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Descifrar las smart cities: ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
Descifrar las smart cities: ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
Descifrar las smart cities: ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
Libro electrónico275 páginas4 horas

Descifrar las smart cities: ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?

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Información de este libro electrónico

¿Qué queremos decir en realidad cuando hablamos de smart cities?

La smart city se ha convertido en un nuevo modelo urbano para pensar y diseñar las ciudades en la sociedad conectada. El creciente interés por las ciudades y su sofisticación tecnológica nos invita a comprender el impacto y las consecuencias de cuestiones como el big data, el urbanismo cuantitativo, las tecnologías cívicas o la regulación algorítmica. El presente libro quiere ofrecer preguntas y cuestionamientos críticos sobre el significado de las ciudades inteligentes y cómo darles un contexto urbano.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 ago 2016
ISBN9788491126393
Descifrar las smart cities: ¿Qué queremos decir cuando hablamos de smart cities?
Autor

Manu Fernández

Manu Fernández, Doctor por la UPV/EHU (2015) con la tesis La smart city como imaginario socio-tecnológico. Investigador y consultor de políticas urbanas, durante trayectoria profesional ha estado involucrado en proyectos relacionados con la sostenibilidad local y el análisis de las economías urbanas. Actualmente trabaja como profesional independiente desde su agencia Human Scale City en tres áreas: las estrategias de urbanismo adaptativo y de activación de espacios públicos, la intersección entre lo digital y lo social en la vida urbana desde una perspectiva ciudadana y, por último, el impulso de proyectos de dinamización económica en las ciudades. Autor del blog Ciudades a Escala Humana (www.ciudadesaescalahumana.org). Licenciado en derecho económico.

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    Vista previa del libro

    Descifrar las smart cities - Manu Fernández

    2016, Manu Fernández

    © 2016, megustaescribir

    Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda   978-8-4911-2640-9

       Libro Electrónico   978-8-4911-2639-3

    CONTENIDO

    Introducción

    La smart city, ¿algo más que una moda?

    1 El rastro digital de la vida en la ciudad

    2 El surgimiento de la ciudad inteligente como nueva utopía urbana

    3 Proyectos de ciudad inteligente. El despliegue práctico de la smart city

    4 ¿Qué queremos decir cuando hablamos de ciudad inteligente?

    5 Urbanizar la tecnología. El papel de la ciudadanía en la ciudad digital

    Bibliografía

    Informes citados

    Sobre el autor

    We may wish for easier, all-purpose analyses, and for simpler, magical, all-purpose cures, but wishing cannot change these problems into simpler matters than organized complexity, no matter how much we try to evade the realities and to handle them as something different.

    Death and life of the great American Cities, Jane Jacobs, 1961

    Looking at the history of technology literally puts us in our place by suggesting that rather than ending time, space, and social relations as we have known them, the rise of cyberspace amounts to just another in a series of interesting, but ultimately banal exercises in the extension of human tools. They are potentially very profound extensions, but not enough to warrant claims about the end of anything, other than the end of a chapter in a seemingly never ending story. Indeed, the history of technology suggests that this would be far from the first time that we have laid claim to the end of history, the end of geography, and the end of politics. Practically every substantial technological change has been accompanied by similar claims. The chant goes on: This changes everything. Nothing will ever be the same again. History is over, again and again and again.

    The digital sublime. Myth, power and cybersapce, Vincent Mosco, 2004

    Haríamos mucho mejor si esquivamos la consabida trampa del determinismo tecnológico ingenuo, renunciando a las simétricas formas de fatalismo propuestas por los papanatas de la tecnocracia y por los tecno-bufones cascarrabias y comenzamos, por el contrario, a desarrollar una perspectiva amplia, crítica, enfocada a la acción, sobre la realidad tecnológica, económica, social y cultural de lo que está pasando en realidad en nuestro alrededor y en estos momentos.

    e-topia, William Mitchell, 1999

    Podría decirte de cuantos peldaños son sus calles en escalera, de qué tipo los arcos de sus soportales, qué chapas de Zinc cubren los techos; pero sé ya que sería como no decirte nada. No está hecha de esto la ciudad, sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado.

    Italo Calvino, Las Ciudades Invisibles, 1972

    Introducción

    Este libro empezó a gestarse en 2008 con el descubrimiento de los primeros rastros de un término, el de ciudades inteligentes o smart cities, que entonces empezaba a ocupar espacio en los medios tecnológicos y, en menor medida, en los relacionados con temas urbanos. Desde entonces, el afán por entender qué propuesta estaba detrás de la smart city y la voluntad de querer hacerlo mediante breves intuiciones en mi blog han sido una mecánica constante. Este interés se transformó en 2013 en un proyecto de tesis doctoral un poco sui generis, realizado completamente fuera de la vida académica. Dicha tesis, La smart city como inaginario socio-tecnológico. La construcción de la utopía urbana digital, fue defendida a finales de diciembre de 2015 y constituye la materia prima con la que se ha construido esta publicación. La adaptación del texto para facilitar su lectura ha implicado la reducción al máximo de notas al pie, citas académicas y referencias, así como la limitación en la bibliografía utilizada. Por el camino se han podido perder matices, anécdotas y casos abordados en la investigación, pero confiamos en que este esfuerzo de síntesis mantenga la robustez del texto.

    No puedo dejar de mencionar en primer lugar algunas influencias básicas que iluminan el texto. Trabajos y reflexiones como los que aporta Adam Greenfield han sido inspiradores desde hace años, y una invitación a no conformarse con lo que el sentido común prefabricado nos pueda sugerir. La lectura de su último libro, Against the smart city, supuso un aliciente para desarrollar sobre él un marco de análisis más amplio, aunque seguramente no más certero ni contundente. El trabajo de Anthony Townsend, especialmente su libro Smart cities. Big data, civic hackers and the quest for new utopia, también supuso un nuevo estímulo para convertir mis escritos a un formato más estructurado. En los dos últimos años, el trabajo aportado por Rob Kitchin, en especial a través del proyecto de investigación The Programmable City, ha alimentado continuamente mis lecturas. Su producción académica supone uno de los esfuerzos más interesantes que se están realizando en nuestro ámbito. Nombres como Martijn de Waal, Dan Hill, Frank Kresin o Usman Haque también vienen a la memoria cuando pienso en las lecturas que más me han influido estos años y que han acabado estando presentes también en la tesis, puerta de entrada además para descubrir otros nombres como Alessandro Aurigi, Kate Crawford, Anne Galloway, Vincent Mosco, Paul Dourish o Genevieve Bell, influencias notables en diferentes partes del texto.

    Un lector acelerado que se acerque a este texto desde la necesidad de defender su posición, bien sea de tecno-optimista irredento o de tecnófobo quijotesco encontrará, seguramente, razones para sentirse molesto. No presentamos este libro como una batalla de posturas antagónicas; ni siquiera es una batalla, porque partimos de la presencia real, material, actual y decisiva de la tecnología habitualmente asociada a la ciudad inteligente. La batalla, en todo caso, no estará en dilucidar qué materializaciones tecnológicas equiparán nuestras ciudades y colonizarán cada vez más esferas de nuestra vida, sino en conservar la capacidad de modelar sus funciones para que se adecúen al sistema social que prefiramos.

    Así, ese mismo lector acelerado creerá que este es un texto sobre tecnología y no lo es. Ni siquiera es un texto con ambición de ser un estado del arte o una visión completa de todos los elementos relacionados con la smart city. Se trata, en cambio, de un texto de análisis crítico de la forma en que un imaginario construido a partir de un régimen discursivo concreto está tratando de modelar y hacerse presente en la realidad urbana. Si acaso, es un texto sobre las ciudades de nuestro tiempo porque, al fin y al cabo, de eso debería tratar el debate sobre la ciudad inteligente. Estamos ante un esfuerzo de sistematización sobre cómo se está dando forma desde el discurso institucional, las prácticas sociales y el progreso científico-tecnológico a nuevas dinámicas en la sociedad conectada. Asumimos tal posición de partida, pero sin falsa equidistancia. Este es un texto escrito desde el compromiso por una ciudad más democrática que permita el ejercicio pleno de las libertades que las tecnologías potencialmente pueden ofrecernos, desde el compromiso con una cultura científico-tecnológica al servicio de las demandas y necesidades sociales y de un panorama socio-político en profundo cambio, desde el compromiso por una gestión pública que favorezca un modelo de ciudadanía abierta y crítica y desde el compromiso por ciudades que merezcan la pena ser vividas.

    Hemos tratado de evitar, desde este compromiso, posturas de partida que impliquen una visión romantizada de la vida sin tecnología, por lo que esperamos que el lector no encuentre rastros de huida a un espacio ideal pre-tecnológico. Al contrario, el texto parte del reconocimiento de una realidad, por otro lado obvia, que da forma al día a día, y cualquier tentación tecnófoba haría de este texto un esfuerzo completamente ajeno a la realidad de nuestro tiempo. La presencia de los recursos tecnológicos que maneja la ciudad inteligente es real, y negar su capacidad de aportar grandes adelantos sociales sería una postura ciega e inútil. No se trata, por tanto, de una lectura de la ciudad inteligente como si la ciudad fuera un hecho ajeno al propio proceso tecnológico, de modo que no se trata tampoco de una disputa entre supuestos valores tecnológicos y supuestos valores humanos, posición que a veces se puede tomar desde la crítica tecnológica más insatisfecha con los planteamientos de la SC.¹ Sin embargo, sí nos situamos en una perspectiva que trasciende el propio análisis tecnológico (no se trata de una revisión o evaluación de especificaciones, de funcionalidades, de implementaciones,…), sino que sitúa su interés en la comprensión de la tecnología urbana como ensamblaje socio-técnico del que nos interesan sus consecuencias para el futuro urbano en sentido amplio y no sus innovaciones técnicas. Este libro no es, en definitiva, una valoración crítica de las tecnologías asociadas a la ciudad inteligente, sino un intento de construir una argumentación alternativa y crítica al despliegue del imaginario que hasta ahora se ha mostrado dominante. Situamos la cuestión no en si dichas tecnologías están o no bien diseñadas, sino cuestionando elementos previos que tienen que ver con la teoría social que encierran no los productos concretos en sí, sino el aparato (régimen discursivo) a través del cual encuentran acomodo material e ideológico en la ciudad.

    La smart city, ¿algo más que una moda?

    La ciudad contemporánea ha sufrido importantes transformaciones y seguirá sufriéndolas en las próximas décadas para continuar siendo el escenario del desarrollo colectivo. La emergencia de nuevas aplicaciones tecnológicas está modificando (y lo hará de forma que apenas hoy podemos intuir) muchos de los servicios urbanos clásicos y la forma en la que las instituciones públicas locales proveen esos servicios. Cualquier elemento consustancial a la gestión y a la vida urbanas está mediatizado hoy por el surgimiento de soluciones y aplicaciones tecnológicas de diferente signo que cambian completamente no sólo los servicios en sí, sino también la propia morfología urbana, la experiencia de la vida en la ciudad e incluso las oportunidades para nuevas formas de desarrollo local.

    La smart city está teniendo ya hoy capacidad de influir en la agenda urbana a través de estrategias, proyectos de implantación, inversiones y priorización de gasto público. Ciudades globales como San Francisco, Barcelona, Nueva York, Amsterdam, Montreal, Dublín, Londres o Singapur han aprobado en los dos últimos años documentos con diferentes títulos y ambición que buscan establecer una estrategia integral para la adopción de tecnologías inteligentes. Otras ciudades de menor tamaño y con menos focos a su alrededor también intentan encontrar su hueco proyectando o implantando proyectos tecnológicos para asociarse a la idea de la ciudad inteligente.

    Este término ha alcanzado desde 2011 un profundo interés en comparación con otros términos que en la última década han sido grandes referencias en la cultura general sobre modelos urbanos como la ciudad sostenible y la ciudad creativa. Quien más quien menos, en los tres o cuatro últimos años cualquier ciudadano/a ha podido encontrarse con titulares grandilocuentes sobre cómo su ciudad será la primera ciudad inteligente en España o será la primera en tener un cerebro inteligente a través de una nueva plataforma de datos, se habrá encontrado con eventos para emprendedores o sobre innovación social que trataban el tema de la ciudad inteligente, habrá visto algún reportaje destacando nuevos servicios digitales en su ciudad, etc. Aún más importante, en estos años esa misma persona habrá oído hablar de alguna nueva aplicación para su móvil a través de la cuál mantenerse informado de las actividades de su ayuntamiento, habrá recibido una carta de su compañía suministradora de electricidad ofreciéndole la instalación de contadores inteligentes, se habrá encontrado con algún poste de recarga de vehículos eléctricos, se habrá conectado a algún punto de conexión inalámbrica en una plaza pública o habrá notado el comportamiento extraño de las farolas de la calle, que se apagan y se encienden de manera aparentemente aleatoria. Aún más importante si cabe, esa misma persona habrá pasado estos años dejando el rastro digital allí por donde ha pasado: calles sometidas a sistemas de videovigilancia, el historial de su navegador, el GPS de su móvil, las innumerables transacciones con su tarjeta de crédito, etc. En todas estas situaciones ha estado participando, inadvertidamente y sin ser consciente de sus implicaciones, del magma amorfo de la vida en la ciudad inteligente.

    La SC se ha convertido en un lugar común del discurso urbano y la rapidez con la que se ha introducido en programas electorales, planes de actuación municipal y orientaciones estratégicas de empresas tecnológicas ha impedido una reflexión sosegada sobre sus implicaciones. La SC se enfrenta incluso a una confusión conceptual que no ha impedido, sin embargo, que tenga ya hoy capacidad de influir en la sociedad. No se trata de un objeto teórico ni una especulación sin reflejo material. Al contrario, el imaginario ha comenzado a materializarse y a determinar nuevas formas de organizar las infraestructuras urbanas básicas, nuevas prioridades de inversión y nuevas maneras de entender el gobierno de las instituciones públicas.

    La contestación crítica nació casi al mismo tiempo que las primeras referencias a la smart city. Robert Hollands se preguntaba ya en 2008 dónde encontrar en la realidad la ciudad inteligente que empezaba a aparecer en el lenguaje corporativo e institucional. Eran los primeros días de la fabricación de la idea de smart city como plasmación del ideal de incorporación de una nueva gama de tecnologías digitales en la ciudad. Tan sólo algunas empresas pioneras en revestir sus estrategias de marketing de un halo urbano habían comenzado a utilizar este término, fagocitando otros reclamos smart o propuestas en paralelo que buscaban aplicar una capa de tecnología digital a modelos de desarrollo urbano sostenible. Aún estaba por llegar toda una oleada de atención a las ciudades inteligentes que ha protagonizado en buena medida el debate sobre políticas urbanas en los últimos años.

    Ahora que podemos evaluar este periodo de crecimiento exponencial de la atención a este tema, la pegunta de si existe realmente una ciudad inteligente tal como se ha promovido podría tener la misma respuesta. No existe la smart city (SC) tal como se ha presentado en el discurso más establecido y que ha sido dominante en los últimos años. La consiguiente sensación de desilusión empieza a aparecer ante la frustración que genera un movimiento con tan pocos resultados prácticos y tanto confusión conceptual, aunque sí mucha influencia mediática y programática. Esta falta de concreción práctica no impide, en cualquier caso, reconocer su influencia en la agenda de las políticas urbanas, que de una u otra forma han visto cómo se ha instalado en ellas una concepción particular del significado de la esfera digital en la ciudad y del modelo de innovación urbana.

    De la misma forma, tanto esfuerzo discursivo tampoco ha conseguido ofrecer un consenso básico y compartido por las diferentes áreas de conocimiento relacionadas con la ciudad o para diferentes contextos urbanos ni ofrecer un relato coherente y entendible para la ciudadanía. Nos encontramos ante una propuesta de nuevo modelo de desarrollo urbano como continuación y evolución de términos previamente acogidos con igual entusiasmo (la ciudad creativa, la ciudad sostenible,…) en una larga historia de utopías y modelos teóricos urbanos. Se trata de la primera vez que un término que pretende marcar la agenda urbana prometiendo prosperidad emerge en un contexto de depresión y austeridad. Esto es especialmente significativo en el caso de los países del sur de Europa (España, Italia, Portugal, Grecia), contextos donde la retórica de la ciudad inteligente ha tenido un fuerte calado estos años. De esta manera, en un delicado contexto económico e institucional para las ciudades de nuestro entorno más cercano, la propuesta de la smart city ha sido acogida con un entusiasmo mucho mayor que en otros lugares (si bien ha sido significativa también su promoción en lugares tan dispares como India, China, Ecuador o Estados Unidos), convirtiéndose en un recurso discursivo predominante como modelo urbano de solución a la crisis, especialmente en una de sus argumentaciones básicas, la eficiencia. Esta apelación a la eficiencia operativa del funcionamiento de los servicios municipales ha sido significativa en países como España o Italia y ha favorecido el sostenimiento de un perfil activo en cuanto a nuevas propuestas para el mercado electoral en un tiempo de restricciones extremas en el gasto público, posibilitando así la apariencia y, en ocasiones la realidad (la mayor parte de las veces, gracias a financiación externa) de estar ofreciendo nuevas actuaciones para la ciudad. La SC ha funcionado así como discurso-promesa para ofrecer una vía de salvación a la situación generalizada de depresión de las políticas y la financiación municipal en regiones que sufrían un duro ajuste en sus expectativas. Junto a ello, el ambiente predominante de espectacularización acrítica en el que se desarrolla el actual contexto de adopción de innovaciones digitales ha sido crucial a la hora de explicar el surgimiento, emergencia, consolidación e influencia de un término que, apenas hace unos años era tangencial, especulativo y residual tanto en la esfera académica como en la mediática o la institucional.

    A pesar de todo ello, la ciudad digital es un marco de referencia necesario para pensar la ciudad contemporánea. Este libro, que supone una de las primeras aportaciones en forma de ensayo en la materia en castellano originalmente, quiere servir como aportación para un debate urgente.

    1 El rastro digital de la vida en la ciudad

    La emergencia de nuevas aplicaciones tecnológicas está modificando (y lo hace de forma que hace unos pocos años apenas podíamos intuir) muchos de los servicios urbanos clásicos y todas las esferas de la vida cotidiana en la ciudad. Pensemos en la recogida de residuos, el transporte y la movilidad, la generación, distribución y consumo de energía, el diseño de las calles y del mobiliario urbano, la información ciudadana, etc. En todos estos casos están surgiendo herramientas digitales de medicación que cambian completamente no sólo los servicios en sí, sino también la propia morfología urbana, la experiencia del uso de esos servicios y de la propia vida en la ciudad e incluso las oportunidades para nuevas formas de desarrollo local. De la misma manera, las formas de consumo, el acceso a la cultura, cómo nos movemos, buscamos direcciones o encontramos nuestro destino en la ciudad o la manera en la que recordamos, nos socializamos o buscamos información están mediatizadas por la esfera digital en sus diferentes formas.

    La vida en las ciudades está cada vez más determinada por las tecnologías digitales, de la misma forma que a lo largo de la Historia urbana la evolución de los entornos urbanos ha estado asociada a sus sucesivas instrumentaciones, desde la aparición de los primeros sistemas de alcantarillado a la iluminación eléctrica de la vía pública. Hoy esta instrumentación va adquiriendo características nuevas asociadas a la conectividad y las funciones digitales que hacen realidad corpórea las visiones que en décadas pasadas aventuraban una hibridación de los espacios físicos y digitales. La vida cotidiana es cada vez más una creciente interacción con objetos, plataformas y dispositivos conectados, muchas veces de manera inconsciente (el rastro digital que dejamos en el sistema público de alquiler de bicicletas, nuestra imagen captada por una cámara de video-vigilancia o el paso de un autobús urbano identificado por un sensor, por ejemplo) y otras de manera más consciente (buscando un lugar a través de la navegación GPS, conectándonos a una red de conexión inalámbrica en una plaza, pagando el estacionamiento, etcétera).

    "Quienes no pueden percibir la red no pueden actuar de manera efectiva dentro de ella y se encuentran sin poder", señala el artista James Briddle², indicándonos una de las características más trascendentales de esta realidad digital y el enorme reto que implica en términos ciudadanos. Desde termostatos en nuestra pared hasta sensores en el asfalto que pisamos, la vida diaria se va colonizando de dispositivos que organizan o mediatizan nuestras decisiones o incluso toman decisiones por nosotros mismos de manera subrepticia y, en muchas ocasiones, independientemente de nuestra voluntad. Desde cámaras de reconocimiento facial en las esquinas de nuestras calles hasta farolas que detectan la presencia de personas en la acera, dispositivos de control automático de las funciones de los servicios urbanos van siendo

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