La idea de que algunas comidas poseen virtudes inherentes está arraigada culturalmente. “Dime qué comes y te diré quién eres”, escribió el erudito francés Jean Anthelme Brillat-Savarin en su tratado de 1825, La fisiología del gusto. O, dicho de otro modo, “eres lo que comes”, un mantra adoptado 180 años después por Gillian McKeith. Brillat-Savarin es considerado el antepasado de las dietas modernas bajas en carbohidratos, ya que fue el primero en observar una conexión nociva entre la obesidad y el consumo de harina y almidón. Aunque, no nos engañemos, su mayor aportación se puede decir que fue prestar su nombre a un queso de triple crema de Borgoña.
En cuanto a McKeith, a menudo ha incidido en la importancia de vigilar los carbohidratos refinados. Y tú ahora mismo te estarás preguntando qué tiene que ver todo esto con los sándwiches. Bueno, en un mundo en el que eres lo que comes, alguien que come sándwiches… en fin, pues no es alguien que coma poke vegetariano.
Y es que Instagram ha hecho que esto pase de ser un problema dietético a otro casi ético: el #eatclean se ha acuñado como un hashtag y los aguacates han hecho que los desayunos sean más fotogénicos. Ya no es lo que comes lo que te define, sino lo que parece que estás comiendo. Y en este mundo, en el que un plato de salmón con guindilla, jengibre con arroz de coliflor o brócoli aliñado con