar con mi hijo unos minutos antes de irme. Para abrazarlo, apretujarlo, besarlo y explicarle que no lo estoy dejando a él sino a ti. Que lo veré periódicamente, o realmente tanto como pueda… día por medio si me dejas. Me dejarás, ¿verdad?. Por él, por supuesto, periódicamente. ¿Más café?. No gracias, dice él. ¿Entonces puedo irme a mi habitación mientras tú tienes ese encuentro final con él? No final; ¿mientras le dices adiós por ahora?. Ve. No voy a robármelo.

    Retroceden, ella al sofá, él a la silla. Nunca bebieron café, nunca lo prepararon; nunca tuvieron esta conversación. Los dos están leyendo, o ella lo hace y él tiene el libro sobre su regazo. Su hijo está en el suelo armando un rompecabezas. Es una linda escena doméstica, piensa él, tranquila, de la clase que más le gusta. El fuego arde en la chimenea: él lo encendió. Uno bueno además, aunque los fuegos que ella enciende son igual de buenos. No da mucho calor, falla de construcción de la chimenea, pero luce como si lo hiciera y es hermoso. El termostato en veinte de modo que, con el fuego, lo bastante alto como para mantener la casa tibia, acogedora. Tiene un té a su lado en la mesita auxiliar. En la mesita auxiliar a su lado. Al lado de su silla. Un té verde japonés, y le puso unas rodajas de jengibre fresco. Ahora el té está tibio. Lo prueba; lo está. Estuvo pensando estos últimos minutos y se olvidó del té. Ella tiene una taza de agua caliente con limón. No está caliente ahora –incluso puede que se la haya terminado– pero lo estaba cuando él se la alcanzó. Hace unos diez minutos ella dijo: Por extraño que pueda sonar –él había dicho que se estaba preparando un té, ¿ella querría un poco, o algo con agua hirviendo?– eso es todo lo que quiero. Me pregunto si quiere decir que me estoy pescando algo. Él dijo: ¿Te sientes caliente?. No. ¿Te duele algo… miembros, garganta, extremidades?. No. Supongo que no es nada, y volvió a ponerse a leer. ¿Qué podrías estar pescando, mami?, dijo el niño. Tu mami quiere decir un resfrío, dijo él. Oh, dijo el niño y volvió a su rompecabezas. Me pregunto, piensa el hombre, qué significa esa larga escena de despedida que imaginé. Las cosas no están para nada así entre nosotros. Somos una pareja feliz, relativamente feliz. Diablos, más feliz que la mayoría al parecer, más compatible y satisfecha y despreocupada que la mayoría además. Yo la sigo amando. ¿Sí? Sé honesto. Sí, aún la amo. Mucho. ¿Mucho? Oh bueno, la mayoría de los días no tan apasionada o locamente como la amaba cuando la conocí, o los seis primeros meses o algo así de estar juntos antes de casarnos, o incluso los primeros seis meses o algo así de nuestro matrimonio, pero bastante cerca de eso. Todavía me excita. Mucho. Físicamente, intelectualmente. Hacemos mucho el amor. Casi tanto como cuando nos conocimos, o después del primer mes de conocernos. A menudo lo inicia ella. No porque yo no lo haga. Muchas veces ella lo hace cuando estoy pensando en iniciarlo pero ella empieza primero. Ella no parece insatisfecha. Yo tampoco lo estoy. ¿De qué podríamos estar insatisfechos? Doce años más o menos desde que nos conocimos y todavía nos ponemos a hacerlo como niños, o casi como niños –como adultos, como cualquiera–, lo que estoy diciendo es que casi como si cada vez fuera la primera. Tengo fantasías sobre otras mujeres, ¿pero qué significan? Significar, no significan gran cosa: las tenía una semana después de conocerla, son fugaces y probablemente existen solo para volverlo todavía mejor con ella, pero probablemente no. Existen. Así es como soy. En la medida en que no actúe al respecto, cosa que nunca haría, ¿pues por qué lo haría? Que es precisamente lo que estoy diciendo. Y ella me dice que me ama casi todos los días. Me lo dice casi todos los días. Y casi todas las noches una de las últimas cosas que me dice, en la oscuridad, o justo antes o después de que apaga la luz, es: Te amo, querido. Y yo suelo decir: Yo también te amo, lo cual es verdad, y mucho: la amo, y entonces nos besamos brevemente y tal vez más tarde, tal vez no, después de que dejo mi lectura, hacemos el amor. Entonces, ¿por qué pensaría en esa escena? ¿Solo por hacer la prueba? ¿Queriendo saber cómo me sentiría? ¿Cómo me sentiría? Horrible, obviamente. No podría vivir sin ella. O podría pero sería difícil, muy, extremadamente complicado, probablemente imposible, o casi. ¿Y sin el niño? Nunca. Como dije en la escena, quiero verlo todos los días. Es tan buen chico. Quiero hacerle el desayuno todas las mañanas hasta que sea lo bastante grande como para preparárselo él mismo, ayudarlo con sus tareas cuando quiera que lo haga e ir a lugares con él –museos, el parque, a jugar a la pelota con él, a caminar con él–, con él y con ella. Vacaciones de verano, dos o tres semanas aquí o allá, zambullirnos desde una balsa, nadar con él a mi lado. Cosas así. Bibliotecas. Adora las bibliotecas y las librerías infantiles. Realmente extraño, entonces, que pensara en esa escena. Solo para probar, como dije, es todo, o eso

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