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Historias Y Reflexiones De Insomnio
Historias Y Reflexiones De Insomnio
Historias Y Reflexiones De Insomnio
Libro electrónico195 páginas3 horas

Historias Y Reflexiones De Insomnio

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Soy una simple mujer mexicana, vivo en Estados Unidos desde hace 33 aos. No soy escritora pero tengo la costumbre de escribir lo que se me viene a la mente, tengo muchas historias sin terminar porque su contenido es basado en la vida real y no tengo la autorizacin de los personajes. Padezco de lupus desde hace ocho aos y tengo recadas cada dos meses que duran hasta tres semanas impidindome dormir. As es que escribo de noche pues descubr que esto distrae los intensos y penetrantes dolores de mi cuerpo.
No s si las historias que he escrito son a causa de alucinaciones por sentirme tan enferma, ya que cuando me siento bien ni me acuerdo de escribir por tener cosas pendientes por hacer. El caso es que compart mis escritos con algunas amistades con experiencia literaria y me animaron a publicarlas.
Soy inquieta por naturaleza, vida de aprender de todo, soy de las dice que no me digan que no me cuenten porque yo ya lo investigu. No me gusta quedarme con el Si Hubiera y atreverme a publicar algunas de mis historias es uno de los ejemplos no quedarme con el Si Hubiera.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento19 abr 2012
ISBN9781463320614
Historias Y Reflexiones De Insomnio
Autor

Graciela Avila-Robinson

Soy una simple mujer mexicana, vivo en Estados Unidos desde hace 33 años. No soy escritora pero tengo la costumbre de escribir lo que se me viene a la mente, tengo muchas historias sin terminar porque su contenido es basado en la vida real y no tengo la autorización de los personajes. Padezco de lupus desde hace ocho años y tengo recaídas cada dos meses que duran hasta tres semanas impidiéndome dormir. Así es que escribo de noche pues descubrí que esto distrae los intensos y penetrantes dolores de mi cuerpo. No sé si las historias que he escrito son a causa de alucinaciones por sentirme tan enferma, ya que cuando me siento bien ni me acuerdo de escribir por tener cosas pendientes por hacer. El caso es que compartí mis escritos con algunas amistades con experiencia literaria y me animaron a publicarlas. Soy inquieta por naturaleza, ávida de aprender de todo, soy de las dice que no me digan que no me cuenten porque yo ya lo investigué. No me gusta quedarme con el “Si Hubiera” y atreverme a publicar algunas de mis historias es uno de los ejemplos no quedarme con el “Si Hubiera”. Graciela Avila-Robinson

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    Historias Y Reflexiones De Insomnio - Graciela Avila-Robinson

    Copyright © 2012 por Graciela Avila-Robinson.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:      2012902675

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

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    Fax: +1.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    388634

    Contents

    La venganza de doña Cata

    Las limosneras de las grandes ciudades.

    El origen de estas

    El año de la señales

    Andy

    Amor caníbal

    El espacio de los lamentos de los desencarnados

    El sueño americano puede ser posible

    Uno de tantos soñadores del sueño americano que llegó a un desenlace fatal

    Patolandia. La invasión de parvadas de patos en el paraíso patuno

    Poesías, pensamientos y reflexiones

    ¿Cómo ser indiferente ante tanta injusticia y la violencia?

    Orgullo inmigrante

    Por la noche

    Un ser en gestación

    El padre arrepentido por abandonar a sus hijos

    El perdón para un padre ausente

    La vida bohemia presente en todos los tiempos

    Cuando vivía en México leía fotonovelas que disfrutaba mucho y que me inspiraron a escribir a mi manera historias de las vecinas ya que según yo, podía visualizar su futuro. En aquel tiempo no había computadoras y lo que escribía terminaba en el bote de la basura por los errores gramaticales y que debía volver a escribir y esto me hacía perder la inspiración.

    Me vine a Estados Unidos de ilegal en 1979, y por no conocer a nadie, continué con el habito de escribir, pero escribía cartas que nunca envié, ya que las escribía a las personas a quienes según yo había ofendido sin querer. Eran por mis remordimientos que escribía y esto de alguna forma era un desahogo. Cinco años después obtuve la residencia legal y volví a mi ciudad natal Delicias Chihuahua, pude darme cuenta que nadie creía que yo le había ofendido y pude obtener el alivio moral.

    En el año 1992 compré mi primer computadora y fue entonces cuando di rienda suelta a mi imaginación escribiendo diferentes historias de como finalizaría mi vida personal, las de mis amistades y la de mi único hijo imaginando obviamente finales exitosos. Guardaba las historias en discos de aquel tiempo que con cualquier cosa se borraba su contenido, fue así como perdí nuevamente lo escrito. Luego decidí enviarme por correo electrónico las historias incompletas ya que de esa forma no se perderían.

    En 1997 empecé a tener problemas matrimoniales con mi primer esposo terminando en la separación definitiva en 1999. Esto también me hizo escribirle cartas para desahogar mi parte de culpabilidad. Claro, estas cartas nunca fueron enviadas. Me casé de nuevo en el 2001. Me sentía mal de haber roto mi primer con mi primer esposo y continué escribiéndole cartas y una historia de cómo terminaría su vida en la que incluía su fallecimiento ya que estaba enfermo. Así fue, falleció en el 2005. De nuevo los remordimientos me hicieron continuar escribiendo para decirle que nunca fue mi intención abandonarlo pero que su carácter era difícil, y así cosas por el estilo.

    Yo era muy activa en mi comunidad participando en organizaciones sin fines de lucro, luchando por los derechos de la comunidad inmigrante. En el 2003 enfermé de lupus que me atacó fuertemente. Esta enfermedad es difícil diagnosticarla no sabía que me pasaba, tuve que usar silla de ruedas por unos meses y tuve que dejar mis actividades y mi trabajo como asistente de maestra en una escuela de educación primaria. Esto me deprimió mucho y me sentía inútil. Pero descubrí que escribir distraía los intensos dolores de mi cuerpo e imaginaba historias locas que escribí dejando algunas a medias. Un día me dije a mi misma que debía finalizarlas, busqué los manuscritos y continué con mi terapia a través de la escritura. Paso noches enteras sin dormir por los dolores tan intensos que los segundos parecen horas. Es entonces cuando aflora mi imaginación y escribo lo que se me viene. Cuando termino de plasmar con letras las historias, me doy cuenta que quizás estaba alucinando. Así sobrellevo las largas horas nocturnas.

    Un día, estaba yo viajando por Kentucky y me quede en casa de Lorenza, una gran amiga. Platicamos de todo, incluyendo el hábito de escribir. Traía como siempre, mi computadora portátil para no aburrirme en los aeropuertos, ya que había que esperar varias horas en el transbordo de los vuelos. Le mostré a Lorenza solo una de mis historias, le gustó mucho y me sugirió que las publicara. Nunca compartí con nadie las historias, solo poemas o reflexiones por el temor de ser criticada pues no soy escritora. Ni a mi esposo le comentaba que escribo ya que es periodista y yo pensaba que él, más que nadie sería mi peor crítico. En fin, una noche me animé y le pedí que leyera una de las historias sin decirle que fui yo quien la escribió. Por supuesto que comentó los errores garrafales y preguntó quién la escribió, respondí que yo y que tenía varias. Me felicitó y quiso leer mas historias. Le tomó dos meses terminar de leerlas. La redacción no es buena pero se puede editar, lo que importa es el contenido que lo atrapa a uno. Esto me animó a enviarlas por correo electrónico a algunas amistades con conocimiento literario. Opinaron lo mismo que mi esposo y recomendaron que las publicara.

    Finalmente me animé y escogí algunas de ellas que ahora comparto con ustedes, los lectores y esperando que las disfruten. Mientras tanto, en las noches de dolor intenso, haré constancia de las indeseables visitas alucinantes a través de mi computadora portátil y Paquita (mi gata), mis compañeros nocturnos y testigos mudos de mi lucha contra los síntomas de esta enfermedad que me aqueja.

    Tengo días que me siento muy bien pero tengo tantas cosas pendientes por hacer que ni me acuerdo de escribir. Esto me hace pensar que lo que escribo puede ser por alucinaciones.

    La venganza de doña Cata

    Don Pedro y doña Cata eran dos viejecitos que habían estado casados por cuarenta y cinco años. Sus hijos, tres varones y dos mujeres, les habían dado ocho nietos y tres bisnietos; se habían dispersado por razones de trabajo y vivían en diferentes lugares. Don Pedro y doña Cata ya padecían los achaques de la edad, sobre todo la artritis. Así es que un día decidieron rentar la casa que sus hijos le habían comprado a doña Cata y realizar el sueño acariciado en los últimos dos años de irse a vivir a un lugar de clima cálido.

    Cuando llegaron a la ciudad escogida para vivir sus últimos años, fueron bien recibidos por los vecinos de los departamentos donde vivían, pero al pasar los meses empezaron a notar que doña Cata trataba a su esposo con dureza. Al principio solo eran comentarios acerca de su forma de comer, de caminar, de hablar, de relacionarse con las personas. Después eran comentarios en su presencia: «estúpido, no sirves para nada, no tienes cerebro», y un sinfín de palabras ofensivas. Se dieron cuenta de que era don Pedro quien lavaba y planchaba la ropa, era él quien hacía las compras, quien cocinaba, quien limpiaba la casa. Doña Cata era la mandamás. Además gustaba de salir de compras, se iba de viaje sola, iba a los casinos. En otras palabras, se daba la gran vida.

    Los vecinos entonces la catalogaron como una perversa, porque en varias ocasiones, cuando don Pedro hacía algo que la disgustaba, esta le aventaba con lo que tenía —algunas veces le producía heridas leves— y don Pedro solamente le pedía perdón.

    «¿Qué tiene doña Cata, que no valora a este gran hombre?», decían algunos vecinos. «¿Y por qué don Pedro se deja?», decían otros. El caso es que no faltó una buena alma con espíritu de justicia que reportó a doña Cata como abusadora. La policía fue a su casa con una orden de arresto y se la llevó a la cárcel. Doña Cata no se inmutó; con una gran dignidad subió al carro de policía, mientras don Pedro pedía que no se la llevaran. Decían los vecinos: «Qué hombre más bueno. A pesar de los maltratos de su mujer, aboga por ella».

    Doña Cata fue encarcelada y puesta a juicio. No aceptó al abogado defensor que la corte le había impuesto y, cuando llegó el primer día del juicio, el fiscal le preguntó si estaba consciente del abuso a su esposo y ella respondió que sí. El abogado de la fiscalía, asombrado de la frialdad de doña Cata, le preguntó:

    —Entonces, ¿usted no niega que lo maltrata?

    —Claro que no, y disfruto mucho al hacerlo.

    —¿No? ¿Está usted consciente de que es un viejo artrítico, diabético y con cirrosis en el hígado?

    —Sí, lo estoy.

    Al ver las autoridades la frialdad e indiferencia de doña Cata, decidieron suspender el juicio y hacerle una evaluación psicológica. La llevaron a su celda y le dijeron que sería transportada a una clínica para enfermos mentales para hacerle una evaluación. Doña Cata les dijo que ella no quería ir a ningún lado, que ya estaba vieja y lo mismo le daba estar libre que encerrada. También les dijo que, si tenían curiosidad de saber por qué maltrataba a su esposo, ella misma explicaría ante el público las razones de su maltrato.

    El fiscal comunicó el deseo de doña Cata al juez y este aceptó solo por saciar su curiosidad de cómo una viejecita con un rostro tan tierno podía tener esa actitud malévola hacia su esposo. Así es que dijo a los fiscales que eligieran la fecha y que hicieran lo que doña Cata pedía. Al fin y al cabo, lo que ella dijera serviría para terminar el caso y darle la condena apropiada.

    El fiscal le comunicó a doña Cata la aceptación del juez y le preguntó cómo, cuándo y dónde deseaba ella hacer su confesión. Doña Cata propuso una fecha en los siguientes dos meses, eligió una plaza pública y pidió que se promoviera su confesión para que llegara mucha gente y que estuvieran los medios de prensa. Pidió dos meses porque quería que una de sus hijas estuviera presente, la cual aceptó.

    Doña Cata envió invitaciones a sus vecinas, que la habían reportado por abusar de su esposo, e igualmente envió a las antiguas amistades de donde habían vivido anteriormente. Dictó un comunicado de prensa al fiscal para que lo enviara. La inminente confesión de doña Cata era, a diario, el titular principal de los periódicos.

    Llegó el día ansiado por muchos, algunos encorajinados y otros por curiosidad. La plaza se llenó de gente; algunas personas la insultaban y le tiraban cosas. A un lado estaba el juez; al otro lado, el fiscal; doña Cata, en medio, parada en el pódium.

    La viejecita, amablemente y con su voz dulce y tierna, saludó a la gente, les agradeció su presencia, no sin antes aclarar que estaba consciente de que algunos la repudiaban. Después de los saludos, empezó a hablar.

    —La gente se ha indignado por mi forma de tratar a mi esposo, a ese pobre hombre artrítico y diabético, con el que he estado cuarenta y cinco años de mi vida y con quien procreé cinco hijos. Sí, la gente puede decir que es un esposo perfecto, pero lo que no saben es que dos años después de que nos casamos se vino de bracero a los Estados Unidos y me dejó con su familia y con mi hijo mayor. Iba a vernos cada año y me dejaba embarazada, pero sus padres murieron y a los cinco años tuvo que traerme con él. Vivía en una casa con otros braceros que se la pasaban tomando, y él, junto con ellos. Allí tuve que quedarme por un tiempo en el que él me obligó a hacer de sirvienta para ocho hombres a quienes tenía que cocinarles, hacerles lonche, lavarles, plancharles y, lo peor, como no tenían mujer, mi «querido esposo» les hacía realidad sus fantasías sexuales. ¿Cómo? Pues, cuando hacíamos el amor, lo hacíamos delante de esos hombres, quienes, al vernos, se masturbaban colectivamente. Un día uno de ellos no se conformó con solo vernos, se desnudó y se acercó a nosotros para tener sexo conmigo. Claro, hasta este punto mi esposo no llegó. Una semana después buscó una casa y nos mudamos a ella, pero seguía llevándome la ropa de esos hombres para lavarla y plancharla, y también seguía cocinando para ellos. No sabía que mi esposo les cobraba por lo que yo hacía, incluso para que nos vieran haciendo el amor, pues a pesar de que ya vivíamos aparte, algunas veces llegaban los hombres y mi esposo me hacía entrar en la recámara para tener sexo mientras ellos nos veían. Aquí están mis hijos de testigos, pues los primeros tres estaban entre los seis y diez años.

    Dirigiéndose a sus hijos presentes en el público, les dijo:

    —Hijos, les pido perdón por no haberles dicho esto antes, pero cómo es que una madre puede contarles a sus hijos estas barbaridades. Ustedes se extrañaban de que entráramos todos juntos en la recámara y les dijéramos que jugábamos dominó. Ustedes, con sentido común, preguntaban por qué no jugábamos en la sala, ¿se acuerdan? —Los ojos de doña Cata se llenaron de lágrimas y ahogó un sollozo. Se limpió los ojos, hizo un «ejem...» y siguió—: Afortunadamente, esos braceros se fueron yendo uno a uno a otros ranchos. Sería por mis ruegos a Dios para que los retirara o sabrá Dios por qué. Pedro era un golpeador y, por temor a los golpes, que después dirigía a mis hijos, yo tenía que servirlo en cuanto a él se le antojara algo. Mis dos últimas hijas eran pequeñas y lloraban cuando Pedro se violentaba y ni esas pequeñitas se salvaban de que él les aventara con lo que encontraba, ya sea vasos, zapatos, cualquier cosa que estuviera enfrente. El dinero que ganaba lo gastaba en las borracheras con sus amigos, que duraban hasta una semana. Nos dejaba sin dinero ni nada para comer. Entonces, empecé a ir a las casas de los rancheros para que me ocuparan limpiándolas y conseguí algunas, pero con cinco hijos no me alcanzaba lo que ganaba. Luego empecé a pedir ayuda en las iglesias y era así como mis hijos tenían ropa para vestir, para ir a la escuela. Yo prefería las ausencias de mi esposo porque cuando él estaba en casa no me dejaba ir a limpiar. Cuando se iba, no pensaba en que nosotros teníamos que comer. Un día compró un carro y decidió que debíamos mudarnos a la ciudad pues ya tenía forma de movilizarse para trabajar en otra cosa que no fuera el campo.

    »Yo tenía la esperanza de que al vivir en la ciudad cambiaría, pero no fue así. Al contrario, en la ciudad había salones de baile y él se desaparecía todos los fines de semana y cuando regresaba no traía ni un centavo.

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