Títeres De La Guerra: Sabes Dónde Naces, No Dónde Mueres.
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Por otro lado, Giovanni, un telegrafista de la marina italiana, escribe sus memorias, primero en el puerto de Massaua y luego a bordo de la nave de guerra Ramb II, la cual ser enviada a una misin secreta en el Pacfico asitico. sta es una historia (verdadera) vista desde el lado de los que perdieron. Nios, mujeres y hombres que, como tteres, sern manipulados por los lderes de la Segunda Guerra Mundial. Pero los personajes de esta novela deciden su destino: utilizar todo su ingenio y fortaleza para mantenerse unidos y sobrevivir.
Rebecca Minichini Ingelmo
Rebecca Minichini Ingelmo Nació en la Ciudad de México en 1961. Estudió restauración de obras de arte en la Escuela de Restauración, Conservación y Museología, Manuel del Castillo Negrete. En la Universidad Iberoamericana cursó los diplomados en: desarrollo humano; historia de la Ciudad de México; historia, literatura y arte virreinal. Desde hace seis años asiste al taller de creación literaria, dirigido por la escritora Beatriz Graf, primera novela: “Títeres de la Guerra”. En el 2010 obtuvo el primer lugar en el concurso de cuento de dicho taller.
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Títeres De La Guerra - Rebecca Minichini Ingelmo
Copyright © 2011 por Rebecca Minichini Ingelmo.
Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.: 2011960523
ISBN: Tapa Dura 978-1-4633-1330-2
Tapa Blanda 978-1-4633-1329-6
Libro Electrónico 978-1-4633-1328-9
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367968
Contents
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
XXVII
XXVIII
XXIX
XXX
XXXI
La vida es preciosa Rebecca, vale la pena vivirla
.
Así lo aprendí de mi padre.
Fran y Xime, esta es nuestra valiosa herencia,
transmítansela a mis nietos.
A mi miss Beatriz, por enseñarme a escribir.
A María Eugenia, Paulina, Marisabel, Lourdes, Rocío, Carmina y Joaquín, por su apoyo y consejos.
A Fran y Xime, mis hijos.
A Toño, compañero incondicional.
A Ale, mi hermana.
A Evita, por su ayuda y creatividad.
I
La imagen reflejada en el espejo le gustó:
-Bene Giovanni, molto bene- se dijo levantando la barbilla y estirando el ceño en ese ademán tan suyo, vanidoso, complacido. No sólo le gustó verse dentro del uniforme blanco, blanquísimo de la Marina, estaba orgulloso de portarlo nuevamente. Peinó su cabello castaño claro y rizado. Tenía la frente cada día más amplia, eso le daba un toque elegante y distinguido. Los hombros anchos y cuadrados del saco con botones dorados le hacían verse fuerte, con porte. Pantalones perfectamente planchados. Zapatos boleados con esmero. En el brazo, a la altura de la cintura, sostuvo el redondo y blanco sarakof con cinta negra arriba de la visera y al centro, el escudo de la Regia Marina Italiana. Giró el cuerpo unos centímetros para observarse desde otro ángulo. Miró sus manos, las que hacía algunos años habían sostenido el arma en defensa de fascismo en España.
Estaba listo, seguro y feliz de alistarse nuevamente. La marina lo necesitaba.
Dio una última mirada a su alrededor, allí sobre la mesita de ébano de patas torneadas estaba la carta, sólo faltaba su firma.
Se acercó a la ventana, una brisa ligera movía las delgadas cortinas.
-Bendita brisa, ¿quieres despedirte de mí verdad? Yo también. Adiós pues, parto para Massaua -afuera, entre las desérticas colinas se ponía el sol, espectáculo color fuego, color sangre, color justicia-, el deber y la Patria me llaman, mi corazón se hincha de orgullo por la decisión tomada.
Firmó, dobló el papel y lo guardó en el sobre ¡Que fácil era! Un solo movimiento de dedos y una mancha de tinta en un papel lo llevaban a la guerra, a luchar en vida o con la muerte.
Cargó la maleta de cuero con sus pertenencias, no pesaba, no era mucho lo que necesitaba llevar: un par de pantalones, ropa interior, dos camisas, pañuelos, rastrillo, libreta y lo más importante, dos fotografías bien envueltas en un paño.
Salió a la calle. Niños de color cobrizo de finas facciones, desnudos y descalzos, pero eso sí, con collares alrededor del cuello, jugaban corriendo junto a un aro metálico guiándolo y acelerándolo con un palo. Hombres y mujeres sentados frente a sus casas, recibían el fresco de la tarde cuando lo miraron pasar, él con un ademán se despidió de ellos, de todos, de todo.
No había tiempo que perder, el camión lo esperaba para transportarlo a la estación de ferrocarril La Littorina
que lo llevaría al Fuerte Vittorio Emmanuele III, batería anti-aérea armada de la Marina Italiana en el puerto de Massaua.
La Littorina había sido construido unos años antes por los italianos. El agreste terreno, los acantilados, los obstáculos montañosos y el calor abrasante del desierto de Eritrea causaron tantas dificultades al ingeniero constructor de la obra, que al finalizarla, se suicidó.
El largo camino en el tren hasta Massaua, le hizo recordar el motivo de su arribo a África hacia ya cinco años: la guerra Italo-Etíope.
Su pequeña ciudad en Italia le quedaba pequeña. Para entonces era el año 1935 y el mundo moderno estaba allá afuera, lo esperaba lleno de aventuras y de peligros. Acostumbrado y enamorado del mar Adriático, decidió alistarse en la marina y después de algunos meses de capacitación como radiotelegrafista, se embarcó para ayudar a Italia a aumentar el engrandecimiento del Imperio.
Addis-Abeba, capital de Etiopía, y las radio estaciones de Assab y Gaggiret fueron algunos de sus destinos, hasta que finalmente después de siete meses de lucha, Italia venció a las tropas del Emperador de Emperadores, Haile Selassie, quien huyó a Somalia británica y de allí al exilio en Inglaterra.
Llegó la paz y la estabilidad y Giovanni decidió tomar residencia en el vecino país de Eritrea, colonia italiana desde mediados del siglo XIX.
Hitler invade Polonia en 1939 y era evidente que pronto habría una alianza entre Italia y Alemania. Había llegado el momento de movilizar y enlistar a las tropas, tanto en el continente europeo como en las colonias africanas. La milicia y la marina esperaban con ansia y entusiasmo el momento de la declaración de guerra a Inglaterra y Francia.
Giovanni tenía una fiel devoción por su patria, el fascismo era su religión y el Duce Mussolini, su Dios. En su patriotismo radicaba su fuerza, pero en las mujeres su debilidad. No le importaba la raza o la edad. Como buen italiano era un conquistador. Su simpatía las seducía y su poesía las cautivaba.
Sí, era un poeta y muy buen narrador. Sabía que algún día sus descendientes estarían orgullosos de él al leer sus hazañas alabando su valentía. Pero para esto, su vida debía estar escrita no en su memoria, sino en papel. Se dio a la difícil y perseverante labor de relatar los acontecimientos día a día en un diario; como en la oficina radiotelegrafista había una máquina de escribir, era accesible hacerlo en los ratos de ocio. Con el tiempo sus apuntes se convirtieron en parte de su vida, los guardaba con celo y recelo, como un tesoro junto a sus fotografías.
Regimiento del Fuerte Vittorio Emmanuelle III, enero 1940
Me encuentro en el Fuerte Vittorio Emanuele, batería anti-aérea armada de la Marina Real para la defensa de la ciudad de Massaua. Hemos vivido estos últimos meses precedentes a la declaración de guerra en una espera siempre vibrante.
En estos meses los artilleros de la batería, todos re-enlistados, desde el Comandante hasta el modesto marinero, se han dedicado incesantemente a una preparación meticulosa, febril. Son ahora ya los jefes absolutos de las artillerías y esperan la hora de poderla usar con reservado entusiasmo.
Los cañones y las ametralladoras alzan al cielo sus cañas luminosas y parecen buscar un enemigo que no tardará en llegar.
Nosotros, los radiotelegrafistas, en estos meses de intensa preparación, hemos resuelto de forma más que prometedora nuestra tarea.
Todas las costas del Imperio bañadas por el Mar Rojo y las más importantes islas de este mar, están unidas por una invisible red radiotelegráfica la cual asegura la comunicación con los demás comandos que serán inmediatamente avisados de cualquier nave o avión enemigo al intentar incursionar sobre nuestras bien preparadas bases.
En el puerto de Massaua, donde se encontraba el Comando Marina, se preparaban para las santas fiestas del Ramadán, que se celebran en el noveno mes del calendario islámico. Mes especial en el que los musulmanes se dedican a la reflexión profunda, devoción por Dios y autocontrol observando un estricto ayuno. Para muchos es un método de purificación interna. El Ramadán también es un tiempo de trabajo duro, la lectura del Corán es obligatoria así como dar caridad a los necesitados purificando el propio comportamiento haciendo el bien. Para los musulmanes este momento es la oportunidad de ganar al dar, de prosperar sin poseer y haciendo crecer la fuerza espiritual sometiendo la debilidad.
Hombres y mujeres caminaban por las calles arenosas y desérticas de esta ciudad portuaria, elegantemente envueltos con brillantes túnicas multicolores y turbantes enrollados en sus esbeltas cabezas. Algunos portaban suntuosas sombrillas de tela oscura con colgantes galones dorados y otros cargaban altos estandartes y banderas.
Durante esa semana, la poca actividad de la ciudad y la falta de asistencia de nativos eritreos, dio un lapso de tiempo para que las tropas descansaran y se entretuvieran jugando partidos de calcio, pescaran en el muelle un buen ejemplar para la cena, bajaran dátiles de las palmeras, jugar a la baraja o sentarse a escribir:
Crónica de una carrera de remos.
El comando ha organizado una magnífica manifestación deportiva. Participa casi la mitad del personal de la nave, la otra mitad, serán los apasionados espectadores.
A las 16:00 horas exactas, veinte remeros y diez timoneles, se presentan con perfecto atuendo deportivo (traje de baño), el Teniente Mazzella Pasquale, pasa revista y el señor Sandroni funge de cronometrista.
Luego de algunos minutos los tres primeros, dos remeros y un timonel, toman su puesto en una lancha y después del visto bueno del comandante, arrancan.
La embarcación debe completar tres vueltas alrededor de la nave. El recorrido es de aproximadamente novecientos metros.
Los espectadores acompañamos la señal de arranque con aplausos y hurras.
La primera lancha hizo el recorrido en 8’ 42. La segunda en 8’50
. Las siguientes ocho tratarían afanosamente de mejorar el tiempo de la primera embarcación, pero ésta conservó el primer lugar y recibió de manos del Teniente el premio de 60 liras, tres botellas de vino, tres piezas de jabón, además de cigarros y un prolongado y vivo aplauso por parte de todo el público presente, todos nosotros aficionados.
El timonel de la última embarcación es el mesero de los sub oficiales. Tiene…cuarenta años, cabello entrecano y panza incipiente. Hacer de timonel no es lo suyo y lo demuestra apenas reciben la señal de arranque. Los de su lancha no han bebido mucho…vino, pero comienzan de todas maneras a navegar en zig-zag. Durante el trayecto de la primera vuelta, hecho a paso de charleston, los espectadores pronosticamos que sería el héroe del día, una de las manifestaciones de simpatía más vibrantes, con chiflidos y otras cosas…por no decir pedos. La segunda vuelta que da la lancha, tan llena de bromas y agudezas dichas al timonel, fueron tales, que otro en su lugar se hubiera retirado más o menos…discretamente. Pero nuestro héroe quiso continuar y terminar la carrera con el mismo entusiasmo con el que comenzó.
No viene al caso decir que esta embarcación fue también la última en tiempo. De cualquier forma por la indomable voluntad demostrada por los remeros, y más aún y por el sano humor del timonel, el comandante se complació en premiar, además de a las cinco primeras embarcaciones, a esta última.
II
Emilio admiraba cuanto había a su alrededor. Todo era nuevo, fantástico, misterioso, era partícipe de uno de los cuentos que le contaba su nonna Irene, allí desde el barandal del barco, había visto pasar a Ali Babá y a los cuarenta ladrones y hacía unos instantes a Simbad el Marino.
En Port Said se encontraron con su padre, que los esperaba al pie de la escalinata del barco Cesare Manzini
, pero Emilio estaba más interesado en lo que pasaba a su alrededor. Altísimos y delgados hombres y mujeres de piel color café con leche disfrazados con vestidos largos y de colores, sobretodo negros y con turbantes y hablando en lenguas raras, desconocidas, ininteligibles, pasaban caminando con paso lento y rítmico por las calles del puerto. Mucha gente de tez brillosa, gritando, cargando cajas de madera, baúles, muebles y bultos, niños desnudos y panzones, y perros flacos ladrando, gaviotas blancas con pecho gris descansando en cuerdas y volando espantadas por algún ruido lejano.
Hacía mucho, muchísimo calor y Anna su madre, esperando que arrancara la locomotora que los llevaría a su destino final, les aventaba aire con un abanico grande de paja. Emilio de cuatro años y Saba de tres se quedaron quietos disfrutando de esa caricia.
Frente a ellos se sentó una muchacha de amplio escote y al agacharse a hacerle una caricia a Saba, este le dijo: Signorina, se ti vede lu culuccio é la penzitelle
[1] Anna lo reprendió, pero no pudo evitar la risa en complicidad con su hijo mayor.
La Littorina comenzó su largo trayecto hasta Asmara, capital Eritrea en la África Oriental Italiana, ese sería su nuevo hogar.
Saba se quedó dormido en las piernas del padre, arrullado por el vaivén, pero Emilio con su carácter curioso y activo no se quedaba quieto.
-Emilio, ven siéntate aquí junto a mí, ne ai pepe nel culo[2]- le decía siempre su madre.
-Cuéntame otra vez mama, de cuando nací.
-El día que naciste, hubo un gran temblor en Lanciano, fue tan fuerte que los campanarios de las iglesias de San Francisco y de la Catedral de La Madonna, se tocaron.
-¿Da vero máma, se tocaron?
-Sí Emí, figúrate lo importante que eres, pero además, dijo la sabia comadrona al momento de sostenerte en sus fuertes manos, que ¡nunca! había traído al mundo a un niño tan grande. ¿Sabes cuánto pesaste?
-¿Cuánto, máma?
-¡Más de ocho kilos! Ninguna mujer en todo Lanciano, tuvo a un niño como tú. Mio carissimo figlio.[3]
Asmara era una ciudad italiana desde finales del siglo XIX, con amplias avenidas, negocios, iglesias y tranvías.
El gobierno italiano había construido una colonia a unos kilómetros fuera de ésta para los trabajadores del régimen. Villa Paraíso
, era un grupo de casas en tres calles, habitadas exclusivamente por familias italianas y como el padre de Emilio trabajaba en el departamento de contaduría de las colonias, tenían asignada una de ellas.
La casa era cómoda, amplia y fresca, rodeada de un jardín y con una barda baja. En una de las paredes de la sala, Anna tenía colgado como adorno, un escudo de paja cruzado por dos lanzas, juguete con el que se entretenían los niños luchando como guerreros etíopes.
En África se gozaba de muchas comodidades, como tener una criada y jardinero. La muchachita que cuidaba a los niños tenía doce años, de nombre Abebá y Saba siempre ocurrente, todos