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Libro electrónico178 páginas2 horas

A través de tu mirada

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Información de este libro electrónico

Logan O'Brien era el propietario de su propia empresa y con ella había conseguido un gran éxito en los negocios, pero su vida social era otro asunto… Hasta que conoció a la hija de uno de sus multimillonarios clientes. Jenna Fordyce parecía una de esas jóvenes malcriadas que él siempre había tratado de evitar. Sin embargo, había algo en ella que lo atraía de un modo irremediable.
Para Jenna, Logan era sinónimo de problemas, pues él hacía que se sintiera como una verdadera mujer; resultaba emocionante y peligroso sentirse tan viva. Aunque, con sus crecientes problemas de vista, Jenna tenía que tener un gran cuidado con los hombres.
¿Logan la amaba de verdad o sólo sentía lástima por ella?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jul 2018
ISBN9788491885900
A través de tu mirada
Autor

Kristi Gold

Since her first venture into novel writing in the mid-nineties, Kristi Gold has greatly enjoyed weaving stories of love and commitment. She's an avid fan of baseball, beaches and bridal reality shows. During her career, Kristi has been a National Readers Choice winner, Romantic Times award winner, and a three-time Romance Writers of America RITA finalist. She resides in Central Texas and can be reached through her website at http://kristigold.com.

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    Vista previa del libro

    A través de tu mirada - Kristi Gold

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2007 Kristi Goldberg

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    A través de tu mirada, n.º 1710- julio 2018

    Título original: Through Jenna’s Eyes

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-9188-590-0

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Epílogo

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    Logan había aprendido hacía tiempo que el teléfono siempre sonaba en los momentos más inoportunos. En mitad de una ducha, que ya se había dado. En pleno revolcón entre las sábanas, que desafortunadamente aquella noche no era el caso. Y, en ese momento, en pleno partido de béisbol, para él la peor interrupción de todas.

    Tras detener el partido con el mando a distancia, descolgó el teléfono y dijo, en un tono de voz ligeramente irritado:

    —¿Sí?

    —Siento molestarlo, jefe, pero tenemos un problema.

    El bueno de Bob, la mano derecha de Logan. Siempre que surgía algún problema, el policía retirado hablaba como si trabajara en una misión especial del servicio secreto, no como conductor de limusinas para la alta sociedad de Houston.

    —El partido está en pleno apogeo y apenas llevo una hora en casa. A menos que llames para decirme que todos los coches y limusinas de la empresa se han estropeado, lo dejaré en tus manos.

    —Tenemos una mujer con unas cuantas copas de más que necesita un coche.

    No era la primera vez que sus empleados se encontraban con una situación de ese tipo.

    —¿Y para eso me llamas?

    —Es Jenna Fordyce.

    Genial. La hija de su principal cliente, Avery Fordyce. La empresa de Logan se ocupaba de cubrir todos las necesidades de transporte privado y profesional del multimillonario, por no mencionar todos los demás clientes a los que Fordyce le había recomendado.

    —¿Está ahí Calvin?

    —Hoy es su noche libre. Yo lo haría, pero estoy esperando para llevar a una pareja de recién casados al aeropuerto. Y he pensado que como el viejo Fordyce confía en usted, y es su…

    —Lo sé, Bob. Su hija.

    Adiós a una noche tranquila en casa delante del televisor sin más ocupación que ver el partido de béisbol.

    —Yo me ocuparé. ¿Dónde está?

    —En un club llamado La Danza. Está en…

    —Lo conozco.

    Había estado allí varias veces en el último año. Al menos el club no quedaba lejos de su lujoso apartamento del centro de Houston. Sin embargo, la mansión de los Fordyce, donde Jenna probablemente debía continuar residiendo, estaba a más de media hora de distancia.

    —El portero ha llamado hace unos cinco minutos —añadió Bob—. Me ha dicho que esperará con ella hasta que llegue alguien. Me da la sensación de que está en un estado poco recomendable.

    A Logan no lo sorprendió en absoluto. Una joven mimada y malcriada de la alta sociedad texana, con todos los lujos y caprichos a su alcance.

    —Está bien, voy hacia allí.

    Tras colgar el teléfono, Logan corrió escaleras arriba para ponerse una desteñida camiseta azul, unos vaqueros y un par de botas de montaña, un atuendo que jamás permitiría vestir a sus empleados en horas de trabajo.

    Pero si la heredera estaba tan borracha como sugerían las palabras de Bob, seguramente no se daría cuenta de su ropa. De todos modos, aunque reparara en ello, en ese momento a él sólo le preocupaba deshacerse de ella cuanto antes para volver a casa a terminar de ver el partido.

    Cuando llegó al aparcamiento del edificio de apartamentos, Logan prefirió usar el todoterreno al descapotable, en caso de que a la joven heredera le diera por echar la papilla. Cielos, mejor que no. Eso acabaría de estropearle la noche por completo.

    Mientras recorría las calles del centro entre el fuerte tráfico del sábado por la noche, Logan se dio cuenta de que no sería capaz de reconocer a Jenna Fordyce, teniendo en cuenta que nunca se la habían presentado. Aunque había visto su foto enmarcada en la mesa del despacho de Avery, una hermosa joven morena de ojos castaños. La princesita de papá, al igual que su ex prometida, que fingió estar embarazada para atraparlo definitivamente entre sus redes.

    Sí, Logan ya había tenido suficientes debutantes de la alta sociedad; jóvenes incapaces de ver más allá de su cuenta bancaria, la única garantía que les interesaba para mantener el ritmo de vida al que estaban acostumbradas. Y él dudaba de que Jenna Fordyce fuera diferente al resto, y menos sabiendo que era la hija única de un magnate de los negocios viudo desde hacía muchos años.

    Minutos más tarde, Logan aparcaba detrás de una limusina en el único espacio disponible bajo el porche del hotel de cinco estrellas donde estaba el famoso club nocturno. Bajó del vehículo y enseguida vio al hombre de hombros cuadrados y la cabeza rapada de pie a pocos metros de allí, sujetando a una mujer por la cintura.

    Cuanto más se acercaba a ellos, más seguro estaba de haber encontrado a Jenna Fordyce, unos años mayor que la joven de la foto enmarcada en el despacho de papá Fordyce, pero igual de espectacular.

    La mujer llevaba una blusa sin mangas azul, una falda blanca por encima de la rodilla y zapatos de tacón bajo. La forma de vestir era bastante conservadora, y su elegancia se veía acentuada por la melena castaña que le caía sobre los hombros. Un par de gafas de sol le cubrían los ojos y la mujer se apretaba un trapo blanco contra la ceja derecha. Por un momento, Logan pensó que se había peleado con alguien. Sin duda, un buen titular de portada para las revistas del corazón.

    Logan se acercó a la extraña pareja, miró al hombre con un leve movimiento de cabeza, y después se dirigió a la mujer.

    —¿Señorita Fordyce? —dijo.

    La mujer ladeó la cabeza hacia él.

    —¿Sí?

    —Soy Logan O’Brien. Mi empresa se ocupa de los transportes de su padre.

    Cuando él le ofreció la mano, ella ignoró el gesto y se metió una mano en el bolsillo de la falda. Sacó unos billetes y los puso en la mano del portero.

    —Esto cubrirá lo de la barra, con un poco extra por tus molestias, Johnny —dijo apenas girando la cabeza y sin quitarse las gafas—. Y si no te importa, ¿quieres decirle a mi amiga que me he ido? No quiero que se preocupe.

    —¿Qué aspecto tiene? — preguntó el tal Johnny.

    —Es rubia y guapa —dijo Jenna—. Se llama Candice y está sentada en la barra. Creo que va de rosa. Siempre va de rosa.

    El portero miró a Logan sin soltar a la mujer.

    —Alguien tiene que echar un vistazo a ese corte en la frente. No me ha dejado llamar a una ambulancia.

    Jenna hizo un movimiento con la mano restándole importancia.

    —No es nada.

    Pero Logan vio la sangre que se filtraba a través del trapo, y se dio cuenta de que la herida podía ser profunda.

    —Johnny tiene razón. Está sangrando. Necesita que la vea un médico.

    —¿Le importa que sigamos hablando en el coche? —lo interrumpió ella.

    No hacía falta decir nada más. Por mucho que protestara, Logan no pensaba dejarla hasta asegurarse de que estaba bien.

    —Vamos.

    El portero tendió el brazo femenino hacia Logan.

    —Será mejor que la ayude.

    A Logan normalmente no le importaba rodear con el brazo a una mujer atractiva, pero aquella belleza de sangre azul no le interesaba en absoluto, o al menos no debería interesarle.

    Logan le rodeó la cintura con el brazo y la sujetó por el codo con la otra mano. Con pasos lentos y cautelosos la llevó hasta el todoterreno, y enseguida se dio cuenta de que no era muy alta, quizá un metro sesenta, unos treinta centímetros más baja que él. Desde luego no era su tipo. Él prefería mujeres con más sustancia, por dentro y por fuera.

    En el coche, Logan abrió la puerta, la ayudó a sentarse y le abrochó el cinturón. Al tenerla tan cerca, se dio cuenta de que no olía a alcohol, sólo a la suave fragancia de su perfume. Una fragancia ligera que le recordó al jabón de lavanda que solía utilizar su madre. Desde luego nada que ver con el olor de la mayoría de las mujeres con las que se relacionaba, que se bañaban en caros perfumes diseñados para excitar a un hombre, pero que a él sólo servían para alejarlo.

    Logan se sentó al volante, encendió la luz y le ofreció el teléfono móvil.

    —¿Quiere llamar a su padre para decirle lo ocurrido, o debo hacerlo yo?

    —Buena suerte —respondió ella con desparpajo—. Está en Chicago por trabajo y no vuelve hasta mañana. Yo he dado al servicio la noche libre.

    —¿Alguien más a quien pueda llamar?

    —No.

    Lo que significaba que de momento la mujer continuaba siendo su responsabilidad.

    —Entonces ahora mismo la llevo al hospital —dijo Logan.

    La mujer frunció el ceño.

    —Lléveme a casa. Estoy bien.

    No hasta que él echara un buen vistazo al corte de la frente. Cuando estiró la mano para apartar el trapo que lo cubría, ella se sobresaltó, como si la hubiera asustado.

    —Tranquila — dijo él levantando la improvisada venda—. Sólo quiero ver qué tal está.

    —No es más que un rasguño —dijo ella—. He tropezado y me he dado con una pared del cuarto de baño.

    Era evidente que no se había molestado en mirarse la herida en un espejo.

    —Parece que necesita puntos. El hospital no está lejos.

    —No quiero ir a ningún hospital — dijo ella, con un deje de pánico en la voz—. No quiero ver a ningún médico.

    Probablemente le preocupaba que le hicieran un análisis de sangre y descubrieran el alto nivel de alcohol en la sangre. Una noticia que estaría al día siguiente en todos los periódicos. Sin embargo, Logan no podía dejarla sola hasta asegurarse de que estaba bien.

    —Podría tener una contusión.

    —No la tengo, se lo aseguro.

    —¿Es usted médico, señorita Fordyce?

    —¿Lo es usted, señor O’Brien?

    Por primera vez en su vida, Logan deseó serlo. Así podría examinarla y devolverla a su casa cuanto antes.

    —Oiga, mi hermano es médico, y vive a diez minutos de aquí. Seguramente él podrá echarle un vistazo.

    Ella pareció pensarlo unos segundos y después dijo:

    —De acuerdo, pero sólo si me promete que después me llevará a casa.

    Eso a Logan no le suponía ningún problema. Al contrario, era su plan.

    —Lo llamaré para ver si está disponible.

    Logan ya sabía que lo estaba. Había hablado con Devin hacía unas horas y sabía que su hermano se había tomado el día libre del hospital donde era el jefe residente de traumatología.

    Volvió a abrir el teléfono móvil y marcó el número de su hermano.

    Después de dos timbrazos, Devin respondió con su habitual:

    —Doctor O’Brien.

    —Hola, Dev, soy Logan. Perdona por llamarte tan tarde.

    —Todavía estoy levantado, gracias a un enano que ha decidido que es hora de

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