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La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén: Imágenes, discursos y deseos
La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén: Imágenes, discursos y deseos
La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén: Imágenes, discursos y deseos
Libro electrónico353 páginas4 horas

La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén: Imágenes, discursos y deseos

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Este libro aborda la representación actual de Patagonia como "reserva de vida" y su relación con la nueva racionalidad verde o conservacionista en el marco del capitalismo tardío.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento9 ago 2023
ISBN9789560017161
La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén: Imágenes, discursos y deseos

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    La reinvención de la naturaleza en Patagonia-Aysén - Andrés Núñez González

    La elaboración y organización de este libro se desarrolla en el marco de los PROYECTOS FONDECYT (ANID) Nº1210944; N°1190855 y N°1191865.

    © LOM ediciones

    Primera edición en Chile, enero 2023

    Impreso en 1.000 ejemplares

    ISBN Impreso: 9789560016713

    ISBN Digital: 9789560017161

    motivo de portada: Thomas Cole - The Garden of Eden

    .

    Todas las publicaciones del área de

    Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones

    han sido sometidas a referato externo.

    Edición, diseño y diagramación

    LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Teléfono: (56–2) 2860 6800

    lom@lom.cl | www.lom.cl

    Diseño de Colección Estudio Navaja

    Tipografía: Karmina

    Registro N°: 201.023

    Impreso en los talleres de gráfica LOM

    Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

    Santiago de Chile

    No hay salida del territorio, es decir, desterritorialización,

    sin que al mismo tiempo se dé un esfuerzo para reterritorializarse

    en otro lugar, en otra cosa.

    Gilles Deleuze

    Índice

    Introducción
    I Imágenes patagónicas: el deseo de amar lo verde
    Redes sociales, deseo verde y mercancía-espectáculo: la producción del paisaje edénico y la reserva de vida en Patagonia-Aysén
    ¿Observamos imágenes o ellas nos observan?
    El paisaje de Patagonia-Aysén en las redes y la configuración del deseo de amar lo «verde»
    Aysén, caminos, naturaleza: ensamblajes técnico-ambientales en la Patagonia chilena durante
    la construcción de la Carretera Austral
    ¿Quiénes imaginan los imaginarios digitales de Patagonia? Una reflexión en torno a la construcción de imaginarios geográficos a través de medios espaciales digitales
    II Discursos, representaciones, enunciaciones patagónicas
    Naturalezas en disputa: de naturalismo, conservacionismo y otros habitares
    en Patagonia-Aysén
    Discursos contemporáneos sobre la Patagonia.
    Hidroaysén y sus enunciaciones
    La colonización de Bajo Palena (1889-1900): imaginarios geográficos y producción social
    de la naturaleza
    III
    El habitar y significado(s) de estar en Patagonia
    Cuando la nación queda lejos: fronteras cotidianas en el paso Lago Verde (Aysén-Chile) - Aldea Las Pampas (Chubut-Argentina)
    Geografía del hogar: corporalidad, tradición y significado(s) de estar en Patagonia
    Referencias bibliográficas

    Introducción

    I

    Patagonia está de moda. En la actualidad en muchas partes del mundo hablan de Patagonia, esta suerte de «fin de mundo» que parece estar en el centro de las imágenes que, agrupadas en el porvenir, prometen la redención ante tanta calamidad humana. Se admira algo, algo que debe ser profundo y que se denomina «naturaleza», y desde allí se proyecta a Patagonia como una plataforma de salvación precisamente por esa suerte de declive «humano». De hecho, a Patagonia, en específico a Aysén, se le reconoce como una «reserva de vida», una metáfora que no es solo estética o ética, sino también política.

    En este marco, Patagonia vendría a representar entonces la racionalidad ante la irracionalidad del desastre que han llevado a cabo los humanos en los últimos siglos, con todo un impacto ambiental ya muy evidente y visible. En efecto, porque ser racional en la actualidad sería conservar aquello llamado naturaleza, y desde allí, por cierto, no destruirla. ¿Cómo un ser humano medianamente racional podría pensar en acabar con la naturaleza, el bosque, los humedales o impactar en los cuerpos de agua que prístinos aún corren hacia el mar?

    Hay en aquella perspectiva una lectura paradójica, porque durante todos los siglos XIX y XX fue precisamente lo contrario: ser racional era quemar el bosque, destruirlo, porque obstaculizaba el progreso y la modernidad. Naturaleza era algo distinto; de hecho, era sinónimo de obstáculo, de irrracionalidad y, por cierto, un objeto o materialidad al servicio humano. Entonces, la representación de la naturaleza, o lo que comprendemos como «naturaleza», se ha ensamblado tanto con lo irracional como con lo racional. Quemar o conservar han jugado roles distintos en relación a la «naturaleza», dependiendo de la matriz de conocimiento desde donde se interprete o lea. No faltarán quienes dirán: «Pero si a eso se le llama progreso» o «ahora sí que es racional, porque antes era irracional. ¿De qué manera podría llamarse a seres que queman los bosques?».

    Nos parece que en general quienes se expresan de este modo poseen todavía un apego importante a una comprensión lineal del tiempo, aquella producción ilustrada de los siglos XVII/XVIII de encaminar todo hacia adelante, hacia un futuro de esperanza. Esta «esperanza» siempre ha sido lo mismo: un mecanismo identitario que obliga a suprimir las diferencias o mundos distintos (multiplicidad) por la necesidad de homogeneizar o universalizar el porvenir (Deleuze y Guattari, 2004). Entonces, a ese mecanismo identitario, útil a la representación, se le ha llamado de diversas formas: Progreso, Modernidad, Desarrollo o, para el caso nuestro, Naturaleza.

    En el fondo, aquella esperanza es un tipo de encuadre del discurso, un registro de lo que se representa, de modo que refleje orden, homogeneidad o, precisamente, «racionalidad». Así, la «racionalidad» siempre será la fuerza que articula la hegemonía de la representación, de modo que todo «lo racional» mediatizará y subordinará a su identidad una serie de geografías menores que pueden ser «expulsadas» precisamente por su condición de «irracionalidad». Así, por lo tanto, cuidar el bosque se encuadrará en lo racional y quemar el bosque en lo irracional, a pesar de que hasta no hace tantos años era precisamente a la inversa. De hecho, uno de los antiguos colonos, aquellos a los que se les llamaban patriotas o héroes, nos comentó alguna vez que en general ellos han terminado siendo muy mal vistos ahora, porque no encajan en la «racionalidad» de cuidar el bosque. Sus prácticas eran y son otras.

    En Patagonia, por tanto, conservar será aquella identidad máxima, trascendente, es decir, «la» racionalidad, y, por lo mismo, aquella plataforma que expulsa a quienes miren al bosque con malos ojos. Interpretada así, la racionalidad siempre será un tipo de dictadura o, como diría Humberto Maturana, un «argumento para obligar». ¿Cómo uno le explica la nueva captura del bosque al colono, a ese héroe-colono, cuyo llamado patriota era quemar el bosque para «hacer patria»? No hace muchos años, uno de ellos, una persona mayor a quien encontramos en el fiordo Mitchell, nos dijo:

    Tenía 1.250 hectáreas allá abajo en el río Pascua. Mis tierras no valían mucho, porque estaban llenas de bosque, lagunas, cascadas, hielo. Yo solo podía tener unas pocas vacas, así que lo vendí muy bien, porque no me servían de mucho

    Estas palabras, como resulta obvio, nos impactaron mucho, porque por alguna razón su porvenir no encajaba con la nueva imagen identitaria (o «la» racionalidad). ¿De qué podía servir un campo cubierto de bosque, de lagunas y de hielo o glaciares?

    Desde nuestro punto de vista, lo que aquí está en juego es lo que representa esta nueva racionalidad verde o conservacionista o, expresado de otro modo, lo que invisibiliza desde su omnipresencia. Estimamos que este paso de «tierra de pioneros» a «reserva de vida» esconde demasiadas diferencias (es decir, todo aquello que se aleja de la subordinación de la identidad dominante, para el caso del bosque como objeto sagrado) como para no hacernos algunas preguntas e intentar que otros u otras también se las hagan.

    Patagonia esta de moda, porque en el fondo todos aman a Patagonia, todos aman lo verde y el bosque sirve para hacer encajar esos deseos desde la producción de esta nueva naturaleza. Y es nueva, porque siendo el bosque el mismo que antes quemaban, es el orden o el encuadre identitario el distinto. Esta naturaleza parece verdadera; la otra, una barbarie o una irracionalidad. Así, la reterritorialización de Patagonia como una reserva de vida y paisaje prístino implica una desterritorialización que le antecede; los valores que definían y veían en la naturaleza y el bosque un estorbo pierden sentido y otros comienzan a revalorizarse. Y en ello hay fuerzas que parecen pasar inadvertidas, como por ejemplo la articulación que hace el capital respecto de «lo verde»: «Una determinada subjetividad capitalista, en este caso de carácter ambiental/ecológica/sustentable, debe su existencia y depende directamente de agenciamientos colectivos de enunciación que la produzcan o no» (Guattari & Rolnik, 2006).

    II

    Desde nuestra perspectiva, lo que acá está en juego es una nueva colonización que es tan cultural como corporal. Además, es moral. A diferencia del mandato moral del colono pionero, cuya identidad se producía por disposición de la colonización estatal de civilizar las periferias para la nación, en la actualidad no solo irrumpe en escena un nuevo sujeto, sino «el fin del mundo» deviene centro de nuevos intereses. Aquel sujeto es sujeto ambiental, cuya identidad, por cierto, parece opuesta al sujeto fronterizo. Este, en general más pobre y nómade, seguía los patrones encomendados por el colonizador estatal: despejar los campos, quemar el bosque y dominar la naturaleza salvaje. Por cierto, sacar del «fin del mundo» al «fin del mundo» (como era comprendido Aysén). Algo parecido se hizo, discursivamente hablando, cuando se ocupó la Araucanía hacia la década de los ochenta en el siglo XIX: ocupar y civilizar a una naturaleza salvaje cuya identidad además era doble, porque esa naturaleza era también indígena. Así, por ejemplo, se organizó la identidad de una Suiza chilena, con el fin de blanquear y europeizar los paisajes sureños, antes y en paralelo definidos como oscuros y desordenados, para homologarlos con la «barbarie» indígena.

    Como sea, aquel sujeto fronterizo se produjo desde una serie de ensamblajes o acoplamientos, materiales y simbólicos, que en la actualidad en Aysén, y con notoria visibilidad, van camino a los museos: pilcheros, hachas, vacas, sudor, corderos, fuego, patria o «ganarle al monte». Este tipo de humano encarnó muy bien el designio del colonizador estatal, tanto que, como ya expresamos, se le catalogó como «héroe» o «patriota».

    Sin embargo, en el marco de una crisis ambiental de enormes proporciones, las identidades se movilizan adquiriendo nuevas capturas, nuevas «racionalidades», nuevos socius o renovados territorios, todas formas para reconocer nuevas colonizaciones culturales o actualizaciones en las producciones de nuevas subjetividades. Un nuevo humano surge de esta renovada matriz de conocimiento: el sujeto ambiental. Este nuevo tipo de humano articulará de mejor manera con las renovadas relaciones fronterizas que adquieren estas australes tierras, valoradas ahora desde una posición que antes era el elemento a reprimir: el «fin del mundo».

    Patagonia se consolida una vez más como frontera, pero ahora lo hace en clave global y eso implicará fabricar o construir nuevos cuerpos, cuerpos que se ensamblen con nuevas materialidades: pumas, bosque, fauna, flora, huemules, fiordos, reservas o parques. Estas nuevas materialidades, como antes lo fue el destronque o el roce para los sujetos fronterizos, serán nuevos agentes (geo)políticos que coproducirán a ese nuevo sujeto ambiental. Ahora bien, como la renovada frontera es a nivel planetario, el nuevo sujeto ambiental también se autoproyectará como «colono» o «pionero», pero desde esa dimensión mundial, y su cuerpo fijará las relaciones sociales de otro modo, con nuevas normalizaciones que se expresen desde experiencias y habitares exclusivos, pero cuyo trayecto sea consecuente con los designios de un también nuevo discurso: la reserva de vida para el mundo.

    Nace así una nueva naturaleza: verde, intensa, irracional, madre, depuradora, viva.

    Esta no es la primera naturaleza que se produce ni tampoco la última, pero nos recuerda en cierto modo a la fabricada en el siglo XVIII, cuando la mirada binaria alcanzó una madurez tal que cimentó el modo de comprensión de los siglos siguientes. Por aquella época, la naturaleza se construyó desde una identidad que dejase claros dos polos de valorización (origen por lo demás de la racionalidad idealista inaugurada por Platón, seguida por Descartes y Hegel, entre otros): Naturaleza por un lado y Cultura por otro. Cultura representó al hombre, y Naturaleza a la mujer. Por lo mismo, cultura fue lo racional, el orden, la identidad, la modernidad, algo vivo, y naturaleza fue su opuesto: irracionalidad, desorden, algo para ser, que podía ser, usado y explotado (de hecho, se reconoció como naturaleza muerta). Esto fue (¿es?) la modernidad: la explotación de una relación de fuerza sobre otra, un hombre que representando racionalidad podía –y cómo pudo ¿eh?– explotar la naturaleza. En otras palabras, una naturaleza, cuyo rostro femenino quedó al servicio del hombre.

    Entonces, preguntamos nuevamente, tal vez haciéndonos eco de algunas voces, si eso fue así, ¿ahora sería distinto y por fin existiría conciencia del cuidado que requiere la naturaleza? Y, sin embargo, nuestra respuesta seguirá siendo tan crítica como compleja. No, en efecto, creemos que los cimientos de dominio binario de un tipo de humano que controla la naturaleza –o lo que define de ella– no se han esfumado ni en lo más mínimo, aun cuando su nuevo rostro nos diga «reserva de vida»¹.

    Claro, porque uno podría preguntarse si en Patagonia, desde la reserva de vida que representa, ¿estamos en presencia de un proyecto que permitiría superar el binarismo cultura-naturaleza? ¿Es tal panorama la proyección o materialización de una conexión interespecie donde lo humano es un elemento más entre diversas materialidades del mundo, como el bosque por ejemplo? A simple vista, muchos coincidirán que efectivamente estamos ante un programa que marca la pauta de una nueva relación del «hombre» con la naturaleza. Recuerden que conservar la llamada naturaleza representa la nueva racionalidad y el nuevo orden identitario, y ese deseo es el productor de la nueva fuerza dominante: amar lo verde.

    Sin embargo, surgen numerosas y renovadas aristas que nos hacen avanzar en nuevas preguntas y conjeturas a partir de una de las tesis que cruzan este libro: toda la arquitectura geográfica desplegada en Patagonia desde prácticas y discursos conservacionistas hegemónicos en pos de «cuidar la naturaleza», no haría sino ratificar la clásica relación de una humanidad (cultura) que organiza lo no humano (naturaleza) como recurso y bien de consumo. Tal arquitectura geográfica acentuaría desigualdades territoriales y generaría numerosos impactos locales y globales. En el fondo, este en principio «nuevo» vínculo cultura-naturaleza en Patagonia no saldría del prisma antropocéntrico que ha venido dominando por siglos esa relación; es más, la agudizaría. Lo humano, por tanto, no se plantea como una ontología más entre otras, como serían los mismos bosques, los ríos, los caminos, las rocas, las ovejas, etc., sino nuevamente desde su posición de dominio, solo que ahora es un territorio que deviene exclusividad y solo para un tipo de humano (el sujeto ambiental, ya que el sujeto fronterizo es o llevado a los museos o es arrinconado por sus ya absurdas prácticas ganaderas). En este, como han planteado Haraway, Latour, Ingold o los propios Deleuze y Guattari, lo humano se sigue reconociendo como productor y no como resultado de una cadena de ensamblajes planos donde «lo humano» sería solo un elemento más entre tantos otros, es decir, no jerárquico.

    III

    Patagonia está de moda. Sí, ya lo hemos dicho, pero deseamos insistir en ello, básicamente porque es una imagen que no es fácil de cuestionar. Está tan arraigada que los colonizadores culturales muchas veces activan sus inquisidoras voces para moralizar la mirada de todo lo que no huela a «verde». Como sea es una imagen cara. Solo un ejemplo, no es el único, hay varios y son cada vez más abundantes: Melimoyu Lodge, ubicado en una de las terrazas del Río Palena, en la Región de Aysén, anuncia en su web que 1 habitación doble, bajo el sistema all inclusive, vale por 3 días CL 3.277.311 (desde el 15/07/2022 al 18/07/2022), es decir, alrededor de US$ 4.000².

    Este dato no es una información menor. Desde nuestro punto de vista, por un lado, porque precisamente esto confirma que el paso de Patagonia como frontera nacional a frontera global es un buen negocio. Por otro lado, porque denota algo antes invisibilizado: capitalismo y conservación no son dos polos opuestos, sino más bien una nueva alianza en una nueva forma de mercantilizar y comprender la naturaleza. Como ha expresado el geógrafo norteamericano Jason Moore (2020): la naturaleza deja de ser barata y se torna cara. Ya no solo hay una colonización del espacio por parte del capital, como lo fue desde el siglo XVI con «la apropiación de las capacidades biológicas y las distribuciones geológicas de la tierra», sino que hay en lo sustancial una colonización del tiempo y de las subjetividades. Esto parece ser lo sustancial en la actualidad.

    Así, desde la perspectiva de la configuración de una «naturaleza cara», el nuevo paisaje patagónico supondrá la captura y producción de numerosas exclusividades que son a la vez exclusiones sociales y desigualdades territoriales. Los ex colonos son puestos en los museos o quedan como empleados en lo que fueron sus propias tierras.

    El capitalismo y la producción de un paisaje edénico para Patagonia son, en el fondo, engranajes de una misma historia. En efecto, y esta es la cuestión de fondo, ¿es capaz el capitalismo de seguir destruyendo «la naturaleza» sin al mismo tiempo producir una nueva naturaleza que le permita reproducir los procesos de acumulación que se ven cuestionados por la crisis ambiental y la explotación excesiva de la antigua naturaleza? Así es como nace la «naturaleza cara», y Patagonia, como otras periferias globales, se transforma, precisamente, en una gran posibilidad de capitalización:

    Porque es imposible entender el capitalismo como un sistema cerrado; la acumulación sin fin del capital implica la internalización sin fin de la naturaleza. El capitalismo se define por el movimiento de frontera… ¿se enfrenta hoy el capitalismo al final de la naturaleza barata? (Moore, 2020: 346).

    Esta reinvención de la naturaleza y sus vínculos de acumulación y despojo es, por lo mismo, lo que hemos llamado en otros escritos «ecoextractivismo», es decir, la reconfiguración de la comprensión de la naturaleza en Patagonia cuyo valor, siendo extractivo a nivel material (hay acumulación de propiedad y «expulsión» de la población originaria), también lo es a nivel simbólico en tanto es también la conquista de los procesos de subjetivación (Núñez et al., 2019a; 2019b; Aliste et al., 2018).

    En efecto, el proceso de control territorial de Patagonia comienza, antes que todo, desde los trabajos de subjetivación que son indispensables para fijar nuevos imaginarios geográficos así como una nueva geografía cultural para esas australes tierras:

    La producción de subjetividad se encuentra… en un trabajo de formación previa de las fuerzas productivas y de las fuerzas de consumo, sin un trabajo sobre todos los medios de semiotización económica, comercial, industrial, las realidades sociales locales no podrían ser controladas (Guattari, 2013: 31).

    Así, conceptos que antes (todo el siglo XX) reflejaban el elemento a reprimir, hoy son el centro del deseo: «fin de mundo», «virginidad» o «tierras salvajes». Desde la lógica de nuestra formulación, tales «capturas» sociales o nuevas codificaciones reflejarían procesos de control territorial no evidenciados. De esta suerte, una tarea clave en el marco de una renovada colonización cultural será articular a Patagonia bajo los parámetros de un nuevo sujeto que se diferencie de los otros sujetos que, «menos conscientes», explotarían la naturaleza de manera indiscriminada. Es decir, un tipo de humano cuyas nuevas características lo harían sensible a los aspectos de la administración de la naturaleza. Esta nueva subjetivación es, desde nuestra perspectiva, esencial para comprender nuevas alianzas o asociaciones en la producción territorial de Patagonia. A modo de ejemplo, uno de los componentes y ensamblajes que las maquinarias socioterritoriales están desenvolviendo en pos de articular una «nueva» naturaleza en Patagonia es instalar a Patagonia en el fin del mundo como una de las claves para canalizar la racionalidad necesaria e indispensable en la puesta en escena de la identidad conservacionista. Como identidad que todo lo subordina, estamos entonces ante la producción de un nuevo territorio: el territorio del edén, el territorio de lo exclusivo y de lo escaso en la tierra, esto es, una naturaleza única por la que, finalmente, habrá que pagar bastante a fin de contemplarla, particularmente si la Tierra está en riesgo. La conservación se transforma en una suerte de seguro de vida al que pocos podrán acceder.

    Los administradores de estas nuevas tierras que administran nuevas naturalezas comienzan a visibilizarse: el conglomerado económico Explora, cuyos hoteles 5 estrellas son característicos de lugares emblemáticos en el ámbito del mercado turístico, acaba de adjudicarse la concesión de una parte del Parque Patagonia. No tenemos duda de que su sello será parte de una nueva geografía patagónica cuyo centro es y será una nueva naturaleza, evidentemente nada barata.

    Creemos que vale la pena reflexionar en torno a las palabras del antiguo colono con que nos tocó conversar un día de invierno hace ya algunos años: Mis tierras no valían mucho, porque estaban llenas de bosque, lagunas, cascadas, hielo. Este colono murió hace un par de años, y cuando conversamos con él ya había gastado parte importante de la venta de su campo en una parcela en las afueras de Cochrane de no más de 2 hectáreas y vivía de modo muy precario. Las tierras que él vendió y que «no valían mucho» eran 1.250 hectáreas y no solo estaban plagadas de bosque, lagunas, lagos y hielo, sino que durante toda su vida como colono solo pudo limpiar unas 100 hectáreas. Él estimó que «vendió muy bien las tierras al señor del fundo Las Margaritas», porque le pagaron 250 millones «por tierras que no valían nada».

    En este contexto, nos preguntamos ¿qué lugar ocupan los espacios de las memorias locales cuando son proyectados desde una escala nacional o global? ¿Qué trayectorias espacio-temporales contiene el horizonte de comprensión de los habitantes de áreas llamadas marginales o fronterizas? En Patagonia-Aysén hoy está de moda «lo verde». Ser sustentable copa el sentido de ese austral territorio. Proteger y cuidar el bosque cubre el imaginario geográfico de lo que parece ser un nuevo mundo, una renovada «vocación», una reserva de vida que marca el horizonte de comprensión de los antiguos y nuevos habitantes. Así, se van desdibujando

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