La esclavitud femenina
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Para combatir lo que John Stuart Mili consideraba un freno al progreso de la humanidad, publicó en 1869 su emblemática obra La esclavitud femenina. En ella recogió propuestas igualitaristas de carácter innovador (igualdad y libertad, mejora en la educación, sufragio,
revisión de la legislación matrimonial…) y críticas demoledoras a la situación vigente. Sin embargo, Mill también sucumbió a algunos elementos conservadores típicamente victorianos.
En este ensayo, Mill argumenta que la esclavitud femenina es una forma de opresión que impide el desarrollo social y la igualdad de género. Mill sostiene que la discriminación basada en el género es injusta y que las mujeres tienen derecho a los mismos derechos y libertades que los hombres.
En La esclavitud femenina, Mill examina las raíces de la opresión de las mujeres y argumenta que la discriminación de género es una forma de control social que limita el potencial de las mujeres. En su lugar, propone una sociedad en la que hombres y mujeres tengan igualdad de derechos y oportunidades. Este ensayo ha sido ampliamente reconocido como un hito en la historia del feminismo y ha tenido un impacto significativo en el pensamiento político y social.
«No puede, en rigor, la educación actual de la mujer llamarse «educación», sino «doma», pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión.»
Emilia Pardo Bazán, 1892
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Comentarios para La esclavitud femenina
84 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5If it were not for archaic words such as "burthen" (burden) and "rainment (clothing)"; the necessity to counteract arguments from phrenology; and the use of the figurative "Mrs Grundy" (an archaic Mrs Bucket); one might be reading a contemporary argument for diversity and greater opportunities for women. Mill exerts his authority by challenging then-dominant ideas (such as phrenology and assumptions about biology then-untested) and then reconciles this absurdity for the modern reader by suggesting that while such things are unknown, and he has little time for these, he can still argue away their objections to his central thesis. Mill was far ahead of his time and his arguments took some time to materialise in universal suffrage and equality of opportunity for women, but the central message, then radical, is now part of political discourse. I intend to focus on James Fitzjames Stephen now to see how Stephen deals with Mill's authoritative works on liberty.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Written in 1861 and first published in 1869, though an arduous read, this was way ahead of it’s time. Although incredibly forward thinking, it is still a product of the 19th century, and it shows occasionally.
The author gets a lot of criticism for the few times that he does a disservice to the current women of his time, in an attempt to do a service to the potential women of the future. If you follow his train of thought long enough, he always has valid reasoning for his argument. Mainly, that women of his time haven’t been given an opportunity to be educated, and have had their place in society shaped by a society that hasn’t given them a chance to exercise their will, and are therefore, in their current state, not yet the equals of men in some regards. It was the truth of the time, and ultimately, it always becomes a hopeful statement toward the potential of women that may exist in the future, if society would change the rules that have been imposed on them. The whole point of the book is to affect change.
He’s very clear that women absolutely can and should be fully equal to men, and argues his point with great wit. I think that some misunderstand this, or simply don’t have the patience or vocabulary to read through his admittedly difficult writing, to understand what he is ultimately saying. After all, a seemingly disparaging statement made toward the current women of 1861 might not be completely followed up and shown in actuality to be a representation of the repressive circumstances in which women have been shaped, until several pages later. His paragraphs are that long. It’s hard to follow.
Mill's writing is terribly long winded. His sentences sometimes drawing on for hundreds of words, and paragraphs that are often 3-4 pages long. He could’ve used a good editor. I imagine that an abridged version of this text might carry twice the punch than it does in its current form. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5An early entry in the feminism genre which shows that feminism wasn't suddenly invented in the 20th century, and that men weren't all drug along to the battle, but some went willingly.
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La esclavitud femenina - John Stuart Mill
Créditos
Título original: La esclavitud femenina.
Traducción: Emilia Pardo Bazán.
© 2024, Red ediciones S.L.
e-mail: info@Linkgua-ediciones.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-322-1.
ISBN rústica: 978-84-9953-976-8.
ISBN ebook: 978-84-9953-294-3.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 11
La vida 11
Prólogo de Emilia Pardo Bazán 13
Capítulo I. Mi propósito. Errores más comunes acerca de la situación del sexo masculino y la del femenino 29
Dificultad de impugnar las opiniones admitidas. Apoteosis del instinto característica del siglo XIX 29
Capítulo II. La sujeción de la mujer al hombre es un apriorismo: no se funda en ningún dato experimental contradictorio, y por consecuencia es irracional 33
El origen de la sujeción de la mujer es la esclavitud primitiva y las costumbres bárbaras del género humano en su cuna. Mejoramiento del estado social, aparente solo en lo que respecta a la mujer. La situación actual de ésta es el único vestigio que va quedando de ese estado primitivo de fuerza y esclavitud 33
Capítulo III. Reprobación que pesa sobre los que resisten a la autoridad, aunque ésta sea injusta 37
Persistencia de la esclavitud. Ineficacia de la Iglesia contra el abuso de la fuerza. Tenacidad de las costumbres que la fuerza inspiró. Mayor resistencia del despotismo viril. Cómo interesa a todos los hombres el conservarlo. Dificultades inmensas con que se lucha para combatirlo 37
Capítulo IV. El error de la esclavitud en los mayores filósofos 42
Los teóricos de la monarquía absoluta. Asombro de los salvajes al oír que en Inglaterra una mujer ejerce el poder real. Por qué los griegos no eran tan opuestos a la independencia de la mujer. Protesta silenciosa de la mujer. Cadenas morales con que se la sujeta. La mujer odalisca. La educación femenina falseada y torcida por la esclavitud 42
Capítulo V. La desigualdad por el nacimiento 48
Ya no existe hoy sino para la mujer. Anomalía de las reinas. Nada se sabe por experiencia de las aptitudes de la mujer, ni de su verdadero carácter 48
Capítulo VI. Obstáculos al progreso de las ideas 55
El hombre no conoce a la mujer, y menos que nadie la conocen los galanteadores de oficio. La mujer disimula, por culpa de su situación de esclava 55
Capítulo VII. Lento advenimiento de la justicia 59
Las literatas esclavistas. Que la mujer, libre para emprender todas las carreras, no emprenderá sino las que le dicten sus facultades naturales. Proteccionismo masculino. Lo que es hoy el matrimonio. Criada o bayadera 59
Capítulo VIII. Cómo se trataba a la mujer 63
Extensión ilimitada de la autoridad paterna. Delito de baja traición. La esposa esclava. No es dueña de sus bienes. Es más esclava que ningún esclavo lo fue nunca 63
Capítulo IX. El débito 66
Los hijos no pertenecen a la mujer en caso de separación. ¿De qué sirve la separación? Los individuos casi nunca son tan inicuos como la ley 66
Capítulo X. Comparación entre el despotismo doméstico y el político 69
Adhesión de los esclavos a sus amos. El poder absoluto, entregado hasta al más vil de los hombres. Sevicias. El desquite de la mujer. La injusticia, como todos los seres, engendra a su semejante 69
Capítulo XI. Causas que contribuyen a dulcificar lo terrible de la institución 74
El poder no sustituye a la libertad. Ni tiranas ni tiranizadas. La asociación comercial y la familia 74
Capítulo XII. División de derechos y deberes 77
¿Conviene que uno de los esposos sea depositario de la autoridad? Estado actual y estado que podría sustituirle. Bufonadas y floreos. Erróneo concepto de que la mujer ha nacido para la abnegación. Cada individuo nace para sí mismo. El cristianismo y la mujer 77
Capítulo XIII. Los enemigos de la igualdad 81
Moral antigua y moral nueva. Escuela de igualdad en el hogar doméstico. ¿Qué fue el amor de la libertad entre los antiguos? 81
Capítulo XIV. Por qué mejoran las leyes 84
Personas buenas en la práctica e indiferentes a los principios. San Pablo y la obediencia de la mujer. Sentido de las palabras del Apóstol. Los estacionarios. Ley del embudo 84
Capítulo XV. Los bienes patrimoniales de la mujer 87
Organización probable del matrimonio venidero. Aunque se abran a la mujer todos los caminos honrosos, probablemente elegirá más a menudo el de la familia 87
Capítulo XVI. Las mujeres han revelado la misma aptitud que el hombre para los cargos públicos 91
Perjuicios que se irrogan a la sociedad con esterilizar el talento de la mujer. Los límites de la acción femenina los ha de señalar su ejercicio práctico. Altas dotes de gobierno de la mujer, probadas por la experiencia 91
Capítulo XVII. Los favoritos y las favoritas 95
¿Qué aptitudes especiales tienen las madres, esposas y hermanas de los reyes, que no tienen las de los súbditos? Atrofia de las facultades de la mujer 95
Capítulo XVIII. Aptitud especial de la mujer para la vida práctica 98
La mujer es autodidacta: se educa a sí propia. Huye de las abstracciones y busca las realidades. Todo pensador gana mucho al comunicar sus ideas con una mujer de claro entendimiento 98
Capítulo XIX. La mujer no acepta convencionalismos en el orden del pensamiento 102
Los nervios en la mujer. Causas del predominio del temperamento nervioso. Falsa educación de la mujer. Remedios contra la neurosis 102
Capítulo XX. El temperamento nervioso ¿incapacita para las funciones reservadas al hombre en el Estado? 105
Los nervios son una fuerza. Influencia de los nervios en el carácter. Los celtas, los suizos, los griegos, los romanos. La concentración, buena para el pensamiento investigador, para la acción es funesta 105
Capítulo XXI. Diferencias fisiológicas 109
La cuestión batallona del peso y volumen del cerebro. No está probado que sea más chico el de la mujer, ni que la diferencia de tamaño afecte a la inteligencia. La circulación. Leyes de la formación del carácter 109
Capítulo XXII. El pueblo inglés desconoce la naturaleza 112
Comparación entre el criterio de ingleses y franceses 112
Capítulo XXIII. No hay tiempo aún de saber si la mujer es o no inferior en ciencias y artes 114
Safo, Myrtis y Corina. La supuesta falta de originalidad. Cómo se ha de entender y en qué consiste. Madama de Staël y Jorge Sand 114
Capítulo XXIV. La época de la gran originalidad ha pasado también para el hombre 117
Valor de las ideas originales de los ingenios legos. Condiciones que tendrán que darse para que la mujer posea literatura original 117
Capítulo XXV. La mujer artista 120
Causas de la superioridad de los grandes pintores de los siglos pasados. Falta de tiempo que aqueja a la mujer. Relación entre las aptitudes para el tocador y la elegancia doméstica, y las altas facultades artísticas 120
Capítulo XXVI. La mujer obligada a soportar todo el peso de los deberes sociales 124
Aspiraciones máximas de la mujer en la actualidad. No le es permitido correr tras la gloria, intento que en el hombre se ensalza y se aprueba. Condiciones morales de la mujer. Lo que más se alaba en ella es virtud negativa, fruto de la esclavitud 124
Capítulo XXVII. Qué pensarán las odaliscas de las europeas 128
Los emancipadores de la mujer han de ser varones 128
Capítulo XXVIII. ¿Qué ganaremos con el cambio? 130
La justicia basta. Ventajas reales. Destrucción de varias formas de tiranía. El hombre sultán y señor feudal de la mujer. Perturbación moral que de esto se deriva. La servidumbre corrompe aún más al señor que al siervo 130
Capítulo XXIX. Otro beneficio la libertad 135
Cálculo de sus productos por partida doble. Influencia de la mujer en la conducta del hombre. Influencia de formación de las madres 135
Capítulo XXX. Modos de ejercerse la influencia 138
Orígenes del espíritu caballeresco. Si continúa la servidumbre de la mujer, es de lamentar que el espíritu caballeresco haya desaparecido 138
Capítulo XXXI. Actual disminución de la influencia femenina 141
Hasta qué punto es benéfica. Por qué no puede la mujer apreciar ni fomentar las virtudes sociales. La mujer y la beneficencia 141
Capítulo XXXII. Como mejoraría la influencia femenina 144
Rémora de la familia. La mujer tiene, hoy por hoy, que anteponer a todo la consideración social. Las ideas generales no le son accesibles. La medianía del comme il faut 144
Capítulo XXXIII. Imposibilidad de la fusión de los espíritus en el matrimonio actual 147
Razones porque los maridos combaten la influencia de los confesores. La transigencia mutua del matrimonio. Hoy el acuerdo se consigue por nulidad y apatía de la esposa. La red que teje el cariño 147
Capítulo XXXIV. La mujer disminuye al marido 150
El ser inferior rebaja al superior, cuando viven juntos. Efectos de la compañía y trato de la mujer, dado el nivel de cultura que hoy alcanza. Ideal del matrimonio 150
Capítulo XXXV. Últimos y mayores bienes que traería consigo la libertad 153
Dulzura y belleza de la libertad en sí misma. Cómo solemos defender y estimar la propia, y cómo no atribuimos valor a la ajena. Goce íntimo de la emancipación. Efectos desastrosos que produce en un carácter altivo la privación de libertad. Cómo exalta la ambición 153
Capítulo XXXVI. Necesidad de empleo para la actividad de la mujer 156
La religión y la beneficencia, únicos cauces abiertos a la mujer. Los chocarreros. La acción política de la mujer. Errar la vocación. El gran error social 156
Libros a la carta 161
Brevísima presentación
La vida
Emilia Pardo Bazán (1851-1921). España.
Nació el 16 de septiembre en A Coruña. Hija de los condes de Pardo Bazán, título que heredó en 1890. En su adolescencia escribió algunos versos y los publicó en el Almanaque de Soto Freire.
En 1868 contrajo matrimonio con José Quiroga, vivió en Madrid y viajó por Francia, Italia, Suiza, Inglaterra y Austria; sus experiencias e impresiones quedaron reflejadas en libros como Al pie de la torre Eiffel (1889), Por Francia y por Alemania (1889) o Por la Europa católica (1905).
En 1876 Emilia editó su primer libro, Estudio crítico de Feijoo, y una colección de poemas, Jaime, con motivo del nacimiento de su primer hijo. Pascual López, su primera novela, se publicó en 1879 y en 1881 apareció Viaje de novios, la primera novela naturalista española. Entre 1831 y 1893 editó la revista Nuevo Teatro Crítico y en 1896 conoció a Émile Zola, Alphonse Daudet y los hermanos Goncourt. Además tuvo una importante actividad política como consejera de Instrucción Pública y activista feminista.
Desde 1916 hasta su muerte el 12 de mayo de 1921, fue profesora de Literaturas románicas en la Universidad de Madrid.
Prólogo de Emilia Pardo Bazán
Hallábame en Oxford el año pasado mientras celebraba sus sesiones la Asociación británica para el adelanto de la cultura, y entre los contados estudiantes que aún quedaban, topé con un inglés, hombre de buen entendimiento, de esos a quienes se les habla sin ambajes. Llevóme por la tarde al nuevo Museo, henchido de ejemplares curiosos; allí se dan series de lecciones, se prueban nuevos aparatos; las señoras asisten y se interesan por los experimentos, y el último día, llenas de entusiasmo, cantaron el God save the queen. Admiraba yo aquel celo, aquella solidez mental, aquella organización científica, aquellas subscripciones voluntarias, aquella aptitud para la asociación y el trabajo, aquel vasto mecanismo que tantos brazos impulsan, tan adecuado para acumular, contrastar y clasificar los hechos. Y, sin embargo, en medio de la abundancia noté un vacío: al leer las reseñas y actas, pareciéronme las de un congreso fabril; ¡tantos sabios reunidos solo para verificar detalles y trocar fórmulas! Creía yo escuchar a dos gerentes que discuten el curtido de la suela o el tinte del algodón: faltaban las ideas generales...
»Quejéme de esto a mi amigo el inglés, y, a la luz de la lámpara, en medio del alto silencio nocturno que envolvía a la ciudad universitaria, los dos indagábamos la razón del fenómeno.
»Un día me atreví a proferir:
—Es que carecen ustedes de filosofía, es decir, de lo que llaman metafísica los alemanes. Tienen ustedes sabios, pero no tienen ustedes pensadores. El Dios de los protestantes es una rémora: causa suprema, por respeto a Él nadie razona sobre las causas. Nunca un monarca consintió que se examinasen sus títulos a reinar. Ustedes poseen un Dios-monarca útil, moral y conveniente: le profesan ustedes cordial afecto: temen ustedes, si le tocan, debelar la moral y la Constitución. Por eso abaten ustedes el vuelo y se reducen a las cuestiones de hecho, a disecciones al por menor, a trabajos de laboratorio. Herborizan y cogen conchas. La ciencia está decapitada; pero ¿qué importa? la vida práctica sale ganando, y el dogma queda incólume.
—»Ahí verá usted —contestó pausadamente mi amigo— lo que son los franceses. Sobre un hecho forjan una teoría general. Aguárdese usted veinte años, y encontrará en Londres las ideas de París y de Berlín.
—Bueno, las de París y de Berlín; ¿pero qué tienen ustedes en pensamiento original?
—Tenemos a Stuart Mill.
—¿Y quién es Stuart Mill?
—Un político. Su opúsculo De la libertad es tan excelente, como detestable El Contrato Social de su Rousseau de ustedes.
—Son palabras mayores.
—Pues no exagero; Mill saca triunfante la independencia del individuo, mientras Rousseau implanta el despotismo del Estado.
—En todo eso no veo al filósofo; ¿qué más ha hecho el tal Stuart Mill?
—Elevar a la economía política a la altura máxima de la ciencia, y subordinar la producción al hombre, en vez de subordinar el hombre a la producción.
—El filósofo no ha salido todavía. ¿Qué más, qué más?
—Stuart Mill es un lógico profundo.
—¿De qué escuela?
—De la suya. Ya he dicho a usted que era original.
—¿Hegeliano?
—¡Quiá! Es hombre de pruebas y datos.
—¿Sigue a Port Royal?
—Menos: como que domina las ciencias modernas.
—¿Imita a Condillac?
—No señor. En Condillac solo se aprende a escribir bien.
—Entonces, ¿cuáles son sus númenes?
—En primer lugar, Locke y Comte, después Hume y Newton.
—¿Es un sistemático, un reformador especulativo?
—Le sobran para serlo cien arrobas de talento. Camina paso a paso y sentando la planta en tierra. Sobresale en precisar una idea, en desentrañar un principio, comprobarlo al través de la complejidad de los casos, refutar, argüir, distinguir. Tiene la sutileza, la paciencia, el método y la sagacidad, de un leguleyo.
—Bueno, pues está usted dándome la razón: leguleyo; es decir, pariente de Locke, de Newton, de Comte y de Hume... filosofía inglesa. ¿No ha tenido una idea de conjunto?
—Sí.
—¿Una idea propia, completa, sobre la naturaleza y el espíritu?
—Sí, y lo voy a demostrar.»
Al frente de este prólogo he querido intercalar aquí el anterior fragmento de la famosa Historia de la literatura inglesa, de Taine —fragmento que forma parte del larguísimo estudio consagrado a Stuart Mill en el tomo de Los contemporáneos—; porque tan expresivo trozo me ahorra todo panegírico del autor de La Esclavitud femenina, y contiene el más alto encomio que hacerse puede del escritor y el pensador. Ante el espectáculo majestuoso de la próspera nación inglesa, que señorea los mares y lleva a los últimos confines orientales y occidentales del mundo la energía de su raza y la expansión de su comercio; ante las riquezas del emporio londonense y la activísima vida fabril de Manchester y Liverpool; ante el poderío, la ciencia, el orgullo, el dominio, la atlética constitución de esos tres reinos que van al frente de la civilización de Europa, Taine echa de menos una cabeza... un pensamiento humano, un vuelo de águila, un rayo de luz intelectual... Y esa cabeza es la de Stuart Mill, y ese rayo de luz brota de su pluma.
Ni es Taine el único que tan eminente papel reconoce a Stuart Mill. Odysse Barot, en su Historia de la literatura contemporánea de Inglaterra, le