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Manual de terapia floral para padres iluminados. Los niños y las flores de bach
Manual de terapia floral para padres iluminados. Los niños y las flores de bach
Manual de terapia floral para padres iluminados. Los niños y las flores de bach
Libro electrónico158 páginas2 horas

Manual de terapia floral para padres iluminados. Los niños y las flores de bach

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"Los padres iluminados del que habla este libro, no son los padres con la verdad en el bolsillo, sino los padres eternamente imperfectos, que no tienen dogmas, que no quieren enseñar sino únicamente a Ser. Los padres iluminados ambicionan a la iluminación sabiendo que no la poseen y que no la alcanzarán jamás. Los padres iluminados toman de la mano a sus propios niños y les dicen: "Vamos, llévame por tu senda. Te haré más suave el camino". Y esto es todo."

Un manual fidedigno e innovador, que enseña con sencillez, cómo utilizar las Flores de Bach para ayudar a los niños a superar los obstáculos y a volver a la tranquilidad para centrarse cada día más en el viaje hacia su propio descubrimiento interior.

Se ilustran las 38 flores halladas por el Dr. Bach, su respectivo "sello", las emociones correspondientes y todos los usos posibles de las mismas. Particular énfasis se ha puesto en el famoso Rescue Remedy. Asimismo, contiene capítulos específicos dedicados a la preparación del rol de "ser padres" y a la gestación, al amamantamiento, a las depresiones post-parto y para vivir mejor la relación con nuestros propios hijos.

Completa el libro un repertorio para el uso inmediato de las flores de Bach que abarca 100 condiciones emocionales del niño.
IdiomaEspañol
EditorialYoucanprint
Fecha de lanzamiento5 ago 2019
ISBN9788831634021
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    Manual de terapia floral para padres iluminados. Los niños y las flores de bach - Fabio Procopio

    INTRODUCCIÓN

    Los niños son ligeros. Los niños tienen razón. Los niños tienen sueños de papel que no sabemos reconocer. Los niños nos observan, aún y cuando no nos vean, y llevan consigo una belleza de la que sólo podemos tener cierta envidia o nostalgia.

    Al introducirnos en su imperdible obra sobre la primera infancia, Carlos Gonzáles traza una diferencia histórico-pedagógica entre el niño concebido como bueno y el niño visto como malo, analizando las inevitables consecuencias sobre las estrategias educativas. Paralelamente a ello, sugiero una visión sólo en apariencia diferente, entre dos modos distintos de observar al niño, que reflejan dos mundos de galaxias muy lejanos entre ellos.

    Existen padres (y educadores y abuelos y amigos) que ven a los infantes como tablas rasas, pequeños seres sí maravillosos, pero como tales vacíos, que hay que criar cuidadosamente y a los que cuidadosamente hay que enseñarles todo. Esta concepción del niño implica necesariamente la afirmación de un conjunto de creencias básicas que se consideran aplicables a cada niño sin excepción, sobre la base de lo que el padre considera absolutamente justo o equivocado. Sólo algunos ejemplos: la hora en que los niños tienen que ir a dormir, la cantidad y el tipo de comida que deben ingerir, el tiempo y la calidad de los juegos a los que se deben dedicar, etc.

    Otros padres, consideran a los recién nacidos como poseedores de un alma individual, si bien aún inexpresable, con características propias que lo diferencian de los demás recién nacidos y que paulatinamente surgirá en el curso de su crecimiento. Este reconocimiento, de una individualidad separada, lleva a una actitud de observación, al intento constante de discernir durante la comunicación, cada vez menos pobre del niño, los aspectos de su carácter (y por lo tanto sus necesidades, su orientación) y facilitar los mismos.

    Esta es la diferencia entre la idea de plasmar, si bien intencionadamente, al niño y la idea de tomarlo de la mano y caminar junto a él por una senda que es sólo suya y que descubriremos con él días tras días.

    Los versos de Gibran que anteceden a la presente introducción, habrán ya aclarado al lector a cuál de las dos concepciones se inspira este libro y el sucesivo pasaje de Edward Bach, descubridor de la floriterapia, disipará ulteriores dudas. 

    Se podrá así comprender que las innumerables tomas de posición que atraviesan este libro son, una vez comprendido y compartido el valor de este mensaje, inevitables, pero también que la fuerza de ciertas aseveraciones no se apoyan sobre una definitiva e indiscutible certeza. Al contrario, en vez de ser inmutables castillos de piedra radicados sobre arenas movedizas (como resulta ser para tantas creencias de la pedagogía convencional), son castillos de arena radicados sobre la piedra, siempre cambiantes, listos para ser, en cualquier momento, derribados y reconstruidos mucho más hermosos que antes, porque el aspecto fundamental es el terreno del cual se surge.

    He aquí porque, los padres iluminados del que habla este libro, no son los padres con la verdad en el bolsillo, los padres que saben todo, sino el exacto contrario, son padres que no saben nada, los padres eternamente imperfectos, que se preguntan todas las noches cómo pueden hacerlo mejor mañana, que no tienen dogmas, que no quieren enseñar sino solo a Ser. No enseñar nada, sino a ser seres completos.

    Los padres iluminados ambicionan a la iluminación sabiendo que no la poseen y que no la alcanzarán jamás. El padre no iluminado actúa como si la poseyera y no sabe que no la conseguirá jamás.

    Los padres iluminados toman de la mano a sus propios niños y les dicen: Vamos, llévame por tu senda. Te haré más suave el camino. Y esto es todo.

    Lanzados hacia un mundo complicado y desconocido, los niños nos ofrecen un modelo de pureza y perfección del cual podemos sentirnos maravillados. Allí donde muchos padres tienen miedo de subirse a un avión o de no haberse vestido adecuadamente para una fiesta, los niños nos enseñan la belleza de ser verdaderos, del estar aquí y ahora, del desear sin limitaciones, de movernos sin miedos, del querer y saber ser.

    ¿Qué debemos entonces enseñarles?

    Inevitablemente este libro no les gustará a aquellos padres del porque sí, del porque te lo digo yo, del yo sé lo que es bueno para él y del ve a ver qué está haciendo el niño y dile que ¡no lo haga!. Pero me gustaría invitarlos a todos a reponer sus armas y a experimentar una nueva forma de pensarse a sí mismos como padres. Ello, no con el fin de sustituir vuestra pedagogía con la mía, sino porque las flores de Bach tendrán sobre vuestros hijos el efecto maravilloso de hacerlos sentir a sí mismos y es fundamental estar conscientes de lo que esto significa.

    Los niños son mensajeros de una perfección que su encarnación poco a poco necesariamente desgasta un poco, y yo creo que el primer deber de un padre sea desflorar estos niños lo menos posible.

    Si en realidad, estos seres son tan perfectos, de ello se infiere que la mayoría de las veces en que nuestro niño tiene un problema, el problema no está en el niño, sino que existe fuera de él. Por lo tanto, deberíamos sacar toda nuestra capacidad de observación y de introspección para entender de donde, a partir de sus inmediatas cercanías (casa y familia), esto se origina.

    De lo anterior se desprende que, las flores de Bach corren el riesgo de ser un tratamiento sólo sintomático si no hemos sabido ahondar suficientemente hasta llegar a este origen. En estos casos, si bien la floriterapia tendrá temporalmente éxito, el problema se volverá a presentar o cambiará de forma.

    Todos los padres hacen su propio examen de conciencia. Algunos concluyen observando lo sano que es su hijo. Otros lo bueno y diligente que es en el colegio. Otros lo obediente y sincero que es.

    Los padres iluminados analizan su quehacer con una medida especial. Como escribía Alexander S. Neill en su maravillosa Summerhill (la escuela sin deberes, donde estudiaba solo quien quería, y así estudiaban todos), creen que el criterio definitivo para examinar es la felicidad.

    EL ROL DE LOS PADRES SEGÚN EDWARD BACH

    «Tal debiera ser la actitud del padre hacia el pequeño: darle cuidados, cariño y protección hasta tanto sea de ayuda y beneficiosa para él, y siquiera por un momento interferir con la natural evolución de su personalidad, pues esta es guiada por el Alma.

    El oficio de la paternidad, que en realidad debiera ser considerado un privilegio divino, consiste en primer lugar en darle a un Alma la posibilidad de entrar en este mundo, creciendo interiormente. Si lo entendemos y lo consideramos del modo correcto, para el hombre no habrá presumiblemente privilegio mayor que el de ayudar a un Alma durante su nacimiento físico y tener la tarea de cuidar la joven personalidad durante los primeros años de su existencia terrenal. Por lo tanto, la disposición de los padres debería estar finalizada a proveer al recién llegado con lo mejor que exista para satisfacer sus necesidades espirituales, intelectuales y físicas. Los padres deben recordar que el pequeño es un Alma individual que ha venido al mundo a vivir sus propias experiencias y para adquirir sus propios conocimientos, según los dictados de su Ser Superior, y que hay que darle toda la libertad posible para que se desarrolle sin impedimentos.

    El servicio divino prestado por el progenitor debería ser considerado aún más importante que cualquier otra tarea que tengamos que desempeñar. Desde el momento en que ello requiere sacrificios, siempre tendremos que tener presente que al niño nada deberá ser pedido a cambio; de hecho, se trata solo de dar, y sólo dar: ternura, amor, protección y compañía, hasta que el Alma se haga cargo de guiar por sí misma la joven personalidad. Independencia, individualidad y libertad deberían ser enseñadas desde el principio y habría que incitar al niño a que aprenda desde temprana edad a pensar y a actuar de forma autónoma. Mientras se desarrolla la capacidad infantil de valerse por sí mismo, habrá que reducir poco a poco el control de los padres; más adelante, el sentido del deber de los padres no deberá obstaculizar el Alma del niño.

    El rol de la paternidad consiste en un oficio que se traspasa de generación en generación, que se revela esencialmente para proteger y guiar al niño hasta un cierto período de su vida que, una vez transcurrido, llevará al progenitor a retirarse para dejar al objeto de su atención – su hijo- libre de avanzar solo. Pero se debe recordar que el niño, del que podemos tener el cuidado temporal, podría tener un Alma mucho más madura que la nuestra, o podría ser espiritualmente superior: en este caso, tendremos que limitar nuestro rol protector y de control y satisfacer solo las necesidades de su joven personalidad.

    Lo de ser padres es un deber sagrado, que será transmitido a la generación sucesiva. No comprende nada que no sea servicio y no hay obligación de retorno, a excepción del hecho de que los jóvenes deberán un día ejercer este mismo deber. Particularmente, los padres deberían protegerse contra cualquier deseo de moldear la joven personalidad, de acuerdo a sus propias ideas y expectativas, así como de cualquier forma de control indebido o de reclamación de favores a cambio de lo que es su deber natural y privilegio divino. Todas las prácticas de poder, así como cualquier

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