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Pedro Moularne Michelena decía que sin vino no hay cocina, pero sin cocina no hay salvación, “ni en este mundo ni en el otro”. Una afirmación que, si la vinculamos a un lugar llamado Angelópolis (Ciudad de los Ángeles), deja un camino perfectamente trazado con una clara inclinación ascendente. Así fue como los españoles bautizaron a la ciudad de Puebla el 16 de abril de 1531, o, en la versión extendida, Cuatro Veces Heroica Puebla de Zaragoza, Ciudad Patrimonio Mundial declarada por la UNESCO en 1987. Un nombre que es toda una declaración de intenciones y que surge del deseo de querer crear la ciudad perfecta, en la que florecieran las artes y virtudes humanistas.
En este proyecto urbanístico y cultural la gastronomía tuvo un papel fundamental, de ahí que la cocina poblana fuera entonces un reflejo innato de estas ideas y que hoy sea una de las más ricas