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Bolívar: Un continente y un destino
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Libro electrónico481 páginas8 horas

Bolívar: Un continente y un destino

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En Bolívar un continente y un destino, el escritor venezolano José Luis Salcedo Bastardo, elabora un análisis historiográfico de la visión integral del Libertador Simón Bolívar en torno al destino social, económico, político, cultural y estratégico del continente latinoamericano, frente a Estados Unidos y las potencias eueropeas.

Con sólidos argumentos históricos, documentos probatorios y análisis complementarios de otros especialistas en ciencias políticas, Salcedo Bastardo compara cada una de las etapas del desarrollo latinoamericano con la obra y proyectos de Simón Bolívar, y plantea una serie de refelexiones, que por su naturaleza, profundidad y dimensión, han sido base para estudios estratégicos en universidades, academias de altos estuios militares y centros de análisis político de diversos países del mundo.

Enhorabuena reparece esta importante obra, que revisa y evalúa el destino ideal del continente latinoamericano, pues ante erróneas opciones totalitarias en su nombre, urge aclarar las verdaderas ideas y los objetivos que persiguió Simón Bolívar, con la unidad e integración continental.

Lectura recomendada 100% y cinco estrellas para este libro.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 mar 2018
ISBN9781370672363
Bolívar: Un continente y un destino
Autor

José Luis Salcedo Bastardo

José Luis Salcedo Bastardo (1926-2005), escritor, historiador, dirigente político, diplomático y catedrático venezolano. Salcedo Doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela. Profesor de sociología, fundador de la Cátedra de Pensamiento Social del Libertador y vicerrector de su alma mater También fue Rector y fundador de la Universidad Santa María en Caracas. Desempeñó importantes funciones públicas, siendo elegido Senador por su natal estado Sucre (1959-1964) y designado embajador de Venezuela en Ecuador, Brasil, Francia, Reino Unido y la extinta República Democrática Alemana.Fue miembro de la Academia Venezolana de la Lengua (Sillón V) e invididuo de número de la Academia Nacional de la Historia (Sillón F). Ejerció como Secretario General de la Presidencia de la República y llegó a ser Ministro en diferentes ocasiones. Fue presidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA) y presidente del Comité Ejecutivo del Bicentenario del Natalicio de Libertador Simón Bolívar.Es autor del libro Historia Fundamental de Venezuela y entre su bibliografía se encuentran trabajos sobre Simón Bolívar, destacándose Bolívar: un continente y un destino, obra con la que ganó el Premio Continental de la Organización de Estados Americanos (O.E.A.) (1972) y el Premio Nacional de Literatura de Venezuela (1973), y fue traducida al francés, inglés, vasco, alemán y sueco.

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    Bolívar - José Luis Salcedo Bastardo

    Bolívar, un continente y un destino

    José Luis Salcedo Bastardo

    Colección Líderes y caudillos latinoamericanos,

    Volumen 2

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Bolívar: un continente y un destino

    José Luis Salcedo Bastardo

    Primera edición, 1964

    Caracas–Venezuela

    Reimpresión, abril de 2018

    ©Ediciones LAVP

    Tel 9082624010

    www.luisvillamarin.com

    New York City USA

    Colección Líderes y caudillos latinoamericanos, Volumen 2

    ISBN 9781370672363

    Smashwords Inc

    Sin autorización escrita firmada por el editor, no se podrá reproducir ni parcial ni totalmente esta obra, por ningún medio gráfico, escrito, reprográfico, electrónico, de audio, fílmico o de video. Todos los derechos reservados. Hecho el depósito de ley

    INDICE

    Prólogo

    Calidad y razón del personaje

    Crónica del servicio

    Pensamiento programático

    El drama de las negaciones

    Vigencia y proyecciones

    Prólogo

    Los frutos de treinta años de estudio se resumen en este volumen. Lo esencial de una tesis sostenida, difundida y explicada, durante varios lustros de quehacer investigativo y docente a nivel universitario, divulgada a través de todos los medios de comunicación social, y en alto número de nuestros países, ha ganado en la presente oportunidad el reconocimiento y la proyección internacionales; ello, para nosotros, es consagratorio y definitivo estímulo, recompensa sobrada para muchos esfuerzos que siempre creímos útiles y juzgamos rectamente orientados.

    En este libro se busca como tarea previa, y con afán sistemático, ubicar a Simón Bolívar dentro del contorno de una circunstancia y situarlo en una perspectiva, ambas auténticamente latinoamericanas, como fiel expresión que él fue de ellas.

    Se analizan su vida y su obra, sin hacer biografía al estilo tradicional ni tampoco un ensayo erudito sobre ideas abstractas.

    Se pesquisan los antecedentes formativos de su personalidad y su pensamiento; también se averiguan el curso y la suerte de los efectos históricos de aquella singular presencia.

    Aquí nos empeñamos en dar cuenta del servicio de Simón Bolívar al mundo latinoamericano en los órdenes de la política, la transformación social y económica, el derecho internacional, la cultura y la historia.

    Los temas de la independencia y de la unidad moral de estos pueblos, lo mismo que los de la honda y constante preocupación de Bolívar por la compenetración y solidaridad de todos ellos, nos ocupan en estas páginas con esmerada preferencia.

    No pocos desacuerdos y diferencias hay en esta obra con respecto a la historiografía tradicional y a las rutinarias interpretaciones que se han hecho y siguen haciéndose del Libertador, pasto de superficiales enfoques y de inexactos comentarios que se copian y reiteran sin cesar.

    El insigne caraqueño ha sido tema favorito para obstinados ejercicios de mentiras y para convencionales falseamientos, el menos reprobable

    de los cuales no es precisamente el que pretendiendo magnificarlo lo reduce porque lo desvirtúa. De él es la sentencia: Las cosas falsas son muy débiles.

    Con responsable claridad hemos dicho antes, y aquí debemos repetirlo, que a Bolívar lo universaliza no la acomodaticia manipulación para cubrir nominalmente la heterogeneidad de las Américas, sino su autenticismo latinoamericano.

    A Bolívar lo universaliza y lo levanta sobre los tiempos, el diáfano signo de su tenacidad aglutinadora de lo homogéneo, la enseñanza de su dedicación a una razón suprema de vivir o morir, y el trágico desvelo de su lealtad inconmovible a la inmensa patria de lenguajes romances, de afinidades sustantivas y de intereses coincidentes.

    Para la América que el apóstol Martí llamaría sencilla y exactamente nuestra, Simón Bolívar asume categoría de arquetipo cabal. En la angustia y los sueños del hijo de Caracas se reconocen todas las figuras más eximias de nuestras naciones.

    En él existen, y de modo recíproco él existe en ellos, como en las antinomias palpitantes del individuo-multitud y del humano-intemporal, los precursores: Miranda, Tiradentes, Viscardo, Espejo, Picornell, Nariño... más atrás: Atahualpa, Cuauhtémoc, Guaicaipuro, Lautaro, Hatuey, Andrea de Ledesma, Tupac Amaru, Chirinos, Galán...; sus coetáneos: San Martín, Sucre, O´Higgings, Petion, Santander, José Bonifacio, Hidalgo, Morelos, Valle..., toda la legión paradigmática que en la vastedad latinoamericana componen: Dessalines, Louverture, Montúfar, Murillo, Saa-vedra, Belgrano, Yegros, Moreno, Artigas, Carrera..., y a la distancia en los años que siguen: Morazán, Juárez, Duarte, Sánchez, Mella, López, Céspedes, Martí, Gómez, Maceo..., todos egregios para la identidad continental sobre la vocación y los propósitos a los cuales responde la maciza con-fluencia de dirigentes y parcelas de pueblo anónimo, abnegado y heroico, firmes ayer y hoy en el mandato de una historia incumplida. En Bolívar se inspiran y de él derivan cuantos maestros laboran por la definición del alma latinoamericana: Bello, Sarmiento, Lastarria, Rodó, Alberdi, Nabuco, Rui Barbosa, Hostos, Darío, Varona, Mariátegui, Vasconcelos, Haya, Martínez Estrada, Caso, Henríquez Ureña, Gallegos, Vaz Ferreira, Reyes, Palacios, Picón Salas, Arciniegas, Asturias, Freyre, Athayde, Uslar Pietri, Carrión, Paz y Zea...

    Una serie de tres siglos de sacrificios y de anhelos quebrantados llega completa hasta Bolívar. Para nuestro crucial presente y para el porvenir, él es el destino. Desde el Descubrimiento y la creación del Nuevo Mundo, acá el hombre ha buscado siempre lo que Simón Bolívar estructuró en un todo armónico de banderas y aspiraciones capitales: la libertad y la justicia sobre todas las cosas, la igualdad absoluta racial y social, la redención de su pobreza secular vale decir, reivindicaciones tangibles que en todas partes son las mismas, la posibilidad de su plena realización en la cultura, y el señorío legítimo y verídico sobre su heredad.

    En procura de objetiva exactitud al comentar a Bolívar, hemos querido presentarlo en este libro con sus propias palabras. De allí la insistencia en remitir a sus textuales expresiones escritas su alma pintada en el papel, como él dijera en feliz metáfora, siempre bien identificadas para una rápida y fácil comprobación de fuentes.

    A la vez podrá notarse que sin excluir entusiasmo ni emoción por lo demás lícitos en una obra que quisimos viva y ágil, y donde nos ilusionaba combinar seriedad, ciencia e investigación con arte literario es persistente nuestro cuidado en ceñir la glosa a sobrias licencias interpretativas No olvidamos que en 1829, a las puertas de la perennidad, ya el Libertador sabía que muchos apoyaban errores que eran de ellos, en el pensar bolivariano, cosa bien sensible pero inevitable; con su nombre pretendían hacer el bien y el mal, y hasta lo invocaban como el texto de sus disparates.

    Por otra parte, y para esclarecimiento de la exégesis, tratamos de reconstruir cuantas veces resulta necesario la coyuntura histórica, propia e intransferible de Bolívar, el ambiente diverso y complejo donde él se forma y desenvuelve Por eso se multiplican las referencias a Venezuela y Colombia. Sin duda ninguna, Bolívar es exponente de nuestra América, emanación justa y directa de toda ella; sin embargo, en su patria natal y en la república mayor de su creación, tuvo sus raíces y una como plataforma de arranque para la tarea supranacional desde allí emprendida.

    Entre muchas otras, y sin que contraríen ni un instante su amplitud, sus palabras de 1827 y 1829 son concluyentes: Yo estoy resuelto a servir a Venezuela todo el tiempo que pueda y a no hacer otra cosa. Este es mi país y éste es mi deber Venezuela es el ídolo de mi corazón y Caracas es mi patria, júzguese cuál será mi interés por su prosperidad y engrandecimiento.

    Al fin de su trayectoria existencial, el voto es inequívoco, simple y rotundo: No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia.

    Un verdadero estudio sobre Bolívar quedaría incompleto sin un cotejo franco entre lo que él quiso realizar y lo que consiguió positivamente.

    Vuelve a resaltar su imponente magnitud, esta vez con palabras de Goethe, iluminando de consuno su relativo fracaso y su infortunio: Que no puedas llegar es lo que te hace grande.

    Creemos que a través del desconocimiento, de la oposición cerril y de la negación enconada por parte de sus contemporáneos y de los inmediatos sucesores, es como se establece el vínculo entre Bolívar y las épocas que siguen. En lo incumplido, Bolívar está vigente. América demanda con soberana urgencia, orientación. Bolívar, el conductor más completo de nuestro hemisferio, está vivo en la historia, despierto y actuante en el magisterio de sus hechos y en la iluminada permanencia de su verbo, mostrándonos el deber que nos obliga. Por muchas rutas puede escalarse la cima que Bolívar señaló.

    Cuando nosotros cumplamos la responsabilidad que a cada uno y a todos nos corresponde, de modo idéntico a como él afrontó la suya, nos hallaremos todos en la cumbre, presididos por su nombre augusto que es como el nombre de la libertad, único objeto digno del sacrificio de la vida de los hombres. Y habrá igualdad, ley de las leyes, las distinciones raciales no desconocimiento, de la oposición cerril y de la negación enconada por parte de sus contemporáneos y de los inmediatos sucesores, es como se establece el vínculo entre Bolívar y las épocas que siguen. En lo incumplido, Bolívar está vigente.

    América demanda con soberana urgencia, orientación. Bolívar, el conductor más completo de nuestro hemisferio, está vivo en la historia, despierto y actuante en el magisterio de sus hechos y en la iluminada permanencia de su verbo, mostrándonos el deber que nos obliga. Por muchas rutas puede escalarse la cima que Bolívar señaló. Cuando nosotros cumplamos la responsabilidad que a cada uno y a todos nos corresponde, de modo idéntico a como él afrontó la suya, nos hallaremos todos en la cumbre, presididos por su nombre augusto que es como el nombre de la libertad, único objeto digno del sacrificio de la vida de los hombres.

    Y habrá igualdad, ley de las leyes, las distinciones raciales no serán más de lo que son: un accidente; y habrá moral y luces, nuestras primeras necesidades; y habrá justicia y desarrollo, desarrollo con justicia, y democracia alerta y creadora, presupuestos imprescindibles para la independencia y la paz. Por razón de la historia, por gracia de la verdad, por imperativos de una ineludible y promisoria actualidad, Bolívar es un continente y un destino.

    Capítulo I

    Contorno para el esfuerzo

    Equidistancia geocultural

    El ámbito territorial de la acción de Simón Bolívar abarca unos cinco millones de kilómetros cuadrados en el septentrión y oeste de la América del Sur, desde el límite inferior de Centroamérica hasta el inicio norte de Chile y Argentina. Es una vasta zona que se extiende sobre los Andes y el océano Pacífico hasta los confines amazónicos del Brasil, y sobre el Atlántico y la costa del Caribe.

    En esa dilatada área de Bolívar se reúne la mayor diversidad natural que el planeta encierra: así en paisajes, climas, altitudes, montes, valles y llanuras; en ríos como el Orinoco, Magdalena, Guayas, Tumbes; selvas impenetrables, inhóspitos arenales. Allí se encuentran, sin faltar uno, todos los accidentes de la geografía, toda la muy rica variedad de flora y fauna que vive en este continente.

    Este campo físico de la actividad bolivariana, como en general toda la América, fue desentrañado de la mar tenebrosa en las postrimerías del siglo XV con la feliz aventura, rebosante de gloriosa audacia de Cristóbal Colón. Creador y padre de nuestro hemisferio lo llamará justamente Bolívar. En penumbras insondables se pierden las conjeturas sobre la aparición del hombre en América. Discutir en torno a tres mil o treinta mil años, para el lector común, tiene el mismo valor que indicar mil millones, cien millones o un millón de años, como edad de la galaxia en la cual se incluye a la Tierra. Aquí los ceros, aunque a la derecha, parecen valer nada o muy poco.

    Para la fecha del Descubrimiento, América ofrece como características, en lo humano y cultural, la heterogeneidad. Al respecto, por lo menos tres grados perceptibles con cierta facilidad podrían dar base para concebir tres Américas: una, la del adelanto mayor y de más numerosa población; otra, sin ningún rasgo que sobresalga, medianamente habitada, con una cultura inferior a la de los pueblos de máximo desarrollo más por encima de la que exhiben las dispersas comunidades del tercer rango.

    A éste, último e inferior, podrían asimilarse, además, las inmensas soledades americanas. La América del grado superior estuvo localizada en la región que usando conceptos de hoy va desde México, inclusive, hasta el norte de Chile.

    En esa muy grande zona se comprenderían dos comarcas notables: al norte, la de México a Nicaragua, y al sur la del Ecuador hasta Bolivia y la parte septentrional de la Argentina. En la primera de esas dos, se pro-dujo con los aztecas una civilización que, pese al indiscriminado aniquilamiento de sus restos por el conquistador ibero, todavía asombra al mundo.

    Un milenio antes de Cristo, los mayas habían dominado allí y brilla-ron por sus obras; poseyeron un sistema de escritura relativamente perfeccionado y conocimientos muy elevados en matemáticas y astronomía; de su avanzada cultura hablan los restos de ciudades como Copán, Palen-que, Chichen Itza, Tulum, Uxmal, Mayapan.

    Con posterioridad a los mayas, distintos grupos nahuas mantienen la supremacía: toltecas, zapotecas, chichimecas. Finalmente, fue el turno de los aztecas, los cuales para 1325 fundan a Tenochtitlán, sobre la cual se yergue hoy la pujante metrópoli de los mexicanos. También en la gran sub-área del sur, la del incario, se sucedieron di versas y memorables dominaciones. Igualmente las ruinas de urbes como el Cuzco, maravillan al hombre contemporáneo.

    Dos centros importantes hubo en las cercanías del lago Titicaca: el Tiahuanaco y Chavín. Los quechuas levantaron un importante imperio regido por incas, y el sistema político de éstos ha dado el nombre a la cultura más notable de Sudamérica inferior en lo tecnológico a las de mayas y aztecas, pero más avanzada socialmente, objeto también de la furia depredadora de los conquistadores españoles.

    Como sirviendo de enlace a las dos zonas de más alta cultura centradas sobre México y Perú, estaba la región de los chibchas que correspondería al grado que en el esquema antes sugerido pudiera estimarse intermedio o secundario, con apreciables poblaciones, bien alimentadas por una agricultura en interesante desarrollo; allí fueron famosos los ceramistas y orfebres quimbayas. Joyas de excepcional belleza atestiguan la fina calidad de su arte. No han dejado muestras espectaculares de arquitectura.

    Dentro de las comunidades de este rango medio, y acreciendo la visión esquemática, rápida y simplificada de tan complejos tiempo y cultura, podría quizá situarse a los taínos de las Antillas y a los araucanos de Chile; ambos grupos un tanto por debajo de los chibchas.

    La tercera América, la del grado inferior: pobreza, primitivismo, permanente belicosidad; la de manifestaciones culturales simples, y de la más elemental estructura política y social, era la menos habitada. Allí había gente nómada; reinaba la dispersión y la diversificación hasta el infinito, de lenguas, creencias, hábitos. Los interminables conflictos ínter tribales configuraron ahí una generalizada situación de inestabilidad y violencia.

    Concretando la observación al aspecto sociopolítico de todo el continente, en aquella larga hora precolombina, se halla entre los aztecas una estructura teocrática y militar, un orden aristocratizante con clases diversas. Los incas se rigieron por un centralismo absolutista. Los chibchas, tamos, araucanos, timotocuicas, tupis, guaraníes, caribes, e igualmente los mil grupos del tercer grado americano, tuvieron como rasgo común con la totalidad hemisférica, la insignificancia del hombre.

    Ante el aparato soberbio y mayestático del Estado en el caso de las sociedades complejas y perfeccionadas, lo mismo que ante la simple auto-ridad despótica del cacique en las organizaciones tribales y rudimentarias, es nulo el valor del individuo; la libertad no cuenta, es como pertenencia del jefe o soberano, o parte del botín que toma el vencedor.

    La esclavitud era conocida en el continente, y en distintos lugares se practicaba la antropofagia. La vida era un motivo plausible para la ofrenda a dioses bárbaros que tan sólo se satisfacían con briosos corazones, o con doncellas en flor. La dignidad humana en la América precolombina era un valor muy subalterno. Otros eran los principales.

    En el escenario de la actividad de Simón Bolívar hoy repúblicas de Panamá, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia están representadas las tres Américas. Su ámbito tiene por centro al centro mismo del hemisferio.

    Respecto a lo social, Simón Bolívar surge y lucha de preferencia en un mundo relativamente joven; no gravita sobre él, ni sobre la comunidad donde nace, la herencia determinante y exclusiva de un solo y extremo signo: ni adelanto ni atraso absolutos. Bolívar es la expresión de una América promedio, en la cual lo mayor y lo menor se encuentran presentes.

    En su realidad humana y personal se halla un como símbolo seguro e indudable del hombre americano, del poblador de todas las latitudes iberoamericanas. En su Colombia, donde transcurrieron tres cuartas partes de su vida política, se estaba como a mitad de camino entre las comunidades punteras y las más precarias y atrasadas.

    Bolívar sabrá honrar estas circunstancias, representará a todas nuestras naciones y a todos sus seres. En él hallará la América su más eximia y cabal expresión.

    La historia de su vida pública es la de una actuación denodada en nombre y por razón de todos los americanos. Para los tiempos, Bolívar habla por todos, y a todos nos representa. Servirá, siempre, integralmente a América Latina.

    Tres presencias

    En la Venezuela mestiza y colonial que vio despuntar a Bolívar es moderada la participación indígena. No hay la aplastante población originaria que había en México o Perú, ni tampoco el vacío propio de los lugares donde el indio quedó exterminado y el cruce racial hubo de realizarse nada más que entre blancos y africanos.

    Escasos eran los aborígenes que existían en Venezuela para el momento del Descubrimiento. Investigaciones minuciosas no permiten llevar más allá de 350.000 la cifra de ocupantes del millón de kilómetros cuadrados venezolanos para el inicio de la Conquista. Esa población iba a recibir el impacto hispano en una confrontación que, por distintas razones, sería larga y sangrienta.

    No existía, en efecto, en aquella imprecisa Venezuela, una unidad que permitiera, tras la toma de su cabeza o centro neurálgico, la posesión completa y definitiva de todos los seres y del suelo. Los indígenas de allí, estaban divididos en muchas parcialidades; no menos de quince familias lingüísticas, además de numerosos dialectos, han sido referidos a ese territorio, donde la moderna Antropología ha llegado a distinguir unas diez áreas culturales precolombinas.

    No pudo la Conquista ser, en Venezuela, rápida e incruenta. El dominio sobre los indios implicaba, en las comarcas de Venezuela, vencerlos uno a uno o aniquilarlos. La Conquista, más que guerra, era una cacería. Una parte considerable de los aborígenes allí eran caribes, definidos como valientes guerreros.

    El nivel cultural de la mayoría de aquellos excepción relativa de los timotocuicas situados en la región andina estaba entre los más bajos del hemisferio. El contingente indio, aunque muy diezmado, no llegó sin embargo a desaparecer en aquel tremendo choque indohispano, y pudo servir de base a la formación étnica que dio lugar al pueblo venezolano. El bagaje cultural, espiritual y anímico, de esos pobladores, cualquiera sea su cuantificación y cualificación, fue traspasado al producto que resultó de la combinación propia con españoles y africanos.

    Interesa insistir en la característica de heterogeneidad aborigen en la comarca natal bolivariana. Nunca existió el indio venezolano, ni hubo un tipo único de poblador común; hubo indios, no en demasía por cierto, entre los cuales era notoria la disimilitud así en sus rasgos so máticos y genéticos como en las características culturales y en su distribución geo-gráfica. Diferencias en los tonos o matices de la piel, en la talla, en las formas del cráneo, en los ojos y labios, fueron siempre apuntadas.

    Puede inferirse que tal diversidad resultaba de una combi nación o mestizaje previo al Descubrimiento. De todos modos, los indios en Venezuela presentaban en común algunos rasgos generales que serán precisa-mente la aportación del factor vernáculo a la nacionalidad que allí habrá de elaborarse.

    La gente hispana que llega a las provincias venezolanas como su-puesto elemento blanco, trae en su ser a distintos pueblos del Asia Menor y de la muy compleja Europa, y hasta trae al negro recibido a través de la dominación árabe que tantas sangres de África llevó a la península Ibérica. Unas diecisiete estirpes vienen con el español.

    Por otra parte, a Venezuela arriban todos los exponentes del mosaico peninsular, no sólo vienen individuos de Castilla, sino de los distintos reinos: de Aragón, Andalucía, Extremadura y León, seguidos por hombres de Euzkadi, Cataluña y de todas las hispánicas tierras. El español viene sin mujeres, acá consigue a las tan alabadas hembras indígenas, el mestizaje es libre.

    El número de conquistadores españoles para Venezuela es muy pequeño, se calcula en no más de cinco mil los que llegan en el primer siglo tras Colón. Esta cantidad, exigua en comparación con los indios, se compensa con la unidad cultural idiomática, religiosa, política y con la superioridad tecnológica e instrumental.

    El producto ha de tomar el tono de España: pertenecerá al occidente.

    Sus símbolos al decir certero de Mario Briceño Iragorry no son el tabú africano, ni el totem aborigen. Sus símbolos son una transfiguración, con sentido de mayor universalidad, de los símbolos hispánicos. En el orden de las categorías históricas, nosotros aparecimos como evolución del mundo español.

    El africano entra al crisol del Nuevo Mundo conducido por la fuerza.

    El número de negros para Venezuela fue también relativamente modesto y, entre ellos, las diferencias eran de igual modo ostensibles. La Antropología subraya, en el controvertido tema de las razas, que los pueblos del tronco negroide son los que presentan las mayores variaciones entre sí; la diversidad tipológica fue patente en aquella forzada inmigra-ción africana; y de nuevo cabe la observación de que si grande era la desigualdad genética y somática, no era menor la de los rasgos culturales.

    Unos diez mil africanos fueron traídos en el primer siglo venezolano. No había motivos económicos ni de ninguna otra índole que justificara el asentamiento allí de una más extensa masa esclava. En el hombre de Venezuela se va a observar, con más claridad que en el de cualquier otro pueblo de América, un carácter ecuménico, que será útil recordar a la hora de comprender la acción de Bolívar.

    En Venezuela está presente, en efecto, la América de los indios, a través de los cuales están vivos el Asia, y quizá la remota Oceanía por los posibles contactos transpacíficos con la Polinesia, evidenciados en fecha reciente por experiencias como la de la Kon Tiki. América, Asia, Oceanía hallábanse, pues, en el indígena. Europa llega con el español íberos, ligures, celtas, romanos, vascos, griegos, germanos, visigodos, suevos, alanos; viene también el Asia Menor fenicios, judíos, musulmanes de Arabia; y el África cartagineses, pueblos de Egipto, Libia, Túnez, Argelia, Marruecos, del Congo y el Níger, todos del torrente derramado sobre la península hispana. El África propiamente ha de concurrir, además, en sus vástagos bantús, sudaneses y yurubas, arrancados de su heredad por la ignominia de la esclavitud.

    Todas las razas, todos los continentes, todas las culturas, confluyeron a encontrarse sobre el suelo venezolano, lugar de encrucijada para las migraciones interamericanas en lejanos tiempos. Ese territorio, desde las Antillas hacia el sur, y viceversa, y a todo lo largo de su costa, de oriente a occidente, y de occidente a oriente, vio pasar a muy diversos pueblos aborígenes. Luego del Descubrimiento, el encuentro ecuménico se realiza sin descartar la violencia, y llega realmente a un amplio, profundo y diversificado mestizaje. No hay exclusión de ningún elemento para la fusión, ni hubo renuencia de ninguno a participar en la génesis de la patria por venir.

    La actitud abierta y propicia al cruce está certificada en un testimonio de la mayor significación, el del sabio Humboldt. Para 1800, tres siglos después de iniciado el proceso donde no existía ni el nombre ni el hombre, y empezado con unos 350.000 aborígenes, 5.000 españoles y 10.000 africanos, Venezuela llega a contar 800.000 habitantes. Humboldt atestigua que la mitad de éstos nada menos que 400.000 son fruto de la mezcla: ni españoles, ni indios, ni africanos.

    En otros lugares de América el fenómeno era parecido, también el mestizaje era la regla, pero no pocas veces el resultado fue la predominancia del indígena en la mezcla, o bien sucedió que por la aniquilación del aborigen y por razones económicas, la densa población negra diera al producto su sello fundamental.

    En Venezuela, una vez más equidistante, se lograba una combinación equilibrada. La tierra de Bolívar resultaba, así en lo cultural como en lo humano, bien representativa del promedio de la verdadera América.

    En el primer tiempo

    ¿Qué sistema se impuso, para organizarse, y para regir su vida, a ese conglomerado venezolano, mayoritariamente mestizo?

    No fue por cierto el orden indígena. Ya se dijo que, muy diferente de las vastas agrupaciones de México y Perú, donde se realizó a plenitud co-mo muy pocas veces en el mundo la institución imperial, la situación de Venezuela era la de tribus simples; no hay noticias de que una sola de ellas se aproximara siquiera a contener 40.000 ó 50.000 indios.

    Ya recordamos que sólo en cuanto a las lenguas, se distinguían allí no menos de quince familias lingüísticas. La atomización político social era similar en la mayor parte de aquella América, incluida la que luego sería portuguesa.

    La tribu, bastante elemental, con las potestades confundidas dentro de un minúsculo absolutismo, o a lo sumo dentro de formas monocráticas más o menos atenuadas, no servía a los fines del conquistador español, el cual por lo demás no venía a aprender de estadios por él superados, ni a conformarse descendiendo a grados subalternos y diferentes del suyo, sino a imponer su concepción con miras al dominio.

    El conquistador español, desde el primer momento, se empeñó en trasladar a América su sistema metropolitano, y en repetir aquí lo que ya conocía y practicaba en la península. En su conducta, aparte de que a él correspondía la decisión, obraban los muy poderosos móviles psicológicos de la imitación y del hábito: le resultaba fácil y más hacedero, en efecto, hacer lo que siempre vio hacer y lo que siempre hizo.

    La organización sería, pues, la organización de España, desde luego que siempre con las variantes impuestas por las muchas diferencias que existían entre los dos continentes, y también, ello es obvio, por los distintos tamaños entre el mundo ya hecho o cuajado de la península y el que nacía en América. No podía ser idéntico el régimen para una ciudad como Madrid o Sevilla, que para las incipientes Cumaná, Coro o Santiago de León de Caracas.

    Durante la primera hora léase circa siglo XVI, en Venezuela se teje una urdimbre institucional muy tosca: la que exige la circunstancia. El propósito de España es el de una dominación absoluta, vale decir, una superposición suya a la sociedad americana para moldearla y hacerla a su imagen. Para eso, a cada objetivo está destinada la correspondiente respuesta instrumental:

    A la necesidad primera y previa, de la plena posesión del territorio y de todo cuanto él sustenta y contiene, superando además el inconveniente de la resistencia aborigen, obedece el esquema de fuerza de las Expediciones de Conquista la corona española, pese a su poderío manifestado en un absolutismo naciente y pujante que abarca la política, la economía y la religión, no estaba en capacidad de acometer con sus solos medios, y con carácter exclusivamente estatal, la empresa americana. Necesita la colaboración de los particulares; con ellos tuvo que pactar en las capitulaciones, matriz del derecho para América los deberes y los premios que correspondían a los participantes en esas muy riesgosas aventuras de la conquista y la colonización.

    Al frente de cada expedición abigarrado cuerpo de mercenarios reclutados en disímiles actividades viene el Adelantado. En su persona se resumen, por obra de la capitulación en la cual graciosamente el monarca hace las concesiones pertinentes, atribuciones políticas, administrativas, militares y jurisdiccionales. Puede distribuir tierras entre los que forman sus huestes, e igualmente entre ellos puede repartir indios.

    También tiene el derecho de dictar ordenanzas, disfrutar de privilegios impositivos y hasta puede acuñar su propia moneda. La muy notoria escasez de gente, además del azar de la acción conquistadora, que pide un mando fuerte y rápido, explican esta natural concentración de atribuciones del primer momento y la correlativa indeterminación jurisdiccional, todo lo cual hace del Adelantado la célula viva y actuante de un micro-absolutismo de estirpe occidental. Así han de realizarse la exploración intrépida y las primeras fundaciones.

    Para el objetivo de la dominación espiritual asunto de primera importancia en un pueblo como el español, tan sensibilizado durante siglos en materia religiosa, y tan idealista, objetivo que encierra también la imposición de la cultura particular mente de la fe, lengua y costumbres viene el frustrado programa de la Evangelización Pura que los dominicos diseñaron para Venezuela.

    Pensaban éstos en un proselitismo, tal como el de Jesús y los Apóstoles, sin armas ni fuerza práctica. A pesar del fracaso de su iniciativa, a los dominicos ha de corresponder, con los franciscanos, empezar la obra de catolización en esta parte americana. Otras órdenes religiosas se sumarán, más luego, para que entre la segunda mitad del siglo XVII y primera del siguiente una red de misiones cubra lo que será Venezuela.

    Al dominio social y al económico se encaminan, respectivamente, instituciones como la encomienda y el reparto de tierras. Buscaba la primera un variado conjunto de finalidades: premiar y estimular al conquistador, disciplinar al aborigen dentro de un régimen que entrañaba la restricción de su albedrío, y que en el fondo conducía a una relativa esclavitud. La encomienda frenó la destrucción que sufría la raza indígena; facilitó la propagación del cristianismo en concentraciones humanas vigiladas, y alentó la incorporación del indio a la cultura hispana.

    Complementaria de la encomienda es la repartición de tierras; ésta envolvía el despojo; era la versión final y pragmática de una serie de doctrinas y acciones entonces muy prestigiosas: la propiedad temporal del globo en cabeza del Sumo Pontífice como sucesor del Hijo de Dios, el derecho del Papa a repartir los continentes, el derecho de la corona hispánica derivado de las bulas Inter cetera, y el derecho del adelantado a asignar tierras en virtud de las capitulaciones.

    Con la encomienda, y sobre el suelo así recibido, el español inicia acá la producción agrícola y ganadera; era un importante desarrollo de las fuerzas productivas que sustituían a la dispersión agrícola individualista de los indios. Más éstos, en fin de cuentas, quedarían privados de lo que les pertenecía, y pasaban de la categoría de señores, o de súbditos de un vasallaje propio y autóctono, a la de siervos de una prepotencia extranjera. Respecto al africano ni siquiera hay la consideración del ser humano; es una cosa, o un animal más, y puede ser objeto de comercio y de cualquiera transacción. Una irritante desigualdad y una tangible injusticia, lado a lado están en la base de la organización americana que nace desde el siglo XVI.

    Hacia la definición

    Pero si ese era el esquema de la que llamamos América media, en los extremos de la escala se perciben vari antes aunque no demasiado significativas. Donde el mestizaje era a dos: español y africano, bien por-que el indio fue aniquilado o porque nunca vivió allí, España se imponía más fácilmente con todo lo que podía arrastrar en su bagaje institucional y cultural traído de la península.

    El español construía y reproducía un orden franco de esclavismo; al negro le correspondía adaptarse y someterse al superior; éste, a despecho de todo, también debería hacer las concesiones propias de la convivencia entre desiguales, pero el sacrificio del otro sería mayor; en el caso venezolano, y en América en general, el inmigrante del África perdió primero que nada su propio idioma.

    En cuanto a la América más poblada, organizada y culta, avanzada dentro de las relatividades, España sirvióse a maravilla con los sistemas locales de injusticia, opresión y desigualdad, ya peculiares de la realidad aborigen, y los siguió utilizando con el único cambio que suponía sustituir al titular autóctono por el hispano, y alguna que otra modificación superficial. Para las multitudes aztecas o incas, la conquista significó primor-dialmente un trueque de señoríos, de lenguaje y de exterioridades. Para ellas el conquistador personificaba el traumático desprecio a sus viejas y propias creencias, para asimilar, por fuerza y con prisa, otras nuevas y ajenas. Un caso bien ilustrativo se halla en el Perú, donde España conserva el cacicazgo para aprovecharse de aborígenes como instrumentos de su dominación explotadora.

    Sin duda que, por parte del conquistador, resultaba inteligente este recurso de degradar a una parte selecta y minúscula de los conquistados para aprovecharlos en la administración y el manejo de la gran mayoría. Bolívar en 1825 eliminaría, con el deseo de que fuera para siempre, estas especies de submagistraturas vergonzosas.

    Bolívar será junto con los verdaderos libertadores, y a la distancia de tres siglos, el vengador supremo de las iniquidades que, entonces en uso por las potencias, presiden la aparición del Nuevo Mundo.

    En nombre de los más, de los sujetos a la coyunda ibera, de los esquilmados, encabezando a los auténticos y genuinos exponentes de Amé-rica, buscará hacer añicos ese aparato que a la distancia de los tiempos apreciamos como corrupto y corruptor, de oprobio y humillación, para establecer en su lugar el sistema que la dignidad de la persona humana y sus derechos imprescriptibles señalan como el único compatible con ellos, único propicio además para el progreso y para la perfección social.

    Durante los siglos XVII y XVIII, se prosigue en la que sería tierra de Simón Bolívar la empresa ingente y afanosa de construcción de una nacionalidad que no existía. Verificado el encuentro de los primeros componentes: naturaleza, gente y cultura, fundidos cual los metales en el horno de la violencia típica de la Conquista, viene ahora el tiempo de la activa esperanza.

    No son los siglos XVII y XVIII una coyuntura apacible. Para desmentir la falsa imagen de una etapa colonial quieta y tranquila, arcádico remanso de la historia, espera silenciosa donde nada crece ni nada sucede, están las continuas convulsiones internas en el seno de la desigualitaria comunidad naciente, y la reiterada violencia pirática, suerte de revulsivo esta última con importantes efectos para la nueva sociedad, pues enfrentando a la agresión foránea, el venezolano adquiere conciencia de sí mismo, confraterniza ante el peligro común, supera sus localismos. Habla por primera vez de patria contra el extranjero de creencias, lengua e idiosincrasia.

    España persiste, a lo largo de estas dos centurias, en su obstinada y heroica vocación de sembrarse y de dar todo de sí, de no rechazar sino de acoger a los demás factores, con todos los cuales quiere moldear la América a su semejanza.

    El proceso venezolano de los últimos dos siglos de coloniaje es el de la consolidación nacional; a ésta se llega partiendo de la dispersión. Los centros diseminados por su suelo se funden, y es decretada y empieza a lograrse la unidad fiscal y económica, en seguida la unidad militar y política, luego la unidad judicial, administrativa, social y religiosa: la Venezuela donde Simón Bolívar nace en 1783, surge por cierto formalmente en el decenio 1776 86 de la organización y suma de muchas partes.

    En toda América los doscientos años 1600 1800, son paralelamente de activa cristalización del coloniaje; se definen las jurisdicciones mayores y menores, se nutren los centros poblados con el flujo de España y la in-corporación de esclavos pedidos por el crecimiento material. La cultura esplende en los campos más variados; arquitectura en México, Lima y Córdoba, pintura en Quito, música en Caracas. El absolutismo colonialista llega a la cima en su plenitud hermética.

    Bien elocuente resulta el virrey de México que recuerda a los americanos que ellos no han nacido para opinar sobre el gobierno, materia reservada al gran monarca que ocupa el trono de España, sino para callar y obedecer. La Iglesia robustece su poder. Las órdenes religiosas, como los jesuitas, se aseguran a través de la educación una determinante influencia.

    Como oponiéndose a la pretensión de España, el medio americano no permitió el trasplante fiel de todo lo que caracterizaba a la metrópoli; a la larga el resultado fue bien distinto del que en un principio se quiso.

    La coexistencia obliga a mutuos ajustes; cada elemento vivo, de los participantes en el proceso, modificase en el roce y por imperativos de la vecindad. Ninguno puede ignorar a nadie; el escenario es uno, los actores varios; el deber y el destino es de todos.

    La madurez del coloniaje

    Para inicios del siglo XIX, Venezuela es bien otra de la que vieron Cristóbal Colón, Juan de la Cosa y Alonso de Ojeda. Sobre la cautivante heredad que el propio Descubridor llamara Tierra de Gracia, no están únicamente las escasas parcialidades indígenas con su precaria cultura. Ahora existe allí un pueblo que es la resultante de trescientos años de historia.

    Venezuela se ha formado y encaminado hacia la unidad. A las escasas treinta ciudades de la primera centuria, en torno a las más importantes de las cuales se delimitaron unas seis provincias, se han añadido unos trescientos núcleos urbanos que son fruto del esfuerzo misionero.

    Esas seis provincias que estuvieron, por más de dos siglos, sin relaciones de subordinación entre sí, con dependencia varia de distintas metrópolis el caso de Cumaná es bastante ilustrativo: en lo político mediato sometida a Madrid; en lo inmediato gubernativo y judicial, a Santo Domingo y Santa Fe; en lo económico, dependiente de México; en lo religioso, de San Juan de Puerto Rico; en lo universitario, dentro del área de Caracas son aglutinadas bajo el reinado de Carlos III.

    La unificación que da nacimiento propiamente dicho a Venezuela, no a la provincia homónima que también se llamaba Caracas, sino a la realidad geopolítica de la cual es emanación

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