Todos somos normales hasta que nos conocen
Por John Ortberg
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John Ortberg
John Ortberg is teaching pastor of Menlo Church and author of many books, including God Is Closer Than You Think.
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Comentarios para Todos somos normales hasta que nos conocen
67 clasificaciones4 comentarios
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Easy to read, upbeat and humorous. Worked well for a small group setting. Although not terribly profound there were parts that sparked introspection.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Very good insight as to how to make your relationships (all kinds) more meaningful.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Love it! This book's title made me laugh. There are places in the book that did as well, but the real treat is the wonderful wisdom and insight the author brings to the page. I found myself highlighting passages and wanting to read them aloud to someone!
- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Mixed feelings about this one. The basic concept behind the book is sound: we are all flawed, we must accept that in each other, and point ourselves towards God. It had a few profound spots, but mostly didn't seem like enough material for a book.
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Todos somos normales hasta que nos conocen - John Ortberg
La misión de EDITORIAL VIDA es proporcionar los recursos necesarios a fin de alcanzar a las personas para Jesucristo y ayudarlas a crecer en su fe.
ZONDERVAN
© 2004 Editorial Vida
Miami, Florida
Publicado en inglés bajo el título:
Everybody's Normal Till You Get to Know Them
por The Zondervan Corporation
© 2003 por John Ortberg
All rights reserved under International and Pan-American Copyright Conventions. By payment of the required fees, you have been granted the non-exclusive, non-transferable right to access and read the text of this e-book on-screen. No part of this text may be reproduced, transmitted, down-loaded, decompiled, reverse engineered, or stored in or introduced into any information storage and retrieval system, in any form or by any means, whether electronic or mechanical, now known or hereinafter invented, without the express written permission of Zondervan.
ePub Edition August 2009 ISBN: 978-0-829-78154-0
Traducción: Andrés Carrodeguas
Edición: Madeline Diaz
Diseño interior: A&W Publishing Electronic Services, Inc.
Diseño de cubierta: Jaime DeBruyn
Reservados todos los derechos
ISBN: 0-8297-3858-4
Categoría: Vida cristiana / Crecimiento espiritual
Impreso en Estados Unidos de América
A Rick Blackmon,
que me conoce a la perfección
y a pesar de todo me estima.
CONTENIDO
Title Page
Copyright Page
Reconocimientos
PRIMERA PARTE: «¿ NORMAL? ESO NO EXISTE, AMIGO»
1. El dilema del puercoespín
2. La maravilla de la unidad
3. La confraternidad de la esterilla: la verdadera amistad
SEGUNDA PARTE: CÓMO ACERCARSE
SIN HACERSE DAÑO
4. A rostro descubierto: La autenticidad
5. Suelte esas piedras: La aceptación
6. El arte de leer a la gente: La empatía
7. Vale la pena luchar por la comunidad: Los conflictos
TERCERA PARTE: LOS SECRETOS DE
LAS RELACIONES FIRMES
8. La cirugía espiritual: El perdón
9. El don que nadie quiere: El enfrentamiento
10. Romper barreras: La inclusión
11. El secreto de un corazón amoroso: La gratitud
12. Normal al fin: El cielo
Fuentes
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RECONOCIMIENTOS
Si bien es cierto que de alguna forma todos los libros son producto de la comunidad, esto es especialmente cierto cuando el libro se refiere a la comunidad.
Mi agradecimiento a los que leyeron el original completo o en parte y me ofrecieron sugerencias para mejorarlo: Becky Brauer, Mindy Caliguire, Bill Donahue y John Ortberg Sr. Es un gozo que Tiffany Staman sea al mismo tiempo mi ayudante administrativa y mi prima, ella añadió en muchos sentidos más valor al texto de este libro de lo que podría contar. Jack Kuhatschek es todo lo que un autor puede esperar de un editor: alguien que da ánimo, una persona sabia, crítico y amigo.
Como siempre, Nancy ha sido una paciente caja de resonancia y la compañera incesantemente enérgica en el proyecto de la vida.
Laura, Mallory y Johny me hicieron un valioso regalo que nunca habría esperado: no son solo unas personas sobre las cuales escribir (peligro inherente al oficio para todos los hijos cuyos padres escriben), sino unas personas por las cuales escribir.
PRIMERA PARTE
«¿ NORMAL?
ESO NO EXISTE,
AMIGO »
9780829738582_content_0011_004CAPÍTULO 1
EL DILEMA DEL
PUERCOESPÍN
Para poder empezar donde estamos, debemos reconocer que
nuestro mundo no es normal, sino que solo es lo común y
corriente en estos momentos.
DALLAS WILLARD
La comunidad es el lugar donde vive siempre la persona con
la que usted menos quiere vivir.
HENRI NOUWEN
Hay ciertas tiendas donde existe una sección de mercancías dispo-nibles a precios muy reducidos. La advertencia que recibe el clien-te es una etiqueta especial que se ve en todos los artículos que se encuentran en esa sección. Todas las etiquetas llevan las mismas palabras: tal como está.
Es una forma eufemística de decir: «Estos artículos están da-ñados ». Algunas veces los llaman ligeramente irregulares. La tienda le está haciendo una advertencia razonable: «Este es el departa-mento donde están las cosas que tienen alguna falla. Aquí va a en-contrar defectos: una mancha que no sale, una cremallera que no funciona, un botón que no cierra… algún problema habrá. Estos artículos no son normales.
»No le vamos a decir dónde está el defecto. Usted va a tener que buscarlo.
»Pero sí sabemos que existe. Así que cuando lo encuentre —y lo va a encontrar— no acuda a nosotros quejándose y lloriquean-do. Porque cuando se trata de la mercancía que está en este rincón de la tienda, hay una regla fundamental: No hay devoluciones. No se devuelve el dinero. No se cambia la mercancía. Si estaba bus-cando perfección, se metió en el corredor equivocado. Fuimos jus-tos y se lo advertimos. Si quiere este artículo, solo hay una forma de obtenerlo. Usted debe llevárselo tal como está».
Cuando tratamos con seres humanos estamos en el rincón de los «tal como está» del universo. Piense un instante en alguien que tenga que ver con su vida. Tal vez en la persona que usted mejor conoce, o que más ama. Esa persona es ligeramente irregular.
Hay una pequeña etiqueta puesta en esa persona: Aquí hay un defecto. Una tendencia al engaño, una lengua cruel, un espíritu pasivo, un temperamento sin control. No le voy a decir dónde está, pero allí está. Así que cuando lo encuentre—y lo va a encontrar— no se sorprenda. Si quie-re entrar en una relación con esta persona, solo hay una forma: «Tal como está».
Si andaba en busca de la perfección, se ha metido en el pasillo equivocado.
Nos sentimos tentados a vivir bajo la ilusión de que en algún lugar hay gente normal. En la película As Good As It Gets [Mejor Imposible], a Helen Hunt la atormentan unos sentimientos ambi-valentes hacia Jack Nicholson. Él es bueno y generoso con ella y con su hijo enfermo, pero también tiene agorafobia, obsesiones compulsivas y ofende almáximo. Si se midiera en kilómetros la ru-deza, él ya andaría por Texas. En medio de su desespero, Helen ter-mina gritándole a sumadre: Todo lo que quiero es un novio normal.
Su madre le responde comprensiva: Sí, mi amor, todo el mundo quiere uno. Pero eso no existe.
Cuando comenzamos una relación con la ilusión de que las personas son normales, nos estamos resistiendo a la verdad de que no lo son. Hacemos incesantes intentos por arreglar a la gente, controlarla, o fingir que es lo que no es. Una de las grandes señales de la madurez consiste en aceptar la realidad de que todos venimos «tal como estamos».
Dietrich Bonhoeffer decía que las personas entran en las relacio-nes con sus propios ideales y sueños particulares sobre el aspecto que debería tener esa comunidad. Sus palabras son sorprendentes:
Pero la gracia de Dios frustra enseguida todos esos sue-ños. Nos abruma una gran desilusión con los demás, con los cristianos en general y, si somos afortunados, con nosotros mismos, con tanta seguridad como que Dios nos quiere llevar a comprender lo que es la comu-nidad cristiana genuina… Mientras más pronto les lle-gue este momento de desilusión a la persona y a la co-munidad, mejor para los dos… Aquellos que aman más a la comunidad cristiana con la que sueñan que a la co-munidad cristiana en sí, se convierten en destructores de esa comunidad cristiana, aunque sus intenciones ha-yan sido siempre sinceras, serias y sacrificadas.
Todos somos raros
Por supuesto, lo más doloroso de todo es darme cuenta de que yo tam-bién estoy en el departamento de artículos defectuosos. A lo largo de toda la historia, los seres humanos nos hemos resistido a dejarnos poner esa pequeña etiqueta. Tratamos de dividir el mundo en dos grupos: la gente saludable y normal (como nosotros) y la gente difícil. Hace algún tiempo me llamó la atención el título de un artículo en una revista: «Mujeres totalmente normales acechan a sus antiguos novios».
La frase que me impresionó fue «mujeres totalmente norma-les ». ¿Qué aspecto tendría una de ellas (o un hombre totalmente normal, lo mismo da)? Y si el acecho obsesivo de un amante del pasado no solo es normal, sino que es totalmente normal, ¿hasta dónde hay que llegar para ser un poco raro?
Todos queremos dar el aspecto de que somos normales, creer-nos normales, pero los autores de las Escrituras insisten en que no hay nadie «totalmente normal», al menos, según la definición de Dios. «Todos andábamos perdidos, como ovejas», nos dicen. «To-dos han pecado y están privados de la gloria de Dios».
Esto explica un aspecto muy importante que presentan las pá-ginas iniciales de las Escrituras.
Una de las observacionesmás irónicas acerca de las Escrituras que escucho una que otra vez es cuando alguien dice que es un li-bro acerca de unos personajes piadosos, como de vitral de iglesia, que no reflejan el mundo real.
Siempre sé que eso significa que no la han leído. ¿Ha notado la cantidad de familias con problemas que hay en el Génesis?
Aquí tiene un breve resumen:
Caín tiene celos de Abel y lo mata. Lamec introduce la poli-gamia en el mundo. Noé —el hombre más justo de su genera-ción— se embriaga y maldice a su propio nieto.
Lot, cuando tiene la casa rodeada por habitantes de Sodoma que quieren violar a sus visitantes, les ofrece a cambio que tengan relaciones sexuales con sus hijas. Más tarde, esas hijas lo embria-gan y hacen que las embarace… y Lot es el hombre más justo que hay en Sodoma.
Abraham tiene favoritismos entre sus hijos Isaac e Ismael, quienes se convierten en enemigos.
Isaac hace lo mismo entre sus hijos Jacob y Esaú, estos son enemigos acérrimos durante veinte años. Jacob manifiesta favori-tismo más tarde hacia José, por encima de sus otros once herma-nos; ellos lo quierenmatar y terminan vendiéndolo como esclavo.
Los matrimonios son desastrosos:
Abraham tuvo relaciones sexuales con la esclava de su mujer, y después saca al desierto a la esclava y a su hijo por petición de su esposa. Isaac y Rebeca pelean sobre cuál de sus hijos va a recibir la bendición. Jacob se casa con dos mujeres, y termina teniendo a las siervas de estas como concubinas también cuando se meten en una competencia de fertilidad.
Rubén, el primogénito de Jacob, duerme con la concubina de su padre.
Judá, otro de los hijos, duerme con su nuera cuando ella se disfraza de ramera. Lo hace porque no tiene hijos, debido a que sus dos primeros esposos —ambos hijos de Judá— eran tan malvados que Dios los mató a ambos, y Judá no quiso cumplir con la obliga-ción que tenía con ella.
Todas estas personas necesitaban un terapeuta.
No se trata de la familia Walton. Necesitan al Dr. Phil, la Dra. Laura, la Dra. Ruth, el Dr. Spock, el Dr. Seuss… ¡alguien! (¿Ya se siente mejor con respecto a su familia?)
¿Por qué escribe todas estas cosas el autor de Génesis?
Hay una razón muy importante. El autor de las Escrituras está tratando de dejar sentada una profunda verdad teológica: Todos somos raros.
Todos y cada uno de nosotros—todos nosotros como ovejas—te-nemos hábitos que no podemos controlar, fallas que no podemos co-rregir, defectos que no podemos enmendar. Este es el elenco con el que Dios tiene que trabajar. De la misma forma que el vidrio está pre-dispuesto a hacerse añicos y la nitroglicerina a explotar, nosotros es-tamos predispuestos a hacer lo que no debemos cuando las condicio-nes sean dadas. Esa predisposición es lo que los teólogos llaman «depravación». Mentimos y sacrificamos nuestra integridad por unos cuantos dólares («No lo entiendo, agente. Debo tener roto el marca-dor de velocidad»). Murmuramos por el gusto de sentirnos superiores durante unos instantes. Tratamos de crear la falsa impresión de que somos productivos en el trabajo para ascender con mayor rapidez. (Unos cuantos programas de computadora le permiten recorrer la Internet en el trabajo, y después con un solo apretar una tecla, pasar a una pantalla ficticia que da la impresión de que está trabajando en un proyecto; a esa pantalla la llaman «la pantalla del jefe»). Tratamos de intimidar a los empleados o a nuestros hijos para dominar, o solo para disfrutar de la sensación de poder.
Todos somos raros. Esto es tan elemental que tal vez prefiera cerrar el libro durante un instante y compartir este pensamiento con la persona que tenga más cerca. O con la persona a la que más le recuerda esta idea. Tal vez ambas sean la misma persona.
Porque sabemos en nuestro interior que no es así como deberían ser las cosas, tratamos de esconder nuestras rarezas. Todos fingimos ser más saludables o bondadosos de lo que somos en realidad; todos nos dedica-mos a algo que se podría llamar «administración de la depravación».
De vez en cuando, la etiqueta de «tal como está» adquiere una fuerte visibilidad en alguien. Un historiador que ha ganado el premio Pulitzer es culpable de plagio; la carrera de un político esta-lla en medio de un escándalo sexual; el poderoso presidente de una compañía renuncia en medio de la ignominia por haber destruido ilegalmente unos documentos. Lo sorprendente no es que pasen estas cosas, sino la forma en que reac-ciona generalmente el público: «¿ Pue-de creerlo? Y parecían tan normales». Por supuesto, como si usted y yo fuéra-mos incapaces de comportarnos así.
El problema de la raza humana no es que tengamos unas cuantas manza-nas podridas entre nosotros. Los que escriben en el campo conocido como psicología anormal trabajan duro para distinguir lo anormal de lo normal en-tre nosotros. Uno de los peligros que hay al estudiar este tema, llamado algunas veces «síndrome del interno», es que los estudiantes se comienzan a ver ellos mismos en todos los diagnósti-cos. «No hay casi nadie que no haya albergado dudas secretas acerca de su normalidad», dice un libro de texto escrito recientemente. Pero los autores de las Escrituras dicen que cuando se trata de la forma más importante de patología, todos entramos dentro de la categoría del mismo diagnóstico: «Todos estábamos perdidos, como ovejas…» Desde una perspectiva espiritual, nuestras «dudas secretas acerca de nuestra normalidad» nos dicen algo importante. Neil Plantinga lo expresa así: «En el concepto bíblico del mundo, el pecado es una par-te de la vida familiar, incluso predecible, pero no es normal. Y el hecho de que todos lo hagan
no lo convierte en normal».
Desde los tiempos de Adán en el huerto del Edén, el pecado y el encubrimiento han sido tan inevitables como la muerte y los impuestos. Hay quienes son muy hábiles para encubrir. Pero la ra-reza sigue existiendo. Acérquese lo suficiente a cualquiera y lo verá. Todo el mundo es normal hasta que lo conocemos.
Las ansias por conectarse
Y con todo…
Las ansias por unirse y conectarse, por amar y ser amado, son el anhelo más ardiente del alma. Nuestra necesidad de tener co-munidad con los otros seres humanos, y con el Dios que nos hizo, es al espíritu humano lo que el alimento, el aire y el agua al cuerpo. Es una necesidad que no desaparece, ni siquiera ante todas esas ra-rezas. Nos marca desde que somos niños pequeños hasta que esta-mos en el hogar de ancianos. Un bebé levanta el rostro esperanza-do y extiende sus dos bracitos con el deseo de que lo carguen, y esboza una sonrisa de deleite cuando lo toman y lo mecen. ¿Qué corazón no se derrite así?
En el otro extremo del espectro, el padre viudo de un conocido mío se enamora de una dama de su igle-sia. Le propone matrimonio y ella acep-ta. Se casan. Él tiene ochenta y cuatro años y es médico retirado; ella tiene ochenta y uno y es misionera retirada. Es la primera vez que esta dama se casa. La última vez que tuvo novio había sido du-rante la presidencia de Truman. Cual-quiera hubiera pensado que había aban-donado todo plan de casarse ya a esa edad; sin embargo, no solo encuentra al Sr. Correcto, sino que se trata del Dr. Correcto. Así desvían la curva de la edad de los recién casados en unas seis décadas.
Por frustrantes que sean las personas es difícil hallarles un buen sustituto. Un amigo mío estaba pidiendo su desayuno en un viaje que dio hace poco al sur de los Estados Unidos. Vio en el menú que había sémola, y como era un hombre de origen holandés que se había pasado la mayor parte de su vida en Michigan, nunca había tenido muy claro cuál era la naturaleza de aquello. Así que le preguntó a la camarera: «¿Qué es exactamente sémola?»
Su respuesta fue clásica. «Cariño», le dijo (en el sur de los Estados Unidos es casi una ley que las camareras se dirijan a todos sus clientes llamándoles «cariño»). «Cariño, es algo que nunca viene solo».
La sémola no existe aislada. No es una isla, completa en sí misma. Cada grano forma parte del continente, es una pieza del todo. No se puede pedir un solo grano. Hay que pedirlos juntos to-dos.
«Llámese clan, tribu, red o familia», dice Jane Howard, «como quiera que lo llame y quien quiera que usted sea, lo necesita». No es bueno que el hombre esté solo. Dallas Willard dice: «El estado natural de la vida para los seres humanos es que se hallen mutuamente en-raizados ». Cariño, usted no viene solo.
Edward Hallowell, orador principal en la Escuela Médica de Harvard, habla de la necesidad básica de comunidad que tie-ne el ser humano. Usa el término conexión: la sensación de for-mar parte de algo importante, de algo que es mayor que nosotros mismos. Necesitamos la interacción cara a cara; necesitamos que nos vean, nos conozcan y nos sirvan, y hacer esas mismas cosas por los demás. Necesitamos unirnos entre nosotros con promesas de amor y lealtad que se hagan y después se cumplan. Por supuesto, en estas conexiones participan otras personas (y en especial, Dios), pero Hallowell observa que la gente obtiene vida hasta de las conexiones con sus animales domésticos, la música o la naturaleza.
Hay una razón para esto. Neil Plantinga hace la observación de que los profetas hebreos tenían una palabra para expresar este tipo de conexión entre todas las cosas: shalom, «la red en la que se unen Dios, los seres humanos y la creación entera en justicia, rea-lización y deleite». Traten de imaginarse, le decían al pueblo los profetas antiguos, y aun nos dicen a nosotros, cómo serían las cosas si todo fuera así.
En un mundo donde prevaleciera el shalom, todos los ma-trimonios serían saludables y todos los niños estarían seguros. Los que tienen demasiado les darían a los que tienen muy poco. Los niños israelíes y palestinos jugarían juntos en la Margen Occidental del Jordán; sus padres se construirían casas los unos para los otros. En las oficinas y los cuartos de planificación de las corporaciones, los ejecutivos maquinarían en secreto para ayudar a triunfar a sus colegas; los elogiarían a sus espaldas. Los periódicos sensacionalistas estarían repletos de relatos sobre valor y belleza moral. Los programas de entrevistas presentarían madres e hijas que se aman profundamente, esposas que dan a luz a los hijos de sus esposos, y hombres que disfrutan en secreto cuando se visten como hombres.
Los desacuerdos se arreglarían con amabilidad y educación. Tal vez seguirían existiendo los abogados, pero tendrían un papel realmente útil como el de repartir pizzas que no tendrían grasa y serían bajas en colesterol. Las puertas no tendrían candado y los autos no tendrían alar-mas. Ya no haría falta que hubiera po-licías presentes en las escuelas; ni si-quiera harían falta los vigilantes de pasillo; los alumnos, maestros y con-serjes honrarían y valorarían cada cual lo que hacen los demás. En los recreos, a todos los alumnos los escogerían para jugar en algún equipo.
Las iglesias nunca se dividirían.
La gente nunca se aburriría ni an-daría de prisa. Ningún padre le volvería a decir a un niño desilusionado: «Estoy demasiado ocupado». Queda-ría eliminado nuestro déficit nacional de sueño. Las marcas de café seguirían existiendo, pero solo venderían descafeinado.
Los tribunales de divorcios y los refugios para mujeres maltra-tadas serían convertidos en centros comunitarios de recreación. Cada vez que un ser humano tocara a otro, sería para expresarle aliento, afecto y agrado.
Nadie sentiría soledad ni temor. La gente de distintas razas se tomaría de manos; honraría sus diferencias, se enriquecería con ellas y se uniría en su común humanidad.
Y en el centro de toda la comunidad estaría su magnífico ar-quitecto y residente más glorioso: el Dios cuya presencia llena a cada persona con un esplendor incesante y un deleite siempre en aumento.
Los autores de las Escrituras nos dicen que esta visión es la forma en que las cosas deberían ser. Ese es el aspecto que tendría-mos si viviéramos a la altura de las normas establecidas por Dios para la vida humana, si nuestro mundo fuera verdaderamente normal. Un día lo será.
Una cuestión de vida o muerte
Dietrich Bonhoeffer escribió: «Todo el que no soporte estar en co-munidad debería tener cuidado de estar solo». Hay quienes temen que los hieran o que les quiten su libertad si se acercan demasiado a los demás, así que se meten en el trabajo, los pasatiempos o la te-levisión. Pero el aislamiento tampoco funciona. Yo no llegué aquí solo, y tanto mi identidad como mi razón de ser están inexorable-mente atados a mis relaciones: soy hijo de John Sr. y de Kathy, hermano de Barbie y Bart, esposo de Nancy, padre de Laura, Mallory y Johnny. Soy pastor, amigo y vecino. No fui puesto en esta tierra solo para complacerme o divertirme a mí mismo. Y la gente que busca vivir para ella sola, afirma Bonhoeffer, «se hunde en el abismo sin fondo de la vanidad, el enamoramiento consigo mismo y el desespero». Todos formamos parte de la sémola. Y, cariño, no venimos solos.
A esta conexión también se le ha dado el nombre de «raíces recíprocas». Fuimos creados para obtener vida y alimento los unos de los otros, de la misma forma que las raíces de un roble sacan su vida del suelo. La comunidad —las conexiones vitales con los de-más— es esencial para la vida humana. El investigador René Spitz señala que los bebés a los que no se les carga, abraza y toca, aunque tengan padres que les den el alimento y la ropa, sufren de retrasos en su desarrollo neurológico. Además, desde el principio, los estu-dios sobre el suicidio señalan que el principal factor de riesgo es el aislamiento social.
Pero la razón más importante para buscar la profundidad en la comunidad no es que nos traiga beneficios físicos o emocionales, por grandes que estos sean. La comunidad es el lugar que Dios hizo para nosotros. Es el lugar donde él se encuentra con nosotros.
Cómo acercarse sin herirse
Esto es lo difícil: ¿Cómo realizar este hermoso sueño de una comu-nidad con gente de verdad, de la vida real, gente rara, que no es normal, tal como es, incapaz de funcionar de la forma debida? ¿Con sus amigos, sus colegas, su cónyuge, sus hijos, sus padres, su grupo, su iglesia y sus compañeros de trabajo? ¿Puede llegar a suce-der en realidad?
El puercoespín común norteamericano es un miembro de la familia de los roedores que tiene alrededor de treinta mil púas uni-das al cuerpo. Si una de esas púas penetra en el cuerpo de un ene-migo, el calor del mismo hace que el microscópico gancho que tie-ne se expanda y quede más firmemente enterrado. Las heridas se pueden infectar; las más peligrosas, las que afectan a los órganos vitales, pueden ser mortales.
Por lo general, no se considera al puercoespín como un animal encantador. Su nombre en latín (erethizon dorsatum) signi-fica «espalda irritable», y todos la tienen así. Los libros y las pe-lículas celebran a casi todos los animales que nos podamos imaginar; no solo a los perros, gatos y caballos, sino también a los cerdos (Babe: Arnold Ziffel, en el viejo programa de televi-sión Green Acres), arañas (Charlotte's Web), delfines (Flipper), osos (Gentle Ben) y ballenas asesinas (Free Willy). Hasta los zo-rrillos tienen a Pepé Le Pew. En cambio, no conozco ningún puercoespín famoso. Tampoco conozco a ningún niño que ten-ga un puercoespín en su casa.
Como regla general, los puercoespines tienen dos métodos para manejar sus relaciones: retirarse y atacar. O salen corriendo hacia un árbol, o sacan las púas. Suelen ser animales solitarios. Los lobos andan en manadas; las ovejas se juntan en rebaños; oímos hablar también de rebaños de elefantes, manadas de gansos e in-cluso montones de cuervos. Pero no hay nadie que hable de grupos de puercoespines. Estos animales se mueven solos.
Los puercoespines no siempre quieren estar solos. A fines del otoño, los pensamientos de los más jóvenes se centran en el amor. Pero el amor resulta una cuestión riesgosa cuando uno es puercoes-pín. Las hembras solo se dejan llevar a cenar y al cine una vez al año; la ventana de la oportunidad se cierra con rapidez. Y el «no» de una damita puercoespín es el rechazo más respetado en todo el reino animal. El temor y la ira las convierten en unas pequeñas criaturas muy peligrosas para andar cerca de ellas.
Este es el Dilema del Puercoespín: Cómo acercarse sin herirse.
También es nuestro dilema. Cada uno de nosotros lleva con-sigo su pequeño arsenal. Nuestros ganchos tienen nombres como rechazo, condenación, resentimiento, arrogancia, egoísmo, envidia y despre-cio. Hay quienes los esconden mejor que otros, pero acérquese lo suficiente y allí los hallará. Penetran bajo la piel de nuestros enemigos, y son capaces de herir, infectarse e incluso matar. No-sotros, al igual que ellos, aprendemos a sobrevivir por medio de una combina-ción de retiradas y ataques. Y termina-mos igualmente hiriendo a aquellos de quienes queremos estar más cerca (y siendo heridos por ellos).
Sin embargo, nosotros también queremos acercarnos. Nos reunimos con los vecinos, hacemos citas, nos unimos a una iglesia, formamos amistades, nos casamos, tenemos hijos. Tratamos de buscar la forma de acercarnos sin que nos hieran. Nos pregunta-mos si no habrá por ahí alguna criatura más suave y con menos púas; tal vez un visón o una nutria.
Y, por supuesto, siempre nos vienen a la mente unos cuantos puercoespines especialmente espinosos que hemos tenido en la vida. Pero ellos solos no son el problema. Yo soy el puercoespín de alguien. Y usted también.
Ataque y retirada
Mientras escribo estas palabras es domingo por la tarde, y el con-flicto del Oriente Medio hierve de nuevo. Me asombra que en los periódicos de esta mañana haya dos palabras procedentes de aque-lla región que se están volviendo familiares en el occidente. Esas palabras expresan las