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Pérdida y asombro en el fin del mundo
Pérdida y asombro en el fin del mundo
Pérdida y asombro en el fin del mundo
Libro electrónico384 páginas3 horas

Pérdida y asombro en el fin del mundo

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Información de este libro electrónico

Pérdida y asombro en el Fin del Mundo nos sumerge en una etnografía íntima y profunda, para revelar cómo los paisajes australes han sido representados y transformados a lo largo del tiempo.
A través de archivos coloniales, relatos de exploradores y experiencias contemporáneas, Laura A. Ogden reflexiona sobre cómo el "Fin del Mundo" ha sido imaginado como un territorio inhóspito, marcado por la desaparición de pueblos indígenas y por una naturaleza salvaje que aún hoy despierta fascinación.
En este testimonio de persistencias, de lenguas que se resisten al olvido y de seres —humanos y no humanos— que continúan habitando estos espacios con nuevas formas de vida, la autora nos invita a cuestionar las narrativas que han definido esta región y a encontrar en la incertidumbre del presente una posibilidad para el futuro.
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento19 may 2025
ISBN9789561434219
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    Pérdida y asombro en el fin del mundo - Laura A. Ogden

    Comité editorial colección Antropologías Contemporáneas

    PIERGIORGIO DI GIMINIANI, Pontificia Universidad Católica de Chile

    MAITE YIE GARZÓN, Pontificia Universidad Javeriana, Colombia

    MARCELO GONZÁLEZ, Pontificia Universidad Católica de Chile

    CARLA PINOCHET, Universidad Alberto Hurtado, Chile

    CRISTIÁN SIMONETTI, Pontificia Universidad Católica de Chile

    FLORENCIA TOLA, Universidad de Buenos Aires, Argentina

    ediciones universidad católica de chile

    Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural

    Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile

    lea.uc.cl

    PÉRDIDA Y ASOMBRO EN EL FIN DEL MUNDO

    Laura A. Ogden

    © Inscripción Nº 2025-A-2550

    Derechos reservados

    Abril 2025

    ISBN N° 978-956-14-3420-2

    ISBN digital N° 978-956-14-3421-9

    Título original: Loss and wonder at the World's End (Duke University Press, 2021)

    Traducción: José Joaquín Saavedra

    Diseño: Carolina Valenzuela

    CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

    Nombres: Ogden, Laura, autor.

    Título: Pérdida y asombro en el fin del mundo / Laura A. Ogden ; traducido por José Joaquín Saavedra.

    Título original: Loss and wonder at the world's end

    Descripción: Santiago, Chile : Ediciones UC | Incluye bibliografía.

    Materias: CCAB: Deterioro ambiental -- Isla Grande (Chile y Argentina ) | Ecología humana -- Isla Grande (Chile y Argentina ).

    Clasificación: DDC 333.7098276 --dc23

    Registro disponible en: https://buscador.bibliotecas.uc.cl/permalink/56PUC_INST/vk6o5v/alma 997616489203396

    La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Para Pat y Eva Kelly

    CONTENIDOS

    EL FIN DEL MUNDO · UNA FIGURA

    INTRODUCCIÓN · PÉRDIDA Y ASOMBRO

    EL ESTRIBILLO DEL EXPLORADOR · UNA FIGURA

    1 · LA TIERRA COMO ARCHIVO

    ARTURO ESCOBAR · UNA FIGURA

    LA TIERRA COMO ARCHIVO · UNA FIGURA

    2 · ARCHIVOS ALTERNATIVOS DEL PRESENTE

    LÍQUENES EN LA PLAYA · UNA FIGURA

    3 · UN IMPERIO DE LA PIEL

    EL ANTROPÓLOGO · UNA FIGURA

    4 · IMÁGENES ROBADAS

    LEWIS HENRY MORGAN · UNA FIGURA

    5 · MUNDOS ONÍRICOS DE LOS CASTORES

    HUELLAS DE DERRIDA · UNA FIGURA

    ANNE CHAPMAN · UNA FIGURA

    CONCLUSIONES · CANTO DE PÁJARO

    GRATITUD · UNA FIGURACIÓN

    BIBLIOGRAFÍA

    EL FIN DEL MUNDO

    UNA FIGURA

    F1.1 Mapa del Archipiélago Fueguino, incluyendo las islas de Tierra del Fuego y el Cabo de Hornos. Por James Bryce, primer vizconde Bryce, 1838-1922.

    Las islas del Archipiélago Fueguino son fragmentos de tierra desprendidas de la punta continental de América del Sur. Me recuerdan cómo las puntas de las reliquias de familia son siempre vulnerables a la falta de cuidado: las asas de las tazas de té, el brazo estirado de una bailarina de porcelana. Sin embargo, cuando estás en las islas es evidente que no hay nada que recomponer. En cambio, las islas del Archipiélago Fueguino y el Cabo de Hornos parecen sujetarse apenas del accidentado matrimonio entre el océano Pacífico y el océano Atlántico. Aquí, particularmente en el Cabo de Hornos, tan cerca de la península Antártica, enormes buques cisterna se ven pequeños, golpeados por enormes murallas de agua. Son mares que hacen mundos y que se los llevan.

    Generaciones de glaciares de avanzar lento crearon las características topográficas del archipiélago que Charles Wellington Furlong, una figura central en este libro, describió como un inconcebible laberinto de tortuosos cursos de agua, barridos por tormentas.¹ Estas islas barridas por el viento están en un constante estado de cambio. Alguna vez el estrecho de Magallanes fue hielo sólido. Más tarde, durante la Pequeña Edad de Hielo, numerosos glaciares obstruyeron el canal, poniendo en peligro el paso de los barcos mercantes españoles. En la actualidad, glaciares de un azul hielo descienden desde las altas cumbres de los Andes australes hasta estos cauces.²

    Las convenciones que nombran el archipiélago no son sencillas. Por ejemplo, muchos escritores contemporáneos usan Tierra del Fuego para referirse a todo el archipiélago. Para los locales, y en la literatura histórica, este nombre describe la isla más grande del archipiélago, aunque a veces también se escucha Isla Grande, que refleja su nombre actual.³ En descripciones históricas, incluyendo fuentes de archivo utilizadas en este libro, la región puede referirse como Fueguia y sus pueblos indígenas como fueguinos. Existen más variaciones de estos nombres, todas ellas complicadas por las diferentes prácticas de Argentina y Chile. Por ejemplo, los pueblos indígenas nativos del interior de Tierra del Fuego (la Isla Grande) son llamados selk’nam por los chilenos; ona, por los argentinos. En Chile, la comunidad costera prefiere yagán, si bien yaghan y yahgan aparecen como variantes ortográficas. Yámana era más común en Argentina, particularmente en descripciones etnográficas.

    Si bien los nombres de los pueblos indígenas y lugares son variados, describir esta región como el Fin del Mundo es bastante ubicuo. Existen lodges de mochileros, antologías poéticas, itinerarios de cruceros y reservas naturales llamados el Fin del Mundo. Los escritores de viajes no pueden resistirse al término. Como he explorado en mis escritos sobre los Everglades de Florida, las figuras son tropos repetitivos, frases, imágenes o ideas que dan forma a nuestros encuentros con el mundo.⁴ Las figuras emergen de un aparato⁵ específico, como el colonialismo o el capitalismo.⁶ Las figuras limitan las trayectorias posibles de las constelaciones de vida. Por ejemplo, a fines del siglo XIX, la figura del pantano sin valor permitió el drenaje generalizado y el desarrollo de los Everglades de Florida. Como lo ilustra el ejemplo de los Everglades, las figuras son una de las formas con las que el territorio, tanto material como semiótico, es reclamado. En muchos sentidos, el Fin del Mundo es la figura más reconocible en el Archipiélago Fueguino. Es tan común en la literatura culta como en la cultura popular. Por ejemplo, el libro más leído sobre la región es El último confín de la Tierra, de E. Lucas Bridges. De El último confín… se encuentran copias gastadas en las salas de estar de casi todos los hostales del sur de la Patagonia, quizás solamente superado en popularidad por En la Patagonia, de Bruce Chatwin. En El último confín…, Bridges ofrece una crónica exhaustiva de los esfuerzos misionales de su familia, así como de su asentamiento y relaciones con familias selk’nam y yaganes. El libro abre con el arribo del grupo en 1871. Después de cruzar trabajosamente el mar desde Inglaterra, la madre de Bridges, debilitada y exhausta, observa la costa desde la proa de la goleta y recuerda la descripción que su esposo le hiciera de su nuevo hogar: Le había hablado del clima desagradable, de las largas y melancólicas noches de invierno, de la soledad que aísla completamente del resto del mundo, mediante leguas y leguas de tierras infranqueables que separan al hombre del núcleo civilizado. En aquella región desolada y salvaje no había médicos ni policía, ni gobierno alguno; y en lugar de vecinos pacíficos, se estaba rodeado por tribus sin ley, disciplina ni religión.⁷ Como lo ilustra este pasaje de Bridges, el Fin del Mundo transmite un sentido de lo extremo que excede su geografía. Si bien, en efecto, el Fin del Mundo sugiere una suerte de paisaje peligroso (estas islas podrían deslizarse y caer fuera del mapa), es también una figura que sugiere un terreno moral desagradable, una geografía lejos de la civilización: sin doctores, sin religión, sin leyes. Aunque la política imperial del Fin del Mundo dista de ser sutil, es asombrosamente persistente.⁸

    En el Archipiélago Fueguino, el Fin del Mundo es casi elemental, como una fuerza vital. El tono apocalíptico del Fin del Mundo resuena con nuestra comprensión del presente como un tiempo de precariedad ecológica, y con cómo el futuro es imaginado. En este libro, el Fin del Mundo tiene una doble función: me ayuda a explorar las atmósferas de riesgo en torno al emplazamiento del archipiélago en la historia, y a explorar las dimensiones temporales de vivir en tiempos de pérdida y asombro.

    NOTAS

    1. En el original, an inconceivable labyrinth of tortuous, storm-swept waterways. (N. T.). Furlong, The Alaculoofs and Yahgans, the World’s Southernmost Inhabitants, 420.

    2. Para una historia y discusión de la glaciación en Campos de Hielo Sur, ver Lliboutry, Glaciers of Chile and Argentina, 1108-1206.

    3. La isla más grande del archipiélago se llama, oficialmente, Isla Grande de Tierra del Fuego. A lo largo de este manuscrito, uso Tierra del Fuego para describir esta misma isla, como es todavía común. Además, el nombre se condice con fuentes de archivo.

    4. Ogden, Swamplife.

    5. La traducción al español más común del apparatus de Agamben es dispositivo. Esto se condice con el concepto de dispositif de Foucault, a partir del cual Agamben desarrolla su reflexión y que también suele ser traducido como dispositivo. En este libro se prefiere la palabra aparato, haciendo hincapié en la genealogía intelectual más amplia en la que la autora se sitúa (ver nota 6) (N. T.).

    6. En este libro, uso el término aparato para describir una estructura rectora que busca capturar o atraer a otros seres y cosas hacia sus lógicas semio-materiales. Como ejemplo, en 1958 Zora Neale Hurston usó el término para describir el sistema agrícola comercial del sur de Florida, diciendo que este último ha evolucionado hasta convertirse en una máquina de producción, un dispositivo, un aparato, una invención, bajo la supervisión tanto del Estado como del Gobierno (En el original, It has evolved into a production machine, a device, an apparatus, an invention, under the supervision of both state and government) (N. T.). Es relevante que la descripción de este aparato agrícola incluya no solamente la mano de obra afroamericana, políticas públicas, infraestructura y el sistema económico, sino que también los ricos suelos fangosos y los caudalosos ríos de Florida. Ver Hurston, Florida’s Migrant Farm Labor, 200. Estoy en deuda con Jessica Cattelino por compartir este trabajo de Hurston conmigo. Ver Abbot, Recovering Zora Neale Hurston’s Work, para el contexto histórico de dicho trabajo y de la obra de Hurston en general. Además, el filósofo Giorgio Agamben ofrece dos útiles reflexiones sobre las características políticas del aparato: primero, un aparato reafirma estratégica y concretamente las relaciones de poder existentes; segundo, las relaciones de poder se intersectan con las relaciones de conocimiento en y a través del aparato. Agamben añade que el aparato es cualquier cosa que de algún modo tenga la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar los gestos, conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes. Agamben, ¿Qué es un dispositivo?, 18. El colonialismo de colonos, si bien se configuró de manera única en el Archipiélago Fueguino, es un aparato.

    7. Bridges, El último confín de la Tierra, 2.

    8. En Inventing Tropicality, David Arnold muestra convincentemente cómo los trópicos fueron inventados como una categoría moral que habilitó siglos de exploraciones europeas y de explotación en el hemisferio sur. Las ideas europeas sobre los lugares tropicales y su gente se volvieron conceptualmente contingentes, argumenta Arnold, y los excesos del agobiante calor de la jungla se convirtieron en una metonimia del carácter de los indígenas. Algo similar ocurre con las representaciones europeas de los pueblos y paisajes polares. Ambas son formas de conocer y representar lugares, imbuidas de privilegios y de lógicas coloniales. Ambas son, también, formas de construir lugares y personas como ajenas y peligrosas. Aun así, como exploro en este libro, las resonancias afectivas del Fin del Mundo les son específicas a ideas acerca de la vida en los asentamientos más australes de la Tierra. Simone Abram y Marianne Lien examinan cómo procesos geopolíticos y económicos producen periferias políticas, unidas simultáneamente con ideas contemporáneas sobre la naturaleza. De manera similar, Paige West utiliza el término retóricas representacionales para describir el modo en que un conjunto de imágenes da forma a cómo Papua Nueva Guinea y sus habitantes son conocidos y gobernados, y cómo estas imágenes justifican desigualdades contemporáneas y prácticas de despojo (Dispossession and the Environment, 5).

    INTRODUCCIÓN

    PÉRDIDA Y ASOMBRO

    0.1 Glaciares en el estrecho de Magallanes, archipiélago de Tierra del Fuego, 1908. Fotografía de Charles Wellington Furlong.

    El futuro es oscuro, con una oscuridad tanto de vientre como de tumba.

    Rebecca Solnit, Esperanza en la oscuridad

    VIVIENDO EN TIEMPOS DE PÉRDIDA

    La pérdida parece definir nuestra era, especialmente las pérdidas relacionadas con el clima y con otras formas de cambio ambiental. Libros best seller, desde La sexta extinción: Una historia nada natural de Elizabeth Kolbert a The Great Derangement: Climate Change and the Unthinkable de Amitav Ghosh, enmarcan el presente como un momento en la historia mundial en el que las pérdidas catastróficas exceden nuestras capacidades de imaginar. Pareciera que cada día sabemos de otra especie llevada a la extinción, o de una línea costera amenazada por la subida del mar. En 2018, el New York Times publicó una historia llamada Losing Earth: The Decade We Almost Stopped Climate Change (Perdiendo la Tierra: La década en la que casi detuvimos el cambio climático). En ella, Nathaniel Rich catalogó las oportunidades que perdimos de cambiar el curso de la historia de la Tierra. Debido a que no actuamos, dice Rich, el desastre de largo plazo es el mejor escenario.¹

    Cuando empecé a escribir este libro, una grieta en Larsen C, una de las barreras de hielo más grandes de la Antártica, me tuvo despierta toda la noche. El miedo a un continente partido por la mitad turbaba mis sueños. Pocos meses después, mis días y mis noches se convirtieron en vigilias esperando lo peor –a medida que el Huracán Irma se abría paso por los cálidos mares caribeños hacia mi casa de infancia en el sur de Florida. La pérdida hace difícil no perder la perspectiva.

    Mi familia sobrevivió al Huracán Andrew, una tormenta categoría 5 en la escala Saffir-Simpson, que tocó tierra en el sur de Florida en 1992. El letal ojo de la tormenta pasó sobre nuestro hogar, una casa histórica construida en la década de 1920 con tablas de pino local y tejuelas de metal. El día después de la tormenta conduje desde Gainesville, donde estaba mi escuela de posgrado, hasta nuestro pequeño pueblo al borde del Parque Nacional Everglades. Al llegar, el paisaje había sido tan alterado, con cada palmera, señalética y edificio hecho pedazos, que tuve que pedir ayuda a la Guardia Nacional para encontrar el camino.

    En sus memorias sobre la muerte de su madre, Roland Barthes describe el paisaje de la pérdida como un país llano, gris –casi sin puntos de agua– e irrisorio.² Hoy en día, la pérdida no se parece a un desierto seco y vacío. En cambio, la pérdida está empapada, es un terreno de ropas y tabiques mojados. La pérdida es un lugar donde los árboles y las lavadoras y las casitas de juego de los niños son arrastrados por las olas. La pérdida es una manera de ser en el mundo marcada por el duelo, la ira, el miedo y la ansiedad. La pérdida transforma quienes somos, cómo nos relacionamos con otros seres y cosas, y nuestras esperanzas de futuro.

    La pérdida también tiene una reacción en cadena. Sin la barrera protectora de Larsen C, los glaciares detrás de ella empezarán a derretirse y a romperse. Comunidades desde el Mar de Bering hasta la Luisiana costera ya se encuentran en un proceso de relocalización de sus hogares ancestrales, hacia terrenos más altos y seguros. No hace mucho tiempo, residentes de Innaarsuit huyeron cuando un glaciar de 11 millones de toneladas amenazó su villa costera en la Groenlandia occidental.³ Al hacer sus maletas y marcharse, las comunidades sacrifican mucho más que casas, escuelas, tiendas comerciales y medios de vida. Para personas cuya vida depende del lugar, el mar está reclamando forzosamente su pasado, sus sitios sagrados y los lugares de descanso de sus parientes, tanto humanos como no humanos.

    La pérdida no es solo un evento de ausencia –de algo o de alguien que ya no está. Al contrario, la pérdida continúa. Es una disposición de alarma y resignación. En estos tiempos de pérdida, todo se siente como si tuviera que ser fortificado o rediseñado. Ciudades de todo el mundo han creado planes de sustentabilidad para un futuro incierto. En el sur de Florida, las marejadas convierten las calles de las ciudades en ríos de escombros urbanos. El automóvil de mi cuñada quedó destruido al quedarse atascado en un estacionamiento inundado. Las personas se quejan de seguros de vivienda que son difíciles de encontrar, y demasiado caros. Allí, la sabiduría contemporánea incluye el Vende mientras puedas y Sálvese quien pueda.

    La pérdida es un estribillo del presente. Buena parte de la discusión presenta el cambio climático y las tasas de extinción de especies como globales y, por ende, universalmente distribuidos en el espacio y en el tiempo. Es como si la Tierra, alguna vez una canica azul y reluciente en el espacio, ahora estuviera cubierta por una nube oscura y amenazante. Como lo ha dicho Anna Tsing, ver a la Tierra y nuestro futuro como si fuesen uniformes es un truco de la perspectiva escalar que nos hace ignorar (no ver) la heterogeneidad del mundo.⁵ Al contrario, la pérdida se expresa en diversos dialectos e incluye profundos silencios. La pérdida y el cambio en el sur de Florida no son los mismos que la pérdida y el cambio en el Ártico. La pérdida posee sus propios términos vernáculos y temporalidades ancladas localmente, a pesar de que estas diferencias son a menudo borradas por la óptica monocular de la modernidad.⁶

    La pérdida es vivida por cuerpos que existen en relación con otros seres y cosas. La pérdida puede romper o reconfigurar estas relaciones. Thom van Dooren nos recuerda que comprender la historia de la pérdida en su totalidad, incluyendo los efectos continuados de la extinción de especies, requiere de atender a los enredos.⁷ Esto significa tomar atención a cómo la pérdida se habitúa en los cuerpos de sujetos históricamente constituidos, tanto humanos como no humanos, y cómo la pérdida satura las redes de relaciones que producen la vida. Esta forma de atender a los dialectos, afectos y corporeizaciones de la pérdida requiere tomar atención a las rutinas y relaciones de vivir, morir y recomponerse para el futuro. Como antropóloga, entiendo que el tiempo no es un fenómeno universal, y que las pérdidas rara vez se distribuyen por igual. Este libro ofrece el relato de una pérdida específica a un momento y un lugar, lo que podría llamarse una pérdida vernácula.

    Como todos los lugares en el mundo, el Archipiélago Fueguino es real e imaginado a la vez. La versión imaginada dominante, la que llamo el Fin del Mundo, ha dependido por mucho tiempo de ideas sobre la naturaleza sublime y sobre los pueblos perdidos para mantenerse. Hoy, el Archipiélago Fueguino (como lugar real e imaginado) está siendo transformado por otras preocupaciones sobre la pérdida. Floraciones repetitivas de algas en el archipiélago han cerrado pesquerías, haciendo colapsar una de las únicas fuentes de sustento de las comunidades costeras. Industrias extractivas, incluyendo la silvicultura comercial y la producción de gas natural, la acuicultura del salmón y especies invasoras, están transformando rápidamente las constelaciones de vida. Los glaciares están en retroceso. Estos son problemas muy reales y devastadores. Son también problemas profundamente enredados con historias de colonialismo, un aspecto de la pérdida ambiental que sigue siendo relativamente invisible en la región.

    ASOMBRO

    Asombro es otro de los estribillos que atraviesan este libro.

    Numerosos investigadores e investigadoras han explorado el cambiante significado del término asombro, desde filósofos hasta teólogos.⁸ No siendo ni lo uno ni lo otro, solo diré que el asombro lleva algo de bagaje intelectual. Desde el Renacimiento hasta la época victoriana, exploradores europeos, euroamericanos y naturalistas experimentaron el asombro como un tipo de disposición espiritual y epistemológica hacia las formas de vida y paisajes desconocidos. Como la naturaleza, en sus variantes más grandiosas y exóticas, entregaba evidencia de los milagros terrenales del Dios cristiano a los buscadores de asombro, estos iban motivados por la promesa de la trascendencia, aunque estuvieran impelidos a obtener, dominar y categorizar aquellas vidas y paisajes con los que se encontraban.⁹ La persistencia de los Wunderkammer, aquellos gabinetes de curiosidades llenos de cráneos, artefactos, rocas, fósiles y otros especímenes, habla de este doble impulso de conocer y hacerse del mundo.

    El asombro, como un

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