CIUDADES VERDES, SENSIBLES E INTELIGENTES
La historia de la arquitectura habla de hombres y edificios, no de lugares, dice el historiador británico Anthony Sutcliffe. En unos tiempos de vertiginosos cambios, orquestados por la tecnología y acuciados por el cambio climático y la superpoblación, ¿cómo se verán transformadas las ciudades dentro de treinta o cuarenta años? ¿Cómo nos moveremos? ¿De qué forma trataremos nuestros residuos? ¿Debemos guiarnos por lo que nos cuenten los arquitectos con sus diseños futuristas? O por el contrario, ¿son las necesidades de la gente lo que al final da forma a las ciudades? Quizá los habitantes de los lugares seamos, al fin y al cabo, quienes acabamos modelando su arquitectura.
En 1880, Nueva York tenía que retirar unos 15000 cadáveres de caballos, dejados en las aceras por sus dueños, por no hablar de miles de toneladas de excrementos que ensuciaban la ciudad. En 1905, poco después de la invención del automóvil, una cuarta parte del tráfico urbano se hacía en bicicleta. Pero estos vehículos de dos ruedas eran tan caros que solo eran asequibles para las clases altas.
El industrial Henry Ford declaró en su momento que el futuro residía en los coches, que permitirían a los trabajadores abandonar los centros urbanos para vivir en los barrios. No se equivocó. En 1939, en la Exposición Universal de Nueva York, los altos ejecutivos de General Motors coincidían en afirmar que todo aquel que renunciase a poseer un automóvil estaría en contra del sistema y sería, por tanto, antiamericano. Los ingenieros de la época creían que la urbe del futuro sería vasta, hecha de edificios gigantes que se conectarían mediante carreteras colgantes. El tráfico discurriría por túneles subterráneos y por el aire. Pero en esto último fallaron estrepitosamente.
Decían que los helicópteros serían capaces de maniobrar entre
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