Memorias De Claude Couffon
Por Lina Zerón
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Al escribir este libro sentí que convivía con los poetas y narradores del boom latinoamericano, casi como si estuvieran vivos. Ha sido un placer ir descubriendo nombres, obras, sentimientos, anécdotas simpáticas de los favoritos, con su traductor el francés, Claude Couffon. Así mismo convivir con él fue fascinante; es un hombre siempre optimista, amable, sensible y con una vida muy rica en todos aspectos. Este libro también fue un descubrimiento de exploración de ese mundo inhóspito y bello llamado Claude Couffon, tan importante y tan decisivo para que el boom latinoamericano aconteciera, y tan injustamente olvidado, perdido en el bosque de los grandes nombres a veces tan espeso, como para no permitir filtrar entre sus condecoradas ramas la luz del reconocimiento al gran aliado secreto, al traductor invisible, al periodista atrevido, al promotor, al compañero, al amigo incondicional, Claude Couffon.
LINA ZERÓN
Lina Zerón
Nació en México, D.F. en 1959. Poeta, Narradora, Periodista Cultural, Promotora Cultural, Traductora de poesia del Inglés al español.Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, catalán, portugués, servio, ruso, esloveno, italiano, árabe, rumano, holandés, mongol, hebreo y persa.Cuenta con numerosos reconocimientos, entre ellos: Trofeo y Reconocimientos por parte del Parlamento Andino. Distinción otorgada por primera vez a un extranjero, Perú, Noviembre 2009.Trofeo y galardón del Colegio de Periodistas del Perú por su labor como Periodista Cultural. Perú, Octubre 2009. Profesora Honoraria de Escuela de Posgrado por la Universidad Daniel Alcides Carrión, Perú, 2008. Doctora Honoris Causa por la Universidad de Tumbes Perú, 2007. Su poema Un Gran País cuenta con diescisiete traducciones y aparece en el libro de Texto: “Curso de Literatura y Lengua Española” Décimo curso, en Nicaragua, a partir del 2006. Vocal de la Academia de Extensión y Difusión de la Cultura en la Facultad de Estudios Superiores “Zaragoza”, de la Universidad Nacional Autónoma de México. “Presea Guerrero Águila” por el Círculo de oradores de México. Junio 2005. Medalla de Oro a la poeta extranjera mas valiosa, en Montevideo, Uruguay, 2003. “Mujer del Año 2002” en el Estado de México por su trayectoria poética. Poeta de honor en los talleres de traducción de Claude Couffon, Bretaña, Francia, 2002.ENTRE SUS LIBROS DE POESÍA:1.- To Wreck the Whirlwind with a Glance, Selected poems by Lina Zerón, first published in the U.S.A by Brown Turtle Press, Inc. 2009.2.- Consagración de la Piel, segunda edición, Ed. Unión y UNEAC, La Habana, mayo 2008.3.- Música de Alas al Viento, poemas de amor, UNAM, México junio 2008. 4.- Mágicos Designios, Selección poemas de amor. Ed. Colectivo Cultural Morelia, Michoacán, México.5.- La Herida Invisible, breve antología, Ed. Café México, febrero 2008. 5.-6.-Antología Imprescindible, Ed. Mago, Chile, 2007.7.-Consagración de la piel. Ed. Atenas, Barcelona, España, julio 2007. 7.-8.-Ciudades donde te nombro. Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba, mayo 2005.9.-Nostalgia de Vida, Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba, mayo 2005.10.-Un cielo crece en el fondo de tus ojos, ed. Bilingüe, francés-español Ed. La Barbacane, Lyon, Francia, 2004.11.-Vino Rojo: Ed. Unión y UNEAC, La Habana Cuba 2003,12.-Moradas Mariposas, Ed. Abril y UNEAC, La Habana Cuba 2002, 13.-14.-Zweierlei Haut, edición bilingüe, alemán-español, Ed. Flor y Piedra, Berlín, Alemania, 2001,15.-Rosas Negras para un Ataúd sin cuerpo, Ed. Stel Blau, Barcelona, España, 2000,16.-Espiral de fuego, L’Harmattan, París, 1999,NOVELAS:1.-Posdata para Ana, Primera Edición Ed. Unión y UNEAC, La Habana, Cuba, 2003,2.-Detrás de la Luz, Primera Edición, Amarillo Editores, 2008.3.- Memorias de Claude Couffon. Praxis editores, México 2010.Versión Digital, Editorial Emooby, Portugal 2011CUENTOS:1.-Minicrónicas de Listón y Otros Cuentos. Ed. Nido de Cuervos. Lima, Perú, 2006. Segunda edición por amarillo Editores, México, 2007
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Memorias De Claude Couffon - Lina Zerón
EL PRIMER CONTACTO
A principios de 1999, llegó una carta a mi casa en México, era un sobre convencional, pero reconocí los sellos. Había enviado una cantidad suficiente de cartas desde París, como para olvidar aquellas pequeñas obras de arte en papel engomado. En seguida me vino a la cabeza una lista de nombres, amistades que con los años he cultivado en la capital francesa. Giré el sobre en busca del remitente, pensando que podía ser Phillippe Burin, Jorge Tafur, Diana Lichy, o cualquier otro. Para mi sorpresa, no era de ninguno de ellos, sino del traductor francés Claude Couffon. Me temblaban las manos al abrirla y aún tuve un segundo para reprocharme conducta tan infantil. Claude decía que le habían hecho llegar el que era mi más reciente libro de poesía, La espiral de fuego, traducido por Philippe Burin de Roziers. Pedía mi consentimiento para incluir cinco poemas en la antología de poetas mexicanos del siglo XX que estaba por terminar para la editorial Patiño.
El nombre no me era desconocido. Un año antes, la poeta colombiana Miryam Montoya, que conocí en París, me comentó sobre la obra y beneficios para los latinoamericanos de monsieur Couffon, y que debería ponerme en contacto con él. Me dio su dirección, que yo apunté en un trozo de papel casi por compromiso y sin ninguna intención de utilizarla y que aún debía habitar esa zona inhóspita, a veces salvaje, de mi escritorio. Aparte, estaba muy ocupada con las tareas pendientes siempre aplazadas, hasta que un día el papel volvió a mis manos, cuando se interpuso en la búsqueda de unas notas que había hecho el mes anterior para una reseña en un periódico. El papel todavía vagó un par de días más por encima de mi mesa, mientras me decidía responder. En ese entonces, mi libro ya estaba por salir editado por L’Harmattan, y me encontraba inmersa en todo el ajetreo que siempre conlleva una publicación. Nunca pensé que Couffon respondería. De todas formas le envié un original del poemario a su casa de Nogent-Sur-Marne, a las afueras de París, sin saber que él vivía la mayor parte del año en Flers, Normandía, y que no lo iba a recibir, de lo que me enteraría después. Así pasó el año. No recordaba nada de aquello, ya que hacía tiempo había dado la gestión por perdida y me conformaba con que mi original formase pila con los demás libros en su biblioteca, pero un buen día otra carta con los sellos de París llegó a mi casa. Era de nuevo Claude Couffon enviándome todos sus datos para que me pusiera en contacto con él y nos viéramos en la Ciudad Luz cuando yo regresara. Se trataba de una carta amable. Deseaba conocer el resto de mi obra. Miré el reloj, haciendo mentalmente el cálculo de las horas, debía ser de noche en París como para llamarlo en ese momento. Al día siguiente me comuniqué con él asegurándole que iría en junio al Mercado de la Poesía. En ese instante me dio una cita en los jardines de Luxemburgo a las doce del día, así, con esa imprecisión.
Hacía mucho tiempo que no iba al parque, un elegante jardín con niños corriendo por todos lados y viejos que juegan al ajedrez.
Llegué a la puerta de acceso. Pensé: ¿Y ahora? Las arboledas se abrían largas a mi rededor. La imagen era encantadora y me sentí seductoramente cómoda. Qué pena no tener quince años y un novio con quien pasear tomados de la mano. Romanticismo aparte, si tenía que recorrer todo aquello, podía pasarme todo el día buscando. Debe haber un restaurante o cafetería. Caminando sin rumbo fijo di con un kiosko con mesas de madera vieja y bordes metálicos tan viejos como la madera. En junio hace bastante calor en París, por lo tanto muchísima gente visita los parques para tomar el sol bebiendo una cerveza o una copa de vino blanco, bien fresco. Me preguntaba si no sería muy atrevido pedir una cerveza en vez de un café. No recordaba a Couffon. Lo ví alguna vez dando charlas o presentando libros en la Casa de América Latina pero siempre de traje, corbata y anteojos. Hacía más de un año que nos encontramos por casualidad, me lo presentaron en un pasillo cuando yo desconocía su importancia y trayectoria, así que mi mente tenía escondido su recuerdo. Decidí sentarme a esperar con mi pila de libros, muy atenta a los paseantes. Pedí la cerveza.
Cada señor de edad que pasaba me hacía voltear. ¿Será éste o ese? Se acercaba un hombre con camisa de flores en tonos amarillos y cafés, un pantalón beige, erguido, jacarandoso, parecía que iba cantando algo, su paso era acelerado, lo miré fijamente enviándole señales telepáticas para que reparara en mí y suspiré cuando se acercó con la deseada pregunta: ¿Usted es madame Lina Zerón?
Aliviada respondí afirmativamente. Después de quince minutos de espera y como media hora de angustia, no tenía deseos de explayarme. Extendió la mano y apretó la mía. Sonaron dos besos. Tomó asiento y comenzamos a charlar de manera abierta y clara, como si nos conociéramos desde siempre. Creí que era más vieja
, dijo sonriendo. Pues si es un elogio, resulta bastante malo, respondí, fingiendo torpemente un enojo. Bueno, por su poesía supuse que tendría unos cincuenta o cincuenta y cinco años
, espetó, sin darle la mayor importancia a mi malestar de hojalata.
Era el maestro analizando a la pupila. Me prometí ser buena chica y permitir que me examinara. Yo creí que usted era más joven, contesté al fallido piropo con la mejor de mis sonrisas. Él rió de buen grado. Con su cara rosada tenía aspecto de campesino europeo, de esos que te encuentras en los mercados de los pueblos, pero si una le ve a los ojos, sabe que no debe dejarse engañar. La viveza de su mirada hacía de aquella enorme cara oronda, un aspecto vivaz, trasparentando una inteligencia de la que luego sería testiga.
De repente, comenzó a hablar con los ojos perdido en un lejano pasado: Me gustaba venir a este parque con el gran y ya viejo poeta Paul Fort. El vivía en un modesto apartamento, en el piso bajo de una casa de la rue Gay-Lussac, frente al Instituto de Estudios Hispánicos donde yo trabajaba. Me parece que allí no había más que una cama destartalada, una mesa de trabajo llena de libros que tenía que dedicar, y una gata gorda que me saltaba a la espalda y se ponía a ronronear mientras me clavaba las garras en la piel. Paul Fort echaba sobre sus hombros una capa negra, anudaba en el cuello un pañuelo del mismo color, se cubría la cabeza con una boina también negra, y bajábamos la calle Gay-Lussac hacia el Luxemburgo vecino, saludados respetuosamente por gente que le reconocía. Empezaba a contarme recuerdos de su extraordinario pasado en el que había sido Príncipe de los poetas. ¡Qué modestia! ¡Qué humor! ¡Qué pasión creativa! Él me dedicó una de sus baladas;
En Montléry, camino a España… Montléry era un pueblo cerca de París, ahí tenía una finca grande, a donde iba a pasar los fines de semana…
Le fui dando los libros con una dedicatoria, él los abría y hojeaba. Yo esperaba un juicio como: Está muy bien, o muy mal, sin embargo, lo único que salió de su boca fue un: Bueno, ahora vayamos al Mercado de la Poesía
, desafiandome con un brillo malicioso en los ojos: Ya verá lo que es entrar conmigo a ese sitio
. Qué petulante, pensé.
Llegar a la Plaza de Saint-Sulpice con él, efectivamente fue distinto que el año anterior. Cantidad de personas se acercaron a saludarlo. Caminaba rápido regalando sonrisas y besos. Yo iba a su lado, me pidió que lo tomara del brazo para evitar que lo detuvieran, y así lo hice. Recorrimos varios stands donde saludaba y conversaba unos minutos. También, mis amigos estaban tan sorprendidos como yo al verme con el gran Claude Couffon, que ya se presentaba como mi traductor. Nadie atinaba a pensar que recién nos habíamos conocido o qué había sucedido en esos tres meses que tardé en regresar a París, ni cómo había conseguido hacerme de los servicios del mejor traductor de Francia.
Al principio, me daba consejos para luego contarme sus recuerdos, una cosa llevaba siempre a la otra. Cualquier palabra, verso, imagen lo enviaba de regreso al pasado, un tiempo que parecía extrañar a medias. Siempre había algo, como una sombra, que intoxicaba el regreso, a veces esa sombra se hacía tan opaca que cortaba el viaje de golpe. Otras, era tan fuerte aquello, que malograba la cita, se excusaba por estar cansado y se marchaba con su gran cuerpo calle abajo. En ocasiones me quedaba mirándolo y me daba la impresión de que huía de algo. Desde entonces, cada vez que regreso, nos encontramos para asistir a eventos, comer, saludar a los amigos. Así me convertí, sin darme cuenta, en una especie de asistente de vez en vez. Luego, la poeta invitada a recitales o simplemente su compañía, oídos, hombro, sus ojos. Cada vez ganaba más familiaridad con él, también sus recuerdos se hacían más profundos, ya no era éste o aquel premio Nobel, también era su niñez, su juventud, la guerra...
No pretendo hacer un recorrido en orden cronológico, pero trataré de dar un seguimiento de cómo ocurrieron los hechos según los fui escribiendo en mi vieja computadora de entonces. Al poco tiempo de conocernos, empezamos a trabajar juntos en diversos proyectos.
En mis estancias en París, Claude normalmente pasaba temprano por mí al hotel Mistral, donde me alojo cada vez que voy. Está en la 24 Rue de Cels, en Montparnasse, atrás del cementerio donde habitan Julio Cortázar, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. Éstos dos últimos vivieron dos años en el Mistral durante la resistencia francesa, en la Segunda Guerra Mundial, la temporada más larga que estuvieron juntos. A la entrada del hotel, hay una placa de cemento con los nombres de ellos, y en el lobby, una foto de ambos. A mí me encanta mirarla, no sé cuánto hay de subjetivo; por detrás de la seriedad, están muy felices viéndose el uno al otro. Los miro siempre que paso camino a la cocina para tomar algún yogurt o una pieza de fruta. Hace tiempo que hice del Mistral mi casa en París. Ike, el encargado, y Nicole, la gerenta, me adoptaron de prisa y siempre que me hospedo ahí me siento en familia. Todos conocen también a Claude, lo estiman, cuando va por mí y no estoy, le ofrecen café o lo pasan a mi cuarto para que descanse mientras llego.
En esa visita a París, en 2001, Claude me pidió que fuera con él a la Biblioteca de América Latina ¿Me ayudas en la biblioteca a buscar algunos autores, entregar unos libros y luego comemos?
Me pareció un programa perfecto. En verdad las traducciones me cansan un poco, así que lo tomé como un descanso, como cuando hace buen clima y el profesor saca a los alumnos al patio para dar la clase sobre el pasto.
Siempre que podía, iba con él a la biblioteca a buscar la información de los autores que necesitaba para las antologías en ciernes. Las fichas bibliográficas tienen letras pequeñas y los ficheros no están diseñados para gente de la tercera edad. Cada vez le cuesta más trabajo leer los datos que parecen estar perdidos en medio de un enorme campo blanco. Los lentes nuevos, después de la primera operación, no son suficientes. La diabetes ha minado mucho su vista, los años tampoco ayudan. Inclinarse hasta donde se encuentran las cajas de madera que contienen la información es toda una odisea. ¿A quién se le habrá ocurrido ponerlas casi a ras de suelo? Estuve por recriminar a los bibliotecarios la falta de accesibilidad, pero eso hubiera humillado a Claude, que se tomaba con humor sus limitaciones, ya que prefería trabajar con las técnicas de los estudiantes de la década de 1970 que aprender la tecnología del siglo XXI. Nunca lo convencí de utilizar una computadora y menos de adentrarse en los territorios de la comunicación vía Internet. La antología argentina que preparaba era una tarea ardua, tan difícil como su actual vida. Pero su pasión siempre ha sido la literatura. Desde que publicó su artículo sobre la muerte de García Lorca, a los veintiséis años, haciéndose inmediatamente famoso, comenzó a traducir a escritores reconocidos. Rafael Alberti le siguió a Lorca. Claude me comentó que cuando Alberti regresó a España en mayo de 1977, al bajar del avión declaró muy poéticamente: Me fui de España con el puño cerrado porque era tiempo de guerra y vuelvo con la mano abierta, tendida a la amistad de todos
. Él fue quien le presentó a Picasso.
Por 1951, después de la divulgación de mi artículo sobre la muerte de Federico, yo que era un joven totalmente desconocido, se me reveló el mundo, ya que se publicó en muchos periódicos extranjeros, en particular en los de América Latina, y es cuando me escriben esos dioses que yo leía y que pensaba nunca iba a conocer. El primero fue Neruda, después fueron Alberti, Miguel Ángel Asturias, Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda, que estaba en México. Me enviaron libros y nos encontrábamos cuando pasaban por París, así fue como me percaté (yo pensaba que era un poeta) que la poesía de ellos era muy superior a la mía, que no se podía comparar, y decidí traducirlos y darlos a conocer en Francia
.
En esa época, había pocos escritores latinoamericanos conocidos, salvo Neruda y Miguel Ángel Asturias. Antes de la Segunda Guerra Mundial, ciertos hispanistas franceses como Valery Larbaud, Francis de Miomandre, Georges Filamont o Mathilde Pomès, se preocupaban por esa literatura que parecía muy grande para ellos y empezaron a difundir en Francia obras de Mariano Azuela, Ricardo Güiraldes y Enrique Larreta. Es cuando publicaron al ecuatoriano Jorge Icaza, porque él representaba la visión indígena de la explotación del indio en América Latina, en un tiempo en que Francia y Europa estaban muy preocupadas por lo social, era la época de los gobiernos de Frente Popular
.
"Icaza, con la novela Huasipungo (1934), hizo que las autoridades ecuatorianas se arrepintieran de haber censurado su anterior obra teatral (El dictador), pues el libro constituyó no sólo una tremenda crítica a la actitud de los terratenientes respecto de los indígenas sino que, además, tuvo un enorme éxito entre el público y fue traducida a varios idiomas. Creo que está considerada como la obra ecuatoriana más famosa y es la novela indigenista por antonomasia, donde se describe cómo las pequeñas propiedades que los terratenientes entregaban a los indígenas en compensación por su trabajo, les eran robadas más tarde por los mismos terratenientes, y cuando aquéllos protestaban por el atropello, los asesinaban. Crítica despiadada de los abusos del capitalismo y de la explotación de los indígenas, Huasipungo fue recibido con desagrado por las clases más pudientes de la sociedad ecuatoriana y por la Iglesia, y muchos lo criticaron afirmando que era un libro pobremente construido y escasamente interesante, mientras que otros alabaron la fuerza y la belleza del lenguaje, y