La nueva Atlantida
Por Francis Bacon
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Francis Bacon
Francis Bacon (1561-1626) was an English philosopher, scientist, and statesman. Recognized for his intelligence from a young age, Bacon would develop the empirical basis for modern scientific inquiry—known today as the scientific method—by promoting skepticism and observational experimentation as essential for the discovery of truth and the growth of human knowledge. A central figure of the scientific revolution and the Renaissance, Bacon was recognized as Lord Verulam and Viscount St. Alban during his lifetime and was honored by both Queen Elizabeth I and King James VI for his contributions to society. Bacon was also an accomplished statesman, responsible for drafting early legal documents and charters for the British colonization of the Americas. His career was not without controversy, however, as accusations of bribery tarnished his reputation and barred him from government service toward the end of his life and career. Today, he is remembered as one of the founders of modern science whose theories and methods continue to form the basis of all scientific experimentation and inquiry.
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La nueva Atlantida - Francis Bacon
Francis Bacon de Verulamio
LA NUEVA ATLANTIDA
1
Zarpamos del Perú (donde habíamos permanecido durante todo un año) hacia China y Japón, por el mar del Sur, llevando provisiones para doce meses; tuvimos vientos favorables del Este, si bien suaves y débiles, por espacio de algo más de cinco meses. No obstante, luego el viento vino del Oeste durante muchos días, de tal modo que apenas podíamos avanzar, y a veces, incluso, pensamos en regresar. Pero más adelante se levantaron grandes y fuertes vientos del Sur, con la ligera tendencia hacia el Este, que nos llevaron hacia el Norte; por este tiempo las provisiones nos faltaron, aunque habíamos hecho buen acopio de ellas. Al encontrarnos sin provisiones, en medio de la mayor inmensidad de agua del mundo, nos consideramos perdidos y nos preparamos para morir. Sin embargo, elevamos nuestros corazones y voces a Dios, al Dios que mostró sus milagros en lo profundo
, suplicando de su merced que así como en el principio del mundo descubrió la faz de las profundidades y creó la Tierra, descubriera ahora también la Tierra para nosotros, que no queríamos perecer.
Y sucedió que al día siguiente por la tarde vimos ante nosotros, hacia el Norte, a poca distancia, una especie de espesas nubes que nos hicieron concebir la esperanza de encontrar tierra; sabíamos que aquella parte del mar del Sur era totalmente desconocida, y que podría haber en ella islas o continentes que todavía no se hubieran descubierto. Por consiguiente, viramos hacia el lugar donde veíamos señales de tierra, y navegamos en aquella dirección durante toda la noche; al amanecer del día siguiente pudimos comprobar con claridad que era tierra, en efecto, llana y cubierta de bosque; y esto la hacía aparecer más obscura. Después de hora y media de navegación penetramos en un buen fondeadero, que era el puerto de una bella ciudad; no era grande, ciertamente, pero estaba bien edificada y ofrecía una agradable perspectiva desde el mar. Y figurándose los largos los minutos hasta que estuviéramos en tierra firme, llegamos junto a la costa. Pero inmediatamente vimos a muchas personas, con una especie de duelas en las manos, que parecían prohibirnos desembarcar; no obstante, sin exclamaciones ni signos de fiereza, sino sólo como avisándonos mediante signos de que nos alejáramos. Entonces, bastante desconcertados, nos consultamos unos a otros acerca de lo que deberíamos hacer.
Durante este tiempo nos enviaron un pequeño bote con unas ocho personas a bordo, de las cuales una llevaba en la mano un bastón de caña, amarillo, pintado de azul en ambos extremos; subió el hombre a nuestro barco sin la menor muestra de desconfianza, Y cuando vio que uno de nosotros se hallaba ligeramente destacado de los demás, sacó un pequeño rollo de pergamino (un poco más amarillo que el nuestro, y brillante como las hojas de las tablillas de escribir, pero suave y flexible), y se lo entregó a nuestro capitán. En este rollo estaban escritas en hebreo y griego antiguos, en buen latín escolástico y en español las siguientes frases: No desembarque ninguno de ustedes y procuren marcharse de esta costa dentro de un plazo de dieciséis días, excepto si se les concede más tiempo. Mientras tanto, si desean agua fresca, provisiones o asistencia para sus enfermos, o bien alguna reparación en su barco, anoten sus deseos y tendrán lo que es humano darles.
El texto se hallaba firmado con un sello que representaba las alas de un querubín, no extendidas sino colgando y junto a ellas una cruz. Después de entregarlo, el funcionario se marchó dejando sólo a un criado con nosotros para hacerse cargo de nuestra respuesta.
Consultando esto entre nosotros nos encontrábamos muy perplejos. La negativa a desembarcar, y el rápido aviso de que nos alejáramos, nos molestó mucho; por otra parte, el saber que aquellas personas dominaban algunos idiomas, y poseían tanta humanidad, nos confortaba no poco. Y, sobre todo, el signo de la cruz en aquel documento nos causaba una gran alegría, como si constituyera un presagio cierto de buena fortuna. Dimos nuestra respuesta en espaííol: "Que nuestro barco estaba bien, ya que nos habíamos encontrado mucho más con vientos suaves y contrarios que con tempestad alguna. Que respecto a nuestros enfermos,