Decrecer sin huir de la ciudad
Por Marzia Bosoni
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Nuestra familia está compuesta por dos adultos, un adolescente, dos niños y una perra. Desde hace un par de años vivimos en una pequeña ciudad, Ravena, a donde llegamos a vivir precisamente para realizar nuestro decrecimiento en familia. Y, sin huir de la ciudad y sin tener grandes recursos económicos, lo estamos logrando con alegría y consciencia.
Esta quiere ser nuestra historia para demostrar que en verdad ¡si la hicimos nosotros la puede hacer quien sea!
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Decrecer sin huir de la ciudad - Marzia Bosoni
Introducción a la colección Sin Título
La colección inaugurada con el libro Decrecer sin huir de la ciudad – Dos años de descrecimiento en familia
en realidad tiene más de un título: debería llamarse Otros Horizontes
, pero también Punto de no regreso
y Experiencias
, sin embargo al final la elección fue en algo ambiguo Senza Titolo
(Sin Título).
Otros Horizontes
se llamaba al layout de la portada, pero era también una invitación a mirar horizontes diferentes, a buscar nuevos ángulos y nuevos puntos de vista, no tanto en los otros sino en nosotros mismos: una invitación, es decir, a moverse mentalmente de las propias posiciones para buscar vivir nuevas experiencias y abrirse a nuevos horizontes.
El horizonte sin embargo es un punto difícil de alcanzar y si se logra – metafóricamente hablando – puede ser imposible regresar a los propios pasos porque nuevos horizontes que están más allá se abren a la vista: Punto de no regreso
hacía referencia a ese momento, en la vida, en el cual seguir adelante parece la única posibilidad, aunque llena de dificultades, porque el pasado ya está desvanecido en la lejanía.
Experiencias
, era una clara referencia a la fuente de los títulos que serán publicados en esta colección, todos son fruto y espejo de nuestra personal experiencia de vida: hablaremos de crecimiento, de escuela, de malas hierbas, de trueque, etc. no desde el punto de vista abstracto – y un poco ascético – del experto que diserta de lo que ha estudiado ampliamente (textos en los que, en muchos casos, también nosotros hemos estudiado), sino de quien ha vivido intensamente una experiencia muy contextualizada y la narra con la esperanza – y la presunción – que pueda servir a reflexionar a otros.
Con esta esperanza hemos propuesto el primer libro a algunos editores cuyas publicaciones incluían ya algún título dedicado al tema del decrecimiento. Sin embargo a este punto nos topamos con un muro invisible que no habíamos previsto: no tenemos los títulos para hablar de ciertos argumentos. No somos sociólogos, economistas, ni siquiera titulares de compañías bio, de blog de éxito, de cabañas pérdidas maravillosamente reestructuradas y destinadas a iniciativas de slow food, y no tenemos sólidos conocimientos (es decir recomendaciones) por nuestras anteriores ocupaciones. Lo peor de todo, no somos vendibles, como modelo propuesto: lo nuestro es una elección de decrecimiento muy práctico, concreto, detallado que no subvenciona ningún tipo de mercado (ni el que está fuertemente relacionado con el downshifting como el bio, el vegano, el slow, etc.) y no ostenta soluciones extraordinarias que puedan abrir nuevos caminos a los vendedores de humo (que se pegan como sanguijuelas a toda nueva moda, como está pasando con el decrecimiento). En resumen, nuestra experiencia, precisamente porque es concretamente accesible a todos, no es viable desde el punto de vista comercial y nosotros no tenemos ningún tipo de título para sostener que nuestra idea sea válida (parece que haberla vivido no constituya título suficiente).
Este es el porqué Sin Título
es el nombre de nuestra colección que gratuitamente ofrecerá nuestras experiencias en red: si nuestra vida no es vendible (y hay que alegrarse de eso), puede al menos ser ofrecida como punto de reflexión. Con o sin títulos apropiados.
Prefacio
¿Por qué este libro?
En el panorama de las editoriales ya existen libros sobre el decrecimiento y el downshifting, libros que van desde la experiencias personales de hombres y mujeres que han abandonado las frenéticas ciudades para sumergirse en la naturaleza y en sí mismos, a los análisis sociológicos del fenómeno, de los manuales de consejos prácticos de recuperan y valorizan tantos remedios de la abuela
, a los estudios sobre los impactos eco-eco (ecológicos y económicos) del crecimiento.
Sin embargo, más allá de los tratados y manuales, hemos notado una cierta tendencia en quienes cuentan su feliz experiencia de downshifting: se trata casi siempre de solteros profesionistas que después de diez años de trabajo loco y desesperadísimo
deciden abandonar el frenesí, la competición, el ansia y la agitación que hasta entonces los han acompañado. Dejan las ciudades donde han vivido sus brillantes carreras y se retiran al campo, reparando cabañas, limpiando huertas y dedicándose a sus pasiones. Lo nuevos Thoreau, aseguran que todos pueden hacer la misma elección, pero a menudo olvidan dos particularidades no muy insignificantes: ante todo no precisan cuáles sean sus reales recursos económicos al momento del downshifting, cuáles sean sus ahorros y sus propiedades; en segundo lugar, la experiencia de un soltero o incluso de una pareja está lejana años luz de la de una familia con hijos y escapar de la ciudad
a menudo es muy incómodo cuando debes regresar todas las mañanas –en coche– para llevar a los niños a la escuela.
La única alternativa para familias con hijos parece ser la adhesión a una comunidad libertaria, una elección muy radical que quizás no todos están dispuestos a hacer.
El resultado que notamos hablando con amigos y conocidos es que las familias con hijos se sienten excluidas de la posibilidad de cambiar de vida y ven en las experiencias de quien lo hecho sólo unas bonitas historias de gente que no tenía sus problemas.
Nuestra familia está compuesta por dos adultos, un adolescente, dos niños y una perra. Desde hace un par de años vivimos en una pequeña ciudad, Ravena, a donde llegamos a vivir precisamente para realizar nuestro decrecimiento en familia. Y, sin huir de la ciudad y sin tener grandes recursos económicos, lo estamos logrando con alegría y consciencia.
Esta quiere ser nuestra historia para demostrar que en verdad ¡si la hicimos nosotros la puede hacer quien sea!
He aquí el porqué de este libro.
Introducción
Un tiempo reutilizar los objetos, repararlos y reciclar era considerado simplemente sentido común; algunos decenios de consumismo desenfrenado e irresponsable han hecho ensalzar al sentido común en innovadora filosofía de vida que necesita nociones de economía y detallados consejos para poder ser explicada y puesta en práctica.
Cuando éramos niños, bebíamos agua de la llave, llevábamos el envase de leche retornable al tendero, paseábamos con parches de terciopelo en los codos y en las rodillas y usábamos una sola mochila para todos los años de la primaria, pasándola eventualmente a los hermanos o hermanas menores.
Eran los años Setenta: estamos hablado del siglo pasado, es cierto, pero de cualquier manera pasaron poco más de treinta años.
¿Qué pasó? ¿El boom económico, la televisión, Internet, el progreso tecnológico? Seguramente economistas y sociólogos han desarrollado interesantísimas y fundadas teorías sobre las causas externas que llevaron al cambio radical de los comportamientos y entonces con gusto dejamos a ellos dichos análisis. Probemos a detenernos en cambio en los cambios producidos.
No sirve una investigación de mercado para notar la desaparición del concepto retornable, el nacimiento de una veintena de marcas de agua minerales en botella que llenan las estanterías de los supermercados y los carritos de los clientes, la introducción y la difusión del concepto desechable, las carreras para adquirir el último modelo disponible de objetos aún perfectamente reutilizables – desde el celular hasta la mochila escolar.
Cuando ambos padres de familia trabajan hay poco tiempo para remendar la ropa o para pensar en cómo reciclar objetos ya inutilizables, sobre todo cuando la ropa y los objetos pueden ser comprados a precios accesibles. Para hacer esto, sin embargo, es necesario tener un trabajo, mejor si es estable, que garantice entradas regulares para afrontar los gastos, y el trabajo estable no siempre se encuentra cerca de casa; se hace indispensable el proceso de uno o más coches que comporta nuevos gastos por afrontar. Cuando las salidas crecen, se hace necesario procurar entradas mayores y siempre constantes que se traducen en mayor tiempo de trabajo a lo que se le agrega también los tiempos de moverse casa-trabajo. Muchas veces este círculo vicioso empeora con la presencia de hijos porque el tiempo menor que los padres transcurren con ellos es compensado por un número siempre mayor de objetos a ellos destinados y también por mayores y costosas actividades extra-escolásticas en las que los hijos son ocupados. También en este caso las justificaciones sociales y psicológicas que nos damos se malgastan: las actividades deportivas sirven al desarrollo físico del niño tanto cuanto las actividades artístico-creativas sirven a lo emotivo y social; frecuentando asociaciones de varios tipos, los niños tienen la posibilidad de crecer junto a sus coetáneos, en ambientes protegidos y con objetivos educativos; las pasiones en pasto
de los niños son estimulantes y sostenidas, de modo que ellos se sientan animados a seguir sus sueños.
Todas las espléndidas motivaciones que, siempre a finales de los años Setenta del siglo pasado, nosotros concretizábamos en los campos de colonias y en los patios de las casas. Más allá de esta consideración, de cualquier modo, las actividades de los hijos y los objetos a ellos destinados – bajo la forma de regalos o compras en general – pesan notablemente en el balance de la familia precisamente agravando el círculo vicioso de más salidas → más entradas → más trabajo → menos tiempo libre → más compras
y así sucesivamente.
La vida de una familia está marcada por planes de trabajo de tipo militar donde todo tiene su horario preestablecido, ya sea que se trate de trabajo, de escuela-futbol, o de la comida con los abuelos. Por eso el resfriado de un hijo a veces amenaza con ser un peligro saboteador que busca brincar el plan tan fatigosamente organizado; también la enfermedad es vista como tiempo perdido
y el tiempo perdido puede significar menores entradas si un padre de familia elige renunciar a una jornada de trabajo, o mayores salidas si se recurre a una niñera.
Este estilo de
