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La buhardilla del abuelo
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Libro electrónico50 páginas37 minutos

La buhardilla del abuelo

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Información de este libro electrónico

Felipe descubre en la buhardilla de la casa de su abuelo científico una información secreta que le permitirá hablar con los animales. Se acercará al zoológico para ponerla en práctica, pero su falta de experiencia le lleva a cometer muchos errores: algunos animales no le entienden, unos se asustan y otros se enojan.
A pesar de que no le interesa meterse en problemas tiene dificultades con varios compañeros del colegio: con Marcos y Alejandro no logra ponerse de acuerdo y a Victoria le molesta su interés por los animales.

Un cuidador del zoo y su maestra le ayudarán a que resuelva sus problemas. Felipe irá comprendiendo poco a poco y al final descubrirá que tiene una importante misión entre manos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 oct 2014
ISBN9781311290441
La buhardilla del abuelo
Autor

Fernando Otero

Nací en la ciudad de Montevideo, Uruguay.En mi casa teníamos distintos animales y me gustaba cuidarlos. Pienso que por eso estudié veterinaria. En cierta oportunidad me invitaron a dar clases de biología y me gustó tanto la docencia que nunca la abandoné. Espero que no se rían, pero actualmente llevo más de veinticinco años siendo profesor.He trabajado como directivo de centros educativos y he desarrollado una intensa actividad como asesor académico en Colombia, Paraguay y Uruguay.Tanto en los talleres de ciencias naturales que realicé con alumnos pequeños, como al dar clases de biología en bachillerato, me fui dando cuenta que el conocimiento y el amor por la naturaleza que nos rodea ayudan a mis alumnos a ser más comprensivos entre ellos facilitando la empatía y a valorar sus diferencias.El trato y la amistad con cientos de estudiantes adolescentes me ayudó a conocer sus inquietudes, sus dudas y sus éxitos.

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    Vista previa del libro

    La buhardilla del abuelo - Fernando Otero

    El gran descubrimiento

    Comprobando las contraseñas

    El alumno preferido del abuelo

    No todos somos iguales

    Hablando con el corazón

    El brazo enyesado

    Una carta inesperada

    A la espera de una novedad

    ―Acabo de comerme seis bananas bien maduras –comentó el viejo orangután sentado tranquilamente en el suelo de su jaula.

    ―Me alegra que te hayan gustado – dijo sonriendo el guardián-. Las elegí expresamente aunque espero que no te venga una indigestión.

    ―Sabés que las bananas me encantan –sonrió el orangután satisfecho mientras se rascaba su abultado abdomen-. La culpa de los dolores de panza la tienen los caramelos que me traen los chicos.

    ―No busques excusas, nos conocemos desde hace mucho tiempo y sé que eres el animal más goloso que existe – contestó el guardián.- Tendrías que controlarte más, así los lunes no tengo que curarte de los empachos de los domingos.

    ―Bueno, bueno… no es para tanto. Los chicos son tan simpáticos que no puedo rechazar sus regalitos –aclaró el orangután para defenderse de su glotonería.

    El guardián sonrió con cariño mientras lo veía treparse por una cuerda y hamacarse con energía. Sabía por experiencia que seguiría comiendo golosinas a pesar de sus consejos. Con paso lento fue caminando hacia la zona de las aves; le encantaba pasar por allí porque tenía oportunidad de charlar un buen rato.

    ―¡Dulce… dulce… jugoso…! –dijo el guardián mientras colocaba gajos de frutas a través del tejido-. ¿Tienen alguna novedad?

    Los loros, las cocotillas y los guacamayos, gritando de alegría se acercaron a la fruta trepando con sus picos ganchudos por los alambres como quien escala una muralla.

    Todos se pusieron a hablar al mismo tiempo: los guacamayos con su voz grave y fuerte se quejaron de que tenían poco espacio para volar; las cocotillas indignadas protestaron porque las demás le quitaban la comida y los loros parlanchines se pusieron a criticar a los visitantes que los molestaban con sus ruidos raros.

    ―Deben entender que éste no es el lugar ideal para ustedes –dijo el guardián comprensivo-. Tendremos que buscar una solución. ¡Si yo pudiera!

    ―No te aflijas –dijo una cocotilla comprensiva-. Vos sos el único que nos entiende y siempre es bueno desahogarse con un amigo.

    El guardián trató de sonreír pero no pudo. Las palabras de la cocotilla le hicieron recordar el secreto escondido. Cuando él ya no estuviera, muchas cosas importantes iban a desaparecer para siempre.

    A pesar de su tristeza, trató de animar a los animales contándoles historias sobre bosques, montes y selvas. Ellos nunca conocerían otros lugares: habían nacido allí y vivirían siempre de ese modo.

    Después de media hora de conversación las aves estaban más alegres, sin embargo el guardián continuaba melancólico. Miró al sol que comenzaba a ocultarse y después de despedirse de las aves, comenzó a caminar hacia la salida.

    El tigre lo vio llegar desde lejos y se acercó a los barrotes. A pesar de ser la hora de cierre y sentirse triste, no pudo dejar de conversar con el bello animal.

    ―Rojo… rojo… caliente –comenzó diciendo el guardián y se paró frente a la jaula-. Mirá que es tarde y van

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